Terraza cerrada en la playa de El
Arenal, en Palma de Mallorca. REUTERS/Enrique Calvo
Miren Etxezarreta. Publicado
originalmente en Público.es
11 AGOSTO, 2020
Desde que se inició la pandemia, en
bastantes partes de la opinión pública, en particular entre los creadores de
opinión, se han intensificado los comentarios y las recomendaciones acerca de
la necesidad de cambiar de modelo económico. Ya se comentaba antes también,
pero no era, como ahora, una expresión generalizada. Parece que las
consecuencias del Coronavirus han llevado a percibir que lo que durante décadas
nos habían vendido como la fórmula ideal para la organización económica –el
mercado sin control entre agentes privados- no sólo es un sistema injusto y
poco eficaz, sino que se ha mostrado totalmente incapaz de resolver los
complicados conflictos que ha generado un grave e inesperado aspecto
sanitario. Hasta los organismos más insistentes en señalar las
limitaciones del ámbito público (ilustres académicos liberales, la UE, el FMI,
la OCDE, las asociaciones de empresarios y muchas más) han pasado a exigir que los Estados sean los agentes más
activos para resolver el problema. Frente a los requerimientos de austeridad de
la anterior crisis financiera el slogan es ahora que el Estado intervenga
enérgicamente en la vida económica y ‘gastar, gastar, gastar’ el dinero público
tratando de resolver el problema sanitario y el económico que aquel ha generado.
Los gobiernos se han convertido en los agentes activos principales para
mantener la vida económica.
Conjuntamente con la necesidad de intervención
pública se intensifica la idea de ‘que hay que cambiar de modelo económico’. Se
hace mucha referencia a que hay que innovar, mejorar la tecnología, digitalizar
la economía, tomar en serio la ecología y la sostenibilidad, invertir más en
I+D, etc. Se señala también que hay que mejorar el sistema sanitario y renovar
el sistema educativo, y, a veces, sólo a veces, se menciona la necesidad de
atender a las crecientes necesidades sociales y frenar la desigualdad.
Sin embargo, a pesar de la cansina
retórica sobre el cambio de modelo, todos los esfuerzos concretos residen
en volver a la situación anterior. Diríase que todas las exhortaciones a
este cambio se limitan a pretender una economía más eficiente y productiva,
pero dentro de las orientaciones esenciales de los esfuerzos realizados desde
la crisis de 2008: una economía crecientemente integrada en la economía global,
con las exportaciones como elemento clave del crecimiento, más capaz de
competir ferozmente con países similares en una economía global
sobredimensionada en el contexto de una nueva crisis mundial que ya se dibujaba
antes del convid-19, en que la globalización estaba ya en cuestión. Una economía arrastrada desde fuera[1].
Una reestructuración, racionalización y mejora de los sectores más
capaces y competitivos de la economía del país especialmente en aquellos
sectores en los que se ha logrado alguna ventaja competitiva. Para los más
humanistas se añadía que se habría de considerar también la situación de los
grupos humanos más vulnerables (‘no se habría de dejar a nadie atrás’).
Supone procurar mejorar alguna de sus
vertientes, pero el modelo continúa siendo el mismo: Junto a un limitado sector
de vanguardia de empresas exportadoras, hagamos cada vez más atractivo el
turismo, sostenido por el sol, playa y bajos precios, negociemos para que la
industria automotriz (toda dependiente de empresas globales) encuentren
atractivo el espacio económico de producción para una demanda de exportación,
mejoremos un sector agropecuario, intensamente ‘industrializado’, competitivo
por el clima y los bajos salarios, que produzca mucho y barato para alimentar
Europa y el mundo y, en el interior, mantengamos una industria constructora más
basada en infraestructuras y gran obra pública que en unas viviendas y urbanismo
adecuadas. Todo ello facilitado por unos salarios y unas condiciones laborales
más bajos de los de nuestros competidores, que dan lugar a una situación social
y laboral muy precaria, incapaz de suministrar empleo y salarios dignos a una
población con crecientes niveles de escolarización y ansias de consumismo.
Aunque se tuviera un destacado éxito
en el intento, aunque se lograse hacerlo integrando los últimos avances
digitalizadores (5.0), con nuestros escolares, trabajadores y empresarios
familiarizados totalmente con unos sistema digitalizados, con atención
destacada a la sostenibilidad, aumentando
considerablemente el gasto en investigación, racionalizando adecuadamente las
inversiones, etc. etc. en el mejor de los casos sería una mejora cuantitativa pero no de un cambio de sistema, como
se repite. Que, no se trata de negarlo, aunque muy difícil de lograr, podría
mejorar en algo la situación de la economía española, pero que no podría ir muy
lejos.
No es una tarea sencilla pues además
de nuestro retraso histórico –no habríamos de olvidar que hasta hace cincuenta
años éramos un país pobre del sur
de Europa-, todos los países del mundo están intentando
hacer lo mismo en una turbulenta economía mundial capitalista con exceso de
producción. ¿Hasta dónde podremos llegar? Claro que parece que no queda más
remedio que intentarlo, porque si no nuestra situación se degradaría todavía
más. Pero es bastante problemático que se consiga lograr el profundo paso
adelante económico y social que la población de este país necesita.
Nos podríamos preguntar si no sería
más factible lograr una mejora sustancial, real y permanente si de verdad se
cambiara el sistema económico. No me voy a referir a un abandono del
capitalismo, pues dada la composición social de nuestra sociedad actual eso no
sería realista, sino mucho más modestamente, de cambiar de sistema alterando
drásticamente el eje del crecimiento.
Transformando la economía en lugar de un territorio que pretende crecer,
desarrollarse y generar bienestar por su encaje exterior (su capacidad de
competir en el mundo), hacerlo por un sistema centrado en proporcionar
bienestar a su población partiendo de buenos empleos. Generando buenos empleos
para todos, impulsar una demanda interna que fomentaría la actividad económica,
los ingresos y beneficios, que se autoalimentarían haciendo del empleo el
núcleo central de la dinámica del país y el bienestar de la población.
El sistema no actuaría arrastrado por
la búsqueda de beneficios privados sino que estaría basado en las
necesidades de la población y la voluntad de cubrirlas, que daría lugar a los
empleos necesarios que proporcionarían la actividad económica, los
ingresos y, también, los beneficios para las empresas (quizá no tantos como
ahora, pero sí los suficientes para la reproducción ampliada constante de la
economía). Abreviadamente podríamos llamarle un sistema autocentrado, es decir, partiendo y
centrado en las necesidades y deseos de sus gentes, en su calidad de vida, en
el bienestar de la población que constituiría el motor de la actividad
económica. Actualmente se pretende que la competitividad global y los
beneficios que proporciona, actúan desde fuera como motor que arrastra la vida
social, mientras que el sistema autocentrado
consiste en un motor que desde el interior irradie fuerza a toda la economía
basándose en su propia dinámica. En vez de intentar recuperar
el turismo de cualquier manera como estamos observando estos días, se trataría
de generar empleo cualificado en educación, sanidad, servicios sociales, una
agricultura de calidad, unas industrias punteras, una administración eficiente
y ágil, unas infraestructuras dedicadas al bienestar (por ejemplo, los
transportes de cercanías) y muchas otras. Actividades que por sí mismas
mantendrían y expandirían la actividad económica por su propia dinámica, y no
dependientes de la competitividad externa.
La economía dependería de su propia
fortaleza situando la generación de buen empleo en el centro de sus proyectos.
Los recursos existentes no se tendrían que dedicar a subvencionar empleos
precarios en bares y hoteles sino que tendrían que cubrir las múltiples
necesidades existentes como maestros y profesores, sanitarios de las diversas
especializaciones, técnicos cualificados en avanzadas tecnologías para las
empresas productivas, experimentados administrativos para las empresas y la
administración pública y privada, investigadores de alto nivel, asistencia
social con plena formación … que, además, derivarían suficientes empleos
para una población menos cualificada. Empleos interesantes con salarios dignos
que impulsarían la demanda y la actividad económica, con una población satisfecha
de su trabajo, cuyo empleo no dependería de las variaciones de las
políticas de países lejanos. Ahora que se acepta que los gobiernos establezcan
políticas de abundante gasto es un buen momento para iniciar este proceso. Y
seguramente no es más caro que los cuantiosos fondos que se están gastando para
paliar los desastres que genera el modelo actual.
No se trataría de un sistema cerrado
o autárquico. En absoluto. El sector exterior sería el derivado de una potente
economía interna. Sino de un sistema socialmente planificado y regulado que
cambia el puntal de su dinámica de crecimiento del beneficio privado al
bienestar social. Que incluso permitiría la existencia del beneficio
privado, si bien dentro de ciertas líneas de actuación. Que requeriría un
sistema público muy activo y orientador, (¿no se está exigiendo ahora esto
mismo del sector público?), con una creciente participación de la ciudadanía
organizada, que necesitaría unas regulaciones de sus relaciones externas
basadas en amplias negociaciones con otros países y empresas, que requeriría un
potente cambio de mentalidad en su estrato empresarial y directivo,
probablemente también en su población trabajadora… Pero podría hacerse. Necesitamos que se haga, es verdad que se necesita
un cambio de sistema, sino queremos vivir cada vez en sociedades con mayores
contradicciones y dificultades. Pero hay que saber hacia dónde avanzar.
Hay ya grupos alternativos que
propugnan el centrar la economía en la vida-, que no quieren una sociedad tan
consumista que necesite crecer y consumir sin pausa, horrorosamente
desigual, que está destrozando el planeta. Quieren una economía que genere
una dinámica que permita el bienestar y el desarrollo personal de toda la
población. ¿Por qué no atender a sus ideas en lugar de volcarse siempre en los
intereses de unos empresarios y unos dirigentes sociales cuyo interés
primordial es su beneficio, apoyados en una visión de la economía considerada
ya en multitud de ámbitos como obsoleta y arcaica?
¿Es una quimera? Pudiera ser, pero
visto el resultado de la organización económica en la que vivimos, ¿por qué no
intentarlo? Probablemente es más realista que esperar una mejora de nuestras
condiciones de vida, de nuestro bienestar, de nuestro pleno desarrollo como
seres humanos, de este sistema capitalista global en el que vivimos.
[1] El turismo,
aunque tiene lugar en el interior es equivalente a las exportaciones.
ATTAC no se identifica con las
opiniones expresadas en los artículos que son responsabilidad de los autores de
los mismos.
Fuente: https://attac.es/hay-que-cambiar-de-modelo-a-cual/
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