Revista Crisis
7 abril
2020
El país gobernado por Lenín
Moreno se encuentra colapsado por la pandemia del coronavirus. La respuesta
estatal para el pueblo es nula, aunque los grandes empresarios ya consiguieron
jugosos réditos.
Las imágenes que se viven en estos días y semanas en el Ecuador
-epicentro Guayaquil- estremecen al país y al mundo. La
situación parece sacada de una película distópica, con fallecidxs en las
calles, familiares que lxs creman de manera artesanal, y un Estado que brilla
por su ausencia.
Ante la actual situación
desoladora e indignante, y las condiciones infrahumanas a las cuales se
encuentra expuesto el pueblo de Guayaquil, y en menor medida todo el pueblo del
Ecuador, debemos responder a la incógnita central de la pregunta: ¿cómo pudo
ser que la pandemia se salga tanto de las manos? La verdad es que no
podríamos estar en peores manos que en las actuales, con una administración que
comprende a la salud como una inversión innecesaria, concibiéndola como nada más
que un número rojo entre el “gasto” corriente del Estado.
Más allá de la especulación, este precepto no corresponde a una
falencia accidental del gobierno, ni resulta ser coincidencia alguna:
corresponde directamente al sistema de creencias de nuestras élites políticas y
económicas. Los memorandos firmados con el Fondo Monetario Internacional (FMI),
el Banco Mundial (BM), etc., condicionan al Ecuador a recortar la salud, la
educación, los puestos públicos y demás “gastos superfluos” del Estado. El
gobierno nacional se aventuró a una crisis auto-inducida, justificando los
recortes con meros formalismos con la administración anterior, como suele ser
tan común en el Estado burgués. El neoliberalismo predica una estatalidad
mínima, replegando la asistencia pública y social a lo absolutamente
fundamental, privatizando áreas de competencia del Estado, y relegándolas al
amparo y cuidado de la empresa privada. En tiempos de crisis, llegamos a
conceptualizar la dimensión real a la que conllevan decisiones de índole
política de tal naturaleza, y nos damos cuenta de que el sector privado jamás
podría suplir el derecho humano que presupone el acceso a una salud pública
digna y eficiente.
Al mismo tiempo, en estas semanas
de pandemia se multiplican los despidos. Desde empresas como Confiteca, pasando por empresas
constructoras y florícolas, un sin número de empleadores despide a la totalidad
de su plantel de forma intempestiva, alegando causas de “fuerza mayor”. Tan
sólo en las últimas semanas, en estos sectores se han despedido un aproximado
de 1.300 personas. Estas familias quedan en el desamparo completo ante la clara
falta de medidas estatales que garanticen su derecho a sostener la vida.
En el sector público, el panorama no parece
ser más alentador, aunque despedir a servidorxs públicxs resultaría
desfachatado hasta para el propio gobierno. Sin embargo, se multiplican las
denuncias de impago de sueldos y de pagarés al fin del mes entrante. Esto es
posible a causa del marco legal expedido por el Ministerio del Trabajo, el cual
en aquella ecuación laboral protege únicamente al empresariado y ni en lo más
mínimo a lxs trabajadorxs.
Este es el gobierno del pago de la deuda externa, el cual hace
tan sólo cinco meses hacía recortes en salud y despedía a más de 2.500
servidorxs públicxs, entre enfermerxs, médicxs y especialistas en 2019. Este
también es el gobierno que el año pasado declaraba que era innecesario
construir más hospitales, que la gente se escapa en un hospital de 500 camas,
que mejor pasáramos a la telemedicina.
Un gobierno que se ponía como
objetivo el llegar a ser parte de la Organización Económica para la Cooperación
y Desarrollo (OECD), ahora no sabe qué hacer con lxs muertxs en las calles de
Guayaquil. Familiares
desesperadxs y doloridxs dejan en la acera a cuerpos con días de
descomposición, o proceden ellxs mismxs a cremarlos. Todo,
ante la ineptitud y la falencia estructural de las autoridades “competentes” y
el gobierno nacional, que con absoluta mediocridad ni siquiera ha podido dar
respuesta a la emergencia sanitaria que vivimos. Un gobierno que se quería
auto-catapultar a la ilusión efímera del “desarrollismo”, entrará en la
historia como el gobierno que prefirió el pago a la deuda externa a las vidas
de su pueblo.
En las propias palabras del
presidente Lenín Moreno: “Es el momento de decir la verdad”. El sistema de salud del
Ecuador no colapsó con la llegada del Covid-19. La pandemia ya se enunciaba a
mediados de enero de este año, y el Estado no precauteló un escenario que, en
aquellos, momentos ya era predecible. La verdad es que
cuando la pandemia irrumpió en Ecuador, nuestro sistema de salud ya se
encontraba colapsado y precarizado a más no poder.
Dejando todo esto de lado, las
autoridades gubernamentales siguieron insistiendo en disminuir el tamaño del
Estado para beneficiar -como siempre- a la oligarquía local y contentar a la
oligarquía crediticia del norte. En tres años, el gobierno de Moreno redujo un
promedio del 30 por ciento del presupuesto en salud.
El consecuente, sistemático y progresivo desmantelamiento de las
instituciones públicas terminó por generar el caos, la conmoción social y las
escenas de desolación que vivimos hoy en Guayas y otras regiones del Ecuador. La
situación en la que nos encontramos como sociedad, es únicamente crédito de
Lenín Moreno, María Paula Romo, Paúl Granda, Paúl Jarrín, Richard Martínez y de
Otto -“el de la foto”- Sonnenholzner.
Que el pueblo no se olvide de lxs
responsablxs por lxs muertos en las calles, los hospitales colapsados y la
infraestructura en salud desmantelada, con la que el Ecuador afronta en estos
momentos el desafío humano de mayor trascendencia desde la Segunda Guerra
Mundial. Que no se
nos olviden las caras del gobierno que dejó morir a su pueblo, al que le
importó más el obedecer a nuestros deudores que al soberano.
En estos términos, no queda nada
por esperar de un Estado que nos condena a la muerte, que antepone intereses
económicos y crediticios a la vida. Ahora que los recortes, los despidos, las
condonaciones de impuestos por 4.600 millones de dólares a lxs industriales y
lxs banquerxs en 2019 ya no son reversibles, el único consuelo que ofrece el
gobierno al pueblo es una caja de cartón en la cual enterrar a sus muertxs. El
neoliberalismo mata.
En términos históricos y globales,
nos encontramos ante una decisión que marcará un antes y un después para
nuestra existencia. El panorama actual que vivimos en el Ecuador es tan sólo
una expresión más del capitalismo, que nunca respondió a las demandas del pueblo.
Ante las opiniones que prefieren imaginar el fin del mundo antes que el fin del
capitalismo, no cabe duda de que se trata de un ahora o nunca. Llegó la hora de
pensar y practicar formas alternativas de sostener la vida en comunidad y
solidaridad: un proyecto diametralmente opuesto al que nos ha llevado hasta
aquí. Llegó la hora de organizarnos por la vida.
Publicado originalmente en Revista Crisis
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