Por José Ernesto Nováez Guerrero
31 DICIEMBRE, 2021 DE LA
PUPILA INSOMNE
En el
hipotético prólogo que el Che Guevara hiciera a sus Apuntes críticos a la Economía Política en el año
1965, titulado «La necesidad de este libro», el guerrillero sostiene que los
cambios determinados por la NEP en la estructura económica y social del Estado
soviético han marcado con su signo toda una etapa de su desarrollo. Esto lo
lleva a lanzar una sentencia que, vista desde la actualidad, resulta
premonitoria:
« (…)
la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada
las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que
significó la NEP se está resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está
regresando al capitalismo.»[1]
Veintiséis años después
de que el Che redactara estas líneas, el 25 de diciembre de 1991, quedaba
oficialmente disuelta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el
formidable Estado euroasiático que, por primera vez en la historia humana,
había emprendido el incierto camino de construir una sociedad nueva, que no se
basara en la lucha de clases y en la desigualdad. Una nación que había pasado
en poco tiempo de ser una monarquía rural y decadente a ser una potencia
industrial de primer orden, vencedora de la máquina bélica más temible de la
primera mitad del siglo XX, el fascismo alemán.
El colapso definitivo de
la URSS estuvo precedido del colapso del campo socialista y significó la crisis
de un paradigma civilizatorio alternativo al del capitalismo y que se reflejó
con mucha fuerza en la crisis espiritual e intelectual de la última década del
siglo pasado, donde incluso algún ideólogo trasnochado del imperialismo llegó a
hablar del fin de la historia.
En el 30 aniversario de una fecha tan triste para el movimiento revolucionario, conviene volver una más sobre el derrumbe para continuar extrayendo experiencias para el futuro.
La Revolución de Octubre, la URSS y el socialismo
La Revolución Socialista
de Octubre triunfa en un país de dimensiones colosales donde, durante varias
décadas, se habían ido creando condiciones de efervescencia revolucionaria,
acentuadas por la ineptitud, corrupción y despotismo del viejo régimen, agotado
ya en todas sus posibilidades de desarrollo e incapaz por tanto de
reinventarse.
Su triunfo es el punto
más alto de una oleada revolucionaria europea y mundial que guarda estrecha
relación con la profunda crisis humana, moral y económica que representó para
los poderes establecidos la carnicería absurda de la Primera Guerra Mundial.
Como
apunta Eric Hobsbawnn esta guerra representa «(…) el derrumbe de la
civilización (occidental) del siglo XIX.»[2] Un trauma colectivo para la sociedad europea y
para el mundo colonial subordinado a ella. Proveniente de la Belle Époque, la burguesía
europea no estaba preparada para un conflicto de estas dimensiones. Nunca una
guerra entre potencias europeas se había librado hasta el total agotamiento de
los contendientes, con un despliegue tal de maquinaria homicida y con
concentraciones tan grandes de combatientes.
Las masas trabajadoras,
que fueron quienes pusieron la mayor parte de los muertos y cargaron con el
costo de la guerra sobre sus espaldas, resintieron con estoicismo este esfuerzo
estéril. Y de su descontento surgieron las condiciones que alimentaron el fuego
de la revolución que se desató en 1917.
El Poder Soviético se
convierte entonces, en esta etapa, en la expresión tanto de las aspiraciones de
los oprimidos en el imperio de los zares como de otras partes del mundo. Los líderes
bolcheviques se veían a sí mismos y a lo que estaban haciendo como la avanzada
de la revolución mundial. Esta dimensión internacional e internacionalista
explica por qué dieron el paso de tomar el poder en un país tan atrasado como
era la Rusia de la época y por qué los ejércitos soviéticos avanzaron en 1920
sobre la Polonia de Pilsudski, luego de derrotar militarmente sus ejércitos en
territorio ucraniano. También explica la III Internacional y su red de alianzas
con los jóvenes partidos comunistas emergidos después de la Revolución de
Octubre en numerosos países.
La esperanza de Lenin y
los restantes líderes bolcheviques era la de contribuir al triunfo de la
revolución en Alemania, un poderoso estado industrial con una ubicación
estratégica en el corazón de Europa y donde la derrota del militarismo imperial
había creado una situación de efervescencia que tuvo su expresión en la efímera
República soviética de Bavaria entre 1918-1919 y numerosos alzamientos en otras
regiones. También las hubo en otras partes de Europa.
En esos
primeros años la Revolución mundial parecía posible. La máxima prioridad,
entonces, era garantizar la supervivencia a cualquier costo del Poder
soviético, para evitar que con su derrota se consagrara el triunfo de la
reacción.
Esto
explica, en parte, la heroica resistencia de los años de la Guerra Civil, en
contra de más de una docena de ejércitos enemigos, en un país devastado por la
guerra, con índices de producción ínfimos, en medio del hambre, el frío y la
incertidumbre. No resistían solo por el socialismo en Rusia sino por una nueva
época para el mundo.
Esta
convicción alimentaba también la dureza de algunas decisiones que, si bien
garantizaron la victoria, sembraron el germen de futuros problemas para el
Partido, ya que en el afán de ganar unidad se fue sacrificando la pluralidad y
riqueza de la vida interna que había caracterizado la organización bolchevique.
Esta tendencia, que en vida de Lenin parecía reversible, se fue convirtiendo
luego en norma en la medida en que Stalin y la burocracia fueron haciéndose con
el poder en el aparato del Estado y del Partido.
Desde el principio el
Poder soviético tomó un conjunto de medidas que daban respuesta a las
necesidades más urgentes del pueblo. El propio ordenamiento inicial del aparato
estatal, el poner en el centro a los soviets, que eran estructuras democráticas
derivadas de la experiencia comunal rusa, expresa la existencia de una voluntad
en el liderazgo de la Revolución por hacer al pueblo protagonista en el proceso
de transformación social. Incluso a nivel simbólico se sustituyó el título de
Ministro por el de Comisario, por considerarse que quien ocupaba esa plaza
había sido comisionado por el pueblo para esa tarea. Y los principales puestos
del Estado eran, en principio, revocables por el pueblo y el soviet como órgano
de expresión de esta voluntad colectiva.
¿Qué pasó entonces para
que esta voluntad política no se concretara en una nueva forma de participación
popular y el aparato administrativo terminara secuestrado por una burocracia
que pretendía gobernar en nombre del pueblo, cuando en verdad gobernaba en su
lugar?
El primer elemento que
atentó contra esta voluntad del Poder soviético fueron las propias condiciones
en que este hubo de desenvolverse: un país devastado por la guerra, con una
agricultura deficiente, fábricas prácticamente cerradas y una inflación galopante,
todo lo cual se agravaba con la hostilidad permanente de las grandes potencias,
que tuvo su primera expresión en la ofensiva del imperialismo alemán y luego de
las potencias vencedoras de la guerra y sus aliados internos, parte del viejo
régimen.
Sumado a esto existía el
problema cultural, que en Rusia adquiría infinitud de expresiones. Desde el
analfabetismo y servilismo impuesto durante siglos al campesinado pobre hasta
la escasa instrucción pública. Una expresión muy concreta de este problema se
daba en la carencia crónica de especialistas que pudieran ocuparse de echar a
andar los procesos productivos en los diversos rubros de la economía.
Por último, el frente
revolucionario era muy heterogéneo y convivían en su seno fuerzas de diversa
naturaleza y formación. Esto hacía que el proceso de toma de decisiones en los
órganos colegiados fuera muchas veces agotador, sino imposible, y que se trasladaran
a estos viejas rencillas del pasado, intereses políticos de grupo y tendencias
sectarias que fragmentaban y dificultaban el ejercicio político en un momento
de imperativos permanentes.
La inmensidad de estos
retos y condiciones, sumado a la urgencia de reformar el aparato estatal y
hacerlo funcionar para que diera respuesta a las numerosas amenazas que surgían
de todas partes, como hongos después de la lluvia, favoreció el fortalecimiento
de una tendencia autoritaria y centralizadora en la toma de decisiones.
Lenin, que era el
espíritu animador del Partido, lo concibió como un conjunto de pasos
extraordinarios para garantizar la victoria. Al igual que las medidas del
denominado Comunismo de Guerra y la férrea política de Terror Rojo con que se
combatió el Terror Blanco.
Nacer
donde nació y en las condiciones en que lo hizo constituyeron escollos
formidables para la experiencia soviética. La temprana muerte de Lenin, en
1924, fue uno aún mayor. En uno de sus últimos artículos, (Más vale poco y bueno[3]),
apuntaba a la necesidad de reformar la Inspección Obrera y Campesina
disminuyendo el número de sus empleados y aumentando la proporción de obreros y
campesinos que la integraban.
Stalin
y el estalinismo.
La victoria soviética en
la Guerra Civil se logró a costa de un inmenso sacrificio humano y material. La
unión entre proletariado urbano y campesinos sobre la cual descansaba la
estructura de poder clasista del Estado soviético se encontraba profundamente
debilitada. El núcleo proletario que había hecho la revolución en Petrogrado y
Moscú estaba diezmado y esto comprometía aún más la posición política del
gobierno. El campesinado, por su parte, comenzaba a mostrar síntomas de
descontento y la productividad había decrecido de forma drástica.
En
su Informe sobre la gestión Política del Comité Central del Partido
Comunista (bolchevique) de Rusia, pronunciado el 8 de marzo de 1921,
en el marco del X Congreso del partido, Lenin encara el problema. Considera que
el campesinado le ha dado un cheque en blanco al poder soviético durante los
años del conflicto, pero que ya estaba ansioso por cobrarlo. Las ciudades no
podían abastecer al campo de los productos que este demandaba. La solución que
Lenin da al problema se sintetiza en lo que se denominó como Nueva Política
Económica. En esencia este conjunto de medidas buscaban desatar las fuerzas
productivas internas dando cierto margen de libertad operativa a las relaciones
capitalistas[4].
Lenin concebía todo un
sistema de control y contramedidas que de alguna forma cercaran y que, poco a
poco, fueran superando estas relaciones privadas de producción en el campo. Así
preveía un proceso de colectivización voluntario a través del cual el
campesinado ruso fuera descubriendo las ventajas de la producción colectiva y
la superioridad de la producción tecnificada.
En la
práctica la NEP acabó degenerando en el surgimiento de los denominados nepman, poderosos hombres de negocio que llegaron en un
momento incluso a hacer peligrar la legitimidad del poder soviético.
Ya veíamos en la cita
del inicio como el Che señalaba en la NEP el problema fundamental que afectaba
la totalidad del funcionamiento del Estado soviético. Estas políticas,
aplicadas sin control y sin la clara visión de Lenin, degeneraron en un
fortalecimiento de las relaciones capitalistas y lo que es peor aún, en un
fortalecimiento de la conciencia pequeñoburguesa que encontró sus adalides principales
en la burocracia que ocupaba los diferentes niveles de dirección en el aparato
estatal.
El ascenso político de
Stalin significó el triunfo de estas tendencias por encima de otras más
radicales e internacionalistas, como la de la denominada Oposición de
Izquierda. Esta plataforma, cuya figura principal era Lev Trotsky, a pesar de
ciertas limitaciones e inconsecuencias, defendía un programa mucho más
coherente con la línea original del bolchevismo que la política amorfa y
cambiante de la línea oportunista de Stalin. Poco a poco, en un sistema
sucesivo de alianzas y bruscos cambios políticos, Stalin fue apropiándose de
toda la estructura. La ardua labor política como secretario general del
partido, puesto meramente organizativo, le permitió ir creando un entramado
burocrático subordinado a él que votaba según se le indicara en los espacios de
decisión partidista.
Esa fina labor de
orfebre le permitió a Stalin vencer a adversarios que lo superaban en muchos
otros planos. Y con el triunfo del georgiano, paradójicamente, se verificó el
triunfo de la reacción pequeñoburguesa y el espíritu gran ruso en el corazón
del partido. La Rusia soviética abandonó su perspectiva internacionalista y se
volcó a la construcción del «socialismo en un solo país». Comenzó también un
proceso de justificación ideológica tendiente a hacer pasar por logros o leyes
del socialismo lo que no eran más que relaciones capitalistas no superadas.
También se consagró el triunfo de la burocracia como estrato gobernante. Se dejó de gobernar con el pueblo y se pasó a gobernar en su lugar. La burocracia concentró y normalizó un sistema de privilegios que, como señalara Trotsky en su análisis de los años treinta[5], la distanciaba cada vez más del conjunto de los que dirigía.
El
estalinismo, entonces, no fueron solo sus manifestaciones más evidentes como el
culto a la personalidad, el brutal ejercicio del poder, el clima coactivo
ideológico en torno a cualquier forma de producción espiritual, sino que fue,
por un lado, el triunfo de la reacción y su justificación ideológica en la
forma de un marxismo-leninismo castrado y, por el otro, la aniquilación de
cualquier forma de participación popular efectiva en el ejercicio del poder
estatal. Funcionaba como unos espejuelos oscuros que impedían ver las
relaciones capitalistas y cómo iban minando a aquellos que dirigían.
A pesar de la crítica
que se hizo en el XX Congreso del PCUS a las formas más exteriores del
estalinismo, el fallo principal estuvo en considerarlo como una tendencia asociada
solo a la figura de Iósif Stalin. La única forma de superarlo era comprenderlo
como un conjunto de prácticas, relaciones y concepciones enraizadas en la
estructura del poder estatal soviético.
El resultado fue un
proceso de abandono progresivo de conceptos centrales de la visión marxista del
mundo. Sin las categorías adecuadas resulta imposible comprender y superar un
determinado orden de cosas. La Unión Soviética posterior a Stalin siguió ciega
ante los problemas fundamentales que la aquejaban y, poco a poco, se fue
convirtiendo en una potencia conservadora, más preocupada en su beneficio e
intereses que en la magna tarea que sus fundadores le habían encomendado.
De Jruschov a Gorbachov
es posible rastrear una línea de progresivos abandonos ideológicos y políticos
que prepararon y aceleraron la decadencia de la etapa final de la URSS. El
populismo de Gorbachov y los restantes miembros de su gobierno, la
inconsistencia y oportunismo con que se aplicaron políticas como la Perestroika
y la Glásnost que, si bien respondían a problemáticas concretas de la sociedad
soviética, implicaban un gran cuidado, la incapacidad del propio aparato del
Partido y el Estado para evitar el suicidio forzoso, la inacción de la masa del
pueblo la mayor parte del proceso y la forma en que este fue manipulado por
oportunistas como Yeltsin para que actuase en contra de sus propios intereses,
son prueba del grado de descomposición que había alcanzado toda la estructura.
Aquel 25 de diciembre de
1991 se firmaba el acta de defunción de un cadáver ya desmembrado y putrefacto.
La poderosa Unión Soviética cayó víctima de sus propias inconsecuencias. Si
bien es cierto que hubo intereses extranjeros vinculados al proceso del
derrumbe, estos solo aprovecharon y dinamizaron tendencias que ya estaban. La
premonitoria sentencia del Che se hizo realidad con una fuerza catastrófica.
P.D: Los logros de la URSS
En sus más de siete
décadas de existencia, y a pesar de las contradicciones y limitaciones que
hemos mencionado con anterioridad, la Unión Soviética representó una esperanza
para numerosos pueblos en diversas latitudes del mundo y obtuvo importantes
logros científicos, económicos y sociales.
Los
investigadores Roger Keeran y Thomas Kenny, en su libro Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética
1917-1991 hacen un resumen sumamente valioso de los logros de
la URSS, que transcribimos en extenso:
«Esa nación no solo eliminó la explotación de clases del antiguo orden, sino que además terminó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y estableció la igualdad entre las etnias y las nacionalidades; acabó con la pobreza extrema, la desigualdad flagrante de riquezas e ingresos; estableció el derecho universal a la educación y la igualdad de oportunidades. En 50 años, el país transitó de una producción industrial que era de solo el 12% comparada con la de Estados Unidos hasta llegar al 80% y una producción agrícola del 85% equiparada con la de los norteamericanos. A pesar de que el consumo per cápita de los soviéticos se mantuvo más bajo que el de los Estados Unidos, no ha habido una sociedad que haya incrementado el nivel de vida y de consumo tan rápidamente en tan corto período de tiempo y para todo su pueblo. El empleo estaba garantizado. La educación gratuita a disposición de todos, desde el preescolar hasta los niveles secundarios (educación general, técnica y vocacional), las universidades y las escuelas en horario extralaboral. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes recibían estipendios. El servicio de salud también lo era y para todos; disponían de cerca del doble de médicos por persona en relación con los Estados Unidos. Los trabajadores tenían todas las garantías laborales, además de seguro salarial y social para casos de accidentes o enfermedades. A mediados de la década del setenta los trabajadores alcanzaban un promedio de 21,2 días de vacaciones (un mes cada año) y los sanatorios, los lugares de descanso o los planes vacacionales para los niños eran subsidiados o gratuitos. Los sindicatos tenían el poder de vetar las expulsiones del trabajo e interpelar a los administradores y gerentes. El Estado regulaba los precios y subsidiaba el costo de la canasta básica alimentaria y de la renta de la vivienda. Esta constituía solo el 2% o el 3% del presupuesto familiar; el agua, la electricidad, el gas y la calefacción, entre el 4% y el 5%. No había segregación habitacional por ingresos. Con excepción de algunos barrios que eran reservados para altos funcionarios, en todos los demás lugares los directores de fábricas y plantas, las enfermeras, los profesores, los bedeles… vivían como vecinos.»[6]
Aunque muchos de
los logros enumerados acá tienen diversos matices, lo cierto es que la sociedad
soviética, con sus múltiples contradicciones y limitaciones, era aun así más
justa que las sociedades que la sucedieron, donde la lógica del mercado
dinamitó todas las conquistas sociales y dejó a la clase trabajadora inerme
ante los desmanes del neoliberalismo.
Keeran y Kenny apuntan también la prioridad que el gobierno soviético dio al desarrollo cultural e intelectual del pueblo. Las políticas públicas garantizaron precios razonables para las publicaciones periódicas, lo libros y los eventos culturales, con lo cual se garantizaba un acceso masivo a estos servicios. Según la UNESCO el ciudadano soviético leía más libros y veía más filmes que cualquier otro en el mundo. Este esfuerzo gigantesco contribuyó a acortar las brechas culturales y tecnológicas existentes en un país donde confluían más de un centenar de nacionalidades distintas[7].
La grandeza de la Unión
Soviética no reside solo en las cifras macro de sus logros sociales, sino
también en haber demostrado que era posible el surgimiento y consolidación de
un proyecto de organización social que adversara al del gran capital transnacional.
Sus contradicciones y limitaciones son el resultado de las condiciones en que
hubo de concretarse, las limitaciones culturales y políticas de fondo, la
estrecha concepción del marxismo y el socialismo que acabó imponiéndose y los
vicios del capitalismo que no pudieron o supieron ver, combatir y superar.
También es la
demostración de que para construir y sostener el socialismo no basta con
expropiar a la clase poseedora de los medios de producción, como creía cierta
concepción un tanto ingenua, y de que los logros del socialismo no son
irreversibles ni están ganados de una vez y para siempre.
A pesar de estas
limitaciones, la URSS se irguió por más de setenta años como un faro de
esperanza para los pueblos oprimidos del mundo. Venció al fascismo, apoyó el
movimiento libertario del denominado tercer mundo, apoyó a Cuba cuando muchos
la dejaron sola, consiguió la paridad militar con la mayor potencia
imperialista de la historia, puso el primer humano en el espacio… De sus
errores debemos aprender todos los que bregamos por un mundo mejor. La URSS fue
pionera y en sus aciertos y errores va el germen de un mundo nuevo.
Que este treinta
aniversario de la desaparición de la Unión Soviética sea un momento para la
reflexión, la reorganización y la ofensiva en contra de la barbarie sistemática
del capitalismo. Hoy, como hace más de 170 años, es igual de cierta la
sentencia de que no tenemos más que nuestras cadenas que perder y todo un mundo
por ganar.
[1] Cfr Ernesto Che Guevara (2012) Apuntes críticos a la Economía Política. Ciencias
Sociales: La Habana. P.27
[2] Cfr Eric Hobsbawn (2004) Historia del Siglo XX. Editorial Félix Varela: La
Habana. P.16
[3] Cfr. Lenin (1974) Obras Escogidas. Editorial Progreso: Moscú. p.730-743
[4] Cfr Lenin (1971) Discursos pronunciados en los congreso del partido (1918-1922) Editorial
Progreso: Moscú p.187-212
[5] Cfr León Trotsky (2001) La Revolución traicionada. ¿Qué es y a dónde va la URSS? Fundación
Federico Engels: Madrid.
[6] Cfr. Roger Keeran y Thomas Kenny (2015) Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética
(1917-1991) Ciencias Sociales: La Habana. p.2-3
[7] Cfr. op. cit. p. 4
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