Por | 24/07/2020 | Economía
Fuentes: Project Syndicate
Por mucho tiempo se ha descrito la crisis del euro que estalló hace una década
como un choque entre el norte frugal y el sur derrochador del continente. En
realidad, fue en esencia una cruda guerra de clases que dejó a Europa,
incluidos sus capitalistas, muy debilitada frente a los Estados Unidos y China.
Peor todavía, la respuesta de la Unión Europea a la pandemia, incluido el fondo
de recuperación de la UE que se está debatiendo, no hará más que intensificarla
y asestar otro golpe al modelo socioeconómico europeo.
Si
algo hemos aprendido en las últimas décadas es que no tiene sentido centrarse
aisladamente en la economía de un país determinado. Hubo un tiempo en que el
dinero fluía entre países principalmente para financiar el comercio y la mayor
parte del consumo beneficiaba a los productores locales, condiciones en las
cuales se podían evaluar las fortalezas y debilidades de una economía nacional.
Pero ya no es el caso. Hoy las debilidades de, por ejemplo, China y Alemania
están entrelazadas con las de países como los Estados Unidos y Grecia.
La
liberalización de las finanzas a principios de la década de los 80, tras la
eliminación de los controles de capitales que seguían en pie en el sistema de
Bretton Woods, posibilitó la generación de inmensos desequilibrios comerciales
financiados por ríos de dinero creado por el sector privado mediante ingeniería
financiera. La hegemonía de Estados Unidos creció a medida que pasaba de tener
un superávit comercial a un enorme déficit. Sus importaciones mantienen la demanda
global y se financian por el flujo de las utilidades extranjeras que se transan
en Wall Street.
El
banco central de facto del mundo, la Reserva Federal
estadounidense, administra este extraño proceso de reciclaje. Y mantener una
creación así de notable –un sistema global en permanente desequilibrio- precisa
de la constante intensificación de la guerra de clases tanto en los países
deficitarios como en los que cuentan con superávit.
Todos
los países deficitarios se parecen en un aspecto importante: ya sean poderosos
como Estados Unidos o débiles como Grecia, parecen condenados a generar
burbujas de deuda mientras sus trabajadores contemplan impotentes cómo las
áreas industriales se convierten en zonas oxidadas de fábricas en decadencia.
Cuando las burbujas estallan, los trabajadores en el Medio Oeste o el
Peloponeso quedan encadenados a sus deudas y sufren una brusca caída en sus
niveles de vida.
Si
bien los países con superávit también se caracterizan por una guerra de clases
contra los trabajadores, difieren entre sí de manera importante. Por ejemplo,
China y Alemania. Ambos presentan grandes superávits comerciales con Estados
Unidos y el resto de Europa. Ambos limitan el ingreso y la riqueza de sus
trabajadores. La principal diferencia entre ellos es que China mantiene enormes
niveles de inversión a través de una burbuja crediticia interna, mientras que
las corporaciones alemanas invierten mucho menos y dependen de burbujas
crediticias en el resto de la eurozona.
La
crisis del euro nunca fue un choque entre los alemanes y los griegos
(simplificación del supuesto y mítico choque entre norte y sur). En lugar de
ello, se originó en una intensificación de la guerra de clases al interior de
Alemania y Grecia a manos de una oligarquía sin fronteras que vive de los
flujos financieros.
Por
ejemplo, cuando el estado griego entró en bancarrota en 2010, la austeridad
impuesta a la mayoría de los griegos hizo maravillas para restringir la
inversión en el país. Pero hizo lo mismo en Alemania, al refrenar
indirectamente los salarios alemanes en momentos en que la emisión de dinero
del Banco Central Europeo hacía que se dispararan los precios de las acciones
(y los bonos de los directores germanos).
Se
supone que la guerra de clases es más brutal en China y Estados Unidos que en
Europa. Pero la falta de unión política de Europa hace que esta bordee el
sinsentido, incluso desde la perspectiva de los capitalistas.
No
es difícil encontrar evidencias de cómo los capitalistas alemanes derrocharon
la riqueza extraída a las clases trabajadoras de la UE. La crisis del euro
provocó una masiva devaluación de un 7% de
los superávits que el sector privado alemán había acumulado desde 1999, ya que
los dueños del capital no tuvieron más alternativa que prestar estos billones a
extranjeros cuyos problemas subsiguientes llevaron a sufrir grandes pérdidas.
Este
no es un problema alemán solamente, sino uno que afecta a otros países con
superávits de la UE. El periódico alemán Handelsblatt reveló
hace poco un notable revés. Mientras
que en 2007 las corporaciones de la UE ganaron cerca de €100 mil millones ($113
mil millones) más que sus contrapartes estadounidenses, en 2019 la situación se
había revertido.
Más
aún, se trata de una tendencia en aceleración. En 2019, las ganancias
corporativas se elevaron un 50% más rápido en EE.UU. que en Europa, y se espera
que la recesión causada por la pandemia las afecte menos, con una pérdida de
20% en 2020 comparada con un 33% en Europa.
El
núcleo del enigma europeo es que, si bien es una economía con superávits, su
fragmentación asegura que las pérdidas de ingreso de los trabajadores alemanes
y griegos ni siquiera se conviertan en utilidades sostenibles para los
capitalistas europeos. En pocas palabras, tras la narrativa de la frugalidad
del norte acecha el fantasma de una explotación inútil.
Los
reportes de que el COVID-19 hizo que la UE elevara sus apuestas son muy
exagerados. La lenta muerte de la mutualización de la deuda europea garantiza
que al gigantesco aumento de los déficits fiscales nacionales le siga una
austeridad de proporciones equivalentes en cada país. En otras palabras,
aumentará la intensidad de la guerra de clases que ya ha socavado los ingresos
de las mayorías. “Pero ¿qué hay del fondo de recuperación de €750 mil millones
que se ha propuesto?”, se podría preguntar. “¿No es un paso adelante el acuerdo
de emitir deuda en común?
Sí
y no. Los instrumentos de deuda en común son una condición necesaria pero no
suficiente para aliviar la guerra de clases intensificada. Para desempeñar un
papel progresista, la deuda en común debe financiar a los hogares y las
empresas más débiles en toda el área económica común: tanto en Alemania como en
Grecia. Y debe hacerlo automáticamente, sin depender de la buena disposición de
los oligarcas locales. Debe funcionar como un mecanismo de reciclaje automático
que traspase superávits a aquellos en déficit dentro de cada ciudad, región y
estado. Por ejemplo, en los EE.UU. las estampillas de alimentos y los pagos de
seguridad social apoyan a los más vulnerables en California y Missouri, al
tiempo que reasignan recursos netos de un estado al otro sin la intromisión de
los gobernadores estatales o los burócratas locales.
En
contraste, la asignación fija del fondo de recuperación de la UE a los estados
miembros hará que se enfrenten entre sí, ya que la cantidad fija de dinero que
se dé a Italia o Grecia se presenta a la clase trabajadora alemana como un
impuesto. Más todavía, la idea es transferir los fondos a los gobiernos
nacionales, lo que en la práctica equivale a confiar su distribución a la
oligarquía local.
Fortalecer
la solidaridad de los oligarcas de Europa no es una buena estrategia para
empoderar a las mayorías del continente. Muy por el contrario. Cualquier
“recuperación” que se logre con esa fórmula defraudará a los europeos y lanzará
a la mayoría a un sufrimiento mayor.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Yanis Varoufakis, cofundador del
Movimiento por la Democracia en Europa (DIEM25), Yanis Varoufakis es diputado y
portavoz de este grupo en el Parlamento griego y profesor de economía de la
Universidad de Atenas. Ex-ministro del Gobierno de Syriza, del que dimitió por
su oposición al Tercer Memorándum UE-Grecia. Es autor, entre otros, de El
Minotauro Global.
https://rebelion.org/ue-la-guerra-de-clases-del-covid/
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