23/08/2019
En vísperas del septuagésimo aniversario de la
fundación de la República Popular China, el PCCh afronta un momento de peculiar
presión que acentúa el carácter crucial del mandato de Xi Jinping al frente del
país. Cinco serían los frentes principales.
En primer lugar, el comercial. La economía ha sido la clave de
la emergencia china. El tránsito hacia un nuevo modelo de desarrollo implica
cambios y reconversiones estructurales delicadas que exigen un manejo
cuidadoso. Nadie duda que si China logra superar con éxito esta transición, su
superioridad económica será incontestable tanto en lo cuantitativo como
cualitativo. Nos hallamos, por tanto, ante la última oportunidad que EEUU tiene
para impedir verse superado definitivamente por el gigante asiático en una
magnitud determinante para la proyección del poder global.
La guerra comercial desatada por el presidente
Donald Trump aspira tanto a preservar la condición hegemónica estadounidense
como a cambiar el modelo económico chino reduciendo, entre otros, el peso del
sector público y del Estado, liberalizando la economía en su conjunto para que
el nuevo modelo de desarrollo chino se asimile en sus parámetros básicos al
imperante en el Occidente liberal. La pérdida de su brazo económico sería el
principio del fin del PCCh.
Las esperanzas, por tanto, de que en lo inmediato
amaine la guerra comercial son directamente proporcionales al convencimiento de
que su desarrollo no fortalezca a China. De ser el caso, si el balance pone de
manifiesto que EEUU la va perdiendo, sería abandonada ipso facto.
En segundo lugar, la tecnológica. Con el argumento de la
seguridad nacional, esta presión tiene por finalidad impedir que China confirme
su avanzada posición en áreas clave de la nueva revolución económica. Dejar
atrás a China para situarse en la delantera en la competición por el 5G y otros
segmentos tecnológicos, es el imperativo definido por EEUU. Hace 30 años,
Washington estaba muy por delante de otros países en tecnología; ahora, no es
el caso. La ubicación de China a la vanguardia en esta materia ratificaría su
liderazgo global en las próximas décadas.
En tercer lugar, política. Ya no tanto recurriendo
a la hipotética disidencia interna, muy diezmada en los últimos años de xiísmo,
como haciendo causa especial de las tensiones territoriales, muy especialmente
en el supuesto de Xinjiang y Hong Kong. La complejidad del modelo
político-territorial, las debilidades del sistema de autonomías y su
coexistencia con las tendencias recentralizadoras recientes así como el propio
tono de la lucha anti-terrorista interna, entre otros, ofrecen el caldo de
cultivo preciso para que las tensiones políticas afloren con potencial
suficiente para amenazar la estabilidad.
En cuarto lugar, la comunicacional. La multiplicación de una agenda
informativa que apunta a una presentación acentuada de los aspectos más
negativos de su emergencia y desarrollo encuentran en el desconocimiento de su
cultura en Occidente un terreno abonado para promover con relativa facilidad
una imagen controvertida e indeseada. La confrontación ideológica abriga un
amplio espacio de hostilidad que previsiblemente se intensificará en los
próximos años para adueñarse de la preeminencia del discurso.
En cuarto lugar, la militar. La primacía militar de EEUU en
el Pacífico está en entredicho. Los aliados que dependen de su seguridad lo
saben. El presupuesto en defensa de China ha aumentado significativamente en
los últimos años y la reforma militar apunta a configurar un Ejército Popular
de Liberación capaz de dificultar que el ejército de EEUU opere a tiempo en las
áreas en disputa en las cuales Beijing ha ganado terreno. Los anuncios
estadounidenses de proyectos de nuevas bases militares en la zona y de
despliegue de misiles de alcance intermedio así como la intensificación de los
vínculos militares con Taiwán advierten de que el pulso irá en aumento en los
próximos años. China ha dejado en claro cuáles son sus “intereses centrales” en
este orden y si bien rechaza involucrarse en una carrera armamentista bien
pudiera tener que enfrentar a su pesar desafíos significativos.
En quinto lugar, estratégica. La multiplicación de su
presencia económica y, a la par, el incremento de su influencia política en
todo el mundo así como el impulso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta y sus
proyectos asociados han desatado una confrontación abierta en la que EEUU no
cesa de advertir de los peligros asociados a un acercamiento “excesivo” a
China. De Europa a África o América Latina, Oriente Medio, el Ártico u otras
zonas de relevancia estratégica, la prédica estadounidense alterna un presunto
apostolado generoso en sermones con la amenaza abierta para evitar que la
presencia de Beijing aminore su tradicional condición de indiscutido hegemón.
La concatenación de estas cinco presiones converge
en la soflama del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en octubre
pasado. Emulando a Churchill, Pence anunció un cambio en la naturaleza de la
relación con China, el fin de la contemporarización, para dar paso a una nueva
era de confrontación creciente y sin matices con el propósito de afianzar y
preservar la hegemonía liberal global.
La reacción del PCCh a esta nueva situación abarca
la adopción de medidas en diversos frentes trazando numerosas “líneas rojas” en
una disputa que se aventura será larga. Pero la clave principal de la respuesta
china reside en la insistencia en el blindaje ideológico quizá bien plasmado en
la actual campaña “permanecer fieles a nuestra misión fundacional” que incide
en el elemento que le aportaría mayor solidez: la defensa de la soberanía
nacional y de la autonomía de su proyecto.
Puede que alguien estime insuficiente esta
respuesta o incluso propia de una época ya superada pero, al contrario, pudiera
ser decisiva para sortear las dificultades presentes y por venir, abundando en
la real dimensión histórica de la larga transformación china.
-Xulio Ríos es director del Observatorio de la
Política China, www.politica-china.org
https://www.alainet.org/es/articulo/201752
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