Martes.26
de mayo de 2020
Transcripción de una charla de Marc Badal.
Ekintza Zuzena, nº 44.
Intervención de Marc Badal durante las jornadas de
la Universidad Autónoma de Madrid: «Vivir (bien) con menos» (2015). Nótese que
se trata de notas elaboradas a partir de la transcripción de una charla. Queremos
remarcar que el tono del texto en el que se basa esta charla es muy distinto a
como es presentado en público por el autor.
En los últimos
tiempos cada vez hay mas gente que plantea que una de las soluciones a esta
crisis civilizatoria es irse al campo y crear proyectos autogestionarios,
relocalizar la economía, potenciar lo agrario, la agroecología, la soberanía
alimentaria, etc. Esto ha llevado a que se produzca una explosión de todo lo
que se ha venido a denominar otros modelos alimentarios, circuitos cortos de
comercialización, grupos de consumo, nuevas experiencias de producción agraria,
etc. Se ha generado, por tanto, una nueva situación en la que estos temas están
más o menos de moda y en la que mucha gente se va al campo llena de ilusiones.
«Neorrurales» es
una palabra con la que se suele denominar a este grupo humano que, por otro
lado, es absolutamente heterogéneo. De todas formas, a pesar de esta
heterogeneidad, compartiríamos la idea de que se está dando una proyección en
el medio rural de una especie de construcción imaginaria que cada uno recrea a
su manera, pero que, en cierto modo, es la que te alienta a dar este paso.
Digamos que en el medio rural esperamos encontrar lo que la ciudad nos niega,
una veces son expectativas revolucionarias, otras, encontrarse a si mismo, o
buscar un empleo, o pagar un alquiler más barato, o no pagarlo porque vas a
casa de un familiar que vive en un pueblo, etc.
En cualquier caso,
este no es un fenómeno nuevo porque ya desde los años 60, 70 y 80 en nuestra
realidad territorial hay gente que viene dedicándose a estas actividades. Se puede
decir que venimos a reproducir una larga tradición, una cierta visión
idealizada, o bastante dulce, de lo que es el medio rural. En este sentido, los
hippies de ahora o los alternativos agroecológicos, los anticapitalistas, los
okupas rurales o lo que seamos, venimos a ofrecer una nueva versión, una nueva
variación de este ritornelo que se ha reproducido en divrsos momentos de la
historia (antigüedad griega, romana, edad media, Al Andalus, toda una corriente
de poesía inglesa del s. XVIII y XIX vinculado al Romanticismo, los naródniki
rusos etc).
Mientras en los
años 60, 70, 80 la vuelta al campo se había encarnado sobre todo en la figura
de los hippies, de las comunidades o comunas rurares. A mediados de los 90 el
monopolio de lo rural alternativo lo tomó un grupo de personas cercanas a
espacios libertarios o antagonistas, para desplazarse el foco en los últimos
años más hacia lo que se ha venido en llamar movimiento agroecológico,
experiencias de producción y distribución en circuitos cortos, de cooperativas
de consumidores y productores, redes de semillas, etc.
Por otro lado, en
los últimos tiempos se ha obrado una suerte de metamorfosis en la que el campo
ya no rima con trabajo extenuante, chismorreo, beatería, caciquismo. Ahora de
repente el campo rima con saludable longevidad, sostenibilidad ecológica,
libertad individual, expresión de uno mismo, satisfacción personal, etc. Todas
las políticas de erradicación agraria, que también se suelen llamar de
desarrollo rural, han favorecido áreas como el turismo rural, además de una
serie de mecanismos para impulsar esta nueva imagen que corresponde muy poco a
las de películas que hace unos años retrataban a los catetos que venían a la
ciudad.
Sin embargo, creo
que la imagen que se nos presenta o que nos hemos montado del campo tiene
bastante poco que ver con lo que realmente existe en el medio rural o lo que se
está imponiendo. Es decir, en el campo hace tiempo que la tierra ha dejado de
ser el eje que vertebra lo económico, lo social y lo cultural. En el campo
existen infraestructuras de comunicación, instalaciones que molestan en las
áreas urbanas y se instalan en esos sitios «vacíos». También en algunas zonas
privilegiadas el campo se ha convertido en una especie de espacio vacacional,
en otras se siguen produciendo mercancías, pero que en general tienen poco que
ver con la alimentación de las personas que viven más o menos cerca: se produce
etanol o celulosa o piensos transgénicos. Entonces, esta realidad contrasta
fuertemente con la imagen proyectada. Aun y así el mecanismo funciona porque la
ruralidad se ha convertido en una especie de isla de alteridad en medio de una
cultura dominante absolutamente urbana, con lo cual es automático el efecto de
que lo rural se convierta en un exotismo. Es precisamente este exotismo de lo
rural es el que también en cierta manera nos lleva a los más idealistas y
transgresores a dar este paso.
No solo es que la
realidad rural no coincida con la imagen de postal, sino que, como decía
Debord, la barrera entre lo urbano y lo rural, si alguna vez ha existido, se ha
desgajado por el hundimiento simultáneo de las dos realidades.
Los suburbios, ya
sean de los 60, 70, 80 o los de ahora de la plena crisis, en cierto sentido
representan la síntesis de este hundimiento y son el sumidero de antiguos
campesinos. Somos los huérfanos del mundo campesino desaparecido hace cuatro
días ante nuestras narices y la gente que estamos aquí, de primera, de segunda
o de tercera generación, a no ser que descendamos de hidalgos o de altísima
burguesía, todos somos hijos o nietos de campesinos. Naredo hace años ya
escribía que el paisaje rural cada vez se parece mas a un híbrido entre un
vertedero y un solar abandonado. Yo diría que no solo en lo ecológico, sino
también en lo social. Cada vez más lo rural se ha convertido en una mala copia
de lo urbano. Nos hemos quedado con lo más cutre y además –y yo creo que eso es
algo común en la ciudad- con un proceso galopante de desintegración de todos
los tejidos sociales.
Tópicos y
nubarrones
Uno de los tópicos
que se suele mencionar es que irse al campo es la hostia porque para empezar
necesitas mucho menos dinero porque te abasteces de los ecosistemas locales en
vez del mercado y del Estado, te conviertes en mucho más autosuficiente, menos
dependiente, en cierto modo que te desconectas, pero esto no es cierto. No hay
nadie, ni los que vivimos en la montaña lejos de las ciudades, ni los
productores de agricultura ecológica que no dependamos entera y completamente
del petróleo. En casi todos los trabajos y las tareas que realizamos en el día
a día necesitamos materiales, herramientas, maquinaria, combustibles,
transportes, etc. Se podría decir quizás que estamos relativamente más cerca de
una situación post-petróleo, pero si el paso a hacer sería, por poner un símil,
tener que cruzar un río de un salto, pues tal vez nuestro río tiene 50 metros
de ancho en vez de 200 metros de ancho, pero igualmente el salto es imposible.
Es decir, estamos tal vez relativamente más cerca, pero en términos absolutos
nos encontramos en una encrucijada no muy diferente a la que se encontraría un
productor convencional de gran escala.
Además, en el
entorno aparecen ciertos nubarrones que nos hacen muy incierta la producción a
medio y largo plazo, como sería la degradación ecológica galopante del entorno
en el que habitamos. Ya no es solo la cuestión del cambio climático, sino la
simplificación y la degradación de los ecosistemas lo que nos depara gran
incertidumbre a nivel de manejo de nuestros cultivos. A ello hay que añadir el
etnocidio campesino, la desaparición del campesinado europeo en la últimas
décadas nos deja también desvalidos de la herramienta seguramente más
importante con la que podríamos contar para una agricultura post-petróleo, que
serían los conocimientos tradicionales de la producción alimentaria en una
época en que no se necesitaba petróleo para producir alimentos.
Otro nubarrón
podría ser seguramente el incremento del control estatal de todas nuestras
actividades. Hasta ahora hemos conseguido que nuestras actividades se muevan en
una especie de limbo fiscal y legal, como una cosa microscópica que no molesta
a nadie y que se tolera, pero en Catalunya hace unos años ya empezaba a sonar
la mosca de que la Generalitat quería empezar a hacer un censo de las
iniciativas agroecológicas en el área metropolitana de Barcelona, lo que podía
entenderse como un paso previo a otro tipo de medidas de control.
No solo tenemos
limitaciones materiales o económicas, sino que progresivamente nos cuesta más
distinguir nuestras propias experiencias de otras que cada vez se parecen más a
lo que hacemos. Distinguir entre estar en una cooperativa de producción y
distribución de alimentos ecológicos o ir a comprar un producto ecológico en el
Carrefour es bastante sencillo. Sin embargo, cada vez es más difícil
diferenciar entre proyectos que honestamente persiguen una transformación
social a través de lo agroalimentario de proyectos empresariales que van
adoptando el discurso y algunas prácticas similares.
Otro de los
tópicos y a la vez uno seguramente el gran talón de Aquiles de nuestras
experiencias es la idea de que supuestamente cuando te vas a vivir al campo
ingresas en un estadio moralmente superior que te hace un poco librarte de
todas las miserias, de todas las actitudes vergonzantes que nos han inculcado
desde que nacimos en el quirófano, como si un cambio de escenario podría
generar una especie de ser humano nuevo. Esto no solo no es cierto, sino que es
el principal problema que tenemos. No únicamente la gente que vivimos en este
tipo de experiencias, sino que a nivel social, nos cuesta muchísimo estar con
alguien y hacer cosas con otras personas. Esta es la primera causa de abandono
y de conflictos de estos proyectos.
En relación a la
acción política, intentar cualquier tipo de actividad por muy subliminal que
sea en el medio rural, me refiero a los que hemos llegado de fuera con ideas
bastante estrafalarias, es algo sumamente delicado y que requiere de una
maestría que excede nuestras capacidades. Entonces construir complicidades y
tejer alianzas es muy complicado. Hay que ser consciente además de que a la
mínima de cambio se pueden ir al traste, especialmente cuando hay situaciones
de tensión y sobre todo cuando la gente que llegamos de fuera no movemos ni una
coma para cambiar nuestras actitudes y nuestro discurso..
Para terminar, a
veces tengo la sensación en algunos autores muy concretos, pero que en ciertos
ambientes han sido bastante leídos, presentan la ida al campo como LA solución.
En este sentido, los neorrurales podríamos pensarnos como una especie de
jardineros de edenes que vamos allá e intentamos construir nuestros pequeños
mundos. Por otro lado, hay otra gente que yo denominaría planificadores
territoriales o urbanistas de edenes que se atreven o que tienen la pulsión de
presentarnos los rasgos bastante concretos y definidos de una realidad
post-capitalista, post-fósil, post-industrial, o lo que sea. Yo entiendo que
puede tener cierta utilidad este tipo de ejercicios, pero a veces tengo la
sensación de que existe la necesidad o exigencia por parte de la audiencia de
que le ofrezcan soluciones, y a poder ser LA solución. Todos estos planes tan
bien montados, tan bonitos, mezclados con una especie de optimismo compulsivo
que en los entornos agroecológicos y ecologistas es bastante habitual y que
desgraciadamente no comparto, generan una síntesis que en mi opinión dificulta
bastante el hecho de afrontar la autocrítica y la reflexión sobre nuestros
propios límites como algo que lejos de ser paralizante parece que ayuda un poco
a entender de dónde venimos y dónde estamos.
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