Estimados amigos:
Gracias a mi amigo Martín Núñez,
puedo enviarles dos artículos importantes, tanto de Fernando Tuesta “Reformar
qué” y de Sinesio López Jiménez “El poder diluido y la atomización social”.
La ayuda prestada por Martín hace
posible la comunicación con todos los amigos y colegas, dado que el 13 de
presente mes he sido sometido a una operación a la columna, donde la
recuperación como mínimo será de dos meses.
Ambos artículos son para tomarse en
cuenta, sobre la situación crítica en que el Perú viene padeciendo en relación
a las reformas electorales dirigidas a tener una válida representación, en
especial del poder legislativo. Tuesta nos dice: “que habría que señalar en que
la sola reforma difícilmente cambia la realidad, sino está acompañada con una
voluntad política de las elites”.
Aunque sabemos que esas elites en el
Perú no existen, y perversamente tenemos que recurrir a los caudillos y sus
clanes que vienen reemplazando a los partidos políticos, que tampoco existen.
En tanto Sinesio López nos esclarece
que: “el mercado ha invadido la política y ha transformado a los partidos (con
ideologías, programas y estructuras organizativas) en meras franquicias
electorales que se compran y se venden, y que los organismos electorales
aceptan e institucionalizan. Es decir, que son los poderes fácticos que gracias
al neoliberalismo son los que reinan”.
Finalmente espero que estos dos
artículos nos hagan meditar sobre elecciones y el poder en el marco de las
franquicias y el mercado.
Atentamente,
Fernando Arce Meza
Reformar qué
Fernando Tuesta Soldevilla
Diario “La República”, 23 de octubre
de 2014
Luego de los resultados de las
elecciones regionales y municipales, el tema de la reforma ha sido nuevamente
planteado para dar respuesta a una serie de problemas que tuvo que enfrentar
este proceso: peligrosas candidaturas, financiamiento dudoso, mercantilización
de la inscripción de listas, violencia electoral, voto golondrino, entre otros.
Evidentemente la elección ha
producido efectos políticos e institucionales preocupantes. Ante eso, la
reacción ha sido abocarse a realizar reformas para que esta situación no se
repita, sobre todo, con miras a las elecciones del 2016.
Algunos consideran que hacer reformas
nos protegería de enfrentar escenarios similares, por lo que en el Congreso ya
se han presentado proyectos de ley respectivos. La ley se encargaría de
enderezar las cosas. Fuera del Parlamento, otros dudan de su eficacia y hay
quienes consideran incluso que podría ser hasta contraproducente. Mejor
entonces, dejar las cosas como están. Lo cierto es que la discusión no termina,
aun cuando se escribe mucho y se conoce poco sobre el tema.
Quizá lo primero que habría que
señalar es que la sola reforma difícilmente cambia la realidad, sino está
acompañada con voluntad política de las élites. Un arreglo de acuerdos
institucionales, sí produce impactos en diverso nivel y grado. Es así que no es
lo mismo un sistema con voto preferencial que uno sin él. No es lo mismo una
elección presidencial con mayoría relativa, que otro con segunda vuelta. De la
misma manera que no tiene el mismo efecto realizar elecciones concurrentes el
mismo día, que separarlas en el tiempo.
El tema entonces es preguntarse qué
es lo que se quiere reformar y para qué. Aquí es donde se suelen cometer los
mayores errores.
El primero, atribuir los arreglos
institucionales como autónomos en sus impactos, por lo que cuando no ocurren
los efectos esperados en el corto plazo, se les atribuye todo el fracaso. De
nada valen controles, por ejemplo, sobre fiscalización del dinero mal habido en
la política, si la Policía, la Fiscalía, el poder Judicial y la Contraloría
hacen también su trabajo.
Lo segundo es plantearse objetivos
institucionales que no son correspondidos con las medidas planteadas. No se
puede afirmar, por ejemplo, fortalecer partidos políticos en el Perú y mantener
el voto preferencial. Tampoco se puede otorgar dinero público a los partidos,
sin hacer los ajustes de mayor control y supervisión. Menos se puede combatir
el golondrinaje si no se establece más tiempo para supervisión de domicilio y
penalidades efectivas.
Un tercer problema viene de la mano
del conocimiento y la coherencia de las propuestas. Con el conocimiento no solo
nos referimos propiamente a las leyes que se busca reformar, sino a los
impactos que producen ciertas medidas. Por eso se observa con preocupación cómo
se plantean medidas que ya están en las leyes u otras que no corresponden.
Ciertamente, en materia de reforma política y electoral hay cerca de una docena
de normas, pero para discutir y colaborar con la reforma, por lo menos hay que
conocerlas.
Pero lo que quizá es más peligroso es
hacer propuestas que no parten de un mínimo diagnóstico, sean parciales y
carezcan de prevención de impactos. Esto es frecuente leerlo a través de los
medios o a través de algunas propuestas legislativas.
De esta manera, mirando el proceso
del 2016, solo hay plazo para hacer reformas hasta el primer semestre del
próximo año. Si se tiene que discutir algún documento que tenga un diagnóstico
y propuesta integral, es el presentado por los organismos electorales. Siendo
el tiempo corto y las dificultades para ponerse de acuerdo altas, solo queda
discutir un paquete mínimo que involucre un acuerdo político de los principales
partidos. Caso contrario, lo que se apruebe puede ser la contrarreforma, que es
tan peligrosa, como no hacer nada.
El poder diluido y la atomización
social
Sinesio López Jiménez
Diario “La República”, 23 de octubre
de 2014
Con la extinción de los partidos
nacionales lo que en realidad se ha evaporado es el poder político de los
ciudadanos. Estos se empoderan a través de la organización de la sociedad civil
y de la formación de los partidos que les otorgan lo que Hannah Arendt llamó
“la capacidad de acción consensuada”, esto es, el poder. El poder es el número
organizado frente al arma que es el instrumento de la violencia. La destrucción
del poder político no ha sido solo obra de los partidos y de sus errores. Han
contribuido también el terrorismo de los 80 y los 90, el desastroso primer
gobierno de García y el neoliberalismo.
El mercado ha invadido la política y
ha transformado a los partidos (con ideologías, programas y estructuras
organizativas) en meras franquicias electorales que se compran y se venden y
que los organismos electorales aceptan e institucionalizan. Cada firma vale un
dólar y se necesitan un millón y medio de firmas para validar un poco más de
cuatrocientos mil y obtener la inscripción como partido “nacional”. Este es
aquel que tiene la franquicia electoral (comprada en el mercado) que le
autoriza a postular en las elecciones generales, regionales y locales. La
franquicia le permite también convertirse en vientre de alquiler.
Estos partidos-franquicia no tienen
vida, ni racionalidad política ni pasión. Ellos tienen sólo la racionalidad
fría del negocio privado. A través de millonarias campañas electorales venden
al candidato, seducen al elector y compran su voto. Es cierto que algunos
candidatos son tan impotables que no se venden por nada. Son incorruptibles a
pesar suyo. Se ha llegado a la desfachatez de proponer la compra al contado de
los ciudadanos que no votan por las opciones neoliberales. La política se guía
por el diálogo y la persuasión e incluso por la coerción, pero no por la lógica
de compra-venta del mercado. La imposición de la lógica del mercado en la
política genera lo que Michael Walzer ha llamado el intercambio bloqueado, esto
es, la injusticia.
El neoliberalismo ha contribuido a
destruir no sólo a los partidos sino también al asociacionismo y al ciudadano
mismo afectando sus derechos, en particular sus derechos sociales. El
trabajador ya no es una persona que vende su fuerza de trabajo y que tiene
derechos. Es sólo un costo laboral que hay que reducir para dar confianza al
capital. El neoliberalismo ha generado también la atomización social y un
individualismo extremo que, asociados a la fragmentación del poder político de
los ciudadanos, están dando lugar a la descomposición de la vida social: la
anomia generalizada, la informalidad, la corrupción tolerada, la sobrevivencia
del terrorismo, el crimen organizado, el sicariato, etc.
La destrucción del poder político de
los ciudadanos ha traído consigo la gravitante presencia de los movimientos
regionales y de los poderes fácticos: los medios concentrados, los grandes
empresarios y las FF.AA. Estos poderes fácticos gobiernan sin haber sido
elegidos. Lo hacen por la interpósita persona del Presidente de la República al
que someten por diversos medios. ¿Qué hacer? El desafío es enorme. Enfrentarlo
va más allá de meros cambios institucionales que son importantes pero no
bastan. Volveremos con un intento de respuesta.
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