15 OCTUBRE 2022
¿Tenemos
claro lo que queremos? ¿Sabemos, como militantes socialistas, en qué se
concretan nuestras aspiraciones de construir un mundo radicalmente distinto?
¿Podemos responder sin titubeos a preguntas sobre la naturaleza de la sociedad
por la que luchamos? ¿El proceso económico seguirá funcionando a través de
mecanismos mercantiles? ¿Prescindiremos del dinero? ¿Qué instituciones
gestionarán la vida pública? ¿O no somos capaces de imaginar más allá de las
experiencias históricas que nos han precedido?
Es
evidente que nos toca vivir tiempos melancólicos. Una época caracterizada por
el debilitamiento extremo de la historicidad, en la que un tiempo histórico sin
aparentes posibilidades de ruptura nos obliga a habitar en un presente eterno.
Y aunque para Daniel Bensaïd no exista “una crisis de la utopía, sino del
contenido del ideal”[1], no está tan claro que, en realidad, sí estemos
ante dicha doble crisis. Sea como fuere, esta reflexión nos pone ante el espejo
y nos presenta uno de los retos más acuciantes para los revolucionarios de un
mundo sin revolución: la urgencia de preconfigurar un horizonte convincente.
La
desaparición de la ambición futurista y sus implicaciones para una política
transformadora nos obligan a esforzarnos por superar la idea del presente como
tiempo vacío, y revitalizar “una facultad que se encuentra adormecida: la de
imaginar y de producir un futuro que no sea un mero pastiche de la sociedad ya
existente”, como dice Martín Arboleda (2021: 19)[2]. Y no es suficiente con repetir hasta la
extenuación el mantra de que la izquierda carece de proyecto, pues ello
únicamente observa algo que, en realidad, no entraña ninguna dificultad
analítica, planteándolo sin ninguna intención propositiva y delegando en otros
la tarea de pensar en un proyecto digno de tal nombre. Por eso, la asunción findelahistoricista se
combate haciéndonos cargo de esa necesidad, y trabajando colectivamente por
definir los fundamentos básicos de un proyecto que se nutra tanto de la
experiencia histórica como de los problemas presentes a los que nos enfrentamos
las clases dominadas. Concretar el contenido del ideal emancipatorio con el
objetivo de arremeter contra el origen de nuestras desgracias: el modo de
producción capitalista.
Pues bien, aunque el panorama sea
desolador, no es cierto que nadie esté tratando de ponerle remedio. La
intención de este texto es, simplemente, poner en valor y dar a conocer algunas
de las notables excepciones que encontramos ante la parálisis generalizada, y
ofrecer algunas de las referencias más importantes sobre propuestas organizacionales
tas y de planificación económica para que quien quiera iniciarse en estos
prometedores debates pueda acudir a la bibliografía de este texto.
Se
esté o no de acuerdo con sus postulados, unos cuantos autores llevan décadas
tratando de desarrollar corrientes teóricas originales en torno a modelos sobre
cómo organizar el proceso productivo y, por lo tanto, la base de nuestra vida
social, en una economía postcapitalista. Ello no quiere decir que propongan un
modelo de sociedad cerrado, teorizando hasta el último de sus detalles, sino
que plantean los principios fundamentales sobre los que debería basarse la
producción, la distribución y el consumo. Y a pesar de que exponer estos
modelos en abstracto suponga ignorar lo que para Jodi Dean y Kai Heron[3] es el problema de nuestro tiempo, la
transición (o lo que es lo mismo, la revolución), estas propuestas no dejan de
ser algunas de las más valiosas aportaciones con las que contamos hoy en día
para pensar nuestro futuro.
Aquí
se presentarán, eso sí, únicamente los tres modelos más desarrollados y con
mayor seguimiento[4]: La Democracia Económica,
de David Schweickart; el Parecon de Michael
Albert y Robin Hanhel; y el Cibercomunismo, de
Paul Cockshott y Allin Cottrell.
La utilidad del debate
Ante estas tres propuestas, cabe añadir algunas consideraciones
acerca de cómo afrontar este debate. En primer lugar, no debe perderse de vista
que, como Marx y Engels (1846)[5], “nosotros llamamos comunismo al movimiento real
que anula y supera el estado de las cosas actual”. ¿Qué significa esto? Que
nuestra tarea como revolucionarios no es la de implantar un ideal, un modelo
preconcebido ajeno a la propia práctica política de los trabajadores
autoorganizados. Pero ello no es en absoluto contradictorio con la labor que se
propone en este artículo, mal que le pese a los críticos de cualquier
aproximación a nuestro futuro socialista más inmediato.
En
realidad, son varios los que han tratado de ofrecer un modelo más o menos
desarrollado del funcionamiento de una economía postcapitalista, desde los
consejistas holandeses del GIKH[6], pasando por los socialistas neoclásicos Lange y
Taylor[7], hasta el economista inglés Pat Devine, con su
Coordinación Negociada[8]. Incluso autores como Peter Hudis han elaborado
trabajos minuciosos que tratan de descifrar las pocas pistas que dejó Marx al
respecto de una alternativa al capitalismo[9]. Pero cualquiera que propone un modelo acostumbra a
alertar de que su intención es, solamente, la de plantear una alternativa
factible, no el culmen del desarrollo social. No se trata de exponer un modelo
perfecto, un diseño organizativo detallado al completo, sino una propuesta de carácter político que
ofrezca una alternativa a la parálisis generalizada, así como una confrontación teórica que
combata contra los defensores del capitalismo en el campo más general y
ambicioso posible: el de las posibilidades organizativas de nuestra sociedad.
Y
que las propuestas tengan una utilidad política, incluso estratégica, no es
baladí. La utilidad de concretar un proyecto, un objetivo al que aproximarse
mediante la lucha, no es hoy la misma que la que podía tener hace un siglo.
Vivimos tiempos de derrota, abatimiento y desesperanza. Como mucho, hemos
podido celebrar pequeñas victorias puntuales o meras resistencias, ante un
aluvión incontrolable de ofensivas para las que solo nos ha quedado
resignarnos. Esto no ha sido siempre así. La historia del movimiento obrero
cuenta con momentos mucho más pujantes, más combativos y ganadores. Momentos en
los que previsualizar sociedades mejores quizás no era tan relevante para la
movilización de las masas, como sí lo es hoy en día. Y a pesar de ello, tampoco
es cierto que careciera de interés, como lo demuestran la potentísima acogida de
novelas utópicas como Looking Backward, de Edward
Bellamy (1888)[10] o News from Nowhere,
de William Morris (1890)[11]. Pero en nuestros tiempos, un horizonte
organizativo alternativo es indispensable para impulsar nuestros propósitos
revolucionarios, conectando reivindicaciones y luchas presentes con propuestas
realizables, no utópicas, que tengan la capacidad de demostrar que nuestras
ambiciones no son simples deseos sin posibilidad de materializarse.
Por
otra parte, es necesario abordar la cuestión desde una perspectiva militante.
Nuestras organizaciones tienen la obligación de trabajar este tipo de
cuestiones, de dotar a sus militantes de la formación necesaria para que seamos
capaces de conocer cuál es nuestro objetivo más inmediato tras hacernos con el
poder político. Y ello, también, para dar la batalla en el debate sobre las
posibilidades de construir el socialismo. No por nada Lenin cita a Engels en ¿Qué hacer? (2015: 26)[12] para recordar que la lucha teórica está al
mismo nivel de importancia que la lucha política y la lucha económica: “el
socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es
decir, que se le estudie”. Ofrecer una formalización desarrollada y concreta
del tipo de sociedad que aspiramos a construir, no en un sentido utópico y
abstraído de la realidad, sino desde el punto de vista de conocer los
principios generales que podrían regir en una economía socialista, nos permite
dar cauce a las inquietudes sobre un futuro postcapitalista de militantes y
ciudadanos comunes, además de prevenir contra las tentaciones reformistas que
el posibilismo capitalista acostumbra a ofrecer.
Y
llama la atención que las labores de investigación y divulgación que llevan a
cabo colectivos como Cibcom, Association for the Design of History, o Next
System Project, no surjan de las propias organizaciones (para que se pueda dar
un cauce estratégico que posibilite la eventual puesta en marcha de las
propuestas), sino de socialistas y revolucionarios de tradiciones muy distintas
que no tienen más remedio que asociarse para abordar el problema por su cuenta.
Y todo ello por pura necesidad de desenmascarar el diabólico eslogan de los
conservadores británicos acerca de la imposibilidad de un mundo distinto: There Is No Alternative.
Los modelos
Democracia Económica
En
primer lugar, y como heredera de la tradición del socialismo de mercado, el
modelo bautizado como Democracia Económica por el
filósofo y matemático estadounidense David Schweickart defiende la posibilidad
de conjugar el mercado y la democracia en el trabajo. El autor busca integrar
en su modelo aquellas características rescatables de tres experiencias
históricas notablemente diferentes entre sí: el socialismo autogestionario
yugoslavo, el capitalismo japonés y la experiencia de la Corporación Mondragón,
en el País Vasco.
La
crítica de Schweickart al capitalismo se centra en su falta de democracia y en
su falta de eficiencia. Pero, al ser crítico también con la concentración
autoritaria del poder y la ineficiencia de la planificación central, su
propuesta busca integrar mercado y plan en un contexto democrático. Por ello,
las características básicas de su modelo son tres: 1) dirección de cada
empresa por parte de sus propios trabajadores; 2) una
economía de mercado en la que materias primas y bienes de consumo se compran y
se venden a precios determinados por la oferta y la demanda; y 3) inversión controlada
socialmente, cuya financiación corre a cargo de los impuestos, y su
distribución la determina el plan económico y el propio mercado.
Schweickart propone que sean los
trabajadores de cada cooperativa los que asuman las funciones de organización y
disciplina en la fábrica, de determinar las técnicas de producción a utilizar,
de qué y cuánto se produce, y de cómo se distribuyen los beneficios. Además,
las decisiones se tomarían mediante el voto de todos y cada uno de los
trabajadores, en condición de igualdad, aunque no descarta la posibilidad de
otorgar poderes de dirección en los casos en los que sea necesario (por tamaño
de la empresa, por ejemplo).
En relación con el papel central del
mercado en su propuesta, y pese a no ser este el lugar en el que llevar a cabo
una crítica al modelo, es evidente que la pretensión de utilizar el mercado
como una herramienta más, como si de un mecanismo de asignación neutral se
tratara, sin concebirlo como una parte elemental (¡e indisociable!) del modo de
producción capitalista, pone en duda la deseabilidad de esta propuesta. En
línea con la crítica austríaca a la posibilidad del cálculo económico en el
socialismo, Schweickart considera que la dificultad de la planificación para
saber qué, cuánto y cómo producir bienes y servicios, nos obliga a echar mano
de los mecanismos mercantiles, dejando la planificación únicamente para
orientar las nuevas inversiones. Todas estas cuestiones serán puestas en duda
por los siguientes modelos, especialmente por el tercero.
Por
último, revisando la experiencia yugoslava y poniendo en valor el desarrollo
capitalista en Japón y a la Corporación Mondragón, se presenta una
característica crucial del modelo: el control social de la inversión. Esta
pretende funcionar como un “contrapunto al mercado”, una forma de “aliviar la
‘anarquía’ de la producción capitalista”. Gravando los bienes de capital, se
trata de, por una parte, fomentar el uso eficiente de estos bienes, y por otra,
financiar un fondo común para nuevas inversiones. Una vez conformado este
fondo, su distribución queda abierta a distintas posibilidades, que van desde
instituciones burocráticas que lleven a cabo una planificación indicativa de la
inversión hasta confiando en una suerte de "laissez-faire socialista"[13].
Como será evidente para muchos,
resulta complicado identificar este modelo con algo a lo que podamos llamar
socialismo, aunque cabe poner en valor la profundización y detalle en algunos
de los aspectos económico-institucionales que han llevado a cabo el autor y sus
seguidores. Pero es necesario confrontar y debatir con una corriente que, pese
a su buena voluntad, naturaliza y hace suyas gran parte de las características
fundamentales del sistema del que pretendemos liberarnos.
En
nuestro país esta corriente cuenta con cierto seguimiento, y actualmente Carmen
Madorrán puede ser la representante más destacada de ella, con una
elaboradísima tesis doctoral en la que analiza dicha propuesta desde la
perspectiva de la ética ecológica[14]. Economistas como Antoni Comín, entre otros,
también trabajaron en su momento este modelo[15].
Parecon
De
los tres modelos, el que más seguimiento parece tener, sobre todo en el mundo
anglosajón y particularmente en Estados Unidos, es el conocido como Parecon
(abreviatura de Participative economics), de
Michael Albert y Robin Hanhel. Los intelectuales y activistas americanos han publicado
una buena cantidad de libros y artículos para exponer su propuesta de una
economía participativa, desde textos académicos hasta escritos orientados a un
público no especializado.
Inspirada en valores como la
solidaridad, la igualdad, la diversidad, la autogestión o el equilibrio
ecológico, Albert y Hanhel llevan a cabo su propuesta argumentando que los tres
grandes pilares del capitalismo son la propiedad privada de los medios de
producción, la distribución a través del mercado y la división corporativa del
trabajo. Por lo tanto, su modelo trata de ofrecer una alternativa a todas
ellas.
En primer lugar, la más sencilla e
intuitiva de todas: la propiedad social, de todos los ciudadanos, de los medios
de producción. Una propiedad común que asegure que nadie disfruta de un poder
desproporcionado respecto de los demás por el hecho de poseer medios de
producción, así como que nadie obtenga una renta por ese mismo motivo.
En segundo lugar, la alternativa
propuesta a los mercados es un sistema (integrado en una planificación
participativa) en el que consejos de trabajadores y de consumidores llevan a
cabo valoraciones sobre los costes y los beneficios sociales de sus elecciones.
Ello se hace a través de la comunicación mutua de las preferencias de todos los
actores, mediante distintos instrumentos tanto organizativos como
comunicativos: comités de asistencia, precios indicativos, distintas fases de
ajuste de la propuesta de producción, etc. La cuestión clave para los autores
es que las preferencias reales de los individuos emergen a través de la
interacción social, por lo que para obtener estimaciones precisas de los
beneficios y costes sociales se deben llevar a cabo grandes procesos
comunicativos, consultivos y deliberativos.
Para la facilitación de estos
procesos se proponen Comités de Asistencia a la Iteración, que coordinan el
proceso de planificación recogiendo todas las propuestas iniciales de
producción y consumo (que son, básicamente, predicciones de lo que se quiere producir
y consumir) para compararlas y sugerir alternativas a los distintos consejos.
Estas propuestas son llevadas a cabo a distintos niveles, y tanto por los
consumidores (organizados en consejos de consumidores vecinales, federaciones
de distrito, de ciudad, de comarca, estatales…) como por los productores
(organizados en centros de trabajo, consejos industriales, federaciones
regionales…). A partir de ahí, se inicia una serie de fases iterativas de
comparación de propuestas y negociación, hasta encontrar un resultado
definitivo de convergencia que permita un plan factible.
Esta
propuesta de planificación participativa descentralizada dice ser la única que
“logra establecer un sistema de precios y de ajuste económico más preciso que
los mercados y que la planificación central, pero, además, refuerza en lugar de
anular la solidaridad, la diversidad, la equidad y la autogestión” (Albert,
2005: 148)[16].
En tercer lugar, contra la división
corporativa del trabajo en el capitalismo, tenemos una de las propuestas
estrella del Parecon: las combinaciones equilibradas de empleo. Estas tienen
por objetivo dividir y reorganizar las tareas tanto dentro de los mismos
centros de trabajo como entre los distintos centros de trabajo, creando un
conjunto equilibrado de tareas más deseables y menos deseables. Por lo tanto,
no es un intento de suprimir la división del trabajo, sino más bien una
redistribución equitativa entre tareas desagradables y empoderadoras. Además,
Albert y Hanhel proponen que la medida de la contribución laboral a la
sociedad, y, por tanto, aquello que justifique la remuneración de cada
individuo, sea el esfuerzo o sacrificio que cada trabajador realiza, algo que
quizás pueda ser problemático (¿es deseable una fiscalización de nuestro
esfuerzo?), pero sin duda nos obliga a pensar en cómo organizar nuestra
compensación por aportar trabajo a la comunidad.
Aunque no existen representantes
claros de esta corriente en el Estado español, el Instituto de Ciencias
Económicas y de la Autogestión (ICEA) ha trabajado y difundido sobre este
modelo en alguna ocasión. Y no es de extrañar que en entornos anarquistas tenga
éxito: algunas de las inspiraciones de sus autores son las distintas luchas
anarquistas y colectivizaciones de centros de trabajo llevadas a cabo en el
mundo entero, aunque también experiencias como la de la Comuna de París o la de
distintas formas alternativas de gestionar el trabajo y la producción:
cooperativas, centros autogestionados, la economía solidaria, experiencias de
democracia participativa como las de Porto Alegre o Kerala, etc.
Cibercomunismo
Por
último, tenemos la corriente del Cibercomunismo y
su propuesta de planificación computarizada de la economía, que supone el
modelo más ambicioso en cuanto al control colectivo del proceso productivo se
refiere. Paul Cockshott y Allin Cottrell llevan desarrollando sus propuestas
desde la publicación de Towards a New Socialism (1993)[17], reflexionando sobre la potencialidad de las
nuevas tecnologías de la información y la comunicación como herramientas para
una gestión racional de nuestro proceso productivo, así como criticando la
inadecuación de los procesos de planificación de la Unión Soviética, tanto en
términos de democracia como de eficiencia.
Combinando
la crítica de la economía política y la cibernética, como ciencia de la
información y el control, la perspectiva cibersocialista propone la abolición
de la propiedad privada, del mercado, del dinero y, en definitiva, de las leyes
que rigen el funcionamiento del proceso económico capitalista. Una de sus
aportaciones más desarrolladas es la crítica de los mercados, con su inherente
tendencia a resultados socialmente desigualitarios (sean capitalistas o
pretendidamente socialistas). Además, la
incapacidad de estos para funcionar al margen de la lógica de la rentabilidad
hace de ellos un mecanismo ciego, rudimentario e ineficiente como procesador de
información, incapaz de incorporar variables que no sean monetarias.
Por
ello, este modelo propone un sistema de planificación centralizado y
descentralizado a la vez, en el que, en un estado acéfalo (sin cabeza), se diseñen, debatan y
seleccionen democráticamente tres tipos de planes: macroeconómicos,
estratégicos y detallados. Con una red de ordenadores interconectando cada
unidad de producción, con el uso de la optimización lineal para resolver las
ecuaciones de la matriz de producción de la economía, con la posibilidad de
llevar a cabo un cálculo en especie (in-natura) de los
recursos, o integrando orgánicamente las restricciones ambientales en el
problema de optimización para lograr un plan ecológicamente sostenible, las
posibilidades que abre la planificación económica democrática para resolver los
grandes problemas de nuestro tiempo son inmensas.
Contrariamente a la propuesta del Parecon, la contabilización económica en este modelo se lleva a cabo usando el tiempo de trabajo como unidad de cuenta, a partir del cual se calcula el coste laboral de la producción de bienes y servicios, y se remunera a los productores en bonos de trabajo según su aportación laboral. Esto último se concreta en que cada productor recibe un certificado (…( donde se indican las horas de trabajo que ha aportado (después de deducir (…) la parte destinada al fondo común) y con el que podrá retirar medios de consumo del fondo social que han costado un trabajo equivalente. Así pues, cada productor recibe de la sociedad exactamente lo mismo que aporta a ella. Decidiendo la cantidad de horas que quiere realizar un productor se está eligiendo el nivel de consumo deseado (Cockshott y Nieto, 2017: 153)[18].
Por otro lado, tenemos también la
contraparte político-institucional de la propuesta: la democracia directa.
Inspirados en la democracia clásica ateniense, sus autores llevan a cabo una
crítica a los procesos representativos electorales, en tanto que sistemas
eminentemente aristocráticos, para defender una elección por sorteo: una
conformación de consejos de ciudadanos comunes elegidos al azar. Y la apuesta
por una democracia genuina no es ningún capricho: es un prerrequisito
indispensable desde un punto de vista informacional para el control efectivo de
los medios de producción por parte de los trabajadores.
Algunas
de las referencias históricas que inspiran esta propuesta son el abortado
proyecto OGAS en la Unión Soviética o el Cybersyn de la Chile de Allende.
Investigadores como Maxi Nieto, con varios artículos y un libro reciente[19], en los que se desarrollan los principios
fundamentales del modelo, o Cibcom, colectivo de investigación y difusión del
comunismo cibernético, son los representantes más relevantes de esta corriente
en el Estado español.
Modelar y construir
Llegados a este punto, conviene volver a recordar que, como
planteaba Mandel (1990) “la forma más eficaz y más humana de construir una
sociedad sin clases sigue siendo la experimentación”[20]. Experimentación que debe ser entendida en el
sentido de perfeccionamiento, de mejora “mediante aproximaciones sucesivas”, a
través de las cuales rescatar aquellos elementos valiosos para la construcción
de una sociedad distinta. Pero que sea la más eficaz no nos puede absolver, de
ninguna manera, de afrontar teóricamente el problema. En línea con Brassier, la experiencia es un correctivo de
la teoría, no su matriz generativa. La afirmación de que la teoría empieza y
acaba en la experiencia es empirismo. Asume que la experiencia habla unívocamente
y que sus lecciones son incontrovertibles. Pero la experiencia es equívoca y lo
que tiene que enseñarnos solo puede cristalizarse a través de un subsecuente
esfuerzo teórico[21].
Además, debemos ser conscientes de
que dicha experimentación es cara. Los procesos revolucionarios no son
experimentos de laboratorio de los que dispongamos a nuestro antojo; conllevan
gigantescos esfuerzos de miles y miles de seres humanos que arriesgan su vida
para la construcción de mundos mejores. Por ello, también es nuestro deber
adelantar la tarea mediante el trabajo teórico, con el objetivo de que este sea
puesto en práctica cuando logremos abrir ventanas de oportunidad para ello.
Renunciar a esta herramienta, la teórica, resulta absurdo se mire por donde se
mire, pues de ninguna forma estamos en condiciones de darnos el lujo de no
contribuir, desde todos los frentes en los que sea posible, a la tarea revolucionaria
de construir nuevas y democráticas relaciones sociales.
Así,
ante el tímido pero creciente interés por construir mundos mejores que se
refleja en la buena acogida de libros como Contra la distopía (Francisco
Martorell, 2021) o Utopía no es una isla (Layla
Martínez, 2021), o en el desarrollo de movimientos artísticos como el Solarpunk[22], la organización política de la clase trabajadora
debe asumir el papel de dotar de contenido a estos nuevos ideales, a esta
incipiente ambición creadora. A nosotros nos corresponde el papel de estudiar,
debatir y delimitar las formas que puede tomar la economía una vez la liberemos
de las opresivas relaciones sociales capitalistas y la pongamos al servicio de
las necesidades del ser humano y su medio natural.
La construcción económica del
socialismo, puesta en práctica, deberá atender necesariamente al debate entre
autores como Cockshott, Albert o Schweickart, o caminará a ciegas por un
sendero que estamos obligados a recorrer. Esa es la idea central de este
pequeño texto: recordar que el futuro alternativo por el que luchamos es más
deseable, más viable y más factible que nunca, por lo que concretarlo tiene una
utilidad política que no podemos ignorar.
Como suele decirse, llevamos un
mundo nuevo en nuestros corazones. Pero, hoy en día, urge modelar sus
principios fundamentales en nuestras cabezas para dotarnos de las condiciones
para construirlo. Y estamos de sobra capacitados para ello, pues toda actividad
del ser humano se define por estar orientada a un fin, por la voluntad de
efectivizar un objetivo, y este último existe previamente en nuestra
imaginación, igual que sucede en el proceso de trabajo cuando se realiza y se
obtiene un resultado. Siguiendo a Marx:
(…) una abeja avergonzaría, por la
construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo
que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que
el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera[23].
Gonzalo Bárcena es
militante de Anticapitalistas y miembro del colectivo Cibcom
Notas
[1] Bensaïd, Daniel (1997). L’arc tendu de
l’attente, Le Monde de l’éducation, de la culture et de
la formation.
[2] Arboleda, Martín (2021). Gobernar la utopía. Sobre la planificación y
el poder popular. Caja Negra.
[3] Dean, Jodi y Heron, Kai (2022). Leninismo
climático y transición revolucionaria. Organización y antiimperialismo en
tiempos catastróficos. Viento Sur.
Disponible en: https://vientosur.info/leninismo-climatico-y-transicion-revolucionaria-organizacion-y-antiimperialismo-en-tiempos-catastroficos.
[4] Para profundizar en la comparación entre
varios modelos se recomienda la lectura de Derecho a decidir (2006),
editado por Joaquín Arriola, que recoge una serie de artículos de varios de los
proponentes de los modelos. También se recomienda el artículo A brief sketch of three models of democratic
economic planning, de Frédéric Legault y Simon Tremblay-Pepin, en
el que, en este caso, se comparan el Parecon y el Cibercomunismo con la
Coordinación Negociada, modelo propuesto por Pat Devine. Este último está
disponible en castellano en: https://cibcom.org/un-breve-esquema-de-tres-modelos-de-planificacion-democratica.
[5] Marx, Karl y Engels, Friedrich (1846). La ideología
[6] GIKH (1976). Principios fundamentales de una
producción y distribución comunista. Zero.
[7] Lange, Oskar y Taylor, Fred (1981). Sobre la teoría económica del socialismo.
Ariel
[8] Devine, Pat (1988). Democracy and economicplanning.
Thepoliticaleconomyof a self-governingsociety. WestviewPress.
[9] Hudis, Peter (2013). Marx’s concept o fthe alternative to
capitalism. Haymarket.
[10] Bellamy, Edward (2014). Mirando atrás. Akal.
[11] Morris, William (2016). Noticias de ninguna parte. Langre.
[12] Lenin, Vladimir I. (2015). ¿Qué hacer? Akal.
[13] Schweickart, David (1993). Democracia
económica: propuesta para un socialismo eficaz. Cristianismo y justicia (53).
[14] Madorrán, Carmen (2017). Necesidades humanas y límites ecológicos en la
Democracia Económica. Una revisión de la propuesta de David Schweickart.
Universidad Autónoma de Madrid.
[15] Comín, Antoni (coord.) (2011). Democracia Económica: Hacia una alternativa al
capitalismo. Barcelona: Icaria editorial.
[16] Albert, Michael (2005). Parecon. Vida después del capitalismo.
Madrid: Akal.
[17] Cockshott, Paul y Cottrell, Allin (1993). Towards a New Socialism.
Spokesman.
[18] Cockshott, Paul y Nieto, M. (2017). Ciber-comunismo. Planificación económica,
computadoras y democracia. Trotta.
[19] Nieto, Maxi (2021). Marx y el comunismo en la era digital (y ante
la crisis eco-social planetaria). Maia
[20] Mandel, Ernest (1991). Plan ou marché: la
troisiènevoie. Critique Communiste, nº 106-107.
[21] Brassier, Ray (s.f.). Texto inédito en proceso de publicación.
[22] Petruccioli, Marco (2021). ¿Un porvenir
luminoso? Jacobin América Latina. Disponible
en: https://jacobinlat.com/2021/06/11/un-porvenir-luminoso.
[23] Marx, Karl (2017). El Capital. Crítica de la economía
política, libro primero. Siglo XXI, pp. 239-240.
Fuente: https://vientosur.info/tres-socialismos-un-debate-entre-modelos-poscapitalistas/
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