domingo, 6 de octubre de 2024

ORGANIZACIÓN Y PLANEACIÓN (8): DE LA GUERRA KARL VON CLAUSEWITZ

 


 

   B. LA GUERRA COMO INSTRUMENTO DE LA POLÍTICA. Hasta ahora habíamos tenido que considerar, ya sea de un lado o de otro, el estado de antagonismo en que se halla la naturaleza de la guerra con relación a los intereses de los hombres, considerados individualmente o en grupos sociales, a fin de no descuidar ninguno de los elementos opuestos -antagonismo que está fundado en nuestra propia naturaleza y que, en consecuencia, ninguna filosofía puede descifrar y aclarar-. Nos ocuparemos ahora de esa unidad a la cual adhieren, en la vida práctica, estos elementos antagónicos, al neutralizarse en parte uno al otro. Habríamos considerado esta unidad desde el principio, si no hubiera sido necesario subrayar estas contradicciones evidentes y considerar también separadamente los diferentes elementos. Esta unidad es la concepción de que la guerra es sólo una parte del intercambio político y, por lo tanto, en ninguna forma constituye una cosa independiente en sí misma.


   Sabemos, por supuesto, que la guerra sólo se produce a través del intercambio político de los gobiernos y de las naciones; pero en general se supone que ese intercambio se interrumpe con la guerra y que sigue un estado de cosas totalmente diferente, no sujeto a ley alguna fuera de las suyas propias.


   Sostenemos, por el contrario, que la guerra no es otra cosa que la continuación del intercambio político con una combinación de otros medios. Decimos "con una combinación de otros medios" a fin de afirmar con ello, al mismo tiempo, que este intercambio político no cesa en el curso de la guerra misma, no se transforma en algo diferente, sino que, en su esencia, continúa existiendo, sea cual sea el medio que utilices, y que las líneas principales a lo largo de las cuales se desarrollan los acontecimientos de la guerra y a las cuales están ligados son sólo las características generales de la política que se prolonga durante toda la guerra hasta que llegue la paz. ¿Y cómo podríamos concebir que esto fuera de otra manera? ¿Acaso la interrupción de las notas diplomáticas paraliza las relaciones políticas entre las diferentes naciones y gobiernos?  ¿No es la guerra, simplemente, otra clase de escritura y de lenguaje para sus pensamientos?  Es seguro que posee su propia gramática, pero no su lógica propia.


   De acuerdo con esto, la guerra nunca puede separarse del intercambio político y si, al considerar el asunto, esto sucede en alguna parte, se romperán en cierto sentido todos los hilos de las diferentes relaciones, y tendremos ante nosotros una cosa sin sentido, carente de objetivo.


   Esta forma de considerar el asunto sería indispensable aun si la guerra fuera una guerra total, un elemento de hostilidad completamente desenfrenado. Todas las circunstancias sobre las cuales descansa y que determinan sus características principales, a saber, nuestro propio poder, el poder del enemigo, de los aliados de ambas partes, las características del pueblo y del gobierno respectivamente, etc. -tal como han sido enumeradas en el libro 1, capítulo 1-, ¿no son acaso de naturaleza política, y no están conectadas tan íntimamente con todo el intercambio político que es imposible separarlas del mismo?  Pero este punto de vista es doblemente indispensable si pensamos que la guerra real no consiste en un esfuerzo consecuente que tiende hacia el último extremo, como debería serlo de acuerdo con la teoría abstracta, sino que es algo hecho a desgana, una contradicción en sí misma; que, como tal, no puede seguir sus propias leyes, sino que debe ser considerada como parte de otro lado, y este todo es la política.


   La política, al hacer uso de la guerra, evita todas las conclusiones rigurosas que provienen de su naturaleza; se preocupa poco por las posibilidades inmediatas. Si, debido a esto, toda la transacción está envuelta en la incertidumbre, si la guerra se convierte con ello en una especie de juego, la política de cada gabinete alimenta la creencia segura de que en este juego sobrepasará a su adversario en habilidad y discernimiento.


  De esta suerte, la política hace de todos los elementos poderosos y temibles de la guerra un mero instrumento, de la temible espada de las batallas, que debería empuñarse con ambas manos y descargarse con toda la fuerza del cuerpo, para que diera un solo golpe, la convierte en una daga liviana y manuable, que a veces no es nada más que un espadín que la política usa, a su vez, para las embestidas, las fintas y las paradas.


   De este modo, pueden solucionarse las contradicciones en las que el hombre, naturalmente tímido, se ve envuelto en la guerra, si aceptamos esto como una solución.


   Si la guerra pertenece a la política, adquirirá, naturalmente, su carácter. Si la política es grande y poderosa, igualmente lo será la guerra, y esto puede ser llevado a la altura en que la guerra alcanza su forma absoluta.


   Al concebir la guerra de esta manera, no debemos perder de vista, por lo tanto, la forma de guerra absoluta, mejor dicho, su imagen debe estar siempre presente en el fondo.


   Solamente gracias a esta forma de concebirla, la guerra se convierte una vez más en una unidad; solamente así podemos considerar todas la guerras como cosas de una sola clase; y sólo así el juicio podrá obtener las bases y los puntos de vista verdaderos y exactos con los cuales habrán de hacerse y juzgarse los grandes planes.


   Es verdad que el elemento político no penetra profundamente en los detalles de la guerra. Los centinelas no son apostados ni las patrullas enviadas a hacer sus rondas basándose en consideraciones políticas. Pero su influencia es muy decisiva con respecto al plan de toda la guerra, de la campaña y a menudo hasta de la batalla,


   Por esta razón, no teníamos prisa en establecer este punto de vista desde el principio. Mientras nos ocupábamos  de detalles y circunstancias menores, habría distraído nuestra atención; pero es indispensable en el plan de la guerra o de la campaña.


   En general, no hay nada más importante en la vida que encontrar en forma exacta el punto de vista desde el cual deben juzgarse y considerarse las cosas y mantenerlo luego, porque sólo podemos comprender la masa de acontecimientos en su unidad, desde un punto de vista, y sólo manteniendo estrictamente este punto de vista podemos evitar las inconsecuencias.


   Por lo tanto, si al apoyar el plan de una guerra no es permisible tener dos o tres puntos de vista, desde los cuales las cosas podrían considerarse, por ejemplo, en un momento determinado adoptar el punto de vista del soldado, en otro momento el del gobernante o el del político, etc., entonces el siguiente problema será dilucidar si la política es necesariamente lo principal y si todo lo demás está subordinado a ella.


   Se ha supuesto que la política une y reconcilia dentro de sí todos los intereses de la administración interna y también los de la humanidad y todo aquello que la mente filosófica pueda traer a colación, porque no es nada en sí misma, sino una mera representación de todos esos intereses hacia otros estados. No nos interesa aquí el hecho de que la política pueda tomar una dirección errónea y preferir fomentar fines ambiciosos, intereses privados o la vanidad de los gobernantes, porque en ninguna circunstancia el arte de la guerra puede considerarse como el preceptor de la política, y sólo podemos considerar aquí a la política como la representación de todos los intereses de la comunidad entera.


   En consecuencia, la única cuestión estriba en si, al proyectar y formular los planes para una guerra, el punto de vista puramente militar (si fuera concebible un punto de vista como ése), es decir, si debería desaparecer por completo o supeditarse al mismo, o si el punto de vista político debería seguir el punto de vista predominante y rector, y el militar deberá supeditarse al otro.


   Que el punto de vista político debiera terminar por completo cuando comienza la guerra sólo sería concebible si las guerras fueran luchas de vida o muerte, originadas por el odio puro. Tal como son las guerras en realidad, sólo constituyen, como hemos dicho antes, manifestaciones de la política misma. La subordinación del punto de vista político al militar sería irrazonable, porque la política ha creado la guerra; la política es la facultad inteligente, la guerra es sólo el instrumento y no a la inversa. La subordinación del punto de vista militar al político es, en consecuencia, lo único posible.


   Si reflexionamos en la naturaleza de la guerra real y recordamos lo que ha sido dicho en el capítulo III de este libro, o sea, que toda guerra deberá ser comprendida de acuerdo con la posibilidad de su carácter y de sus características principales, tal como ha de deducirse de las fuerzas y de las condiciones políticas y que a menudo, en realidad en nuestros días podemos afirmar con seguridad que casi siempre, la guerra ha de considerarse como un todo orgánico, del cual no pueden separarse los miembros individuales, en la que, por consiguiente, toda actividad individual fluye siempre dentro del todo y tiene también su origen en la idea de este todo, entonces, se hará perfectamente claro y seguro que el punto de vista más elevado para la conducción de la guerra, del cual provienen sus características principales, no puede ser otro que el de esa política.


   Partiendo de este punto de vista, nuestros planes emergen al igual que de un molde; nuestras convicciones ganan fuerza, los móviles son más satisfactorios y la historia más inteligible.


   Desde este punto de vista, por lo menos, no existe ya el conflicto natural entre los intereses militares y los políticos, y donde éste aparece ha de considerársele meramente como un conocimiento imperfecto. P. 283


   En una palabra, en su punto de vista más elevado, el arte de la guerra se transforma en política, pero, por supuesto, en una política que libra batallas en lugar de escribir notas diplomáticas.   P. 287


      DE LA GUERRA, por Karl von Clausewitz, 1832

      Editorial Labor, S.A. 1992, Barcelona, 304 págs. 14 x 22 cms


      Karl von Clausewitz (1780-1831), general prusiano, filósofo de la guerra, filósofo e historiador. De la Guerra, editada por su viuda, comprende ocho libros. Clausewitz tuvo discípulos en casi todas las naciones e incluso en cada una de las clases sociales, y continuadores suyos aparecen a derecha e izquierda, aún en nuestra época: Mac Arthur y Mao Zedong. (Editorial)  Lenin apreció mucho su relación entre guerra y política.

 Compilación Ragarro


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