25-07-2013
“La burocracia destruye la
iniciativa. Hay pocas cosas que los burócratas odien más que la innovación,
especialmente la innovación que produce mejores resultados que las viejas
rutinas. Las mejoras siempre hacen que aquellos que se hallan en la cúspide
aparezcan como unos ineptos. ¿A quién le gusta aparecer como inepto?”
Frank Patrick Herbert
–Vengo a cobrar mi pensión–
–¿Nombre?–
–Ramón García Rodríguez–
–¿Número de carnet?–
–187679-00–
–Mmmm…. Según sale en el sistema, usted
está muerto–
–¿Cómo muerto? ¡Si aquí estoy!–
–Pero en el sistema aparece muerto–
–¡No entiendo! Trabajé toda mi vida, y
hoy que tengo que cobrar mi primer cheque de la pensión, me dice que estoy
muerto. ¿Es un chiste? ¿Y mi dinero?–
–Va a tener que traer todos los recibos
de sueldo de los últimos 30 años, legalizados por notario, para que yo pueda hacer
algo–
Esto, que pareciera el guión de una
comedia de mal gusto, perfectamente puede ser (¡es!) una realidad cotidiana. La
burocracia, de la que seguidamente trataremos de hacer alguna consideración, no
goza de la mejor reputación entre sus supuestos beneficiarios. La literatura lo
confirma por doquier: “La burocracia se expande para satisfacer las
necesidades de una burocracia en expansión”, escribió alguna vez mordaz el
británico Oscar Wilde. Pensemos igualmente en algunas de las grandes novelas de
Franz Kakfa (“El proceso” o “El castillo”), de principios del siglo XX: los
personajes quedan siempre desgarradoramente atrapados por las redes de
burocracias impersonales que se terminan haciendo patéticas, trágicas…, como el
ejemplo con que abrimos el texto. “Nuestros dos principales problemas
son la gravedad y el papeleo. Nosotros podemos lidiar con la gravedad, pero a
veces el papeleo es abrumador”, dijo apesadumbrado Wernher von Braun, uno
de los grandes científicos del siglo pasado.
La burocracia es un producto de la
modernidad. El surgimiento del Estado moderno es, en otros términos, la
aparición de una burocracia organizada. Es decir: el capitalismo fue haciendo
la vida cada vez más compleja, necesitando un orden crecientemente estricto y
racional para poder funcionar. La burocracia en tanto “gobierno de los
escritorios”, es un elemento consustancial a ese crecimiento y complejización
del mundo de la industria en expansión, de las comunicaciones que globalizan el
mundo, de la super especialización del trabajo.
En otros términos, la burocracia es una
forma racional de organizar una determinada entidad y/o actividad buscando la
optimización en su funcionamiento, para lo que se busca la mayor precisión,
transparencia, velocidad y eficiencia posibles. La burocracia nació para ayudar
la gestión de las cosas, no para entorpecerla. De hecho, surge en la estructura
de los Estados modernos, pero hoy día ya es parte fundamental de toda gran
empresa (burocracia corporativa), siendo lo que posibilita su funcionamiento
empresarial eficiente a escala planetaria. Max Weber consideró a la burocracia
como una forma de organización que pone el acento en elementos positivos tales
como la precisión, la velocidad, la claridad, la regularidad, la exactitud y la
eficiencia, todo lo cual se consigue por medio de la división predeterminada
del trabajo, de su supervisión jerárquica y de rigurosas y precisas
regulaciones que lo enmarcan. De ese modo, la burocracia (de Estado o de las
grandes empresas capitalistas) representa un orden racional que deja a un lado
el “capricho” de la dirección, la improvisación o el carisma del jefe. Si algo
tiene de positivo la organización burocrática es que cada trabajador y/o cada
ciudadano se atienen a normas de funcionamiento, a reglas de juego precisas, y
no queda librado a los azares de la vida.
Merced a esos procedimientos
previamente pautados (rígidamente pautados, se podría agregar), todo el mundo
se atiene a normas preestablecidas que, se supone, deben hacer la cotidianeidad
más organizada, más fácil, menos aleatoria. La eficiencia que se desprende de
esa organización debe pagar el precio de una rutina burocrática a veces
aburrida… o enloquecedora, como en el ejemplo con que abríamos el presente
texto. Pero esos “excesos” son la otra cara de un proceso que, en principio al
menos, promete mayor racionalidad.
La sociedad capitalista, tanto su
Estado como sus empresas privadas productivas (de bienes o servicios), está
fundada sobre ese rígido orden burocrático. Lo mismo ha sucedido con las experiencias
socialistas; allí la burocracia no sólo no tendió a desaparecer sino que, por
el contrario, se maximizó. Puede llegar a decirse que el socialismo real
conocido durante el siglo XX es un socialismo especialmente burocrático
(¿pesadamente burocrático?). Esto ya nos marca una ruta de por dónde debemos
plantearnos las cosas: ¿es la burocracia un mal necesario?
Ahora bien: en la percepción
generalizada de la población, la burocracia es una carga pesada, una desgracia
que hay que sufrir/soportar. Y ello no es sólo “percepción”: es una descarnada
realidad. Ejemplos como el de nuestro pensionado no son tan inusuales. Las
burocracias, en principio las estatales, aunque también ello puede encontrarse
en la iniciativa privada, muchas veces terminan convirtiéndose en un martirio
para el usuario. La excesiva actividad regulatoria termina produciendo
duplicación de esfuerzos y, en muchos casos, ineficiencia administrativa. En
vez de facilitarse la solución de problemas, los mismos se perpetúan y las
soluciones se demoran excesiva e innecesariamente.
Valga este ejemplo: durante la época
colonial de América (siglos XVI al XIX), el reino de España llegó a tener
alrededor de 400.000 leyes para regular la administración de tan vastos
territorios. Si bien en 1681 hubo un intento de racionalización de tamaño
monstruo burocrático reduciéndoselas a 11.000, el peso paquidérmico y la
ineficiencia de ese aparato más que facilitar las cosas, las fue tornando cada
vez más inviables. No sólo por eso, pero sí como un elemento más que
contribuyó, finalmente la Corona española tuvo que retirarse de esas tierras.
La ineficiencia y corrupción de la burocracia colonial se hizo evidente, y su
peso se tornó inmanejable. En buena medida esa “cultura burocrática” quedó
instalada en tierras latinoamericanas; de ahí el “cáncer” burocrático de
nuestras administraciones públicas.
Ahora bien: ¿por qué esa percepción
generalizada de los usuarios (la población en general) que considera a la
burocracia como pesada, molesta, especialmente rígida, falta de creatividad
para solucionar situaciones novedosas que se salen del manual, enloquecedora?
Porque de hecho, en innumerables situaciones así funciona.
En el marco de la empresa privada la
burocracia tiende a ser menos ineficiente en la atención de sus usuarios porque
allí “pérdida de tiempo” significa “pérdida de dinero”. Y si algo pone en
marcha y mantiene esa lógica es el lucro. Por tanto, aunque el cliente no es
más que un consumidor al que se hace prosternar reverencial ante el altar del
consumo, no se le trata tan mal, porque en definitiva es él quien paga. En el
ámbito de la burocracia pública, allí donde se extiende el prejuicio que “en el
Estado no hay patrón” y que las prestaciones son “gratuitas” (¡como que nadie
las pagara!...: son un derivado de la plusvalía que circula socialmente), el
burócrata tiene la aureola de intocable. El poder de la burocracia, rígida y
refractaria a cualquier cambio, y más allá de su ineficiencia, de su espíritu
“enloquecedor” que en muchos casos nada sirve al usuario más que para
“enloquecerlo”, está bastante ilimitado allí. Las burocracias, entonces, no
están en función de facilitar las cosas transparentándolas y haciéndolas
eficientes sino que permiten la corrupción y, en muchos casos, son un obstáculo
para el buen funcionamiento.
¿Se podrá eliminar ese chaleco de
fuerza burocrático? En las sociedades opulentas del Primer Mundo, donde las
tecnologías cambian día a día la vida cotidiana, estaríamos tentados a decir
que sí, producto justamente de esas tecnologías que facilitan y simplifican los
procedimientos. Pero bien observado, los niveles de control que esas
burocracias ejercen sobre sus poblaciones es infinitamente mayor al que se
ejerce en los Estados de las sociedades pobres. Es, en todo caso, más sutil,
más sofisticado, y el “papeleo” en cuestión es menor. Pero los grados de
control y manipulación son mayores aún.
¿Y en el socialismo? La sociedad de
“productores libres asociados” pergeñada por Marx y Engels hace siglo y medio,
libre de ataduras burocráticas, aún parece que está lejos. Nadie dice que sea
imposible. Lo que sí, lo que la experiencia concreta mostró en los primeros
balbuceos del socialismo del siglo XX es que la burocracia tomó un papel
preponderante en la organización. ¿Mal necesario del que ninguna sociedad
compleja puede escaparse? El reto es ir más allá de eso. Como dijera Hegel: “El
límite sólo se conoce yendo más allá”.
Rebelión ha publicado este artículo
con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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A PROPÓSITO
UNA MORALEJA MUY SABIA…
Había una vez un presidente que quería ir de pesca. Llamó a su pronosticador
del tiempo y le preguntó el estado del mismo para las próximas horas. Éste lo
tranquilizó diciéndole que podía ir tranquilo pues no llovería.
Como la novia del presidente vivía cerca de donde
éste iría, se vistió con sus mejores galas y de camino se encontró con un
campesino montado en su burro quien al ver al presidente le dijo:
-“Señor es mejor que vuelva pues va a llover muchísimo.”
Por supuesto el siguió su camino pensando:
- “Que sabrá este tipo si tengo un especialista muy bien pagado que me dijo lo
contrario. Mejor sigo adelante.”
Y así lo hizo… y, por supuesto llovió
torrencialmente. El presidente se empapó y la novia se rió de él al verlo en
ese estado.
Furioso volvió a su despacho y despidió a su empleado. Mandó llamar al
campesino y le ofreció el puesto pero éste le dijo:
- “Señor, yo no entiendo nada de eso, pero si las
orejas de mi burro están caídas quiere decir que lloverá”
Entonces el presidente contrató al burro.
Así comenzó la costumbre de contratar burros que desde entonces tienen los
puestos mejor remunerados en el gobierno.
CUALQUIER SIMILITUD ES PURA COINCIDENCIA...
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