Para comprender la violencia
asesina y el arraigo territorial de las bandas delictivas necesitamos
urgentemente saberes críticos que capten la complejidad del fenómeno en
relación al Estado y a las dinámicas de acumulación capitalista. Así
mismo, necesitamos pensar los malestares populares frente a las dinámicas
delictivas tratando de identificar horizontes de posibilidad. Las presentes
anotaciones (exploratorias, fragmentarias, hipotéticas) buscan aportar en ese
sentido.
1. La coalición mafiosa
Ejecutivo-Legislativo ha liberalizado un conjunto de dinámicas económicas y
sociales (minería ilegal, deforestación, educación como negocio, crimen
organizado, etc.), creando las condiciones normativas y prácticas para que los
procesos de acumulación por desposesión se aceleren. No hay mediación
democrática que contrapese dicha dinámica. Los sectores progresistas y
liberales buscan contener esa aceleración, pero son impotentes. Creemos que es
necesario derogar un conjunto de leyes que han acelerado el colapso social, ecológico
y anímico, pero también creemos que la sola derogación es insuficiente para
hacerle frente a la aceleración porque las dinámicas económicas y sociales a
las que hacemos mención vienen intensificándose desde hace años, rebasando
cualquier normatividad por más progresista que sea. Necesitamos ir más allá de
la contención-aceleración, superar el realismo democrático que nos condena a
defender una institucionalidad que ha sido incapaz de construir horizontes
igualitarios. La institucionalidad (neo)liberal nos condena a la impotencia.
2. Si hay algo que nos queda
claro desde el ciclo de movilizaciones 2022–2023 es que hemos presenciado un
tránsito en los procesos de gubernamentalidad y control de las poblaciones: de
una dinámica neoliberal a una neofascista. Tránsito que supone la exacerbación
de los elementos autoritarios y bélicos presentes desde la imposición del
neoliberalismo en el Perú y contenidos a lo largo de su desarrollo. Estos
elementos se hacían más evidentes, sobre todo, en momentos de protestas
sociales, pero a partir de diciembre del 2022 el autoritarismo y la lógica de
guerra contra las poblaciones se hace moneda corriente.
3. En esta nueva etapa, el
desprecio por la vida no encuentra mediación institucional capaz de hacerle
frente. La circulación de la muerte (por parte del Estado y por parte de las
bandas criminales), las pedagogías de la crueldad y la necropolítica son parte
de nuestra normalidad. Es el fin de cualquier mediación democrática y
progresista. De ahí que sea necesario complejizar el análisis de las relaciones
de poder en los territorios, dejando de lado la pacificación de la dominación a
la que nos tienen acostumbrados los analistas políticos limeños. Por ejemplo,
categorías como legitimidad no nos dicen nada sobre el momento actual. Las
clases dominantes están demostrando que pueden gobernar sin legitimidad alguna.
Son tiempos de un desprecio brutal.
4. Pero también son tiempos
de acumulación de capital a costa de la devastación ecológica, social y
psíquica, como también a través de la circulación de la muerte. Las dinámicas
delictivas son el reverso oscuro de la acumulación por desposesión de los
grandes capitales. No queremos decir que estas dinámicas son producidas por los
grandes capitalistas. Lo que pensamos es que hay zonas de complicidad, de
articulación, de retroalimentación y convivencia conflictiva entre ambas
dimensiones. Un análisis del capitalismo en los territorios es insuficiente sin
entender la dinámica capitalista en las sombras que generan las economías ilegales
y su articulación conflictiva y funcional con las lógicas del Estado y del
capital[1].
5. Creemos que son conflictivas esas dinámicas, pero no antagónicas. Terminan complementándose y siendo funcionales una respecto a la otra. Por ejemplo, a nivel estatal la dinámica delictiva es aprovechada para controlar los territorios y fortalecer una serie de dispositivos de poder: incremento del poder policial, mayor financiamiento para logística de la guerra usada por las fuerzas del orden, etc. Estos dispositivos no son usados para enfrentar a la criminalidad, sino para criminalizar la vida y controlar cualquier tipo de “desajuste” del poder de mando de las clases dominantes y de las complicidades entre bandas criminales y la policía en los territorios[2].
6. A pesar de los tiempos de
brutal desprecio, la dominación nunca es total. Ahí están los cuerpos
movilizados durante los últimos años por vidas más dignas y vivibles que, con
distintas intensidades y fuerzas desplegadas, nos han demostrado que no todo
está perdido. Es más, no hay posibilidad de pensar una política radical y
emancipatoria sin tomar en cuenta esos procesos y las fuerzas que se construyen
en ellos. Son la condición de posibilidad de otros posibles.
7. Las protestas y paros,
como formas de estar juntos en una dinámica de interrupción de los tiempos del
poder, nos enseñan que es posible romper el aislamiento individualista y
neoliberal. Son momentos donde se abren grietas en las condiciones de vida
neoliberal. Las protestas no se reducen a meras demandas, son ante todo
momentos de construcción y experimentación de intensidades, resonancias,
capacidad de veto, contrapoderes y autonomías.
8. Creemos que los últimos
paros de transporte deben ser pensados desde esas coordenadas. Por más que
sociológicamente las medidas no partan de un sujeto político que responda a
nuestras tradiciones de lucha, por más que políticamente las demandas tengan
límites evidentes y solapen condiciones de precariedad, de explotación y de
desigualdad, lo que tenemos ahí es el despliegue de intensidades y
protagonismos que buscan interrumpir los tiempos de la muerte. Además, lo que
está en juego es la vida de nuestra gente y de los sectores populares en sus
múltiples expresiones proletarias, plebeyas y populares[3].
En el centro de nuestra acción y reflexión debe estar la desesperación de esa
multitud precarizada por las condiciones de vida neoliberal y ahora asediada
brutalmente por la violencia criminal en complicidad con el Estado.
9. Necesitamos respuestas
organizadas y autónomas respecto al poder estatal. Las fuerzas desplegadas en
las protestas deben ser prolongadas. El gobierno y el Congreso apelaran a
dinámicas de militarización y de autoritarismo, sumado a estrategias de
desgaste (en ese sentido la precarización neoliberal de la vida es su aliada).
La única forma de afrontar esa situación es prolongar las potencias populares,
continuar la protesta por otros medios, evitando la reproducción de
subjetividades microfascistas y la captura del deseo de cambio por derecha.
10. Se hace necesario escuchar
y habilitar la atención a lo que se piensa, dice y siente en los territorios y
sectores movilizados. Debemos ejercitar la puesta en suspenso de nuestras
subjetividades políticas tradicionales que piensan ( por fuera y
desde arriba) soluciones e imágenes preestablecidas, para
evitar analizar las medidas de lucha como carencia y/o como meras demandas
explícitas que agotan los horizontes de posibilidad. Sin embargo, por otro
lado, debemos evitar la idealización que no capta ambivalencias y zonas grises[4].
Una y otra vía (pensar por fuera y por arriba de las luchas y la idealización
de las mismas) nos condena a la impotencia y a la incapacidad de identificar
otros horizontes de deseo en medio de las ambivalencias y los contenidos
explícitos de las protestas. En todo caso, debemos superar ambas dinámicas para
por lo menos estar en mejores condiciones de escuchar los malestares populares.
Se hace necesario ejercitar la proximidad estratégica con las
luchas.
11. Como decíamos, lo que
está en juego es la desesperación de la multitud precarizada frente a la
violencia asesina de la extorsión y a la complicidad del Estado. Si no logramos
escuchar y partir de esa desesperación seremos incapaces de construir una fuerza
cualitativamente distinta. Las concepciones políticas preestablecidas suelen
desactivar y diluir las potencias latentes. Y no podemos diluir las potencias
populares, el costo es alto: dejar el terreno libre para las múltiples
expresiones ultraderechistas y su movilización de pasiones tristes y oscuras.
Pero con esto no queremos decir que debemos desprendernos de nuestras pasiones
tristes. Al contrario, debemos retomarlas, pero de forma emancipatoria,
haciendo del odio frente a las condiciones de injusticia, de violencia y de
desigualdad la condición de una política de cambio.
12. Estamos ante un impasse.
Si bien necesitamos tiempo para consolidar autonomías y contrapoderes que vayan
más allá de lo estatal, necesitamos respuestas inmediatas frente a las violencias
de las bandas criminales y de los criminales del Estado. Lo necesario es
insuficiente, pero lo insuficiente se hace necesario. Si en lo inmediato no
protegemos la vida y desactivamos la violencia asesina no construiremos mejores
condiciones para seguir peleando por vidas más dignas y vivibles. Preguntarnos
cómo lograr aquello sin clausurar el deseo de otros mundos posibles nos abre un
terreno de experimentación y de creación por explorar.
13. El malestar generalizado
que se respira en el ambiente parece anunciarnos un tiempo de negación y
destitución, pero al mismo tiempo debemos abrir caminos de afirmación y
alternativas desde los mismos procesos de lucha. Interrumpir los tiempos del
poder, constituir espacios-tiempos autónomos es el reto político. La
destitución-constitución se juega más allá de lo legal, tiene que ver con la
destitución-constitución de fuerzas. Afinar múltiples dispositivos de escucha
de los malestares para estar a la altura de los tiempos que vienen.
[1] Esta
es una hipótesis que debe ser verificada por distintos trabajos de
investigación, pero creemos que la información provisional que existe al
respecto abona en favor de la hipótesis (en el tema del narcotráfico es más
evidente). En todo caso, creemos que es importante diferenciar las dinámicas
delictivas por su nivel de arraigo e intensidad territorial, su relación con el
Estado y los puntos de encuentro con la dinámica capitalista. Esperamos
profundizar al respecto en próximos ensayos.
[2] Es
por eso que la respuesta de la ultraderecha en el gobierno y en el Congreso es
desarrollar una simulación de confrontación con la criminalidad, pero construir
un enemigo interno con características bien delimitadas: sectores movilizados
que expresan su descontento por la vida neoliberal. Ahí tenemos la ley de
terrorismo urbano como ejemplo de eso, cuando de contrabando se quiere plantear
una normativa que criminaliza la protesta social y deja la cancha libre a la
impunidad de las fuerzas del orden.
[3] El
neoliberalismo supuso una transformación de la composición de clase que va más
allá de la distinción entre trabajadores formales e informales. Basta tomar en
cuenta los distintos sectores que vienen siendo víctimas de la violencia
extorsiva para darnos una idea de esa multiplicidad popular y proletaria:
comedores populares, trabajadores de la construcción, trabajadores del
transporte, autoempleados, trabajadores ambulantes, etc.
[4] Hay
un conjunto de subjetividades microfascistas que están presentes en nuestra
socialización y que afloran en algunos de los contenidos explícitos de las
demandas (xenofobia, mayor presencia policial, pena de muerte, etc.). Es
probable que estemos ante una derechizacion del malestar (sin que exista, por
el momento, una expresión política de derecha que logre capitalizarlo), pero
creemos también que el malestar es un campo de batalla abierto y que nuestro
principal obstáculo al respecto es nuestra incapacidad para politizarlo en
sentido emancipatorio.
Fuente: https://medium.com/@fugasmarginales/apuntes-sobre-el-momento-actual-d572f2e67f64
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