5 ABRIL, 2020
Luis Flores. Publicado originalmente
en https://www.elsaltodiario.com/
Hace algo más de un mes, el 20 de
febrero, el principal índice de la Bolsa de Nueva York, el Standard and Poors
500, alcanzaba sus máximos históricos. Los mercados de valores confirmaban así
la visión de un ciclo eterno de prosperidad de la economía estadounidense. Las
cotizaciones de las compañías parecían no tener límites, impulsadas por un
crecimiento ininterrumpido del PIB durante 11 años —el más largo desde que se
tienen registros—, una política monetaria complaciente y grandes rebajas de
impuestos a las empresas. Y ello pese a que desde marzo de 2009 el S&P 500
se había revalorizado un 398%.
En realidad, y aunque con sus
altibajos, no solo la bolsa americana ha disfrutado de una década prodigiosa.
Los bonos o títulos de renta fija emitidos tanto por Estados como por empresas
para obtener financiación de los mercados han alcanzado valoraciones nunca
vistas. La razón principal han sido los estímulos monetarios implementados por
los bancos centrales en forma de bajadas de tipos de interés y compras masivas
de bonos o Quantitative Easing (QE).
Básicamente, los QE crean dinero,
pero en lugar de hacerlo el Estado emitiendo deuda pública —Letras del Tesoro,
Bonos y Obligaciones, dependiendo de su plazo— para financiar gasto público, lo
hace el Banco Central comprando deuda pública ya existente a bancos y fondos de
inversión que la tienen en sus carteras. La diferencia es que en el primer caso
el Estado decide en qué gastar el dinero, y en el segundo el dinero se destina
a proporcionar liquidez a los inversores. No es poca diferencia.
Los estímulos monetarios por parte de los bancos centrales y otras
medidas inicialmente diseñadas como extraordinarias y encaminadas a salir de la
gran recesión de 2009, se han convertido en la receta fácil ante cualquier
perturbación en los mercados
Estas medidas, que inicialmente se
diseñaron como extraordinarias y encaminadas a salir de la gran recesión de
2009, se han convertido en la receta fácil ante cualquier perturbación en los
mercados. Episodios como el estallido de las primas de riesgo de los países
periféricos de la UE en 2012, el Brexit o las guerras comerciales de Trump han
provocado caídas de las bolsas que se han tratado sistemáticamente con
intervenciones de los bancos centrales inyectando liquidez y comprando activos
en mercado.
Estas compras de los bancos centrales
hicieron que el precio de los bonos se disparase, y el precio es inverso a la
rentabilidad. Cuanto más se paga por algo que “rinde” la misma cantidad, menos
rentable es esa inversión. El precio de los bonos subió tanto que su rentabilidad
se volvió negativa en la mayor parte de Europa —hasta -0,80% anual en el bono
alemán a diez años—. Para las grandes corporaciones estas intervenciones han
significado un inmenso regalo, llegando muchas de ellas a emitir bonos a tipos
negativos, es decir, a recibir dinero por endeudarse.
La necesidad de conseguir
rentabilidad se ha convertido en ansiedad. Con las bolsas y los bonos
disparados, se ha ido empujando a los inversores a buscar nuevos tipos de
activos en los que colocar su dinero. Algunos ya eran típicamente objeto de
inversión, como el sector inmobiliario, donde los precios en muchos segmentos
han superado a los de la anterior burbuja. Otros han empezado a serlo o han
sufrido una financiarización extrema.
Infraestructuras de todo tipo, desde
autopistas, puertos o aeropuertos hasta megaproyectos de energías renovables,
pasando por residencias privadas de estudiantes. Todo tipo de servicios
públicos diseñados bajo fórmulas de colaboración público-privada para ser
empaquetados y vendidos a grandes inversores. Y por supuesto los recursos
naturales, incluso el agua, entendida como un recurso cada vez más escaso y por
lo tanto valioso, se han convertido en productos de inversión. Y si un día te
encuentras en apuros descuida, siempre habrá un banco central a quien
vendérselo.
Para las grandes corporaciones estas intervenciones [de los bancos
centrales] han significado un inmenso regalo, llegando muchas de ellas a emitir
bonos a tipos negativos, es decir, a recibir dinero por endeudarse.
Hasta las criptomonedas aprovecharon
la ola, y aunque pincharon antes, llegaron a tener una
capitalización de 800.000 millones en 2018 —ahora es menos de
una cuarta parte—. Proyectos como Tron,
que en septiembre de 2017 salió al mercado captando de inversores 58 millones
de dólares a los cuatro meses valía 13.392 millones. Se
multiplicaron los unicornios de internet, empresas que alcanzan la barrera de
1.000 millones de dólares de valoración sin haber llegado en muchos casos a
generar beneficios.
Hasta se han creado fondos para
invertir en los litigios de multinacionales contra Estados derivados
de los nefastos Tratados de Comercio e Inversión, financiando
las demandas a cambio de un porcentaje del resultado. Todo, absolutamente todo,
es objeto de especulación por el enorme exceso de liquidez que es necesario
rentabilizar.
En definitiva, ese océano de liquidez
creado por los bancos centrales con el argumento de favorecer el crédito a
empresas y familias ha servido para inflar artificialmente el precio de múltiples
activos. Se ha extendido además a lugares muy diversos, financiarizando
actividades controvertidas y creando graves distorsiones en los mercados como
reconocen hasta sus propios participantes.
Cada rincón del planeta se ha convertido actualmente en algo sujeto a la
especulación financiera en gran medida por la actuación de los bancos
centrales, instituciones públicas, ajenas además a cualquier escrutinio
democrático ni rendimiento de cuentas
Cada rincón del planeta se ha
convertido actualmente en algo sujeto a la especulación financiera en gran
medida por la actuación de los bancos centrales, instituciones públicas, ajenas
además a cualquier escrutinio democrático ni rendimiento de cuentas. Merece la
pena recordar que el todopoderoso Mario Dragui fue uno de los directivos de
Goldman Sachs que diseñó los mecanismos para que Grecia ocultase la dimensión
real de su endeudamiento, años antes de tener rescata por el propio Dragui.
EL CISNE NEGRO
Volviendo a Estados Unidos, ese 20 de
febrero en que sus bolsas alcanzaron los máximos de todos los tiempos, ya
existía algo llamado coronavirus y ya hacía un mes que se había decretado el
confinamiento total de millones de personas en la región de china de Wuhan.
Desde ese día, las bolsas comienzan a
retroceder, y sufren su mayor caída semanal desde 2008. La Reserva Federal (la
FED) reacciona bajando los tipos de interés del 1,50% al 1,00%.
Cuando la Bolsa estadounidense tomó conciencia de que el covid19, que va
confinando país tras país, es un “cisne negro”, en el argot financiero un
evento tan extraño que no sucede nunca, sufrió la caída más rápida de su
historia
Entre el miércoles 10 y el viernes 13
de marzo la Bolsa estadounidense sufre la caída más rápida de toda su historia.
De repente se ha tomado conciencia de que el covid19 que va confinando país
tras país es un “cisne negro”, en el argot financiero un
evento tan extraño que no sucede nunca. Hasta que sucede.
El domingo 15 la Reserva Federal vuelve
a responder rebajando los tipos del 1% hasta el 0%. El lunes la bolsa vuelve a
sufrir una caída histórica del 13%. Durante los siguientes siete días la
FED lanza cada día una nueva medida con el
encabezado siempre de “con el objetivo de facilitar el flujo del crédito a
familias y empresas…”. Son en todos los casos facilidades para los bancos,
desde proveerlos de liquidez por diversas vías hasta rebajarles requerimientos
regulatorios y de información.
Entre estas medidas, retoma un QE que
tenía congelado hace tiempo. El importe previsto son 700.000 millones de
dólares, similar a los 750.000 millones de euros anunciados en paralelo por el
Banco Central Europeo esa misma semana. Se destinarán a comprar en
mercado tanto bonos del Tesoro como bonos hipotecarios —emisiones compuestas
por paquetes de hipotecas—. Se trata de una medida para generar confianza a los
inversores y a los bancos, demostrándoles que la FED está ahí para que puedan
deshacer sus carteras si lo desean.
La primera semana la FED compró
125.000 millones de dólares al día. A ese ritmo en seis días agotaría el
programa. Supone comprar en mercado cada diez días el equivalente al PIB anual
de España.
Y los mercados siguieron cayendo. A
mayor caída más se eleva la presión y las expectativas de intervenciones de los
bancos centrales. El mercado lanza órdagos en forma de pánico a los
reguladores. El viernes 20 de marzo la bolsa de EE UU había perdido un tercio
de su valor desde aquel resplandeciente 20 de febrero de máximos históricos.
En tan solo una semana Goldman Sachs ha pasado de estimar una caída del
PIB de EE UU del 5% a una caída del 24%. A 31 de marzo su última estimación es
de un 34%
Durante el fin de semana todo tipo de
bancos de negocios, expertos, y hasta miembros de la propia FED hicieron declaraciones
anunciando cifras de paro, caídas del PIB, cuya lectura dejaba en
estado absoluto de shock.
En tan solo una semana Goldman Sachs
ha pasado de estimar una caída del PIB de EE UU del 5% a una caída del 24%. A
31 de marzo su última estimación es de un 34%.
LA MAYOR INTERVENCIÓN MONETARIA DE LA
HISTORIA
El lunes, tras abrir los mercados de
nuevo a la baja, la FED anunció por sorpresa un nuevo QE. Y
esta vez no pensaba defraudar. Incluía dos novedades muy importantes: la
primera es que su importe es ilimitado. Tal cual. Parece un sinsentido que
en un planeta de recursos finitos lo único ilimitado sea el dinero. En los
medios financieros la llaman irónicamente QEternity.
La segunda novedad es que comprará no
solo deuda pública e hipotecaria como hasta ahora sino también de empresas.
Crea toda una batería de nuevos programas de entre los que destaca uno
destinado eufemísticamente a “grandes empleadores”, esto es, para las grandes
corporaciones. Permite a la FED prácticamente cualquier cosa, desde comprar en
mercado bonos corporativos ya existentes hasta suscribir emisiones nuevas
creadas ad-hoc solo para vendérselas a la FED. Incluso pueden
recibir préstamos directos de la FED, con diferimiento del pago de intereses y
de capital si así lo desean.
El Gobierno de Trump lanza un rescate en toda regla a las grandes
corporaciones, con dos diferencias frente a un rescate “tradicional”: puede
aprovecharse de sus ventajas cualquier compañía, sin necesidad de estar en
dificultades y ya no existe absolutamente nada a cambio
Es un rescate en toda regla a las
grandes corporaciones, con dos diferencias frente a un rescate “tradicional”:
puede aprovecharse de sus ventajas cualquier compañía, sin necesidad de estar
en dificultades, y no exige absolutamente nada a cambio, a diferencia de lo que
suele suceder en los rescates “tradicionales”.
Resultado: la Bolsa estadounidense
tuvo la mayor subida diaria desde 1933. La subida que
ha continuado varios días hasta alcanzar un 20% a cierre de marzo desde los
mínimos de la caída. Y ello, coincidiendo de manera lacerante con el
desbordamiento de contagios y fallecimientos por covid19 por todo el país
Un detalle, que ya no extraña en esta
época de distopías. La FED ha delegado la ejecución del QE en Blackrock, la
mayor gestora de fondos de inversión del mundo. Es decir, ha privatizado la
intervención del organismo supervisor en los mercados. Soberbio. El conflicto
de interés que supone ser a la vez un participante del mercado y el brazo
ejecutor de intervenciones billonarias del banco central es inconcebible.
Todas estas intervenciones de la
Reserva Federal han ido en paralelo al paquete de ayudas aprobado por el
Senado, que asciende a 2 billones de dólares. Es dos veces y media el
equivalente lanzado para combatir la recesión de 2009.
Un detalle, que ya no extraña en esta época de distopías. La FED ha
delegado la ejecución del QE en Blackrock, la mayor gestora de fondos de
inversión del mundo. Es decir, ha privatizado la intervención del organismo
supervisor en los mercados
Aunque la medida que más se ha
publicitado es el helicóptero del dinero que explicaba Yago Álvarez hace
unos días, un cheque directo de 1.200 dólares para cada adulto y 500
dólares para los menores, esto solo representa un 14,5% del paquete. Una vez
más se desvían cantidades ingentes de dinero público hacía las grandes
corporaciones. No es de extrañar siendo Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, que trabajó 17 años para
Goldman Sachs y fundó posteriormente su propio hegde fund o
fondo de alto riesgo especulativo.
La principal medida adoptada por
Mnuchin en la administración Trump hasta la fecha ha sido el masivo recorte de
impuestos a las empresas realizado en 2017, rebajando entre otros un 40% el
impuesto de sociedades. El caso de Fedex es paradigmático: encabezando
el lobby anti impuestos, la compañía pasó de tributar 1.500 millones de dólares
en 2017 a cero el año siguiente.
A principios de 2020 Mnuchin anunció
que estaba trabajando en una segunda oleada de rebajas de impuestos, y como la
primera, tendrá el doble efecto de impulsar el precio de las acciones en Bolsa
—una de las razones que llevó a Wall Street alcanzar máximos históricos en
febrero—, a la vez que se debilitan las arcas públicas.
Entre las partidas de este paquete de
ayuda ya firmado por Trump, hay una partida específica de 61.000 millones para
apoyar a las aerolíneas. Otra partida de 17.000 millones se dirige a “compañías
estratégicas en situación complicada”, que se presume está destinada a Boing.
Tan claro es su destino que Boing ha declarado que solo la utilizará cuando se
eliminen algunas de las obligaciones que conlleva.
CRISIS FINANCIERA FRENTE A CRISIS
CLIMÁTICA
Marzo de 2020 ha sido un mes
vertiginoso en los mercados financieros. Algunas bolsas mundiales llegaron a
perder un 40% de su valor, como en el caso del Ibex 35, y el apoyo con todos
sus medios de bancos centrales y gobiernos han provocado recuperaciones de
hasta un 20%.
Pero no han sido solo las bolsas. El
coronavirus, al igual que ha quebrado por completo las cadenas de producción
globales, ha expuesto nítidamente las múltiples disfunciones de los mercados
financieros también globales hoy en día. Tipos de interés, divisas, oro,
materias primas, todos están sufriendo en mayor o medida colapsos.
A lo largo del planeta se están
ejecutando agresivas intervenciones para literalmente mantener el sistema
funcionando. Algunas de ellas superando claramente la capacidad de un banco central en
solitario, como la realizada el 15 de marzo que ejecutaron de
manera coordinada el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra, el Banco de
Japón, el Banco Central Europeo, la Reserva Federal y el Banco Nacional Suizo.
O tan extrañas como la anunciada el 31 de marzo por la FED,
en la que ante la escasez de dólares a nivel mundial por haberse convertido en
moneda refugio, ofrece cantidades ilimitadas de dólares a cambio de bonos del
Tesoro de EE UU a cualquier otro banco central del mundo. Porque además sin
dólares no hay comercio internacional, aunque ahora esté congelado.
Todas las herramientas que EE UU
desplegó a lo largo de años para salvar a los mercados y salir de la recesión
tras la caída de Lehman Brothers, las han utilizado hora en dosis muy
superiores en apenas tres semanas
Todas las herramientas que la Reserva Federal y el Gobierno de EE UU
fueron desplegando paulatinamente a lo largo de meses e incluso años para
salvar a los mercados y salir de la recesión tras la caída de Lehman Brothers,
las han utilizado hora en dosis muy superiores en apenas tres semanas.
La inmensidad de los recursos
públicos cedidos a las empresas privadas hace no solo criticable las
intervenciones desde el punto de vista moral, sino que muchos piensan que será peor el remedio que la enfermedad.
En el contexto de crisis climática, todos estos programas e
intervenciones apuntalan un sistema productivo y refuerzan a las grandes
corporaciones y algunas de las industrias más contaminantes del planeta
Pero sobre todo, a día de hoy nos
enfrentamos a una crisis climática que requiere transformaciones inmediatas y
radicales en los sistemas productivos, sociales y económicos. Todos estos
programas e intervenciones para soportar a los mercados de valores apuntalan un
sistema productivo y refuerzan principalmente a las grandes corporaciones en
general, y a algunas de las industrias más contaminantes del planeta en
particular.
En EE UU, sin pudor ninguno la
primera industria que se ha propuesto rescatar “aprovechando” el coronavirus es
la de las exploraciónes pretroliferas y fracking.
Y en Canadá exactamente lo mismo.
Aprovechando el coronavirus estamos
viviendo una aplicación acelerada de la doctrina del shock o capitalismo de
desastre. Como relata Naomi Klein en su última entrevista virtual
con El Salto y en el inspirador Decir NO no basta, y anticipando muchas de las
medidas adoptadas estos días, el actual vicepresidente Mike Pence fue quien
encabezó una lista de propuestas que Bush aprobó en respuesta a la catástrofe
del huracán Katrina. En el plano ambiental Pence “consiguió” derogar las
regulaciones ambientales en la costa del Golfo y que se diese luz verde a las
extracciones petrolíferas en el Ártico.
Es estas pocas semanas de crisis,
además de rescatar a la industria del fracking y otros combustibles fósiles
—hundida por la guerra de precios Arabia Saudí-Rusia—, los enormes programas de
estímulos han dejado completamente al margen al sector de las energías
renovables, suspendiéndose o no renovándose incluso incentivos fiscales ya
existentes con anterioridad. Tampoco es de extrañar siendo el director de la
Agencia de Protección de Medioambiente Andrew
Wheeler, quién trabajó entre 2009 y 2017 en un lobby enfocado a
rebajar la legislación medioambiental y a defender específicamente a la
industria del carbón.
Y como ha confirmado Mnuchin el 1 de
abril, ya está trabajando en un segundo paquete de otros dos billones de dólares,
enfocado en la construcción de infraestructuras, lo que sin duda
será un nuevo desastre en términos medioambientales.
El Banco Central Europeo destinará 750.000 millones de euros a comprar
bonos de las principales corporaciones del continente, entre ellas algunas de
las empresas de combustibles fósiles más contaminantes, como Enel, Total,
Repsol, Shell, Naturgy, o ENI
En Europa, el QE anunciado por el
Banco Central Europeo tiene el triste nombre de Pandemic Emergency Purchase Programme (PEPP).
Dispone de 750.000 millones de euros, que se destinarán en gran parte como ha denunciado Ecologistas en Acción, a
comprar bonos de las principales corporaciones del continente —aquí la lista completa—. Entre los
beneficiarios se encuentran algunas de las empresas de combustibles fósiles más
contaminantes, como Enel, Total, Repsol, Shell, Naturgy, o ENI.
El importe del nuevo QE supone 12,5
veces el presupuesto anual de la Unión Europea para crecimiento sostenible. Y
puesto en perspectiva global es una partida inferior a la destinada al rescate
de aerolíneas en EE UU.
En el momento actual las medidas
monetarias y fiscales que están adoptando frente al coronavirus bancos
centrales y gobiernos tienen una escala tan enorme, un sesgo tan acentuado
hacia las corporaciones frente a las personas y están dejando tan de lado la
transición energética que chocan contra los límites del planeta.
¿EL FIN DE LOS MERCADOS FINANCIEROS?
Las intervenciones en auxilio de las
compañías cotizadas con la excusa de evitar el colapso en los mercados
financieros están teniendo unas dimensiones tan desproporcionadas, que
paradójicamente podrían acabar con ellos tal como se han entendido en la
historia del capitalismo.
De hecho, llaman la atención
comentarios incluso desde el sector financiero preguntándose qué sentido tienen
los mercados de valores cuando prácticamente todo estará garantizado por la
Reserva Federal y el Gobierno de EE UU.
Es más necesario más que nunca el escrutinio colectivo del uso de los
fondos públicos y de las políticas monetarias y fiscales. De lo contrario,
cuando salgamos la doctrina del shock, real y financiera, puede haber acabado
con todo
Y mientras, en Europa empiezan a
lanzar globos sonda sobre la posibilidad de que el BCE compre directamente
acciones de las compañías, como lleva haciendo el Banco de Japón diez años en
su paranoia monetaria. De hecho, está entre los primeros diez accionistas en la mitad de
las compañías cotizadas de su país, renunciando además a sus
derechos de voto como accionista y por tanto a la capacidad de apoyar medidas
contra la crisis climática o de buen gobierno corporativo.
El estado de confinamiento físico hace necesario más que nunca el
escrutinio colectivo del uso de los fondos públicos y de las políticas
monetarias y fiscales. De lo contrario, cuando salgamos la doctrina del shock,
real y financiera, puede haber acabado con todo.
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