06/MAR/2024
Hace unos meses, la revista
norteamericana Monthly Review recuperaba una serie de citas de Friedrich Engels
sobre la guerra y la cuestión del desarme. Aunque tradicionalmente los escritos
proféticos de Rosa Luxemburg han sido más conocidos, las reflexiones de Engels
sobre “la inevitabilidad” de la guerra demuestran que el movimiento socialista
no estuvo tan imbuido de la estupidez bobina que llevo a las direcciones de los
partidos socialdemócratas a aceptar activamente las masacres de 1914:
“una guerra en la que habrá entre 10 y 15
millones de combatientes, una devastación sin precedentes simplemente para
alimentarlos, una represión universal y forzosa de nuestro movimiento, un
recrudecimiento del chovinismo en todos los países y, en última instancia, un debilitamiento
diez veces peor que después de 1815. Un período de reacción basada en el
agotamiento de todos los pueblos desangrados (y, además, sólo una mínima
esperanza de que una guerra amarga pueda resultar en una revolución), me llena
de horror.” (Engels, carta a Paul Lafargue, 1888)
Engels oscilaba entre el temor a
que la guerra supusiese un retroceso de carácter irreversible para la
civilización y la idea “mínimamente esperanzadora” de la revolución como
resultado de la guerra. Su temor al desastre lo llevó a proponer una tarea para
el movimiento obrero, la cuestión del desarme, que buscaba debilitar el
militarismo y los ejércitos, sustituyéndolos por formas de milicia popular. En
ese sentido, Engels no se engañaba: la guerra se expandiría por toda Europa,
pero también al interior de los Estados, suponiendo una brutal represión contra
la clase trabajadora.
Por desgracia, estas palabras de
Engels no encajaban con el modelo de acumulación gradualista de la
socialdemocracia previa a 1914. Si bien en sus resoluciones condenaba la guerra
e incluso llamaba a prepararse para ella mediante la Huelga General, la II
Internacional, exceptuando su ala radical, toleró su externalización mediante
la colonización de los países africanos y asiáticos, mientras que su independencia
de clase se traducía en un conservadurismo que no luchaba día a día contra la
carrera militarista que llevaban a cabo los estados europeos. La
socialdemocracia reconocía que la guerra era inevitable bajo el capitalismo,
pero solo se preparaba formalmente para cuando ese día llegase. Las
advertencias de Rosa Luxemburgo hacia el “radicalismo pasivo” que escondían las
resoluciones de la II Internacional se revelaron como ciertas, no solo porque
no fueron capaces de ponerse en marcha el día en el que los gobiernos
proclamaron el inicio de la Gran Guerra, sino porque incubaban, pese a no
admitirlo formalmente, el espíritu de 1914.
Una de las razones que incubaron
esa aceptación negada la expresó Kautsky en su libro “Camino al poder”, en el
cual afirmaba que “el imperialismo es la única perspectiva que el capitalismo
puede todavía ofrecer a sus defensores”. El viejo Papa del marxismo pensaba que
esta perspectiva solo afectaba a las clases medias, pero lo cierto es que ese
espíritu fundamentado en no combatir activamente el desarrollo capitalista
basado en el militarismo, también había impregnado a amplias capas del
movimiento socialista. El militarismo iba acompañado de saqueo fuera de las
fronteras europeas, de industrialización, de ciertos beneficios materiales para
una capa corrompida del movimiento obrero, y de un peligro difuso, pero lejano,
que parecía poder combatirse con resoluciones en contra de la guerra.
Con la Gran Guerra, las
predicciones del viejo Engels se hicieron realidad. Años después de la gran
masacre iniciada en 1914, cuando la que posteriormente se denominó II Guerra
Mundial todavía parecía improbable, un lúcido socialista peruano llamado José
Carlos Mariátegui advertía que:
“Nada más contagioso que la tendencia a
eludir la seria y objetiva estimación de los peligros bélicos. La experiencia
de 1914, a este respecto, parece haber sido completamente inútil. Son muchos
los que se imaginan que por el solo hecho de ser demasiado destructora y
horrible y estar reprobada por una mueva conciencia moral, (..), la guerra no
puede desencadenarse más en el mundo.
Pero el examen de la economía de la política
mundial condena inapelablemente esta pasiva confianza en vagas o ficticias
fuerzas morales. La lucha entre los imperialismos rivales mantiene viva la
amenaza bélica en el mundo”.
Décadas después, el economista
marxista belga Ernest Mandel, basándose en los trabajos de Rosa Luxemburg,
propuso añadir al esquema de reproducción capitalista de Marx, basado en la
interacción entre los medios de producción y los bienes de consumo, la
producción de “medios de destrucción”. Mandel integraba así la lógica
armamentística en la lógica capitalista, desprendiéndola de su carácter
accidental, como si tan solo dependiese de la mala voluntad de la clase
política. Presionado permanentemente por la tendencia a la caída de la tasa de
ganancia, el capital buscaba un nicho de reproducción compensatorio en la
producción de medios de destrucción, organizando esta dinámica como una
“política de Estado”. Rosa Luxemburg recordaba ese carácter político del
militarismo:
“Finalmente, la palanca de este movimiento
automático y rítmico de la producción capitalista para el militarismo se
encuentra en manos del capital mismo, merced al aparato legislación
parlamentaria y de la organización de la prensa destinada a crear la llamada
opinión pública. Merced a ello, este campo específico de la acumulación del
capital parece tener, al principio, una capacidad ilimitada de extensión.
Mientras cualquiera otra ampliación del mercado y de la base de operación del
capital depende, en gran parte, de elementos históricos, sociales, políticos,
que se hallan fuera la influencia del capital, la producción para el
militarismo constituye una esfera cuya ampliación sucesiva parece hallarse
ligada a la producción del capital”.
Sin embargo, ese movimiento nunca
consigue superar las propias contradicciones del capitalismo; más bien tiende a
acelerarlas. Mandel recordaba que solo mediante la destrucción violenta de los
medios de producción puede el capital volver a retomar sus tasas gananciales:
una contradicción insalvable de un sistema que trabaja para la guerra porque la
lleva en su seno.
La actualidad de la guerra, la
actualidad de la lucha contra la guerra
Hemos intentado, de forma
extremadamente sucinta, esbozar una serie de ideas que nos pueden servir para
trazar un paralelismo con nuestra época. Como anunciaba Engels, el desarrollo
del capitalismo implica un poder destructivo creciente. El trágico desarrollo
de la bomba atómica marcó a toda una generación militante de la posguerra, una
capacidad destructiva que no ha hecho más que aumentar, pero que ha sido
enterrada en la discusión pública. Como denunciaba Mariátegui, la memoria de
las catástrofes bélicas es corta: el capitalismo siempre promete que ha aprendido
la lección. A día de hoy, una nueva guerra mundial parece impensable dentro de
unas democracias coloniales acostumbradas a la externalización de la guerra, es
decir, obsesionadas con desplazar a los conflictos bélicos lo más lejos posible
de su bienestar menguante, cargando sus costes a otros pueblos y naciones. Como
nos recordaban Ernest Mandel y Rosa Luxemburgo, la industria armamentística
forma parte de la dinámica de acumulación capitalista de forma estructural, y
por lo tanto, impregna a todo el sistema político-ideológico del capital. Hoy,
la reindustrialización verde ha mutado, sin ningún tipo de oposición por parte
de los partidos de centro-izquierda y derecha que gobiernan Europa, en una
campaña de remilitarización y fortalecimiento de la OTAN.
Los anuncios histéricos de las
clases dirigentes europeas son el reflejo de una época histórica que, como
siempre, el capitalismo prometió haber dejado atrás. Ursula Von der Leyen, la
presidenta de la Comisión Europea, ha dicho abiertamente que “Europa debe
prepararse para la guerra”, un complemento clarificador a las declaraciones de
Macron en las que amenazaba con enviar soldados a Ucrania para defender “el
jardín europeo” del que hablaba Borrell. El conflicto inter-imperialista que se
dilucida en Ucrania ha servido como catalizador de todas las tendencias
latentes del sistema, tendencias que no van a desaparecer en el corto plazo. Se
agudizarán ocurra lo que ocurra, sea cual sea el resultado de esa infame
guerra. Las muertes de los trabajadores ucranianos y rusos en nombre de la
libertad y el etnonacionalismo son otra cara trágica del proceso de
des-democratización de las sociedades europeas y del cinismo complaciente del
establishment político ante el brutal genocidio que estamos viendo en directo en
Palestina.
La existencia de estas dinámicas
de guerra no debería llevarnos a la inacción. El hecho de que las guerras sean
inevitables bajo el capitalismo no debería ser excusa para aceptarlas: más
bien, se trata de ligar la cuestión de la guerra y del desastre climático a la
existencia del capitalismo. En ese sentido, puede ser útil abordar este periodo
histórico, turbulento y dramático, sobre tres ideas básicas:
1. Debemos asumir una posición
intransigente frente a los intereses imperialistas y neocoloniales de nuestros
países, que se debe traducir en la negativa a asumir cualquier tipo de
compromiso con el proceso de remilitarización de nuestros países. Si, como
explicaba Rosa Luxemburg, el militarismo requiere del funcionamiento engrasado
de los mecanismos ideológicos del capital (parlamentos y prensa), la única
solución es que la izquierda asuma la tarea de bloquear sistemáticamente este
proceso. Necesitamos una izquierda que no vote presupuestos que supongan el
aumento del gasto militar, planes de industrialización vinculados a la guerra,
etc., y que luche por desviar esa inversión hacia las necesidades de la clase
trabajadora, algo que no puede hacerse simplemente desde los parlamentos:
requiere de una auto-actividad consciente del movimiento obrero. Por desgracia,
las izquierdas progresistas de Europa, desede los Verdes Alemanes a los
partidos de la izquierda en el Estado Español (Podemos, Sumar, Bildu o ERC) han
votado sistemáticamente en favor de presupuestos pretendidamente sociales, pero
que avalaban esta dinámica propia del militarismo capitalista. Otra izquierda
es necesaria para enfrentar la cuestión del militarismo.
2. En un mundo rugoso y lleno de
brechas, es necesario diferenciar el carácter de los conflictos, localizar su
matriz hegemónica. Aunque en última instancia todos los conflictos bélicos
están imbricados en la dinámica capitalista, no todos los conflictos tienen el
mismo carácter. Susan Watkins definió en la guerra de Ucrania como “Cinco
conflictos en uno”, tratando de remarcar la existencia de varios
desencadenantes en la guerra. Reconocer que Putin es un criminal y condenar la
invasión de Ucrania, o resaltar el carácter reaccionario del régimen político
ucraniano, no debe implicar negar la naturaleza real de un conflicto marcado y
sobredeterminado por la dinámica intercapitalista global. Si bien la salida
táctica pasa por defender un acuerdo de paz que acabe con la guerra lo antes
posible, no deberíamos tampoco ser ilusos: esto supondría la “cachemirización”
del conflicto. Solo el viejo método de Lenin de la confraternización
internacionalista desde abajo podría resolver este tipo de conflictos,
extirpando el veneno etnonacionalista sobre el cual se sostienen las clases
dominantes que azuzan el conflicto. En otro sentido, la brutal guerra colonial
y genocida sionista, apoyada por la UE y EEUU, debe ser combatida desde dentro
y contra las democracias coloniales, exigiendo el fin del comercio de armas y
el aislamiento del Estado de Israel, pero sin cuestionar en ningún momento el
derecho a la defensa armada del pueblo palestino. De hecho, es el carácter
capitalista de nuestros gobiernos el que nos obliga a desplegar esta consigna:
en realidad, un gobierno progresista debería estar enviando armas a la
resistencia palestina.
3. Es urgente comenzar a agrupar
a los sectores militantes en torno a un programa común en defensa del desarme y
contra la guerra, recogiendo la tradición del movimiento pacifista (que
recalcaba que, en la era nuclear, una nueva guerra mundial sería la última, ya
que supondría la destrucción de la humanidad) y del movimiento obrero, ligando
la lucha contra la militarización a la transformación ecosocialista de la
sociedad. Es obvio que todavía no tenemos fuerza para afrontar la magnitud del
desafío, pero esta conciencia no debería llevarnos a la desesperanza. Debería
servir como estímulo para empezar a formar, ciudad a ciudad, pero con un
carácter europeo, un fuerte movimiento contra la deriva inexorable del
capitalismo y de la clase dirigente. Eso implica también ligar el auge
militarista a la destrucción ecológica del planeta y al despilfarro que supone
la inversión militar desde un punto de vista social, pero evitar también caer
en la trampa que legitima “bienestar y guerra”. La reindustrización militar en
curso busca estabilizar la posición relativa de los núcleos de clase media de
las sociedades europeas, concediendo migajas en forma de puestos de trabajo e
inversiones territoriales a la clase obrera. Un bienestar parcial y
decreciente, basado en el imperialismo de buena parte del mundo y en el cierre
fronterizo, mientras nos preparan para la guerra y el desastre ecológico: esa
es la propuesta de época que el capitalismo hace a las clases trabajadoras
europeas.
Posiblemente, pese a las señales
inequívocas que nos manda la clase dominante, todavía no tenemos conciencia de
la magnitud del desastre. El espíritu de 1914 sigue vivo en los dos sentidos.
La mayoría de partidos, de izquierda a derecha, están comprometidos o no se
atreven a romper con esa lógica que nos lleva a la guerra y que la avala en
forma de propaganda, presupuestos e inversiones militaristas. Y la mayoría de
la sociedad cree que una nueva gran guerra es imposible: es algo impensable
todavía. Romper y combatir esas dos formas que adquiere el espíritu de 1914 es
el gran reto de los ecosocialistas de nuestra época.
Bibliografía utilizada en este
artículo
Editorial de Monthly Review
(2023) https://monthlyreview.org/2023/07/01/mr-075-03-2023-07_0/
Karl Marx and Frederick Engels,
Collected Works, vol. 26
Mariátegui, Jose Carlos, El
proletariado contra la guerra (1929)
Mandel, Ernest El capitalismo
tardío, Verso-Sylone-Viento Sur (2023)
Luxemburg, Rosa, La acumulación
de capital https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/1913-lal-acumulacion-del-capital.pdf
Watkins, Susan, Cinco Guerras en
una https://newleftreview.es/issues/137/articles/five-wars-in-one-translation.pdf
Rosdolsky, Roman, Imperialist War
and the Question of Peace
https://www.marxists.org/archive/rosdolsky/1978/impwarqpeace/ch01.htm
Fuente: https://vientosur.info/europa-la-guerra-y-el-espiritu-de-1914/
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