Opinión
14/05/2020
Entre el 26
de marzo al 27 de mayo de 1871 ocurre en París la última insurrección popular
europea del siglo XIX. Este acontecimiento histórico es analizado por Karl
Marx, quien considera la acción de los obreros parisinos como un “asalto a los
cielos”. Ante el Consejo General de la Asociación Internacional de los
Trabajadores, Marx llegará a destacar, entre otros elementos de importancia,
que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la
maquinaria del Estado y servirse de ella para sus propios fines”. Los
integrantes y defensores de la Comuna de París llegarán a entender que no
bastaría con solo tomar el poder y, en consecuencia, se impusieron actuar para
hacer factible una revolución social, política, cultural y económica
profunda.
Entre las
medidas revolucionarias adoptadas por la Comuna de París resaltan la supresión
del ejército regular y, en su lugar, se proveyó de armas al pueblo para su
defensa; la elección por sufragio universal de consejeros municipales, quienes
serían responsables de sus respectivas gestiones ante sus electores y podrían
ser relevados directamente en el momento que los mismos así lo decidieran.
Estos procedían de la clase trabajadora y formaban parte, al mismo tiempo, del
poder ejecutivo y del poder legislativo. Todas las estructuras y funciones del
Estado pasaron a control directo de la Comuna: la policía, los jueces, los
magistrados y los servicios públicos. Los funcionarios públicos percibirían
salarios iguales a los de los obreros; de este modo, se eliminaría la
segmentación usual, de naturaleza económica y social, entre representados y
representantes, impidiendo el desvío de los intereses que estos últimos
debieran siempre defender y promover a favor de las mayorías. La Comuna de
París decretó, asimismo, la separación entre la Iglesia Católica y el Estado, lo
mismo que la expropiación de todos sus templos, en vista que el clero
constituía una corporación conservadora de amplio poder e influencia entre los
sectores populares, en beneficio de los intereses de los sectores dominantes.
Instituyó, igualmente, la educación de forma absolutamente gratuita para la
población en general, despojándola de su carácter elitesco.
Todo ello
representó un gran avance en cuanto al significado y a los logros de la
revolución social en general. La Comuna de París era primordialmente un
gobierno de la clase obrera. Fue la manifestación política de la lucha de
clases, sostenida desde largo tiempo entre productores y capitalistas
expropiadores, en lo que sería el establecimiento de una república social y la
emancipación definitiva del proletariado en relación con la hegemonía del
capital, lo que terminaría por extenderse también al campesinado en una alianza
social que aboliría para siempre la dominación de las clase tradicionales.
Sin embargo,
sus esfuerzos revolucionarios fueron truncados de manera brutal por los
sectores reaccionarios franceses. Derrotados por las fuerzas alemanas, ahora
eran sus aliadas, lo que les permitió emprender una ofensiva sin
contemplaciones de ningún tipo contra los integrantes y defensores de la Comuna
de París. Algo que, con pocas variantes, se repetiría posteriormente con el
surgimiento de la Unión Soviética, así como en la mayoría de las naciones que
lucharan, en guerras asimétricas, contra las opresiones colonialistas e
imperialistas. No es casualidad que el legado y la experiencia de la Comuna de
París cobren vigencia cuando los pueblos siguen confrontando a los sectores
dominantes y al sistema capitalista -ahora global- en demanda de una mayor
participación y protagonismo en los espacios y en las decisiones que, de uno u
otro modo, afectan su existencia. Su contribución a la lucha por una democracia
real es, por consiguiente, innegable, lo que hace de este acontecimiento
histórico uno de los de mayor renombre e influencia al momento de definir las acciones
que harían posible una verdadera democracia entre
nosotros.
https://www.alainet.org/es/articulo/206560
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