lunes, 6 de abril de 2020

CORONA PARA LA MADRE TIERRA


Escribe: Milcíades Ruiz

Muchos están hartos de que solo se hable de la epidemia actual y de manera negativa. Es que este problema ha invadido todos los campos de la actividad humana causando desastres en cadena y no solo en materia de salud. Las repercusiones son muy amplias y de magnitud inversamente proporcional para los más indefensos. Pero no todo es negativo dado que todo movimiento genera efecto contrario. La filosofía popular lo dice: “no hay mal que por bien no venga”.

En efecto, las cuarentenas han reducido tremendamente la emisión de gases de efecto invernadero, con la consiguiente descontaminación atmosférica. En lo más concreto, ha desaparecido temporalmente la delincuencia callejera, como muchas economías superfluas. Pero hay una inmensidad de beneficios que nos dejará esta terrorífica experiencia, aunque muchos no podrán sobrevivir para ver lo positivo.

Hay mayor consciencia de la higiene personal, hospitalaria y ambiental. También, sobre la necesidad de ayuda a los afectado por la cuarentena. Hasta los poderosos, con toda su ciencia ultramoderna y su tecnología de punta, se han sentido impotentes frente al daño globalizado de un virus engendrado por un modo de producción incompatible con la supervivencia de la especie humana.

Los religiosos lo interpretan como un castigo de Dios por la conducta degenerativa de los rebaños, mientras que los ambientalistas nos enrostran una culpabilidad interpretando la epidemia como un castigo de la naturaleza por actuar contra ella. Pero lo que quiero hacer notar es el carácter procesal de todo cuanto acontece en el universo, pues la epidemia, es parte y resultado de nuestro proceso evolutivo, que no se detiene en la infinitud de tiempo y espacio.

El asunto es reflexionar sobre la magnitud de nuestra responsabilidad en este proceso. Hay factores procesales que no están a nuestro alcance manejar, pero hay una serie de factores condicionantes de la vida planetaria que sí, podemos controlar. Pues entonces, ¿Por qué no lo hacemos, para preservar las mejores condiciones de vida en nuestro planeta? Porque no todos somos conscientes de las consecuencias de nuestro accionar al respecto, ni tenemos el poder para hacerlo.

De nuestra parte hacemos todo lo que podemos para preservar las condiciones ecológicas apropiadas en nuestro hábitat, pero de nada sirve, si desde otros ámbitos, se hace todo lo contrario con abrumadora fuerza, contaminando la atmósfera del planeta, bajo la cual discurre el aire que respiramos, el agua que bebemos y los microrganismos de la contaminación causantes de las enfermedades que afectan a plantas alimenticias, animales y personas.

Si todos los ensayos de armamento nuclear esparcen material radiactivo en el mar, si todos los desechos de la contaminación minera e industrial van a parar al mar, no podemos esperar comer pescado saludable. Nuestra ropa, alimentos envasados, carne y leche obtenidas con insumos contaminados, utensilios, transporte, teléfonos, medicinas, en fin, todo lo que usamos, tienen elementos contaminantes, no podemos esperar una vida sana como en la antigüedad.

El problema es que el planeta, está precisamente bajo el poder de los contaminadores y mientras la humanidad no desarrolle un poder que lo contrarreste, no podremos evitar el deterioro de las condiciones de vida planetaria. Es una cuestión de poder. Este es el reto de la actualidad y si somos conscientes de este desafío, tendremos que trabajar fervientemente en esta línea de acción, antes de que sea demasiado tarde.

Estamos próximos a conmemorar del Día Internacional de nuestro planeta, que para la población andina es del “Día de la Madre Tierra”, el 22 de abril, y es una buena ocasión para tratar este asunto. No se trata de rendir culto ni de discursear demagógicamente, sino de dar uno o más pasos adelante en la lucha por salvar la vida planetaria. De poco sirven las palabras que no van seguidas de la acción.

Muchos miran la tradición ancestral del pago a la tierra como un rito salvaje que no corresponde a nuestro tiempo. Pero esta tradición encierra una gran sabiduría de la cosmovisión andina. El planeta es uno solo para todos y dentro de su bóveda azulada alberga la vida, que no es solo humana. Todo el planeta es un organismo vivo, un solo ecosistema global con conexiones biológicas atmosféricas, marítimas y terrestres.

Bajo el suelo que pisamos, hay abundante vida microbiológica, que otorga vida a plantas, animales y personas cuya existencia se la deben a las cadenas biológicas planetarias que interactúan con los elementos de la superficie y del aire. No habría vida si la madre tierra o Pacha Mama, no proveyera los nutrimentos necesarios. Este es el motivo de la gratitud de la población andina. Solo aquellos que han perdido la noción de la vida, jamás entenderán esta sensibilidad ancestral.

La epidemia ha abierto un gran forado en la economía mundial en todos los países y cuando se cierre el paréntesis, quizá se hayan agotado todas las reservas y no haya más de donde sacar. Todo está parado y lo peor todavía está por venir. Pero allí estará la madre tierra que es la que no ha parado de producir y crear riqueza nacional, aunque sin real apoyo gubernamental. Ella es nuestra esperanza y merece ser coronada por la humanidad.

Que el “Día de la Tierra”, no sea un simple acto cívico, dependerá de lo que hagamos, con o sin cuarentena. Salvo mejor parecer.

Abril, 2020


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