REDISTRIBUCIÓN DE LOS SALARIOS A LAS
GANANCIAS DEL CAPITAL
Un
acuerdo fiscal que va a encantar a los super-ricos
15-01-2013
Traducción para www.sinpermiso.info :
Lucas Antón
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¿En qué medida afectan a los americanos
más ricos las subidas de impuestos recientemente aplicadas? Apenas nada.
Casi todo el debate que ha convulsionado
el Capitolio durante el mes de diciembre tenía que ver con el restablecimiento
de la tasa impositiva marginal a los ingresos por trabajo, es decir, sobre
sueldos y salarios. Pero, ya lo dijo Scott Fitzgerald, los ricos son distintos
de ti y de mí, y una de las formas primordiales en que son distintos es que su
renta no proviene de sueldos y salarios.
En el año 2006, los cuatro quintos
inferiores de los contribuyentes norteamericanos obtuvieron el 82% de sus
ingresos de sueldos y salarios, según descubrió un estudio de la Oficina de
Investigación del Congreso. El 1% más rico, sin embargo, obtuvo solo el 26% de
sus ingresos de ese modo; para la décima parte del 1%, la cifra es sólo del
18,6%.
El estudio también examinaba los
dividendos y plusvalías. Sólo el 0.7 % de los ingresos de los cuatro quintos en la parte inferior de la escala
proviene de estas fuentes (se ruega tomen nota los que crean que nos hemos
convertido en una "sociedad de propietarios") El 1% más rico, sin embargo, obtuvo el 38.2 % de sus ingresos de inversiones, y la
décima parte del 1% más rico obtuvo más de la mitad: el 51.9%.
El acuerdo fiscal aprobado por el Congreso
la semana pasada elevó la tasa máxima sobre sueldos y salarios del 35% al
39,6%. La tasa sobre ingresos de ganancias del capital y dividendos se elevó
solo al 20% de un 15%. No ha habido rasgarse las vestiduras ni crujir de
dientes por parte de nuestros compatriotas super-ricos: tienen lo que se dice
un bonito acuerdo.
El fundamento intelectual de este acuerdo
es todavía más dudoso que el mismo acuerdo. Gravar las rentas por inversiones
con una tasa menor que la de las rentas del trabajo fomenta presuntamente una
mayor inversión en la economía norteamericana. Pero supongamos que compras una
acción de General Electric. El dinero que pagas por esos valores se invertirá
tanto en el país como en el extranjero, porque GE, como prácticamente todas las
grandes empresas norteamericanas, es una compañía global que mantiene su
cuartel general en los Estados Unidos. Ahora supongamos que eres un trabajador
de una cadena de montaje en una planta de piezas de motor de aviones de GE en
Dayton, Ohio. Todo tu trabajo se lleva a cabo en los Estados Unidos, y la
mayoría del gasto que haces es local, aunque muchos de los productos que
compras se fabrican el extranjero. Sin embargo, nuestro trabajador de GE puede
sufrir una mayor tasa de imposición fiscal que nuestro inversor de GE.
Recompensamos al inversor por mandar su dinero fuera, mientras que el trabajador
que produce riqueza enteramente dentro de nuestras fronteras no consigue
ninguna recompensa semejante. La globalización ha cambiado por completo los
patrones de inversión de las grandes empresas norteamericanas, pero nuestras
exenciones fiscales para las inversiones se deslizan plácidamente como si las
empresas norteamericanas todavía se limitasen a trabajar dentro de nuestras
fronteras.
Además, gravar sueldos y salarios con una
tasa más elevada que la de las rentas por inversiones significa que el código
fiscal le hinca los dientes a una parte que va disminuyendo de modo regular de
la renta de los trabajadores norteamericanos. La paga del trabajo ya no es lo
que solía ser. Tal como ha documentado la Reserva Federal de San Luis, la renta
de sueldos y salarios estimada en julio de 2012 constituye la menor porción del
producto interior bruto desde la II Guerra Mundial. La parte de los salarios en
el PIB llegó a su máximo en 1969 con un 53.5 %. En 2012 fue del 43.5 %.
¿Adónde fueron a parar esos diez puntos porcentuales
del PIB — en la actualidad, cerca de 1,5 billones de dólares cada año — en
lugar de a los trabajadores norteamericanos? Ha ido, en una parte
significativa, a los beneficios empresariales, cuya parte en la economía ha
aumentado conforme ha disminuido la parte que va a los salarios. En el tercer
trimestre de 2012 — el periodo más reciente del que tenemos datos — los
beneficios empresariales después de impuestos constituyeron la porción mayor
del PIB norteamericano desde la II Guerra Mundial: el 11,1 %.
A este desplazamiento de los salarios a
los beneficios se le llama redistribución. Es el hecho central de la vida
económica norteamericana. Y constituye la razón primordial por la que la
desigualdad económica se ha disparado en los Estados Unidos.
Sin embargo, los salarios, que están
descendiendo, se ven gravados con una tasa mayor que la de las rentas derivadas
de los beneficios empresariales: plusvalías y derivados. Lejos de mitigar las
consecuencias de este cambio, el código tributario norteamericano refuerza la
redistribución de los salarios a los beneficios. En términos generales,
recompensa a los ganadores de este cambio como de época y penaliza a los
perdedores, que son la inmensa mayoría de los norteamericanos.
Las tasas impositivas más bajas a los
beneficios y dividendos del capital, por tanto, recompensan de modo efectivo
más la deslocalización que el trabajo realizado en los Estados Unidos, hacen
aumentar la desigualdad y privan al gobierno federal de ingresos de los que
precisará para ayudar a una población que envejece y cumplir sus demás
obligaciones. Nada de esto turba a los republicanos, pero estaría bien que los
demócratas se dieran cuenta de que estas exenciones fiscales socavan todo
aquello que ellos defienden.
Harold Meyerson es un veterano y reconocido periodista estadounidense,
director ejecutivo de la revista The American Prospect y
columnista de The Washington Post
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