24/07/2019
La sociedad capitalista está sostenida por una
serie de contradicciones que, lejos de resolverse, se profundizan cada vez más
conforme pasa el tiempo, aunque aparentemente se las quiera “suavizar”,
hacerlas más digeribles y presentables. Son contradicciones inherentes al
capitalismo en tanto sistema, si bien algunas existían antes de él. Aquella
sentencia de Marx de que “Con el capital el mundo se hizo redondo”
plantea ya con toda claridad que una de las características fundamentales del
modo de producción capitalista desde sus inicios, es su desarrollo a escala
global. Por ello puede decirse que la preconizada y a la moda “globalización”
actual empezó prácticamente con el capitalismo mismo, con la llegada del hombre
blanco a tierra americana.
En el período de la acumulación originaria en los
países europeos dominantes, la sobre explotación de la fuerza de trabajo
esclava traída a América desde el África y la fuerza de trabajo indígena de
este continente jugaron un papel determinante. Eso no puede explicarse sin
entender el racismo que acompañó el desarrollo capitalista, racismo que sirvió
para justificar la inmisericorde explotación (“civilizados” –hombre blanco–
versus “salvajes” –esclavos africanos negros, población originaria de
América–). El racismo, o discriminación étnica, para ser “políticamente
correctos” al día de hoy, no ha desaparecido. Es más: se ha incorporado
cotidianamente, por eso en Guatemala, por ejemplo, un pobre que no se
auto-reconoce como indígena puede decir campante: “seré pobre pero no indio”.
Como se ve, las contradicciones se articulan, se anudan todas entre sí: para el
caso, la económica con la étnica.
Lo mismo puede decirse de los bienes y recursos
naturales que se extrajeron de África y América con destino a Europa: oro,
plata, piedras preciosas, maderas preciosas, entre otros (sangría que nunca
terminó, y que ahora se reaviva, dado el espíritu depredador del actual
capitalismo extractivista). Estos recursos, y los de Europa, fueron
determinantes en el período de la acumulación originaria. También alimentaron
el inicio y desarrollo de la revolución industrial. El extractivismo fue clave
en la acumulación originaria de capital y en el posterior desarrollo del
capitalismo. En otros términos: la contradicción del modo de producción industrial-capitalista
con la naturaleza está en la base del sistema. El mundo, para esta visión, es
considerado “gran cantera” de donde extraer materia prima para su posterior
industrialización. El “progreso” se abre paso contra el medio ambiente, lo cual
abre un interrogante fundamental: ¿eso es el progreso? Evidentemente, con la
catástrofe medioambiental que vivimos hoy, está clara la respuesta.
Por otro lado, en este sistema, desde sus orígenes
hasta su fase actual, el patriarcado ha constituido un sistema de dominación,
opresión y explotación de los varones hacia las mujeres. Si bien existió en los
modos de producción anteriores, Federico Engels señala que “es con el
capitalismo industrial, el desarrollo de la propiedad privada y del modelo de
la familia monogámica moderna, que la opresión patriarcal de las mujeres
adquiere un nuevo giro, instaurándose la esclavitud doméstica de las mujeres”.
El trabajo doméstico es fundamental para mantener viva a la población; alguien
debe reproducir la vida –biológicamente– y asegurar su estabilidad (preparar
los alimentos, mantener el aseo de la casa, de la ropa). Eso, habitualmente, lo
hacen las mujeres, las “amas de casa”. Para el capitalismo ese trabajo es
vital… ¡pero no se paga! Por tanto, el trabajo esclavo de las mujeres como amas
de casa (la mitad de la población mundial) es imprescindible. Pero nunca se
registra como robo, como explotación. La contradicción brota por todos lados.
Sin embargo, como efecto de la cultura-ideología dominante, esa mujer no
trabaja: “¿Tu mamá trabaja? No, es ama de casa”. Inadmisible,
absolutamente… ¡pero es así! Una contradicción alimenta la otra.
Con todo lo anterior queremos afirmar que con el
surgimiento y desarrollo del capitalismo han surgido, por lo menos, cuatro
contradicciones fundamentales: capital-trabajo, capital-naturaleza,
varones-mujeres (patriarcado) y étnica-racial (racismo). Cada una de estas
contradicciones constituye un sistema de dominación en sí mismo; el primero, el
tercero y el cuarto son, además, sistemas de opresión y explotación de la
fuerza de trabajo, de las mujeres y de la población indígena, originaria y
afrodescendiente. Estas contradicciones se reproducen además en un contexto de
capitalismo imperialista, en tanto el capitalismo más desarrollado (el europeo
en un inicio, el estadounidense luego, o el japonés) arrasa con los llamados
“sub-desarrollados”, manteniendo todas esas contradicciones. Hoy día podría
anotarse otra contradicción como Norte-Sur (lo que en algún momento se llamó
Primer Mundo-Tercer Mundo).
Definitivamente, todas las contradicciones se
entrelazan y todas son igualmente importantes. De todos modos, siguiendo a
Néstor Kohan, no puede olvidarse que “El capitalismo puede permear cierto
pluralismo e ir integrando la política de las diferencias [léase: incluir
las contradicciones que algunos llamarán “secundarias”: género, etnia,
ecología]. Pero lo que no puede hacer jamás, a riesgo de no seguir
existiendo o dejar de reproducirse, es abolir la explotación de clase.
Precisamente por esto, dentro de la alianza hegemónica de fuerzas
potencialmente anticapitalistas, aunque todas las rebeldías contra la opresión
tienen su lugar y su trinchera, el sujeto social colectivo que lucha contra la
dominación de clase debe jugar un papel convocante y aglutinador de la única
lucha que posee la propiedad de ser totalmente generalizable.”
De ese modo, puede concebirse un capitalismo donde
las mujeres toman el poder contra los varones, o los pueblos originarios contra
los blancos, pero la contradicción de base: la explotación del trabajo, se
mantiene. Por tanto, si bien todas las contradicciones marchan juntas y se
retroalimentan, la contradicción capital-trabajo asalariado tiene un estatuto
especial. Significativo al respecto es que hoy día el capitalismo se permite
hablar (pero no cambiar mucho en lo sustancial) de estas contradicciones
paralelas (la étnica, la de género, el llamado cambio climático). Sin embargo,
de la lucha de clases no menciona una palabra.
Contradicción capital-trabajo
El desarrollo del capitalismo a nivel mundial en
las últimas décadas ha supuesto cambios importantes en la configuración de las
clases sociales y, por supuesto, en la lucha de clases. Aunque se haya querido
proclamar triunfalmente “el fin de las ideologías y de la historia”
(Fukuyama), la lucha interclases sigue siendo el motor de la historia.
La acumulación de capital ha trascendido la forma
principal enunciada por Marx hace alrededor de 150 años, a partir de la
creación de valor (de cambio) en el proceso de producción (de mercancías) y su
apropiación por el propietario de los medios de producción. Marx planteó que la
acumulación de capital se daba en dos ámbitos: en la producción de los
instrumentos de producción y en la producción de bienes y servicios. En ambos, la
acumulación de capital es posible por la explotación del trabajador (cualquiera
sea: urbano-industrial, rural, de bienes o de servicios, productor manual o
intelectual, etc., y habría que agregar: amas de casa haciendo trabajo
doméstico no remunerado) mediante el trabajo no pagado (plusvalía), a partir de
unas relaciones de producción favorables al propietario de los medios de
producción.
La contradicción capital-trabajo se manifiesta en
la lucha permanente que se desarrolla entre los capitalistas (burguesía
industrial, oligarquía terrateniente, hoy día: clase capitalista global si se
quiere) que buscan incrementar la plusvalía pagando menos a los trabajadores, o
sobreexplotándolos, y éstos que tratan de mejorar sus condiciones salariales.
Dicho de otra forma, es la lucha que se da entre las dos clases sociales
fundamentales en el capitalismo: los propietarios y los trabajadores.
Con el desarrollo del capitalismo, las clases
sociales están sometidas a cambios y reconfiguración. Hoy no son lo que fueron,
por ejemplo, durante el capitalismo industrial europeo estudiado por los
clásicos en el siglo XIX. Con los procesos de robotización y eso que ha dado en
llamarse, engañosamente, deslocalización (ubicación de las industrias del Norte
en los países del Sur, donde las condiciones de explotación son mucho mayores,
se evaden impuestos y no hay controles medioambientales), esa contradicción
fundante ha sufrido variantes. Es válido preguntarse, como lo hace Fidel
Castro: “¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera
en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva
sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase
obrera –en el sentido marxista del término– tiende a desaparecer, para ceder su
sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y
desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día
más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria?”.
A ese conjunto de empobrecidos, precarizados, que sobreviven como pueden, muy
acertadamente Frei Betto les llamó “pobretariado”. Eso lleva a plantearse quién
es hoy el sujeto transformador en la sociedad. O, dicho de otro modo: cuál es
la contradicción fundamental del sistema por la que dicho sistema puede
eclosionar.
En el ámbito de las clases sociales y la lucha de
clases, el actual capitalismo neoliberal que viene desarrollándose estas
últimas décadas, ha logrado en gran medida la flexibilidad laboral, que
es otra de sus características. La flexibilidad laboral, infame eufemismo que
quiere reemplazar la idea de “trabajador” por la de “colaborador” de la
empresa, implica la anulación o no aplicación de las leyes laborales favorables
a los trabajadores. En los empobrecidos países del Sur esto tiene
manifestaciones grotescas: las condiciones laborales de los trabajadores sin
prestaciones de ninguna clase, sin derecho a sindicalizarse y reprimidos
violentamente cada vez que intentan protestar, pretende “hacer atractivo” a esos
países para la inversión de capital transnacional. La profundización de la
explotación se da en todos lados, pero son los países pobres del Sur (mal
llamados “periferia”, en contradicción con la pretendida “metrópoli”), los que
acusan mayormente ese deterioro. Es decir, en las condiciones de expansión
capitalista actual existe una sobre explotación de la fuerza de trabajo que
agrava la por siempre existente contradicción capital-trabajo. En el Norte la
situación no es sustancialmente mejor, por cuanto la pérdida de poder
adquisitivo por un capitalismo que se siente triunfal a partir de la caída del
bloqueo socialista europeo, hace de la clase trabajadora una víctima sin mayor
capacidad de defensa.
Sin embargo, y curiosamente, frente a esta
profundización de la explotación, la lucha de los trabajadores (en cualquiera
de sus expresiones) no aparece fuertemente, o aparece en expresiones mínimas.
Las actuales políticas neoliberales consiguieron postrar así los reclamos de la
clase trabajadora, haciendo del tener asegurado un puesto de trabajo un
“tesoro” que no se puede perder. Si a mediados del siglo XIX el fantasma que
recorría Europa era el comunismo, hoy es la desocupación.
El movimiento sindical de clase, combativo en otros
tiempos, poco a poco, por efectos de la represión en el Sur y factores como la
corrupción y la despolitización/cooptación (en el Norte), se convirtió en un
movimiento intrascendente, aliado de las patronales en definitiva. En general,
los sindicatos ya no responden a la lucha de los trabajadores en su conjunto.
La contradicción capital-naturaleza
La contradicción capital-naturaleza puede
sintetizarse en que cada vez hay una mayor presión del capital sobre los bienes
y recursos naturales para su mercantilización, a fin de incrementar la
producción capitalista y mantener el “crecimiento económico” capitalista, vital
para la generación de mayor plusvalía. A lo largo del siglo XX, pero sobre todo
en las últimas décadas, esta contradicción se ha agudizado. Con la expansión
del capitalismo en su fase neoliberal a partir de finales de la década de 1970,
la naturaleza, los bienes y recursos naturales han sido sometidos a una mayor
presión por las grandes corporaciones transnacionales. La búsqueda desenfrenada
de fuentes energéticas y de minerales estratégicos para las industrias de punta
(en muchos casos: la militar) marcan esa tendencia.
Los efectos sobre el medio ambiente son
desastrosos: agudización del cambio climático que provoca fenómenos naturales
cuya magnitud resulta en desastres sociales y económicos; agotamiento de los
recursos y bienes naturales; contaminación medio ambiental con polución del
agua, del aire y de la tierra. El hiper-consumismo capitalista no se arregla
buscando paliativos superficiales, como el reciclar, el separar la basura o la
generación de una supuesta “conciencia verde”, no usando pajillas para tomar
una gaseosa por ejemplo. Todo ese esfuerzo hecho a nivel personal logra
contener la contaminación global en apenas un 1%. El problema de fondo, la
contradicción original es la voracidad del capital, que destruye todo en aras
de su propio beneficio.
El modelo de capitalismo neoliberal trajo consigo
el dominio absoluto del capital financiero sobre el proceso productivo. Hoy día
son los capitales globales que se mueven de un paraíso fiscal a otro sin
ninguna regulación los que marcan el ritmo del sistema. En su proceso de
expansión, este capitalismo neoliberal provoca una disputa por la tierra y los
recursos naturales entre las grandes corporaciones que dominan esa expansión,
por un lado, y comunidades y pueblos que obtienen de ella los bienes necesarios
para su existencia, por otro. De ahí que esta contradicción capital-naturaleza
se evidencia en la lucha de pueblos originarios que defienden sus territorios
contra empresas multinacionales extractivistas que invaden sin miramientos
destruyendo todo a su paso (compañías petroleras, mineras, monocultivo
destinado a biocombustibles, desvío de ríos para empresas hidroeléctricas
generadoras de electricidad). Solo para graficarlo: para la obtención de un
galón de biocombustible (utilizado en los países capitalistas del Norte
próspero), hecho a base de azúcar, maíz o palma aceitera, se necesitan 2,000
litros de agua (robada a los empobrecidos del Sur).
El racismo y la contradicción étnica
En articulación con las anteriores contradicciones
destaca la llamada étnica (o racismo). Es la que se desprende de la invasión,
despojo y explotación colonial, que conminó a los pueblos originarios de
Latinoamérica y los grupos afrodescendientes traídos a la fuerza a estos
territorios en calidad de esclavos, a ser considerados casi animales, objeto de
esclavitud y sobre-explotación, marginados y excluidos como seres de última
categoría, objeto permanente de despojo de sus tierras y territorios, oprimidos
en tanto sujetos colectivos y en tanto individuos.
Eso, aun cuando presenta cambios, ha sido mantenido
en esencia por un capitalismo que justifica y reproduce la explotación laboral
y el robo descarado a partir de razones étnicas y raciales. Esto ha configurado
en todo el sub-continente latinoamericano sociedades profundamente racistas, en
donde los que se dicen descendientes de los conquistadores (españoles y
portugués, que llegaron a “civilizar”), resultan beneficiados por una sociedad
estratificada étnicamente, mientras los pueblos originarios se ven afectados
por un sistema que los trata como ciudadanos de segunda categoría, como mano de
obra barata, excluyéndoles de los escasos y raquíticos derechos sociales,
económicos, políticos, culturales, al mismo tiempo que les niega derechos
correspondientes a su carácter de sujetos colectivos, como pueblos, entre ellos
a los de autodeterminación y autonomía.
En el caso de América del Norte, o más
específicamente de Estados Unidos, esa conquista de siglos anteriores confinó a
los pueblos originarios en “reservas”. Ahí el racismo se juega fundamentalmente
entre los blancos conquistadores (de origen europeo) y la población negra, de
origen africano, otrora mano de obra esclava. En todos los casos, el racismo
justifica la opresión económica. Queda claro que todas las contradicciones se
anudan y entrelazan entre sí.
El patriarcado y la contradicción varones-mujeres
Otra contradicción histórica, íntimamente ligada
con el carácter y curso del capitalismo como sistema, pero que debe ser
entendido como un sistema en sí mismo, que requiere ser transformado al mismo
tiempo y en todo espacio, es la opresión patriarcal.
Esta contradicción se expresa en una relación de
sobre explotación de la mujer en el ámbito de las relaciones de producción, su
mayor exclusión de las fuentes de empleo formal, del salario y la raquítica
seguridad social con que cuenta, e íntimamente relacionada, de los ámbitos de
decisión fundamental en el proceso productivo, reproductivo y en el proceso
político. Esa condición se agrava cuando es utilizada como mercancía para
propósitos de trata de personas, como producto de publicidad y como simple
objeto sexual. El sexismo, en tal sentido, es otra contradicción anudada a todo
lo anterior.
No obstante, también se expresa en un papel
predefinido por el patriarcado, que se orienta a su conminación a la
reproducción de la especie, de la familia y del mismo sistema patriarcal que la
oprime, lo cual se manifiesta en la violencia, exclusión y dominio que el varón
ejerce sobre ella, con el agravante que muchas veces las religiones lo
justifican.
Dicha opresión patriarcal se expresa con mayor
agudeza en la medida que la mujer pertenece a la clase trabajadora y a
comunidades rurales, campesinas y marginalizadas. De todos modos, la exclusión
de las mujeres en los distintos ámbitos de la vida es algo que atraviesa todas
las sociedades.
En conclusión
Si se intentan modificar profundamente todas estas
injusticias, queda claro que todas las contradicciones deberían superarse a la
vez, simultáneamente. No es posible una justicia económica si sigue habiendo
patriarcado; no es posible equidad de género si no hay equidad económica. Es
imposible superar la contradicción étnica sin considerar las anteriores. No
puede aspirarse a un mundo más armónico si persiste la locura consumista que
nos impone el sistema capitalista depredando nuestra casa común, el planeta
Tierra En conclusión: todas las contradicciones marchan de la mano, y no es
posible superar ninguna de ellas por separado. Si ello se intenta, no pasa de
un intento vano.
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