LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden: Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO Y PODER - Parte XII
Marcelo Colussi
¿Hacia una revisión del socialismo?
"El
socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal
página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un
grave error."
Rafael Correa
"¿Puede sostenerse,
hoy por hoy,
la existencia de una
clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa
tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos
económicos para comprender que esta clase
obrera –en el sentido marxista del término– tiende
a desaparecer, para ceder
su sitio a
otro sector social?
¿No será ese innumerable conjunto
de marginados y
desempleados cada vez
más lejos del
circuito económico,
hundiéndose cada día
más en la
miseria, el llamado
a convertirse en la nueva clase
revolucionaria?
Fidel Castro
En pos de aportar algo a favor de la mejora
del mundo en que vivimos, debe estudiarse detenidamente lo ocurrido en las
experiencias de socialización
desarrolladas en el
pasado siglo; experiencias
que tenían justamente, como
objetivo final, promover
un mejoramiento en
la calidad de vida de las poblaciones a quienes estaban
dirigidas; preámbulo, a su vez, de un proceso transformador pretendidamente
universal.
Hablar de
"revisión" puede resultar
ostentoso. El presente escrito no
tiene más finalidad
que ésta: invitar
a iniciar un
debate en torno
al humanismo con el que, hasta ahora,
se han intentado modificar las
estructuras sociales. Podríamos
decir: ¿hacia un nuevo
humanismo? Un humanismo que no desconozca
la naturaleza humana;
un humanismo que apunte
a replantear las
relaciones para con
la propiedad al
mismo tiempo que los límites y flaquezas insalvables que nos constituyen. O si queremos decirlo
en otros términos:
abrir un debate en
torno al poder como eje de lo humano.
El surgimiento de la industria moderna trajo
un sinnúmero de modificaciones en la historia. Una de ellas, si se quiere
colateral por la forma en que nace, pero no por ello menos importante, es el
ascenso de la organización sindical y las ideas de colectivización que
desembocan, para mediados del siglo XIX, en el nacimiento del socialismo
científico de la mano de Carlos Marx.
Quizá como
nunca había mostrado antes en la historia un sistema de pensamiento,
las razones lógicas
que lo sustentan
se muestran incontestables. La
andanada interminable de
críticas que recibe,
revela y ratifica a
fuego aquella agudeza
atribuida a Miguel de
Cervantes (pero inhallable en el
Quijote) de "ladran Sancho, señal que cabalgamos".
El "fantasma" que recorría Europa hacia mitad de los 800
(el fantasma del comunismo)
crece, gana adeptos,
se constituye en
fuerza política. Y ya
entrado el siglo
XX obtiene su
mayoría de edad.
La Rusia bolchevique marca
el rumbo; luego
se van sumando,
lenta pero ininterrumpidamente, cantidad de países. La
lista es larga; para la década del 80 una cuarta parte de la población mundial
vive en naciones con sistemas socialistas. Hay enormes diferencias entre muchas
de ellas, pero un común denominador para todas es que, en ningún caso, las
revoluciones tienen lugar en los países
más desarrollados industrialmente –tal
como había pretendido la
concepción original– sino,
por el contrario,
en las sociedades rurales
más "atrasadas", más
cercanas inclusive a
los sistemas feudales.
Pasadas
varias décadas de
desarrollo, el socialismo
real entra en crisis. Hacer un balance acabado de cada
una de estas experiencias sería un trabajo monumental, que dista muchísimo de
las pretensiones aquí presentes. Lo que
queda claro es que,
por distintas razones, todas evidencian
problemas que se
suponía debían ser superados
definitivamente: dieron marcha
atrás en las
confiscaciones, no lograron
dignificar y liberar como
se esperaba a
todos y cada
uno de sus habitantes
en la misma medida.
La corrupción, la
malversación de fondos
públicos, la burocracia, la
ineficiencia estructural y
el abuso de
poder por parte
de sus funcionarios, la
militarización de la
vida cotidiana, han
marcado hondamente las distintas
experiencias del socialismo
real. Todos los habitantes eran
iguales en su estructura social,
pero hubo algunos más "iguales" que
otros. Apúntese de
paso que poco
hicieron por terminar con el machismo o el desastre
ecológico, más allá de declaraciones formales. Es importante señalar todo esto
con un profundo espíritu crítico: estas características ya son por demás
conocidas en el mundo de la libre empresa;
la cuestión es
ver por qué
y cómo se mantuvieron en
lo que se esperaba fuera una
superación de problemas ancestrales. Hasta donde se
puede comprobar estas
"lacras" no desaparecieron en
el socialismo.
No hay ninguna duda que en todos los casos
estas experiencias de construcción de un nuevo modelo se vieron sometidas a la
agresión del poder capitalista, más
o menos abiertamente.
Tuvieron que soportar guerras, presiones
de las más
diversas, competir en un
plano de desigualdad
con sus oponentes
"occidentales". Pero también
hay razones intrínsecas que
impidieron el crecimiento, material y espiritual, tal como se había
contemplado. La redención de la Humanidad debió seguir esperando.
De más está
decir que la "contraparte" del socialismo no ha podido resolver los
problemas de atraso, explotación y olvido en que ha permanecido –y todo indica
que seguirá permaneciendo, al menos por ahora, y quizá ahondando esa situación–
una gran parte de la población mundial. Sólo
para graficarlo rápidamente:
en el mundo
actual, según datos
de Naciones Unidas, 1.300
millones de personas
viven con menos
de un dólar diario
(950 en Asia,
220 en África,
y 110 en
América Latina y el
Caribe); hay 1.000
millones de analfabetos;
1.200 millones viven
sin agua potable. El hambre sigue siendo la principal causa de muerte.
En la sociedad de la información, la
mitad de la
población mundial está
a no menos de una hora de marcha
del teléfono más cercano. Hay alrededor de
200 millones de desempleados y
ocho de cada
diez trabajadores no gozan de
protección adecuada y
suficiente. Lacras como
la esclavitud (¡esclavitud!, en
pleno siglo XXI),
la explotación infantil
o el turismo sexual continúan siendo algo
frecuente. El derecho sindical ha pasado
a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún:
además de todas
las explotaciones mencionadas
sufren más aún por su condición de género, siempre
expuestas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas), eternamente
desvalorizadas. Según esos
datos, también se
revela que el
patrimonio de las 358 personas
cuyos activos sobrepasan los 1.000millones de dólares –que pueden caber en un
Boeing 747– supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45%
de la población mundial. El capitalismo
no quiere ni
puede superar todo
esto (y es
obvio que no
tiene la más mínima voluntad
siquiera de planteárselo).
Ahora bien,
¿qué pasó con
el socialismo real?
Dejemos de lado, aunque sin minimizarlo obviamente, el
ataque capitalista. Explicar todos los fenómenos en función de una sola causa:
la agresión externa, el bloqueo, la maldad
del enemigo en
definitiva, libera de
la autocrítica. Tal vez
se trata, combinándola
con los anteriores
motivos, de emprender una revisión profunda –y honesta–
de temas eludidos en la cosmovisión marxista: la relación del sujeto con el
poder.
Quizá no hay nada más genuinamente humano que
la lucha por el poder. Proceso que
es propio de
la especie humana,
pues los mecanismos
animales asimilables (delimitación
de territorios, pelea
entre los machos por
las hembras) se
explican enteramente por
dispositivos biológicos. Forzosamente el
poder se liga con la fuerza, la diferencia, la violencia. Esto es constitutivo
del fenómeno humano y no una "desviación". Stalin, Ceaucescu, Pol
Pot, eran marxistas. ¿Lo que ellos hicieron habrá sido lo
que pergeñó un
humanista de la
profundidad de Marx?
Seguramente no. Pero no hay duda que estas teratologías se nutren en su
texto. ¿Puede justificarse
que el asesinato
de Trotsky era "políticamente necesario"? Si
se lo admite,
¿de qué "hombre
nuevo" estamos hablando?
Que la violencia esté entre nosotros no
significa que ese sea nuestro sino final.
La cuestión es: una
vez sabido esto,
¿cómo lo procesamos?
¿O nos quedamos
justificando la "teoría" del
garrote? De alguna manera
puede decirse que
en el marxismo
clásico, aquel que
sirvió de aliento para
plantearse un "hombre
nuevo" y una
sociedad superadora de las
injusticias sociales, se
partió de la
idea original de
un homo bonus.
"¡El día que el triunfo alcancemos / ni
esclavos ni siervos habrá. / La Tierra será
un paraíso / la Patria de la Humanidad!" El
colapso de la Unión
Soviética, y consecuentemente la
crisis de todos
los países que, de
una u otra
manera tenían en
ella un referente
–impuesto o no–, muestra
que todavía se
está muy lejos
de edificar ese
paraíso preconizado en
la Marcha Internacional
de los Trabajadores.
Y la masacre
de Tiananmen en Pekín
nos alerta respecto a
que la tolerancia
de las diferencias es
aún una meta
muy lejana. Que
el crecimiento económico militar de
China (¿se le
podrá decir socialista
actualmente?) la coloque quizá
en la perspectiva
de ser un
coloso con gran
poder de decisión mundial en los años venideros no
quita la necesidad de esta reformulación sobre el "hombre nuevo". ¿Se
puede construir una nueva sociedad con los viejos modelos? ¿Puede construirse
socialismo con los esquemas del individualismo competitivo?
Tal
vez sea necesario
replantear la noción
de ser humano de la
que hemos estado
hablando desde el
surgimiento del mundo
moderno; quizá por ese derrotero (el
egocartesiano cerrado) no hay más
camino que desembocar en
un hombre "viable" y
uno "excedente". Hoy
día los ideólogos de la libre
empresa omnipotente han hecho de esta diferencia una cuestión
de fe. Oponer
a esto un
reino de la solidaridad
natural no ha demostrado
ser muy fructífero,
pues cuando ella
falló se la
impuso por decreto; y nadie es "buena persona" porque el
Comité Central de un partido lo decida. (Como nadie es ateo o solidario por
imposición).
Es curioso
(¿triste se podría agregar?) ver que en las repúblicas de la extinta Unión
Soviética la gente persiste en las intolerancias que, era de esperarse,
estarían superadas tras
siete décadas de socialismo,
de nuevas relaciones sociales, de justicia y solidaridad. Las guerras
religiosas e interétnicas
en buena parte
de Europa Central y
Oriental, otrora socialista, marcaron
el paso de
la restauración capitalista
(no muy distintamente
a como sucedía
en la Edad
Media). El muro
de Berlín –con toda
la imparcialidad del
caso hay que
admitirlo– fue derribado
por los propios alemanes del
Este, los mismos que hoy promueven grupos neonazis furiosamente xenofóbicos, no
muy distintamente al racista Ku Klux Klan en el Sur de Estados Unidos.
¿Era
entonces una mera
quimera inalcanzable la
Patria de la Humanidad
levantada apenas hace
unos años por
el socialismo? Quizá no;
quizá, y esto
cambia radicalmente todo
el panorama, se
partió de premisas equivocadas
en cuanto a las posibilidades
reales del cambio aspirado, por
lo que el
resultado obtenido resultó
ese producto tan
especial que conocimos.
No está de
más recordar que
"el camino del
infierno está plagado de buenas intenciones".
La obra
de Marx, vasta,
profunda, universal –como lo
era toda la filosofía
clásica alemana de
la que él
fue uno de
sus más connotados discípulos– presenta
varios niveles de
análisis: filosófica, económica, política. Transcurrido
más de un
siglo desde su
muerte muchas de sus
revelaciones en el
campo económico-social continúan siendo verdades inobjetables. Verdades,
por otro lado,
que ya habían
sido entrevistas y tibiamente
formuladas –por supuesto
no con ánimo
revolucionario– por los clásicos
de la economía
política inglesa (Adam
Smith, David Ricardo), quienes en forma paradójica son los
referentes obligados del actual neoliberalismo, paradigmáticamente opuesto al
marxismo.
Como se
ha
dicho en más
de una ocasión:
Marx, sin con esto desmerecer la
originalidad de su creación,
sintetizó los descubrimientos de la economía
liberal inglesa (teoría
del valor, plusvalía, leyes generales
del capital), la
filosofía idealista alemana
(dialéctica hegeliana, filosofía
de la Historia)
y la formulación
política francesa surgida
de la primera
experiencia de autogestión
popular conocida: la
Comuna de París de 1871. El resultado de todo esto fue
lo que recogieron los movimientos
populares de fines
del siglo XIX
(sindicatos industriales), y los más diversos
grupos del siglo
XX: desde partidos
urbanos a guerrillas
rurales, pasando por una amplia y variada gama de expresiones contestatarias
del capitalismo.
De las
tres fuentes inspiradoras,
seguramente la práctica
política fue la más
débil, la menos
desarrollada. De hecho
fue una experiencia muy fugaz,
inédita. De la
nada, prácticamente, se
improvisó una respuesta
que iba en
contra de una
tradición milenaria: organizar
la autogestión de
una comunidad. El
desafío fue enorme.
El logro obtenido: muy grande
en algún sentido
(la Comuna fue
exitosa por un
período), pero débil en cuanto a su impacto a largo plazo. Hoy día la
autogestión sigue siendo un
reto, y después
de las experiencias vividas de
socialismo real todo indica que sigue habiendo ahí un interrogante
abierto. Las experiencias de Cuba
o la actual
Revolución Bolivariana en
Venezuela pueden dar interesantes luces al respecto.
La pregunta
respecto a cómo organizar nuevas relaciones sociales –más justas, más
equitativas– en el
momento mismo de
tener que implementarlas en tanto
proyecto político, permanece poco debatida. Marx tomó la experiencia que tenía
a la mano para dar respuesta a ello; y que era, por otro lado, la única
respuesta posible, dado que no había, en el contexto académico-intelectual
donde se moldearon sus ideas en el siglo XIX, otro referente. Luego, de la
Comuna de París ala dictadura del proletariado en tanto concepto, sólo había
que dar un paso. Y lo dio.
A la luz de lo experimentado el siglo XX el
tema de la autogestión popular, más que la crítica
económica, más que el pensamiento
de denuncia social, se evidencia
inconsistente. Muchas de las experiencias autogestionarias habidas, válidas, de
fuerte impacto, no fueron marxistas, no tenían en su horizonte la dictadura del
proletariado como momento a transitar
en pos de
una etapa superior
de abolición de toda
forma de desigualdad. Y en las
experiencias de construcción del
socialismo la autogestión, más allá
de declaraciones formales
de los aparatos
políticos en el poder, han dejado importantes vacíos. De hecho la
democracia real, de base,
participativa, es una
experiencia bastante poco
desarrollada. Una vez
más: Cuba y
Venezuela la intentan,
y ese es el modelo
al que debemos prestar atención.
Las experiencias de gobierno local, de grupos
de autogestión (muy diversas por cierto: vecinos organizados para defender sus
intereses barriales, cooperativas de
productores, o de
consumidores, usuarios de redes
informáticas, movimientos de
desocupados, etc.) son
intentos muy válidos de
dotar de poder
a grupos pequeños. En la práctica funcionan, satisfacen necesidades.
Sirven, verdaderamente, como
alternativas a los proyectos políticos generales en el marco de los países
capitalistas. El problema
se presenta cuando
la organización de
toda una comunidad –hablando
ya de países en sentido moderno: Estado-nación con millones
de habitantes, aquellos sobre los cuales la idea de la revolución socialista
ha visto siempre
su objetivo– intenta
concebirse desde estos parámetros
superadores de toda
la historia conocida.
Valga decir que desde el marxismo
clásico siempre se concibió la idea de revolución en términos
de abolición del
Estado capitalista, y
en las sociedades
del hoy llamado Tercer
Mundo (en algunos
casos con una
pesada herencia precapitalista)
era de esperarse un tránsito hacia la industrialización que desembocara, posteriormente, en
el paso al
socialismo como necesidad histórica. La idea de construcción de
nuevas relaciones políticas entre la gente
se resumió entonces
en la dictadura
del proletariado. Pero
esta idea no parece haber prosperado. ¿Qué falló?
Es este
el lado más
débil de la
teoría socialista, el que
clara y abiertamente se
puede (y debe)
criticar. El debate
en torno a
las relaciones de
poder –o si
se quiere: a
la lógica y
dinámica de la
violencia como elemento constitutivo del fenómeno humano– lejos de estar
abierto a la discusión ha sido cerrado. Pareciera de vital importancia
propiciar ese intercambio si se pretende proponer alternativas nuevas a un
orden social injusto y condenatorio para tanta gente a la exclusión y la falta
de desarrollo. Pero curiosamente
de eso no
se ha hablado.
¿Vicios pequeño-burgueses? ¿Desviaciones? Quizá
temor a despejar un
tema que, ¿por qué no decirlo
claramente?, ha sido tabú en la izquierda. ¿No son el poder, la
codicia, la prepotencia,
posibilidades humanas? ¿Por
qué desconocerlas? No está de más
recordar que las disputas por protagonismo entre partidos políticos de
izquierda o entre organizaciones de derechos humanos son
horrorosamente encarnizadas; muchas
veces, inclusive, causa de los
fracasos de sus estrategias. ¿Por qué el "hombre nuevo" en el
socialismo siempre se ha empezado concibiendo a partir de imágenes quasi militares:
el comandante ejemplar,
heroico y abnegado?
–dicho sea de paso, siempre varón–. ¿Puede una revolución tener como
garantía final la existencia de una sola persona? ¿Qué pasa si desaparece esa
persona?
Tal
vez la mejor
manera de evitar
el abuso de
todo esto, del poder, de la codicia, es no partir de una
consideración ingenua que lo niegue sino, más sanamente, tomarlo como normal, y
buscar los mecanismos
sociales-legales que permitan
afrontarlo, debatirlo, procesarlo. Después de lo que hemos
presenciado durante el siglo XX ¿estamos autorizados a
creernos que las
dictaduras vividas en
los países socialistas eran del proletariado?
Marx no
conoció nuestras ciencias
sociales actuales. Su
cosmovisión antropológica participa,
por tanto, de las concepciones de
su tiempo, imbuidas del espíritu
romántico alemán, del Sturm und Drang como movimiento
intelectual. Por razones cronológicas obvias no llegó a saber de desarrollos
ulteriores en el campo de las humanidades que, si bien no cuestionan de fondo
el pensamiento marxista, abren algunos interrogantes que
la práctica política
del socialismo real no retomó. Su
lectura de la dialéctica
hegeliana del amo
y del esclavo
desembocó en el materialismo
dialéctico, pero no
cayó dentro de
su esfera de
intereses el tema de la subjetividad, de la lógica interna
del poder. El sujeto de la historia es concebido como sujeto social, como
clase. Hoy día, a instancias de lo que
las ciencias sociales
nos han develado,
no es posible
omitir en el fenómeno
humano el aspecto
subjetivo. Lo humano
no se agota
en un abordaje político-social; lo "individual" es
siempre social (recordemos aquello de que "el nombre
propio es lo menos propio que tenemos", en tanto viene de otro. El yo se
constituye a partir del otro social). En algún sentido todo
lo humano es
político, por decir
social, aunque no
todo es práctica política,
ejercicio político. La historia no puede explicarse por los caprichos
personales de algunos gobernantes, sin dudas;
pero para entender la historia –y predecirla, y darle dirección– debe
partirse por conocer quién es y cómo es en su intimidad el sujeto que la
ejerce. Es decir: cómo somos los seres humanos que le damos vida, cuáles son
nuestros deseos, qué fuerzas nos mueven.
Los
erráticos procesos políticos que no terminamos de entender no pueden explicarse
solamente en términos
de lucha de clases
(aunque ello sea, sin
dudas, un horizonte
desde donde comenzar).
¿Por qué los alemanes
masivamente se hicieron
nazis durante la
época de Hitler,
o por qué Stalin
("una persona muerta
es una tragedia;
un millón: una estadística" pudo decir sin
empacho), quien podía estar de acuerdo
con un asesinato político
como el que
mandó perpetrar contra
Trotsky, o condenar a muerte a
millones de compatriotas "contrarrevolucionarios", se hizo del poder
a la muerte de Lenin pasando a ser el "padrecito adorado" de
toda la nación?
¿Cómo explicar que
los sandinistas en
Nicaragua, quienes desplazaron a una feroz dictadura gracias al masivo
apoyo de la población,
fueran expulsados luego
por el voto
popular?, ¿cómo entender que
militares como Hugo Banzer en Bolivia o Efraín Ríos Montt en Guatemala
–confesos dictadores– vuelvan
al poder con el
aval eleccionario de la misma
gente que reprimieron años atrás? Es, salvando las distancias, como
tratar de entender
por qué los
seres humanos siguen fumando pese a saber de los peligros
del cáncer de pulmón, o por qué el no uso del preservativo pese al conocimiento
de la pandemia de Sida. La noción
del saber racional
no alcanza. Y
de ninguna manera
puede pensarse en estos fenómenos
en términos de psicopatología.
Muchas de las reacciones, conductas y procesos
"incomprensibles" de los humanos, y
más aún en
lo que concierne
a situaciones masivas, colectivas (linchamientos, peleas
entre pandillas o entre porras de equipos
rivales, manipulaciones o desbordes grupales
de cualquier índole: sectas religiosas,
modas, fanáticos de
algún ídolo, etc.) pueden
comprenderse, y eventualmente
predecirse y/o manejarse,
si se parte
de conceptos desconocidos en
la época de
Marx: psicología social,
teoría del inconsciente, comunicación social, semiótica. El manejo de
las masas humanas pasó a ser una técnica imprescindible para los factores de poder,
y por su intermedio se moldea la historia. Como lo decíamos cuando nos
referíamos a los medios masivos de comunicación: la abrumadora mayoría de
conductas que desplegamos a diario están premeditadas, calculadas, orientadas
por unos pocos
grupos de poder.
Con toda profundidad lo expresó Raúl Scalabrini Ortiz:
"nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría".
En
esta dimensión, sabiendo
que cada vez
más los medios
masivos de comunicación
moldean la conciencia
de las grandes
masas, y más que ningún medio la
televisión, no es imposible concebir una cultura de la imagen cada vez más
omnipotente (a propósito pensemos en el crecimiento ininterrumpido de
lo audiovisual a
expensas de la
lectura o de la tradición oral),
destinada a manipular íconos, imágenes preconcebidas, y
que impide consecuentemente el
pensamiento analítico. El hombre del futuro, que tal como van las cosas
no pareciera ser precisamente el ideal del "hombre nuevo" del
socialismo, es un ser consumidor de imágenes sentado ante una pantalla (de
televisión, de computadora, de videojuego); un sujeto pasivo no pensante;
siempre el horizonte está ya preestablecido. Pero junto a esto, curiosa y
paradójicamente se constata que una muy buena parte de la población mundial no
tiene acceso a energía eléctrica, y muchos menos a las tecnologías informáticas.
El futuro ya está
escrito, y no
parece muy promisorio
por cierto. Pero
¿y aquellos que no disponen de esta parafernalia técnica: sobran
entonces?
La autoconciencia, la
conciencia de clase
del proletariado, son
figuras filosóficas; un
proletario, para decirlo
aludiendo al discurso marxista clásico, ¿aspirará a abolir
superadoramente sus contradicciones intrínsecas? ¿Se
sabe realmente "redentor de
la Humanidad"?, ¿sabe acerca del papel histórico que, se
supone, está llamado a cumplir? Quizá envidia al gerente, lo cual no quita que
también pueda entrar en huelga si
sus intereses son
perjudicados. La racionalidad
política no parece ser lo dominante; antes bien "la
manipulación de las emociones y el control de
la razón" explican
mucho más certeramente
cómo el poder
se perpetúa. Las
migraciones de habitantes
pobres del Tercer
Mundo hacia el Norte
próspero no son
una forma de
dignificar y modificar
sus propias realidades paupérrimas;
pero son las
conductas constatables. Para muchos
países pobres, de hecho, las remesas que envían los migrantes son la principal
fuente de subsistencia.
Valga agregar, por otro
lado, que esas migraciones se dan
con ritmos de crecimiento alarmantemente ascendentes, lo cual termina
convirtiéndose indirectamente en un elemento de cambio social más profundo que
las mismas guerrillas antiimperialistas.
De ahí, seguramente,
la premura de los mecanismos
de "ayuda" al Tercer
Mundo para evitar
esos éxodos, más
bien por el
peligro que representan para las
sociedades opulentas y estables del Norte que por un espíritu solidario para
con los más necesitados. Pero quien detenta el poder y sus beneficios parece
que no quiere compartirlo. Y si la "ayuda" internacional no
sirve, ahí están los
muros electrificados de contención. Todo migrante sabe
que el Norte
no le abre los
brazos con mucha
solidaridad, precisamente; pero
ahí están, no
obstante, viajando en las peores
condiciones, cruzando desiertos
o arriesgando sus
vidas en el mar. ¿Y la dignidad? La necesidad es más
fuerte que los principios.
Marx, hijo
de su tiempo como cualquier gran genio también, pensaba en
una universalización necesaria
del modo de
producción capitalista en
tanto condición para
la revolución mundial,
que vendría de la
metrópoli hacia la periferia. Quizá hoy esa visión sería tachada de
eurocentrista; pero era
el fermento revolucionario más demoledor
a mediados del siglo XIX. Ni a
Marx ni a ningún socialista se le hubiera ocurrido 150 años
atrás levantar una
crítica por el
crecimiento impetuoso de la
producción industrial; antes
bien eso era
una premisa para
la maduración de
la clase obrera
mundial, eslabón fundamental
de la gran
transformación en ciernes.
Pero hoy día
la forma en
que esa producción
siguió su curso (nada distinta la capitalista que aquella que tuvo lugar
en la Unión Soviética
o la que
vemos en la
República Popular China)
pone en peligro la habitabilidad misma del planeta, antelo que surge la
crítica de un movimiento
ambientalista que no es necesariamente marxista,
y que sin embargo
tiene una proyección de
respeto por la vida y
defensa de las condiciones de sobrevivencia humana especialmente
importantes. En algunos casos
más "humana" que
mucho de lo
que el mismo socialismo
llevó adelante.
Elementos que eran impensados (e impensables)
cuando la fundación del socialismo
científico, e incluso
en los albores
de las primeras experiencias de construcción
soviética, hoy son los factores de contestación
social y cultural
más dinámicos: movimientos
por los derechos humanos, ecologismo,
liberación femenina, grupos
de defensa de consumidores, reivindicación de culturas y
etnias locales, diversas expresiones autogestionarias. A lo que podría
agregarse, como elemento distorsionador del statu quo con explosivo potencial
político: migraciones masivas
incontenibles de población
tercermundista hacia los
centros más desarrollados.
Desde el mundo del capital no hubo,
obviamente, una crítica constructiva
respecto a las
premisas básicas del
socialismo. Por el
contrario uno y otro
sistema fueron enemigos
irreconciliables, y su
pugna –por décadas– marcó
la Guerra Fría
(la Tercera Guerra
Mundial, a decir
de algunos). Pero lo
más curioso es
que el mismo
socialismo no fue
autocrítico, como en
general no lo
es ningún sistema
cerrado en sí
mismo: una religión, una
secta. Lo que
parecía podía ser
el instrumento para forjar
una Humanidad mejor
terminó bastante mal.
Caído el muro
de Berlín, símbolo de
la caída universal de
la era soviética, uno de
los dos oponentes de aquella guerra sale
como claro triunfador. Pero esto lleva a la reflexión inmediata: no terminaron
las injusticias, ni las desavenencias,
ni el conflicto como motor.
Tras esa derrota
se pierden reivindicaciones laborales y sindicales
logradas décadas atrás. Hoy día los pobres son
más pobres, más
que hace unos
años inclusive, y aparentemente sin muchas
esperanzas de mejoría
a la vista.
El sueño de
las mayorías ya no
es mejorar su
nivel de ingresos
económicos sino, simplemente, tener trabajo.
Como mínimo es
necesario entonces revisar
qué y cómo es
posible esperar en
el mejoramiento de
la Humanidad. Es
decir: ¿cómo seguir alentando la utopía de un mundo mejor?
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