17 febrero, 2024
LOS ORÍGENES
HISTÓRICOS DEL REFORMISMO LIBERAL-CAPITALISTA
La reforma (neo)liberal es
un instrumento funcional para promover un orden económico que ve en la
acumulación de capital, el afán de lucro y la transformación social algunos de
sus valores fundacionales.
Las reformas (neo)liberales pretenden enganchar cada vez más a
los Estados nacionales a un conjunto de reglas diseñadas para permitir una mayor fluidez del capital y
simplificar la transformación de la estructura social para facilitar el proceso
de acumulación. Estas normas permiten al capital
extranjero encontrar las mismas reglas de empleo,
explotación e inversión que en su propio país, es decir, en el Estado hegemónico
que domina y controla el mercado internacional en un periodo histórico
determinado.
De hecho, se trata de la armonización
de los distintos sistemas normativos con el de la potencia hegemónica británica
en el siglo XIX, y más tarde estadounidense en el XX (pero también alemana en
el espacio de la UE), dentro del espacio legislativo del mercado capitalista.
Al mismo tiempo, se permite al capital nacional encontrar
una salida al exterior y más yacimientos de empleo en sectores de mayor
rendimiento.
REFORMAR PARA DOMINAR
Las reformas inspiradas en el modelo (neo)liberal son, ayer como
hoy, un factor importante en la evolución económica y social de la economía
mundial. Generalmente se promueven en dos
direcciones:
1. diplomático-institucional, es decir,
mediante la acción directa del Estado capitalista,
2. a través de vínculos transnacionales entre las distintas
élites financieras.
Sin embargo, estas dos fuerzas se mueven a menudo en tándem a la
hora de influir, promover y fomentar las diversas reformas capitalistas en el
ámbito de las finanzas públicas (condena del déficit y plan de amortización de
la deuda), la política monetaria (dinero
estable fuerte e integrada en los circuitos internacionales), institucional (facilitar la privatización
y liberalización) y social (por ejemplo,
reduciendo derechos laborales).
La reforma (neo)liberal, por tanto, injerta un proceso
transformador implementado por las fuerzas económicas (estatales o de clase)
para doblegar a las economías más débiles
capitalísticamente a las reglas de acumulación de las
economías más fuertes, es decir, aquellas que dominan el mercado e imponen sus
reglas de juego. En particular, por proceso de reforma (neo)liberal entendemos
aquellos fenómenos de transformación promovidos por el país capitalistamente hegemónico, con la
connivencia de las élites económicas y financieras de los países “más débiles”,
funcionales a la reproducción del orden social capitalista existente en
beneficio de la maximización del proceso de acumulación de capital.
UNA NUEVA LLAVE
El modelo teórico que he
propuesto en mis análisis, en particular en «Riformare i
vinti» (Guerini e associati, 2022), pretende definir y dar
contenido a una práctica hasta ahora poco explicada en términos de conciencia
colectiva. La reforma (neo)liberal es un instrumento de transformación que
pretende aumentar la rentabilidad del capital, situando
este objetivo como prioritario en la escala de valores de la sociedad. Puede
identificarse como un instrumento no violento,
aunque no por ello menos coercitivo, capaz de abrir las puertas del mundo, o al
menos de una parte de él, a la dominación económica y financiera de la potencia
capitalísticamente hegemónica y de sus «asociados».
Sin embargo, el origen del modelo económico que inspiró estas reformas sigue sin estar definido. De hecho, se trata de extender al extranjero el sistema económico de referencia de la clase social que tomó el poder en la Inglaterra del siglo XIX y en Estados Unidos en el siglo XX, y que se extendió en cascada a todos los demás países capitalistas avanzados, como Alemania, en la zona de la UE. Hablamos de la clase media alta de extracción (neo)liberal, que propugna un modelo económico capitalista inspirado en el libre comercio y el libre cambio, la estabilidad monetaria y el orden presupuestario, es decir, un modus operandi de la economía que promueve determinados intereses materiales.
Para analizar la evolución de esta clase social dentro de su
propio país recurrimos a la categoría gramsciana de hegemonía.
Una vez que la clase burguesa toma el poder, moldea la
sociedad que está por debajo de ella,
y las que orbitan a distancia de cañón de sus posiciones militares, según un
sistema de reglas que permite la reproducción de su estructura de clase y
preserva su posición dominante en la sociedad y el mercado en el futuro.
No se trata sólo de promover la adopción de un sistema
capitalista de producción, es decir, la acumulación de capital, el
reconocimiento de la propiedad privada, etc., sino de hacer de estos
instrumentos un medio para que la clase hegemónica
obtenga la mayor ventaja sobre todas las demás fuerzas
sociales. Esto significa, en esencia, crear una estructura de interconexiones
supranacionales capaz de favorecer los intereses de una clase determinada.
Por tanto, ya no se siguen las reglas de juego westfalianas vigentes
en las relaciones entre Estados soberanos, sino las impersonales propias
del flujo de capitales y mercancías dentro del mercado. En un primer momento,
este proceso toma forma y se materializa mediante la firma de acuerdos de libre
comercio que preparan el terreno para una serie de transformaciones en cascada,
primero en el sector manufacturero y luego en el financiero. Se trata de crear
instituciones, normas y reglamentos propicios para maximizar el
rendimiento del capital en un periodo histórico
determinado.
El Estado capitalista,
controlado precisamente por una clase capitalista, exporta, mediante la acción
«pacífica» de una propuesta reformista, un modelo, un contrato social, a menudo
bajo la retórica de la modernización, funcional a la reproducción de su propio
sistema económico de inspiración (neo)liberal.
LIBERALISMO: ¿CÓMPLICE O VÍCTIMA?
El
liberalismo representa, pues, el marco
ideológico al que
se refieren gran parte de las transformaciones mencionadas. Aunque el
liberalismo es portador del principio de autodeterminación, en la práctica
tiene que enfrentarse a la propia naturaleza del Estado-nación y a su vocación
de expansión territorial.
Aquí, sin embargo, debemos mantenernos en el filo. En primer
lugar, debemos aclarar la conexión entre liberalismo económico y capitalismo. A
menudo se da por sentada la asonancia entre liberalismo y capitalismo, por
mucho que en realidad se encuentren en dos hemisferios distintos. En realidad, el problema no es el liberalismo en sí,
cuya armonía ideológica se circunscribe perfectamente al mundo teórico, sino la necesidad práctica de acumulación de capital.
El capitalismo explota la ideología liberal, a menudo mistificando su
significado, porque se adapta a sus propias necesidades.
Según Ugo Spirito1 capitalismo
y liberalismo tienen histórica e idealmente el mismo origen y valor. Sin
embargo, el mismo ideal de libertad se ha ido definiendo progresivamente como
el ideal de la libertad privada, es decir,
del individuo en su campo de acción particular, fuera del organismo social en
el que se define y, por tanto, fuera del Estado que se convierte en mero
supervisor de los límites de la propiedad individual.
El
liberalismo no está necesariamente ligado al capitalismo. Es un
contenedor de ideas que elabora un sistema de valores (teóricos) que
a menudo se ha casado con la institución (práctica)
del capitalismo. Por lo tanto, si las ideas centrales del liberalismo son el
socio perfecto del capitalismo, no comparte, sin embargo, sus impulsos
violentos que prodiga en su aplicación. El reformismo
(neo)liberal se presenta así como un cesto ideológico
dentro del cual se encuentran, entre otros, los instrumentos destinados a
favorecer la definición, la creación o el perfeccionamiento de la estructura
económica capitalista.
LA DOBLE MORAL CAPITALISTA
A nivel práctico, sin embargo, las acciones a menudo coercitivas
perpetradas primero por Inglaterra, luego por Estados Unidos y Alemania,
muestran la existencia de un doble rasero,
es decir, la promoción de la doctrina liberal y liberalista (como bien
distingue Benedetto Croce) incluso más allá de la fuerza de convicción hasta el
límite de la coerción.
El liberalismo se utiliza para promover los intereses de un
grupo social respetado y del Estado territorial controlado por ellos. Los
países «derrotados» son definidos como desconocidos y,
por tanto, sujetos a ser guiados, llevados de la mano, hacia la necesaria
modernización civil, ideológica y también material. Es en la incongruencia entre la ideología y su acción práctica donde
debemos encontrar los orígenes de la reforma (neo)liberalista.
Así, la acción de estas reformas se mueve en una doble vía: una vertical y otra horizontal.
Verticalmente con un
enfoque descendente: las nuevas élites capitalistas, imbuidas de esa doctrina
universalista-racional, asumen el poder como la nueva clase hegemónica,
transformando y doblegando la sociedad subyacente a sus propias necesidades de
acumulación de capital.
Horizontalmente, cuando
a nivel global las élites del Estado hegemónico –o de otros países
capitalísticamente avanzados– se alían con la clase emergente de los países
«vencidos» para aumentar su poder de negociación así como su cuota de
beneficios. Al mismo tiempo, esta acción contribuye a aumentar el peso
económico de las élites periféricas incrementando su peso social hasta el punto
de favorecer su ascenso político, o al menos su influencia en él: el objetivo
último es acelerar su posible transformación en una
clase hegemónica con acceso directo al poder y al control
del Estado. Surge una interdependencia entre la autoridad soberana y las
élites.
CONTROL DEL ESTADO
De hecho, la clase media alta sólo puede seguir ejerciendo un
papel hegemónico a lo largo del tiempo controlando la estructura política. Por eso el Estado es esencial para el
mantenimiento, la preservación y la reproducción del orden económico
(neo)liberal.
En conclusión, las reformas (neo)liberales se identifican con el
intento de promover instituciones, normas y estilos de comportamiento propios
de un orden económico liberal-capitalista. Se trata de un instrumento de acción
tras el que se ocultan intereses de clase y valores ideológicos y
políticos. La reforma (neo)liberal no es un elemento neutro,
sino una clara expresión de determinados y circunscritos intereses.
Fuente: Kritica económica.
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/reformar-para-dominar/
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