En el Octogésimo Segundo Aniversario de la Reincorporación de Tacna al Perú recordamos el incidente que dio origen a la Marcha de la Bandera.
Recordémoslo en la palabra autorizada de quién vivió los hechos, don Federico Barreto que a la letra dice:
Yo, que he nacido en Tacna y que he pasado allí mi niñez y parte de mi
juventud, he sido testigo presencial de esos episodios que recuerdo siempre con
orgullo. Ocurrió el caso en 1901. Era por entonces Intendente accidental de
Tacna el general don Salvador Vergara. Una institución tacneña, La Sociedad de
Auxilios Mutuos "El Porvenir", quiso un día hacer bendecir en la
iglesia parroquial un magnífico estandarte de seda, bordado en oro; pero, como
en aquellos días habían prohibido las autoridades chilenas exhibir banderas
peruanas en la ciudad, fue menester enviar una misión de socios a la
intendencia a recabar el permiso correspondiente. La negativa del general
Vergara fue rotunda.
- No quiero banderas en las calles- dijo. Provocan manifestaciones
patrióticas y esas manifestaciones dan origen a contra manifestaciones que
ponen en peligro el orden público.
Y no hubo medio de hacerle variar la resolución. Días después, ya en vísperas
del 28 de julio, la Sociedad "El Porvenir", que deseaba celebrar de
alguna manera el día de la patria, volvió a solicitar el permiso deseado, y el
intendente volvió a denegarlo.
-Lleven el estandarte a la iglesia en una caja- dijo y en la misma forma
vuelven con él al local de la Sociedad. Así nos ahorramos un conflicto.
Insistió la comisión, alegando que en Tacna todas las colectividades
extranjeras, incluso la China, enarbolaban su bandera cuando les placía y que
no era justo que sólo, los peruanos que estaban en suelo propio, se viesen
privados de esta libertad.
Una idea extraña, sabe Dios de qué alcances posteriores, debió cruzar en ese
momento por el cerebro del general Vergara, pues, cambiando repentinamente de
tono, dijo:
Tienen ustedes el permiso que solicitan; pero con la condición de que me
garanticen, bajo responsabilidad personal, que al conducir la bandera por las
calles, el pueblo peruano no hará manifestación alguna de carácter patriótico.
Exijo, desde luego, de un modo concreto, que no haya aclamaciones, ni vivas, ni
el más leve grito que signifique, ni remotamente, una provocación para el
elemento chileno.
Los miembros de la comisión se miraron un tanto desconcertados, estimando, sin
duda, demasiado aventurado el compromiso que se le imponía; pero, resueltos a
todo, lo aceptaron, poniendo así en grave riesgo su responsabilidad.
Está bien señor Intendente - dijo Justo Marín - conteniendo su indignación.
No se oirá un solo grito en las calles durante la procesión del estandarte.
Así recordaba “el cantor del cautiverio”, Federico Barreto Bustíos, a quienes
inmortalizaron aquel momento inolvidable. El valor y la entereza de nuestros
abuelos quedó sellado en esas celebres palabras: No se oirá un solo
grito en las calles durante la procesión del estandarte. Palabras de
Justo Marín, altivo luchador tacneño, que se malquistara el ánimo de todos los
intendentes de la ocupación por su inflexible espíritu de peruanidad. Año tras
año, los 28 de agosto, los tacneños de siempre, honramos la memoria de quienes
abrieron el camino de la peruanidad en 1901, legándonos un sublime acto de
fidelidad a la patria ausente.
Durante los 49 años de ocupación chilena en Tacna, no pocos hombres, mujeres y
niños, se entregaron con abnegación a la patria ausente poniendo en riesgo sus
vidas. Uno de esos fue Don Justo Marín. El rubricó el documento exigido por el
intendente Chileno Salvador Vergara. Algunos años después tuvo que refugiarse
en el valle de Sama, en ese entonces, frontera del Perú con Chile. Otros
patriotas no tuvieron la misma suerte: en Tacna entre 1925 -
26 fueron asesinados, Juan Berríos Espinoza, José Carlos Guisa, Manuel
Albarracín García, José Gambetta Correa y su hijita de 8 años, José Pastor
Hidalgo Carrasco, Juan Carlos Lanchita Cáceres, Pedro Rodolfo Rejas, Raúl
Liendo, Alfredo Llangato, Manuel Machicado y Manuel Espinoza Cuellar; en Pachía,
Víctor Hume; en Calana, Santiago Vildoso y los hermanos Aquilino y
Juan Gonzáles Rejas. En Calientes: Nicolás Cornejo y José Ale
Berrios. En Azufrera Aguas Calientes: Juan Vargas Barreda. En Palca:
Aurelio Flores, José Melchor y Manuel Quispe y el niño Juan Sufra. En la Quebrada
del Caplina: José Rosa, Juan y Mariano Lanchipa. En Arica:
Miguel Herrera Salas, Teofilo Vilca. En Azapa: Lorenzo Zegarra,
Manuel Cruz, Cripiano Quispe, Juan Odzon, Paula Flores de Oviedo. En el Pago
de Ayca: los hermanos Sebastián y José Silvestre Ibarra, Lorenzo Cohaila y
su nieto René. En Lluta: Lorenzo Humire. En Villa
Industrial: Mateo Luque, Humberto Colque y Eufemia Ponce. En Huanune:
Doroteo y Elisa Cárdenas, Gregorio Cache. En Paucarini: Miguel
Romero e hijo. En Challaviento: Florentino Apaza. En Tarata antes
del retorno de esta provincia al Perú: Silvestre López y Manuel Primero Franco.
En Putre: Antonio Mollo. Años antes, desde 1922, la lista de caídos
en manos del ejército y paramilitares chilenos referida por Basadre. En Tacna:
Pascual Davis, Pedro Quina Castañón, Juan de la Cruz Quea, Juan Espinoza
Cuellar, Julio Gil Lanchita, Carlos Lanchipa Cáceres, Manuel Villa, Manuel
Calisaya, Angel Gil, José Manuel Carpio. Manuel Llanque, Filomena Liendo de
Gandolfo, Pedro López, Pascual García, Bernardo Terán, Pedro Siles, Ambrosio
Arias. En Pocollay: Miguel Reynoso, José Puente Arnao, Manuel
Godinez, Miguel Soto Sufra. En Palca: Vicenta Flores, José Luis
Vicente, Dámaso Vicente, Andrea Mamani, Bartolomé Cárdenas. En Caplina:
José Rosa y Juan Casimiro Lanchipa. En Uchusuma: 20 obreros cuyos nombres
se ignoran y cuyos cadáveres fueron arrojados a un pozo de la mina. En Maure
y Mamuta: Pascual Mamani, Paulino Mamani, su esposa y seis hijos, Marcelino
Flores y dos hijas, Miguel Romero, Manuel Coaquea. En Palquilla:
Manuel Lina. En Tarata: Máximo Ticona, Juan Sánchez, Pascual
Mamani, Pablo Mamani, Donato Mamani, José Flores, Miguel González, Rufino
Calca, Eusebio Flores, Santos Marín, Fermín Cohaila.
Poco se recuerda a los hombres, mujeres y niños que dieron su vida por el Perú
en la Tacna y Arica cautivas. Son ellos los grandes VENCEDORES, a quienes hay
que rendir un justo homenaje. Y NO a los traidores que fueron los primeros en
atribuirse avemarías ajenas. La verdad en la historia tiene un solo color.
Podrán maquillarla, podrán embellecerla, podrán falsificarla; pero, con el
tiempo, los cosméticos se desmoronan y la verdad se impone pese a quien le
pese.
Tacna, 28 de agosto 2011 – 2022
Edgar Bolaños Marín
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