18-03-2015
Guerra
global
Todo al
mismo tiempo: al promediar el mes de marzo de 2015 Estados Unidos acaba de dar
un salto cualitativo de claro perfil belicista en sus acciones contra
Venezuela, también desarrolla ejercicios militares en países limítrofes con
Rusia en la llamada operación “Atlantic Resolve”, algunas de esas operaciones
son realizadas a unos cien kilómetros de San Petersburgo [1], además se
intensifican las informaciones acerca de una nueva ofensiva del gobierno de
Kiev contra la región de Donbass [2], aumenta la circulación de naves de guerra
de la OTAN en el Mar Negro, continúan las viejas guerras imperiales en Irak y
Afganistan a las que se agregó luego la ofensiva contra Siria (pasando por
Libia)... y mucho más...
Evidentemente
el Imperio está lanzado en una catastrófica fuga militar hacia adelante
extendiendo sus operaciones hacia todos los continentes, nos encontramos en
plena guerra global. Ni los grandes medios de comunicación, ni los más
importantes dirigentes internacionales han registrado públicamente el hecho,
todos hablan como si viviéramos en tiempos de paz, solo en unos pocos casos
aparecen algunos de ellos advirtiendo sobre el peligro de guerra mundial o
regional. Una excepción reciente es la del Papa Francisco cuando afirmó que
actualmente nos encontramos ante una “una tercera guerra mundial” que él
describe como desarrollándose “por partes” aunque sin señalar a los
contendientes y haciendo vagas referencias a “la codicia” y a “intereses
espurios” con el lenguaje entre confuso y jesuítico que lo caracteriza [3].
Cada mes
agrega algún indicador anunciando la proximidad de una nueva recesión global
mucho más fuerte y extendida que la de 2009. El capitalismo empezando por su
polo imperialista se ha ido convirtiendo velozmente en un sistema de saqueo
donde la reproducción de fuerzas productivas queda completamente subordinada a
la lógica del parasitismo. Las elites imperiales y sus lumpenburguesías
satélites “necesitan” superexplotar hasta el exterminio recursos naturales y
mercados periféricos para sostener las tasas de ganancia de su decadente
sistema productivo-financiero.
Las
tendencias globales hacia la decadencia económica se expresan de múltiples
maneras en el día a día entre ellas la volatilidad de los precios de las
materias primas, por ejemplo el petróleo, llave maestra de la economía mundial,
cuyo estancamiento extractivo (que no ha conseguido ser superado por el show
mediático en torno del “milagroso” petróleo de esquisto) se combina con
desaceleraciones de la demanda internacional como ocurre actualmente sumadas a
golpes especulativos y geopolíticos que convierten a los mercados en espacios
inestables donde las maniobras de corto plazo imponen la incertidumbre.
El
cortoplacismo especulativo hegemónico engendra paquetes tecnológicos
depredadores como la minería a cielo abierto, la fractura hidráulica o la
agricultura en base a transgénicos acompañados por operaciones políticas y
comunicacionales que degradan, desarticulan sistemas sociales buscando
convertirlos en espacios indefensos ante los saqueos.
El optimismo
económico de la época del auge neoliberal ha dado paso al pesimismo del
“estancamiento secular” pregonado ahora por los grandes expertos del sistema
[4]. Ellos indican que la salvación del capitalismo no llegará desde la
economía condenada a sufrir recesiones o crecimientos insignificantes, mejor no
hablar demasiado de esos tristes temas. Entonces la guerra asciende al primer
plano, las acciones militares ocupan el centro del terreno, cada día nos ofrece
alguna batalla, alguna masacre protagonizada por tropas regulares o
mercenarios, algún bombardeo, alguna amenaza de ataque en Europa del Este,
Asia, África o América Latina. Los medios de comunicación nos apabullan con
esas noticias sin embargo nadie habla de guerra global.
Todo ocurre
como si la dinámica de la guerra se hubiera autonomizado pero empleando un
discurso embrollado, difícil de entender. Pero así como los superpoderes de los
hombres de negocios de los años 1990 no eran independientes sino compartidos al
interior de una compleja trama de poderes (políticos, mediáticos,
militares,etc.) que en términos generales suele denominarse como “clase
dominante” también la aparente autonomía de lo militar nos dificulta ver a las
redes mafiosas de intereses donde se desdibujan las fronteras entre sus
componentes. Las elites de la era neoliberal han sufrido cambios decisivos, han
experimentado mutaciones que las han convertido en clases completamente
degeneradas que cada vez más solo pueden acudir a la fuerza bruta, a la lógica
de la guerra. No se trata entonces que la componente militar se autonomiza sino
más bien que las elites imperialistas se militarizan, ya no seducen con ofertas
de consumo más alugunas dosis de violencia, ahora solo propagan el miedo,
amenazan con sus armas o las utilizan.
Progresismos
latinoamericanos
Dentro de
ese contexto global debemos evaluar a los progresismos latinoamericanos [5] que
se instalaron sobre la base de las crisis de gobernabilidad de los regímenes
neoliberales.
Los buenos
precios internacionales de las materias primas durante la década pasada sumado
a políticas de contención social de los pobres les permitieron recomponer la
gobernabilidad de los sistemas existentes. En algunos de esos casos se
desarrollaron ampliaciones o renovaciones de las elites capitalistas y en casi
todos ellos prosperaron las clases medias. Los gobiernos progresistas se
ilusionaron suponiendo que las mejoras económicas les permitirían ganar
políticamente a dichos sectores pero como era previsible ocurrió lo contrario,
las capas medias se derechizaban mientras ascendían, miraban con desprecio a
los de abajo y asumían como propios los delirios más reaccionarios de sus
burguesías. La explicación es sencilla, en la medida en que son preservados (y
aún fortalecidos) los fundamentos del sistema y en que sus núcleos decisivos
radicalizan su elitismo depredador siguiendo la ruta trazada por los Estados
Unidos (y “Occidente” en general) se produce un encadenamiento de subculturas
neofascistas que va desde arriba hacia abajo, desde el centro hacia las
burguesías periféricas y desde estas hacia sus capas medias. En Venezuela,
Brasil o Argentina las clases medias mejoraban su nivel de vida y al mismo
tiempo volcaban sus votos hacia los candidatos de la derecha vieja o renovada.
Se
estableció un forcejeo interminable entre gobiernos progresistas que hacían
gobernables a los capitalismos locales y derechas salvajes ansiosas por
realizar grandes robos y aplastar a los pobres. El progresismo confrontando
políticamente con esa derecha calificada de “irresponsable”, cuyos fundamentos
económicos respetaba, chantajeaba a quienes desde la izquierda criticaban su
sometimiento a las reglas de juego del capitalismo utilizando al cuco
reaccionario (“nosotros o la bestia”), acusándolos de hacerle el juego a la
derecha. En realidad el progresismo es un gran juego favorable al sistema y en
última instancia a la derecha siempre en condiciones de retornar al gobierno
gracias a la moderación, a la “astucia” aparentemente estúpida de los
progresistas que a veces consiguen cooptar izquierdas claudicantes cuya
obsesión por “no hacerle el juego a la derecha” (y de paso integrarse al
sistema) es completamente funcional a la reproducción del país burgués y en
consecuencia a esa detestable derecha.
Ahora el
juego se va agotando, los progresismos gobernantes con distintos ritmos y
variados discursos acosados por el enfriamiento económico global y por el
creciente intervencionismo de los Estados Unidos van perdiendo espacio
político, en varios casos sus dificultades fiscales los empujan a ajustar
gastos públicos (y de ninguna manera a reducir las súper ganancias de los
grupos económicos más concentrados), a aceptar las devastaciones de la
megaminería o a adoptar medidas que facilitan la concentración de ingresos. En
Brasil el segundo gobierno de Dilma puso a un neoliberal puro y duro al comando
de la política económica, acorralado por una derecha ascendente, una economía
oscilando entre el estancamiento y la recesión y una intervención
norteamericana cada vez más activa. En Uruguay el nuevo gobierno de Tabaré
Vazquez muestra un rostro claramente conservador y en Chile la presidencia
Bachelet no necesita correrse demasiado a la derecha, luego de su demagogia
rosada electoral se afirma como continuidad del gobierno anterior y en
consecuencia, pasada la confusión inicial, heredará también la hostilidad de
importantes franjas de izquierda y de los movimientos sociales.
En Argentina
el núcleo duro agro-minero exportador-financiero y los grupos industriales
exportadores más concentrados son más prósperos que nunca mientras la
ingerencia norteamericana se amplifica conduciendo el juego de títeres
políticos hacia una ruptura ultraderechista. En Venezuela la eterna transición
hacia un socialismo que nunca termina de llegar no ha conseguido superar al
capitalismo aunque caotiza su funcionamiento forjando de ese modo el escenario
de una gran tragedia. Por el momento solo Bolivia parece salvarse de la
avalancha, afirmándose en la mayor mutación social de su historia moderna sin
superar los marcos del subdesarrollo capitalista pero recomponiendolo
integrando a las masas sumergidas, multiplicando por mil lo que había hecho el
peronismo en Argentina entre 1945 y 1955 (de todos modos ello no la libera del
cambio de contexto regional-global).
En América
Latina asistimos a un proceso de crisis muy profundo donde convergen
progresismos declinantes con neoliberalismos integralmente degradados como en
Colombia o México conformando un panorama común de perdida de legitimidad del
poder político, avances de grupos económicos saqueadores y activismo imperialista
cada vez más fuerte.
A este
panorama sombrío es necesario incorporar elementos esperanzadores sin los
cuales no podríamos empezar a entender lo que está ocurriendo. Por debajo de
las jugarretas políticas, los negocios rápidos y las histerias fascistas
aparecen las protestas populares multitudinarias, la persistencia de izquierdas
no cooptadas por el sistema (más allá de sus perfiles más o menos moderados o
radicales), la presencia de insurgencias incipientes o poderosas (como en
Colombia).
Ni los cantos
de sirena progresistas ni la represión neoliberal han podido hacer desaparecer
o marginalizar completamente a esos fantasmas. Realidad latinoamericana que
preocupa a los estrategas del Imperio que temen que lo que ellos consideran
como su inevitable arremetida contra la región pueda desatar el infierno de la
insurgencia continental, en ese caso el paraíso de los grandes negocios podría
convertirse en un tembladeral donde se hundiría el conjunto del sistema.
Geopolítica
del Imperio, integraciones y colonizaciones
La
estrategia de los Estados Unidos aparece articulada en torno de tres grandes
ejes; el transatlantico y el transpacífico apuntando en una gigantesco juego de
pinzas contra la convergencia ruso-china centro motor de la integración
euroasática. Y luego el latinoamericano destinado a la recolonización de la
región.
Los Estados
Unidos intentan convertir a la masa continental asiática y su ampliación
ruso-europea en un espacio desarticulado, con grandes zonas caóticas, objeto de
saqueo y superexplotación.
Los recursos
naturales pero también laborales de esos territorios conforman su centro
principal de atención, en la elipse estratégica que cubre el Golfo Pérsico y la
Cuenca del Mar Caspio extendiéndose hacia Rusia se encuentra el 80 % de las
reservas globales de gas y el 60 % de las de petróleo y en China habitan algo
más de 230 millones de obreros industriales (aproximadamente un tercio del
total mundial).
América
Latina aparece como el patio trasero a recolonizar, allí se encuentran por
ejemplo las reservas petroleras de Venezuela (las primeras del mundo, 20 % del
total global), cerca del 80 % de las reservas mundiales de litio (en un
triángulo territorial extendido por el norte de Chile y Argentina y el sur de
Bolivia) imprescindible en la futura industria del automóvil eléctrico, la
reservas de gas y petróleo de esquisto del sur argentino, las fabulosas
reservas de agua dulce del acuífero guaraní entre Brasil, Paraguay y Argentina.
Una de las
ofensivas fuertes del Imperio en la década pasada fue la tentativa de
conformación del ALCA, zona de libre comercio e inversiones que significaba la
anexión económica de la región por parte de los Estados Unidos. El proyecto
fracasó, el ascenso del progresismo latinoamericano sumado a la emergencia de
potencias no occidentales, sobre todo China y al empantanamiento estadounidense
en su guerra asiática fueron factores decisivos que en distinta medida
debilitaron la arremetida imperial.
Pero a
partir de la llegada de Obama a la presidencia los Estados Unidos desataron una
ofensiva flexible de reconquista de América Latina: se puso en marcha una
compleja mezcla de presiones, negociaciones, desestabilizaciones y golpes de
estado. Los golpes blandos exitosos en Honduras y Paraguay, las tentativas de
desestabilización en Ecuador, Argentina, Brasil y sobre todo en Venezuela
(donde se va perfilando una intervención militar), pero también la tentativa en
curso de extinción negociada de la guerrilla colombiana y la domesticación de
Cuba forman parte de esa estrategia de recolonización.
La misma es
implementada a través de una sucesión de tanteos suaves y duros tendiente a
desarticular las resistencias estatales y los procesos de integración regional
(Unasur, Celac, Alba) y extraregionales periféricos (BRICS, acuerdos con China
y Rusia, etc.) pero también a bloquear, corromper o disolver las resistencias
sociales y las alternativas políticas más avanzadas en curso o potenciales.
Intentando llevar adelante una dinámica de desarticulación pero buscando evitar
que la misma genere rebeliones propagándose como un reguero de pólvora en una
región actualmente muy interrelacionada.
Saben muy
bien que en muchos países de la región el remplazo de gobiernos ”progresistas”
por otros abiertamente proimperialistas significa el encumbramiento de
camarillas enloquecidas que a corto plazo causarían situaciones de caos que
podrían desatar insurgencias peligrosas. Algunos estrategas del Imperio creen
poder neutralizar ese peligro con el propio caos, desarrollando “guerras de
cuarta generación” instalando distintas formas de violencia social
desestructurante combinadas con destrucciones mediatico-culturales y
represiones selectivas, en ese sentido el modelo mexicano es para ellos (por
ahora) un paradigma interesante.
Por ejemplo
temen que un escenario de caos fascista en Venezuela derive en una guerra
popular que les obligaría a intervenir directamente en un conflicto prolongado
que sumado a sus guerras asiáticas lo conduciría a una sobre extensión
estratégica ingobernable. Es por ello que consideran imprescindible obtener el
apaciguamiento de la guerrilla colombiana potencial aliada estratégica de una
posible resistencia popular venezolana.
El panorama
es completado con el proceso de integración colonial de los países de la
llamada Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile). A ello se suman
los tratados de libre comercio de manera individual con países de América
Central y otros como Chile o Colombia y el viejo tratado entre Estados Unidos,
Canadá y México.
Integración
colonial y desarticulación, manipulación del caos y fortalecimiento de polos
represivos, Capriles más Peña Nieto, Ollanta Humala más Santos más bandas
narco-mafiosas... todo ello dentro de un contexto global de decadencia
sistémica donde el viejo orden unipolar declina sin ser remplazado por un nuevo
orden multipolar. Tentativa de control imperialista de América Latina
sumergida en el desorden del capitalismo mundial.
El cerebro
del imperio no logra superar los achaques de su cuerpo envejecido y enfermo,
los delirios se reproducen, las fugas hacia adelante se multiplican,
evidentemente nos encontramos en un momento histórico decisivo.
Notas:
[1] Finian
Cunningham, "NATO’s Shadow of Nazi Operation Barbarossa", Strategic
Culture Foundation, 13.03.2015
[2] Colonel Cassad,
"Ukraine: Reprise de la guerre au printemps?", http://lesakerfrancophone.net/,
13 marzo 2015.
[3] "El
papa Francisco advirtió que vivimos una tercera guerra mundial combatida 'por
partes' ", http://www.lanacion.com.ar, 13 de septiembre de
2014.
[4] Laurence
H Summers, "Reflections on the ‘New Secular Stagnation Hypothesis’" y
Robert J Gordon, "The turtle’s progress: Secular stagnation meets the
headwinds" en "Secular Stagnation: Facts, Causes, and Cures",
CEPR Press, 2014.
[5] Utilizo
el termino “progresista” en el sentido más amplio, desde gobiernos que se
proclaman socialistas o prosocialistas como en Venezuela o Bolivia hasta otros de
corte neoliberal-progresista como los de Uruguay o Brasil.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196633
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