LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden: Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO Y PODER - Parte V
Marcelo Colussi
La violencia política
¡A las armas
ciudadanos! / ¡Formad vuestros batallones! ¡Marchemos, marchemos! / ¡Que una
sangre impura /empape nuestros surcos!
Este
himno de guerra
–que no otra
cosa es– inaugura
el mundo moderno en
términos políticos, inaugura
la era de
los Droits de l’Homme, de la fraternidad. Pero pidiendo
sangre... Y podemos estar todos de acuerdo
en que nadie
osaría calificar a
la Marsellesa, cuyo
coro es el citado más arriba, como una invitación al primitivismo sino,
por el contrario, el broche de oro de una refinada elaboración intelectual.
Pero por más "civilizada" que
se pretenda, la
violencia está marcando su
totalidad.
Las
relaciones interhumanas son, en mayor o menor medida, relaciones de poder. Por
otro lado el ejercicio del poder, siempre –quizá no pueda ser de otro
modo– está indisolublemente ligado
al recurso a la
violencia. "El individuo
sólo puede convertirse
en lo que
es a través de otro
individuo; su misma
existencia consiste en
su 'ser-para-otro'. No obstante,
esta relación no
es en absoluto
una relación armónica
de cooperación entre
individuos igualmente libres
que promueven el
interés común en persecución de la propia conveniencia. Es más bien una
'lucha a vida o
muerte' entre individuos
esencialmente desiguales, en
la que uno es
el 'amo' y
el otro es
el 'esclavo'. El
dar esta batalla
es la única manera
como el ser humano
puede acceder a la
autoconciencia, es decir, el
conocimiento de sus potencialidades y a la
libertad de su realización", dirá Marcuse ("Razón y Revolución")
sintetizando la dialéctica del amo y
del esclavo (capítulo
IV) de la
"Fenomenología del Espíritu" de Hegel.
Esta
dialéctica se inscribe en los términos de una lucha incesante, que se
materializa en la aplicación concreta de una metodología violenta. Ninguna
relación de dominación se establece sin la utilización de una fuerza, disuasiva
a veces, operativa otras, pero que tiene que estar presente para afianzar que
el poder es tal. Decía Freud cuando la creación de la
Liga de las
Naciones, antecesora de
la actual Organización de las
Naciones Unidas, que ese tipo de instancias estaba condenado al fracaso en
tanto factor de arbitrio mundial pues carecía de una fuerza que legitimara su
poder. La situación actual de Naciones Unidas nos lo evidencia de modo
patético. ¿Quién manda
en el mundo?
La respuesta es
groseramente evidente: los
que tienen el
poder económico y militar,
y no la ONU.
Poder es sinónimo de violencia. Hoy, igual que
nuestros ancestros, gana aquel que tiene "el garrote más grande". La
famosa frase "la guerra es la continuación de la política con otros
medios", atribuida a Lenin, pero
presente ya en
germen en el
pensamiento del prusiano
von Clausewitz, puede
ser leída a
la inversa: la
política es la
afirmación de un poderío basado, entre otras cosas, en una
fuerza que puede llegar a ser usada, y que legitima la "dialéctica del amo
y del esclavo". La política - incluso
desarrollada por una
casta de tecnócratas
profesionales ad hoc cada
vez más especializada–, la
política en sentido moderno ("arte
de evitar que la gente tome parte en los asuntos que le
conciernen", según Paul
Valéry) es, en
otros términos, el
arte de ejercer
una dominación antes de utilizar
la violencia física, pero recordando siempre que la misma es posible.
Las relaciones
políticas entre los
seres humanos o,
más precisamente: entre diversos
grupos humanos, entres clases sociales, entre las naciones, son –al menos hasta
ahora– relaciones que se enmarcan en la dialéctica de
"lucha a vida o muerte"
entre individuos esencialmente desiguales, en la que uno es el
"amo" y el otro es el "esclavo".
La
dominación tiende a
perpetuarse, y ello
se consigue, entre otras cosas, por medio de la coacción
física. Por el otro lado, el dominado tiende a quitarse de encima la opresión,
y el instrumento de que dispone
para ello es
igualmente la acción
virulenta. Por tanto
se instaura un ciclo en el que
continuidad y renovación van de la mano de la violencia. "La historia de
la Humanidad"–dirá Marx– "es la historia de la lucha de clases".
Para completar la idea con la formulación: "la violencia es la partera de
la historia".
Toda formación
política –que no es sino
otra forma de decir
toda organización cultural– que nos hemos dado hasta ahora los seres
humanos a través de la historia, es la manera como la dialéctica del amo y del
esclavo se ha corporizado, y siempre con
el resguardo de la fuerza, del
garrote. Hasta la
actualidad ningún régimen
político conocido (el
esclavismo de los
faraones egipcios, el
jefe con su
consejo de ancianos
en una tribu africana, la confederación inca o las democracias
representativas surgidas de
la Revolución Francesa,
por poner sólo
algunos ejemplos) ha
podido prescindir de
los cuerpos de
seguridad que lo
resguardan, tanto interna
como externamente. Inclusive
la experiencia del
socialismo real surgida
en el pasado
siglo no deja
de transitar la misma senda.
La organización
de las relaciones
de poder entre
los seres humanos
legitima las diferencias,
legitimando al mismo
tiempo el uso
de la violencia para su
perpetuación. Para ningún pueblo conquistador invadir, hacer esclavos o saquear
al derrotado fueron injusticias. Ni lo son tampoco para el rey tener un pueblo
famélico que trabaja para mantener la opulencia
de su corona,
o para el
empresario capitalista pagar
salarios miserables gracias a lo cual deviene millonario, o para el
jerarca del partido comunista –tal como sucedió en tristes experiencias del
balbuceante socialismo– mantener privilegios irritantes. Todo ello, en
definitiva, es el resultado de las relaciones políticas vigentes, de la forma
en que se distribuye y ejerce el poder en el seno de la comunidad. En tal
sentido, entonces, la política es la instancia por medio de laque queda
organizada la violencia dentro de la sociedad.
Cuanto más
compleja la sociedad,
más política; por tanto,
más elaborada. Y lo
mismo puede decirse
hoy a escala
planetaria. El grado de
complejidad de las
relaciones internacionales es abrumadoramente complicado, pero
en definitiva se
sigue repitiendo el
mismo principio: quien detenta el
garrote más fuerte impone las condiciones.
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