29/07/2020
Foto: https://www.elquintopoder.cl
Desde hace 200 años que en los Estados Unidos de
América se cultiva un virus económico que se hizo epidemia económica que se ha
contagiado al resto del mundo.
Esa enfermedad fue diagnosticada en 1919 por
Sismondi, en su libro Nuevos Principios de Economía Política. Ese
libro aborda, por primera vez, el principal problema económico de nuestro
tiempo: la concentración de la riqueza en pocas personas. Otro problema moderno
que aborda Sismondi es el desequilibrio entre consumo y producción; eso que
ahora llaman burbujas.
Hace 200 años que Sismondi publicó esas denuncias:
la distribución de la riqueza entre la población y la sobreproducción que
impulsa el imperialismo.
Sismondi fue un historiador y economista ginebrino,
de cuyo libro tanto Marx (plus-valía), como Keynes (salarios son el mercado)
sacaron sus ideas más válidas.
Sismondi señaló entonces la causa del error básico
que causa la epidemia de burbujas que desordena la vida económica mundial.
Sismondi dijo que la abundancia de capitales
conduce a inversión en bienes de capital para aumentar la producción, sin que
haya un aumento igual en los ingresos en la población que amplíe el mercado.
Ese modo de proceder procede de un disparate
llamado Ley de Say.
Jean Baptiste Say es el padre de lo que se conoce
como Supply-side Economics (Economía de la Oferta). Say dijo que el equilibrio
entre oferta y demanda era irrelevante, porque toda producción crea su propio
mercado.
Ese enunciado, aprobado por David Ricardo, se
enseña como ciencia en las escuelas de negocios norteamericanas, bajo el nombre
de Ley de Say. Sismondi denunció, en 1819 que esa expectativa empresarial era
una grave equivocación.
Como Ricardo aprobó lo que Say decía, esa doctrina
fue tomada por buena por los economistas liberales norteamericanos. Tal vez,
porque al inicio era conveniente para el desarrollo de cualquier clase de
industria en el nuevo país, que al alba de la revolución industrial, aún
producía muy poco.
El disparate de Say impulsó una sobreproducción
endémica en la economía norteamericana, reportada, en el siglo XIX, por
observadores extranjeros, que veían sucederse las quiebras en la Bolsa de New
York.
En Estados Unidos, la espontanea sobreproducción
impulsada por la abundancia de capital asumió el rango de doctrina oficial en
la época de Reagan, allá por los años ‘80. Se le llamaba Reaganomics o Supply-side
Economics (Economía de la Oferta).
La sobreproducción generó la política de dumping de
productos en el mercado internacional, que es típica de la política comercial
de los Estados Unidos. Esas exportaciones, ese modo de proceder, son un modo de
arruinar a las industrias nacientes y los competidores en otros países. El
dumping es una característica de la política comercial de Estados Unidos tan
notoria que sus exportaciones subsidiadas de origen agrícola arrasan a las
zonas rurales de los países en desarrollo cuya base económica es la
agricultura; y que la Organización Mundial del Comercio (OMC) convocó la Ronda
de Doha con el fin específico de negociar la reducción de los subsidios a las
exportación de productos agrícolas de Estados Unidos y de la Unión Europea.
La creencia en Say conviene para movilizar capitales
ociosos en países donde la riqueza está concentrada en grandes fortunas
financieras informatizadas que quieren transformar los capitales intangibles
del mundo financiero en bienes tangibles de la economía real.
Hasta allí, el asunto es inocuo y puede ser
beneficioso porque la inversión de capitales en bienes de capital genera un
aumento momentáneo del empleo.
El peligro comienza cuando el aumento de la
producción generado por la inversión no corresponde a un aumento estructural
del ingreso en manos del público (salarios) porque la nueva producción no
encontrará compradores; eso produce una sobre-oferta que ahora llamamos
burbujas.
Los capitales que provienen del ahorro generado por
ganancias de actividades empresariales exitosas no son un peligro, porque
siempre van a ser orgánicos a la economía y tienen límite natural.
Lo peligroso, son los capitales artificiales que
provienen de la creación inorgánica ilimitada de dinero sin respaldo. El
desorden económico mundial proviene de los capitales inorgánicos creados con un
golpe de tecla, que abusan del crédito fiduciario acordado a un dinero sin
respaldo, lo que en términos simples, concretos, reales no es otra cosa que
deuda. Deuda que se multiplica geométricamente cuando esos créditos se usan para
juegos especulativos en las bolsas financieras.
Los excesos de producción típicos de la Economía de
la Oferta hacen necesario estimular la compra con ventas a crédito. Ventas a
crédito de productos que el público no necesita causan el endeudamiento excesivo,
que conduce a las típicas olas de quiebras personales que contraen el mercado.
Sin ventas al público; los comerciantes y
productores a su vez quiebran. Los créditos financieros no se pagan. Los bancos
a punto de quebrar, piden ayuda a los gobiernos que luego emiten dinero
inorgánico para salvar a los bancos y evitar el colapso de un sistema
financiero encadenado a escala mundial por deudas contraídas los unos con los
otros en las bolsas financieras internacionales.
Los bancos centrales nacionales tienen la función
de vigilar y garantizar la solidez de las operaciones financieras, para que no
afecten el valor y poder adquisitivo de las monedas nacionales respectivas.
Pero con el dogma de la independencia de los Bancos
Centrales en un sistema monetario internacional basado en el dólar, éstos ya no
son más que dependencias de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
La Reserva Federal no pertenece al pueblo de
Estados Unidos. La Reserva Federal pertenece a un consorcio de grandes bancos
privados norteamericanos fundado en 1913. Desde entonces, ese consorcio privado
usurpó la función de emitir dinero por cuenta del gobierno norteamericano,
función que por ley corresponde a la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos.
Para consolidar el predominio de la Reserva Federal
sobre los bancos centrales nacionales, se inventó el dogma de que los bancos
centrales deben ser independientes de las políticas económicas de los gobiernos
respectivos. Ese dogma los convierte en dependientes de la Reserva Federal. La
dependencia se acentuó desde que (1971) la Reserva Federal emite dólares sin
una garantía de valor en oro. Ahora, la función de los bancos centrales en los
países vasallos de Estados Unidos es la de mantener el valor de cambio de un
dólar fiduciario (basado en el crédito).
Para evitar el colapso del dólar, los bancos
centrales deben replicar en moneda nacional la emisión de dólares sin respaldo
por la Reserva Federal, para que pueda mantenerse un tipo de cambio
relativamente estable. Con una especie de devaluación colectiva, para salvar el
prestigio del dólar, se erosiona deliberadamente el valor real de los ahorros y
salarios del resto del mundo.
La función del Banco Central Europeo ya no es la de
mantener el poder adquisitivo de los salarios europeos. Su función ahora, como
se vio en 2008, es de emitir con el pretexto de salvar a los bancos, una masa
monetaria equivalente a la emitida por la Reserva Federal para salvar a los
grandes bancos de Wall Street. Con la emisión de una masa monetaria
equivalente, se evitaba un ascenso del Euro con respecto al dólar.
Para tener una idea de lo que hubiese sucedido si
el BCE no hubiese emitido una masa monetaria inorgánica (deuda) equivalente a
la emitida por la Reserva Federal, basta con mirar lo sucedido con el Banco
Central de Suiza. Los suizos sólo emitieron unos pocos millardos de francos
para salvar al UBS de la quiebra.
Antes del 2008, un dólar valía 1,86 francos suizos.
Después de la crisis el dólar valía la mitad, apenas 0,90 de franco suizo.
El poder de compra de los ahorros y salarios suizos
no solo se mantuvo, sino que aumentó con la depreciación general de las otras monedas
nacionales sacrificadas para salvar el dólar.
La causa básica del anunciado desastre económico
internacional que se avecina es el colapso del dólar bajo el peso de sus
deudas, aunque para disimular la causa real se atribuirá el colapso a las exageradas
medidas de secuestro de libertades tomadas bajo el pretexto de protección
contra el COVID-19; para lo cual se asusta deliberadamente al pueblo
presentándolo como una enfermedad mortal, sin que lo sea. Su tasa de mortalidad
no llega al 5%
El único remedio que veo para la inmensa crisis
económica internacional que va a estallar es volver al patrón oro y devolver a
la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos las funciones que le asigna la
Constitución de Estados Unidos. Eso no va a suceder. El otro remedio es que los
Estados Unidos pierdan la guerra que vendrá.
Tengo entendido que a John Kennedy lo mataron
porque pensaba devolver a la Secretaría del Tesoro su función legal de órgano
emisor y eso cuando el dólar aún tenía el respaldo del Patrón oro ($35/oz.)
acordado en Bretton Woods.
El más beneficiado con la desaparición de los
Kennedy fue el consorcio de bancos dueños de la Reserva Federal
La acumulación de las riquezas en el estado, no es
el fin del gobierno, sino la participación de todos los ciudadanos en los goces
de la vida física, que la riqueza representa.”, J.C.Sismondi. (Nuevos Principuios de Economía.
(cap.II, Lib.1)
Un objetivo aún ausente en la mayoría de las
políticas económicas del mundo occidental avasallado que sacrifica el bienestar
de su gente al esfuerzo financiero de mantener la supremacía toxica y corroída
de la Reserva Federal y del US dólar.
Almeria
23/07/2020
https://www.alainet.org/es/articulo/208154
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