Primer Paso
Ninguna
formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas
productivas que caben en ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones
de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se
propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues bien miradas
las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o,
por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su
realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas
progresivas de la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático,
el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de
producción son la última forma antagónica del proceso social de producción;
antagónicas no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un
antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos.
Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad
burguesa, brinda, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución
de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la
prehistoria de la humanidad.
Carlos Marx
Prólogo a Contribución a la crítica de la economía política
Londres, enero de 1859
Segundo Paso
Ahora
bien, la historia del desarrollo de la sociedad difiere sustancialmente, en un
punto, de la historia del desarrollo de la naturaleza. En ésta -si prescindimos
de la acción inversa ejercida a su vez por los hombres sobre la naturaleza-,
los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo se
impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos. De cuanto
acontece en la naturaleza -lo mismo los innumerables fenómenos aparentemente
fortuitos que afloran a la superficie, que los resultados finales por los
cuales se comprueba que esas aparentes casualidades se rigen por su lógica
interna-, a nada se llega como a un fin propuesto de antemano y consciente. En
cambio, en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de
conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo
determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin
propuesto. Pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la
investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no
altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes
generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en
conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un
aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos
los muchos fines propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen,
cuando no son de suyo irrealizables o son insuficientes los medios de que se dispone
para llevarlos a cabo. Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos
individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al
que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines de los actos son obra de la
voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son,
y, cuando parecen ajustarse de momento al fin propuesto, a la postre encierran
consecuencias muy distintas a las propuestas. Por eso, en conjunto, los
acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero
allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se
halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de
descubrir estas leyes.
Los
hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al
perseguir cada cual sus fines propios propuestos conscientemente; y la
resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones,
y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la
historia. Importa, pues, también lo que quieran los muchos individuos. La
voluntad está determinada por la pasión o por la reflexión. Pero los resortes
que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces son
objetos exteriores; otras veces motivos ideales: ambición, “pasión por la
verdad y la justicia”, odio personal, y también manías individuales de todo
género. Pero, por otra parte, ya veíamos que las muchas voluntades individuales
que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los
propuestos -a veces incluso contrarios-, y, por tanto, sus móviles tienen
también una importancia puramente secundaria en cuanto al resultado total. Por
otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez,
detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en las cabezas de los
hombres se transforman en estos móviles.
Esta
pregunta no se la había hecho jamás el antiguo materialismo. Por esto su
interpretación de la historia, cuando la tiene, es esencialmente pragmática; lo
enjuicia todo con arreglo a los móviles de los actos; clasifica a los hombres
que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego comprueba que, por
regla general, los buenos son los engañados, y los malos los vencedores. De
donde se sigue, para el viejo materialismo, que el estudio de la historia no
arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que en el campo histórico
este viejo materialismo se hace traición a sí mismo, puesto que acepta como
últimas causas los móviles ideales que allí actúan, en vez de indagar detrás de
ellos, cuáles son los móviles de esos móviles. La inconsecuencia no estriba
precisamente en admitir móviles ideales, sino en no remontarse,
partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes. En cambio la filosofía de
la historia, principalmente la representada por Hegel, reconoce que los móviles
ostensibles y aun los móviles reales y efectivos de los hombres que actúan en
la historia no son, ni mucho menos, las últimas causas de los acontecimientos
históricos, sino detrás de ellos están otras fuerzas determinantes, que hay que
investigar; pero no va a buscar estas fuerzas en la misma historia, sino que
las importa de fuera, de la ideología filosófica. En vez de explicar la historia
de la antigua Grecia por su propia concatenación interna, Hegel afirma, por
ejemplo, sencillamente, que esta historia no es más que la elaboración de las
“formas de la bella individualidad”, la realización de la “obra de arte” como
tal. Con este motivo, dice muchas cosas hermosas y profundas acerca de los
antiguos griegos, pero esto no es obstáculo para que hoy no nos demos por
satisfechos con semejante explicación, que no es más que una forma de hablar.
Por
tanto, si se quiere investigar las fuerzas motrices que -consciente o
inconscientemente, y con harta frecuencia inconscientemente- están detrás de
esos móviles por los que actúan los hombres en la historia y que constituyen
los verdaderos resortes supremos de la historia, no habría que fijarse tanto en
los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos sean, como en
aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en bloque, y, dentro de cada
pueblo, a clases enteras; y no momentáneamente, en explosiones rápidas, como
fugaces hogueras de paja, sino en acciones continuadas que se traducen en
grandes cambios históricos. Indagar las causas determinantes que se reflejan en
las cabezas de los masas que actúan y en las de sus jefes -los llamados grandes
hombres- como móviles conscientes, de un modo claro o confuso, en forma directa
o bajo un ropaje ideológico e inclusive divinizado: he aquí el único camino que
puede llevarnos a descubrir las leyes por las que se rige la historia en
conjunto, al igual que la de los distintos períodos y países. Todo lo que mueve
a los hombres tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que
adopte dentro de ellas depende en mucho de las circunstancias. Los obreros no
se han reconciliado, ni mucho menos, con la producción maquinizada capitalista,
aunque ya no hagan pedazos las máquinas, como todavía en 1848 hicieran en el
Rin.
Pero
mientras que en todos los períodos anteriores la investigación de estas causas
propulsoras de la historia era punto menos que imposible -por lo compleja y
velada que era la trabazón de aquellas causas con sus efectos-, en la
actualidad, esta trabazón está ya lo suficientemente simplificada para que el
enigma pueda descifrarse. Desde la implantación de la gran industria, es decir,
por lo menos, desde la paz europea de 1815, ya para nadie en Inglaterra era un
secreto que allí la lucha política giraba en torno a las pretensiones de
dominación de dos clases: la aristocracia terrateniente (landed aristocracy) y
la burguesía (middle class). En Francia, se hizo patente este mismo hecho con
el retorno de los Borbones; los historiadores del período de la Restauración,
desde Thierry hasta Guizot, Mignet y Thiers, lo proclamaban constantemente como
el hecho que da la clave para entender la historia de Francia desde la Edad
Media. Y desde 1830, en ambos países se reconoce como tercer beligerante, en la
lucha por el Poder, a la clase obrera, al proletariado. Las condiciones se
habían simplificado hasta tal punto, que había que cerrar intencionalmente los
ojos para no ver en la lucha de estas tres grandes clases y en el choque de sus
intereses la fuerza propulsora de la historia moderna, por lo menos en los dos
países más avanzados.
Pero
¿cómo habían nacido estas clases? Si, a primera vista, todavía era posible
asignar a la gran propiedad del suelo, en otro tiempo feudal, un origen basado
-a primera vista al menos- en causas políticas, en una usurpación violenta,
para la burguesía y el proletariado ya no servía esta explicación. Era claro y
palpable que los orígenes y el desarrollo de estas dos grandes clases residían
en causas puramente económicas. Y no menos evidente era que en las luchas entre
los grandes terratenientes y la burguesía, lo mismo que en la lucha
de la burguesía con el proletariado, se trataba, en primer término, de
intereses económicos, debiendo el Poder político servir de mero instrumento
para su realización. Tanto la burguesía como el proletariado debían su nacimiento
al cambio introducido en las condiciones económicas, o más concretamente, en el
modo de producción. El tránsito del artesanado gremial a la manufactura,
primero, y luego de ésta a la gran industria, basada en la aplicación del vapor
y de las máquinas, fue lo que hizo que se desarrollasen estas dos clases. Al
llegar a una determinada fase de desarrollo, las nuevas fuerzas productivas
puestas en marcha por la burguesía -principalmente, la división del trabajo y
la reunión de muchos obreros parciales en una manufactura total- y las
condiciones y necesidades de intercambio desarrolladas por ellas hiciéronse
incompatibles con el régimen de producción existente, heredado de la historia y
consagrado por la ley, es decir, con los privilegios gremiales y con los innumerables
privilegios de otro género, personales y locales (que eran otras tantas trabas
para los estamentos no privilegiados), propios de la sociedad feudal. Las
fuerzas productivas representadas por la burguesía se rebelaron contra el
régimen de producción representado por los terratenientes feudales y los
maestros de los gremios; el resultado es conocido: las trabas feudales fueron
rotas, en Inglaterra poco a poco, en Francia de golpe; en Alemania todavía no
se han acabado de romper. Pero, del mismo modo que la manufactura, al llegar a
una determinada fase de desarrollo, chocó con el régimen feudal de producción,
hoy la gran industria choca ya con el régimen burgués de producción, que ha
venido a sustituir a aquel. Encadenada por ese orden imperante, cohibida por el
estrecho marco del modo capitalista de producción, hoy, la gran industria crea,
de una parte, una proletarización cada vez mayor de las grandes masas del
pueblo, y de otra parte, una masa creciente de productos que no encuentran
salida. Superproducción y miseria de las masas -dos fenómenos cada uno de los
cuales es, a su vez, causa del otro- he aquí la absurda contradicción en que
desemboca la gran industria y que reclama imperiosamente la liberación de las
fuerzas productivas, mediante un cambio del modo de producción.
Federico Engels,
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Londres, 21 de febrero de 1888
Tercer Paso
El
socialismo moderno, cualquiera que sea su tendencia, en la medida en que toma
como punto de arranque la economía política burguesa, suscribe casi sin
excepciones la teoría del valor de Ricardo. De los dos postulados que Ricardo
proclamara en 1817 en las primeras páginas de sus Principles: 1)
que el valor de toda mercancía se determina única y exclusivamente por la
cantidad de trabajo necesario para producirla, y 2) que el producto de todo
trabajo social se divide entre tres clases: los propietarios de la tierra
(renta), los capitalistas (ganancia) y los obreros (salarios), de estos dos
postulados se hicieron en Inglaterra ya a partir de 1821 deducciones
socialistas, y a veces con tal vigor y decisión que esa literatura, hoy casi
completamente olvidada y en gran parte redescubierta por Marx, no fue superada
hasta la aparición de El Capital. (…)
La
susodicha aplicación de la teoría de Ricardo -a saber: que a los obreros, como
únicos productores efectivos, les pertenece el producto social íntegro, su producto-
lleva directamente al comunismo. Pero, como indica Marx en las líneas citadas,
esta conclusión es formalmente falsa en el sentido económico, ya que representa
una simple aplicación de la moral a la economía política. Según las leyes de la
economía burguesa, la mayor parte del producto no pertenece a los obreros que
lo han creado. Cuando decimos que es injusto, que no debe ocurrir, esto nada
tiene de común con la economía política. No decimos sino que este hecho
económico se halla en contradicción con nuestro sentido moral. Por eso Marx no
basó jamás sus reivindicaciones comunistas en argumentos de esta especie, sino
en el desmoronamiento inevitable del modo capitalista de producción,
desmoronamiento que adquiere cada día a nuestros ojos proporciones más vastas;
Marx habla sólo del simple hecho de que la plusvalía se compone de trabajo no retribuido.
Pero lo que no es exacto en el sentido económico formal, puede serlo en el
sentido de la historia universal. Si la conciencia moral de las masas declara
injusto un hecho económico cualquiera, como en otros tiempos la esclavitud o la
prestación personal campesina, esto constituye la prueba de que el hecho en
cuestión es algo que ha caducado y de que han surgido otros hechos económicos,
en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede mantenerse en
pie. Por consiguiente, en la inexactitud económica formal puede ocultarse un
contenido realmente económico.
Federico Engels
Prólogo a Miseria de la Filosofía (de Carlos Marx, 1847)
Londres, 23 de octubre de 1884
Nota.-
Una
década después del Manifiesto Comunista, Marx señala que “Ninguna formación
social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que
caben en ella”, que “Las relaciones burguesas de producción son la última forma
antagónica del proceso social de producción” y que “Con esta formación social
se cierra, por tanto, la prehistoria de la humanidad” Todo esto es muy cierto.
Y la humanidad toda, con el proletariado a la cabeza, con su volitismo político
ha ido superando el determinismo económico, y así se está cerrando la
prehistoria humana.
Marx
emplea los términos “modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el
moderno burgués”, que ahora poco se usan y son reemplazados por otros:
Modo
de producción
|
Etapa
Superior
|
Comunismo
primitivo
|
Despotismo
|
Esclavismo
|
Imperialismo
|
Feudalismo
|
Absolutismo
|
Capitalismo
|
Financierismo
|
Socialismo
|
Comunismo
|
En su etapa superior, el modo de producción en
Egipto fue despotismo (señorío), en Grecia fue imperialismo (rey de reyes), en
Francia fue absolutismo (“El Estado soy Yo”), en EUA es financierismo
(bancocracia). Socialismo y Comunismo son términos sinónimos, pero
políticamente diferencian la etapa inicial (Estado proletario) de la superior
(anarquía-acracia, sin dominio ni gobierno de clase, es decir sin Estado)
No obstante que una es la sociedad humana y otra es
la naturaleza, su historia también se rige por leyes de carácter interno. Pero
el volitismo político no contradice el determinismo económico. Y aunque nadie
puede lograr volver al feudalismo, sí puede luchar por una etapa superior. Por
eso siempre hay que indagar “cuáles son los móviles de esos móviles” ideales que
impulsan a “todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la
reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines” Más aún ahora, cuando
“Superproducción y miseria de las masas -dos fenómenos cada uno de los cuales
es, a su vez, causa del otro- he aquí la absurda contradicción en que desemboca
la gran industria y que reclama imperiosamente la liberación de las fuerzas
productivas, mediante un cambio del modo de producción”
En
el proceso histórico se parte de la situación concreta para adecuarla. Por eso,
la revolución en Francia derrocó la monarquía pero instauro una nueva dinastía.
La revolución en Rusia derrocó la monarquía, pero instauró un Estado
burocrático-militar. Y es que “las muchas voluntades individuales que actúan en
la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los propuestos -a
veces incluso contrarios-, y, por tanto, sus móviles tienen también una
importancia puramente secundaria en cuanto al resultado total” No obstante, termina
imponiéndose el nuevo modo de producción.
Corolario
La
nueva tendencia, que ha descubierto en la historia de la evolución del trabajo
la clave para comprender toda la historia de la sociedad, se dirigió
preferentemente, desde el primer momento, a la clase obrera y encontró en ella
la acogida que ni buscaba ni esperaba de la ciencia oficial.
Federico Engels,
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Londres, 21 de febrero de 1888
La
actual crisis económica genera la crisis social, ésta la crisis cultural, y a
su vez ésta la crisis política. En este cuadro, “Si la conciencia moral de las
masas declara injusto un hecho económico cualquiera, como en otros tiempos la
esclavitud o la prestación personal campesina, esto constituye la prueba de que
el hecho en cuestión es algo que ha caducado y de que han surgido otros hechos
económicos, en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede
mantenerse en pie”
En nuestro
país, la crisis económica-social-cultural-política es ya intolerable.
Por
eso, en esta lucha final ¡Agrupémonos todos!
Ragarro
28.10.14
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