02-08-2019
Durante
algunos meses en el año 2015 Guatemala vivió una situación especialísima. Algo
inédito en toda su historia, que incluso no se había dado de esa forma, con
tanta fuerza, en el momento más alto de su politización y avance del campo
popular durante la Revolución de 1944. Luego de años de desmovilización, de
letargo político, más aún: de miedo y parálisis en ese ámbito producto de una
sangrienta represión en estas últimas décadas (245 mil muertos durante el
conflicto armado interno, mensaje de terror que actualmente está presente: “no
meterse en babosadas”), más los planes de capitalismo salvaje (neoliberalismo)
que intentaron terminar con toda expresión de protesta, se rompió ese largo
sueño de desinterés y apatía. La población, más allá de todas las
consideraciones que puedan hacerse al respecto, despertó. Eso permitió ver el
profundo malestar existente en la sociedad en su conjunto.
De todos modos, fue un despertar dudoso, llamativo.
Sin dudas existía un malestar latente en la sociedad (malestar que continúa al
día de hoy), el cual pudo dispararse con una pequeña chispa; para el caso, el
hacer públicos determinados hechos de corrupción. Pero ese malestar, tan grande
como pasajero, debe ser analizado con precisión. ¿Por qué el calor que se
desató en aquel entonces, aparentemente con fuerza volcánica, se disipó luego
no abriendo paso a una profundización del descontento?
Ahora puede quedar más claro que lo sucedido en el
2015, aunque fue muy emotivo movilizando efectivamente a muchos sectores, era
una jugada preparada como pieza maestra de laboratorio, donde la población
clasemediera urbana fue la elegida por la geoestrategia de Washington como
ratita de laboratorio para “sacar a la calle” (¡a tocar vuvuzelas y cantar el
himno nacional, y de ahí no pasar!), y practicar políticas que luego se
aplicarían en Brasil y en Argentina. Políticas que, para la Casa Blanca, por
cierto fueron muy efectivas.
En otros términos: la supuesta lucha contra la
corrupción (“supuesta”, dado que la corrupción no terminó ni va a terminar) se
evidenció como algo que moviliza mucho, es efectiva (efectista), toca
arraigados sentimientos morales y permite una reacción casi visceral de la
población. De ahí que, luego de la experiencia piloto de Guatemala, el gobierno
estadounidense pudo utilizarla para crear climas propicios para quitarse de
encima los gobiernos “díscolos” de Brasil (Lula y Dilma Roussef) y Argentina
(Cristina Fernández). Lo que es evidente es que la corrupción, como gran
calamidad social, mueve pasiones y enciende protestas, sirviendo para no atacar
las causas de fondo de la pobreza y la exclusión social, que no son otras que
el sistema capitalista. La corrupción es simplemente un efecto de esa
estructura de base.
Puede verse ahora que en el 2015 hubo mano de la
embajada estadounidense, como agenda preparatoria del Plan para la Prosperidad
de Centroamérica que vendría luego (cosa que no sucedió finalmente, al cambiar
el gobierno demócrata con la aparición del republicano Donald Trump).
Luego de décadas de inmovilismo político, de
desmovilización y desmotivación por los problemas sociales, ese resurgir
popular, masas de gente en la calle y un ácido sentimiento anti-gobierno, pudo
haber despertado expectativas de cambio más profundo. ¿Por qué no esperarlas,
si es que se sigue pensando que “la historia no terminó”, como ampulosamente se
quiso hacer creer algunos años atrás con la caída del campo socialista europeo?
Por supuesto que estas movilizaciones motivaron sanas esperanzas de cambio, de
ahondamiento de las protestas, de agendas más politizadas. Pero no hay
organización popular muy consistente aún (la represión del pasado dejó ese
efecto), no hay izquierda que pueda liderar ese descontento.
Preguntémonos al respecto: ¿cayó el corrupto
binomio Pérez-Baldetti por la movilización ciudadana? Sí y no. Además de la
gente en la calle presionando, había una movida política palaciega (para eso
vino en su momento el vicepresidente estadounidense, mientras el embajador Todd
Robinson tenía un papel preponderante en la iniciativa), utilizándose el descontento
ciudadano para amplificar la protesta y mostrándolo como espontáneo. También la
gente abrió algo más los ojos con todo eso. Sin dudas, el calor político del
2015 permitió algunos cambios; por ejemplo, la aparición de una nueva AEU en la
Universidad de San Carlos, y la politización de grupos juveniles que habían
permanecido en silencio durante largo tiempo. Pero la situación de injustica
social permanece, y la corrupción, por supuesto, no terminó.
La cuestión sería: ¿cómo hacer para mantener ese espíritu
rebelde e ir más allá de la corrupción? Ojalá quienes lean esto tomen la
pregunta como provocación para encontrar las respuestas. ¿Por qué no seguir
protestando por?:
• Los salarios de hambre (el salario mínimo cubre
apenas un tercio de la canasta básica)
• La nueva medida gubernamental que permite la
contratación por tiempo parcial (explotación llevada al límite)
• Las empresas mineras que siguen operando sin
permisos
• El robo de ríos por las empresas hidroeléctricas
• La virtual esclavitud en las empresas
maquiladoras (inclúyase call centers)
• Las condiciones de trabajo paupérrimas y de
sobre-explotación de los obreros cañeros en la Costa Sur
• Las tropas de Estados Unidos acantonadas en el
país
• El racismo que sigue condenando a la mitad de la
población (“Seré pobre pero no indio”)
• El patriarcado, que condena igualmente a la mitad
de la población
• El doble discurso hipócrita (no se acepta el
matrimonio homosexual, pero la calle está llena de personas trans que ofrecen
servicios sexuales para “machos” dizque heterosexuales)
• El analfabetismo que sigue habiendo (15% de la
población)
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