Escribe:
Milcíades Ruiz
El próximo
15 de mayo, se cumple un aniversario más de la súbita desaparición del poeta
revolucionario Javier Heraud Pérez, ocurrida en una incursión guerrillera desde
la selva boliviana, en la frontera con Puerto Maldonado, en 1963. Eran tiempos
de fervor revolucionario despertado por la Revolución Cubana que emprendió
Fidel Castro. Eso es lo que Javier, soñaba para el Perú.
Con sus veinte
años a cuestas, iba camino a la universidad. ¡Espera! Espera. ¿Escuchas? Sí,
viene de las profundidades. Es el sollozo de los pobres. ¡Pero hombre, tenemos
que ayudar! No, Javier. Es muy peligroso. Los torturadores, te perseguirán, te
darán con todo y te matarán. Dirán que eres subversivo. ¡Pero, caramba, es un
clamor! ¡Por favor! ¡Yo sí tengo que ir! No los puedo abandonar. No tengo miedo
de morir.
Era lo mismo
que le pasó al poeta José Martí que, a los 17 años fue enviado a prisión, lo
sometieron a trabajos forzados y lo deportaron por escuchar el clamor del
pueblo cubano que, buscaba liberarse del coloniaje español. Pese a ello,
regresó y fundó el Partido Revolucionario Cubano y se alzó en armas, siendo
abatido por las fuerzas realistas.
Los tiempos
de revolución remueven conciencias y conmueven a los más sensibles. Poetas hay
muchos, pero pocos los que escuchan el clamor popular y asumen los retos de su
tiempo histórico. Eso fue lo que hizo sin dudar, el poeta Mariano Melgar, al
alistarse en las huestes de Pumacahua, cuando la revolución cusqueña de 1814,
enarboló las banderas de la revolución liberal constitucionalista. Murió
fusilado en el campo de batalla de Umachiri, Ayaviri, Puno, el 12 de marzo de
1815.
Aunque
parezca paradójico, los poetas revolucionarios van a la guerra por amor. No por
ella en sí, que solo es un paso obligado a su reverso, donde florece el amor en
todo su esplendor, libre de depredadores. Tienen el instinto del salmón.
Regresan a sus orígenes, yendo contra la corriente en agua dulce, escalando
pasos letales, para llegar a la fuente del amor donde desovando, se alcanza la
dicha plena.
Aquellos
poetas revolucionarios, eran los héroes del amor, a los que Javier admiraba.
Mientras los opresores nos ponían como paradigma a “Superman”, él se regocijaba
con los versos de Antonio Machado, el poeta antifascista de las filas
republicanas en la guerra civil española. Este, había escrito sobre “El poeta y
el pueblo”, “El hombre que murió en la guerra” y alusiones a las hazañas del
legendario Cid Rodrigo Díaz de Vivar. Ello, caló en el sentimiento de Javier y
de allí, tomó más tarde su “nombre de combate”.
A inicios de
la gloriosa década de 1960, Javier estaba en la encrucijada revolucionaria que
convulsionaba los claustros de San Marcos, por el auge justiciero de la
Revolución cubana y sus figuras legendarias. Mientras el gobierno de la
oligarquía, rompía relaciones diplomáticas con Cuba por mandato imperialista,
la isla revolucionaria ofrecía ayuda a los estudiantes peruanos que quisieran seguir
carreras profesionales.
Esta fue la
oportunidad que Javier aprovechó en 1962, cuando con otros estudiantes accedió
a dichas becas universitarias. Aún recuerdo aquellos días juveniles, que han
quedado grabados en mi memoria del siguiente modo:
Un estruendo/remeció
América/asustando oligarquías. /Era Fidel justiciero. / ¡Patria o muerte! /
¡Venceremos!
El pueblo
aplaudía/algarabía estudiantil. /De pronto escuchamos/ “Esta es,… Radio Habana
Cuba”,/becas universitarias para peruanos./Allí estaba Javier Heraud.
Tras la
muerte del verano, /el otoño de 1962 había llegado. /Había que partir/hacia el
país solidario/que nos brindaba, /lo que el nuestro, nos negaba.
Cerraron el
aeropuerto/por maldad imperialista/Arica era una ventana. /Por ahí, nos
descolgamos. /La bandada de tórtolos,/ estaba alborozada.
Fotos para
el recuerdo, /y de nuevo a volar, /como aves migratorias/de instinto
socialista. /Gorjeando a lo Mozart/queríamos llegar ya.
Los andes
quedaron atrás. /Nos zambullimos en el Caribe, /al fondo estaba Cuba.
/Bulliciosa en el ensueño, /de una revolución increíble. /Inmensa nuestra
felicidad.
No era un
viaje cualquiera/Javier Heraud lo sabía. /La consciencia nos conminó. /Hicimos
la barca de regreso, /Ejército de Liberación Nacional, /y nos evaporamos.
Fuimos rocío
de otoño, /en la selva boliviana. /Camino a la frontera, /iba Javier, rio
arriba, /entre pájaros y árboles, /sin tener miedo de morir.
Pisando
suelo peruano, /se escucharon disparos. / “A mi patria la defiendo/con mi
vida. /No me importa lo que digan/los traidores”.
Su lecho fue
un río, /como él lo fue, /y lo sigue siendo. /De sus aguas bebemos, /por sed de
justicia. /Irriga nuestros ideales, /reverdece esperanzas.
Javier no se
ha ido, /está siempre con nosotros, /como lo está en este instante. /Te lo digo
Javier, en presente, /quienes hablan de tu muerte/no te conocen.
No saben que
vives, /en la memoria del pueblo, /que sigues escribiendo/a través de otros
poetas, /que sigues luchando/alentando juventudes.
Estás, en
toda protesta social, /en cada rebeldía popular. /Lo conseguiremos Javier/y el
pueblo será feliz. /No más, injusticias. /No más, sufrimientos.
Gracias por
lo que hiciste, /por lo que estás haciendo. /Por lo que sembraste. /Volveremos
a encontrarnos, /andando sobre tus huellas, /hasta siempre, compañero
“Rodrigo”.
Mayo 8, 2020
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