Autor:
MANUEL CABIESES DONOSO
“Tomad de mí la venganza que queráis, que yo no os opondré resistencia.
¡Aquí está mi pecho!”
(BERNARDO O´HIGGINS al abdicar el 28 de enero de 1823).
El
presidente Sebastián Piñera camina por una angosta cornisa. Cualquier
movimiento imprudente puede precipitarlo al vacío. Solo cuenta con 13% de
respaldo, según encuestas. En cambio el movimiento que exige Asamblea
Constituyente goza del 87% de apoyo ciudadano.
El
mandatario ni siquiera cuenta con la red de seguridad que podrían
proporcionarle los partidos políticos -de moros y cristianos-. Ellos apenas
logran un 2,4%. En suma, las instituciones fundamentales del Estado son una
ficción carente de legitimidad democrática. Son entelequias que todavía
subsisten porque el pueblo ha decidido desplazarlos por una vía pacífica y
democrática: la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
La crisis
auto provocada por el modelo neoliberal, es ahora un nudo ciego que la soberbia
de la elite política impide desatar. Tres semanas de multitudinarias
manifestaciones en todo el país. Una veintena de muertos. Más de dos mil
heridos, cinco mil detenidos y torturados. Enormes daños a bienes de uso
público. Incendios y saqueos de supermercados que han afectado también a
medianos, pequeños y micro empresarios. Es el costo de la intransigencia de
instituciones que se ven enfrentadas por primera vez al rechazo de la
democracia directa. Casi todo un abanico de clases sociales enfrenta al Estado
oligárquico. (Ojo: hay que cuidar esa amplitud social e ideológica). En el seno
del movimiento se perfilan condiciones para reconstruir una Izquierda que esté
a la altura de esta nueva época.
Apenas un
3,4% confiaría al Parlamento -la más desprestigiada de las instituciones-, la
misión de redactar la nueva Constitución.
La
intransigencia de las elites las ha metido en un atolladero. O abren paso a la
Asamblea Constituyente o aceleran su propio derrumbe, comenzando por la
renuncia del presidente de la República.
Las
renuncias de mandatarios por revueltas sociales no son desconocidas en América
Latina. Fernando de la Rúa en Argentina (2001) y Gonzalo Sánchez de Lozada en
Bolivia (2003) tuvieron que tomar ese camino. También se obligó a dimitir a Otto
Pérez en Guatemala (2015), Carlos Mesa en Bolivia (2005), Raúl Cubas en
Paraguay (1999), Jorge Serrano en Guatemala (1993) y Fernando Collor de Mello
en Brasil (1992).
No sería
insólito que Sebastián Piñera también tuviera que hacerlo. Lo negó en una entrevista
con la BBC de Londres. Sostuvo que terminará su mandato que aún no llega a la
mitad del periodo. Pero el reclamo por su renuncia continúa atronando en las
calles. Si la movilización continúa, la permanencia del presidente se podría
convertir en un tapón que sus mismos partidarios harían saltar. Hay que
recordar que Piñera es socio del exclusivo club de los multimillonarios de este
país. Son los intereses de la oligarquía los que están en juego. Sus voceros
admiten resignados que están dispuestos a sacrificar una pestaña de sus
fortunas. Pero si la situación se pone color de hormiga, no tendrían remilgos
en sacrificar al rey del tablero.
Por otra
parte la táctica del gobierno para apagar el incendio social es un mayúsculo
error pues condiciona al restablecimiento del “orden público” la atención de
los cambios estructurales que se demandan. Esto ha significado incrementar las
violaciones de derechos humanos que exacerban la indignación del pueblo. El
Cuerpo de Carabineros ha sacado lustre a su tenebrosa fama y el gobierno, en
los hechos, se está metiendo en un callejón sin salida.
En la
confrontación que vive Chile la razón está del lado del pueblo. Y si la razón
no es suficiente para imponer los cambios, la fuerza ocupará su lugar. Una
alternativa no deseada. La inmensa mayoría quiere un tránsito pacífico y
democrático a una fase superior de convivencia social.
Las lucha
por justicia, igualdad y dignidad es un torrente que rebasará cualquier dique
que le cierre el paso.
MANUEL
CABIESES DONOSO
Noviembre
2019
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