viernes, 23 de enero de 2015

EVOCACIÓN AL GENIO POLÍTICO: VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV (ABRIL 1870- ENERO 1924)




 I
A 91 años de su muerte
El genio de Lenin

La Izquierda Diario
23-01-2015

La figura de Lenin sigue despertando rechazos, reflexiones, y reivindicaciones. La reflexión sobre su genio, su personalidad, ha tenido distintas respuestas: desde las conservadoras y estalinistas que lo culpan o lo felicitan por todo, hasta las autonomistas y socialdemócratas. León Trotsky acertó en dar al genio de Lenin su lugar en el movimiento de la historia y del marxismo.
*****  

Existe una relación entre las experiencias y las expectativas. Koselleck* decía que había conceptos de registro de experiencias, generadores de experiencias y conceptos de expectativas, agregaba que los conceptos poseen un equilibrio interno: “cuanto menores son las experiencias contenidas mayores son las expectativas”. Lenin vino a cambiar para siempre el concepto de “dictadura del proletariado” en la historia del marxismo al producir un (des)equilibrio en la relación entre experiencia y expectativa (el otro es sin duda el de partido, el más importante y, aunque no voy a desarrollar este aspecto, uno y otro están indisolublemente ligados). 

No podemos más que volver la mirada hacia este concepto para percibir la compleja historia de la relación entre experiencias y expectativas. Engels reportaba en 1848 los acontecimientos de París: “el plan de batalla de los obreros, atribuido a Kersausie, era el siguiente: los insurrectos avanzaron en cuatro columnas y en movimientos concéntricos sobre el gobierno municipal […] Estuvieron a punto de llegar al centro de Paris, tomando el edificio de gobierno, instituyendo un Gobierno provisional”. No lo lograron, fueron derrotados, pero el plan insurreccional de los obreros apuntaba a hacerse del poder y su consigna había sido: ¡Dictadura del proletariado! Eran las primeras experiencias, impulsadas por las expectativas de que una vez en el poder los obreros iniciarían el pasaje a una nueva sociedad emancipada de la burguesía. Marx transformó esta experiencia en parte fundamental del programa de los comunistas. Los obreros y el pueblo de París lo intentaron una vez más en la comuna de 1871, pero fue en la Revolución Rusa de Octubre de 1917 donde esta expectativa se hizo experiencia, y no puede entenderse este pasaje, este salto, sin analizar el genio de Lenin. 

Pero, ¿cómo medir el “genio” de Lenin? Dice John Berger **, reflexionando sobre otro genio –el del pintor Picasso–, que “sería equivocado sugerir que cada siglo tiene su tipo exclusivo de genio. Pues el genio típico del siglo XX, ya piense uno en Lenin, Brecht o Bartok, es un tipo de hombre muy diferente. Necesita casi ser anónimo; es callado, estable, controlado y muy consciente del poder de las fuerzas externas a él mismo. Casi lo contrario de Picasso”. Fue Trotsky quien dedicó varios capítulos de su obra Historia de la Revolución Rusa a reflexionar sobre el genio de Lenin. Ya expulsado del partido comunista y de la URSS, enfrentó dos interpretaciones y aportó una interpretación vital para el materialismo histórico. 

Por un lado, Trotsky enfrentaba la visión que diluía la personalidad en las circunstancias históricas en las que se sitúan las acciones de los individuos. Combatía una vieja tendencia filosófica de la socialdemocracia que diluía la acción de los individuos y las clases en la idea de que lo que determina en “última instancia” son las relaciones económicas de producción. Las mediaciones y el juego de las fuerzas políticas y las clases eran subsumidos, mecanizados, aceptados. Algo similar hacen hoy los autonomistas o socialdemócratas de izquierda que identifican en las “masas”, el “pueblo” o la “multitud”, como el único factor “decisivo”. En cambio Lenin y el partido bolchevique aparecen jugando el rol de expropiadores y sometedores de esa fuerza inmanente de la historia. 

Por otro lado, Trotsky combatía contra otra visión, la ofrecida por la propaganda estalinista, que transformaba el genio de Lenin en un factor único, era el “líder carismático”, indiscutible y “sagrado”. Borraban así de un plumazo la relación entre la fuerza de la personalidad de Lenin y las fuerzas externas: la bancarrota de la burguesía y las masas obreras y campesinas que pugnaron por la revolución socialista. La visión estalinista del “culto a la personalidad” tuvo su imagen especular en los historiadores reaccionarios. Para ellos también Lenin era la única explicación de lo sucedido en Rusia, pero aquí Lenin tomaba características negativas: “psicópata”, “sanguinario”, “inescrupuloso” líder que manipuló la revolución para transformarla en una dictadura personal. 

Cuando Lenin puso un pie en Rusia en 1917, sus camaradas y compañeros del partido bolchevique llegaron a considerarlo un “loco”. Contrariando en parte sus escritos anteriores, Lenin había bajado del tren y anunciado que la revolución rusa, para tener éxito, debía transformase y dirigirse hacia la dictadura del proletariado. “Está fuera de quicio”, dijeron algunos. Muchos años en el exilio, alejado de Rusia, en las sombras y el anonimato lo han vuelto simplemente “loco”, dijeron otros. Pero Lenin logró torcer la orientación del partido bolchevique con una gran lucha política y encauzó la lucha hacia el gobierno de los trabajadores apoyado en los campesinos. Trotsky se vuelve a preguntar en su inconclusa biografía de Stalin: “¿por qué milagro consiguió Lenin cambiar en pocas semanas el curso del partido, llevándolo por otro cauce? La respuesta debe buscarse simultáneamente en dos direcciones: los atributos personales de Lenin y la situación objetiva. Lenin era fuerte no solo porque comprendía las leyes de la lucha de clases, sino porque tenía el oído perfectamente acordado a la agitación del movimiento de masas. Para él no era tanto la maquinaria del partido, como la vanguardia del proletariado”. 

Y Trotsky mismo, poco antes de ser asesinado por un estalinista, señalaba: “¿significa esto que Lenin lo era todo y los demás nada?”. Ya nos dice antes que no, que la explicación es dialéctica, está en la relación entre el individuo y la situación objetiva. Pero agrega algo muy interesante, dice que “sería una estupidez” entender el genio de Lenin por fuera de las fuerzas externas que lo impulsan, y “los genios no crean la ciencia (o la revolución); no hacen sino acelerar el proceso de la reflexión colectiva”. Esta idea es simplemente brillante; para que exista un genio como Lenin (Darwin o Newton, agrega Trotsky) es necesario la experiencia de millones, la lucha, los fracasos y triunfos parciales de miles de hombres y mujeres trabajadores, las reflexiones, disputas políticas y teóricas, escisiones de los partidos obreros y socialistas, y el “genio” lo que hace es expresar, acelerar, simplificar esta experiencia, transformando la “experiencia colectiva” en la primera experiencia de la dictadura del proletariado en el siglo XX. 

Lenin lo hizo y ese fue su “genio”. Olvidar que tras su figura está la experiencia de generaciones, es simplemente una estupidez. Aquellos que descartan, rechazan o quieren “deshacerse” de su herencia, no están simplemente descartando a un hombre, están descartando esa experiencia colectiva por la que generaciones siguen luchando y muriendo. Es algo que hacen todos aquellos que quieren amoldarse al presente del capitalismo, y por ello la perseverancia de la experiencia colectiva de aquellos que luchan contra la sociedad actual es lo que explica que el debate sobre su “genio” no haya concluido. 

Notas
* Reinhart Koselleck fue un historiador alemán, centró sus indagaciones en la historia conceptual e intelectual de Europa. Citamos su trabajo “Historias de los conceptos y conceptos de la historia”.
** John Berger es un crítico de arte, pintor y escritor marxista inglés. Citamos su excelente ensayo Fama y soledad de Picasso


II


LENIN[1]

La figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fábula, Se mueve sobre un escenario lejano que, como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas eslavas. Los otros personajes contemporáneos viven en roce cotidiano, en contacto inmediato con el público occidental. Lloyd George, Poincaré, Mussolini, nos son familiares. Su cara nos sonríe consuetudinariamente desde las carátulas de las revistas. Estamos abundantemente informados de su pensamiento, su horario, su menú, su palabra, su intimidad. Y se nos muestran siempre dentro de un marco europeo: un hotel, una villa, un automóvil, un pullman, un boulevard. Lenin, en cambio, está lejos del mundo occidental, en una ciudad mitad asiática y mitad europea. Su figura tiene como retablo el Kremlin y como telón de fondo el Oriente. Nicolás Lenin no es siquiera un nombre, sino un seudónimo. El leader bolchevique se llama Vladimir Illicht Ulianow, como podría llamarse un protagonista de Gorki, de Andrejew o de Korolenko. Hasta físicamente es un hombre un poco exótico: un tipo mongólico de siberiano o de tártaro. Y como la música de Balakirew o de Rimsky Korsakow. Lenin nos parece más oriental que occidental, más asiático que europeo. (Rusia irradia simultáneamente en el mundo su bolchevismo, su. arte, su teatro y su literatura. Sincrónicamente se derraman, se difunden y se aclimatan en las ciudades europeas los dramas de Checow, las estatuas de Archipenko y las teorías de la Tercera Internacional. Agentes viajeros del alma rusa, Stravinsky seduce a París. Chaliapine conquista Berlín, Tchicherine agita a Lausanne).

Lenin ejerce una fascinación rara en los pueblos más lontanos y abstrusos. Moscú atrae peregrinos de Persia, de la China, de la India. Moscú es actualmente una feria de abigarrados trajes indígenas y de lenguas esotéricas. La celebridad de Oswald Spengler, de Charles Maurras o del general Primo de Rivera no es sino una celebridad occidental. La celebridad de Lenin, en tanto, es una celebridad unánimemente mundial. El nombre de Lenin ha penetrado en tierra afgana, siria, árabe. Y ha adquirido timbres mitológicos.

Quienes han asistido a asambleas, mítines, comicios, en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la pasión que suscita el leader ruso. Cuando Lenin se alza para hablar, se suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean, gritan, sollozan.

Pero Lenin no es un tipo místico, un tipo sacerdotal, ni un tipo hierático. Es un hombre terso, sencillo, cristalino, actual, moderno. W. T. Goode, en el “Manchester Guardian”, lo ha retratado así: “Lenin es un hombre de estatura media, de cincuenta años en apariencia, bien proporcionado. A la primera mirada, los lineamientos recuerdan un poco al tipo chino; y los cabellos y la barba en punta tienen un tinte rojizo oscuro. La cabeza bien poblada de cabellos y la frente espaciosa y bien modelada. Los ojos y la expresión son netamente simpáticos. Habla con claridad y con voz bien modulada: en todo nuestro coloquio no ha tenido nunca un momento de agitación. La única neta impresión que me ha dejado es la de una inteligencia clara y fría. La de un hombre plenamente dueño de sí mismo y de su argumentación, que se expresa con una lucidez extraordinariamente sugestiva.” Arthur Ransome, también en el “Manchester Guardian”, ha dado estos datos físicos y psicológicos del caudillo bolchevique: “Lenin me pareció un hombre feliz. Volviendo del Kremlin a mi alojamiento, me preguntaba yo qué hombre de su calibre tiene un temperamento alegre como el suyo. No encontré ninguno. Aquel hombre calvo, arrugado, que voltea su silla de aquí allá, riendo ora de una cosa, ora de otra, pronto en todo momento a dar un consejo serio a quien lo interrumpa para pedírselo —consejo bien razonado que resulta más imperioso que cualquier orden— respira alegría; cada arruga suya ha sido trazada por la risa, no por la preocupación”.

Este retrato de un periodista británico, circunspecto y anastigmático como un objetivo Zeiss, nos ofrece un Lenin sana y contagiosamente jocundo y plácido, muy disímil del Lenin hosco, feroz y ceñudo de tantas fotografías. Ni taciturno, ni alucinado, ni místico, Lenin es, pues, un individuo normal, equilibrado, expansivo. Es, además, un hombre bien abastecido de experiencia y saturado de modernidad. Su cultura es occidental; su inteligencia es europea. Lenin ha residido en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Alemania, en Suiza. Su orientación no es empírica ni utopista, sino materialista y científica. Lenin cree que la ciencia resolverá los problemas técnicos de la organización socialista, Proyecta la electrificación de Rusia. Bertrand Russell, que califica de ideológico este plan, juzga a Lenin un hombre genial.

La vida de Lenin ha sido la de un agitador. Lenin nació socialista. Nació revolucionario. Proveniente de una familia burguesa, Lenin se entregó, sin embargo, desde su juventud, al socialismo y a la revolución. Lenin es un antiguo leader, no sólo del socialismo ruso, sino del socialismo internacional. La Segunda Internacional, en el Congreso de Stuttgart de 1907, votó esta moción suya y de Rosa Luxemburgo: “En el caso de que estalle una guerra europea, los socialistas están obligados a trabajar por su rápido fin y a utilizar la crisis económica y política que la guerra provoque para sacudir al pueblo y acelerar la caída del régimen capitalista.” Esta declaración contenía el germen de la revolución, rusa y de la Tercera Internacional. Fiel a ella, Lenin explotó las consecuencias de la guerra para conducir a Rusia a la revolución. Timoneada por Lenin, la revolución rusa arribará en noviembre a su sexto aniversario. La táctica diestra y cauta de Lenin ha evitado los arrecifes, las minas y los temporales de la travesía. Lenin es un revolucionario sin desconfianza, sin vacilaciones, sin grimas. Pero no es un político rígido ni inmóvil. Es, antes bien, un político ágil, flexible, dinámico, que revisa, corrige y rectifica sagaz y continuamente su obra. Que la adapta y la condiciona a la marcha de la historia. La necesidad de defender la revolución lo ha obligado a algunas transacciones, a algunos compromisos. Sobre él pesa la responsabilidad de un generalísimo de millones de soldados que, mediante retiradas, fintas y maniobras oportunas, debe preservar a su ejército de una acción imprudente. La historia rusa de estos seis años es un testimonio de su capacidad de estratega y de conductor de muchedumbres y de pueblos. Lenin no es un ideólogo, sino un realizador. El ideólogo, el creador de una doctrina carece generalmente, de sagacidad, de perspicacia y de elasticidad para realizarla. Toda doctrina tiene, por eso, sus teóricos y sus políticos. Lenin es un político; no es un teórico. Su obra de pensador es una obra polémica. Lenin ha escrito muchos libros y, con frecuencia, interrumpe fugazmente su actividad de presidente del soviet de comisarios del pueblo, para reaparecer en su tribuna de periodista en “Pravda” o “Izvestia.” Pero el libro, el discurso, el artículo no son para él sino instrumentos de propaganda, de ofensiva, de lucha. Su temperamento polémico es característica y típicamente ruso. Lenin es agresivo, áspero, rudo, tundente, desprovisto de cortesía y de eufemismo. Su dialéctica es una dialéctica de combate, sin elegancia, sin retórica, sin ornamento. No es la dialéctica universitaria de un catedrático, sino la dialéctica desnuda de un político revolucionario. Lenin ha sostenido un duelo resonante con los teóricos de la Segunda Internacional: Kautsky, Bauer, Turatti. La argumentación de éstos ha sido más erudita, más literaria, más elocuente. Pero la disertación de Lenin ha sido más original, más guerrera, más penetrante.

Lenin es el caudillo de la Tercera Internacional. El socialismo como se sabe, está dividido en dos grupos: Tercera Internacional y Segunda Internacional. Internacional bolchevique y revolucionaria e internacional menchevique y reformista. La doctrina de una y otra rama es el marxismo. Su divergencia, su disentimiento, no son, pues, de orden programático, sino de orden táctico. Algunos atribuyen al bolchevismo una idea mesiánica, milagrista, taumatúrgica de la revolución. Creen que el bolchevismo aspira a una transformación instantánea, violenta, súbita del orden social. Pero bolchevismo y menchevismo son gradualistas. Sólo que el bolchevismo es gradualista  revolucionariamente y el menchevismo es gradualista reformísticamente.  El bolchevismo sostiene que no es posible utilizar la máquina actual del Estado para reformar la sociedad, sino que es indispensable sustituirla con una máquina adecuada; que el Estado proletario, distinto del Estado burgués en sus funciones tiene que ser también distinto en su arquitectura. El tipo de Estado proletario creado por los bolcheviques es el Estado sovietal. La República de los Soviets es la federación de todos los soviets locales. El soviet local es la asociación de obreros, empleados y campesinos de una comuna. En el régimen de los soviets no hay dualidad de poderes. Los soviets son, al mismo tiempo, un cuerpo administrativo y legislativo. Y son el órgano de la dictadura del proletariado. Lenin dice, defendiendo este régimen, que el soviet es el órgano de la democracia proletaria, tal como el parlamento es el órgano de la democracia burguesa. Así como la sociedad contemporánea y 1a sociedad medioeval han tenido sus formas peculiares, sus instrumentos típicos, sus instituciones características, la sociedad proletaria tiene que crear también las suyas.

Y esta resistencia al parlamento no es original ni bolchevique. Desde hace varios años se constata la crisis de la democracia y la crisis del parlamento. Y se sugiere la creación de un tipo de parlamento profesional o sindical basado en la representación de los intereses más que en la representación de los electores. Joseph Caillaux sostiene que es necesario “mantener asambleas parlamentarias, pero no dejándoles sino derechos políticos, confiar a nuevos organismos la dirección completa del Estado económico y hacer, en una palabra, la síntesis de la democracia occidental y del sovietismo ruso.” La aparición del Estado bolchevique coincide, pues, con una intensa predicación antiparlamentaria y una creciente tendencia a dar al Estado una estructura más económica que política. El parlamento, en fin, es atacado, de una parte, por la revolución, y de otra parte, por la reacción. E1 fascismo es esencialmente antidemocrático y antiparlamentario. Mussolini conquistó el poder extraparlamentariamente.  Primo de Rivera acaba de seguir la misma vía. Los organismos de la democracia, son dec1arados inaparentes para la revolución y para la reacción.

Lenin y Mussolini, el caudillo de la revolución y el caudillo de la reacción, oponen una dictadura de clase a otra dictadura de clase. El choque, el conflicto entre ambas dictaduras inquieta a muchos pensadores contemporáneos. Se presiente que este choque, que este conflicto de clases reducirá a escombros a la civilización y sumirá el mundo occidental en una oscura Edad Media. El Occidente se distrae de su drama con sus boxeadores, y se anestesia con sus alcaloides y su música negra. Y, en tanto, como escribía Luis Araquistain a don Ramón del Valle Inclán en julio de 1920, “por Oriente otra vez el evangelio asoma, como hace veinte siglos el cristianismo.”


[1] Publicado en “Variedades”, Setiembre 1923. Reeditado en Defensa del Marxismo La emoción de nuestro tiempo y otros temas, con “Una palabra sobre Mariátegui” por Waldo Frank, Ediciones Nacionales y Extranjeras, 1934 (JCM, “Lenin”, setiembre de 1923; reproducido en Amauta Nº XXX, abril mayo 1930, pag 11)
 

III

José Carlos Mariátegui

LENIN


Escrito: Redactado por José Carlos Mariátegui en marzo de 1924.
Publicado por vez primera: Claridad, No. 5, marzo de 1924, Lima - Perú.
Preparado para el Internet: Marxists Internet Archive, abril de 2001.
Fuente: José Carlos Mariátegui, 'Fascismo sudamericano', 'Los intelectuales y la revolución' y otros artículos inéditos (1923 - 1924), Centro de Trabajo Intelectual Mariátegui, Lima, 1975.


El proletariado revolucionario ha perdido al más grande de sus conductores y de sus leaders. Al que con mayor eficacia, con mayor acierto y con mayor capacidad ha servido la causa de los trabajadores, de los explotados, de los oprimidos. 

Ninguna vida ha sido tan fecunda para el proletariado revolucionario como la vida de Lenin. El leader ruso poseía una extraordinaria inteligencia, una extensa cultura, una voluntad poderosa y un espíritu abnegado y austero. A estas cualidades se unía una facultad asombrosa para percibir hondamente el curso de la historia y para adaptar a él la actividad revolucionaria. 

Esta facultad genial, esta aptitud singular no abandonó nunca a Lenin. Y así, iluminado por la experiencia de la insurrección de 1905, Lenin comprendió claramente entonces la necesidad de crear un partido revolucionario, exento de prejuicios e ilusiones democráticas y parlamentaristas Luego, en 1907, Lenin advirtió la inminencia de la guerra, previó sus consecuencias políticas y económicas y anunció la posibilidad y el deber de aprovecharlas para precipitar y acelerar el fin del régimen capitalista. Finalmente, después de haber denunciado el carácter de la guerra europea y después de haber intervenido en los congresos de Zimmerwald y Kienthal -en los cuales las minorías socialistas y sindicales de Europa afirmaron sus principios clasistas e internacionalistas, abandonados por la Segunda Internacional- Lenin condujo al proletariado ruso a la conquista del poder, abolió la explotación capitalista en un pueblo de ciento veinte millones de hombres, defendió la revolución de sus enemigos internos y externos y organizó la Tercera Internacional, que reúne hoy en sus rangos multitudinarios a millones de hombres de todas las nacionalidades y de todas las razas en marcha hacia la "lucha final". 

Cualquiera que sea la posición ideológica que se tenga en el campo revolucionario, no se puede negar a Lenin el derecho a un puesto principal en la historia de la redención de los trabajadores. Vemos, por eso, que los propios socialistas de la Segunda Internacional, de esa Internacional reformista tan enérgicamente atacada por Lenin, en su mensaje de condolencia a Moscú han rendido homenaje a la rectitud y a la sinceridad del revolucionario ruso. 

Comunistas, socialistas y libertarios, los hombres de todas las escuelas y todos los partidos revolucionarlos, y aun los que fuera de éstos y de aquellas, anhelan un régimen de justicia social, se dan cuenta de que la obra y la personalidad de Lenin no pertenece a una secta ni a un grupo sino a todo el proletariado, a los revolucionarios de todos lo países. 

El duelo de los trabajadores es, pues, universal y unánime. 

La muerte de Lenin significa una pérdida inmensa para la Revolución: Lenin habría podido aun dar mucho esfuerzo inteligente a las muchedumbres revolucionarias. Pero ha tenido tiempo, afortunadamente, para cumplir la parte esencial de su obra y de su misión; ha definido el sentido histórico de la crisis contemporánea, ha descubierto un método y una praxis realmente proletarios y clasistas y ha forjado los instrumentos morales y materiales de la Revolución. Millares de colaboradores, millones de discípulos proseguirán, completarán y concluirán su obra. 

"Claridad", a nombre de la vanguardia organizada del proletariado y de la juventud y los intelectuales revolucionarios del Perú, saluda la memoria del gran maestro y agitador ruso.
 


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