“Desenmascaremos a los capitalistas invisibles y hagámoslos visibles”
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02.03.2011
Lo
inmediato y lo oculto
Los
científicos sociales de inspiración marxista andan siempre buscando las causas
ocultas que expliquen el mundo inmediato.
Es
cierto que la naturaleza del valor así como el modo mediante el cual el
capitalista se apropia de trabajo ajeno encierran causas ocultas. Pero hay
hechos que están presentes ahí, en la superficie de las cosas, donde puede
percibirse con claridad que hay personas que se apropian de trabajo ajeno. Lo
que sucede es que estamos tan acomodados a esos hechos, tan en sintonía con
ellos, que no nos indignan y, en consecuencia, no nos hacen reaccionar.
El
derecho a ser rico
Pensemos
que la injusticia más grande de este mundo es que hay personas que se apropian
de tanta riqueza que es imposible explicarla como obra de su propio trabajo. Lo
que sucede es que se admite como un hecho natural el enriquecimiento
desmesurado. Se piensa que esa situación le puede tocar en suerte a cualquiera,
que no debemos envidiar a nadie, pues todo el mundo desea ser lo más rico
posible, aunque unos lo logran y otros no. Al menos, se concluye, esa es la
posibilidad que nos brinda el capitalismo y no así el socialismo. Esta es la
ideología dominante entorno al enriquecimiento.
El
derecho de propiedad basado en el trabajo
Escuchemos
a Locke en su Ensayo sobre el gobierno civil a propósito del derecho de
propiedad basado en el trabajo: “Dios ha dado el mundo a los hombres en común;
pero puesto que se lo dio para beneficio suyo y para que sacasen del mismo la
mayor cantidad posible de ventajas para su vida, no es posible suponer que Dios
se propusiese que ese mundo permaneciera siempre como una propiedad común y sin
cultivar. Dios lo dio para que el hombre trabajador y racional se sirviese del
mismo (y su trabajo habría de ser su título de posesión”. Sólo quiero incidir
sobre esto último que dice Locke: el título de propiedad sobre la riqueza debe
estar basado en el trabajo. No estamos recurriendo a Marx para defendernos de
los economistas convencionales, de los neoliberales y de toda suerte de lacayos
del capitalismo del siglo XXI, sino a uno de los primeros y más revolucionarios
representantes de la burguesía, un hombre de la última mitad del siglo XVIII y
reconocido como el padre del liberalismo: John Locke. Y lo único que reclamamos
de él es la idea de que el derecho de propiedad sobre la riqueza esté basado en
el trabajo. Y esta idea es la que hay que popularizar entre las más amplias masas.
No debe permitirse que nadie se enriquezca más allá de lo razonable, esto es,
más allá de que resulte inexplicable su riqueza en base al trabajo propio.
Propiedad
y uso del capital
En
los inicios del capitalismo el capitalista era el dueño del dinero invertido en
la empresa, incluso era el dueño del local donde desarrollaba su actividad. De
manera que toda la ganancia era suya. Pero conforme la escala de la producción
aumentó y se abrió paso el sistema de crédito, se creó una división del trabajo
entre el propietario del dinero, el banquero, y quien usaba ese dinero como
capital, el capitalista comercial o industrial. Como toda suma de dinero
empleada como capital arroja una ganancia, el propietario del dinero exige al
capitalista en funciones, a quien le ha cedido el dinero en calidad de
préstamo, que le entregue una parte de la ganancia: el interés. De esta manera
queda en evidencia que el enriquecimiento experimentado por el propietario del
dinero no se debe a su trabajo sino a su condición de propietario. De todos
modos, dentro de las relaciones capitalistas de producción, todo el mundo
considera normal que quien cede una suma de dinero en forma de préstamo tiene
derecho a cobrar un interés. Dicho de otro modo: está estatuido como derecho
natural el derecho a apropiarse de trabajo ajeno.
La
generalización del capital productor de interés
Parece
natural que quien usa el dinero como capital y obtiene una ganancia, debe darle
una parte de ella al propietario del dinero en concepto de interés. Pero lo
cierto es que tanto el dinero que se queda el capitalista en funciones, el
beneficio, como el que se queda el propietario del dinero, el interés, son
plusvalía, esto es, trabajo ajeno. Lo que sucede es que todo esto permanece
oculto. Pero la cosa no queda ahí, sino que llega más lejos aún. Una persona
que solicita un préstamo para comprar una casa o un coche, no está utilizando
el dinero como capital, no obstante, tiene que pagar un interés. Así que en
estos casos el dinero pagado como interés no es una parte de la ganancia, sino
una parte del salario. Por lo tanto, todo dinero cedido en forma de préstamo,
empleado como capital o no, arroja un interés.
Salario
y beneficio
Hay
una diferencia cualitativa entre salario y beneficio. El salario lo percibe una
persona como contrapartida de su trabajo, mientras que el beneficio lo percibe
una persona como contrapartida de su condición de propietario de un negocio. En
el ámbito de la pequeña empresa el beneficio siempre suele ser notablemente
superior al mayor de los salarios. Pero en las grandes empresas el salario de
un ejecutivo o directivo puede ser notablemente superior al beneficio percibido
por un pequeño capitalista. Así que aquella superioridad cuantitativa del
beneficio sobre el salario queda rota o desvirtuada en este caso. Este hecho
parece desdibujar las diferencias cualitativas entre capital y trabajo y nos
hace pensar que el capitalismo decimonónico está más que superado y que el
advenimiento del socialismo ha dejado de ser necesario. Pero no hay que dejarse
llevar por las apariencias, sino ir un poco más al fondo. Debemos observar dos
cosas: por un lado, una parte de los desorbitados salarios que ganan los
directivos de las grandes empresas no es más que beneficio. Figura como salario
y se percibe como salario, pero sustancialmente es beneficio. Y por otro lado,
cuando una persona percibe ingresos desorbitados, la capacidad de ahorro es
altísima. Y estos ahorros son invertidos después como capital. Así que no sólo
es que los beneficios se disfrazan como salarios, sino también que los altos
salarios se transforman en capital.
Capitalistas
visibles y capitalistas invisibles
Pensemos
en un capitalista que ha abierto un negocio y contrata a 50 trabajadores. Al
cabo de 25 años el empresario tiene un patrimonio personal de 6 millones de
euros, mientras que cada uno de los 50 trabajadores dispone de un patrimonio
personal de sólo 60. 000 euros. Pero no sólo es que el capitalista tiene un
enorme patrimonio respecto de los 50 trabajadores, sino que además el
capitalista percibe en su condición de empresario un salario de 12.000 euros y
los trabajadores un salario de 1.200 euros. Esto es un caso de capitalismo
visible, donde se percibe claramente que los trabajadores son explotados, que
el dueño del negocio ha acumulado un gran patrimonio personal y que día tras
día disfruta de una gran riqueza, mientras que los trabajadores todavía no han
podido pagar su vivienda y se ven apurados para llegar a final de mes. Estos
son los capitalistas sobre los que la izquierda radical tiene centrada y
afilada su crítica.
Al
lado de estos capitalistas visibles hay otros capitalistas que están ahí
delante de nosotros, pero no los vemos ni los reconocemos como capitalistas.
Son a estos capitalistas a los que llamo capitalistas invisibles. A esta clase
pertenecen futbolistas como Beckham, que cobra 25 millones de euros por cuatro
temporadas en el Madrid e ingresa anualmente por publicidad 24 millones de
euros, y músicos como Sting, que tiene unos ingresos anuales de 321 millones de
dólares. ¿Por qué no reconocemos a estas personas como capitalistas? Por el
modo peculiar en que se hacen ricos. Se reconoce que ganan mucho dinero, pero
no lo ganan aparentemente explotando a los trabajadores. De ahí que la
izquierda radical no centre su crítica en esta clase de capitalistas
invisibles.
El
disfraz de las formas económicas
Vimos
antes, para el caso de las retribuciones de los altos ejecutivos, que una parte
de esas retribuciones no era más que beneficio disfrazado de salario. Lo mismo
ocurre con las retribuciones que percibe Beckham en concepto de publicidad: no
es más que beneficio disfrazado como costo de publicidad. Este hecho, que una
forma económica se disfrace bajo otra forma, ya lo puso de manifiesto Marx en
El Capital: los intereses y los impuestos pagados por las empresas, que en la
contabilidad figuran como costos, no son más que plustrabajo. Pero lo que nos
interesa aquí remarcar es que lo que percibe Beckham, Nadal o cualquier otro
deportista en concepto de publicidad no es más que plustrabajo.
Si
antes vimos que un capitalista explotando la fuerza de trabajo de 50 personas,
se apropiaba al cabo de veinticinco años de un plusvalor de 6 millones de
euros, ahora vemos que Beckham se apropia en un solo año y sólo en concepto de
publicidad de un plusvalor de 24 millones de dólares. De ahí que Beckham sea
mucho más explotador, notablemente más explotador, que aquel capitalista. Lo
que sucede es que aquella persona es un capitalista visible y Beckham es un
capitalista invisible. En aquel capitalista observamos la relación directa que
mantiene con los trabajadores que explota, mientras que en el caso de Beckham
las relaciones con los trabajadores que explota son muy indirectas y están
mediadas por muchos procesos y formas económicas.
El
papel ideológico del capitalismo invisible
En
el capitalismo hay muchas formas de hacerse rico. Convertirse en una estrella
de fútbol es una de ellas. El otro día vi en la televisión un documental donde
en un lugar muy pobre todos los padres estaban empeñados en que sus hijos
jugaran al fútbol. Es una de las formas, argumentaban dichos padres, de salir
de la pobreza. Y esa es la ilusión de muchos niños pobres: convertirse en una
estrella de fútbol para sacar de la pobreza a su familia. Lo primero que
observamos, por la predominio de la mentalidad capitalista, es que la solución
al problema de la pobreza se ve como un asunto individual. Aquí impera el
principio del hombre burgués, del hombre egoísta, que sólo piensa en salvarse a
sí mismo. Y lo segundo que observamos es la inconciencia acerca del origen de
la riqueza, como si la riqueza extrema de unos no tuviera nada que ver con la
pobreza lamentable de otros. Ese niño que se quiere convertir en estrella de
fútbol para salir de la pobreza, convirtiéndose en un rico, no es consciente de
que su futuro enriquecimiento se fundamentará en el empobrecimiento de los
otros.
El
primer plano y el desenmascaramiento
La
izquierda radical debe atacar con dureza el primer plano del capitalismo,
constituido en parte por las grandes estrellas del fútbol, quienes en concepto
de sueldo, primas y publicidad perciben una media anual de 8 millones de euros.
Ronaldinho, por poner un ejemplo, ingresó en el último año 9 millones de euros
en concepto de sueldo y 14 millones en concepto de publicidad. Tanto su sueldo
como lo que ingresa en concepto de publicidad son formas disfrazadas de
plustrabajo. El sistema capitalista le hace cree que lo que él gana se debe a
su propio esfuerzo, pero lo cierto es que su riqueza sólo es explicable como
apropiación de trabajo ajeno. Debemos saber que todos contribuimos a crear la
riqueza nacional, pero el sistema capitalista tiene un sinfín de mecanismos que
permite a unos pocos meterse en su sus bolsillos muchísimo dinero, mientras que
la inmensa mayoría no llega a final de mes. Lo absurdo, lo irracional, lo que
ya clama al cielo, es que Ronaldinho, que es un capitalista invisible, estos
es, un capitalista que se apropia de gran cantidad de trabajo ajeno bajo la
apariencia de que es trabajo propio, ha sido nombrado Embajador contra el
Hambre del Programa Mundial de Alimentos. Por lo tanto, la izquierda radical
debe someter a crítica al capitalismo de primer plano, el constituido por las
grandes estrellas de fútbol y de otras modalidades deportivas, que bajo la
apariencia de neutralidad y bondad se esconden los aliados de los capitalistas
de segundo plano, con quienes se reparten el plustrabajo y se hacen ricos de
forma desmesurada.
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