22 JULIO 2020
Los
tartamudeos de la historia a menudo acaban en farsa, pero no siempre ocurre
así. La secuencia abierta en 2008 fue trágica. La mayor crisis financiera desde
1929 precipitó a las economías del Atlántico Norte en una gran recesión cuya
onda expansiva culminó, en el flanco izquierdo, en el bloqueo monetario de
Grecia y la rendición de Syriza y luego, en el flanco derecho, con el giro de
una serie de países, incluidos Estados Unidos y Gran Bretaña, del centro
extremo a un nuevo tipo de nacionalismo.
La
secuencia abierta en la primera mitad de 2020 es ya un cataclismo mundial que
afecta a nuestros sistemas sociales y políticos en su globalidad. En respuesta
a la epidemia de COVID-19, «el gran encierro», como lo ha llamado el FMI, ha
precipitado una dislocación simultánea de las relaciones fundamentales del
capitalismo globalizado. Caída del PIB, desempleo, explosión de la pobreza,
retroceso del comercio internacional, congelamiento de las inversiones… De
marzo a mayo, en el espacio de tres meses, estas variables se degradaron a una
velocidad inaudita, con mucha mayor rapidez y mucha más fuerza que en la década
anterior.
En
2009, el PIB mundial cayó un 0,5% y debería caer un 6% este año. Para la OCDE
en su conjunto, la disminución será del 7,5% (Figura 1) e incluso del 11,5%
para los países de la zona euro. El retorno al nivel de producción de 2019 no
se espera hasta 2022, y aún solo en el caso de que no haya una segunda ola de
la epidemia.
La violencia del frenazo fue una gran bocanada de
aire para los ecosistemas. Pero para el sistema capitalista es un shock tal que
cualquier forma de recuperación ahora solo podrá ser caótica, frágil y
prolongada. Mientras tanto, las apariencias de normalidad mercantil siguen
pendientes de una intervención de los poderes públicos cuya amplitud evoca en
ciertos aspectos las economías de guerra .
Desde
un punto de vista económico, COVID-19 es, por lo tanto, un acontecimiento de
una extraordinaria importancia. Sin embargo, las turbulencias en las que nos
hemos precipitado no se limitan a este dramático momento. Los datos dan fe de
una larga tendencia a la baja de la tasa de crecimiento desde la década de
1960. Década tras década, la gran fatiga del capitalismo se agrava. Brutalidad
del acontecimiento, tenacidad de la larga ralentización: es a la luz de esta
doble perspectiva como debemos pensar la coyuntura.
Figura 1: Crecimiento del PIB en los países de la OCDE desde 1961: datos anuales y medias por decenios (OCDE, pronóstico para 2020).
Global en lo neoliberal
No
hay una «buena dirección» para abordar a un monstruo así, pero como tenemos que
tratar de orientarnos, comencemos por lo que sabemos: el neoliberalismo, el
campo de batalla que abarca y la forma en que el seísmo actual está
reconfigurando el terreno. La hipótesis que quiero defender es que esta crisis
sanitaria que se ha convertido en una catástrofe general marca la segunda
muerte del neoliberalismo.
El principio de legitimación ideológica del
neoliberalismo es la idea de retribución en función del rendimiento en el contexto de la competencia. Durante la
última década, este mito movilizador seguía gesticulando. En países como
Francia, el registro de la austeridad y el de la Start-Up nación
producían incluso una aceleración de las reformas. Hoy, en ciertos aspectos, el mundo macroniano de
después recuerda furiosamente al de antes. En nombre de la protección del
empleo, Muriel Penicaud promueve una epidemia de bajada de salarios en
el marco de los acuerdos de rendimiento colectivo a nivel de las empresas. Al mismo tiempo, los bricolajes de contabilidad del gobierno tienen el
efecto de cargar al máximo la barca de la deuda de los organismos de protección
social para que sean más frágiles. En resumen, el aumento de la
mercantilización de la relación salarial permanece en el orden del día.
Sin
embargo, si ampliamos el foco, es difícil no ver que el shock viral ha
acelerado el desplazamiento de las imposiciones estructurales en las que se
mueve la acumulación de capital.
El núcleo de lo que Quinn Slobodian llamó ordo-globalismo es la libre circulación de los
capitales. A principios de la década de 1970, ante un imponente bloque socialista
y una ola conquistadora de descolonización, la prioridad para las y los
defensores del capitalismo era su salvaguarda. A sus ojos, esto requería anclar
a las naciones en un orden internacional, cuya piedra angular debería ser
proteger los derechos y libertades de las y los inversores.
Las
y los neoliberales de la escuela de Ginebra inspiraron así un sistema de
gobierno de varios niveles. La economía globalizada se apoya en una
infraestructura institucional que ha crecido considerablemente desde la década
de 1980 a través de la acción de la OMC, el FMI, el Banco Mundial, la Unión
Europea y, en general, por la creación de densas redes legales formadas por
tratados de libre comercio, acuerdos de protección de inversores, acuerdos de
propiedad intelectual y tribunales de arbitraje internacional. El efecto de
esta construcción es aislar el juego económico de la toma de decisiones
democráticas y mantener a distancia de las lógicas estatales soberanas un
espacio autónomo para la valorización del capital a escala mundial.
Esta mutación en el orden internacional ha sido
acompañada y reforzada, a escala nacional, por las llamadas políticas
neoliberales que descansan en dos pilares. El primero es un aumento de la competencia,
que se logra a través de la desregulación y la apertura de los mercados
nacionales, incluidos los mercados financieros, a la competencia extranjera. El
segundo es una restricción a la capacidad de acción de las autoridades
públicas. Amputado de una gran parte de sus capacidades económicas estratégicas
por las privatizaciones, el Estado también ha visto reducido su margen de
maniobra presupuestario por la institucionalización de su dependencia
financiera respecto a los mercados.
Un giro de 180º en dos actos
Produciéndose
una década después de la gran crisis financiera, la crisis del COVID-19 socava
seriamente este distanciamiento entre el orden capitalista globalizado y el
orden político estatal nacional. El problema no es que un exceso de
intervención estatal habría llegado a obstaculizar el funcionamiento autónomo
del reino económico. Más bien, está sucediendo lo contrario.
Después
de 2008, la incapacidad de los mercados financieros para gobernarse a sí mismos
exigió la movilización general del poder soberano monetario y presupuestario.
Como consecuencia, la década de 2010 estuvo marcada con el sello de asistencia
en materia de finanzas, los mercados conservaron una apariencia de
funcionamiento normal solo a costa de una adicción a los esteroides monetarios
proporcionados por los bancos centrales.
En
2020, es el surgimiento de un imperativo sanitario lo que hace posible hacer la
experiencia traumática de que, cuando es realmente importante, cuando ocurre un
acontecimiento general, los mercados no sirven para nada. Con el COVID-19, la
lógica competitiva es atrapada en flagrante delito de no pertinencia integral.
Individuo vulnerable o grupo aeronáutico transnacional, cada cual busca la
protección del Estado.
El 29 de marzo, un lívido Boris Johnson, aislado
detrás de su cámara de escritorio, rindió homenaje a las y los cuidadores y
concluyó “Existe
la sociedad«. Diciendo exactamente lo contrario que Margaret
Thatcher, confirma el final de un período. La bestia neoliberal era correosa,
ya no lo es. Obviamente, el hecho de que este decreto fue formulado por un
Primer Ministro conservador británico es elocuente. Significa algo que es a la
vez muy simple y muy problemático para la izquierda. Para el capital hay un futuro
más allá del neoliberalismo.
Es
con esta idea en la cabeza de un capitalismo de después del neoliberalismo como
debemos abordar la nueva coyuntura cuyas coordenadas principales son los
límites del activismo de los bancos centrales, el retorno del endeudamiento
como una cuestión esencial y las consecuencias de la suspensión de la
regulación competitiva.
La crisis financiera no tuvo lugar
El
centro de gravedad de la gestión sistémica se ha desplazado con la inversión de
la relación de dependencia entre mercados financieros y poderes públicos. Ya no
son principalmente los mercados financieros los que asignan recursos y
sancionan, sino los Estados y los bancos centrales que apoyan a los actores
económicos aliviando la presión presupuestaria gracias a condiciones
crediticias hiper acomodativas y una distribución masiva de recursos
financieros y garantías públicas.
Los
bancos centrales instruidos por el precedente de 2008 se han apresurado a sacar
la artillería pesada. Desde mediados de marzo, la Reserva Federal de los
Estados Unidos se embarcó en un programa ilimitado de recompra de acciones
(deuda pública, deuda corporativa, deuda inmobiliaria, deuda de los gobiernos
locales, etc.). En Europa, después de un descontrol inicial que durante unos
días entregó a los italianos atónitos a los especuladores, el BCE ha tomado el
mismo camino. Su programa de recompra de deuda de gobiernos y empresas muy
grandes supera el billón de euros, lo que aún representa el 8% del PIB de la
zona o también alrededor de 3000 euros por habitante. A esto se añaden
múltiples canales de apoyo a los bancos, incluida una relajación de las
exigencias reglamentarias.
Si,
a diferencia de 2008, el desencadenamiento de la tormenta COVID-19 no puede
atribuirse directamente a los mercados financieros, éstos obviamente no
ayudaron a contener el choque. Por el contrario, su estabilización requirió una
intervención aún más masiva y más rápida. La ley de Minsky de aumento paralelo
de la inestabilidad financiera y de la intervención pública necesaria para
contenerla, se confirma por tanto con este nuevo episodio.
Mientras las economías se hundían en la depresión,
es particularmente sorprendente que el krach del mercado de valores de marzo no
continuara. Los mercados bursátiles incluso encontraron en junio un nivel de
valorización cercano al, muy alto, alcanzado a principios de año, después de
una década de aumento continuo.
Este rebote a contratiempo es la consecuencia
directa de la intervención masiva de los bancos centrales. En un mundo donde la
actividad está colapsando, los bancos centrales son el seguro a todo riesgo
para las y los inversores. Protegen el patrimonio financiero al apoyar directa
e indirectamente el valor del conjunto de los activos financieros. Proporcionan
una ante-validación política del capital ficticio; los
beneficios esperados para el futuro son de alguna manera garantizados por el
soberano.
Dos
mecanismos están en marcha. Primero, al comprar deuda una y otra vez sin
prestar demasiada atención a la calidad, los bancos centrales se aseguran de
que las grandes empresas no tendrán problemas de tesorería en el medio plazo.
Luego, al secar los mercados de deuda y llevando los rendimientos al rojo,
hacen que los inversores se trasladen a los mercados de valores, lo que
respalda mecánicamente los precios de las acciones. Y la comunidad financiera
planea pedir más. En Japón, el banco central ya posee más del 8% de la
capitalización bursátil del país y, el año pasado, sintiendo la llegada de
malos vientos, el fondo de inversión Blackrock abogó por que el BCE comprara acciones
directamente. Después de todo, ¿con qué podrían soñar los accionistas mejor que
con saber que sus activos son respaldados sin mediación por los bancos
centrales?
Deshacer la deuda
Por supuesto, lo que distingue 2020 de 2008 es que
esta vez los poderes públicos han tomado el control de lo esencial de la vida
económica y ya no solo del sector financiero. En abril, en el apogeo del
confinamiento, Emmanuel Macron hizo una constatación sin adornos sobre este tema:
“Hemos
nacionalizado los salarios y el P&L [ganancias y pérdidas] de casi
todas nuestras empresas. (…) El desempleo parcial significa la nacionalización
de los salarios. Todos los planes de garantía o ayuda, el fondo alemán de 50
mil millones, o el fondo francés de 20 mil millones para comerciantes y otros,
significan una nacionalización de las cuentas operativas de comerciantes y
empresarios «.
Para evitar la evaporación,
el capitalismo ha sido así, de alguna manera, suspendido; el sistema vive a
costa del Estado. Y esto está lejos de haber terminado. En Francia, como en
Estados Unidos e incluso en Alemania, la patronal reclama a grito pelado más
apoyo y adopta un argumento impecablemente keynesiano, como el presidente de Medef Geoffroy de Bezieux:
“El
endeudamiento de los Estados ciertamente va a aumentar. Pero sin un estímulo
masivo, la contracción de la economía amplificará aún más la deuda, ya que
habrá menos ingresos fiscales. Apostamos por que pagaremos la deuda al recrear
riqueza, no dejando que la economía se hunda”.
Olvidada
la analogía falaz entre el presupuesto familiar y el presupuesto estatal,
debemos dejar que el déficit público se dispare porque, por su efecto
estimulante de la economía, hace posible reducir la deuda.
La cuestión de la deuda es candente porque el mundo
en su conjunto está en un nivel de deuda mucho más alto que en 2008. Zambia,
Ecuador, Líbano, Ruanda y Argentina son solo los primeros nombres en la lista
de países en desarrollo al borde de la suspensión de pagos.
Pero el problema también se plantea en los países ricos. Los Estados de la OCDE
cuyas finanzas aún soportan los estigmas de 2008 experimentarán índices de
deuda superiores al 120% del PIB, un nivel no visto desde la
Segunda Guerra Mundial. Los actores privados también están expuestos. Hogares,
muchos de los cuales se ven estrangulados por el aumento del desempleo, pero
también las empresas. Éstas se han aprovechado de tasas de interés muy bajas en
los últimos años y ahora se acuden apresuradas a las líneas de crédito abiertas
y garantizadas por las autoridades para hacer frente a la caída de la
actividad.
Tal aumento del endeudamiento implica que la
economía ya no se enfrenta a dificultades temporales para acceder a la
liquidez, sino más bien a un problema estructural de solvencia, es decir, la
imposibilidad de pagar las deudas. Como dice el director ejecutivo de Fidelity, un importante fondo de gestión de activos,
los recursos necesarios para reembolsar los fondos públicos que las empresas
han recibido de los gobiernos o los bancos centrales son tan grandes que la
deuda “va o bien a ser pasada a pérdidas y ganancias, o bien a figurar en el
balance, donde tendrá un efecto deprimente «. Las finanzas exigen que borremos
la deuda de las empresas, so pena de depresión.
El
debate sobre la cancelación de la deuda de los Estados, los hogares y las
empresas que ya era central después de 2008 vuelve hoy con un vigor redoblado,
pero con líneas divisorias que se han movido.
François Villeroy de Galhau, el gobernador del
Banco de Francia está obligado a decir que «habrá que devolver este dinero»,
algún día, después de la emergencia sanitaria, después del relanzamiento
económico y la reanudación de la actividad… Pero, si el JDD (el
periódico Le Journal du Dimanche) eligió hacer de esta oración el título de su
artículo, el corazón no está ahí. En la OCDE, la verdadera fábrica de las
políticas neoliberales de las últimas décadas, ya no se cree en ello. Laurence Boone, el economista jefe de la institución considera lo
impensable:
“que
el apoyo presupuestario se financie mediante un aumento permanente en la masa
monetaria, creada por los bancos centrales, que podría reemplazar a los
programas financiados por la deuda. Este enfoque no debería generar temor a la
inflación mientras el crecimiento permanezca por debajo del potencial y se
respete la independencia del banco central. Y tranquilizaría a los mercados
sobre la capacidad de los gobiernos para apoyar la economía. »
Habría, por tanto, dinero mágico. Este argumento ya
no es prerrogativa de solo los partidarios de la Modern Monetary Theory (teoría monetaria moderna).
Desbloquear recursos para la lucha contra la pandemia, facilitar la asistencia
a domicilio (cancelación de deudas, suspensión de facturas, ingresos de
reemplazo, etc.), emplear a personas en paro, etc. «¿Pero cómo pagará el gobierno
todo esto?», finge preguntar Pavlina Tcherneva:
“No
sería necesario que hubiera una pandemia o una guerra mundial para recordarle a
la gente que el gobierno de los Estados Unidos se autofinancia. Las
instituciones financieras públicas de los Estados Unidos, el Tesoro y la
Reserva Federal de los Estados Unidos, velan por que se paguen todas las
facturas del gobierno, sin hacer preguntas”.
Para
Boone como para Tcherneva, en los países ricos, aquellos cuyos gobiernos están
endeudados en su propia moneda, la deuda pública no significa en sí misma una
presión sobre el gasto público. Las únicas limitaciones son las de los recursos
realmente disponibles: las capacidades, el stock de materiales y maquinaria, el
estado del medio ambiente, la calidad de los procesos políticos y sociales …
Por lo tanto, es muy razonable argumentar a favor de monetización de la
financiación de la economía, ya sea en forma de cancelación de la deuda pública
por parte del banco central europeo o incluso aportaciones directas de dinero a
las y los ciudadanos o también una moratoria temporal sobre el endeudamiento de
los hogares y empresas.
El regreso de lo político reprimido
Si
el neoliberalismo es derrotado, lamentablemente no lo es bajo los golpes de
movilizaciones sociales victoriosas. Es un colapso interno, el regreso de lo
político reprimido que sus fanáticos esperaban dejar de lado.
Sin duda, el acto más sintomático es la decisión del tribunal constitucional alemán sobre
el programa de recompra de acciones del BCE. Al exigir al BCE que demuestre de
manera sustancial que «los objetivos de política monetaria perseguidos por el
PSPP [programa PSPP: un programa de adquisición de bonos soberanos en
los mercados secundarios ndt] no son desproporcionados en relación con los
efectos de política económica y presupuestaria resultantes del programa”, el
tribunal demanda lo imposible. La política monetaria no es separable de la
política económica en su conjunto, porque las decisiones monetarias tienen
efectos considerables en el empleo, la remuneración del ahorro, las finanzas
públicas, el valor de los activos financieros, las desigualdades. Es cierto que
esta decisión se inspiró en consideraciones conservadoras, pero la lógica del
juicio es implacable: un banco central independiente no podría hacer política. Por
lo tanto, una de dos cosas: o el banco debe reducir considerablemente su
intervencionismo; o su acción debe estar sujeta a deliberación democrática.
Como la primera opción es impensable en el contexto actual, es la independencia
del banco central, uno de los más hermosos trofeos de las y los neoliberales,
el que se vuelve a encontrar en el banquillo.
En
el futuro inmediato, esto obliga a las instituciones europeas a realizar un
peligroso ejercicio de montaje para encontrar márgenes de acción. La posibilidad
de un plan de recuperación a partir del presupuesto europeo resulta en parte de
esta situación de debilitamiento jurídico de la acción del BCE. Conduce a
contemplar un aumento de poder fiscal y, por lo tanto, un aumento de poder
político de la UE. Incluso si esta eventualidad sigue siendo incierta y la
amplitud del movimiento sigue siendo limitada, el tabú de la mutualización ha
caído del otro lado del Rin, lo que constituye un primer paso en el único
camino que permite escapar de la dislocación de la Unión[1].
Paralelamente, un discurso sobre la soberanía
económica se hace oír cada vez con más fuerza. Después del nacionalismo
desacomplejado de Donald Trump, la Unión Europea moviliza a su vez la retórica de la amenaza china para defender
sus intereses. Por razones de seguridad nacional o para salvaguardar la
capacidad industrial, se imponen restricciones a la inversión extranjera, un
obstáculo para la libre circulación de capitales, y la participación pública en
empresas estratégicas es cada vez más frecuente. Al mismo tiempo, y a medida
que las disputas comerciales se multiplican, las y los industriales exigen la
implementación de un impuesto al carbono en las fronteras.
Más anecdóticas pero reveladoras, las palomas,
los empresarios e inversores digitales
franceses que protestaron contra los
impuestos bajo Hollande ahora están pidiendo a gritos dinero público: su plan
de redirección exige que el estado intervenga vigorosamente con
inversiones en infraestructura, inyecciones de capital, pedidos públicos y un
amplio programa de formación de la población.
Detrás
de estos virajes hay una desorientación real de las clases dominantes. Una vez
que los mercados financieros ya no son capaces de ser el cuartel general de la
coordinación económica, las señales de precios que emiten ya no pueden
pretender reflejar el rendimiento bajo la presión de la competencia. Es todo el
edificio ideológico neoliberal el que se está desmoronando y el Estado está
resurgiendo como una gran figura coordinadora.
Después del neoliberalismo
La secuencia abierta en 2008 continúa hasta
hoy. Es la crisis del capitalismo neoliberal .
Una gran crisis que constituye un momento intersticial entre dos
configuraciones político-económicas. Los primos estadounidenses de la escuela
de regulación hablan a propósito de estas configuraciones de estructuras
sociales de acumulación ESA (Social Structure of Accumulation-SSA). Una
estructura social de acumulación debe, en un sistema capitalista, promover
eficazmente la realización de ganancias: las instituciones garantizan el
crecimiento económico, en particular mediante la estimulación de la demanda y
estabilizan las relaciones entre las clases.
La gran crisis del capitalismo neoliberal es la de
los límites de la regulación dominada por mercados financieros globalizados. La
situación de los últimos meses exacerba un dilema ya manifiesto en la última
década en los debates sobre el gran estancamiento. Por un lado, como
explica un administrador de fondos de inversión a sus accionistas, «el capitalismo sin bancarrota es como el catolicismo sin infierno”,
en otras palabras, los mercados solo pueden ser eficaces si existe una amenaza
creíble de fracasar. Sin embargo, lo que las ayudas masivas a las empresas, el
acceso ilimitado al crédito y las medidas monetarias excepcionales hacen
precisamente es suspender la disciplina competitiva. Privado del mecanismo de
regeneración de la destrucción creativa, el capitalismo se puebla de empresas
zombis con productividad estancada.
Por
otro lado, la restauración de la disciplina de mercado es inconcebible: si bien
muchas empresas están hoy al borde de la bancarrota, cualquier aumento de los
tipos o endurecimiento de la presión presupuestaria precipitaría el sistema a
un encadenamiento de bancarrotas y depresión cataclísmica
Desde el punto de vista neoliberal, los años 2010
fueron un período de espera preocupada con la esperanza de que esta
contradicción pudiera superarse gracias a un renacimiento del dinamismo. La
crisis actual marca el final de tales fantasías. No se sale de una crisis
estructural sin una importante reestructuración institucional. El precio a
pagar para superar simultáneamente la esclerosis y la amenaza depresiva es
tocar la centralidad de los mercados financieros, es decir, el corazón de la
lógica neoliberal. Lo que está en juego en este momento es la definición de un
nuevo régimen de regulación económica en el que los Estados encuentren, según
su posición en la cadena imperialista, un papel central en detrimento
de los mercados financieros.
Como conclusión de The rise and fall of Neoliberal Capitalism, (El
ascenso y la caída del capitalismo neoliberal),
un trabajo publicado en 2015, David Kotz subraya que Estados Unidos ya
experimentó a principios del siglo XX y luego en la década de 1930 fases de
alternancia entre formas liberales y formas dirigidas de capitalismo. Según su
lectura, hoy estaríamos en una fase así. Frente al callejón sin salida de la
configuración neoliberal, el escenario más probable es el de un reordenamiento
institucional que conduzca a la formación de una regulación socioeconómica
neo-dirigista. Contempla tres escenarios: una ruptura eco-socialista que
auguraría un nuevo modo de desarrollo, un renacimiento socialdemócrata que
conduciría a una reducción de las desigualdades, pero que chocaría con los
límites ecológicos del productivismo o bien una re-regulación dominada por el
capital, de la que un fordismo de derechas es una figura posible…
La
posibilidad de una re-regulación del capitalismo por parte de la derecha sigue
siendo difícil de comprender. Sin embargo, es posible arriesgarse a dos
observaciones.
En
primer lugar, debe tenerse en cuenta que la re-regulación no implica, como tal,
ningún tipo de tendencia progresista. Los daños del neoliberalismo a las
condiciones de empleo tendrán un impacto duradero. La mercantilización de la
relación salarial puede incluso continuar aumentando, aunque el sector
financiero fuera más supervisado, el crédito fuera redirigido hacia usos
productivos y el comercio internacional estuviera más controlado. El
nacionalismo económico también puede ser instrumental en un intento de
desactivar el conflicto de clases que debilitaría aún más los derechos
sociales.
En segundo lugar, el resurgimiento de la
intervención estatal lleva las semillas de una intensificación del conflicto
político. En efecto, si bien la lógica del neoliberalismo tiende a ocultar los
mecanismos económicos detrás del fetichismo de los intercambios mercantiles, la
intervención pública los hace más directamente transparentes. Un mayor
autoritarismo en las escenas nacionales y un resurgimiento de conflictos
geopolíticos interestatales, preparados por desequilibrios internacionales masivos,
pueden ser así subproductos del neodirigismo. Y así es como el
internacionalismo y las batallas democráticas recuperarán el filo
anticapitalista del que el neoliberalismo les había privado.
06/07/2020
https://www.contretemps.eu/covid19-seconde-mort-neoliberalisme-durand/
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
Notas:
[1] Por supuesto, el autoritarismo antisocial se
mantiene puesto que el acceso a los fondos europeos estaría condicionado a
medidas de competitividad. Aquí encontramos de nuevo la idea de un arreglo de
naturaleza contractual evocado ya en 2012 en el informe Van Rompuy que propuso
que «las reformas estructurales [sean] apoyadas con medidas de estimulación
financiera y [den] lugar a transferencias temporales a favor de los Estados que
sufren de debilidades estructurales excesivas”.
Fuente: https://vientosur.info/la-segunda-muerte-del-neoliberalismo/
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