lunes, 8 de julio de 2013

MATRIZ COMUNITARIA: SOCIALISMO Y PODER - V

LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL

Nuevo Orden: Matriz comunitaria

EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI



SOCIALISMO Y PODER - Parte V


Marcelo Colussi



La violencia política

¡A las armas ciudadanos! / ¡Formad vuestros batallones! ¡Marchemos, marchemos! / ¡Que una sangre impura /empape nuestros surcos!

 Este  himno  de  guerra  –que  no  otra  cosa  es–  inaugura  el  mundo moderno  en  términos  políticos,  inaugura  la  era  de  los  Droits  de l’Homme, de la fraternidad. Pero pidiendo sangre... Y podemos estar todos  de  acuerdo  en  que  nadie  osaría  calificar  a  la  Marsellesa,  cuyo  coro es el citado más arriba, como una invitación al primitivismo sino, por el contrario, el broche de oro de una refinada elaboración intelectual. Pero por  más  "civilizada"  que  se  pretenda,  la  violencia  está marcando  su  totalidad.

Las relaciones interhumanas son, en mayor o menor medida, relaciones de poder. Por otro lado el ejercicio del poder, siempre –quizá no pueda  ser  de  otro  modo–  está  indisolublemente  ligado  al  recurso  a  la violencia.  "El  individuo  sólo  puede  convertirse  en  lo  que  es  a través  de otro  individuo;  su  misma  existencia  consiste  en  su  'ser-para-otro'.  No obstante,  esta  relación  no  es  en  absoluto  una  relación  armónica  de  cooperación  entre  individuos  igualmente  libres  que  promueven  el  interés común en persecución de la propia conveniencia. Es más bien una 'lucha a  vida  o  muerte'  entre  individuos  esencialmente  desiguales,  en  la  que uno  es  el  'amo'  y  el  otro  es  el  'esclavo'.  El  dar  esta  batalla  es  la  única manera  como el  ser  humano  puede  acceder  a  la autoconciencia, es  decir, el conocimiento de sus potencialidades y a la  libertad de su realización", dirá Marcuse  ("Razón y Revolución") sintetizando  la dialéctica del amo  y  del  esclavo  (capítulo  IV)  de  la  "Fenomenología  del  Espíritu"  de Hegel.

Esta dialéctica se inscribe en los términos de una lucha incesante, que se materializa en la aplicación concreta de una metodología violenta. Ninguna relación de dominación se establece sin la utilización de una fuerza, disuasiva a veces, operativa otras, pero que tiene que estar presente para afianzar que el poder es tal. Decía Freud cuando la creación de  la  Liga  de  las  Naciones,  antecesora  de  la  actual Organización  de  las Naciones Unidas, que ese tipo de instancias estaba condenado al fracaso en tanto factor de arbitrio mundial pues carecía de una fuerza que legitimara su poder. La situación actual de Naciones Unidas nos lo evidencia de  modo  patético.  ¿Quién  manda  en  el  mundo?  La  respuesta  es  groseramente  evidente:  los  que  tienen  el  poder  económico y  militar,  y  no  la ONU.

 Poder es sinónimo de violencia. Hoy, igual que nuestros ancestros, gana aquel que tiene "el garrote más grande". La famosa frase "la guerra es la continuación de la política con otros medios", atribuida a Lenin, pero  presente  ya  en  germen  en  el  pensamiento  del  prusiano  von  Clausewitz,  puede  ser  leída  a  la  inversa:  la  política  es  la  afirmación  de  un poderío basado, entre otras cosas, en una fuerza que puede llegar a ser usada, y que legitima la "dialéctica del amo y del esclavo". La política - incluso  desarrollada  por  una  casta  de  tecnócratas  profesionales  ad  hoc cada  vez  más  especializada–,  la  política  en  sentido moderno  ("arte  de evitar que la gente tome parte en los asuntos que le conciernen", según Paul  Valéry)  es,  en  otros  términos,  el  arte  de  ejercer  una  dominación antes de utilizar la violencia física, pero recordando siempre que la misma es posible.

Las  relaciones  políticas  entre  los  seres  humanos  o,  más  precisamente: entre diversos grupos humanos, entres clases sociales, entre las naciones, son –al menos hasta ahora– relaciones que se enmarcan en la dialéctica  de  "lucha  a  vida  o  muerte"  entre  individuos  esencialmente desiguales, en la que uno es el "amo" y el otro es el "esclavo".

 La  dominación  tiende  a  perpetuarse,  y  ello  se  consigue,  entre otras cosas, por medio de la coacción física. Por el otro lado, el dominado tiende a quitarse de encima la opresión, y el instrumento de que dispone  para  ello  es  igualmente  la  acción  virulenta.  Por  tanto  se  instaura un ciclo en el que continuidad y renovación van de la mano de la violencia. "La historia de la Humanidad"–dirá Marx– "es la historia de la lucha de clases". Para completar la idea con la formulación: "la violencia es la partera de la historia".

Toda  formación  política  –que  no  es  sino  otra  forma de  decir  toda organización cultural– que nos hemos dado hasta ahora los seres humanos a través de la historia, es la manera como la dialéctica del amo y del esclavo se ha corporizado,  y siempre con el resguardo de  la fuerza, del garrote.  Hasta  la  actualidad  ningún  régimen  político  conocido  (el  esclavismo  de  los  faraones  egipcios,  el  jefe  con  su  consejo  de  ancianos  en una tribu africana, la confederación inca o las democracias representativas  surgidas  de  la  Revolución  Francesa,  por  poner  sólo  algunos  ejemplos)  ha  podido  prescindir  de  los  cuerpos  de  seguridad  que  lo  resguardan,  tanto  interna  como  externamente.  Inclusive  la  experiencia  del  socialismo  real  surgida  en  el  pasado  siglo  no  deja  de transitar  la  misma senda.

La  organización  de  las  relaciones  de  poder  entre  los  seres  humanos  legitima  las  diferencias,  legitimando  al  mismo  tiempo  el  uso  de  la violencia para su perpetuación. Para ningún pueblo conquistador invadir, hacer esclavos o saquear al derrotado fueron injusticias. Ni lo son tampoco para el rey tener un pueblo famélico que trabaja para mantener la opulencia  de  su  corona,  o  para  el  empresario  capitalista  pagar  salarios miserables gracias a lo cual deviene millonario, o para el jerarca del partido comunista –tal como sucedió en tristes experiencias del balbuceante socialismo– mantener privilegios irritantes. Todo ello, en definitiva, es el resultado de las relaciones políticas vigentes, de la forma en que se distribuye y ejerce el poder en el seno de la comunidad. En tal sentido, entonces, la política es la instancia por medio de laque queda organizada la violencia dentro de la sociedad.


Cuanto  más  compleja  la  sociedad,  más  política;  por tanto,  más elaborada.  Y  lo  mismo  puede  decirse  hoy  a  escala  planetaria.  El  grado de  complejidad  de  las  relaciones  internacionales  es abrumadoramente complicado,  pero  en  definitiva  se  sigue  repitiendo  el  mismo  principio: quien detenta el garrote más fuerte impone las condiciones.

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