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21-03-2013
Traducido del ruso para Rebelión
por Arturo Marián Llanos.
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Creado en mayo de 1948 “Israel” desde
el principio fue considerado por las potencias occidentales, que acababan de
entrar en el período del derrumbe del sistema colonial y la preocupación por
crear el sistema neocolonial, como el instrumento de control del mundo
musulmán. A lo largo del siglo XIX esa función fue desempeñada por el Califato
Otomano. Pero con la derrota del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial
la cuarta parte de la población mundial que profesaba el Islam se había
convertido en una potencial amenaza para el dominio global de Occidente. Arabia
Saudí e “Israel” (el autor pone este nombre entre comillas para señalar que la
entidad sionista no tiene nada que ver con el antiguo Israel bíblico, N. del
T.) se convirtieron en los dos sujetos a los que fue traspasado el control
sobre los principales lugares santos del Islam –La Meca, Medina y Jerusalén,
así como el control sobre la mentalidad política de la umma (comunidad
islámica, N. del T.) mundial. El monarca saudí cumplía las funciones de la
principal autoridad religiosa, mientras que “Israel” con su provocadora
presencia marcaba el tono en la situación política-militar de Oriente Próximo y
proporcionaba la excusa a los gobernantes árabes antiislámicos para ejercer la
dictadura sobre sus pueblos. Se puede decir sin exagerar que la etapa histórica
iniciada con la creación del “Estado” sionista representa el nivel más profundo
de la degradación política y religiosa del mundo musulmán a lo largo de toda su
existencia.
Hoy el Occidente representado por los
EE.UU. está muy desencantado con respecto a las posibilidades de sus dos
instrumentos –“Israel” y Arabia Saudí– para influir en los acontecimientos de
la región, y considera sus recursos agotados. El momento de la verdad para
semejante comprensión está representado por los acontecimientos en Siria. A lo
largo de dos años de cruenta guerra civil las fuerzas organizadas y apoyadas
por “Israel” y Arabia Saudí han sido incapaces de derrocar el régimen de Bashar
al-Asad. Lo cual de hecho significa que hay que buscar nuevos socios y crear
otras formas de control de la región. La situación se agrava por el hecho de
que “Israel” a partir de 2006, cuando sufrió la derrota en el sur de Líbano,
hasta la reciente aventura en Gaza (operación “Pilar defensivo”) ha demostrado
haber perdido la superioridad política-militar sobre el movimiento de
liberación palestino y sus aliados, su impotencia frente a Hizbulá y Hamás.
Como resultado, tanto la presencia de Occidente en Oriente Medio, como las
relaciones de los EE.UU. con este socio estratégico suyo, han entrado en la
fase de la crisis profunda.
Lo específico del actual “Israel” es
que tan solo en apariencia es un “Estado judío”. En realidad se trata del
enclave de Occidente en Tierra Santa adaptado al formato judío, una
continuación sui generis del “reino de Jerusalén” de los cruzados, que fue la
primera conquista de Occidente en el sentido imperialista actual. Se
diferenciaba esencialmente de la expansión de la Roma pagana porque se llevó a
cabo bajo consignas ideológicas y representaba el comienzo de la estrategia
global del nuevo proyecto occidental que acababa de ponerse en pie y que
convencionalmente se podría llamar “Segunda Roma”. La época de los grandes
descubrimientos geográficos, de imperios coloniales mundiales llegaría varios
siglos más tarde, pero la precede precisamente ese “estado” de los cruzados en
la tierra arrancada con sangre del cuerpo geopolítico del Califato, que siempre
constituyó el corazón del monoteísmo, y que Occidente ha procurado poner bajo
su control a lo largo de toda la historia.
El actual “Israel” mantiene una
política fundamentalmente distinta de la política de sus antiguos predecesores
(Reino Antiguo e Israel, restaurado tras el cautiverio de Babilonia): a
diferencia de ellos el “Israel” actual es un cliente de Occidente, un guante
judío colocado sobre el puño de la expansión y colonialismo en Oriente Medio a
través de todas sus transformaciones. No cabe duda de que desde el momento en
el que fue ideado el proyecto sionista hasta el momento de su realización en
forma del Estado de “Israel”, ese “puño de Occidente” siempre estuvo
representado por la mano de hierro del mundo anglosajón.
Hoy el mito acerca de la grandeza de
Occidente como el único algoritmo acertado en el desarrollo del destino de la
humanidad se está derrumbando ante nuestros ojos. ¡El mundo descubre que
Occidente resulta no ser el ideal de la humanidad! A medida que esta comprensión
se extiende a nivel global se encoge y marchita el proyecto sionista, pasando a
convertirse del afilado hacha en la mano de hierro de los anglosajones a un
lastre pesado y desagradable del que planean deshacerse.
Hay más que suficientes testimonios
objetivos del ocaso de “Israel”. Cualquier proyecto se hunde cuando sus
participantes pierden la fe en él. Hoy medio millón de judíos de “Israel” se
han procurado pasaportes estadounidenses. Un millón de judíos de la antigua
URSS mantienen la puerta semiabierta hacia su lugar de origen y otro medio
millón de judíos negros africanos están prácticamente a punto de convertirse en iordim(“reemigrados”
que salen de “Israel”). En otras palabras, como mínimo dos millones de judíos
ya han preparado el camino para la retirada y están a punto de abandonar el
juego en el que los ha metido precisamente Occidente. ¡Es el colapso!
Un indicador no menos importante de lo
artificial de esa entidad es que la economía “israelí” no es autosuficiente y
depende de los subsidios y ayuda del extranjero, en primer lugar de los EE.UU.
“Israel” es el líder en cuanto a la suma total de las ayudas recibidas de los
Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Solo en 2011 “Israel”
recibió de los EE.UU. 3.029 millones de dólares, 3.000 de ellos para gastos de
defensa. Hoy por hoy la ayuda estadounidense representa el 4,4% del presupuesto
y el 1,2% del PIB de “Israel”.
Actualmente en Estados Unidos han
llegado al poder los representantes de los círculos financieros y corporaciones
transnacionales cuyos intereses económicos a largo plazo están más ligados a
Europa que a los propios EE.UU. Y, al contrario, aquellas fuerzas que
representaban la tendencia antieuropea en el establishment estadounidense
clásico hoy sufren la derrota y están combatiendo en la retaguardia. En
consecuencia “Israel” está perdiendo su papel de porra estadounidense para
Europa que, según los autores que idearon el concepto del Holocausto, como
instrumento de influencia financiera e ideológica debía ayudar a los EE.UU. a
mantener al antiguo centro del mundo de rodillas, a través de la imposición del
complejo de culpabilidad ante la humanidad, de una vez y para siempre.
El primer signo del fundamental cambio
de paradigma de la política estadounidense con respecto a “Israel” ha sido la
división política entre los judíos de los propios EE.UU. y a continuación del
resto del mundo. El todopoderoso lobby sionista proisraelí –AIPAC y otras
organizaciones por el estilo– hoy han quedado en el aislamiento político e
ideológico. De todos lados comienzan a señalarlos con el dedo como enemigos de
los intereses nacionales de EE.UU. Y los que señalan con el dedo también son
judíos, pero judíos que se oponen a “Israel” desde la postura de los patriotas
estadounidenses, que comprenden lo nefasto del apoyo a esta entidad situada en
el corazón del mundo islámico a costa de renunciar a posibilidades mucho más
importantes para la política exterior de Estados Unidos.
Con el trasfondo de esta división
ocurre el cambio de equipo de Barack Obama. Se van aquellos que le fueron
impuestos durante el primer mandato, cuando la derrota de los neoconservadores
aún no era tan evidente. Se fue la secretaria de estado Hillary Clinton, que
representaba el puente entre los demócratas de derecha y los republicanos
imperiales que profesan el “sionismo cristiano”.
Llegan figuras como John Kerry
(Departamento de Estado) y Chuck Hagel (Pentágono), quienes fueron acusados por
el lobby proisraelí de indiferencia hacia los intereses del “Estado” sionista y
casi de antisemitismo. No debe engañarnos el tono suave y de disculpa con el
que las figuras mencionadas ponían voz a sus posturas “no proisraelíes”. En las
condiciones de la neolengua estadounidense, “la caza de brujas” y la corrección
política está claro que incluso para atreverse a mostrar de una forma suave la
disconformidad con respecto a la subordinación absoluta al dictado “israelí”
debe tratarse de personas que para sus adentros mantienen una orientación sin
duda antiisraelí, que materializarán una vez logren alcanzar el poder.
Este cambio de equipo es una de las
consecuencias del fenómeno del “Despertar islámico” (llamado en Occidente
“Primavera árabe”, N. del T.). A pesar de las elucubraciones de diferentes
“expertos” acerca de que los importantes movimientos populares en el mundo
árabe fueron inspirados por los especialistas estadounidenses en las
revoluciones “de color”, los procesos que transcurren en Oriente Medio poseen
una naturaleza autóctona y llevan a la disolución de la infraestructura de la
presencia de EE.UU. y de su influencia en la región. Como resultado no es el
mundo islámico el que se adapta al imperio más poderoso del mundo, sino al
contrario, son los Estados Unidos los que se ven obligados a cambiar de
referencias.
Arabia Saudí, que desde el comienzo de
la posguerra se había convertido en el principal socio de los EE.UU. en el mudo
islámico, rápidamente está perdiendo su utilidad estratégica y se está
convirtiendo en un estorbo. En primer lugar, a la vista está cómo cae la
influencia del discurso ideológico saudí en el espacio sunita (no todas las
tendencias salafistas ni mucho menos se identifican con el factor saudí), lo
que ahora ilustran con especial claridad los procesos que transcurren dentro de
la oposición siria, en Yemen, en Asia Central. En segundo lugar, la dinastía se
encuentra sumida en una profunda crisis y es evidente que tras la muerte del
actual rey se producirá la división en varios clanes enfrentados y la lucha por
el poder. En tercer lugar, gran parte de los casi 30 millones de habitantes de
Arabia Saudí se oponen al régimen gobernante y solo esperan una ocasión para
trasladar el descontento a las calles. Se trata en especial del segmento chiita
de la población, que aunque no representa más del 12-15% del total en las provincias
orientales es la mayoría. Pero las provincias orientales son estratégicamente
las más vulnerables del reino y donde se concentra la principal reserva de los
recursos petroleros saudíes.
Arabia Saudí e “Israel” es el tándem
operativo que hasta ahora ha estado asegurando el control real de los EE.UU.
sobre el Oriente Medio. Sin embargo el aislamiento estratégico del islote
“israelí” en medio del tormentoso mar del “Despertar islámico”, por un lado, y
la inestabilidad en Arabia Saudí por otro, obligan a los Estados Unidos a
buscar un nuevo, a primera vista incluso paradójico centro de influencia, con
el que pudieran colaborar para de alguna forma poder seguir presentes en la
región.
Dentro de Estados Unidos también existe
la necesidad objetiva de distanciarse de “Israel”. A lo largo de decenios la
política interior estadounidense era una función derivada del complejo de los
intereses de “Israel”. El lobby judío ejercía una influencia decisiva sobre las
elecciones del presidente, el destino político de los senadores y congresistas,
las carreras de los directores de los principales órganos de prensa, de los
conocidos periodistas. Las vidas y los destinos se torcían por culpa de algún descuido
del político o intelectual a la hora de pronunciarse acerca del papel de
“Israel” en el mundo y su relación con los intereses de EE.UU. El publicista
estadounidense Norman Finkelstein escribía:
“Gracias a los cuentos sobre el
Holocausto uno de los países con el potencial bélico más grande del mundo y
autor de violaciones horripilantes de los derechos humanos se presenta como una
“víctima potencial” y el más próspero grupo étnico de los EE.UU. como unos
pobres refugiados. El estatus de víctima, en primer lugar proporciona inmunidad
frente a una crítica merecida”.
Al más alto establishment tan
solo se le permitía la capitulación total ante el orden del día “israelí”. Esos
lobistas fueron asimismo bautizados como “Israel firsters”, “Israel primero”.
Gracias al sistema así formado los
EE.UU. debían arrastrar una pesada carga de compromisos financieros y
estratégicos. Solo la ayuda militar oficial a Israel era de 3.000 millones de
dólares anuales, y según el programa “modernización de los aliados” la suma
total que los contribuyentes estadounidenses debían pagar para el desarrollo
del ejército “israelí” desde el año 2007 hasta el 2017 ascendía a otros 30.000
millones de dólares. Además existían las inyecciones indirectas, en particular,
importantes descuentos sobre el coste de la producción bélica estadounidense,
pagos aplazados etc. Como resultado, incluso sin contar la ayuda proporcionada
por la cúspide más rica de la diáspora judía, en los pagos estatales
estadounidenses directos e indirectos se gastaban hasta 5.000 millones de
dólares al año. A esta cifra hay que añadir el peso de la ayuda a Egipto de
Sadat-Mubarak como pago por los acuerdos de Camp David de 1.800 millones de
dólares anuales. La ayuda a Egipto de hecho también formaba parte de la inversión
en la seguridad de “Israel”. Al mismo apartado pertenecen los pagos a la cúpula
conformista palestina contra Hamás.
Pero hoy la economía estadounidense ya
no puede cargar con semejante peso. Pedir dinero prestado par a continuación
entregarlo a “Israel” destruye el sistema financiero, sabotea el dólar, cuyo
valor ya de por sí está enormemente exagerado con respecto a su respaldo real.
Con el empeoramiento socioeconómico de los estadounidenses de base, la crisis
de “la sal de Estados Unidos”, su clase media (a la que, por cierto, pertenece
la mayor parte de los judíos estadounidenses), la dependencia de los EE.UU. de
“Israel” causa extrema irritación en la conciencia social de los
estadounidenses.
Debido a estas razones la opinión
pública de EE.UU. comienza a revisar también los acontecimientos de la historia
reciente en los que ha participado su país. La gente comienza a pensar que, por
ejemplo, la causa inmediata de la invasión de Iraq, donde se perdieron billones
de dólares y miles de vidas de soldados, fue justamente la exigencia de
“Israel”, el principal ordenante y beneficiario de esta guerra sin sentido que
comenzó con el descarado engaño a la comunidad internacional acerca de las
armas de destrucción masiva que presuntamente poseía Saddam Hussein. En
resumidas cuentas los estadounidenses empiezan a ver a “Israel” como
responsable directo de las graves pérdidas que han sufrido los EE.UU. en los
conflictos del último decenio.
Claro que los estadounidenses, menos
que cualquier otro pueblo, son capaces de verse a sí mismos con los ojos del
mundo que les rodea. Sin embargo incluso ellos comienzan a comprender que el
apoyo sin reservas a “Israel” convierte a Estados Unidos a los ojos del resto
del mundo de la “resplandeciente ciudad sobre la colina” de la que en su día
hablaba Ronald Reagan en el “imperio del mal” que no tiene nada que ver con la
democracia, justicia y libertad. Más aún teniendo en cuenta que desde el
momento de la destrucción de las torres gemelas de Manhattan semejantes valores
se fueron evaporando con rapidez de la realidad estadounidense.
“Israel” ha llevado a los EE.UU. a un
callejón sin salida diplomático debido al programa nuclear de Irán, ya que los
Estados Unidos se ven obligados a respaldar a la entidad sionista cuando el
propio “Israel” transgrede el principio de la no proliferación de las armas
nucleares. El “Estado” sionista posee, como mínimo un par de centenares de
cargas nucleares, lo que es un secreto a voces para todos. Al mismo tiempo y
ante la insistencia de los halcones “israelíes” los Estados Unidos deben fingir
que creen en la próxima fabricación de la bomba nuclear iraní que podría
amenazar al “desarmado Israel”.
Los Estados Unidos poseen una rica
experiencia en opresión racial y hasta hoy mantienen el sistema de reservas en
las que se está extinguiendo la población nativa del Nuevo Mundo. Sin embargo
el resto del planeta no permanece indiferente ante el apartheid practicado en
“Israel” con respecto a los palestinos y que no tiene nada que envidiar al
practicado en la República Sudafricana hasta el año 1990. Los Estados Unidos
deben admitir que la humanidad ve a “Israel” como la encarnación del mal y de
la injusticia que se mantiene en la escena histórica únicamente gracias a la
imposición de Washington.
La nueva generación de judíos
estadounidenses deja de identificar su identidad judía con la suerte del
“Estado de Israel”. Su ideología sionista se está diluyendo ante la reacción
negativa que sufre todo el pueblo estadounidense, ellos incluidos, debido a la
política aventurera y criminal de esta pequeña entidad en Oriente Próximo. Un
claro ejemplo del desencanto de los judíos de EE.UU. con respecto a “Israel”
fue su negativa a votar por el candidato republicano Mitt Romney a pesar de las
histéricas exigencias de Netanyahu. El aislamiento del terco lobby sionista con
respecto a la “calle judía estadounidense” desata las manos a Obama para
comenzar el paulatino proceso de la conquista de la independencia de los
Estados Unidos con respecto a “Israel”.
Como ejemplo único de Estado-parásito,
“Israel” subsiste solo gracias al apoyo directo del imperio estadounidense. El
factor de la diáspora hace tiempo que ha dejado de ejercer alguna influencia
seria en su supervivencia. Por eso, en cuanto los EE.UU. dejen de alimentar a
“Israel” con sus recursos financieros, militares políticos y otros, éste en su
forma actual quedará condenado a desaparecer del mapa político mundial.
Geydar Dzhahidovich Dzhemal es un
ruso revolucionario islámico, filósofo, poeta, activista político y social y
fundador y presidente del Comité Islámico de Rusia.
Extraído de: Rebelion
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