El jueves el Financial Times publicó el primero de una serie de reportajes
titulados “La militarización de las finanzas”, que está en relación directa con
la agresión desencadenada contra Rusia por occidente, según expresión literal
del periódico (*). Como ven, el capital financiero internacional, a diferencia
de los mequetrefes, no tiene inconveniente en hablar a sus lectores sin pelos
en la lengua.
El plan económico de los
imperialistas contra Rusia, asegura el periódico, ha sido diseñado por Janet
Yellen, que presidió la Reserva Federal de Estados Unidos, y Mario Draghi, el
antiguo director del Banco Central Europeo. Son ellos los que han embargado
gran parte de los 643.000 millones de dólares de reservas de divisas de Moscú,
lo cual es una declaración de guerra económica contra Rusia.
El objetivo es empujar a la
divisa rusa “a una caída libre”. Se trata de un tipo de guerra totalmente nuevo: la
militarización del dólar estadounidense y de otras monedas occidentales para
castigar a sus adversarios.
No tiene nada que ver con la Guerra de Ucrania porque los planes
se vienen discutiendo desde hace dos décadas. En Estados Unidos están hartos de las interminables agresiones
militares a terceros países y la guerra económica pretende llenar en parte el
vacío. Las sanciones económicas se han convertido en la nueva política de
seguridad nacional, en sustitución de la diplomacia y la guerra.
La militarización de las finanzas
tendrá profundas repercusiones para el futuro de la política y la economía
internacionales. Muchos de los supuestos básicos de la era posterior a la
Guerra Fría están siendo revocados. En su día la mundialización se vendió como
una manera de evitar los conflictos. La red de dependencia acercaría cada vez
más a los antiguos enemigos. En cambio, se ha convertido en un nuevo campo de
batalla.
El poder de las sanciones
financieras se debe a la ubicuidad del dólar estadounidense. Es la moneda más
utilizada para las transacciones internacionales, en las que suele intervenir
un banco estadounidense. Los mercados de capitales estadounidenses son los más
grandes del mundo y los bonos del Tesoro de Estados Unidos actúan como red de
seguridad para el sistema financiero mundial.
En consecuencia, es muy difícil
que las instituciones financieras, los bancos centrales e incluso muchas
empresas funcionen si están aisladas del dólar y del sistema financiero
estadounidense. Si a esto le añadimos el euro, que es la segunda moneda con más
reservas de los bancos centrales, así como la libra esterlina, el yen y el
franco suizo, el impacto de estas sanciones es aún más aterrador.
Estados Unidos ya ha sancionado
antes a ciertos bancos centrales (Corea del Norte, Irán y Venezuela), pero en
gran medida estaban aislados del mercado mundial. Las sanciones contra el banco
central de Rusia representan una primicia: el uso del arma contra una economía
importante y la primera vez en una guerra en la que participa una de las
principales potencias nucleares.
El plan conlleva grandes riesgos.
Las sanciones del banco central podrían provocar una reacción contra el dominio
del dólar en las finanzas mundiales. En las cinco semanas transcurridas desde
la imposición del bloqueo, el rublo ruso ha recuperado gran parte del terreno
perdido inicialmente y Moscú afirma que encontrarán formas para eludir las
sanciones.
La congelación de las reservas de
Rusia marcan un cambio histórico en la dirección de la política internacional.
“Estas sanciones económicas son un nuevo tipo de gobierno económico con el
poder de infligir un daño que rivaliza con el poder militar”, reconoció Biden
en un discurso en Varsovia a finales de marzo. Estaban “socavando la fuerza de
Rusia, su capacidad de reconstruir su ejército y su capacidad de proyectar su
poder”.
Una policía económica mundial
La nueva etapa de la guerra
económica comenzó el 11 de septiembre. Tras los atentados terroristas de 2001,
Estados Unidos invadió Afganistán, se adentró en Irak para derrocar a Saddam
Hussein y utilizó drones asesinos en tres continentes distintos. Pero con mucha
menos fanfarria, también ha desarrollado mecanismos para actuar como una fuerza
de policía económica mundial.
Unas semanas después de los
atentados del 11-S, Bush se comprometió a “privar a los terroristas de
financiación”. La controvertida ley patriótica en la que se basaron las
detenciones indefinidas, también otorgó al Departamento del Tesoro el poder de
excluir del sistema financiero estadounidense a cualquier institución
financiera implicada en el blanqueo de capitales.
Casualmente, el primer país
amenazado por esta ley fue Ucrania, a la que el Tesoro advirtió en 2002 que sus
bancos corrían el riesgo de verse comprometidos por el crimen organizado. Poco después,
Ucrania aprobó una nueva ley para prevenir el blanqueo de capitales.
El Tesoro de Estados Unidos
también negoció el acceso a los datos de Swift sobre
presuntos terroristas, el sistema de mensajería con sede en Bélgica que es el
canon para las transacciones financieras internacionales, el primer paso de una
red de control sobre el dinero que se mueve en el mundo.
Luego las herramientas financieras
se aplicaron a Irán con el pretexto de su programa nuclear. Estados Unidos ha
intentado restringir el acceso de Irán al sistema financiero internacional. Los
funcionarios de la Hacienda estadounidense visitaban los bancos europeos y les
informaban discretamente de las cuentas del gobierno iraní. A los gobiernos
europeos no les gusta que el fisco estadounidense les diga a sus bancos cómo
operar, pero tuvieron que tragar. Nadie se atreve a meterse con el Tesoro
estadounidense.
Obama impuso sanciones económicas
al banco central de Irán, el último paso de una campaña para estrangular su
economía. Las sanciones no sólo presionaron a Irán para que negociara el
acuerdo nuclear de 2015, sino que también allanaron el camino para hacer lo
mismo con Rusia.
Ir a por el banco central de un
país es lo máximo que se puede alcanzar hoy para sancionar a su sector
financiero. Los bancos centrales no sólo imprimen dinero y supervisan el
sistema bancario, sino que también proporcionan un amortiguador económico vital
en una crisis, defendiendo una moneda o pagando importaciones esenciales.
Las reservas de Rusia aumentaron
tras la anexión de Crimea en 2014 para asegurarse contra futuras sanciones de
Estados Unidos. Las grandes reservas de China en bonos del Tesoro de Estados
Unidos se consideraron en su día como una fuente potencial de influencia
geopolítica.
Las sanciones occidentales contra
el banco central ruso han socavado su capacidad para apoyar la economía. El
ataque a un banco central es como tener ahorros para usarlos en caso de
emergencia y cuando ésta llega, el banco no permite retirarlos. Probablemente
los imperialistas hayan neutralizado unos dos tercios de las reservas rusas.
Los lacayos de Bruselas firman en blanco
La Unión Europea lleva las
últimas cinco décadas criticando la excesiva influencia de la moneda
estadounidense y ahora se está comiendo sus palabras. Bruselas está colaborando
estrechamente con Estados Unidos contra Rusia. “Nunca en la historia de la
Unión Europea hemos tenido un contacto tan estrecho con los estadounidenses en
materia de seguridad como el que tenemos ahora; es algo realmente inédito”,
dijo un alto funcionario de la Unión Europea.
La planificación de las sanciones comenzó en noviembre del año
pasado. Biden pidió a Yellen que
elaborara planes sobre las medidas que podrían tomarse para responder a una
invasión. A partir de ese momento, Estados Unidos comenzó a coordinarse con la
Unión Europea, Reino Unido y otros países vasallos. Desde entonces hasta la
invasión del 24 de febrero, los funcionarios del gobierno de Biden pasaron una
media de 10 a 15 horas a la semana en videoconferencias con Bruselas y los
Estados miembros para coordinar las sanciones.
En Washington, la política de
sanciones ha estado dirigida por Daleep Singh, un antiguo funcionario de la
Reserva Federal de Nueva York que ahora es asesor de seguridad nacional para la
economía internacional en la Casa Blanca, y Wally Adeyemo, un antiguo ejecutivo
de BlackRock que
fue subsecretario del Tesoro. En 2014 ambos trabajaron con el gobierno de Obama
cuando Estados Unidos y Europa discrepaban sobre la manera de responder a la
anexión de Crimea por parte de Rusia.
La Unión Europea estaba
desesperada por evitar un precedente embarazoso más reciente en relación con
las sanciones contra Bielorrusia, que resultaron ser mucho más débiles, ya que
los distintos países buscaron exenciones para sus industrias. Esta vez el
esfuerzo de la Unión Europea se coordinó directamente desde el despacho de
Ursula von der Leyen a través de Bjoern Seibert, su jefe de gabinete.
La otra figura central es la
ministra de Finanzas de Canadá, Chrystia Freeland,
a la que ya hemos presentado en otra entrada. Estaba en estrecho contacto con
los sicarios de Kiev. Unas horas después de que los tanques rusos empezaran a
entrar en Ucrania, Freeland envió
una propuesta escrita a Estados Unidos con un plan específico dirigido contra
el banco central ruso. El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, reiteró
la propuesta en una cumbre de emergencia de los cabecillas del G7.
¿Se puede seguir confiando en Estados Unidos?
Hasta el 24 de febrero, el plan
se centraba en que los bancos rusos quedaran aislados de Swift. Luego los
imperalistas pusieron en primer plano las opciones más agresivas. En Europa fue
Draghi quien impulsó la idea de sancionar a los bancos centrales en la cumbre
de emergencia de la Unión Europea la misma noche de la invasión. Italia, uno de
los principales importadores de gas ruso, había dudado en el pasado en imponer
sanciones. Sin embargo, el dirigente italiano argumentó que las reservas de
Rusia podrían utilizarse para amortiguar el golpe de nuevas sanciones.
Tenían que poderarse de la pasta
rápidamente. Las conversaciones de última hora cogieron desprevenidos a los
segundones, sujetos de la catadura de Pedro Sánchez, que se apresuraron a hacer
lo mismo.
Sin embargo, la unidad occidental
es aparente. Las grandes potencias occidentales no han definido lo que tendría
que hacer Rusia para que se levanten las sanciones, por lo que el Financial
Times plantea una buena pregunta: ¿el objetivo es infligir daño a corto plazo a Rusia para inhibir el
esfuerzo bélico o se trata de una contención a largo plazo?
Incluso cuando funcionan, las
sanciones tardan mucho tiempo en surtir efecto. Sin embargo, el daño económico
se está sintiendo de forma desigual, y Europa está recibiendo un golpe mucho
más duro que Estados Unidos.
Hasta ahora, Europa se ha
mostrado reacia a imponer un embargo de petróleo y gas, dada la fuerte
dependencia del bloque de las importaciones energéticas rusas.
El otro factor clave es si
Occidente puede ganar la batalla del discurso sobre las sanciones, tanto en
Rusia como en el resto del mundo. A China, India, Brasil y otros países que
podrían ayudar a Rusia a escapar de las sanciones occidentales, se les plantea
una pregunta clave sobre el papel del dólar en la economía mundial: ¿se puede
seguir confiando en Estados Unidos?
La pregunta le da la vuelta por
completo a la propaganda mediática de occidente. El problema no es Rusia sino
Estados Unidos.
(*)
https://www.ft.com/content/5b397d6b-bde4-4a8c-b9a4-080485d6c64a
Fuente: https://mpr21.info/guerra-economica-y-militarizacion-de-las-finanzas-internacionales/
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