Foto: Jamie Davies
Análisis
10/01/2020
Hoy
día hablar de socialismo no es lo más común. El discurso dominante
-absolutamente pro libre mercado- lo tacha de “rémora del pasado”, “experimento
ya fenecido”, “objeto condenado al museo”. Pero ahí está la República Popular
China que, con un muy particular modelo de socialismo propio, ha conseguido
logros espectaculares.
Ese
“particular modelo” (socialismo de mercado, o socialismo con características
chinas) abre preguntas. Para el capitalismo, seguramente; y no solo preguntas,
sino preocupaciones, porque un país -de hecho, el más poblado del mundo-
gobernado férreamente por un Partido Comunista, está pasando a ser una
superpotencia que desafía la supremacía de la hoy principal potencia del libre
mercado: Estados Unidos. Lo que lleva a recordar que para la ideología
capitalista -la dominante en todo el orbe hoy por hoy- esas reformas
introducidas en China con la apertura hacia mecanismos de empresa privada
alientan la esperanza que el gigante asiático termine dejando la senda
socialista para volverse un país capitalista más. Cosa que, evidentemente, no
sucede (las esperanzas de un retorno al camino del libre mercado no se
cumplen).
Y
para quienes no creen que el socialismo sea un “artefacto de museo”, la
experiencia china inaugura un necesario y profundo debate: ¿cómo se construyen
las alternativas al capitalismo?
“Es mejor ser pobres bajo el
socialismo que ricos bajo el capitalismo”, había sentenciado Mao
Tse Tung durante la Revolución Cultural. Sin dudas, la revolución triunfante de
1949, si bien había comenzado a obtener logros en el campo social, no pudo
modificar la situación económica estructural de base. Para 1976, año de la
muerte de Mao, China era aún un país muy pobre, atrasado tecnológicamente, con
una economía básicamente agraria, y con el 80% de su población bajo la línea de
pobreza, sobreviviendo con una precaria economía de mantenimiento (arroz y
papa).
En
el año 1978 asume la dirección nacional Deng Xia Ping quien, sin renunciar a
los principios del socialismo, comenzó a introducir importantes reformas en el
ámbito económico: aparición de mecanismos de libre mercado, aparición de
empresas privadas extranjeras y acumulación capitalista, con la aparición
posterior de una clase empresarial nacional con innumerables multimillonarios.
“Ser rico es glorioso”,
pudo decir Deng años más tarde. Era proverbial su pragmatismo: “No importa si el gato es blanco o
negro; lo importante es que cace ratones.” Años después, con el
mantenimiento de ese enorme programa de transformaciones económicas, la China
cambió profundamente.
Las
reformas se han mantenido y profundizado, pero el espíritu socialista no varió.
El Partido Comunista sigue conduciendo el país con, aparentemente, un norte
bien claro. De hecho, ya hay trazados planes para el siglo XXII, cosa que,
seguramente, solo una cultura milenaria como la china -5,000 años- puede hacer,
donde el tiempo se mide en ciclos inconmensurables (“¿Qué opina de la Revolución Francesa
de 1789?”, dicen que le preguntaron a Lin Piao, dirigente maoísta.
“Es muy prematuro para
opinar todavía”).
Según
datos del Banco Mundial, para nada sospechoso de posiciones socialistas, entre
1980 y 2010 la tasa de pobreza (ajustada a inflación y poder de compra) se
redujo del 80% al 10%, una caída sin precedentes en la historia. Esto significa
que 500 millones de personas salieron de la pobreza histórica. Entre 1990 y
2014 el PIB per cápita creció un 730%, mientras el PIB mundial aumentaba solo
un 63%. Esto redujo notablemente las diferencias entre China y el resto de
países del globo. En 1990, el PIB chino era un 83% más bajo que el PIB mundial
(con un ingreso per capita promedio de 1,500 dólares anuales frente a 8,800
dólares), pero en 2014 este diferencial negativo se había reducido al 13%
(12,600 dólares frente a 14,400 dólares). La economía china hoy día está
vigorosa como ninguna, y sigue creciendo, no al ritmo vertiginoso de años atrás
(10% anual), pero sí igualmente en forma muy abultada (6% interanual). De
hecho, hoy los cuatro bancos más grandes del mundo son chinos: Industrial and
Commercial Bank of China, China Construction Bank, Agricultural Bank of China y
Bank of China, tres de ellos de propiedad estatal.
Ese
descomunal crecimiento económico de la República Popular China plantea
profundos interrogantes al ideario socialista. Contrario a lo dicho por Mao y
su casi entronización de la pobreza, Deng dijo que “la pobreza no es socialismo”. Lo cual lleva
a preguntarnos: ¿es la empresa privada el motor del crecimiento económico?
Xulio
Ríos, un agudo analista de todo el proceso chino, nos informa que “el sector privado desempeña
actualmente un importante rol en la segunda economía del mundo. Según fuentes
oficiales, responde por más del 50% de los ingresos tributarios, el 60% del
PIB, el 70% de la innovación tecnológica, el 80% del empleo urbano y el 90% de
los nuevos trabajos y nuevas empresas. Todo ello con el 40% de los recursos.
Desde 1980, la tasa de crecimiento anual del sector privado ha oscilado entre
el 20 y el 30%, mucho más elevada que el 5-10% de las empresas de propiedad
estatal.”
¿Por
qué este apoyo a la empresa privada entonces que realiza el Partido Comunista
de China? ¿Rechazo del socialismo? Según los ideólogos y autoridades que
dirigen el país, no. Por el contrario, es el “camino correcto” que traerá
desarrollo y prosperidad para toda la población china, y con su proyecto de
Nueva Ruta de la Seda, podrá contribuir a un desarrollo global. ¿Es así?
El
gigante asiático hace ya largos años que produjo cambios sustanciales en el
ideario socialista con que llevó a cabo su revolución en 1949, con Mao Tse Tung
a la cabeza. Desde las reformas introducidas a fines de los 70 del siglo pasado
se comenzó a construir un engendro que para la izquierda tradicional de
Occidente nunca se terminó de entender: “socialismo de mercado”. Lo cierto es
que, apelando a la introducción de todo un sector de propiedad privada, el país
ha venido produciendo un avance económico fabuloso, sin precedentes en ningún
Estado capitalista. Atrayendo inversión externa, permitiendo la propiedad
privada de los medios de producción, siempre bajo la atenta mirada del Partido
Comunista, que es quien fija férreamente las políticas, China pasó a ser una
gran economía, disputándole el cetro global a Estados Unidos, y con un
superávit comercial impresionante que le permite ser principal acreedor del
país norteamericano.
¿Hay
realmente un “milagro” económico en China? Según como se lo quiera ver: sí y
no. No hay dudas que con la incorporación de capitales externos, y tomando
tecnologías provenientes del desarrollo capitalista, el país asiático mantuvo
-y mantiene todavía- un vertiginoso ritmo de crecimiento económico que nunca se
vio en Occidente (ni durante la revolución industrial en la Inglaterra
dieciochesca ni en Estados Unidos entre fines del Siglo XIX y durante el XX).
Ello permitió levantar increíblemente el nivel de acceso a la riqueza de
grandes masas, sacando de la pobreza rural ancestral a millones de chinos. La
dirección comunista impidió que China fuera solo una “gran maquila”, como suele
presentársela (quizá maliciosamente), dejando de ser “ensambladora de
mercaderías de mala calidad”, de “juguetitos de segunda”, para ir convirtiéndose
en un país altamente industrializado, con tecnologías de punta propias que ya
comienzan a sorprender.
El
Partido Comunista dirige efectivamente los destinos del país, reservándose las
decisiones básicas en el manejo de la economía, exigiendo la real y constatable
transferencia tecnológica a los capitales externos que se invierten, y teniendo
planes concretos de desarrollo nacional a muy largo plazo (en China hablar de
50 o 100 años no es nada, obviamente, después de 5,000 años de historia. “Siéntate al lado del río a ver pasar
el cadáver de tu enemigo”, enseñaba Sun Tzu… La paciencia china es
proverbial).
El
desarrollo económico es real, y ello permitió un avance científico-técnico
portentoso, ubicándose ya hoy como líder en muchos campos del quehacer humano,
habiendo superado a las potencias capitalistas (informática, inteligencia
artificial, investigación aeroespacial, biotecnologías, transportes). De hecho,
su acumulación de reservas monetarias es tan grande que, junto con Japón, es
quien sostiene al Tesoro de Estados Unidos. Hoy día China es vital para el
mantenimiento del equilibrio económico del planeta.
El
costo de este fenomenal salto no es poco: retornó la explotación capitalista
más inmisericorde, con condiciones que ya no existen en muchos países. La
fabulosa acumulación originaria -que en Europa se hizo masacrando indígenas
americanos y población negra africana, mientras se robaban con avidez los
recursos naturales- en la China capi-socialista se llevó a cabo a partir de la
gran explotación de sectores campesinos que se reubicaron en los grandes
centros industriales de las urbes más desarrolladas, con salarios de hambre y
con extenuantes jornadas laborales. Condiciones que, sin dudas, rayan la
semi-esclavitud.
Eso
no tiene secretos: la riqueza la producen siempre los trabajadores con su
esfuerzo personal (urbanos-rurales-manuales-intelectuales), no importando el
modelo económico en el que se desenvuelvan. La cuestión es cómo se distribuye
esa riqueza socialmente producida. En China, a partir de la existencia de un
sector de su economía basada en el modelo capitalista -aunque sea dirigido por
directivas que políticamente fija el Partido Comunista-, la explotación está
presente. Que esa riqueza no sea apropiada enteramente por los inversionistas
privados y que el Estado (socialista) se encargue de devolverlo a la población
a través de políticas sociales, es otra cosa. Pero la explotación está. Por
otro lado, contrariando los principios marxistas clásicos, este nuevo modelo de
desarrollo (“socialismo a la china”) estimula la aparición de propietarios
privados, premiando el “éxito” económico de quienes se transforman en
millonarios. El lujo ostentoso está presente en el país al igual que en los más
encumbrados centros capitalistas de Occidente. Todo lo cual abre esa pregunta a
la construcción socialista: ¿cómo?, ¿socialismo con clases sociales
diferenciadas? En todo caso, lo que en el milenario país asiático se ve podría
hacer pensar en un capitalismo socialdemócrata, con un Estado keynesiano benefactor.
Desde
fuera de China, y con planteos marxistas clásicos, cuesta entender el proceso.
¿Es capitalismo o es socialismo? ¿Un paso atrás para tomar impulso y seguir
avanzando? Lo cierto es que el proyecto chino actual, que se comporta como
cualquier planteo capitalista, se está extendiendo por el mundo. Y donde llega,
su impronta es capitalista. Invierte capitales y explota mano de obra. Claro
que -fundamental es aclararlo- de momento no se ha mostrado como potencia imperialista
invasora apelando a la violencia militar. Sin disparar un tiro, está haciendo
algo que el rapaz capitalismo estadounidense, o el europeo en su momento,
hicieron a base de sanguinaria entrada bélica. El ambicioso proyecto de la
Nueva Ruta de la Seda es una iniciativa que posicionará a China como principal
potencia mundial, con presencia en más de 100 países. Para algunos es una forma
sutil de imperialismo, colocando sus propias mercaderías en los cinco
continentes; para otros, los chinos fundamentalmente, una forma de llevar
prosperidad a los sectores más deprimidos del globo. ¿Planteo socialista? El
debate está abierto.
Se
podría pensar que el aliciente de la empresa privada les ha servido. ¿Qué tiene
la empresa privada que fomenta ese crecimiento, y que el Estado socialista, con
economía planificada, no consigue? ¿Habrá que quedarse con la idea que “el ojo del amo engorda el ganado”?
¿Es inexorable esa verdad? Por eso decíamos que el fenómeno de la China debe
llevarnos a plantear estas cuestiones básicas de todo el andamiaje conceptual
socialista.
La
idea de “productores
libres asociados”, como dijera Marx, estandarte de esa fase
superior de desarrollo que sería el comunismo donde regiría la fórmula “De cada quien, según su capacidad; a
cada quien, según su necesidad”, dista aún mucho de la realidad
actual. Lo que prima dentro de las relaciones capitalistas no es, precisamente,
la solidaridad, la fraternidad. El “sálvese quien pueda” individualista es la
matriz dominante.
La
experiencia china muestra que el incentivo personal cuenta, y cuenta mucho para
la generación de riqueza (¿no era eso lo que buscaba la Perestroika
soviética?). ¿Puede ese elemento ser la guía para la construcción de una
sociedad nueva? A estar con lo que nos lega la actual República Popular China,
estaríamos tentados de responder que sí. Pero, ¿solo el látigo del amo permite
elevar la productividad? Lo cual lleva a plantearnos: ¿es posible construir el
socialismo en países industrialmente no desarrollados? Lo curioso es que las
primeras experiencias socialistas vinieron de las zonas menos industrializadas,
con situaciones agrarias cuasi feudales (Rusia, China, Cuba, Vietnam,
Nicaragua).
Valga
una vez más la cita de Deng Xia Ping: “la
pobreza no es socialismo”. ¿Se necesita inexorablemente una gran
acumulación de riqueza para construir el socialismo? Si es así, pareciera
imprescindible elevar la productividad para ello. ¿Sin el látigo patronal no se
puede lograr?
La
promoción de incentivos individuales para aumentar la producción no es nada
nuevo: en la Unión Soviética, durante la década de 1930 tuvo lugar el
movimiento stajanovista (impulsado por el minero Alekséi Stajánov), consistente
en el pago de bonos extras por el aumento de la productividad. Eso mismo retomó
Mijaíl Gorbachov con su intento de reestructuración en la década de los 80,
para lo que se introdujeron mecanismos capitalistas. “Bajo el capitalismo, esto es una
tortura, o un engaño”, dijo Lenin refiriéndose a los premios que
otorgaba a sus trabajadores la industria estadounidense. “Hay elementos de "tortura y
engaño" en los récords soviéticos también”, agregó León Sedov
(hijo mayor de Trotsky), analizando el stajanovismo, que no es sino una fórmula
capitalista de fomento del individualismo, del premio al voluntarismo personal.
Sigue
siendo una agenda pendiente para el socialismo cómo lograr un aumento de la
riqueza a partir de economías planificadas. Eso remite a la pregunta de si es
posible establecer una moral socialista que funcione autónomamente (hay que trabajar
con excelencia porque esa es la ética humana, podría decirse), o se necesita
siempre del látigo para hacernos mover. Disyuntiva que, sin dudas, no está
resuelta. La empresa privada, que no se detiene a filosofar sobre estos puntos,
se limita a presentar el látigo. Para los trabajadores, la amenaza de la
desocupación es un tirano que asusta tanto o más que la cámara de tortura. Y
con eso acumula riqueza; lo demás le sale sobrando. Pragmatismo puro, podría
decirse. Deng Xia Ping y sus reformas son un claro ejemplo de ello.
El
modelo chino, ese raro y complejo “socialismo de mercado”, permitió generar una
acumulación de riqueza espectacular en poco tiempo. El costo es que está basado
en la explotación de los trabajadores. ¿Fue necesario eso como “un paso atrás
para tomar impulso”? Todo indicaría que el Partido Comunista tiene puesto ahora
sus ojos en la promoción de enormes planes de beneficio social para las
inconmensurables masas de población del país. La riqueza acumulada
probablemente lo permita.
Otros
países socialistas como Cuba, Corea del Norte, o Vietnam, que sufrió también un
proceso de involución capitalista, están preguntándose ahora sobre el modelo
chino (dirección política de izquierda con introducción de mecanismos
capitalistas).
Se
abre la pregunta entonces sobre si no hay otra forma de incentivar la
producción que no sea a través del premio material, el premio al propio
esfuerzo, la incentivación de la ganancia (“Ser
rico es glorioso”). Las empresas privadas en China sirvieron para
aumentar la productividad a un gran superlativo. Y ello, pareciera, es lo que
sirvió para generar un nivel de confort para toda su población que una economía
rural de subsistencia no podía lograr.
¿Cuál
es la clave para fomentar la productividad entonces, si entendemos que ese es
el camino para el aumento de la riqueza? En la extinta Unión Soviética los
mecanismos de mercado sirvieron para la explosión del país (se ha dicho que
Gorbachov trabajaba para la CIA. Más allá de eso -posible teoría
paranoico-conspirativa-, es evidente que la introducción de elementos
capitalistas sirvió para destruir al primer Estado obrero-campesino de la
historia). En China, que siempre estudió muy meticulosamente el experimento
soviético, los resultados son otros. ¿Qué pasará en Cuba, por ejemplo, si se
permiten abiertamente los mecanismos capitalistas?
Todo
esto no pretende tomar una posición definitiva sobre la experiencia china sino
aprender de ella, estudiarla y ampliar el debate, útil en los países que no
somos la China. Lo que nos lleva a pensar: ¿qué es entonces el socialismo? ¿No
era socialización de los medios de producción y poder popular, democracia de
base?
https://www.alainet.org/es/articulo/204138
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