Barricada de la Plaza Blanche de París, el 19 de marzo de 1871, en un dibujo de Jean-Baptiste F. Arnaud-Durbec.
LAS MUJERES COMUNERAS EN PARÍS, 1871
“El 18 de marzo de 1871 fueron las mujeres las que decidieron el resultado de la jornada al dirigirse a los soldados impulsándoles a negarse a disparar y a fraternizar con la población. Durante toda la Comuna, un número impresionante de mujeres participaron en esa hoguera social. Por esa razón se han difundido numerosas calumnias, mentiras, libelos difamadores y leyendas absurdas en su contra. En mucha mayor medida que a los comuneros, se las ha ensuciado, censurado y marcado al rojo vivo, lo que es una segura y luminosa señal de su participación activa en la Revolución del 18 de marzo. Se las trató de hembras, lobas, harpías, borrachas, ladronas y bebedoras de sangre. Se daba de ellas una imagen caracterizada por sus «malos instintos», su «conducta inmoral», su «reputación detestable». Se dijo que habían dado licor envenenado a los soldados. Se les atribuía llevar moños incendiarios -diseñados por Edouard Vaillant- empapados con materias inflamables y que, lanzados a los sótanos, podían provocar un incendio a la menor chispa que saltase. Se les atribuyó también tener como misión especial el incendio de París, ayudadas por el petróleo, convertido en «líquido diabólico de los miembros de la Comuna». (Maurice Dommanget, 1923)
Las mujeres en la Comuna de París
Para analizar la actuación de las mujeres parisinas en la insurrección de la Comuna de 1871, es oportuno remontarse a 1848 —año también revolucionario en Francia— para comprender mejor el espíritu combativo de las sublevadas, pues entonces se forjó lo que después afloraría en movimiento generador de esperanzas igualitarias. Nos servirán de ejemplos ilustrativos de aquellos antecedentes, artículos de efímeros órganos de prensa como La Voix des Femmes (marzo-junio de 1848) y Politique des Femmes y Opinion des Femmes (ambos de otoño-invierno del mismo año), textos escritos por mujeres y para mujeres que revelan la amplitud de un feminismo de difusa ideología que, incubado en 1789, encontraría en las jornadas del ’48 un medio y una escena donde afirmarse.
La Voix des Femmes,
con el subtítulo de socialista
y político, órgano de los intereses de todas, ofrece un ideario más
proclive al sansimonismo que al blanquismo o prudhomismo y recoge temas y
vocabularios comunes a las luchas obreras. Sus autoras se niegan a agruparse entre mujeres y a especializarse en y
sobre la condición femenina dentro de los grupos ya existentes,
convencidas de que la lucha
de las mujeres es un apéndice necesario, pero secundario, de una política de
subversión. Para Politique
des Femmes, en cambio, es un
error el creer que mejorando la situación de los hombres se mejora,
automáticamente, la de las mujeres, ya que si bien algunas tienen a
sus maridos de intermediarios entre ellas y la sociedad, hay muchas otras
mujeres solas, aisladas, sans
homme.
Ambos periódicos, para demostrar que no pretenden enfrentar al hombre con la
mujer, admiten en sus páginas colaboradores masculinos (como Hugo, Macé y el
hijo de la directora de La
Voix, Niboyet) y ser financiados por el banquero sansimoniano
Rodrigues. Ambos hablan de emancipación y no de liberación de la mujer,
encomian las buenas
costumbres —que son la fuerza de las Repúblicas— y atribuyen su
desempeño a las mujeres, afirman que en nombre
de nuestros deberes reclamamos nuestros derechos y que al moralizar a las
mujeres moralizamos a los hombres y sostienen, en fin, que la mujer
recibió una doble potestad
de creación, una física y otra moral, el alumbramiento y la regeneración.
La Voix admira a
Pauline Rolland. En su número 4 pondera el caso de una obrera que lleva a su marido —de servicio
en una unidad combatiente— la
cena y que coge el arma y monta la guardia mientras el marido come
y en su número 37 rinde homenaje a las revolucionarias de 1830, apóstoles de la
emancipación femenina, pero observa que cuando Enfantin intentó proclamar la mujer libre, la concibió
como sacerdotisa del porvenir, odalisca indolente, mujer ignorante y sensual,
renegando así de su maestro y rompiendo con el primer discípulo, Rodrigues.
Igual reparo señala al informar de Las
Vesuvianas, legión
de jóvenes muchachas de quince a treinta arios, obreras pobres desheredadas que
se organizan en comunidad, y precisa que aunque se las designe con
ese nombre para
ridiculizarnos, estamos dispuestas a rehabilitarlo porque pinta
maravillosamente nuestro pensamiento. Solamente la lava tan largo tiempo
retenida, debe extenderse por todas partes: no es incendiaria, sino
regeneradora.
Podrá deducirse de estas citas que aún no existe una ortodoxia y una línea de conducta claramente definida, mas es indudable que el trabajo de captación y encuadramiento intelectual de la mujer permitió su radicalización y la explosión communard. A Desirée Gay, directora de Politique des Femmes; a Jeanne Deroin y a Pauline Rolland, cofundadoras de Unión de Asociaciones Obreras, por lo que irán a la cárcel; a Elisa Lemonnier, que crea la Enseñanza Profesional para muchachas, y a Eugénie Niboyet, directora de La Voix y autora de Le vrai livre des femmes, sucederán otras mujeres, intelectuales y obreras, con energías renovadas.
Las mujeres se organizan
La adhesión de las mujeres a la Comuna se explica en que la mayoría de ellas nada tenían que perder y mucho que ganar. Su condición queda magistralmente descrita por Víctor Hugo: El hombre puso todos los deberes del lado de la mujer y todos los derechos del suyo, cargando de manera desigual los dos platillos de la balanza (…). Esta menor, según la ley, esta esclava , según la realidad, es la mujer. Su situación había empeorado con el Bajo Imperio y sufría más a medida que adquiría conciencia de su valer y de la progresiva disminución de su salario. De ahí que se incrementase la presencia de obreras —al lado de las intelectuales— en manifestaciones, reuniones y asociaciones.
Hacia 1870, París cuenta con ciento veinte mil obreras aproximadamente, de las
que la mitad trabajan en la costura y unas seis mil en la fabricación de flores
artificiales. El Journal des Demoiselles,
dirigido a mujeres acomodadas, solicita de ellas una attention charitable para las pobres
muchachas que manejan la aguja, cuya escala de salarios va de los cinco francos
hasta los quince céntimos por día. Hay que contar con un salario de dos
francos, término medio, por jornada de trabajo de trece horas.
Pero, además, las pocas que ganan cinco francos diarios suelen cobrar unos
quinientos anuales, dada la precariedad de los empleos, el alza de los
artículos alimenticios y la subida el precio de los alojamientos, con lo que una obrera gana justo par a
sobrevivir, no más.
Desde 1860, en que aparece La
femme aff-ranchie de en D’Héricourt, el feminismo organizado se
extiende y nacen los Comités de Mujeres fundados por Jules Allix, un amigo de
Hugo condenado por el Imperio e internado como loco en Charenton por haber
propuesto diversas reformas sociales. Figuran en esos Comités la pareja de
Hugo, Juliette Drouet y André Léo —que se integrarán posteriormente en la Unión
de Mujeres Para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos—; Marie Deraisme,
que después fundará la Orden másonica mixta El Derecho Humano; Nathalie Lemel,
Marguerite Tinayre, Paule Minck, y Louise Michel, la virgen negra. Casi todas proceden de la
burguesía, pero han abandonado su clase para permanecer libres y militar por la
liberación de la mujer. Muchas trabajan de institutrices o encuadernadoras.
Dedican la noche a reuniones, conferencias y creación de comités, gracias a lo
cual conectan con socialistas y republicanos de oposición.
Mas si las mujeres se afanan en la Revolución porque ésta puede darles sus
derechos, los hombres, por muy socialistas o republicanos que sean, conservan
sus prejuicios desfavorables hacia ellas. Los prudhomianos, recuerdan que su
maestro ha sentenciado en Amour
et Mariage la definitiva e irremediable inferioridad de la mujer. Y
pese a que la Internacional, en 1866, presenta un informe contrario al trabajo
femenino, las mujeres siguen luchando en la Internacional, donde, al menos,
tienen el apoyo de Varlin, que funda, con Nathalie Lemel, La Marmite, para ofrecer a los obreros alimentos más
baratos.
Este movimiento de emancipación afecta, igualmente, a la Francmasonería
francesa que, Congreso tras Congreso —o Convento— se ocupará de las
reivindicaciones femeninas. Marie Deraisme, al iniciarse en una Logia de Le
Pecq —en medio de un formidable escándalo— declara: La mujer es una fuerza que no se puede destruir ni
reducir. Se la puede desviar, pervertir, pero comprimida por un lado, la mujer
se va hacia el otro con mayor intensidad y violencia. Si no halla una salida,
se exaspera, se descompone, es un exceso que desborda. A su manera,
la Masonería participará en la Comuna ofreciendo una ambulancia, concurriendo
—por vez primera en su historia— a manifestaciones callejeras con sus banderas
y atributos y tratando de dialogar con los versalleses, algunos de ellos
también masones.
Entrada en fuego
Son mujeres las que en la mañana del 16 de marzo de 1871 plantan cara a las tropas taponando las calles y mezclándose con los soldados, a los que piden que confraternicen con los ciudadanos. Louise Michel se distingue entre ellas. Todo ha empezado la noche anterior, cuando Thiers ha ordenado a las tropas apoderarse de los cañones de Montmartre y Belleville que los parisienses habían comprado por suscripción popular.
Es la señal de insurrección, el episodio dramático —quizá el más heroico— de la
guerra de 1870. Se trata de una reacción frente a una sociedad determinada,
contra el Segundo Imperio hipócrita y explotador y frente a una clase, la incipiente
burguesía industrial . En el impulso se acumulan toda una selle de reclamos y
agravios suscitados por la ceguera, el espíritu reaccionario y las inicuas
disposiciones adoptadas contra París por una Asamblea Nacional, reflejo de la
Francia de principios de 1871. En un llamamiento
a los soldados del Ejército Versalles, dice la Comuna: Combatimos para evitar que nuestros
hijos se vean un día obligados a soportar el yugo, como vosotros ahora, del
despotismo militar (…) . Cuando la consigna es infame, desobedecer es un deber.
La Comuna toma medidas favorables a los pobres. La muchedumbre se precipita por
la plaza Wagram, se apodera de 227 cañones y ametralladoras que, según las
convenciones de Versalles, no han de controlar los alemanes y al grito de A Montmartre, allí nos defenderemos,
marchan con las mujeres a la cabeza. En algunas iglesias se reúnen, por un
lado, fieles, y, por otro, las mujeres del barrio, con lo que en el mismo
recinto pueden escucharse simultáneamente la misa y un debate sobre la prostitución.
La Comuna, francamente anticlerical, proporcionará mártires a la Iglesia: visto que los sacerdotes son bandidos
y que las guaridas donde han asesinado moralmente a las masas sometiendo a
Francia a las garras del infame Bonaparte (…) El delegado civil de las Carriéres
ordena que la Iglesia sea cerrada y decreta la detención de los curas y de los
ignorantes. Esto puede leerse en carteles pegados por las
autoridades en algunos barrios y también en esta cuestión presionan las mujeres
para que se considere a los curas auxiliares de la Monarquía y el Imperio.
El Diario Oficial del 11 de abril publica un
Llamamiento a los ciudadanos de París: No más derechos sin deberes, no más
deberes sin derechos. Queremos el trabajo pero para conservar su producto. No
más amos ni explotadores. Trabajo y bienestar para todos. Gobierno del pueblo
por el pueblo. Seguidamente se explica que la forma mejor de
defender a los que se ama no es dimitir, sino luchar, porque el enemigo es
despiadado: ciudadanos, hay
que vencer o morir. Y termina convocando una reunión a las ocho de
la noche en la sala Larched, calle del Templo. En esta reunión, muy concurrida,
se constituye la Unión de las Mujeres para la Defensa de París y la Ayuda a los
Heridos. Componen su Consejo Provisional siete obreras (Adélafd e Valentin,
Noémie Colleville, Marquant, Sophi e Graix, Joséphine Prat, Céiine y Aimée
Delvainquier) y la rusa Elisabeth Dmitrief, hija de un oficial zarista. Dmtrief
Ha participado en Suiza en la creación de la sección rusa de la Internacional y
se ha relacionado en Londres con Karl Marx, quien la ha enviado a París en
marzo de 1871 como representante del Consejo General de la Internacional.
Ehsabeth combatirá en París y será herida, en compañía de Fránkel, en el
Faubourg St . Antoine.
Semanas más tarde se constituye el Ejecutivo, con cuatro obreras (Nathalie
Lémel, Blanche Lefévre, Marie Leloup y Aline Jacquer) y tres mujeres más:
Dmitrief, Aglaé Jarry y Madame Collin. Su intención es organizar a las mujeres
y situarlas a igual nivel de responsabilidad que los hombres, poniéndolas al
servicio de las ambulancias,
de las cocinas y de las barricadas. El 6 de mayo, la Unión señala a
los dirigentes de la insurrección: Hoy
una conciliación sería una traición. Sería renegar de todas las aspiraciones
obreras. La lucha no puede tener otra salida que el triunfo de la causa popular
(…) París no retrocederá porque tiene la bandera del porvenir. Y la declaración
concluye así: Pedimos actos, energía. El árbol de la libertad crece regado por
la sangre de sus enemigos.
Lucha callejera
Mientras Dmitrief dirige la Unión, la maestra Louise Michel pelea como simple soldado en el batallón número 61 en Issy y en Les Moulineaux y, por la noche, habla en los círculos mostrando sus dotes de animadora calurosa y convincente.
Durante la manifestación de masones, que con setenta banderas al viento marchan
hacia la Puerta Maillot con el propósito de enviar al otro lado de las líneas
de fuego a tres hermanos de la Orden, con los ojos vendados, para pedir el cese
de las hostilidades, el público se sorprende por la presencia en la comitiva,
entre los seis mil masones de las 55 Logias de la región parisiense, de
afiliadas vestidas de blanco. Las Mujeres Patriotas de Belleville y de
Montrouge proclaman que los hombres son cobardes (…) un montón de imbéciles. Que se vayan
con los versalleses y nosotras defenderemos la ciudad. Las mujeres,
en efecto, se organizan en batallones y pelean al lado de los hombres. Las
mujeres defienden el Panteón, la calle Mouffetard, la calle Racine (…) Un
batallón de mujeres perecerá completo tras defender la barricada de la Place
Blanche y retirarse luego al Chateau D’Eau.
Mas no sólo se ocupan de pelear. André Léo, Jaclard y Périer, acompañadas de
Eliseo Reclus y Sapia, forman la Comisión encargada de organizar y vigilar la
enseñanza en las escuelas de chicas, implantando la laicización y la gratuidad.
El trabajo realizado fue inmenso, habida cuenta de las dificultades derivadas
de la situación excepcional y de la importancia de las escuelas confesionales:
257.000 niños en edad escolar; 71.800 en las escuelas comunales; 87.000 en
centros religiosos; 15.000 en liceos y colegios, y 80.000, aproximadamente,
fuera de los circuitos escolares.
Destaquemos la intervención de Louise Michel ante los tribunales. Tras pasar
por un sinfín de cárceles, acude al sexto Consejo de Guerra y se niega a
nombrar un defensor: Pertenezco
enteramente a la revolución social y declaro asumir la responsabilidad de mis
actos. Lo que reclamo de ustedes (…) que se pretenden jueces (…) es el campo de
Satory donde ya han caído mis hermanos. Puesto que, al parecer, todo corazón
que lucha por la libertad no tiene derecho más que a un poco de plomo, yo
reclamo mí parte. Si me dejan con vida, no cesaré de gritar venganza. Interrumpida
por el presidente del Consejo, Louise Michel replica: He terminado. Si no son
unos cobardes, mátenme. Finalmente Louise Michel será condenada al
destierro y se la deporta a Nueva Caledonia, de donde regresará en 1880.
Durante veinticinco años seguirá luchando.
MANIFIESTO DE LA UNIÓN DE MUJERES. COMUNA DE PARÍS
REPÚBLICA FRANCESA
LIBERTAD IGUALDAD FRATERNIDAD
COMUNA DE PARÍS
MANIFIESTO
DEL COMITÉ CENTRAL DE LA UNIÓN DE MUJERES PARA LA DEFENSA DE PARÍS Y LOS CUIDADOS A LOS HERIDOS
En nombre de la Revolución social que aclamamos, en nombre de la reivindicación de los derechos del trabajo, de la igualdad y de la justicia, la Unión de las Mujeres para la defensa de París y los cuidados a los heridos protesta con todas sus fuerzas contra la indigna proclama a las ciudadanas, aparecida y pegada como cartel ayer, proveniente de un grupo anónimo de reaccionarias.
La citada proclama sostiene que las mujeres de París llaman a la generosidad de Versalles y piden la paz a cualquier precio…
¡La generosidad de los cobardes asesinos!
¡Una conciliación entre la libertad y el despotismo, entre el Pueblo y sus verdugos!
¡No, no es la paz, sino la guerra a ultranza lo que las trabajadoras de París están reclamando!
¡Hoy, una conciliación sería una traición! … Sería renegar de todas las aspiraciones obreras que aclaman la renovación social absoluta, la destrucción de todas las relaciones jurídicas y sociales existentes actualmente, la supresión de todos los privilegios, de todas las explotaciones, la substitución del reino del capital por el del trabajo, en una palabra, ¡la emancipación del trabajador por sí mismo!…
Seis meses de sufrimientos y de traición durante el sitio, seis semanas de lucha gigantesca contra los explotadores coaligados, ríos de sangre derramada por la causa de la libertad ¡son nuestras credenciales de gloria y de venganza!…
La lucha actual no puede tener más resultado que el triunfo de la causa popular… París no retrocederá porque porta la bandera del porvenir. La hora suprema ha llegado… ¡paso a los trabajadores, fuera sus verdugos!…
¡Actos! ¡Energía!
¡El árbol de la libertad crece regado por la sangre de sus enemigos!…
Todas
unidas y resueltas, curtidas y esclarecidas por los sufrimientos que las crisis
sociales arrastran siempre con ellas, profundamente convencidas de que la
Comuna, representante de los principios internacionales y revolucionarios de
los pueblos, lleva en ella los gérmenes de la revolución social, las Mujeres de
París probarán a Francia y al mundo que ellas también sabrán, en el momento del
peligro supremo – en las barricadas, en las murallas de París, si la reacción
forzara las puertas- dar como sus hermanos su sangre y su vida ¡por la defensa
y el triunfo de la Comuna, es decir, del Pueblo!
Entonces, victoriosos, en condiciones de unirse y entenderse en base a sus
intereses comunes, trabajadores y trabajadoras, todos solidarios, con un último
esfuerzo ¡aniquilarán para siempre todo vestigio de explotación y de
explotadores!…
¡VIVA LA REPÚBLICA SOCIAL Y UNIVERSAL! …
¡VIVA EL TRABAJO! ¡VIVA LA COMUNA!
La Comisión ejecutiva del Comité central,
París, 6 de mayo de 1871
LE MEL,
JACQUIER,
LEFEVRE,
LELOUP,
DMITRIEFF.
Origen de los textos: Fragmento de Maurice Dommanget, Transversales, nro. 30. Las mujeres en la Comuna de París, mujeresadelante, nro. 11. Manifiesto de Unión de Mujeres y cartel, Germinal.
Fuente: http://comunizar.com.ar/las-mujeres-comuneras-paris-1871/
LAS LUCHADORAS DE LA COMUNA DE PARÍS DE 1871
Por werken rojo
6 marzo, 2021
5 de marzo de 2021
Cécile Rimboud, Gauche Révolutionnaire (CIT en Francia)
Este año se celebra el 150º aniversario de la Comuna de París, cuando durante unas breves pero heroicas semanas la clase obrera tomó el poder por primera vez. En las inmortales palabras de Karl Marx, las masas “asaltaron el cielo”.
En circunstancias extremadamente peligrosas, los trabajadores parisinos intentaron reorganizar la sociedad, abolir la explotación y la pobreza, antes de caer bajo una feroz contrarrevolución (para más información en ingles sobre la Comuna de París: https://www.socialistworld.net/2012/03/18/paris-commune-1871-when-workers-stormed-heaven-2/)
Cécile Rimboud, Gauche Révolutionnaire (CIT Francia) describe el papel heroico y clave que desempeñaron las mujeres obreras en esta lucha histórica.
www.socialistworld.net
“Los simples trabajadores, por primera vez, se atrevieron a infringir el privilegio gubernamental de sus “superiores naturales”… El viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia al ver la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, flotar sobre el Hôtel de Ville”.
Estas líneas, escritas por Karl Marx, pocos días después del aplastamiento de la heroica insurrección de 1871, en París, ilustran la importancia de lo que estaba en juego. El funcionamiento de la Comuna muestra el carácter profundamente emancipador e innovador de esta revolución. Las mujeres ocuparon un lugar históricamente inédito en la Comuna y obtuvieron un estatus social igual al de los hombres.
“La Comuna, mucho más que el ‘simple’ mito romántico de la revuelta desesperada, al que a menudo se reduce, se caracteriza, sobre todo, por una verdadera serie de medidas que corresponden a un programa revolucionario dedicado a los trabajadores”. Con estas palabras, hace 20 años, L’Égalité (el periódico de la sección francesa del CIT) celebraba el 130º aniversario de la Comuna de París.
Si el desarrollo de una sociedad puede juzgarse por el grado de participación de las mujeres en ella, es sin duda el caso de una revolución. En 1871, las mujeres -especialmente las obreras- desempeñaron un enorme papel en la Comuna de París, a pesar de los importantes obstáculos. Estas heroicas obreras barrieron para siempre la idea de que su emancipación podía producirse al margen de la lucha de clases.
Mujeres proletarias – “Esclavas de los esclavos”
El trabajo femenino ya había desempeñado un papel muy importante en la producción industrial en la década de 1860 en Francia y se había desarrollado muy rápidamente. En 1871, 62.000 puestos de trabajo de los 114.000 empleos industriales estaban ocupados por mujeres. Muchos miles de mujeres trabajaban fuera de la industria: como trabajadoras a domicilio, lavanderas, jornaleras (limpiadoras). Las mujeres (al igual que los niños trabajadores) estaban muy mal pagadas -mucho menos que los hombres- y esto fue utilizado por los empresarios para bajar los salarios.
Las trabajadoras tenían que sufrir un terrible acoso sexual por parte de los jefes (y de algunos de sus compañeros de trabajo) en las fábricas y talleres; el chantaje sexual sobre el empleo era habitual. Los salarios eran tan bajos que muchas mujeres tenían que prostituirse. En sus Memorias, una de las figuras más famosas de la Comuna, Louise Michel, escribió: “El proletario es un esclavo y la más esclava de todas es la esposa del proletario”. ¿Y qué pasa con el salario de las mujeres? Hablemos un poco de ello: no es más que un señuelo”. Las condiciones de las trabajadoras eran realmente atroces.
Victorine Brocher, una obrera cosedora de botas que fue muy activa en la defensa de París más tarde, escribió en sus “Memorias de una mujer muerta en vida”:
“He visto a pobres mujeres trabajando doce y catorce horas al día por un salario irrisorio, teniendo padres ancianos e hijos a los que han tenido que dejar atrás, encerrándose durante largas horas en talleres insalubres donde nunca penetra ni el aire, ni la luz, ni el sol, pues están iluminados con gas; en fábricas donde son empujadas como rebaños de ganado, para ganar la modesta suma de dos francos al día, sin ganar nada los domingos y los días festivos.
“A menudo, pasan la mitad de la noche arreglando la ropa de la familia; también tienen que ir al lavadero a lavar la ropa los domingos por la mañana. ¿Cuál es la recompensa para estas mujeres? A menudo, ansiosa, espera a su marido que ha estado merodeando en el local de copas vecino y sólo vuelve a casa cuando se ha gastado las tres cuartas partes de su dinero. … El resultado: la miseria o la prostitución. Un escritor (Idriss Al-‘Amraoui, emisario del sultán de Marruecos) dijo una vez: ‘París es el paraíso para las mujeres y el infierno para los caballos’. Yo digo: ‘París es el paraíso de las medio-socialistas y de los caballos de lujo, el infierno de los trabajadores honestos y de los caballos en carruaje”.
Durante los últimos años del Imperio, algunas trabajadoras se agitaron contra estas terribles condiciones. Las más avanzadas políticamente, que más tarde se agruparían en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), empezaron a agitar y ser activas en los sindicatos. Nathalie Le Mel, encuadernadora bretona y líder del sindicato de encuadernadores, se unió a la AIT después de la huelga de 1865 que consiguió la igualdad salarial, independientemente del sexo, para los encuadernadores parisinos.
Reaccionario
Estos activistas tenían muchos adversarios, y no sólo eran los jefes. La mayoría del movimiento obrero de la época, incluida la políticamente heterogénea IWMA, no apoyaba a las trabajadoras. Entre otros, Jean-Baptiste Proudhon, autodeclarado anarquista y diputado después de las revueltas de 1848, tenía una posición muy reaccionaria. Proudhon sostenía que las mujeres eran en realidad inferiores a los hombres.
En “La justicia en la revolución y en la iglesia” (1860), Proudhon escribió escandalosamente: “En sí misma, la mujer no tiene razón de ser; es un instrumento de reproducción… La mujer sigue siendo … inferior al hombre, una especie de medio entre él y el resto del reino animal. … El hombre será el amo y la mujer obedecerá. Dura lex, sed lex (Por dura que sea, es la ley) … La mujer está fatal y legalmente excluida de toda dirección política, administrativa, doctrinal e industrial”.
La posición común de que “las mujeres deben quedarse en casa” fue defendida por la mayoría de la delegación francesa en el Congreso de la IWMA de 1866, aunque algunos dirigentes, como Eugène Varlin y Antoine Bourdon, se opusieron. Presentaron una resolución en el Congreso en la que se afirmaba que: “Las mujeres necesitan trabajar para vivir honradamente, por lo tanto, debemos tratar de mejorar su trabajo en lugar de abolirlo”. La resolución fue rechazada. El movimiento obrero francés no defendía entonces la mejora de las condiciones de las trabajadoras, sino el llamamiento abstracto a la “abolición” del trabajo femenino. En este sentido, la resolución de Varlin y Bourdon, en cambio, en el Congreso de la AIT de 1865, fue progresista. Estas figuras del movimiento obrero francés, entre ellas las marxistas, desempeñaron un papel fundamental en la lucha por los derechos de la mujer.
Léodile Champaix, que adoptó el seudónimo de André Léo, era miembro de la AIT, en aquella época, y escritora. Comentó: “En esta cuestión, los revolucionarios se vuelven conservadores”. Señaló lo irónico que resultaba que quienes pretendían luchar por la libertad defendieran “un pequeño reino para su uso personal, cada uno en su casa”.
Esta visión reaccionaria seguía siendo la posición dominante en el movimiento obrero, así como entre la mayoría de la clase obrera de Francia, en aquella época. Hipócritamente, la ideología dominante condenaba el trabajo de las mujeres y les exigía ser meras amas de casa privadas de todo derecho. Al mismo tiempo, la sociedad hacía imposible ese papel para las mujeres de la clase obrera: ya se veían arrastradas a la industria pesada y sufrían terriblemente la explotación y la pobreza.
Opiniones opuestas a la burguesía
En la segunda parte de la década de 1860, se produjeron huelgas por el salario en todo el país. Aquí y allá, se publicaron periódicos y revistas para discutir los derechos de las mujeres. Un ejemplo fue la revista bimensual “Women’s Rights”. Su objetivo era discutir “la emancipación moral, intelectual y civil de las mujeres – como hijas, como esposas y como madres”, pero no la emancipación financiera, ¡y no las mujeres como trabajadoras!
Estas revistas eran elaboradas en su mayoría por burgueses y burguesas, que no animaban a las mujeres, en general, a organizarse o a emprender acciones políticas. Al contrario, en julio de 1869, el periódico “Women’s Rights” comentaba “No les decimos [a las mujeres] que ha llegado el momento de reclamar su parte de esos derechos políticos… porque su educación no las ha preparado para las virtudes especiales que requiere la acción política”. Cuán equivocados estaban al comprobar la acción heroica de las obreras parisinas, menos de dos años después de esta indignante declaración.
Por otra parte, Karl Marx y los socialistas científicos siempre habían apoyado los derechos de las mujeres y de las trabajadoras. Y aunque eran minoritarios en Francia, en aquella época, hicieron todo lo posible para ayudar a las trabajadoras a organizarse y luchar. No sólo por la emancipación y la igualdad, sino para que el movimiento obrero cambiara su posición y defendiera a las mujeres de la clase obrera.
Una joven colaboradora de Marx fue Elisabeth Dmitrieff. Fue activista en Rusia antes de emigrar a Suiza, donde ayudó a fundar la sección rusa de la IWMA. Sólo tenía 21 años cuando fue a París para conseguir apoyo para las ideas del socialismo científico, especialmente entre las mujeres. La emancipación de la mujer, sostenía, pasaría por la emancipación de todo el proletariado. Una de las tareas era, pues, despertar la conciencia de clase de las trabajadoras parisinas para atraerlas a la lucha revolucionaria.
Las socialistas no se preocupan únicamente por las cuestiones relativas a la condición de las trabajadoras. Las activistas, miembros de la IWMA, y otras, también estaban entre las que se tomaban más en serio el éxito de la propia Comuna.
André Léo, por ejemplo, fue implacable en sus intentos de convencer al pueblo de París y a los miembros de la Comuna de que el aislamiento de la lucha en París y la alienación del campesinado serían fatales. El 9 de abril de 1871, escribió: “En las provincias hay peligro, hay un desastre. París en este momento odia y maldice a las provincias y las provincias odian y maldicen a París. Se ha levantado entre ellas una montaña de mentiras y calumnias”.
Junto con Auguste Serrailler, miembro de la IWMA y de la Comuna, “Leo” trabajó, desgraciadamente sin éxito, para que se aprobara un decreto sobre la abolición de las deudas hipotecarias, que habría suscitado un gran apoyo entre el campesinado: las deudas hipotecarias de los pequeños propietarios de tierras se habían disparado hasta un total de 14.000 millones de francos
Las mujeres en la defensa militar de París
En su famosa narración, Historia de la Comuna de 1871, Pierre-Olivier Lissagaray escribió que el 18 de marzo, al comienzo de la insurrección “Las mujeres fueron las primeras en actuar, como en los días de la Revolución (de 1789)… Las del 18 de marzo, endurecidas por el asedio, no esperaron a los hombres: habían tenido una doble ración de miseria”. Las mujeres empezaron a organizarse rápidamente. Se libra una batalla para que las mujeres se incorporen oficialmente a la defensa militar de París.
Por supuesto, las mujeres no habían esperado ninguna orden oficial para defender París y la revolución; miles de ellas ya habían participado en la defensa de París durante su asedio por el ejército prusiano. Se crearon varias organizaciones femeninas de defensa. Louise Michel, André Léo y otras organizaron servicios de “ambulancias” (paramédicos) y distribución de alimentos y ropa.
El 8 de mayo, Léo, en un artículo bastante pesimista titulado “La revolución sin la mujer”, protesta contra la hostilidad del general Dombrowski y otros a la integración de las paramédicas de Montmartre en el ejército y en los puestos de avanzada: “¿Sabe usted, general Dombrowski, cómo se hizo la Revolución del 18 de marzo? Por las mujeres. Al amanecer, las tropas habían sido enviadas a Montmartre. El pequeño número de la Guardia Nacional que custodiaba los cañones de la plaza Saint-Pierre fue tomado por sorpresa, y los cañones estaban siendo retirados.” relató Louise Michel: “Las mujeres cubrieron los cañones con sus cuerpos”.
Lissagaray escribe: “La actitud de las mujeres durante la Comuna fue admirada por los extranjeros y enfureció a los versalleses”. Diez mil obreras lucharon durante la “Semana de la Sangre”. La 12ª Legión de la Comuna tenía incluso un contingente femenino.
La Asociación de Mujeres
En los días heroicos de la Comuna de París se crearon varias organizaciones de mujeres. En particular, el 11 de abril se creó la “Union des femmes pour la défense de Paris et les soins aux blessés” (Asociación de mujeres para la defensa de París y el cuidado de los heridos). Sus miembros se ponen a disposición de la Comuna y están dispuestos a “luchar y vencer, o morir”.
Con motivo de la fundación de la Unión de Mujeres, se publicó un manifiesto en forma de discurso dirigido a la Comisión Ejecutiva de la Comuna, publicado en el Diario Oficial de la Comuna el 13 de abril. El discurso decía: La Comuna representa un gran principio al proclamar la aniquilación de todo privilegio, de toda desigualdad, y por el mismo (principio) se compromete a tener en cuenta las justas reivindicaciones de toda la población, sin distinción de sexo, distinción creada y mantenida por la necesidad de antagonismo en que se basan los privilegios de las clases dominantes”.
Exigió los medios de organización necesarios para que las mujeres pudieran implicarse realmente en la revolución, como salas en cada distrito donde pudieran reunirse y organizar su actividad política.
La Comuna aceptó esta propuesta. Louise Michel es una de las figuras más conocidas de la Comuna. Pero cabe destacar que, aunque demostró una gran valentía, sus ideas políticas no eran socialistas y, por lo tanto, no desempeñó ningún papel en los intentos de formar sindicatos u organizaciones de mujeres trabajadoras como la Union des Femmes (Asociación de Mujeres). La Asociación de Mujeres era muy activa y estaba bien organizada. Está dirigida principalmente por mujeres trabajadoras y muestra una enorme valentía.
El 18 de mayo, la comisión ejecutiva de la Asociación seguía convocando una asamblea de mujeres con su famoso “Llamamiento a las trabajadoras”. El objetivo era constituir ramas sindicales, cuyas delegadas elegidas formarían, a su vez, la “Cámara Federal de Mujeres Trabajadoras”. La Asociación, con sede en el hermoso ayuntamiento del distrito 10 de París, celebraba reuniones diarias en todos los distritos y organizaba a unas 300 afiliadas.
Elisabeth Dmitrieff, en particular, pretendía utilizar la Asociación de Mujeres para fomentar la organización política de las mujeres en la AIT para luchar por el socialismo. A pesar de la ausencia de mujeres en la propia Comuna, en algunos distritos las mujeres se habían integrado en la administración; en el distrito 9, una mujer llamada Murgès formaba parte del consejo.
La Asociación de Mujeres libró una feroz lucha contra las mujeres burguesas que, a través de carteles y periódicos, propugnaban una propaganda derrotista y desmoralizadora. El 3 de mayo, un cartel decía: “¡Mujeres de París, en nombre de la patria, en nombre del honor, finalmente en nombre de la humanidad, exigid un armisticio!”
La Asociación de Mujeres respondió el 6 de mayo con un cartel: “No es la paz, sino la guerra a toda costa lo que los trabajadores de París vienen a exigir. … ¡Las mujeres de París demostrarán a Francia y al mundo que ellas también sabrán … dar su sangre y su vida, como sus hermanos, por la defensa y el triunfo de la Comuna! … ¡Entonces, victoriosos, capaces de unirse y ponerse de acuerdo sobre sus intereses comunes, los hombres y las mujeres trabajadores, todos solidarios, por el último esfuerzo, destruirán para siempre todos los vestigios de la explotación y de los explotadores!”
Una gran inspiración
Durante esta revolución de dos meses se consiguieron muchas medidas muy progresistas para las mujeres, aunque de corta duración. Se consiguió el cierre de los burdeles. La Comuna prohibió la prostitución, considerada como “una forma de explotación comercial de criaturas humanas por otras criaturas humanas”.
Se reconocieron oficialmente las parejas de hecho. A las viudas de los guardias nacionales muertos en combate se les concedió el pago de una pensión, estuvieran o no oficialmente casadas con ellos, y sus hijos, legítimos o “naturales”, fueron reconocidos con una simple declaración.
Las mujeres que solicitan la separación de su pareja también pueden recibir el pago de una pensión. La educación y el cuidado de los niños se revolucionan. La Iglesia y el Estado se separan; los hospitales y las escuelas también se convierten en laicos. Los maestros y las maestras obtienen la misma remuneración.
La preocupación más importante es la escasez de trabajo. Todas las asociaciones de mujeres exigen trabajo al jefe de la Comisión de Trabajo y Comercio de la Comuna, Léo Frankel. Éste respaldó las propuestas de la “Asociación de Mujeres”, incluyendo la requisición de los talleres abandonados y la organización por parte de la Asociación de Mujeres de talleres cooperativos para que las mujeres trabajaran en ellos.
Dimitrieff, en particular, temía que si la Comuna no tomaba medidas audaces para emplear y proporcionar salarios dignos a las mujeres, éstas “volverían a un estado pasivo y más o menos reaccionario que el orden social anterior había creado, fatal y peligroso para los intereses revolucionarios”.
Trágicamente, todas las medidas progresistas se vieron truncadas por la sangrienta arremetida contra París desde Versalles a partir del 21 de mayo.
Las mujeres lucharon heroicamente durante la Comuna de París y su “Semana de la Sangre”. Como dijo Karl Marx “Las verdaderas mujeres de París se mostraron de nuevo: heroicas, nobles y abnegadas… dando alegremente su vida en las barricadas y en el lugar de la ejecución”.
El director del periódico Le Vengeur comentó: “He visto tres revoluciones y, por primera vez, he visto a las mujeres implicarse decididamente, mujeres y niños. Parece que esta revolución es precisamente la suya y que, al defenderla, están defendiendo su propio futuro”.
Miles de personas han muerto durante la “Semana de la Sangre”, pero el heroísmo persiste. “Derrotados pero no vencidos”, fueron las palabras de Nathalie Le Mel, deportada a Nueva Caledonia junto a Louise Michel y otros miles. ¡Qué impresionados podemos estar al ver semejante determinación!
La lucha de las socialistas científicas como Dmitrieff y otras para formar organizaciones de mujeres trabajadoras ante tanta adversidad es realmente un ejemplo y una joya preciada en el arsenal del movimiento obrero mundial.
La Comuna de París y estas mujeres pueden ser una gran fuente de inspiración para todos aquellos que hoy en día buscan acabar con la discriminación y la explotación de las mujeres y de todos los oprimidos. Las mujeres de la Comuna comenzaron a mostrar el camino.
La emancipación de la mujer sólo puede lograrse a través de una lucha común y unida de la clase obrera -hombres y mujeres por igual- con el objetivo de liberar el trabajo del capital y acabar así con todas las formas de explotación.
Fuente: https://werkenrojo.cl/las-luchadoras-de-la-comuna-de-paris-de-1871/
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