Ayrton Armando Trelles Castro
En una sentencia amarga y quejumbroso
Manuel Gonzales Prada sostenía, con firmeza amenazadora, que un día de las
futuras generaciones saldría “el pensador austero y taciturno; de aquí, el
poeta que fulmine las estrofas de acero retemplado; de aquí, el historiador que
marque la frente del culpable con un sello indeleble de ignominia” (2005, p.
54). Su “pesimismo esperanzado”, encendido de vibrante profetismo, sigue siendo
una invitación a marcar con el sello indeleble de la ignominia la historia
contemporánea que vivimos.
La
afrenta a un país humillado y ofendido, hecha por sus dirigentes y la clase
dominante, no ha visto, ni en sus pesadillas, el ardiente deseo de
reivindicación popular. Al contrario, siguen con impunidad su latrocinio y
contubernio. Lo cual quiere decir que no existe amenaza a sus modus vivendi. Y refleja la indecisión de esas masas
populares. Ante el desastre, los teóricos más aventajados buscan soluciones de
distinto tipo, y claman por restricciones necesarias a la desbocada democracia,
porque, según se ha hecho común, comienza a aceptarse que el pueblo peruano no
sabe elegir a sus autoridades.
La razón para buscar una solución
eficaz, denuncia que el peruano promedio no sabe elegir al candidato más
idóneo. Los comicios electorales han devenido, según parece, en una contienda
entre demagogos, porque quién promete más, gana el favor de las masas, pues
como dicta el principio, el pan y el circo ata la conciencia de los ciudadanos.
Restringir la democracia a personas
más preparadas, tanto para votar como para ser elegidas, es una vieja canción.
Y el problema es que hoy se entona con el ritmo de moda, pero el contenido
sigue siendo el mismo: una solución superficial a un problema profundo. El
sectarismo de la clase dominante, desde principios del denominado Perú
republicano, ha manejado ese discurso, contemplando, en el mismo, las lecciones
que sacaron a partir de haber corroborado que, al ampliar el espectro votante,
las cosas empeoraban. El debate de antaño, correspondiente a 1849 –mencionado por
Víctor Andrés Belaunde– discutía si los “indios” podían acceder a ese derecho.
La posición que ganó fue la que estaba a favor. Belaunde recordaría, en
1914, ese hecho y le serviría de prueba para sustentar su solución respecto a
restringir el derecho a voto (Katayama, 2016).
Un antiguo desastre es el de la política nacional.
Sus gobiernos han cambiado, pero como en todo país de larga y compleja
historia, existe una variable que no ha mutado tanto, y que representa, en
lenguaje benjaminiano, el sujeto llamado a redimir, y ese sujeto es el pueblo.
Hoy, amargos discursos, lamentaciones
desesperadas e indignados comentarios, sacan a la luz que la democracia peruana
sufre un grave problema, y ese es la poca preparación de la gente al momento de
ejercer su derecho. Lo que pasó en la época de Belaunde y en la nuestra, no
está simplemente en la elección de las personas, sino en las condiciones en que
esas personas tienen que elegir. No por gusto para entender la democracia se
debe mirar si sus instituciones lo son, es decir, si se democratizó la economía,
la salud, la educación, etc. Porque es fácil decir que tal cosa sucede, pero es
complicado examinar por qué ocurre. Y es más complicado notar la conexión entre
los hechos que acontecen.
La
sospecha es: el Perú y su democracia se han construido sobre la condena a las
masas de turno. Así como existen autoridades de turno y clases dirigentes o
dominantes de turno, también las víctimas pasan por lo mismo. En el siglo XIX
hasta mediados del XX, las condiciones de los pueblos originarios y
afrodescendientes, era calamitosa. Incluso se discutía si podían votar o no, y
después de que pudieron, se abogaba por restringirles ese derecho. En nuestro
tiempo, los paupers (el pobre), asediados
por la globalización, la alienación y el empobrecimiento cultural, son
estimulados a atomizarse, y ser presas fáciles del oportunismo político. Su
condición no sólo es de víctima en su intento por adaptarse a un medio viciado,
algunos de ellos terminan transformándose en verdugos de sus semejantes. Esas
víctimas, en su ineficacia por organizarse, son organizadas y encajan en un
sistema político que jamás velaría por sus intereses, pero sí necesita de sus
votos, su silencios y embrutecimiento. Obviamente, esto es una generalización
de condiciones mucho más complejas, por lo que, no se defiende que las masas
sean buenas en sí mismas, sino se denuncia al sistema por producir
víctimas.
Como la historia del Perú se ha visto
envuelta en la sucesión de gobiernos y sistemas afines a políticas
internacionales, su cultura, diagnosticada por Salazar Bondy como de
dominación, generó una realidad alimentante. Sus dirigentes, expertos en
apropiarse de proyectos foráneas, calcados de otras realidades, al aplicarlos
en estos lares, siempre han generado la escisión entre representantes y
representados. Por lo que los políticos de turno, en su mayoría, produjeron una
realidad política afín al propio subdesarrollo y tercermundización de nuestra
patria, contando con un gran complejo de inferioridad y de eurocentrismo, el
cual ha devenido en un desprecio a las víctimas de turno, y por extrapolación,
al pueblo peruano.
Un antiguo desastre es el de la
política nacional. Sus gobiernos han cambiado, pero como en todo país de larga
y compleja historia, existe una variable que no ha mutado tanto, y que
representa, en lenguaje benjaminiano, el sujeto llamado a redimir, y ese sujeto
es el pueblo. Lo popular ha sido el punto de apoyo de gestas históricas. Los
países construidos al marginando a su pueblo y sus expresiones, no sólo se
debilitan, sino que corren el gran peligro de no encontrar la construcción de
su futuro. Por eso, si es posible lanzar una intuición, la cual puede o no
descartarse si se comprueba, esa sería que el pueblo no se crea ni se destruye
sólo se transforma.
Walter Benjamín era consciente que
ninguna lucha por condiciones mejores de vida está completa sin la visión que
el presente tenga sobre el pasado. El sujeto pueblo, identificado como redentor
de sí mismo, en las condiciones en las que vivimos y según la historia que
tenemos, es mesiánico porque al redimirse él redime su pasado, y por
extrapolación, a la historia de su país. Como se mencionó, el precedente suyo
ha vivido bajo condiciones similares, y el mismo patrón continúa: excluirlo de
todo, pero necesitarlo para todo. Por eso, “articular históricamente el pasado
no significa como ´verdaderamente ha sido´. Significa adueñarse de un recuerdo
tal como éste relampaguea en un instante del peligro” (Benjamín, 2010, p. 62).
Quien busca una democracia
restringida, en un país donde de por sí está restringido el derecho de las
masas a politizarse, cohesionarse y organizarse, donde su historia es escindida
para que no se vea en ella la continuidad de una histórica lucha; esa persona
está pensando en un país sin futuro, porque de las gentes indiferenciadas, del
sujeto pueblo, nacen, crecen, se reproducen y mueren, quienes le dan vitalidad
al país. De ahí no sólo nacerá el historiador taciturno, el poeta encendido, ni
el artista vehemente, sino que, para redondear la idea de Gonzales Prada, de
ahí también es donde saldrá el filósofo o filósofa dispuesto/ a beber de su
realidad, comprometido/a con su tiempo, su causa y sus reivindicaciones, y cuyo
pensamiento asimile en sí todo el bagaje de ignominia que la historia
contemporánea ha insuflado a su propia realidad para hacerla, como dicta la
sentencia, más pesada y dolorosa, y en ese momento es en el que podría fundarse
un pensamiento que no sólo sea propio, sino popular.
El
que no conoce su pasado, corre el riesgo de repetirlo, entonces ¿por qué se
quiere restringir la democracia cuando en realidad se demanda su
radicalización? Porque el pasado que se conoce es el que le es conveniente a la
clase dominante y sus lacayos y a los que quieren ser la nueva clase dominante,
porque no tienen una conciencia completa de lo que es un pueblo y el
empoderamiento del mismo, porque en su peruanidad enajenada y lacayuna, se
sujeta al Estado profundo (Deep State), es
decir, la política que dictan las potencias de turno en defensa de sus
corporaciones transnacionales, y se olvidan o desprecian al Perú profundo,
ambas partes son en realidad lo que sostiene nuestra realidad política y
cultural, el Estado profundo tiene el sartén por el mango, pero el Perú
profundo tiene el espectro de sí mismo tocando la puerta de nuestras conciencias.
Y si nadie es capaz de abrirle la puerta, quizá en algún momento sabrá
encontrar la forma de entrar a patadas.
Referencias
bibliográficas
Benjamín,
W. (2010). Ensayos escogidos. (H. A. Murena,
trad.). El cuenco de plata.
Gonzales,
M. (2005). Pájinas libres. El comercio.
Katayama Omura, R. (2016). Realidad e idealidad en «La crisis presente» de Víctor Andrés Belaunde. Mercurio Peruano. Revista De Humanidades, (529), 20-26. Recuperado a partir de
https://revistas.udep.edu.pe/mercurioperuano/article/view/1179
Fuente: https://barropensativocei.com/2022/02/18/restringir-la-democracia-un-viejo-problema-una-vieja-solucion/
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