B.
Sabemos, por supuesto,
que la guerra sólo se produce a través del intercambio político de los
gobiernos y de las naciones; pero en general se supone que ese intercambio se
interrumpe con la guerra y que sigue un estado de cosas totalmente diferente,
no sujeto a ley alguna fuera de las suyas propias.
Sostenemos, por el
contrario, que la guerra no es otra cosa que la continuación del intercambio
político con una combinación de otros medios. Decimos "con una combinación
de otros medios" a fin de afirmar con ello, al mismo tiempo, que este
intercambio político no cesa en el curso de la guerra misma, no se transforma
en algo diferente, sino que, en su esencia, continúa existiendo, sea cual sea
el medio que utilices, y que las líneas principales a lo largo de las cuales se
desarrollan los acontecimientos de la guerra y a las cuales están ligados son
sólo las características generales de la política que se prolonga durante toda la
guerra hasta que llegue la paz. ¿Y cómo podríamos concebir que esto fuera de
otra manera? ¿Acaso la interrupción de las notas diplomáticas paraliza las
relaciones políticas entre las diferentes naciones y gobiernos? ¿No es la
guerra, simplemente, otra clase de escritura y de lenguaje para sus
pensamientos? Es seguro que posee su propia gramática, pero no su lógica
propia.
De acuerdo con esto, la
guerra nunca puede separarse del intercambio político y si, al considerar el
asunto, esto sucede en alguna parte, se romperán en cierto sentido todos los
hilos de las diferentes relaciones, y tendremos ante nosotros una cosa sin
sentido, carente de objetivo.
Esta forma de considerar
el asunto sería indispensable aun si la guerra fuera una guerra total, un elemento
de hostilidad completamente desenfrenado. Todas las circunstancias sobre las
cuales descansa y que determinan sus características principales, a saber,
nuestro propio poder, el poder del enemigo, de los aliados de ambas partes, las
características del pueblo y del gobierno respectivamente, etc. -tal como han
sido enumeradas en el libro 1, capítulo 1-, ¿no son acaso de naturaleza
política, y no están conectadas tan íntimamente con todo el intercambio
político que es imposible separarlas del mismo? Pero este punto de vista
es doblemente indispensable si pensamos que la guerra real no consiste en un
esfuerzo consecuente que tiende hacia el último extremo, como debería serlo de
acuerdo con la teoría abstracta, sino que es algo hecho a desgana, una contradicción
en sí misma; que, como tal, no puede seguir sus propias leyes, sino que debe
ser considerada como parte de otro lado, y este todo es la política.
La política, al hacer uso
de la guerra, evita todas las conclusiones rigurosas que provienen de su
naturaleza; se preocupa poco por las posibilidades inmediatas. Si, debido a
esto, toda la transacción está envuelta en la incertidumbre, si la guerra se
convierte con ello en una especie de juego, la política de cada gabinete
alimenta la creencia segura de que en este juego sobrepasará a su adversario en
habilidad y discernimiento.
De esta suerte, la política
hace de todos los elementos poderosos y temibles de la guerra un mero
instrumento, de la temible espada de las batallas, que debería empuñarse con ambas
manos y descargarse con toda la fuerza del cuerpo, para que diera un solo
golpe, la convierte en una daga liviana y manuable, que a veces no es nada más
que un espadín que la política usa, a su vez, para las embestidas, las fintas y
las paradas.
De este modo, pueden
solucionarse las contradicciones en las que el hombre, naturalmente tímido, se
ve envuelto en la guerra, si aceptamos esto como una solución.
Si la guerra pertenece a
la política, adquirirá, naturalmente, su carácter. Si la política es grande y
poderosa, igualmente lo será la guerra, y esto puede ser llevado a la altura en
que la guerra alcanza su forma absoluta.
Al
concebir la guerra de esta manera, no debemos perder de vista, por lo tanto, la
forma de guerra absoluta, mejor dicho, su imagen debe estar siempre presente en
el fondo.
Solamente gracias a esta
forma de concebirla, la guerra se convierte una vez más en una unidad;
solamente así podemos considerar todas la guerras como cosas de una sola
clase; y sólo así el juicio podrá obtener las bases y los puntos de vista
verdaderos y exactos con los cuales habrán de hacerse y juzgarse los grandes
planes.
Es verdad que el elemento
político no penetra profundamente en los detalles de la guerra. Los centinelas
no son apostados ni las patrullas enviadas a hacer sus rondas basándose en
consideraciones políticas. Pero su influencia es muy decisiva con respecto al
plan de toda la guerra, de la campaña y a menudo hasta de la batalla,
Por esta razón, no
teníamos prisa en establecer este punto de vista desde el principio. Mientras
nos ocupábamos de detalles y circunstancias menores, habría distraído
nuestra atención; pero es indispensable en el plan de la guerra o de la
campaña.
En general, no hay nada
más importante en la vida que encontrar en forma exacta el punto de vista desde
el cual deben juzgarse y considerarse las cosas y mantenerlo luego, porque sólo
podemos comprender la masa de acontecimientos en su unidad, desde un punto de
vista, y sólo manteniendo estrictamente este punto de vista podemos evitar las
inconsecuencias.
Por lo tanto, si al
apoyar el plan de una guerra no es permisible tener dos o tres puntos de vista,
desde los cuales las cosas podrían considerarse, por ejemplo, en un momento
determinado adoptar el punto de vista del soldado, en otro momento el del
gobernante o el del político, etc., entonces el siguiente problema será
dilucidar si la política es necesariamente lo principal y si todo lo
demás está subordinado a ella.
Se ha supuesto que la
política une y reconcilia dentro de sí todos los intereses de la administración
interna y también los de la humanidad y todo aquello que la mente filosófica
pueda traer a colación, porque no es nada en sí misma, sino una mera
representación de todos esos intereses hacia otros estados. No nos interesa
aquí el hecho de que la política pueda tomar una dirección errónea y preferir
fomentar fines ambiciosos, intereses privados o la vanidad de los gobernantes,
porque en ninguna circunstancia el arte de la guerra puede considerarse como el
preceptor de la política, y sólo podemos considerar aquí a la política como la
representación de todos los intereses de la comunidad entera.
En consecuencia, la única
cuestión estriba en si, al proyectar y formular los planes para una guerra, el
punto de vista puramente militar (si fuera concebible un punto de vista como
ése), es decir, si debería desaparecer por completo o supeditarse al mismo, o
si el punto de vista político debería seguir el punto de vista predominante y
rector, y el militar deberá supeditarse al otro.
Que el punto de vista
político debiera terminar por completo cuando comienza la guerra sólo sería
concebible si las guerras fueran luchas de vida o muerte, originadas por el
odio puro. Tal como son las guerras en realidad, sólo constituyen, como hemos
dicho antes, manifestaciones de la política misma. La subordinación del punto
de vista político al militar sería irrazonable, porque la política ha creado la
guerra; la política es la facultad inteligente, la guerra es sólo el
instrumento y no a la inversa. La subordinación del punto de vista militar al
político es, en consecuencia, lo único posible.
Si reflexionamos en la
naturaleza de la guerra real y recordamos lo que ha sido dicho en el capítulo
III de este libro, o sea, que toda guerra deberá ser comprendida de acuerdo
con la posibilidad de su carácter y de sus características principales, tal
como ha de deducirse de las fuerzas y de las condiciones políticas y que a
menudo, en realidad en nuestros días podemos afirmar con seguridad que casi
siempre, la guerra ha de considerarse como un todo orgánico, del cual no
pueden separarse los miembros individuales, en la que, por consiguiente, toda
actividad individual fluye siempre dentro del todo y tiene también su origen en
la idea de este todo, entonces, se hará perfectamente claro y seguro que el
punto de vista más elevado para la conducción de la guerra, del cual provienen
sus características principales, no puede ser otro que el de esa política.
Partiendo de este punto de
vista, nuestros planes emergen al igual que de un molde; nuestras convicciones
ganan fuerza, los móviles son más satisfactorios y la historia más inteligible.
Desde este punto de
vista, por lo menos, no existe ya el conflicto natural entre los intereses
militares y los políticos, y donde éste aparece ha de considerársele meramente
como un conocimiento imperfecto. P. 283
En una palabra, en su
punto de vista más elevado, el arte de la guerra se transforma en política,
pero, por supuesto, en una política que libra batallas en lugar de escribir
notas diplomáticas. P. 287
DE
Editorial
Labor, S.A. 1992, Barcelona, 304 págs. 14 x 22 cms
Karl
von Clausewitz (1780-1831), general prusiano, filósofo de la guerra, filósofo e
historiador. De
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