13-05-2015
Índice:
Guerra
periférica y geopolítica regional
Pensamiento
propio
Notas sobre
el Tratado de 1904
La nación
mapuche, la olvidada del conflicto del Pacífico
Sobre los
alcances de las pretensiones políticas
Guerra
periférica y geopolítica regional
En torno a
la guerra del pacífico
Dedicado a mi abuela Celsa
Melgarejo y a mi madre María de los Remedios Alcoreza Melgarejo, quienes me
transmitieron la historia de la guerra del Pacífico, rememorando la caída de
combatientes familiares. De quienes aprendí el valor de Atacama y sus costas.
El presente
ensayo se propone una aproximación retrospectiva a la guerra del Pacífico,
desde el presente, algo así como una genealogía. Recogemos la veta abierta por
René Zavaleta Mercado en La querella del excedente; texto de análisis
teórico y crítico de la guerra del Pacífico, alejado de las historiografías
tradicionales y los discursos chauvinistas. Zavaleta nos dejó una reflexión
profunda, a la vez apasionada, de esta contingencia que ha abierto heridas en
los tres países. Algunos dirían más en unos que en otro, incluso otros dirían
más en uno que en los otros. Pero, la verdad es que desde la guerra se han
formado como sentidos comunes de enemistades labradas por los años, en lo que
va de más de un siglo, que transcurre desde la culminación de la guerra, por lo
menos en algunos sectores de las poblaciones. Por otra parte, Bolivia, no
solamente como Estado, sino como país, ha quedado enclaustrada, perdiendo su
acceso al Pacífico. ¿Es aceptable esta condición como consecuencia de una
guerra? Sabemos que la guerra no puede otorgar derechos de conquista, menos aún
dejar a un país sin costa. Esta no es una buena condición como principio de
integración. Los pueblos no son los que se inclinan por las guerras, sino sus
estados y sus burguesías, tampoco pueden aceptar condenas territoriales como
las del enclaustramiento. La opción alternativa por la complementariedad de los
pueblos, la solidaridad y las composiciones cooperantes entre ellos, es la base
democrática y participativa para la solución de problemas pendientes. Y esta
opción alternativa es la base para la confederación de los pueblos, que es la
tarea pendiente de los pueblos, para corregir las mezquindades inaugurales de
las oligarquías, que prefirieron las repúblicas chicas, los Estado-nación subalternos,
en vez de la Patria Grande.
Pérdidas
territoriales
¿Qué se
puede decir de un país que ha perdido un poco más la mitad de su territorio con
el que ha nacido a la vida independiente? El país nació a la vida republicana
con una superficie pretendida de 2.363.769 km². A partir del año 1860 empezó a
sufrir pérdidas territoriales. En la actualidad, la superficie de Bolivia es de
1.098.581 kilómetros cuadrados. En relación a su territorio actual, la
diferencia es de 1.265.188 kilómetros cuadrados. Con Brasil pierde unos 490.430
kilómetros cuadrados, en sucesivos años que comprenden 1860, 1867, 1893 y 1958.
El principal conflicto con el Brasil es la Guerra del Acre. Con el Perú se
pierden 250.000 kilómetros cuadrados, principalmente por arreglos diplomáticos,
en 1909. Con Paraguay se pierden 234.000 kilómetros cuadrados, debido a la
conocida guerra del Chaco (1932-1935). Con la Argentina se pierden 170.758
kilómetros cuadrados, por delimitaciones fronterizas, efectuadas por la vía
diplomática, en 1897. Con Chile se pierden 120.000 kilómetros cuadrados, como
resultado de la perdida de la guerra del Pacífico (1879-1883). Indudablemente
la pérdida más sentida y conmovedora es la del litoral, pues, después de
firmado el Tratado de 1904, Bolivia se queda sin salida al Mar, condenándose a
ser un país mediterráneo.
¿Cómo se
pueden explicar estas pérdidas territoriales? A los y las bolivarianas, cuando
conocemos esta triste historia, nos viene un sentimiento de frustración
temprano. En la escuela no nos explican por qué ocurrió esto. En recompensa se
nos entregan programas cívicos atiborrados de denuncias y de inflamado
chauvinismo. Los estudiantes que atendemos estas clases quedamos atónitos, sin
ninguna respuesta clara por parte de los profesores. El sentimiento de
frustración se convierte en una ambigua e indescifrable aceptación de un
destino como condena. Obviamente que esto afecta en nuestra auto-estima. Sólo
nos recomponemos, en parte, cuando hacemos el recuento de nuestra historia de
rebeliones. La historia de las luchas sociales es gratificante, como que abre
las compuertas de la esperanza. Empero, las luchas sociales no nos reponen de
las pérdidas territoriales; son promesas de futuro. Es más, cuando culminan
nuestras revoluciones, como que volvemos a la inercia que ha aceptado
las pérdidas, hasta con cierta apatía. ¿Por qué no reaccionó el pueblo contra
el Tratado de 1904? Un pueblo que había salido de la guerra Federal y que abría
un ciclo liberal en un segundo periodo republicano. ¿Por qué se aceptó tanto de
la República Federal de Brasil como de la República de Chile la compensación
dineraria, como si los territorios perdidos fueran cuantificables? Se ha
acusado a los gobiernos de ser responsables de semejante comportamiento y
decidía; esto puede llegar a ser cierto; empero, no quita la corresponsabilidad
de la sociedad que dejó que las cosas ocurrieran como acontecieron.
¿Dónde se
encuentra la explicación? ¿En la fundación misma de la república, por haber
renunciado a la construcción de la Patria Grande? Claro que esto también
ocurrió con los otros países hispanohablantes; en contraste Brasil,
portugués-hablante, supo conservar su unidad y continuidad territorial, bajo
una administración estatal federal. ¿La explicación se encuentra en la
estructura social, en la estructura política, en la estructura económica? No
eran tan distintos los otros países, herederos de la administración colonial,
iniciando su vida independiente en el ciclo capitalismo de la revolución
industrial. ¿Congresos dominados por abogados y gobiernos manejados por
caudillos, explican, de alguna manera, esta desazón política y moral? Tampoco
en esto nos diferenciamos de la historia política de nuestros vecinos. ¿Qué a
“condenado” a Bolivia a ser tan débil y tan vulnerable? Cierta interpretación
histórica descarga la culpa en la oligarquía gobernante, que prefirió conservar
el flujo de sus intereses económicos a arriesgarse en la defensa del país y de
sus recursos naturales. ¿Esto no es más bien un contra sentido, atendiendo a la
estrategia a largo plazo de la composición de sus intereses? ¿Es qué estas
oligarquías regionales cuentan tan solo con una mirada a corto plazo y quizás a
mediano plazo, a mucho pedir? También se dice que estamos ante una oligarquía,
mas bien, desarraigada, desapegada; sin apego al territorio dónde se enriquece.
Puede ser cierto; sin embargo, esta psicología tampoco es tan distinta a lo que
ocurría con otras oligarquías europeizantes latinoamericanas.
No se puede
construir una explicación con medias verdades, medias certezas. Es
indispensable encarar la historia de manera crítica, auscultar en sus temporalidades
las claves de desenlaces tan desalentadores. René Zavaleta Mercado elabora un
ensayo iluminador sobre el decurso de la guerra del Pacífico, sus
condicionantes y hasta quizás el juego de varias determinantes. Lo hace
combinando afectividad y análisis crítico. Trata de responder desde otra
perspectiva, diferente de la acostumbrada, a las preguntas que nos hacemos los
y las bolivianas. Empero, se trata de un ensayo solitario, un oasis teórico. No
se ha continuado por esta veta. Se lo lee, se lo considera, se hace tesis y
reflexiones sobre la obra de Zavaleta; sin embargo, se está lejos de sufrir
como él las preguntas existenciales de todo y toda boliviana, de trabajar una
perspectiva crítica que construya una explicación convincente. La querella
del excedente es un ensayo solitario, una hoja perdida en el desierto. Es
menester retomar esta veta teórica para responder a las preguntas, pero,
también, para encontrar salidas existenciales y políticas.
Zavaleta
escribe:
Pues bien,
si hubiera que distinguir entre cómo se vive la Guerra del Pacífico y cómo la
Revolución Federal… habría que escribir que la primera debe ser considerada en
rigor como un asunto de Estado o materia estatal, es decir, como algo que ganó
o perdió la clase dominante, por cuanto entonces no estaba diferenciada del
Estado como una responsabilidad suya ante sí misma… Decimos entonces que, en el
modo ideológico inmediato que tuvo que ocurrir, la Guerra del Pacífico fue una
guerra de incumbencia del Estado y de la clase del Estado, y no de la sociedad,
al menos no de un modo inmediato. Vamos a ver luego por qué. La Revolución
Federal, en cambio, sacó al claro lo más vivo de los conflictos clásicos de la
sociedad civil [1] .
La pregunta
de Zavaleta abre la herida:
¿Cuál es la
razón, por cierto, por la cual Bolivia se demoró tanto en darse cuenta (dar
cuenta a uno mismo) de lo que había ocurrido? Los pueblos que no cobran
consciencia de que han sido vencidos son pueblos que están lejos de sí mismos.
Lo que llama la atención, en efecto, es el desgano o perplejidad con que este
país expecta un hecho tan decisivo no sólo para su ser inmediato, sino también
para su futuro visible. Tratábase por cierto, en su cualidad, de la pérdida
territorial más indiscutible como pérdida, la más grave de modo terminante para
el destino de Bolivia [2] .
Un resumen
sucinto de lo acontecido puede ser el siguiente:
Como
antecedentes inmediatos de la guerra tenemos los tratados firmados en 1866 y
1874. Estos tratados supuestamente buscaban resolver la querella limítrofe con
Chile, en lo que respecta a la soberanía sobre el desierto de Atacama. Desierto
despreciado, en principio, empero después de las demandas provocadas por la revolución
industrial, se convirtió en el desierto de la tierra prometida para los tres
países de la contienda bélica; Bolivia, Chile y Perú. Atacama es rico en guano,
también en yacimientos de salitre y de cobre. Los tratados definieron como
línea demarcadora entre Bolivia y Chile el paralelo 24 de latitud sur. También
por medio de los tratados se otorgaron diversos derechos arancelarios y
concesiones mineras a empresarios chilenos en la Atacama boliviana. Más tarde,
estas disposiciones desencadenaron la controversia entre los dos países. El
Estado boliviano, en el gobierno de Hilarión Daza, incrementó el impuesto a la
extracción de salitre de las compañías salitreras de capital chileno-británico;
determinación que fue interpretada por La Moneda como que no se respetaron los
tratados firmados. El 14 de febrero de 1879, Chile ocupó el puerto boliviano de
Antofagasta, iniciándose la llamada guerra del Pacífico en la que los ejércitos
y las armadas aliados de Bolivia y Perú fueron vencidos por el ejército y la armada
de Chile. Chile ocupó el litoral, el desierto de Atacama y una parte de la
puna, antes de cruzar la cordillera de los Andes, también ocupó el desierto de
Tarapacá, del Perú, invadió Lima y combatió en la sierra, donde se atrincheró
parte del ejército peruano, que optó por una guerra de guerrillas. Este
despojamiento dejó sin posesión litoral a Bolivia, que quedó, desde entonces,
sin salida al mar. Con la pérdida del litoral se perdieron también cuatro
puertos; además de Antofagasta, se contaba con los puertos mayores de
Mejillones, Cobija y Tocopilla. Veintiún años después de concluida la guerra,
con el Tratado de 1904, Bolivia reconoce a perpetuidad el dominio del
territorio en litigio por parte de Chile.
Sin embargo,
no podemos atender a la cuestión planteada, al requerimiento de una explicación
histórica y estructural de lo acontecido en la guerra del Pacífico, si sólo nos
situamos en la perspectiva corta de los antecedentes inmediatos, que en este
caso parecen ser los tratados limítrofes, así como posteriormente, el cobro del
impuesto de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado. Estos
antecedentes no explican el desencadenamiento de la guerra, menos el desenlace
y los resultados que tuvo. Puede terminar siendo la excusa de las acciones que
tomó el gobierno de Chile interviniendo en Antofagasta; pero, de ninguna
manera, pueden convertirse en la procedencia de la guerra. Ciertamente que la
explicación estructural de los acotamientos históricos no es fácil de lograr,
salvo si se cree que se puede reducir la historia a una a una linealidad
causal. Un antecedente mediato de la guerra del Pacífico es la guerra contra la
Confederación Perú-Boliviana, desencadenada por la determinación de La Moneda a
que ésta no se consolidará. También se opuso la República Federal de Argentina
a la Confederación andina; llevando a cabo una guerra contra Andrés de Santa
Cruz en el norte argentino y en el sud boliviano. Analizar con cierta
perspicacia esta guerra, quizás nos ayude a encontrar ciertas claves de lo que va
a ocurrir después, en la guerra del Pacífico.
La Guerra
contra la Confederación Perú-Boliviana concurre desde el año 1836 hasta 1839.
Se enfrenta la Confederación Perú-Boliviana a la alianza formada por peruanos
contrarios a la confederación y la República de Chile.
Cuando se
dio lugar la Confederación Perú-Boliviana, la reacción de la oligarquía costeña
fue contraria; se opusieron contra lo que consideraron era el dominio de la
sierra peruana y boliviana. Destacamentos peruanos al mando de Felipe Santiago
se enfrentaron a las fuerzas confederadas. El desenlace del enfrentamiento
bélico fue favorable a la Confederación, culminó con la derrota y fusilamiento
de Salaverry. La flamante Confederación andina no sólo tuvo que enfrentar esta
oposición peruana y chilena, sino también el desacuerdo argentino; la
Confederación Perú-Boliviana combatiría a la Confederación Argentina, dirigida
por Juan Manuel de Rosas. En las batallas emprendidas en este frente de guerra
s e pugnaron territorios del altiplano. En este caso, también el ejército
confederado de Andrés de Santa Cruz consiguió imponerse.
Empero,
básicamente la guerra confederada se desenvuelve en el enfrentamiento de la
Confederación Perú-Boliviana con la República de Chile, que apoyaba a peruanos
contrarios a la confederación. Estos “restauradores” deseaban la reunificación
del Perú y la expulsión de Santa Cruz del poder.
La segunda
fase de la guerra culminaría con la victoria de las tropas del Ejército Unido
Restaurador, ocasionando la disolución de la Confederación Perú-Boliviana,
dando con esto también culminación al protectorado de Andrés de Santa Cruz.
¿Por qué se
opuso Diego Portales a la Confederación Perú-Boliviana? ¿Por qué también lo
hizo la Confederación argentina? ¿Por qué los peruanos del norte se alzaron en
armas contra la Confederación andina? Revisando los hechos, tal parece que en
tiempos de Andrés de Santa Cruz, Bolivia contaba no sólo con un estratega y
estadista, sino también con un ejército capaz de hacer frente a dos guerras
casi simultáneas. Este general de Simón Bolívar, oficial curtido en la guerra
de la independencia, era como la presencia o la proyección de una época
gloriosa, de la cual devienen todavía los aires de la Gran Colombia. En el caso
del Mariscal de Calahumana, incluso podemos no sólo tener en cuenta la
extensión geográfica del Virreinato del Perú, sino incluso del Tawantinsuyu. Se
trataba de buscar corregir los errores locales del nacimiento de las repúblicas
independientes. Ahora bien, ¿por qué no entró en este proyecto Chile? No eran
estructuras sociales tan distintas, aunque había más analogía entre las
estructuras sociales de Bolivia y Perú. Al final se trataba de repúblicas que
habían sido liberadas por los ejércitos independentistas de Simón Bolívar y San
Martin, quienes se pusieron de acuerdo en Guayaquil, sobre el curso a seguir.
Cuando estos países se vieron amenazados por la flota española que incursionaba
el Pacífico, confraternizaron para afrontar la amenaza. ¿Qué ocurrió en los 40
años posteriores a la finalización de la guerra de la Confederación para que la
situación cambie, para que la correlación de fuerzas cambie tan drásticamente,
que la ventaja cualitativa la tenga Chile contra Bolivia y el Perú?
La oposición
de Portales a la Confederación fue enunciada claramente: Bolivia y Perú eran
mucho más que Chile. De concretarse esta unión era como que el destino de Chile
se circunscribiría a un papel modesto. ¿Por qué no pudo pensarse de otra
manera? ¿Los intereses económicos que se conformaron al sud, en Santiago, y al
norte, en Lima, visualizaron como amenazas la conformación de una Confederación
que potenciaba la sierra y los Andes, el interior, contra la costa? ¿Se repetía
la misma mezquina perspectiva de las oligarquías locales que se opusieron a la
Patria Grande? Bolivia tenía como referente administrativo la Audiencia de
Charcas, y como referente económico el entorno potosino, vale decir la economía
de la plata, que comprometió a una geografía que venía desde Quito y llegaba a
Córdoba. Esta economía, que podemos llamar endógena, con cierta cautela, se
contrapone a la economía de la costa, altamente articulada al mercado
internacional de la revolución industrial. ¿No se podía combinar ambas
geopolíticas, ambas estrategias económicas? ¿Por qué tendrían que ser
dicotómicas? Tal parece que en estas contradicciones se encuentra la
explicación de las tensiones entre el interior, las provincias del interior, y
las capitales, que tienen la mirada puesta en la costa, que los subordina al
mercado internacional. La guerra gaucha, de las provincias del interior contra
Buenos Aires, parece tener el mismo sentido. Así también la guerra de la triple
alianza, Argentina, Brasil y Uruguay, contra Paraguay, país que conservó una
perspectiva endógena.
El ciclo del
capitalismo de la revolución industrial, bajo hegemonía británica, arrastró los
centros económicos de los países periféricos a la costa, condicionando sus
economías a circunscribirse a una división del trabajo internacional, a una
geopolítica capitalista, que los condenaba a ser países extractivistas. No es
pues inapropiado nombrar a la guerra del Pacífico como guerra del guano y del
salitre, la querella del excedente. Estos países periféricos,
involucrados en la guerra, disputaron el excedente para satisfacer la demanda
británica y europea. La guerra que se peleó fue para favorecer a sus
oligarquías, que eran intermediarias del capital británico. Las oligarquías
locales no podían tener otra perspectiva que la de sus intereses locales; era
entonces imposible que de ellas se genere una perspectiva integral. Entre las
incipientes burguesías nativas, boliviana, chilena y peruana, con sus propias
contradicciones coloniales, enfrentando a sus poblaciones indígenas, aunque lo
hagan en distintos contextos y de distinta manera, la que parece haber
resuelto, para entonces, problemas de constitución de clase, es la burguesía
chilena, en tanto que las burguesías boliviana y peruana, todavía se debatían
en la ambigüedad de proyectos contrastados. Entre persistir en la dominación
gamonal, latitudinaria y colonial, o transformar su dominación, modernizando
sus relaciones de poder, proletarizando a su población.
La burguesía
chilena, intermediaria del capital hegemónico, no encontró otra cosa, como
proyecto propio, que expandirse, controlar los recursos naturales que sus
vecinos no sabían explotar ni administrar. Se trata de una guerra de conquista
de mediana intensidad. Se puede decir que la estatalización en Chile se dio más
rápidamente que en Bolivia y Perú, a quienes les costó más tiempo conformar un
Estado-nación. Parece que es en el transcurso de esas décadas, que vienen desde
los treinta y van hasta los setenta del siglo XIX, que la burguesía trasandina
se inclina por una estrategia militar. Concretamente se prepara para la guerra;
desde la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana hasta la Guerra del
Pacífico, concurren reformas institucionales administrativas y militares,
tendiendo a una modernización, equipamiento, disciplina y adecuación a las
tácticas y estrategias de la guerra moderna, para ese entonces. En cambio,
parece no concurrir esto ni en Bolivia ni en el Perú, que enfrentan la guerra
con los resabios de la guerra de la independencia y la guerra confederada.
Zavaleta
Mercado habla de disponibilidad y de óptimo. Dice que el Estado
chileno logró esta disponibilidad de fuerzas y un óptimo para
cuando estalló la guerra del Pacífico. Lo que no ocurrió con Bolivia y Perú,
que contaban con excedente, pero no con disponibilidad de fuerzas y un óptimo.
Zavaleta cree ver que la militarización del Estado chileno tiene que ver
también con la contingencia de la constante amenaza de la guerra indígena;
Chile se vio obligado a conformar un Estado fortaleza, encargado de cuidar y
definir las fronteras permanentemente. Puede ser; empero, esta característica
también la compartían Bolivia y Perú, aunque en otro contexto y de otra manera.
Es preferible concentrarse en dos aspectos: 1) la mejor adecuación y adaptación
de la burguesía trasandina a las demandas de materias primas de la revolución
industrial, logrando pautas de reproducción social más afines al nuevo ciclo
del capitalismo; y 2) la reorganización y modernización del Estado, incluyendo,
claro está, de la armada y del ejército.
La hipótesis
de interpretación es la siguiente:
La guerra
confederada forma parte de las historias de las guerras entre el interior y la
exterioridad misma de la formación económico-social, entre los proyectos
endógenos y los proyectos exógenos. La historia de estas guerras más se parecen
a la historia de guerras civiles entre las provincias del interior y la
capital, núcleo primordial de la externalización. Este tipo de guerras civiles
se han dado en todo el continente americano; también podemos considerar, como
formando parte de esta tipología, guerras que se presentan como guerras entre
estados, como es el caso de del guerra confederada, así también como la guerra
de la triple alianza contra Paraguay. Este país era el ejemplo de un proyecto
endógeno en marcha y consolidado; tuvo que enfrentarse a tres proyectos
económicos, políticos y sociales exógenos. No parecía posible la convivencia
entre ambos proyectos confrontados. El ciclo hegemónico de la revolución
industrial exigía una clara división del trabajo internacional, una definida
geopolítica que diferenciará los centros de las periferias del sistema-mundo
capitalista. Así como convertir a las periferias en espacios de compra de los
productos manufacturados, siendo economías primario exportadoras. La
orientación económica, social y política paraguaya era, en el siglo XIX, un
desafío a la geopolítica del sistema-mundo capitalista del ciclo de la
revolución industrial.
La guerra confederada
andina no dejó de connotar estas características de una suerte de guerra civil
entre un interior y una exterioridad, aunque ésta forme parte de la propia
formación social y económica. La contradicción entre los intereses de una
oligarquía costeña y otra oligarquía serrana hablan de ello. En el espacio
discursivo e “ideológico” se puede notar también este contraste, cuando los
voceros y políticos costeños calificaban a Andrés de Santa Cruz como “serrano”,
queriendo usar este término despectivamente; incluso se lo calificó de “guanaco
de los Andes”. Ahora bien, los actores involucrados no tienen que ser
plenamente conscientes de estas contradicciones; empero, basta que sus acciones
y perspectivas se involucren en una proyección distinta a la de subordinación
al mercado externo, como para marcar la diferencia; así, como al contrario,
adecuando, mas bien, la forma Estado a este requerimiento. Puede pensarse que
el proyecto de la Confederación era una reminiscencia del proyecto independista
integral de la Gran Colombia; se puede incluso concebirlo como una
reminiscencia de la convocatoria de Tupac Amaru de formar una gran nación desde
el Pacífico hasta el Paititi. Como reminiscencia ya no tenía el alcance que
contenían los proyectos de la Patria Grande; sin embargo, era, esta proyección
disminuida, una actualización, en menor escala, de aquellos.
La derrota
del ejército confederado era una derrota más del interior contra la costa, de
la interiorización contra la externalización, de los proyectos endógenos contra
los proyectos exógenos. Se puede decir también que la derrota de la
Confederación anticipa la derrota de Bolivia y Perú en la guerra del Pacífico,
aunque esta guerra es de otra índole. Ya no se trataba de una guerra entre un
interior y la externalización, entre unos proyectos endógenos y otros proyectos
exógenos, pues claramente los tres países optaron por la externalización, por
el proyecto exógeno, por el modelo extractivista de sus economías. La guerra
del Pacífico fue una guerra de tres proyectos de externalización, fue una
guerra por el excedente para externalizarlo. Cuando decimos que la derrota de
la Confederación anticipa la derrota de la guerra del Pacífico, decimos también
que, la burguesía chilena fue más eficaz con la conformación y consolidación de
este modelo, procurando una modernización institucional, administrativa,
educativa, militar, adecuada a los tiempos de la revolución industrial. Las
oligarquías peruana y boliviana se adormecieron con la externalización de sus
excedentes, que los tenían en más que en lo que respecta a Chile, se
adormecieron con una suerte de sobrevaloración de sus capacidades, que, viendo
los desenlaces, resultaron hartamente obsoletas, dadas las circunstancias y los
cambios habidos durante el siglo XIX.
Zavaleta
anota otro tópico en el análisis del desenlace de la querella por el
excedente. Este es el de la vinculación con el espacio. Considera un
vínculo con el espacio en las civilizaciones andinas, pre-coloniales, distinta
al vínculo dado en las repúblicas. Mientras las civilizaciones andinas emergían
del espacio, nacían del territorio, domesticando plantas, arrancando a la
tierra una fertilidad difícil, mediante tecnologías agrícolas innovadoras y la
organización colectiva. Las repúblicas producirán el espacio, por así decirlo,
conformaban un espacio adecuado al mercado internacional; sin embargo, no todas
lograron controlar su propio espacio.
Zavaleta
escribe:
Los
espíritus del Estado en Bolivia no veían los hechos del espacio sino
como una dimensión gamonal. Lo característico era la forma gamonal del Estado [3]
.
Refiriéndose
al espacio andino dice:
La
agricultura andina, que no en balde es el acontecimiento civilizatorio más
importante que ha ocurrido en este lugar y en América Latina entera, y después
Potosí o sea Charcas, se organizan y se identifican en torno a este discurso
territorial… El Atacama, por lo demás, era de un modo arquetípico una tierra apropiada,
incorporada al razonamiento ecológico de esta instancia de los andinos de tal
manera que no es cualquier costa apta para el comercio moderno lo que podía
ocasionar semejante sentimiento gregario de desagregación [4] .
Este vínculo
ancestral con el espacio se quebró o se redujo a su mínima expresión; ya no es
el espacio articulado por las complementariedades, ya no es el archipiélago
andino el que hace de matriz territorial reproductiva a la sociedad organizada
en comunidades, ayllus, sino es otro espacio o espacialidad el que hace de
referente de los flujos y desplazamientos, un espacio mercantil cuya
gravitación radica en los núcleos de externalización de los recursos naturales.
Es con relación a este otro referente espacial que hay que entender lo que
pasó; por qué no reaccionó la sociedad boliviana ante semejante pérdida.
Zavaleta se
pregunta:
Se necesita
explicar sin duda por qué la otra Bolivia, la que sí debería ver estas cosas
como una adversidad gravísima, tardó tanto en su evaluación. La perplejidad con
que vive el cuerpo social una pérdida tan considerable se explica porque la
lógica espacial previa, que era en realidad una combinación entre la
agricultura andina clásica y el Estado despótico como su culminación natural…
se había replegado a lo que será el aspecto de la cristalización u osificación
de la historia del país [5] .
La respuesta
que se da es:
Recluido en
su coto cerrado de la agricultura y practicando una economía moral de
resistencia, conservación e insistencia, el vasto cuerpo popular, aunque se
demoraría en tomar consciencia del problema, lo haría después con una
intensidad que sólo se explica por la interpelación que tiene el espacio sobre
la ideología o interferencia en esta sociedad [6] .
En torno a La
querella del excedente
A propósito
del guano, como una de las causas de La guerra del pacífico, Roberto
Querejazu Calvo escribe:
Hacía más de
un millón de años que tres aves marinas, el guanay, el piquero y el alcatraz,
tenían convertidas las costas de esta parte de América del Sur en su inmenso
hábitat. Desde él venían incursionando diariamente en el océano para
alimentarse hasta la saciedad con la anchoveta y otros peces pequeños
arrastrados en proporciones fabulosas por la corriente Humboldt. La defecación
de las tres pescadoras en sus lugares de descanso fue cubriendo los
promontorios, islas e islotes de ese borde continental con una capa de
estiércol de varios metros de altura (hasta 30 en las islas Chincha) y con un
peso de millones de toneladas [7] .
Lo que viene
después de la revolución industrial es una gran demanda de alimentación debido
a la migración a las ciudades y el crecimiento demográfico. Esta situación
exigió un incremento de la producción agrícola; para tal efecto era menester
fertilizar los suelos. El guano era uno de los mejores fertilizantes conocidos.
El valor comercial del guano, su demanda mundial, convirtió el despreciado
desierto de Atacama en un territorio estratégico y codiciado. Bajo estos
condicionamientos del ciclo del capitalismo, bajo hegemonía británica, devino
la querella por el excedente entre tres países periféricos del
sistema-mundo, Bolivia, Chile y Perú.
Querejazu
dice que era indudable que Chile reconocía que el litoral de Atacama pertenecía
a Bolivia, heredera del territorio de la Audiencia de Charcas. No hizo ninguna
reclamación por los actos de soberanía que ejercieron en dicho territorio los
gobiernos bolivianos: fundación y funcionamiento del puerto de Cobija, visita
del presidente Andrés de Santa Cruz, establecimiento de autoridades políticas y
aduaneras, otorgamiento de concesiones mineras y salitreras [8] .
Sin embargo,
el 31 de octubre de 1842, el Congreso chileno dictó una ley declarando que eran
propiedad de la nación “la guaneras de Coquimbo, del desierto de Atacama y de
las islas adyacentes. Coquimbo era suelo chileno, pero Atacama y sus islas pertenecían
a Bolivia. Al año siguiente, otra disposición legislativa declaró chilena la
“provincia de Atacama” [9] .
Los
incidentes siguen y se suman:
La barca
Rumena, la goleta Janequeo y la fragata Chile cargaron guano de covaderas
bolivianas. El 20 de agosto de 1857, una expedición militar de la corbeta
Esmeralda ocupó la bahía y la península de Mejillones, ampliando la frontera
chilena hasta el paralelo 23 [10] . En 1863, el gobierno boliviano busca una
alianza secreta con el Perú. En el Congreso Extraordinario reunido en Oruro se
plantea la posibilidad de declarar la guerra a Chile si es que no obtenía la
devolución de Mejillones [11] . Perú no asume, en ese entonces, la alianza con
Bolivia; quedando la opción de la protesta por la incursión militar en su
territorio. Bolivia rompe relaciones diplomáticas con Chile.
En 1864 se
produce una confraternización americana en contra de España, debido a un
incidente que ocurre en la hacienda peruana de Talambo. Un conflicto de
agricultores vascos con sus patrones, con la sucesiva represión seguida,
ocasionó que el gobierno de España ordenará a la división de marina, que se
encontraba por aguas del Pacífico, tomase posesión de las islas Chincha,
reivindicando suelo ibero, demandando a Lima indemnización para las familias
vascongadas. En ciudades de Chile se dieron lugar manifestaciones contra esta
ocupación de España de suelo americano; se ultrajó la bandera española. España
exigió explicaciones y reparación moral y pública. Ante la negativa de Santiago
de hacerlo, España declaró la guerra a Chile. En estas circunstancias los
países andinos y del Pacífico de Sud América entraron nuevamente en guerra con
España. Concretamente Perú y Ecuador apoyaron a Chile, el gobierno de Mariano
Melgarejo confraternizó con La Moneda, llegando posteriormente a concesiones y
acuerdos, altamente dadivosos, sobre el conflicto limítrofe con Chile.
El Tratado
de Amistad y Límites lo firmó don Juan Ramón Muñoz Cabrera, Ministro
Plenipotenciario de Bolivia en Chile, con el canciller Álvaro Covarruvias, en
Santiago, el 10 de agosto de 1866. Dispuso que el paralelo 24 fuera la línea de
separación de las soberanías de Bolivia y Chile. Que no obstante ello, ambas
naciones, se repartían por igual el producto de la venta del guano y las rentas
fiscales de los minerales existentes entre el grado 23 y 25. Que serían libres
de todo derecho de importación los productos naturales de Chile que se
introdujesen por el puerto de Mejillones [12] .
El problema
es el excedente
Cuando
decimos que el problema es el excedente decimos muchas cosas. ¿Cuándo los
recursos naturales se convierten en el excedente? Cuando el capitalismo
convierte en renta los recursos naturales, cuando son valorados como mercancías
en el modo de producción capitalista. Forman parte de las condiciones
iniciales para el proceso productivo. El guano, el salitre, el cobre, la plata,
los minerales, los hidrocarburos, se convirtieron en mercancías ante la demanda
de materias primas de la revolución industrial. Esta contextura mundial
condiciona la adecuación de los nacientes estados independientes. Tempranamente
consideraron que su sobrevivencia y desarrollo estaba íntimamente vinculada a
la perspectiva de esa demanda, a la que deben satisfacer. Estos estados se
constituyeron sobre la base de la explotación de los recursos naturales
mercantilizables, en su momento; son estados estructurados para disponer del
excedente y transferirlo al mercado internacional. Entonces el control del
excedente va a ser tarea prioritaria de sus administraciones, sobre todo del
Estado más consciente de los cambios de época. De los tres estados
involucrados en la guerra del Pacífico, era indudablemente Chile el Estado que
mejor se adecuó a la demanda del ciclo del capitalismo de la revolución industrial;
no Bolivia ni Perú, que todavía se batían en el umbral de las épocas, la que
abandonaban y a la que ingresaban. Pero los tres países, de todas maneras, se
encontraban condicionados por las exigencias del excedente, es decir, de la
renta que genera el excedente; por lo tanto, se encontraban afectados por la
“ideología” moderna del excedente. Los tres estados van a ser obligados a la
pugna por el excedente, respondiendo a la demanda del modo de producción
capitalista mundial. Los tres países entran en guerra por el control de las
riquezas del desierto de Atacama y del desierto de Tarapacá, para satisfacer la
demanda de la revolución industrial. Los tres países consideraron que peleaban
por ellos; sin embargo, en términos efectivos, terminaron peleando por otros,
por los centros del sistema-mundo capitalista que aprovecharían los
recursos naturales exportados. Ciertamente, el vencedor de la guerra se va a
beneficiar con sus conquistas; empero, el mayor beneficiario es el capital
británico, hegemónico en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial.
Fueron el
guano, el salitre y la plata de caracoles la cuestión de la querella del
excedente. El guano y el salitre eran los fertilizantes que necesitaba la
revolución agrícola empujada por la revolución industrial. La plata seguía
siendo cotizada por la demanda de los circuitos monetarios.
El término guano
viene del quechua wanu; proviene de la acumulación masiva de
excrementos de animales; en el caso del pacífico, se debe a la acumulación de
las heces de aves marinas. Para su formación se requieren climas áridos . Es
utilizado como un fertilizante efectivo debido a sus altos niveles de nitrógeno
y fósforo. El guano se recolecta de varias islas e islotes del océano Pacífico,
también de parte de la costa, como la de Mejillones. Estas islas han sido el
hogar de colonias de aves marinas por siglos; el guano acumulado tiene muchos
metros de profundidad. Desde el año 1845 comenzó a explotarse, y por sus
propiedades como fertilizante; era importado por países como Gran Bretaña y
Estados Unidos.
El salitre
también es utilizado como fertilizante. El salitre se convierte en una
mercancía apreciada a mediados del siglo XIX. Perdió importancia económica a
partir del desarrollo y producción del salitre sintético. Había como un control
nominal del Estado peruano y del Estado boliviano desde la década de 1830 hasta
la finalización de la guerra del Pacífico. Después de la culminación de la
guerra prácticamente Chile quedó con el control de la mayor parte del salitre;
este control se dio desde 1884 hasta la caída del mercado del salitre (1920).
La explotación del salitre, si bien en el caso de Bolivia y Perú quedaba bajo
administración estatal, fueron empresas privadas las que efectivamente la
explotaban, particularmente empresas chilenas, con apoyo de capital británico.
El Estado peruano nacionalizó las empresas salitreras, quedando en manos del
Estado peruano desde 1870. En lo que corresponde a la administración chilena de
este recurso, la misma estuvo en manos de empresas privadas, conformadas por
capitales ingleses, en su mayoría, y en menor proporción, alemanes y
estadounidenses. En lo que respecta al salitre del antiguo litoral boliviano,
la explotación de este recurso siempre estuvo en manos de capitales británico-chilenos.
El
descubrimiento de yacimientos de plata en Caracoles el 25 de marzo de 1870
causó alboroto en Valparaíso y Santiago. Al poco tiempo se convirtió en un gran
campamento, que fue creciendo con el trajín de su explotación. Roberto
Querejazu Calvo escribe, en La guerra del Pacífico, a propósito lo
siguiente:
La riqueza
de Caracoles agravó las dificultades con las que estaba tropezando el
cumplimiento del tratado de 1866. La “partición del pan” entre los supuestos
hermanos no se venía realizando a gusto de los interesados. El manejo de la
aduana de Mejillones era desordenado y Chile no recibía su parte en los
impuestos a los minerales exportados. El gobierno se Santiago reclamó también
una mitad del rendimiento fiscal de las minas de Caracoles alegando que se
encontraban dentro del territorio sujeto a partición de frutos, es decir, al
sur, del paralelo 23. En Bolivia se sostuvo que no era exacto, que su ubicación
era el norte de esta línea geográfica y, por lo tanto, en suelo no comprendido
en las estipulaciones del pacto del 66 [13] .
Se dice que
este es el excedente por el que se desencadenó la guerra del Pacífico; el
guano, el salitre y la plata fueron los recursos de la discordia y de la opción
extrema de la guerra. Fue más tarde que se descubrieron los inmensos
yacimientos de cobre de la mina de Chuquicamata; la principal materia de
exportación de Chile por muchos años; sostén de la economía chilena y sostén
también del constante rearme del ejército chileno. El 10% de esta riqueza
mineral va destinada a la transformación tecnológica militar y equipamiento del
ejército y la armada. No está demás decir que Chuquicamata se encuentra en lo
que fue territorio boliviano. La mina está ubicada a 15 kilómetros al norte de
Calama y a 245 kilómetros de Antofagasta. En l a mina de Chuquicamata
se explota oro y cobre a cielo abierto ; es considerada la más grande del mundo
en su tipo y es la mayor en producción de cobre de Chile. Bueno pues, se dice
que este es el excedente que es causa y motivo de la guerra del Pacífico; pero,
una guerra no se desata por la mera existencia de yacimientos de recursos
naturales, sino por el decurso conflictivo que adquieren las estructuras de
relaciones que se inscriben en torno a estos recursos.
Fueron las
empresas privadas que explotaban el salitre las que entraron en conflicto con
el Estado boliviano, fueron los accionistas de estas empresas, entre los que se
encontraban altos personeros del gobierno de Chile, además de británicos, los
que querían resolver el conflicto a favor de las empresas privadas,
protegiéndolas. Por último, el inmoderado interés por controlar estos recursos
naturales llevó a la convicción de que no había otra salida que apoderarse del
desierto de Atacama. La preparación para la guerra comenzó cuatro décadas antes
de que ésta se desencadenara. El Estado-nación de Chile, instrumento orgánico y
político de la burguesía naciente, intermediaria entre el capital británico y
el capital subalterno nacional, tenía varios frentes en sus distintas
fronteras. La guerra contra los indígenas no había concluido, el conflicto de
límites con Argentina se podía convertir de amenaza en una guerra, el conflicto
de límites con Bolivia había sido aparente zanjado con los tratados, empero
subsistía el problema del control sobre los recursos. Perú había optado por la
nacionalización de las empresas, lo que clausuraba, por lo menos
momentáneamente, la posibilidad del desarrollo empresarial, de los capitales
británicos y chilenos. Una burguesía naciente y pujante, en estas condiciones de
subalternidad, encerrada en las tensiones generadas por los conflictos
fronterizos, tenía que encontrar una salida a su necesaria expansión. Optó por
los frentes más débiles; prefirió no enfrentarse con Argentina, mas bien,
llegar a un arreglo con el gobierno bonaerense; entonces atacó a los indígenas
y tomó los puertos bolivianos. Esta decisión desencadenó también la guerra con
el Perú, no sólo por el tratado secreto de alianza de defensa entre Bolivia y
Perú, sino porque ésta era la orientación de la estrategia expansionista de
mediana intensidad. De lo que se trataba era dejar en claro el dominio de una
de las tres burguesías; para lograr ser un dominio económico debería lograr ser
también un dominio militar.
Zavaleta
escribe a propósito:
Es posible
escribir, en efecto, que Chile se preparó para vencer y, en cambio, es como si
Perú y Bolivia se hubieran preparado para ser vencidos pero, como no se quiera
encontrar en ello fórmulas de explicación genéticas o socialdarwinistas (porque
nadie tiene en sí el anhelo de su perdición, al menos de una manera
organizada), el hecho es que, sí Chile se preparó, es porque podía hacerlo. O
sea que, si podía iniciar una acción diplomática coherente treinta o cuarenta
años antes de que ocurriera su remate inevitable, por ejemplo, es porque tenía
paz política. Si tenía paz política, empero, era porque la ecuación o el óptimo
social era superior a la de sus rivales que, en cambio, no podían formular una
política estatal [14] .
Sin embargo,
no hay que olvidar que los tres estados comparten una analogía histórica
constitutiva, no dejaron de ser coloniales. Zavaleta dice:
El
empecinamiento común con que jugaron su vida entera al excedente y al colapso
compartido en cuanto a la conversión del excedente en autodeterminación, aparte
de algunos aspectos muy elocuentes como la importancia de la visión señorial,
dejan ver que se trata de países con no pocas semejanzas, lo cual quizás se
refiere a cierto carácter que podríamos llamar “peruano” de su colonización [15]
.
Nadie puede decir
que alguno de los tres estados era democrático, en el sentido de la
autodeterminación, de la que habla Zavaleta; es decir, en el sentido de la
participación social. No lo eran; eran, mas bien, un simulacro de república; en
todo caso, estados que seguían guerreando, a su manera, contra los pueblos
indígenas. Eran pues la continuidad colonial en forma de república. Los tres
disputaron un excedente ya conquistado por los españoles. Ninguno se acordó,
antes de ir a la guerra, de sus pueblos indígenas, salvo Chile, que decidió
resolver el problema a sangre y fuego, antes de ir a la guerra. El coronel
peruano Andrés Avelino Cáceres tuvo que recurrir a la resistencia indígena para
desplegar su guerra de guerrillas. Esta hubiera sido la mejor estrategia para afrontar
la guerra; ir a la guerra con los únicos que tenían consciencia territorial del
archipiélago andino, de la complementariedad de los pisos ecológicos, donde
tanto la puma y el desierto de Atacama jugaban un papel en esta articulación
complementaria y transversal biótica. Empero, las oligarquías boliviana y
peruana estaban muy lejos de hacerlo y de tener consciencia histórica
de lo que se requería hacer. Los tres países asistieron a la guerra con lo que
tenían como disponibilidad estatal. En esto Chile llevaba la mejor
parte, pues su Estado tenía mayor capacidad de movilización, incluso de
convocatoria a la guerra, a pesar de que el proletariado chileno manifestó su
descontento cuando estalló la misma. Sin embargo, el tema no es tanto
explicarse por qué gano Chile esta guerra y por qué la perdieron Bolivia y
Perú, sino comprender el significado histórico y político de esta
guerra, que incluso podemos llamarla fratricida.
Habíamos
dicho que la guerra del Pacífico es antecedida por la guerra contra la
Confederación Perú-Boliviana; que en esta guerra se dio el enfrentamiento entre
las oligarquías de la costa contra las oligarquías de la sierra, que era como
las guerras de la capital portuaria contra las provincias del interior. Ahora
bien, Chile es un país costeño, se extiende a lo largo de la costa del
Pacífico, desde el Estrecho de Magallanes hasta el desierto de Atacama,
primero, y hasta el desierto de Tarapacá, después. La mayoría de sus ciudades
se encuentran cara al mar; se trata de un país esencialmente marítimo, aunque
hay ciudades que pueden considerarse del interior, tierra adentro, hacia la
cordillera de los Andes, además de contar con una población importante indígena,
principalmente mapuche, antes de la guerra; también aymara y quechua, después
de la guerra. Entonces, podemos usar una hipótesis interpretativa, que
considera que la guerra se da entre un país básicamente costeño y dos países,
que aunque contaban con costa, donde es gravitante su geografía política
interior, con lo que implica la connotación de la geografía humana, la
geografía cultural y la geografía social. Chile enfrentaba a dos países cuyos
estados no habían resuelto la articulación armónica y dinámica entre el
interior y la costa; dos países que no habían asumido su abigarramiento como disponibilidad,
sino como dispersión y desconocimiento. En cambio Chile había ignorado
taxativamente a los indígenas, había descartado una opción endógena. Toda su economía
estaba enfocada al mercado externo. No ocurría algo distinto con los otros dos
países; empero, contaban con otras “realidades”, otras economías; unas
promovidas por el Estado, como la economía gamonal, así también las relaciones
casi serviles de los trabajadores de las minas; otras, en cambio, desconocidas
por el Estado, como la economía comunitaria, conservada y preservada por los
pueblos indígenas en los Andes. Chile fue a la guerra con la determinación
resuelta de ganar porque se sentía formar parte de la economía mundial y la
ilusión de Estado moderno, en tanto que Bolivia y Perú habían perdido su última
ilusión con la derrota de la Confederación, dejando atrás, muy atrás, la
ilusión del Tawantinsuyu. Contaban con las nostalgias señoriales coloniales y
la representación apoteósica del entorno potosino, aunque en términos efectivos
la economía extractivista se encontraba enfocada al mercado internacional,
reforzando las relaciones gamonales en la economía de las haciendas, así como
las relaciones casi serviles con los trabajadores mineros.
Balance de
la guerra del Pacífico
Para
Bolivia, Chile y Perú, cuando se habla de la guerra del Pacifico, la referencia
es la guerra que se desata a fines del siglo XIX, al noreste de Chile, al sur
de Perú y al sudoeste de Bolivia. Guerra naval y del desierto de Atacama,
guerra nombrada como la del guano y del salitre, también puede ser considerada
como la guerra del cobre, aunque este yacimiento fuera descubierto después, por
la importancia de la mina de cobre de Chuquicamata, que se encuentra en lo que
fueron territorios bolivianos, antes de firmado el Tratado de 1904. René
Zavaleta Mercado habla de La querella del excedente. Todos estos nombres
nos hablan de los factores intervinientes como “causas” de la guerra
mencionada. La expansión al norte, de lo que fue la Capitanía de Chile, parece
tener que ver con la consolidación de un Estado-nación, después de la
independencia, cuya geografía política cuenta con dos largas fronteras
naturales, al oeste, el océano Pacífico, al este, la cordillera de los Andes.
Un Estado-nación subalterno, cohesionado por una burguesía sólida, en el
sentido de contar con una estrategia de acumulación originaria mediante la
expansión, despojamiento y desposesión de mediana intensidad. Una burguesía
nativa vinculada al capital británico, hegemónico en los tiempos del ciclo del
capitalismo de ese entonces. Cómo dice René Zavaleta, Chile contaba con un
Estado moderno, un ejército y armada modernos, en tanto que Bolivia y Perú no
dejaban de resolver problemas de su incipiente modernización, combinada con
ambiguas herencias gamonales y latifundistas, a la usanza colonial. La
ocupación del sudoeste boliviano, que colinda con el Pacífico, fue primero
económica y poblacional, después militar; esto aconteció en la medida que fue
subiendo el tono del conflicto limítrofe y económico.
Según
Zavaleta, los dados estaban echados cuando estalló el conflicto. Las ventajas
las llevaba el ejército y la armada moderna de Chile. Bolivia se retiró pronto
de la guerra, Perú continuo combatiendo sólo. El territorio del sudoeste
boliviano fue ocupado militarmente, también territorios del sud de Perú. El
ejército chileno desembarco en las playas cerca de Lima, ocupó la capital y
desplazó su ejército hacia la sierra, donde se enfrentó a una guerra de
guerrillas indígena y popular. Con estos desenlaces los estados de Bolivia y
Perú entraron en crisis, sus gobiernos fueron cuestionados. Empero, dados los
hechos, los gobiernos que sucedieron a los primeros síntomas de la crisis
política firmaron tratados de paz. En 1904 el gobierno liberal de Bolivia firmó
el tratado que lleva el nombre de ese año, donde Bolivia renunciaba a la
soberanía de los territorios perdidos en la guerra, y, en compensación, se le
entregaba un monto dinerario para la construcción del ferrocarril La Paz-Arica,
contando en el puerto de Arica, además de otros puertos, con libre tránsito,
garantías y condiciones que favorecieran el traslado de bienes y el embarque de
los mismos a los mercados internacionales.
Lo ocurrido
en la antesala de la guerra, durante la guerra y después de la misma, no deja
de ser insólito, sobre todo por las formas de sucesión de hechos que no dejan
de ser dramáticos. La firma del tratado de límites por parte del presidente
Mariano Melgarejo, la presencia de empresas chilenas de explotación del guano y
del salitre, las amplísimas libertades y sin ningún control con que gozaban, la
reacción tardía del gobierno boliviano al crear el impuesto de los diez
centavos por quintal de salitre exportado, la reacción beligerante y militar
del gobierno de Chile, la ocupación de los puertos, principalmente de
Antofagasta. Después vino la declaración de guerra del Estado de Bolivia,
acompañada por la declaración de guerra del Perú. El desarrollo de los
acontecimientos de la guerra muestra lo mal preparado que estaban los ejércitos
boliviano y peruano, así como la armada de Perú, a pesar de los actos de
heroísmo y las primeras victorias navales.
El balance
de lo ocurrido, nos muestra un desarraigado comportamiento político de la casta
gobernante liberal boliviana; no se puede considerar de otra manera, estamos
ante una alarmante muestra de desapego respecto de los territorios perdidos. En
contraste, tenemos de la misma casta gobernante, el apego compulsivo a
garantizar la salida de los minerales al mercado internacional. La salida
entonces fue “económica” y no “patriótica”. Se entregaron los territorios
colindantes al Pacífico a cambio de garantizar la exportación de minerales.
Diga lo que se diga, se busque justificar o no, matizando lo ocurrido por las
condiciones de debilidad y vulnerabilidad de Bolivia, además de encontrarse
sometida a la amenaza de una posible nueva invasión, lo cierto es que ese
tratado fue una entrega de los territorios. Una más después de la pérdida del
Acre. No deja de sorprender la actitud de la burguesía minera boliviana y de
los latifundistas que la acompañaban, así como no se puede explicar el retorno
de Hilarión Daza con el ejército, que iba en camino para reforzar las posiciones
de las guarniciones confederadas que defendían en el Alto de la Alianza,
renunciando a la batalla, abandonando a las tropas aliadas, bolivianas y
peruanas, que enfrentaban al ejército de Chile. ¿Estos son síntomas alarmantes
de una ausencia catastrófica de voluntad de defensa? ¿Síntomas de una
desmoralización profunda antes de la derrota militar y la entrega indigna de
los territorios? ¿Es qué no había otra salida? ¿Estaba Bolivia entre la espada
y la pared, como pretende cierta interpretación de la diplomacia boliviana?
¿Hemos llegado al punto trágico desde donde se juzga que un país que no sabe
defender lo suyo no merece existir?
Es terrible
preguntarse de este modo; empero, es importante llevar las cuestionantes al
extremo para poder posesionar una perspectiva de análisis, que salga de la
reiteración del mea culpa y de las muestras patéticas de chauvinismo. Al
contrario de lo que aparenta mostrar una historiografía tradicional, así como
una política demagógica, se trata de plantearse seriamente la defensa de lo que
nos queda, además de buscar recuperar lo perdido. Después de las derrotas
bélicas y las pérdidas territoriales, sobre todo de las guerras del Acre, del
Pacífico y del Chaco, se debería haber aprendido las lecciones de tan
crudísimas experiencias. La defensa territorial y de la soberanía no está
exenta, de ninguna manera, de la necesidad de transformaciones profundas de las
estructuras sociales y estatales. No se trata ya sólo de modernización, como se
hablaba durante el siglo XX, sino de las posibilidades de una movilización
general, del pueblo armado, que sólo se puede dar por autodeterminación; es
decir, democratización profunda, que no puede ser otra cosa que participativa.
Se trata de un ejército popular capaz de disuasión, organizado y pertrechado
para la defensa, de un pueblo que se autogobierna, auto-determina; es decir, de
un pueblo emancipado. Ahora bien, esto sólo puede ocurrir si se libera la potencia
social, si se acaba con la constante limitación y subsunción a las estructuras
de poder, que no dejan de ser estructuras limitadas a intereses
mezquinos, de casta, de clase, incluso prebéndales y clientelares. En varios
ensayos pertinentes Zavaleta nos mostró elocuentemente la relación entre disponibilidad
de fuerzas y revolución, entre esta relación emergente y la defensa, la
capacidad bélica. El ejemplo que utilizó fue las experiencias de las revoluciones
socialistas, la de la URSS, la de la República popular de China y, sobre
todo, la de la revolución cubana [16] .
Sobre la base
de estructuras coloniales heredadas, sobre la base de estructuras de
intermediación de un Estado-nación subalterno, carcomido por relaciones
corrosivas y des-cohesionadoras, manejado por burguesías sin proyecto o por
castas políticas cuyo propósito se contenta con la estridencia de la demagogia
y la folklorización de supuestos cambios, no hay condiciones de posibilidad,
no hay materia, para construir la defensa de los territorios y de la
soberanía, sobre todo la soberanía sobre los recursos naturales. En contraste,
acudiendo a otra forma de defensa, la dada en los Estado-nación consolidados,
ciertamente la defensa puede ser convencional, puede organizarse sobre la base
de la disciplina, de la institucionalidad, que requieren de una administración
adecuada, de una normativa que se cumple, en el marco de una modernización
correlativa a lo que ocurre en el mundo bajo la hegemonía capitalista. Para que
se dé esto no se requiere obviamente, sacrificio y gasto heroico, como
ocurre con la prolongación de la revolución [17] . En este caso, parece
que la condición de posibilidad para el control territorial, la defensa
y la capacidad bélica del Estado, por lo menos en lo que respecta a los
entornos fronterizos, con pretensiones de expansión de mediana intensidad, es la
combinación de una cierta hegemonía local de la burguesía nativa, la
construcción de instituciones que se parapetan en estructuras consolidadas,
en prácticas que se apegan a estas estructuras, que no se disocian de
las mismas, respondiendo más bien a otras estrategias no institucionales. Sobre
todo cuando se trata del ejército, esta fuerza armada responde más a un
proyecto fronterizo o transfronterizo, no así más a la represión interna,
defendiendo latifundios, aunque esto no deje de ocurrir.
Un ejército
moderno es como una máquina; todo sus dispositivos, todos sus engranajes, toda
su composición, sus divisiones, están ligadas a la estrategia de guerra. El
manejo de los cuerpos, de su dinámicas, de sus partes componentes, conforman
una mecánica de guerra no sólo articulada y disciplinada, sino adecuada
a la tecnología militar. Cuanto más avanzada es la tecnología militar más se
requiere adecuar los cuerpos a los requerimientos de esta tecnología. Ahora
bien, una máquina de guerra es destructiva, para lograr sus objetivos
devastadores requiere de la coordinación de sus partes y de sus
desplazamientos. Las improvisaciones suelen ser fatales. Para mantener el ritmo
de los desplazamientos se requiere también de toda una logística de
aprovisionamiento, de sostenimiento y de atención. Por otra parte, la
comunicación se ha ido convirtiendo en las contiendas en un medio cada vez más
indispensable y gravitante, sobre todo cuando se trata de la rapidez y claridad
lograda. No siempre se alcanza cumplir con el modelo; empero, se trata de
acercarse a éste. Era más difícil lograrlo antes; empero, en la medida que ha
ido avanzando la organización, la tecnología, las comunicaciones y la
información, se hizo más fácil acercarse a los modelos de funcionamientos
militares ideados.
No era de
esperar que a finales del siglo XIX los ejércitos enfrentados en la guerra del
Pacífico sean un modelo concluido; sin embargo, había diferencias notorias
entre el ejército chileno y los ejércitos de Bolivia y Perú. En el primer caso,
estamos ante un ejército que se preparó para la guerra; en el segundo caso,
estamos ante ejércitos más enfocados a mantener el orden interno, la disuasión
interna. La experiencia de las grandes campañas quedó en la memoria de la
guerra de la independencia, en la guerra de la Confederación Perú-Boliviana con
Chile y otras batallas, como las de Ingavi, donde el ejército boliviano,
dirigido por Ballivian, venció al ejército peruano. Las formas de la guerra
moderna, correspondientes a finales del siglo XIX, no parecen formar parte del
funcionamiento de estos ejércitos. Si bien se puede decir algo parecido del
ejército chileno, apreciando matices y diferencias, el equipamiento más
moderno, exigió modificaciones en su organización, estrategia y tácticas. Por
otra parte, si hacemos caso al análisis de Zavaleta, el Estado de Chile mantuvo
una guerra fronteriza con los pueblos indígenas, que no solamente lo obligó a
ser un estado fortaleza, como en los otros casos, sino que construyó un Estado
como en constante guerra en sus fronteras.
Cuando
estalló la guerra del Pacífico la misma encontró a dos ejércitos vulnerables y
no preparos, sorprendiéndolos en todo el frente, en todo el campo de maniobras,
por un lado, y a un ejército que se había preparado para la guerra, que había
desplazado el frente a su antojo, consolidándose en el terreno a medida que
avanzaban los acontecimientos. El ejército boliviano se desmoronó rápidamente,
el ejército peruano resintió, fue retrocediendo, hasta que se llevó la guerra a
la misma Lima, donde el desenlace fue sorprendentemente desfavorable para el
Perú. Empero, la guerra no concluyó aquí, siguió en la sierra, con la
estrategia de la guerra de guerrillas. En este cambio de escenario el ejército
peruano tuvo victorias importantes. Hay que anotar, que esto se debió al cambio
de estrategia, también al cambio de escenario y terreno; pero, sobre todo, a la
vinculación con la población nativa, a la convocatoria indígena. Sin embargo,
esta forma de guerra, que podía prosperar y desgastar al ejército chileno no
contó con el apoyo de Lima, que prefirió firmar la paz con los vencedores.
Cronología
de los eventos [18]
La llamada
guerra del Pacífico , conocida también como guerra del guano y salitre , se
desencadenó entre 1879 y 1883. En esta guerra, anticipada por la guerra naval,
que concurrió en el desierto de Atacama, se extendió al desierto de Tarapacá,
se propagó a Lima y se adentró al interior del territorio peruano, en la
sierra, se enfrentaron tres países andinos y costeños; Chile contra Bolivia y
Perú. El Congreso de Bolivia, el año 1878, se dio a la tarea del análisis del
acuerdo celebrado por el gobierno con Chile en 1873. La interpretación
boliviana del contrato firmado con la Compañía de Salitres de Antofagasta no
estaba vigente, pues los contratos sobre recursos naturales debían aprobarse
por el Congreso. El 14 de febrero de 1878 esta interpretación fue ratificada
por la Asamblea Nacional Constituyente mediante una ley; la misma establecía el
reconocimiento del acuerdo con la condición de que se pagara un impuesto de 10
centavos por quintal de salitre exportado por dicha empresa.
De manera
expresa la Ley de 14 de febrero de 1878 dispone que:
Se aprueba
la transacción celebrada por el ejecutivo en 27 de noviembre de 1873 con el
apoderado de la Compañía Anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta a
condición de hacer efectivo, como mínimo, un impuesto de diez centavos en
quintal de salitre exportado.
Otra era la
interpretación de Santiago; para el gobierno de Chile el cobro del impuesto de
10 centavos sobre quintal exportado violaba el artículo IV del Tratado de
límites de 1874. La Compañía Anónima de Salitre y Ferrocarriles de Antofagasta
se opuso al cobro del impuesto, recurriendo al gobierno de Chile en su defensa.
Se suscitó primero una contienda diplomática.
En los
siguientes meses, se mantuvo en suspenso la aplicación de la ley en tanto se
evaluaban las objeciones presentadas por La Moneda. La correspondencia entre
las cancillerías se hizo intensa; el 8 de noviembre, el canciller chileno,
Alejandro Fierro, envió una nota al canciller boliviano, Martín Lanza,
señalando que el Tratado de 1874 podría declararse nulo si se insistía en
cobrar el impuesto, retomando Chile sus reclamos anteriores a 1866. En
respuesta, el gobierno de Bolivia, el 17 de noviembre, ordenó al prefecto del
departamento de Cobija que aplicara la ley del impuesto con el objeto de iniciar
las obras de reconstrucción de Antofagasta, que había sufrido los percances de
un terremoto.
El Protocolo de 1875 contemplaba el arbitraje como medio de
resolución del conflicto; si bien, las partes en controversia estaban de
acuerdo con el mismo, el arbitraje no se llevó a cabo. La situación se hizo
tensa; por un lado, el gobierno de Chile exigía que se suspendiera la
aplicación de ley hasta conocer la decisión del arbitraje; por otro lado, el
gobierno de Bolivia exigía que el blindado Blanco Encalada y los buques que le
acompañaban se retiraran de la bahía de Antofagasta. A continuación, el
gobierno de Bolivia rescindió el contrato con la Compañía de Salitres y
Ferrocarriles de Antofagasta el 6 de febrero. El prefecto de Cobija, Severino
Zapata, ordenó rematar los bienes de la compañía para cobrar los impuestos
generados desde febrero de 1878.
En Santiago
se recibió un telegrama del norte, conteniendo textualmente un mensaje del
ministro plenipotenciario de Bolivia: "Anulación de la ley de febrero,
reivindicación de las salitreras de la compañía". Este telegrama
precipitó la decisión del presidente de Chile, Aníbal Pinto, de ordenar la
ocupación de Antofagasta. Este desembarco y ocupación se efectuó el 14 de
febrero de 1879, tomando las tropas chilenas territorio boliviano hasta el
paralelo 23. El día del remate, el 14 de febrero, tres naves chilenas arribaron
a Antofagasta, Mejillones, Cobija y Caracoles reivindicándose estos puertos y
territorios colindantes. Tomando en cuenta la gravedad de estos sucesos, el 16
de febrero, llegó a Lima el ministro boliviano Serapio Reyes, planteando al
gobierno de Lima el cumplimiento del tratado de alianza defensiva de 1873. Los
dados estaban echados, los sucesos se precipitaban encaminándose al conflicto
bélico; el 27 de febrero, el presidente de Bolivia, Hilarión Daza decretó el
estado de sitio en Bolivia.
Recurriendo
a las fuentes de los archivos de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de
Antofagasta, se puede cotejar, hasta cierto punto, que, aparentemente, en Chile
todavía había una cierta incertidumbre en comprometerse en la guerra nada menos
que para salvar a la compañía en cuestión, a pesar de que muchos políticos y
ministros importantes eran accionistas notorios de la compañía. Sin embargo, al
parecer, la decisión sería otra en el caso de que se remataran efectivamente
las empresas salitreras. Hecho que, de ocurrir, de acuerdo a la interpretación
de La Moneda, equivaldría una violación efectiva del tratado. Tomando en cuenta
este marco, todo estos eventos, los datos y las fuentes, sobre todo las
interpretaciones encontradas, parece amortiguarse un poco la determinación de
ir a la conflagración; empero, teniendo en cuenta el contexto general y la
preparación misma para la guerra durante las cuatro décadas anteriores, nos
muestra la incertidumbre del momento, no la indeterminación.
Los
historiadores peruanos entienden que Perú, país que había suscrito el Tratado
de Alianza Defensiva con Bolivia, tratado de carácter secreto, suscrito en
1873, al mismo que Argentina no se terminó de adherir, a pesar de haberse
comprometido, a un principio, trató de convencer al gobierno de Bolivia para
comprometerse en un arbitraje con la misión Quiñones, para dirimir el
conflicto. Desde el punto de vista legal, esto se hacía posible, atendiendo de
que se trataba de un "problema tributario" y no territorial. Dadas
las circunstancias riesgosas y al borde del conflicto bélico, el gobierno
peruano, encargó a su ministro plenipotenciario José Antonio de Lavalle la
misión de interceder y mediar; el ministro viajó a Santiago, empero la misión
encargada se frustró. La disyuntiva peruana era complicada; no era fácil
aceptar la fatalidad de la guerra, tampoco la obligatoriedad del cumplimiento
del tratado de defensa. Cuando estallaron las hostilidades, el Perú declaró la
guerra a Chile.
Ya en lo que
se podría considerar la víspera misma de la guerra, el gobierno de Bolivia, el
1 de marzo, emite un decreto por el que se corta tanto el comercio, así como la
comunicación con Chile. Se ordena la desocupación de los residentes chilenos,
el embargo de sus bienes, propiedades e inversiones, desconociendo toda
transferencia de intereses chilenos hecha con posterioridad al 8 de noviembre,
fecha en la que el gobierno chileno declaró nulo el tratado de 1874. Las tropas
de ocupación ya se encontraban en territorio de Antofagasta; lo que quedaba era
avanzar al norte; quince días después del mes fatídico, en Chile se da comienzo
a los últimos arreglos para invadir los territorios que se encuentran al norte
del paralelo 23. Se puede decir, que la primera batalla terrestre de la guerra
todavía no declarada, aunque ya prácticamente efectuada, se da el 23 de marzo,
cuando se invade la población boliviana de Calama. Un abrumador contingente de
fuerzas invasoras venció a un reducido grupo de civiles bolivianos, que se
inmolaron en la defensa, entre los que se encontraba Eduardo Abaroa.
Formalmente el 5 de abril de 1879 Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú.
Roberto
Querejazu Calvo comentando la batalla de Calama escribe:
El cruce de
fuego comenzó a las 7 de la mañana. Los atacantes, divididos en dos columnas,
avanzaron resueltos a cruzar el río por los puentes Topater y Carvajal,
encabezados por unidades de caballería. Los puentes habían sido destruidos una
semana antes por orden de Cabrera. Dice el cronista chileno Félix navarra: “Los
chilenos que avanzaban muy confiados fueron recibidos por descarga de fusilería
por los bolivianos parapetados en la orilla opuesta al Loa. Se encabritaron los
caballos, hubo confusión entre los jinetes y se volvió bridas en precipitado
repliegue. Los bolivianos, envalentonados con esta retirada, con un valor digno
de ser reconocido, abandonaron sus parapetos y tendiendo con tablas un puente
provisorio cruzaron el río y persiguieron a nuestros cazadores”. Los actores en
esta acción eran el Mayor Juan Patiño, el señor Eduardo Abaroa, el oficial
Burgos y 8 rifleros [19] .
A pesar de
las muestras de heroísmo y coraje, Calama Cayó. No podía sostenerse por más
tiempo su defensa frente a todo un ejército bien pertrechado. La defensa de
Calama quedó en la memoria; forma parte de la remembranza cívica de las
escuelas. Lo que muestra la batalla de Calama es la determinación de un grupo
de civiles, aunque contaban con oficiales; estaba ausente la disposición
anticipada de un ejército nacional para la defensa.
La guerra
naval
En esta
guerra del Pacífico, en términos estratégicos, quedaba clara la necesidad
evidente de contar con un dominio en el mar; vencer la guerra en el mar parecía
una condición indispensable para ganar la guerra terrestre. De alguna manera,
se puede decir, que la guerra naval es como la antesala de todos
desplazamientos de la guerra terrestre. Sin ser grandes armadas, con lo que
contaban para entonces, se enfrentaron las escuadras beligerantes. En la
comparación, la ventaja en el arsenal marítimo la llevaba Chile. Sin embargo,
las primeras victorias navales fueron para el Perú. La escuadra chilena
consistía en las fragatas blindadas gemelas, Cochrane y Blanco Escalada. El
resto de la escuadra estaba formada por naves de madera: las corbetas
Chacabuco, O’Higgins y Esmeralda, la cañonera Magallanes y la goleta Covadonga.
La escuadra peruana estaba conformada por la fragata blindada Independencia y
el monitor Huáscar. Completaban la escuadra peruana los monitores fluviales
Atahualpa y Manco Cápac, la corbeta de madera Unión y la cañonera de madera
Pilcomayo. En cambio Bolivia contaba con buques de guerra como el Guardacostas
Bolívar, el Guardacostas Mariscal Sucre y las embarcaciones Laura y
Antofagasta.
Iquique,
puerto peruano, se encontraba bloqueado por parte de la armada chilena. La
escuadra zarpó al combate, a desbloquear el puerto. El combate naval de Iquique se dio lugar el 21 de mayo de 1879; en el combate, el monitor Huáscar,
al mando del capitán de navío miguel Grau Seminario, hundió a la corbeta
chilena Esmeralda, al mando del capitán de fragata Arturo Prat Chacón.
El mismo día, la fragata Independencia se enfrentó con la goleta Covadonga,
cuyo comandante capitán de corbeta, Carlos Condell de Haza, evadió el combate
bordeando la costa; perseguido por la Independencia que, en su afán de
espolonear a la Covadonga, hizo que el blindado peruano encallara en
Punta Gruesa. Los combates navales de Iquique y Punta Gruesa le dieron una
victoria táctica al Perú: el bloqueo del puerto de Iquique fue levantado y las
naves chilenas fueron hundidas o abandonaron el área.
A pesar de
la inferioridad numérica, el comandante del Huáscar mantuvo ocupada a
toda la escuadra chilena durante un semestre. Es sobresaliente la actuación del
Huáscar en la guerra naval; entre su desempeño destacado se puede contar con el
primer combate naval de Antofagasta, dado el 26 de mayo de 1879, y con el
segundo combate naval de Antofagasta, dado el 28 de agosto de 1879. Una de sus
victorias tajantes fue la captura del vapor Rímac, ocurrida el 23 de julio de
1879. En la captura, Grau no sólo detuvo al buque, sino también al regimiento
de caballería Carabineros de Yungay, regimiento que se encontraba a
bordo. Esta captura provocó una crisis en el gobierno de Santiago, ocasionando
la renuncia del almirante Juan Williams Rebollo. El nuevo nombramiento recayó
en el comodoro Galvarino Riveros Cárdenas, encargado de dar caza al Huáscar.
En este
teatro de operaciones navales, llegó el combate crucial de la campaña naval, la
misma que tuvo lugar en Punta Angamos, el 8 de octubre de 1879. Finalmente el
monitor Huáscar, junto con la Unión, que logró escapar, fue
capturado por la armada chilena. En el enfrentamiento murió su comandante,
Miguel Grau Seminario. El combate naval de Angamos marcó el fin de la campaña
naval de la Guerra del Pacífico, quedando Chile con el dominio marítimo.
La guerra
terrestre
El teatro de
operaciones terrestre fue también favorable al ejército chileno. Las tropas de
ocupación comenzaron sus desplazamientos militares en las provincias de
Tarapacá, Tacna y Arica. Teniendo como antecedente lo ocurrido con el
desembarco en Antofagasta y la toma de Calama, quedando el dominio de Atacama
en manos del ejército chileno, las victorias de Pisagua, Pampa Germania y
Dolores, que se dieron a fines de 1879, aseguraron el control sobre el
departamento de Tarapacá; después devino la ocupación y el control de Tacna y
Arica en 1880. En contraste, la batalla de Tarapacá culminó con una victoria
aliada; sin embargo, esta victoria no cambió el curso de la guerra a favor de
los aliados. Sorpresivamente el ejército de apoyo que venía de Bolivia, al
mando de Hilarión Daza, se retiró de la guerra después de la batalla del Alto
de la Alianza.
Mientras se
suscitaban estos acontecimientos bélicos, llama la atención el sopor con que se
encontraba Lima. Parecía ubicada en otro mundo, alejada del fragor de la
guerra, también desarticulada del resto del país. Una excesiva sobrevaloración
de su heredad, como metrópoli virreinal, además de sentirse incomprensiblemente
invulnerable, seguramente por la evaluación de la distancia de la guerra,
minimizó desacertadamente la situación bélica. Para la sorpresa limeña, que
abriría los ojos tardíamente, en enero de 1881, desembarcaron las tropas
chilenas en una playa cerca de la ciudad; después de vencer al ejército
improvisado para la defensa de la capital, en las batallas de San Juan y
Miraflores, entraron en la apoteósica y orgullosa Lima. Con el ejército invasor
en la misma urbe, la población civil salió desesperada a defenderla, aunque sin
lograrlo. Los doce reductos armados rápidamente para la defensa de la ciudad
fueron desbaratados por la acción militar del ejército chileno. De las batallas
se pasó a los incendios y saqueos en los poblados de Chorrillos y Barranco.
Una vez
terminadas las batallas de San Juan y de Miraflores y dejando como desenlace la
victoria de Chile en la ocupación de Lima, el coronel peruano Andrés Avelino
Cáceres y el capitán José Miguel Pérez, acompañados por otros oficiales tomaron
la determinación de continuar la lucha contra el ejército invasor. Se
propusieron alcanzar los Andes Centrales, llegar a la sierra, donde se
reorganizaría al ejército con el objeto de ofrecer resistencia al ejército de
ocupación. Cáceres se hizo cargo de la resistencia en la Sierra Central, en
tanto que el coronel Gregorio Albarracín se encargó de la resistencia en la
Sierra del Sur. Ambos oficiales optaron por la táctica de la guerra de
guerrillas durante tres años, apoyados por la población, primordialmente indígena.
En esto ayudó el dominio del quechua por parte de Cáceres. Estos oficiales
guerrilleros establecieron su centro de operaciones en la breña de los Andes
centrales, pues esta zona presentaba una topografía adecuada para el
desplazamiento de la guerra de guerrillas.
La guerra de
guerrilla de las regiones sur y centro andinas logró varias victorias contra
las fuerzas chilenas. Con este dominio de los territorios interiores, Cáceres
se dirigió a Cajamarca, ubicada en la Sierra del Norte. Mediante esta incursión
buscaba evitar el ascenso de Miguel Iglesias; autoridad peruana que ya había
manifestado su intención, desde el año 1882, de firmar la paz con Chile,
concediéndole territorio. Esta incursión de Cáceres no fue suficiente; la base
del Tratado de Ancón ya estaba acordada, entre Patrico Lynch y Miguel Iglesias,
el 3 de mayo de 1883. Iglesias firmó el convenio inicial en Cajamarca. Al
ejército de ocupación le quedaba vencer la guerra de guerrillas y a los
oficiales rebeldes de la resistencia; esto aconteció en la Batalla de
Huamachuco, el 10 de julio de 1883. Estaba al mando de la resistencia peruana
Andrés Avelino Cáceres, en tanto que al mando del ejército de ocupación se
encontraba Alejandro Gorostiaga. En Huamachuco fue derrotada la guerra de
guerrillas y la resistencia peruana. Insólitamente Miguel Iglesias envió una
comisión con la tarea de felicitar a Gorostiaga por su victoria. En otro
escenario, Montero, comandante de la resistencia en la sierra del sur, se vio
obligado salir de Arequipa para evitar la destrucción de la ciudad. Con estos
desenlaces de la guerra en el interior, el 20 de octubre de 1883 en Ancón se
dio la discusión de los términos del tratado de paz. Una vez firmado el Tratado
de Ancón, el 11 de marzo de 1884, la Asamblea Constituyente aprobó el Tratado.
Iglesias marchó hacia Lima para asumir el gobierno del Perú.
La guerra
del Pacifico terminó; empero, la guerra interna no concluyó. Las
irreconciliables diferencias entre Cáceres e Iglesias, entre un Perú que aceptó
la derrota y otro Perú que nunca la aceptó, desencadenaron una guerra civil. La
guerra civil la ganó Cáceres.
Se puede
decir que la guerra concluyó oficialmente el 20 de octubre de 1883; esta
culminación quedaba ratificada con la firma del Tratado de Ancón. Con la
aplicación del tratado el departamento de Tarapacá pasó a manos chilenas
permanentemente; a esto hay que añadir que las provincias de Arica y Tacna
quedaron bajo administración chilena por un lapso de 10 años; al cabo de la
década un plebiscito decidiría si quedaban bajo soberanía de Chile, o si
volvían al Perú.
Cuando se
firmó el Tratado de Ancón, el departamento de Tacna contaba con tres
provincias: Tacna, Arica y Tarata. Dos años después del tratado, en 1885, Chile
ocupó la provincia de Tarata. Sin embargo, ésta fue devuelta al Perú el 1 de
septiembre de 1925, por resolución del árbitro Calvin Coolige, presidente de
los Estados Unidos. El plebiscito previsto en el Tratado de Ancón nunca se
llevó a cabo. Más tarde, 1929, cuando se firmó el Tratado de Lima, tratado que
contó con la mediación de Estados Unidos, se estableció que gran parte de la
provincia de Tacna fuese devuelta al Perú mientras que Arica y el resto quedara
definitivamente en manos de Chile.
La paz entre
Chile y Bolivia fue firmada en 1904. En este tratado Bolivia reconoce la
permanente soberanía de Chile sobre los territorios conquistados. A lo largo de
la historia diplomática entre ambos países, este tratado fue cuestionado,
revisado e incumplido por parte de los distintos gobiernos y administraciones
de Chile.
Análisis
Geopolítica
regional
Hay dos
conceptos que estamos usando para comprender la guerra del Pacífico; uno es guerra
periférica y el otro es geopolítica regional. Cuando hablamos de guerra
periférica nos referimos a las guerras desatadas en las periferias del sistema-mundo
capitalista. Cuando hablamos de geopolítica regional, nos referimos
a la estrategia, en la perspectiva de la geografía política, de alcance medio.
Las guerras periféricas se distinguen de las guerras centrales no
sólo por el lugar dónde se dan, sino también por las pretensiones inherentes.
Las guerras en los países centrales tienen que ver primordialmente con
objetivos imperialistas, entonces, tienen que ver con las contradicciones imperialistas.
En cambio, las guerras periféricas no tienen esas pretensiones,
responden, mas bien, a una combinación de contradicciones donde se combinan los
intereses locales con los intereses imperialistas. El alcance geopolítico de
estas guerras es, mas bien, limitado si comparamos con los alcances
geopolíticos de las guerras imperialistas. Como en toda geopolítica se trata
del control territorial, del control geográfico, del control espacial; empero,
se trata de un control de menor extensión que el pretendido por el
imperialismo. Se trata de un control regional; vamos a entender este termino de
lo regional en el sentido de una extensión de mediano alcance; ni local, ni
nacional, pero, tampoco continental. Aunque el término regional connota
ambigüedad y una variación de posibilidades, dependiendo de lo que se quiere
abarcar con esta palabra, a nosotros nos interesa usarla en el sentido de un
alcance mediano, de una extensión media, de un entorno de control, irradiación
y afectación. Se trata de lo siguiente: de una geopolítica cuyo alcance consciente
es de mediana extensión; no hay ninguna intención de ir más lejos. Es una
geopolítica acorde a las fuerzas que se tiene, una geopolítica, mas bien,
limitada; sin embargo, de impacto efectivo. Se trata de una geopolítica de
control territorial en relación al entorno fronterizo; ahora bien, el alcance
de este entorno puede ser más o menos amplio, dependiendo de lo que se quiere
controlar. Más allá de las fronteras del país se quiere, por ejemplo, controlar
los recursos naturales, más allá de las fronteras se quiere evitar el
potenciamiento de los vecinos, más allá de las fronteras se busca conformar un
entorno no hostil, de seguridad. Entonces la geopolítica es de mediana
extensión. Esta geopolítica regional está asociada a potencias de
segundo orden; no son grandes potencias, tampoco corresponden a un
imperialismo, sino que buscan dominar su entorno, conformar una región de
dominio en su entorno.
Las guerras
periférica en parte corresponden a los juegos de esta geopolítica
regional, aunque también, muchas de estas guerras, quizás la mayor parte,
corresponden a guerras fratricidas entre países dependientes, empujados a la
guerra por las contradicciones imperialistas. Ciertamente, parte de estas
guerras tienen que ver con conflictos limítrofes, fronteras heredadas de las
administraciones coloniales, así como también con conflictos “tribales”. Lo que
nos interesa enfocar, por el momento, es la relación entre estas guerras
periféricas y la geopolítica regional.
Armando una
tesis sobre esta geopolítica regional, buscamos hacer una descripción de
sus características principales. Habíamos dicho que la geopolítica regional
tiene un alcance de expansión mediana, puede corresponder a conquistas de
mediana intensidad. Esta geopolítica regional está lejos de parecerse,
por lo menos en la cualidad y la conmensurabilidad de los alcances, a la geopolítica
imperialista; tampoco repite del todo, por las mismas razones, la
geopolítica de lo que se ha venido en llamar “sub-imperialismo”, que es como un
imperio de segundo orden, subordinado al imperialismo dominante. Las potencias
de segundo orden, de la que hablamos, no son “sub-imperialismo”; tiene una
pretensión menor; la región que abarca como pretendida influencia y control, es
también menor a la extensión de un sub-imperialismo, que más bien puede ser
continental o sub-continental. Las potencias de segundo orden tienen en la mira
a sus vecinos, sea en el sentido de la defensa o en el sentido de la expansión.
A esta
característica del alcance medio de la geopolítica regional se vincula
un “geopolítica temporal”, si podemos hablar así, pues parece un contrasentido
hablar de geografía, espacio, refiriéndonos al tiempo, aunque
desde la física cuántica estemos obligados a pensar el espacio-tiempo de
los acontecimientos. La “geopolítica temporal” de la que hablamos se
refiere al manejo del tiempo en la consecución de la realización
geopolítica. Se trata de pasos, también de fases, de etapas que se van
graduando. Toda geopolítica debe considerar la temporalidad de su
realización; no es que ocupe el tiempo, sino que ocupa territorios en tiempos
sucesivos. La geopolítica regional hace lo mismo; la diferencia
radica en que, de acuerdo al tamaño de su poder, el ritmo y la gradualidad de
la expansión de alcance medio, depende de potenciamientos por etapas. El avance
de la realización geopolítica es más bien discreto, por fases discontinuas.
Puede darse el caso de una emergencia crítica, como la proximidad ineludible de
una guerra; en ese caso, la apuesta es indiscreta y claramente expansionista.
Cuando ocurre esto, cuando se está ante esta eventualidad imperiosa, se pone en
juego la totalidad de la disponibilidad, pues está en juego la propia
existencia.
Ahora bien
la geopolítica es un concepto geográfico de dominación o, si se quiere es un
concepto de dominación geográfico. Las estrategias geopolíticas están
íntimamente vinculadas a las clases dominantes. Ninguna dominación puede
desentenderse del control territorial; ciertamente los antiguos imperios
contaron con concepciones territoriales de dominación. En este sentido, es
conveniente hacer un análisis comparativo de estas estrategias territoriales en
la historia de las dominaciones. Sin embargo, por ahora debemos concentrarnos
en la explicita formación discursiva que se concibe como geopolítica; esta
corresponde a la modernidad y a las expresas estrategias de dominación de las
burguesías. Esta geopolítica está íntimamente relacionada con las estructuras
de los ciclos del capitalismo, con las formas de la acumulación de capital, con
las cartografías económicas, con el juego de los monopolios y de los
mercados. Por eso, cuando hablamos de geopolítica regional nos referimos
a la estrategia estatal de la clase dominante; en este caso, de la burguesía singular
correspondiente al país en cuestión, a la proyección de esta segunda potencia.
No es posible una geopolítica de la sociedad, compuesta por clases sociales,
embarcadas en sus propias luchas, proyectando entonces, mas bien, distintas
estrategias políticas. De manera diferente, es posible encontrar que los
sectores sociales explotados de un país prefieran la solidaridad con los otros
sectores sociales similares del otro país, que un enfrentamiento entre países,
propugnado por sus burguesías.
Volviendo a
las definiciones polémicas de geopolítica, Ives Lacoste, geógrafo francés,
concibe la geopolítica como la disciplina que estudia las rivalidades
por los territorios, países y continentes [20] . ¿Tendríamos que decir que la geopolítica
regional se ocupa de las rivalidades de territorios circundantes, de países
vecinos, en una región que podemos llamarla subcontinental? Ahora bien, la
geopolítica, en el sentido de estrategia territorial, tiene como uno de sus
objetivos primordiales el control de los recursos naturales. Este eje de
desplazamiento de la geopolítica imperialista ha sido evidenciado en la historia
del capitalismo y de las potencias globales. Este eje de ocupación también es
compartido por la geopolítica regional, aunque en una escala menor, de
mediano alcance, como hemos dicho. Se trata del control de los recursos
naturales en un entorno dado. Ahora bien, de lo que se trata es de saber dónde
se direccionaliza la explotación de estos recursos; en tanto no se trata de una
potencia global, sino de una potencia de segundo orden, articulada ya a la estructura
conformada por la geopolítica del sistema-mundo capitalista, este flujo
de materias primas se dirigen a los centros industriales del sistema-mundo. La geopolítica
regional no es más que una parte, una composición, de la geopolítica del
sistema-mundo capitalista. Es una mediación en el proceso de acumulación
capitalista global y en el proceso de dominación mundial. Sin embargo, en la
región en cuestión, la geopolítica regional tiene impacto, configura
realidades en la región, afectando a la dinámica de los países.
Rudolf
Kjellen dice que la Geopolítica concibe al Estado como un organismo
geográfico o como un fenómeno en el espacio [21] . Ciertamente la
biologización del Estado por parte de Kjellen, el convertirlo en un organismo
viviente, salta las características políticas del Estado, así como las
características relativas a las estructuras de poder, incluso si
consideramos las estructuras de larga duración, si nos remontamos a las
épocas no modernas de estas formaciones de poder. Se entiende que lo hace para
estudiar al Estado como si fuese un organismo vivo, convirtiendo a este objeto
de estudio en parte de las ciencias naturales. Se pueden comprender a primera vista
las limitaciones de este enfoque; sin embargo, muchos estadistas, políticos,
sobre todo conservadores, comparten este prejuicio.
Indudablemente
fue Friedrich Ratzel el que le da un cuerpo teórico a la geopolítica [22] .
Ratzel no está muy lejos de la “ideología” de Kjellen. Se trata de una
“ideología” que no sólo fetichiza el Estado, le otorga vida propia, sino
que convierte al Estado en un sujeto. Ahora sabemos que el Estado es una
composición de las relaciones sociales; es la dinámica de las relaciones
sociales, sobre todo cuando se convierten en relaciones de dominación, en
relaciones y estructuras de poder, las que construyen y reproducen esta
maquinaria de disponibilidad de fuerzas. Por eso mismo, el Estado
también es un imaginario, ciertamente muy útil para la legitimación del poder
de las clases dominantes. El capital es un ámbito de relaciones, el Estado
también lo es; es el análisis crítico de estos ámbitos relacionales, de estas estructuras
de relaciones sociales, la que nos va dar la clave para comprender las lógicas
de sus funcionamientos. Cuando nos encontramos con teorías que convierten al
capital en algo con vida propia, y al Estado como una entidad con vida propia,
estamos ante formaciones enunciativas cosificantes, que transfieren la dinámica
de las relaciones sociales a la cosa, otorgándole la magia de una vida
propia. Se comprende que estas “ideologías” sean funcionales a la reproducción
del capital, a la reproducción del Estado, a la reproducción de la burguesía, a
la reproducción del poder; es decir, a la reproducción de las relaciones y
estructuras de dominación en todas sus formas. La geopolítica forma parte de
esta “ideología”; es más, se la puede considerar como un saber de dominación de
las estructuras de poder vigente. La geopolítica puede tener un alcance
de dominación global, como en el caso de los imperialismos, o puede tener un
alcance menor, como en el caso de los llamados sub-imperialismos, incluso
menor, como en el caso de las potencias de segundo orden. En todos estos casos
es la burguesía la interesada en promover la geopolítica. Esta promoción se
efectúa en instituciones especializadas, universidades, fuerzas armadas,
organismos especializados del Estado. Sobre todo se la vuelve práctica en
políticas públicas o en estratégicas de conquista y ocupación como la guerra.
Podemos
decir entonces, que el otro eje y vínculo de la geopolítica es el Estado. La
geopolítica es dos cosas, tiene dos cabezas, es saber estatal, así como
también es disposición estatal; es decir, la disposición y la
desenvoltura del Estado en lo que respecta a la ocupación territorial. Lo que
lleva de por sí, la disponibilidad material y práctica de efectuarlo.
Ahora bien, la geopolítica regional, también tiene dos cabezas, un saber y una
estrategia, empero, como hemos dicho, los alcances de este saber y de esta
estrategia se adecuan al alcance de las pretensiones, que en este caso tienen
que ver con el entorno. No se trata, sin embargo, de un saber menor, sino
diríamos, de un saber incluso más minucioso, un saber más detallado, un saber
de la complejidad y diferencias del entorno, de sus accidentes y sus
desiertos. Este saber de la geopolítica regional obliga a la estrategia a
adecuarse a la peculiaridad de los terrenos, exige a las maniobras de desplazamiento,
así como a las maniobras militares, a adaptarse a la morfología territorial,
sus distancias y dificultades.
Desde la
perspectiva meticulosa de la geopolítica regional hablamos de un Estado
adaptado a su geografía ocupada y a la de su entorno. El celo del control
territorial, en parte debido a la necesidad obligada de la defensa fronteriza,
en parte a las exigencias económicas de administrar la “escasez”, y en parte a
las demandas del mercado internacional, produce la conformación de un Estado acondicionado
a las exigencias del control escrupuloso del territorio. Llama la atención que
en América latina y el Caribe, en la tendencia de adecuación, hayan sido los
Estado-nación de extensión geográfica menor los que mejor hayan administrado su
geografía, con todas las diferencias que pueda haber al respecto. El Estado que
mejor ha efectivizado esta adecuación es el de Chile. Lo que decimos no quiere
decir, de ninguna manera, que lo mejor que se podía hacer era optar por
geografías chicas, sino, que dadas las circunstancias, de la renuncia a la
Patria Grande, por parte de las oligarquías regionales, el decurso de la
historia turbulenta de los países independizados llevó a esta situación.
Karl
Haushofer (1869-1946) propone la teoría del espacio vital. Ésta se resume en el
enunciado de que si el Estado no posee el espacio que necesita tiene el derecho
de extender su influencia física, cultural y económica. Si un Estado más fuerte
es pequeño tiene el derecho de ampliar su territorio. En otras palabras, los
Estados vitalmente fuertes necesitan ampliar su espacio. La extensión
territorial conlleva el incremento de poder; el supuesto teórico de esta teoría
es que espacio es poder. Esta tesis de Haushofer puede ser considerada como uno
de los principios de la geopolítica regional. Esta tesis se puede
expresar de la siguiente manera: Cuando la potencia en crecimiento y las
fuerzas acumuladas exceden el control territorial del Estado en cuestión, éste
se encuentra obligado a su expansión. Traducida la tesis a un leguaje
económico, acorde a la formación discursiva de la revolución industrial, podría
pronunciarse de la siguiente manera: Si la demanda de materias primas por parte
del mercado internacional crece, si además estos recursos no se encuentran en
territorio propio, es casi un imperativo controlar estas reservas por un medio
o por otro, de una manera o de otra, por mediaciones o de forma directa,
anexando territorios.
Como se
puede ver el discurso geopolítico es un discurso de justificación de la
violencia estatal; ya no se trata del monopolio de la violencia legítima
respecto a la sociedad misma, sino del uso de la fuerza bélica en contra de
estados vecinos. El discurso geopolítico es un discurso que hace apología de la
violencia y de la guerra. La emisión de este discurso sólo se la puede entender
por cuanto deriva de la concepción expansionista de la burguesía. Se trata de
un discurso conservador y de élite; de ninguna manera de un discurso popular.
¿Cuándo, bajo qué condiciones, puede una burguesía belicosa comprometer al
pueblo en una guerra? Se supone que la burguesía tiene que haber logrado una
cierta hegemonía sobre la sociedad, empero, combinada con cierta dosis de
autoritarismo. Al respecto, hay que considerar que la burguesía no es
homogénea; se trata, mas bien, de una composición variada. Generalmente, cuando
se empuja a la guerra a un país, es cuando los sectores más conservadores de la
burguesía son los que han ganado el control del Estado. Por otra parte, claro
está que intervienen otros factores, que dependen del contexto, del momento, de
la coyuntura, de las características poblacionales, de la presencia de empresas
del país en otro país.
Las teorías
geopolíticas globales tienen como objetivo el control del mundo; esto se
entiende en tanto que las potencias globales se encuentran en la disputa del
control territorial en la geografía del sistema-mundo capitalista. Por
ejemplo, Nicolás John Spykman [23] ( 1893-1943) propuso que el control de
Euro-Asia implicaba el control del mundo. Se dice que al asumir esta tesis, la
estrategia norteamericana fue de contrarrestar el avance del ejército rojo y de
los estados socialistas en Europa del este, con el plan Marshall y con la OTAN
en la Europa del oeste. ¿Qué connotación tiene una teoría como la de Spykman en
la geopolítica regional? Como hemos dicho, en la geopolítica regional
no se trata de una estrategia global, no se trata, ni mucho menos, del control
del mundo, sino del control del entorno. Ahora bien, lo que entra en juego es
el control de recursos naturales y reservas estratégicas; pero, no solo, pues
también se trata del control de sus flujos y del mercado de estos flujos. Si se
trata de un área terrestre, el control del espacio de transporte de estos
flojos de materias primas; si se trata de un área marítima, el control del mar
y del océano que corresponde al transporte mercante; si se trata del espacio
aéreo, el control del cielo, tanto para el transporte comercial como para el
dominio militar. Por ejemplo, desde la perspectiva geopolítica regional,
lo que está en disputa entre los estados de Bolivia, Chile y Perú es el control
de los recursos naturales estratégicos, de sus reservas, el control del espacio
de transporte y de comunicaciones, el control del océano pacífico del sud, así
como el control aéreo. Todo esto también está conectado, de una u otra manera,
con el control financiero o la participación en este control financiero.
Contra-geopolítica
Hacia una
geografía emancipadora
No podemos
caer, de ninguna manera, en la impresión de que la geografía está dominada por
la geopolítica. Esto no es cierto, desde ningún punto de vista; ni desde la historia
de la geografía, tampoco desde la perspectiva epistemológica de la geografía.
La geopolítica es un caso particular, podríamos decir no solamente conservador
de las teorías geográficas, sino hasta reaccionario. Por otra parte, los paradigmas
usados por la geopolítica y las teorías en boga de esta disciplina son mas bien
débiles y poco sustentables, tanto filosófica, teoría y científicamente.
Mientras la geografía, epistemológica, teórica y metodológicamente, ha dado
saltos importantes, la geopolítica se ha rezagado en presupuestos prejuiciosos
y hasta raciales. En la historia de la geografía un paso significativo fue el
desplazamiento dado en los términos de la geografía cuantitativa. Desde esta
perspectiva epistemológica, el espacio ya no es algo dado sino, mas bien, un
producto social, de las relaciones sociales, de los flujos y movimientos
sociales, de los asentamientos humanos, de las trasformaciones producidas por
los desplazamientos humanos, acciones y prácticas. La geografía cuantitativa es
una ciencia matemática, por cuanto el manejo de los indicadores se hace
indispensable y la conmensuración de los desplazamientos y transformaciones
espaciales. Empero, esto no quiere decir que no esté afectada por una fuerte
crítica y reflexión teórica, además de la incidencia multidisciplinaria e interdisciplinaria
de otras ciencias, como la historia y las ciencias humanas, la
sociología, la antropología, así como las ciencias económicas. A partir de esta
ruptura y desplazamiento epistemológico la geografía se transforma; esta
ciencia del espacio y de la tierra, se ocupa no solamente de un espacio como
producto social, sino descubre múltiples espacios efectivos y posibles, que
comprenden sus propias dinámicas de configuración. Así también como que la
geografía se abre a distintas connotaciones espaciales, haciendo
consideraciones sobre el lugar, el territorio, la región, los espaciamientos
diferenciales. En este sentido se abre a considerar los espesores
territoriales, que comprenden espesores culturales, afectivos, imaginarios,
además de abrirse a los movimientos socio-territoriales, en tanto luchas
transformadoras del hábitat y de los espacios. En esta perspectiva, no podemos
dejar de considerar los espesores ecológicos.
Como se
podrá ver, este desplazamiento epistemológico de la geografía deja atrás una
perspectiva estática del espacio, sobre todo, deja en evidencia, hace visible,
la limitaciones y estrechez de las teorías geopolíticas, sobre todo sus
rudimentarios cuerpos teóricos. La geografía no solamente promueve
investigaciones de las dinámicas espaciales, sociales y territoriales, en
distintos tópicos y problemáticas, sino que se ha abierto a lecturas e
interpretaciones emancipatorias. Así lo entendió Milton Santos, el geógrafo
brasilero de la corriente crítica y de la complejidad espacial, así también
comprendió David Harvey, el geógrafo y profesor marxista de la City University
of New York. Ambos geógrafos encuentran en la geografía una poderosa
herramienta crítica a las estructuras de poder, a las formas de
dominación y al capitalismo, así como un saber emancipador que alumbra sobre
las dinámicas y complejidades espaciales [24] .
Milton
Santos se propone identificar la naturaleza del espacio y
encontrar las categorías de análisis que permitan estudiarlo [25] . El espacio
como producto aparece en Milton Santos como interpenetración del sistema
de objetos y el sistema de acciones. Pero, no ocurre, como en la
teoría de sistemas autopoiéticos, donde un sistema presta su propia
complejidad al otro sistema para ser interpretado, sino que, en esta conjunción,
aparecen categorías analíticas y sintéticas reveladoras de campos de relaciones
y de espesores sociales y culturales. El paisaje, la territorialidad, la
diferenciación territorial del trabajo, el espacio producido o productivo, las
rugosidades y formas contenidas, son estas categorías. A partir de ellas se
puede pasar a interpretar la región, el lugar, las redes, las escalas, el orden
local y global. Esta perspectiva geográfica se abre a las dinámicas, que
podríamos llamar, constitutivas del espacio; estos son los procesos: la
técnica, la acción, los objetos, la norma y los acontecimientos, la
universalidad y la temporalidad, la idealización y la objetivación, los
símbolos y la “ideología”.
En Milton
Santos la conformación de una geografía crítica pasa por cuatro momentos. El
primer momento, corresponde a una ontología del espacio, en la búsqueda
de las nociones originarias. Se trata de la comprensión de múltiples relaciones
geográficas que permita la interpretación de la forma cómo el territorio ha
sido transformado con la presencia de la técnica. El segundo momento,
corresponde a la producción de las formas-contenido; aquí se retoma el espacio
en tanto forma-contenido. Se trata de reconocer cómo el proceso de
transformación de una totalidad va sufriendo modificaciones en su estructura
a partir de las dinámicas sociales, de sus prácticas y acciones, de las propias
configuraciones y reconfiguraciones materiales y territoriales del espacio,
así como de las modificaciones de la división del trabajo. El tercer momento,
es el que corresponde a una geografía del presente. Cada periodo es
portador de una constelación de sentidos compartidos, de una combinación de
imaginarios, a partir de los cuales se interpreta la coyuntura como realización
histórica de las promesas técnicas. El cuarto momento, corresponde a la
emergencia de las racionalidades convergentes frente a la racionalidad
dominante. Las racionalidades convergentes descubren las posibilidades inherentes
al espacio, develan las facetas no conocidas del espacio; el espacio
aparece como nuevo. Confluyen también dialécticamente las redes del lugar y las
redes globales, modificando los sitios de acuerdo a sus combinaciones y
composiciones.
En el capítulo
El territorio: un agregado de espacios banales, Milton santos propone el
territorio como categoría primordial de análisis del espacio; hace notar que se
trata del territorio usado, no del territorio pensado abstractamente y reducido
a su conmensuración. El espacio banal es un conglomerado de espacios
entrelazados; con esta perspectiva rompe con las visiones geográficas que
separan los espacios; el espacio político, el espacio social,
el espacio económico, el espacio cultural; además de comprender
el espacio como complejidad y multiplicidad. El territorio es
pensado a partir de la dinámica de movimientos de trueques, intercambios,
complementariedades. El territorio es considerado como identidad donde
nos reconocemos en un espacio que comprendemos que es nuestro. La
crítica de Milton Santos es a una geografía euro-céntrica que ha asimilado el
territorio al Estado, ha estatalizado el territorio. También dice que el
Estado-nación, el Estado territorial, es una identidad establecida
normativa y administrativamente a través del reconocimiento de la ciudadanía y
la cartografía de la geografía política. Por otra parte plantea que lo
que se llama territorio nacional, que corresponde a una identidad establecida,
está sometida a un campo multilateral de fuerzas. El territorio nacional forma
parte de una economía internacional y se encuentra sometido a procesos de
desterritorialización y reterritorialización.
Otras
categorías de análisis del territorio son la horizontalidad y la verticalidad
como ejes de composición espacial. Santos opone el eje de composición
horizontal, que corresponde a las vecindades, a las continuidades, a la
prevalencia de las regiones antiguas, a la composición vertical, que
corresponde a la globalización; también podríamos decir a la estatalización. Se
puede entonces comprender el territorio como un escenario de tensiones y
contradicciones donde pugnan estas dos tendencias. Se puede también hablar de
una historia territorial; un primer momento, correspondiente a la
conformación del lugar y del grupo; un segundo momento, correspondiente
al establecimiento territorial por parte de los Estado-nación; un tercer
momento, donde pasamos al control territorial de las empresas supranacionales.
En este recorrido histórico los espacios banales, como conglomerados
de espacios múltiples que interactúan, se entrelazan y se combinan, han
sido afectados, tendiendo a ser sustituidos por el espacio homogéneo de
la globalización, codificado monetariamente y reducido a los signos de la
publicidad y del consumo.
Santos
concibe una geografía que efectúa análisis dialectos de procesos constitutivos
del espacio; éstos se dan como movimientos contradictorios entre
territorio y mundo, lugar y mundo, lugar y territorio,
territorio y formación social, lugar y espacio. Entonces
estamos ante una geografía de las dinámicas territoriales, de los flujos
y movimientos constitutivos, de los lugares, de los sitios, de los territorios,
de las regiones, de los espacios. Hay que entender el espacio de
un país como una confederación de territorios, al territorio como una confederación
de lugares. En esta complementariedad de lugares y de territorios,
la tarea es liberar las potencialidades espaciales oponiendo las relaciones
horizontales contra las relaciones verticales. Las confederaciones
de lugares y las confederaciones de territorios pueden conformar
mundos heterogéneos frente al “mundo” impuesto por el capitalismo y la
modernidad.
Con esta
revisión rápida de algunas de las nuevas perspectivas epistemológicas de la
geografía, queremos pasar a proponer el diseño de una contra-geopolítica.
1. Los
pueblos no tienen por qué estar en guerra, son los estados los que lo están,
son sus clases dominantes las que lo están, en constante querella por el
control territorial y del excedente.
2. La
obsesión por el control territorial, de los recursos, de la población, de los
mercados, convierte a la geopolítica en un saber conservador del espacio,
que es un instrumento de dominación imperial, entonces global, que cuenta con
mediaciones regionales, las que promueven una geopolítica regional.
3. Los
pueblos no tienen por qué buscar el control territorial, sino, por el
contrario, la complementariedad territorial, la confederación de
territorios y de lugares complementarios y solidarios.
4. La contra-geopolítica
se propone llevar a cabo, radicalizar, las consecuencias espaciales de una geografía
emancipadora, una geografía de la complejidad, de la multiplicidad
del conglomerado de espacios, buscando liberar las potencialidades
de los lugares, de los territorios, de los espacios, armonizando
comunidades humanas y ecosistemas.
5. La
contra-geopolítica se opone a los monopolios, a los controles, a las
dominaciones sobre los lugares, los territorios y los espacios; se opone
al eje vertical del establecimiento de los espacios homogéneos. Opta por el eje
horizontal de la composición espacial, por la proliferación de espacios
múltiples de vecindades, de continuidades, de complementariedades, de tejidos
territoriales solidarios.
6. Los
bienes de la naturaleza no tienen por qué ser considerados como recursos
naturales, como reservas, explotables, en beneficio de la acumulación de
capital, sino, mas bien, como seres, que pueden ser incorporados a los
ciclos vitales de las sociedades humanas, respetando los ciclos vitales de
estos seres, biodiversos, orgánicos e “inorgánicos”.
7. La salida
a la belicosidad de los estados, en su condición imperialista o de subalternos,
es conformar una confederación de los pueblos del mundo, basada en profundos
procesos de democratización, articulando complementariedades y conjugando
composiciones espaciales, territoriales, de lugares, corporales y técnicas, que
liberen la potencia social y la creatividad de las composiciones sociales en la
heterogeneidad.
Conclusiones
La guerra
del Pacífico fue una guerra periférica, desencadenada en el acomodo
territorial de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Fue una
guerra que corresponde a la geopolítica regional, mediadora de la geopolítica
imperialista, en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial. Sin
embargo, hay que tener en cuenta otros procesos y estructuras
desencadenantes del conflicto; la forma cómo se constituyen las repúblicas
independientes, renunciando a la integración de la Patria Grande, las
contradicciones que aparecen de proyectos de nación encontrados, entre el
interior y la costa, entre un proyecto endógeno y un proyecto exógeno, las
guerras civiles que se desatan, además de las guerras entre estados, que
reproducen estas contradicciones, nos muestran otras condicionantes históricas
y políticas de la guerra. Estamos ante formaciones sociales abigarradas,
ante formaciones económico-sociales-culturales cuyos interiores geográficos,
cuyas regiones íntimas, se resisten al moldeamiento del mercado internacional
desde las costas. También se enfrentan proyectos inconclusos con el nuevo
proyecto de adecuación a la geopolítica del sistema mundo capitalista en el
ciclo de la revolución industrial. Esta es la razón por la que el proyecto de
Diego Portales chocha con el proyecto de Andrés de Santa Cruz. La otra clave,
entonces, de la guerra del Pacífico hay que encontrarla en la guerra
confederada.
La
geopolítica es un saber de la dominación imperialista; le corresponde como
derivación, como mediación, en el juego geopolítico del sistema-mundo
capitalista, la geopolítica regional, como mecanismo de
“ordenamiento territorial” en la geografía de las periferias. Ahora bien, la
geopolítica puede darse conscientemente, como proyecto estatal confeso, o de
una manera rudimentaria, en elaboración, fragmentaria, emergiendo en la consciencia
de la clase dominante a partir de la experiencia política, del
incremento de poder y de las contingencias que se enfrenta. Se puede observar
que la burguesía chilena no solamente contaba con una estrategia estatal sino
también que fue configurando una geopolítica regional. Se puede notar en
la historia del Estado-nación de Chile, sobre todo a partir de la guerra
del Pacífico, una adecuación eficiente entre Estado, control de recursos
naturales, fuerzas armadas y economía. Podemos concluir que hay como una geopolítica
regional elaborada.
En
contraposición a la geopolítica, tanto global como regional, a los proyectos de
dominación imperial y a los proyectos de control territorial de los entornos
periféricos, de las burguesías, la alternativa de los pueblos es oponerles la contra-geopolítica,
es decir, los saberes proliferantes, heterogéneos, horizontales, de la geografía
emancipadora. Esto significa, que lejos de pensarse belicosamente sus
relaciones, se valoran las capacidades de intercambio, de comunicación, de
complementariedad, de composición solidaria entre los pueblos. Es posible
pensar una confederación de los pueblos; en primer lugar, a nivel continental;
en segundo lugar, y en proyección, a nivel mundial.
Pensamiento
propio
A modo de introducción
Vamos a
desplegar algunos apuntes sobre la episteme boliviana, apuntes de los
que no esperemos un dibujo completo de los horizontes de visibilidad y de
decibilidad de las arqueologías del saber periféricos, en este caso de un país
andino amazónico y chaqueño. Esta tarea, la de una arqueología de los saberes
en Bolivia, la dejamos pendientes para una investigación exhaustiva. Deben
considerase temporalidades, contextos y espesores culturales, la historia de la
literatura, de las expresiones artísticas, estéticas y culturales, también, por
qué no, sobre todo los saberes corporales, la gramática de los cuerpos, la
gramática de las multitudes, que son las que abren verdaderamente los
horizontes. Los “intelectuales”, si podemos seguir usando este término tan
discutible, se ponen a trabajar sobre estos horizontes abiertos por los
colectivos convulsionados. Esto ha sucedido en Bolivia en toda la dramática
historia de su insurgencia permanente. Ahora nos encontramos ante un nuevo
horizonte, el abierto por los movimientos sociales y las luchas indígenas,
sobre todo en el intenso periodo de 2000 a 2005; este horizonte es pluralista y
comunitario, también ecologista y territorial. Ante este horizonte abierto, la
mayoría de los “intelectuales” ha preferido retroceder y defender sus saberes
aprendidos en horizontes históricos pasados y sobrepasados por la nueva
condición de visibilidad.
A propósito,
lo que ofrecemos en estos apuntes, es un recorrido crítico de lo que llamaremos
el pensamiento político de la cuestión nacional y estatal, pensamiento
construido en la experiencia convulsiva social posterior a la Guerra del Chaco.
Lo que interesa es lograr una caracterización de las sugerentes expresiones
críticas y búsquedas de iluminación, de inteligibilidad, de comprensión de las
formaciones sociales y económicas periféricas. Lo que importa es lograr
comprender la correspondencia con su tiempo y sus problemas, aprender de esa
experiencia, también de las representaciones construidas. Así como, sobre todo,
comprender la diferencia de tiempos que vivimos, de horizontes históricos-culturales
que vivimos, de periodizaciones del ciclo del capitalismo que vivimos, por lo
tanto también de sus crisis. No se trata de cuestionar una forma de
pensamiento, una forma de saber, una forma de conocimiento, sino de lograr
comprender su estructura y sus alcances.
Lo que
importa ahora es vislumbrar los desafíos que enfrentamos después del ciclo de
movimientos sociales de 2000-2005, desafíos políticos y epistemológicos. Por
eso importa una revisión como la que efectuamos. Hay que anotar que el ideologüema
del que hablamos, de la episteme de esa formación discursiva y
enunciativa, de alguna manera se ha clausurado. Se notan su culminación
crepuscular cuando se desatan las movilizaciones y construcciones discursivas
políticas y culturales kataristas, después de la masacre del valle,
perpetrada por la dictadura del General Bánzer Suárez (1974).También se nota en
los quiebres, en los desplazamientos conceptuales que se dan después de estos
acontecimientos. Una notoria intelectual crítica, sensible a estas irrupciones
y desplazamientos, como Silvia Rivera Cusicanqui expresa en sus escritos las
rupturas con el ideologüema del nacionalismo revolucionario [27].
También las intervenciones, prólogos , ensayos y polémica de Javier Mediana,
sobre todo el haber abierto un campo de publicaciones como las de Hisbol,
donde se plasman las investigaciones antropológicas del mundo andino, muestra
también las marcas de la ruptura y el distanciamiento con una forma de pensar
del iluminismo criollo.
Arqueología
del ideologüema del nacionalismo revolucionario
Uno de los
proyectos, que realizó en parte, de Hugo Zemelman Merino era escribir un libro
sobre el pensamiento latinoamericano, concentrarse sobre todo en la episteme
latinoamericana. Para tal efecto tomó en cuenta como referentes a connotados
intelectuales críticos, de los que se podría decir construyeron un pensamiento
propio. Entre ellos se encontraban dos bolivianos, uno era Sergio Almaraz Paz,
el otro era René Zabaleta Mercado. Del primero decía que le asombraba su
lucidez sobre la cuestión nacional y sobre el segundo su lenguaje tan rico y
metafórico, tan propio y creativo, a la vez poético y conceptual. Al primero no
lo conoció, pero leyó sus libros; al segundo lo conoció en México. De Marcelo
Quiroga Santa Cruz tenía una gran consideración por su papel político; en lo
que respecta a la labor intelectual del país, en general apreciaba mucho lo que
se producía en Bolivia. Una vez nos dijo, de tantas llegadas consecutivas que
tuvo desde 1985 hasta 1995, que Bolivia era un país apto para la epistemología.
Se refería a las condiciones históricas y políticas para la construcción de un
pensamiento propio. Le impresionaba la historia rebelde de las clases
populares, del proletariado minero y los estratos explotados de la sociedad, le
llamaba la atención la historia de insurrecciones que habían marcado las
temporalidades políticas. En el periodo que estuvo, aprendía el valor de la
emergencia indígena, de la gente que trabajaba la episteme andina en el
colectivo Episteme. El libro proyectado salió publicado por Siglo XXI,
es un aporte a una especie de arqueología del pensamiento latinoamericano [28]
.
¿Cómo
caracterizar a Sergio Almaraz Paz, a René Zavaleta Mercado y a Marcelo Quiroga
Santa Cruz? Se trata de un pensamiento nacional, fuertemente vinculado a la
defensa de los recursos naturales, sobre todo el primero y el tercero. Aunque
su labor intelectual no puede reducirse a este decurso, va más allá,
fuertemente vinculada a comprender la formación social y económica boliviana,
particularmente el segundo. Los tres se encuentran vinculados a una formación
marxista singular, sobre todo el primero y el segundo. El primero, venía de su
experiencia en el flamante Partido Comunista, que impulsó a fundar, después de
abandonar la dirección de la juventud del PIR, incorporándose, posteriormente
al MNR; el segundo, provenía del MNR y termina militando en el Partido
Comunista. Parecen historias complementarias, con rutas inversas. El tercero,
tiene otra historia, más vinculado a la literatura, después al ensayo, bastante
distanciado de la Revolución Nacional de 1952, de la que tenía muy poca
consideración. Su participación como diputado opositor en el gobierno del
General René Barrientos Ortuño va a ser notoria sobre todo por sus críticas,
acusaciones y denuncias a su gobierno. Marcelo Quiroga Santa Cruz va a ser más
conocido a partir de su papel como ministro del Gobierno del General Alfredo
Ovando Candía, empujando la nacionalización de la Gulf Oíl; esta
nacionalización lo va encumbrar como político y luchador de los recursos
naturales, combatiente de la soberanía [29] . Definitivamente cuando forma el
PS1 y logra una votación importante en los barrios obreros y los populares,
después de insistir en sucesivas elecciones, se proyecta como un candidato
alternativo, incluso a la decadente y complicada UDP. Los tres intelectuales
bolivianos forman parte de una trayectoria y una tradición. Hablamos de un
pensamiento crítico y nacional. No me atrevería a calificarlo de nacionalista,
prefiero usar un término que se empleó después, para caracterizar un
posicionamiento político en la cartografía ideológica; se trata del término que
caracteriza el posicionamiento de la izquierda nacional para distinguirlo del
planteamiento o, mas bien, de los planteamientos políticos de la izquierda
tradicional, estructurados sobre todo por el POR y los partidos comunistas.
Los libros
de Sergio Almaraz Paz forman parte de esta herencia nacional; Petróleo en
Bolivia, El Poder y la Caída y Réquiem para una República son
investigaciones y ensayos iluminadores sobre las estructuras de poder, que
condicionan la historia política y económica del país. En Petróleo en
Bolivia asistimos a un penetrante análisis de la dramática historia del
petróleo en Bolivia y en el mundo; se abren los entretelones de las
determinantes de la Guerra del Chaco; se muestra el comportamiento sinuoso de
la Gulf Oíl , así como de los personeros de gobierno de turno. También
se narra la lucha por la recuperación del petróleo, donde se involucran
personas comprometidas, algunas instituciones patrióticas, las resistencias
populares y las tomas de posición de organizaciones sociales. Se forja la
narración de la historia de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos
(YPFB), sobre todo en su etapa inaugural, y un análisis comparativo de los
contratos, donde se hace evidente el entreguismo de funcionarios de gobierno y
de los bufetes.
La
investigación de El poder y la Caída asombra por hacer inteligible lo
que hoy podríamos llamar la genealogía del poder en Bolivia, la estructura del
poder minero, de los llamados barones del estaño. El análisis es
penetrante y devela el diagrama de fuerzas institucional, sobre todo por las
tesis en juego, la vinculación entre la estructura económica y la estructura política;
no tanto tomando esta última como superestructura, como en un análisis
esquemático marxista, sino mostrando las compenetraciones de ambas estructuras,
estructura o base económica y superestructura o estructura estatal, política,
ideológica y cultural. Su invención, institución y configuración a partir de
ciclos, particularmente el ciclo del estaño, ligado al ciclo de la hegemonía
del capitalismo británico. El análisis de la temporalidad política y de las
temporalidades estructurales del poder es sobresaliente por el enfoque
analítico de lo concreto. ¿De qué estamos hablando en estos casos? ¿De una
economía política, de una sociología política, de una antropología política?
Hablamos de un autor que tiene la habilidad de moverse en varios campos teóricos
para dar cuenta de realidades complejas como las formaciones económicas y
sociales periféricas.
Quizás el
libro más apasionado es Réquiem para una república, donde hace una
evaluación crítica de la Revolución Nacional (1952-1964). Con un lenguaje camusiano
enfrenta la decadencia de la revolución, de la que dice que hay que aprender de
sus lecciones dramáticas. El capítulo Psicología de la vieja rosca
hábilmente abre el análisis del libro, en tanto que el capítulo Psicología
de la nueva rosca clausura el recorrido de una temporalidad decadente. En
el libro hay capítulos conmovedores como Cementerios mineros, donde
interpela a la nación desde la experiencia del proletariado minero; el autor
dice que llegará un día cuando los mineros se nieguen seguir sosteniendo la
nación sobre el escarnio de su propio cuerpo. El capítulo más elocuente sobre
la decadencia de la revolución es El tiempo de las cosas pequeñas, donde
se describe el minucioso y detallado retroceso del gobierno y del partido
nacionalista, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), retroceso del
que no se dan cuenta, no toma conciencia, incluso cuándo se encuentran al otro
lado de la vereda enfrentando al pueblo [30] ; por ejemplo en el combate de
Sora-Sora contra las milicias mineras (1963).
La obra de
René Zavaleta Mercado es prolífica y puede caracterizarse por periodos; desde
la Formación de la Consciencia Nacional hasta Lo nacional-popular en
Bolivia el autor atraviesa intensamente por distintas elaboraciones
teóricas, las mismas que tratan de responder a una obsesión de vida: ¿Cómo
hacer inteligible una formación histórica y social abigarrada? Luis Tapia
Mealla caracteriza esta trayectoria como La producción de un conocimiento
local [31] . Requeriríamos tiempo y espacio para detenernos en la
producción de René Zavaleta Mercado; por estas razones preferimos concentrarnos
en la última producción intelectual del autor, publicado póstumamente; hablamos
de Lo nacional-popular en Bolivia [32] .
La querella
del excedente es un capítulo impresionante, por el penetrante
análisis de la conflagración bélica. En el capítulo se analiza la Guerra del
Pacífico desde una perspectiva densa y compleja, que pone en consideración las
condiciones histórico-políticas de Bolivia, Perú y Chile en el momento de la
guerra. Es un análisis de la condiciones de posibilidad de sus bloques
históricos, de sus articulaciones específicas entre estructura y superestructura,
usando estos términos metafóricos, relacionados a la legitimidad y hegemonía
logradas en sus sociedades. Por otra parte, acompañando este análisis
dialéctico de las historias singulares de los países involucrados en la guerra,
el autor efectúa la evaluación de la construcción estatal. Como se puede ver el
enfoque teórico gramsciano atraviesa este análisis histórico-político.
Otro
capítulo imponente es El mundo del temible Wilka, donde se interpreta la
guerra aymara en la Guerra Federal (1898-1899) en el contexto del mundo
capitalista, en la temporalidad del ciclo del capitalismo inglés y la
revolución industrial, en la trabazón de la perversa relación ente la
acumulación originaria y la acumulación ampliada de capital. Se trata
ciertamente de un análisis marxista, pero no al estilo esquemático, como se
acostumbra en el difundido marxismo vulgar, sino desde una erudición densa y
asombrosa; análisis que da cuenta de la complejidad de la crisis de Estado.
En El
estupor de los siglos se efectúa un análisis histórico de la crisis de
Estado, caracterizando al Estado oligárquico en sus distintas fases, desde la
condición del Estado aparente hasta la condición de la autonomización
estatal, en cuanto autonomía relativa del Estado, respondiendo al carácter de
capitalismo organizado. La conclusión es que no logra formarse el Estado, que
se mueve en una oscilación entre el Estado aparente y el Estado
instrumental, oscilación que no resuelve su condición espacial y territorial,
pues estamos ante una oligarquía restringida a la visibilidad de tamaño de sus
propiedades mineras.
¿Se puede
decir que es nacionalista este pensamiento, esta formación discursiva? No, de
ninguna manera. Estamos ante un pensamiento marxista elaborado, trabajado desde
la experiencia del abigarramiento de la periferia boliviana, comprendiendo la
intensidad de la crisis del Estado. La cuestión nacional es trabajada como
parte de la cuestión estatal, no resuelta, inacabada, problemática. Un lenguaje
poético y barroco busca romper las dificultades de las resistencias de la
complejidad de la formación económica social periférica a ser conocida. El
recurso a la erudición pone en juego la contrastación con otras experiencias y
la comparación con figuras teóricas; de esta forma hace hablar a los
personajes, haciendo emerger significaciones que los mismos actores históricos
quizás desconozcan; sin embargo, reproducen en los contextos y tejidos
históricos.
En
comparación, se puede decir que el discurso de Carlos Montenegro era
nacionalista; reivindica la nación como comunidad imaginada frente al
coloniaje, frente al proyecto de supeditación de la oligarquía minera y
terrateniente. Retomando esta comparación, podemos considerar que La
formación de la consciencia nacional, de los primeros libros de René
Zavaleta, se mueve en los códigos del discurso del nacionalismo revolucionario;
incluso libros anteriores como El asalto porista (1959), Estado
nacional o pueblo de pastores (1963) y La revolución boliviana y la
cuestión del poder (1964), también pueden considerarse textos que forman
parte del discurso del nacionalismo revolucionario. No ocurre lo mismo con El
poder dual (1974), Bolivia hoy (1983), Las masas en noviembre (1983),
Lo nacional-popular en Bolivia (1986), Escritos sociológicos y
políticos (1986), Clases sociales y conocimiento (1988), El
Estado en América Latina (1989), 50 años de historia (1992). Estos
últimos escritos no pueden considerarse formar parte del discurso del
nacionalismo revolucionario, salvo La caída del MNR y la conjuración de
noviembre, que se publica con posterioridad, siendo un escrito anterior
(1995). En estos últimos textos estamos ante un Zavaleta Mercado innovador,
investigador multidisciplinario, que se ha apropiado, a su manera, de la teoría
sobre hegemonía de Antonio Gramsci, así como de las consideraciones teóricas
sobre la superestructura del marxista italiano. Teorías que la utiliza
modificándolas hasta el escándalo de cruzar sus límites, aportando con un
cuerpo teórico propio, haciendo uso crítico del marxismo, para lograr una
hermenéutica adecuada de la formación económico-social boliviana.
Ciertamente,
es ostensible, elocuentemente exhibida, en estas preocupaciones intelectuales,
la problemática de la cuestión nacional, problemática desplazada por los
teóricos de la izquierda tradicional. La relación entre René Zabaleta Mercado y
Sergio Almaraz Paz es amistosa y afectiva, militaron en el mismo partido (MNR),
pertenecieron ambos, uno primero y el otro después, al PC; la entrañable
amistad se la puede vislumbrar en el Prólogo que le dedica Zavaleta Mercado en Réquiem
para una República a Sergio Almaraz Paz. No pasa lo mismo en su relación
con Marcelo Quiroga Santa cruz, que más bien es polémica, sobre todo cuando
Zavaleta milita en el MNR.
Revisando
estas trayectorias, particularmente la producción intelectual de estos autores,
Sergio, René y Marcelo, la formación enunciativa en cuestión no puede
restringirse al discurso del nacionalismo revolucionario, va más allá; el
análisis de la estructura de poder, el papel de la centralidad minera y el
socialismo vivido, como califica Hugo Rodas Morales, refiriéndose a la entrega
apasionada e intelectual de Marcelo Quiroga Santa Cruz, no se circunscriben a
un pensamiento nacionalista.
Marcelo
Quiroga Santa Cruz va a ser conocido polifacéticamente, en las etapas de su
itinerario; primero, como literato, en su condición de novelista; después, como
ensayista y; por último, como político socialista. Las novelas de Los
deshabitados y Otra Vez marzo van a ser reconocidas y connotadas
internacionalmente. Estamos ante un escritor, un literato, en pleno sentido de
la palabra. Preocupado por las expresiones artísticas y estéticas. Lo que no
deja que también se ocupe de la candente cuestión política boliviana. Es
notoria su oposición a la revolución nacional de 1952, tiene ante ella críticas
morales y éticas. No podríamos hablar de una polémica propiamente política,
menos que se lo hace, en aquél entonces, desde una perspectiva socialista. Es
también difícil sostener, como algunos apresurados han tratado de interpretar,
que Marcelo Quiroga hacia una crítica desde las posiciones de clase de la
oligarquía terrateniente. En todo ese tiempo está más cerca de la literatura y
bastante distante de los intereses materiales; en estas condiciones
existenciales, es insostenible esa interpretación provisional, llena de
prejuicios, que atribuye a Marcelo una supuesta “ideología” de clase, una
especie de cosmovisión oligárquica.
René
Zavaleta Mercado es duro en la polémica con este Marcelo Quiroga Santa Cruz.
René Zavaleta más rudo, más experimentado en las cuestiones políticas, más
cerca del debate de coyuntura, en tanto que Marcelo Quiroga, mas bien, sensible
a los códigos morales; ambos intelectuales están abismalmente distanciados. Uno
escribe desde la penetrante experiencia de la revolución nacional (1952-1964),
el otro lo hace desde la esfera de la crítica estética y ética desplazada desde
los espesores de la literatura. Realidad y ficción no se encuentran.
Podemos
decir que es después de la caída del MNR, con el golpe militar de 1964, que
Marcelo Quiroga Santa Cruz incursiona decididamente en la política. Una breve
reseña de su vertiginosa vida puede resumirse de la siguiente manera:
Durante las
elecciones de 1966 consigue ser elegido diputado por Falange Socialista
Boliviana (FSB), partido que lo inscribe en sus listas y lo postula. Entonces
es representante del departamento de Cochabamba. En estas elecciones es elegido
como presidente el candidato militar General René Barrientos Ortuño. Desde el
Congreso Marcelo Quiroga Santa Cruz, en su condición de diputado, efectúa un
juicio de responsabilidades contra el presidente elegido. Siendo una voz
solitaria - hasta el partido que lo postulo lo abandona -, en un Congreso
mayoritariamente barrientista, el juicio de responsabilidades le cuesta el
desafuero parlamentario. Después sufre el secuestro, seguido por el
confinamiento en Alto Madidi, culminando la represión parlamentaria en la
cárcel.
En la
memoria popular, Marcelo Quiroga Santa Cruz va a ser conocido como defensor de
los recursos naturales. Contando con estos antecedentes, se convierte en el
autor intelectual de la nacionalización del petróleo, en su condición de
Ministro de Minas y Petróleo (1969), durante el gobierno del General Alfredo
Ovando Candía. Sin embargo, fue ministro durante sólo un lapso, hasta su
renuncia, asumida debido a lo que consideraba la capitulación gubernamental
frente a la empresa de petróleos nacionalizada (Gulf Oíl Co.), cuando el
gobierno cede a las presiones de la empresa para ser indemnizada.
Ya curtido
en la ingrata experiencia política, fundó el Partido Socialista en 1971,
acompañado por un grupo de intelectuales y dirigentes sindicales. Su estadía en
Bolivia ha de durar poco, hasta el cruento golpe militar del 21 de agosto de
1971, encabezado por el General Bánzer Suárez. En el exilio se ocupa de
múltiples actividades, entre ellas académicas; es columnista, participa en
distintas instituciones y organizaciones, forma parte del Tribunal Socialista
con sede en Yugoeslavia. El 1977, cuando se evidencia la crisis de la dictadura
militar, retorna clandestinamente a Bolivia, retoma la conducción del Partido
Socialista, partido proscrito durante régimen dictatorial; el partido asume
otra sigla, va a ser conocido como PS-1. Incursiona como candidato a la
presidencia durante las elecciones consecutivas de 1978, 1979 y 1980. En su
trayectoria electoral logra conquistar y seducir paulatinamente a un electorado
popular y obrero, llegando a aglutinar en las últimas elecciones unos 120.000
votos, logrando de esta manera el cuarto puesto.
En su
condición de parlamentario en la legislatura de 1979 retomó la tarea del juicio
de responsabilidades a la burguesía, como le gustaba decir; esta vez, el juicio
de responsabilidades, se enfocaba en la figura del General Hugo Bánzer Suárez.
La alocución de Marcelo Quiroga Santa Cruz fue brillante, minuciosamente
trabajada, con una voluminosa documentación de apoyo; su voz aguda y de gran
orador fue escuchada ante la impavidez del resto de diputados, que incluso como
Guillermo Bedregal se hicieron la burla.
El programa
de gobierno del PS-1, en las elecciones nacionales de 1980, contrastaba con el
programa tímidamente reformista que enarbola la UDP; se trataba de un programa
de nacionalizaciones frente a un programa que no se atrevía ni a discutir la
posibilidad de la nacionalización. Lo mismo ocurrió con el frente de
Izquierdas, Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), que tampoco quiso
plantearse un programa de nacionalizaciones, a pesar de los reclamos de
Domitila Chungara, quien fue reprendida por el propio PC-ML. Este contraste
llama la atención en plena apertura democrática, después de la noche de las dictaduras
militares. En esta sintomatología se nota la desubicación de la izquierda
tradicional ante los acontecimientos políticos, ante la irrupción democrática
de las masas. La izquierda tradicional se encontraba lejos de comprender la
cuestión nacional y la necesaria recuperación de la soberanía por medio de la
nacionalización de los recursos naturales. La UDP prefirió optar por la
demagogia nacionalista, demagogia expresada elocuentemente por el Movimiento de
Izquierda Revolucionario (MIR). El gobierno de la UDP quedó entrapado en dos
frentes; un frente con la derecha en el Congreso y un frente con la izquierda
obrera, con la Central Obrera Boliviana (COB), en las calles.
La entrega
apasionada y comprometida en la lucha socialista y el proyecto nacionalizador
lo llevó raudamente a su desenlace fatal, a su asesinato por las huestes
militares bolivianas y argentinas. Esto ocurrió el 17 de julio de 1980; el
narco-golpe militar de García Meza y Arce Gómez decidió una guerra sucia y de
exterminio, tomando el ejemplo de los militares argentinos. Marcelo Quiroga fue
reconocido y herido por los paramilitares que tomaron la sede de la COB, fue
apresado y conducido al Estado Mayor del Ejército, dónde lo asesinaron,
haciendo desaparecer ignominiosamente sus restos, que hasta ahora no han sido
recuperados. Se entrevé una complicidad del gobierno de Evo Morales Ayma con
los militares bolivianos para encubrir este asesinato y evitar su
esclarecimiento, así como la devolución de sus restos.
Un recuento
de sus participaciones puede resumirse de la siguiente manera: En 1952 fundó y
dirigió el semanario "Pro Arte"; en 1959 la revista
"Guion", dedicada a la crítica cinematográfica y teatral; en 1964
abre el periódico "El Sol". En 1953 es nombrado delegado boliviano en
el Congreso Continental de Cultura; en 1969 es expositor en el Congreso
Intercontinental de Escritores. En 1957 publica su primera novela Los
deshabitados. Junto a Garciliano Ramos de Brasil, Miguel Ángel de Asturias,
de Guatemala, Augusto Roa Bastos, del Paraguay, José María Arguedas, del Perú y
Juan Carlos Onetti, del Uruguay, recibe el premio Williem Faulkner; premio que
es entregado en 1962 a la mejor novela escrita desde la segunda guerra mundial.
La otra novela, Otra Vez Marzo, se publica en 1990; se trata de una
novela póstuma, aunque inconclusa. Fuera de su labor literaria amaba el arte
cinematográfico, incursiona en este campo; en 1964 realiza el cortometraje El
Combate. Esta multifacética trayectoria nos muestra el ímpetu y el talento
del insigne e intenso intelectual.
Concentrándonos
en su vasta producción de ensayos, de los que hay que hacer una clasificación
temática, se puede decir que, algunos de ellos es indispensable nombrarlos por
su carácter polémico, otros por su vinculación a la defensa de los recursos
naturales. La crítica a la Revolución Nacional se encuentra en La victoria
de abril sobre la nación (1960); la crítica a las políticas entreguistas ya
aparecen en Desarrollo con soberanía, desnacionalización del petróleo
(1967); se retoma esta crítica en Lo que no debemos callar (1968). Un
elocuente testimonio se encuentra en Acta de transacción con la Gulf
-análisis del decreto de indemnización a Gulf (1970). El análisis y la
denuncia consecuente podemos encontrarlos en un libro más elaborado que titula El
saqueo de Bolivia (1973); lo mismo acontece en Oleocracia o patria
(1976), donde ya hallamos una caracterización de la estructura del poder en
Bolivia, caracterización no disímil a la que hizo Sergio Almaraz Paz.
Improvisando
un análisis de evaluación, dejando las trayectorias de vida, a propósito de
esta construcción de un pensamiento propio, de esta formación discursiva, de
esta formación enunciativa, emergida de un haz de relaciones históricas,
políticas y culturales, la pregunta pertinente es: ¿podemos hablar de una episteme
boliviana, en el sentido que le da Michel Foucault al término episteme,
como horizonte de visibilidad y de decibilidad? Ciertamente para responder a
esta pregunta no basta circunscribirnos a tres trayectorias intelectuales, por
más intensas y profundas que estas hayan sido. No es suficiente la
consideración en el terreno que nos hemos movido, que es el del análisis
político, el de la crítica política, que puede incorporar lo que podemos llamar
la economía política de los recursos naturales y la interpretación de la
superestructura estatal. Debemos tener en cuenta que hemos considerado la
formación discursiva desde la problemática de la cuestión nacional y la
cuestión estatal. Hay otras construcciones concurrentes, que no hemos
mencionado, el discurso obrerista, lo que defino como el marxismo de
guardatojo [33], desarrollado sobre todo por el POR,
particularmente por un prolífico intelectual, militante e historiador,
Guillermo Lora. Elaboración intelectual de la que no se puede decir que su
trabajo se reduce a una transferencia de la tesis de la transición y la
tesis de la revolución permanente de León Trotsky. Eso sería no
comprender las particularidades propias de un marxismo minero, construido desde
los socavones. Un producto de esta peculiar manera de interpretar la revolución
boliviana se encuentra precisamente en la Tesis de Pulacayo. No se
desentiende de las llamadas tareas nacionales, de lo que llamamos la cuestión
nacional, cometidos a los que interpreta en un recorrido ineludible hacia la
revolución socialista, conducido por el proletariado minero.
No nos vamos
a detener en una evaluación de la obra de este intelectual trotskista, sino
solamente llamar la atención, en lo que respecta a la episteme
boliviana, en el despliegue de formaciones discursivas paralelas, que, sin
embargo, no se reconocen, no se leen ni llegan a discutirse en serio. Se
ignoran. Salvo quizás Zavaleta Mercado quien tenía una gran consideración por
Guillermo Lora, lo leía y comentaba; a quien lo llamaba graciosamente el
“Fiero”. En la abundante producción de este intelectual militante, la
voluminosa Historia del movimiento obrero boliviano [34] es la
más conocida; empero hay otros escritos de importancia que deben ser tomados en
cuenta como La revolución boliviana [35] . El enfoque
indudablemente tiene un contenido de clase, el análisis y la interpretación de
la historia giran en torno a la organización proletaria, a su potencialidad
revolucionaria y de vanguardia. Al respecto, habría que separar sus
investigaciones históricas, apoyadas con copioso archivo y documentación, de
sus intervenciones políticas. Las investigaciones históricas arrojan luces
sobre la dinámica molecular de los hechos, en tanto que los escritos políticos
expresan la voluntad obrera, la intransigencia de la conducción y la dirección.
Ambas
formaciones discursivas, la de la izquierda nacional y la de la izquierda
tradicional, a pesar de sus distintas perspectivas, hablan prácticamente de lo
mismo, de la crisis del capitalismo periférico, de la crisis estatal y del no
cumplimiento de la cuestión nacional y ciertamente, en el caso de Guillermo
Lora, de la perspectiva socialista. Son, de alguna manera, discursos
contemporáneos, aunque no terminen de encontrarse. ¿Por qué ocurre esto? ¿Hay
una mutua descalificación? Sobre todo en el caso del discurso trotskista, que
considera a los otros discursos como burgueses; por lo tanto, en esencia
impotentes para dar cuenta de la crisis y la lucha de clases. El discurso del
POR en los periodos de formación de la conciencia de clase, de la
organización del proletariado minero, ha de ser un dispositivo enunciativo y
organizativo importante; empero, su irradiación se detiene en los límites de la
clase obrera boliviana. No construye hegemonía y, por lo tanto, le va a ser
difícil lograr lo que persigue, liderar un frente de clases explotadas a partir
de la alianza obrero-campesina. Por otra parte, su apego a la problemática de
clases, en códigos del determinismo económico, lo aleja de interpretar y
analizar las estructuras de poder, la crisis de la superestructura
estatal, las problemáticas de la dependencia en las periferias del
capitalismo. Lo que el otro discurso, el de la izquierda nacional, en contraste
hace. En comparación, a un discurso le falta lo que el otro tiene; lo que
parece estar ausente en el discurso de la izquierda nacional es el análisis de
la lucha de clases, el análisis histórico-político cuyo núcleo y
eje reflexivo es el enfoque de la sociedad desgarrada por la lucha de clases,
aunque este análisis termine siendo muy esquemático en las interpretaciones de
la izquierda tradicional.
El crítico
literario y epistemólogo Luis H. Antezana escribe un análisis filológico y
lingüístico sobre el discurso del nacionalismo revolucionario. En el
documento observa que se trata del mismo ideologüema que comparte la
izquierda y el nacionalismo; el nacionalismo revolucionario es como una
herradura que contiene distintas expresiones, desde la derecha a la izquierda,
siempre moviéndose en el imaginario de la nación y bajo la referencia del
Estado-nación [36] . Este ideologüema vendría a ser una episteme,
es decir, un horizonte de visibilidad y de decibilidad, compartido tanto por
los discursos nacionalistas como por los discursos izquierdistas, tanto de la
izquierda nacional como de la izquierda tradicional. En otros términos, desde
otra perspectiva, más filosófica, hasta podríamos hablar de un horizonte de
mundo [37] . Hablamos de estructuras de pensamiento, que orientan a los mismos
discursos y a las mismas acciones de los sujetos involucrados. En este
sentido podríamos hablar de una episteme boliviana, que es como
el campo de posibilidades históricas de los conocimientos, conocimientos y
memoria social, que se van a desatar desde la experiencia dramática de la
guerra del Chaco. Desde nuestro presente, suponiendo desplazamientos y
rupturas epistemológicas, sobrepuestas y entrelazadas a los dramáticos acontecimientos
políticos de la historia insurgente boliviana, debemos lanzarnos
preguntas acuciantes. ¿Cuáles son las características de las estructuras de
pensamiento de la concepción política boliviana? ¿Se clausura la episteme
boliviana? ¿Cuándo se clausura esta episteme? Dejando para otra
ocasión la tarea de una configuración más completa de la episteme boliviana,
vamos a señalar algunos rasgos definidores del perfil epistemológico,
con el propósito de lograr seguir sus alcances temporales.
Un rasgo
sobresaliente es la comprensión o la certeza del inacabamiento, de la no
conclusión, de la tarea pendiente del Estado-nación. Hay una gama de
consideraciones que expresan el dramatismo de esta condición incompleta del
Estado; desde las caracterizaciones del Estado oligárquico hasta las
caracterizaciones del poder dual, pasando por las figuras del Estado aparente.
Hay como una idea de vivir una constante transición hacia la totalización de la
nación y del Estado. Pueden caber distintas versiones de esta transición,
distintas direcciones de la transición, desde las más conservadoras hasta las
más radicales. Todas se encaminan a resolver la cuestión estatal, a completar
el Estado-nación, incluso por la vía revolucionaria de la dictadura del
proletariado. Por esto y por otras razones, la relación con el Estado
resulta problemática; el Estado es el referente paternal, el instrumento
indispensable para resolver los problemas económicos, sociales, políticos,
culturales, salariales. De esta manera, también el Estado se convierte en el
botín absoluto; la disputa se da por el control de esta fabulosa maquinaria.
Otro rasgo
con-figurante es el mito del origen de la nación; la nación se
origina en las arenas y trincheras de del Chaco, donde las distintas clases del
país se encuentran y mueren, derraman su sangre, escribiendo trágicamente un
pacto político y social. Aunque no todas las expresiones discursivas comparten
este mito, el mismo es un referente histórico de la bolivianidad, de la
formación de su consciencia nacional. Este mito del origen de la
nación es altamente significativo pues no sólo plantea un nuevo comienzo, más
profundo, más completo y abarcador, más consensuado, más inclusivo, que el dado
en el comienzo histórico de la independencia. La hipótesis implícita, si
podemos hablar así, de hipótesis contenida en el mito, es que es la
primera vez que se encuentra todo el pueblo o que, mas bien, se constituye el
pueblo, todas las clases de la nación. Campesinos, obreros, clases medias, se
encuentran y se reconocen; se da lugar como una autoconciencia [38] .
Enfrentando a la muerte, los bolivianos se reconocen como semejantes y
comprenden que comparten un destino, no solamente el destino de enfrentar a la
muerte, sino el destino de la nación misma, el destino como nación. Descubren
que el enemigo no es el que está enfrente, el paraguayo o lo que llamaban
popularmente el “pila”, sino en el propio país, gobernando, manejando los
destinos del país, apropiándose indebidamente de los recursos naturales. El
enemigo es la oligarquía minera y terrateniente. La desmovilización, después de
la guerra, es el retorno a las ciudades para recuperar lo que es nuestro. El
camino a la revolución nacional comienza en esta revelación en pleno combate:
la nación tiene que liberarse de la oligarquía, la nación tiene que liberarse
del coloniaje de la oligarquía, de la anti-nación.
Un tercer
rasgo es el mito de la modernidad, que viene acompañada por el mito
del progreso, el mito del desarrollo, el mito de la
industrialización. Así como los liberales del siglo XIX soñaban con la
construcción de ferrocarriles, que traería progreso, los nacionalistas
del siglo XX soñaban con la industrialización como el medio primordial del desarrollo.
La industrialización conlleva el desarrollo, saca del atraso,
provoca la modernización. En este sentido se espera la modernización de
las conductas, la modernización de las instituciones, la modernización
de las ciudades, la modernización de las comunicaciones, entre las que
entran las carreteras. Ahora bien, no todos comparten de la misma manera estos mitos.
El ideologüema del nacionalismo revolucionario, la episteme,
tiene estratos, composiciones, diferencias y desplazamientos. Hay quienes, que
llamaremos los técnicos del desarrollo nacional, se concentran en
la necesidad de las fundiciones; es decir, en la industria pesada. Este estrato
es minoritario; sin embargo, es el que asume de manera consecuente el proyecto
de la industrialización. Los otros se pierden en discursos, en proyectos que
incluso cuentan con recursos; empero, los despilfarran, los desvían y
usufructúan de los mismos. Para estos últimos, que llamaremos retóricos del
desarrollo nacional, la industrialización es una meta que hay que alcanzar
algún día, lo primero que hay que hacer es formar la burguesía nacional;
esta constitución de clase empresarial se logra primero enriqueciéndose, aunque
sea a costa del Estado. Este quizás era el estrato mayoritario que comparte el ideologüema
del nacionalismo revolucionario. Hay otra composición sugerente, los que
consideran que la modernización se efectúa primero por la
burocratización, la formación de una gran masa de funcionarios, instituyendo un
aparato en forma de malla que cubriera el país. La formación del Estado pasa
por la construcción weberiana del Estado, por la conformación de una burocracia
de especialistas, que hagan funcionar la gran maquinaria estatal, que activen
el campo burocrático y el campo institucional, campos configurados por las
cartografías de funciones y especializaciones. Este es otro de los recorridos
que se ha de tomar en serio en esto de la modernización del Estado. En un país
de mayoría campesina, que es el término que se utilizaba para referirse
a las naciones y pueblos indígenas, el mejor camino de la modernización,
de acuerdo a la tendencia más liberal del nacionalismo, es la reforma agraria
por la vía farmer; es decir, la constitución de los propietarios
privados de la tierra. De esta forma, los hombres desiguales se convierten en
hombres iguales, en tanto propietarios privados de la tierra. Esta idea, tomada
como premisa política, incluso la llega a compartir René Zavaleta Mercado
cuando reflexiona sobre el acontecimiento de la igualación de los
hombres.
En esta
metáfora de la herradura, que corresponde al mapa del ideologüema del
52, hay que nombrar también a los radicales, que si bien no son nacionalistas,
comparten la episteme nacional, el imaginario de la nación y del
Estado-nación, el imaginario de la modernidad, el progreso y el
desarrollo. La izquierda del ideologüema, la versión proletaria o
expresión ideológica de los proletarios mineros, pensaba que el camino al desarrollo
socialista era conformar empresas colectivas campesinas, koljóses,
para avanzar en la industrialización y en la solución masiva de la
alimentación. Como se puede ver, en este asunto de la modernización, el
progreso, el desarrollo y la industrialización, el mapa del ideologüema
del nacionalismo revolucionario es más diverso y estratificado.
Un cuarto
rasgo del ideologüema en cuestión es el proyecto de conformar la burguesía
nacional. Ante la constatación de que la burguesía minera formaba parte de
una burguesía intermediaria, mediadora de los intereses de las burguesías de
los imperialismos dominantes, considerando que los intereses de esta burguesía
internacionalizada no coincidían con los intereses de la nación y el Estado, es
indispensable formar una burguesía nacional, que cumpla con las tareas
pendientes, democráticas y burguesas. Esta interpretación es de alguna manera
compartida por los ideólogos del nacionalismo y por el propio Partico
Comunista, que tiene una concepción por etapas de la revolución socialista.
Esta interpretación no era compartida por los trotskistas, quienes tienen una
concepción permanente de la revolución; son los propios obreros, en alianza con
los campesinos, los que tienen que cumplir estas tareas pendientes de una
burguesía nacional inexistente. De todas maneras, a pesar de las divergencias,
esta hipótesis sobre la ausencia de la burguesía nacional forma parte de
una concepción histórica, de una compresión de las temporalidades históricas,
de los cursos y el devenir históricos. Esta concepción histórica está
íntimamente compenetrada con el desarrollo capitalista, en tanto que
este desarrollo ha pasado a la fase imperialista, a la fase del dominio
del capital financiero, las contradicciones con el imperialismo, entre nación
dominada e imperialismo se suman a las contradicciones de clase, entre
proletariado y burguesía, entre campesinos y terratenientes. Las burguesías de
los países dominados por el imperialismo nacieron tarde, prefieren aliarse a
los latifundistas y conservadores que cumplir con sus tareas democráticas. En
estas circunstancias, las revoluciones populares, en la periferia del
sistema-mundo capitalista, han optado por dos salidas a la crisis. Una de ellas
es conformar simuladamente una burguesía nacional, conformación
artificial que ha terminado constituyendo el estrato social de nuevos ricos,
los mismos que han preferido inclinarse por el gasto de la reproducción
placentera, renunciando a la inversión y ahorro calvinista; estos nuevos ricos
son los mismos que terminan aliándose a las viejas clases dominantes. La otra
salida es la opción sustitutiva; la opción por la sustitución de la burguesía
inexistente mediante el papel administrativo del Estado; la burocracia
sustituye a la burguesía. Este segundo camino termina convirtiendo al Estado en
un administrador de empresas.
Quizás un
quinto rasgo del perfil del ideologüema del nacionalismo revolucionario
es la apreciación fatal, el sentido común que se tiene sobre la inevitabilidad
del avance, expansión y cumplimiento del capitalismo. Esta racionalidad
histórica, inscrita como astucia de la razón, es la razón “realidad” y
la “realidad” hecha razón. Este prejuicio histórico es compartido entre
nacionalistas, liberales, neoliberales, pero también por la izquierda, tanto
nacional como tradicional. El capitalismo no sólo es una “realidad” sino una
especie de destino que tiene que cumplirse, aunque sólo sea para crear las
condiciones objetivas, el desarrollo de las fuerzas productivas, para
construir el socialismo y después el comunismo. A partir de este sentido común
sobre el capitalismo, podemos ver que si bien hay posiciones enfrentadas entre
los que defienden el capitalismo como fin de la historia, culminación de
la evolución humana, y los que consideran que debe vivirse el capitalismo como
etapa al socialismo, los que consideran que es el proletariado que va cumplir
con las tareas pendientes de la industrialización, en un proceso de transición,
todos se mueven en el horizonte de la modernidad, todos son desarrollistas,
asumen el ritmo histórico como desarrollo en la linealidad del progreso.
Todos comparten la matriz de los valores de la misma civilización, la
civilización moderna.
Un perfil
epistemológico, aunque todavía insuficiente en su acabado, del ideologüema
del nacionalismo revolucionario, puede obtenerse a partir de algunos rasgos
diseñadores, algunas figuraciones ideológicas, componentes de una weltanschauung,
de una concepción de mundo compartida. Como hemos visto, estos rasgos
diseñadores son la certidumbre del Estado inconcluso, el origen dramático de la
nación en la Guerra del Chaco, el mito de la modernidad, acompañadas por
el telos del progreso, del desarrollo, de la
industrialización; finalidad histórica que opera la formación de
la burguesía nacional o, en su caso su sustitución por la burocracia, en su
perspectiva radical, su sustitución provisional por el proletariado de la revolución
permanente. Esta concepción histórica y política supone la conjetura
de la inevitabilidad del capitalismo como “realidad” ineludible.
¿Qué clase
de mundo es este; es decir, ante qué imagen de mundo estamos? ¿Qué saber, qué arqueología
de saber? Ciertamente no podemos separar este saber de lo que pasa en el
mundo, del debate que se da en el mundo, particularmente en las academias,
aunque también en las organizaciones sociales y políticas, aunque estas se
encuentren rezagadas respecto al débete teórico, debido a su temprana
inclinación al dogmatismo.
No podemos
olvidarnos que, en el periodo de construcción del pensamiento nacional, estamos
asistiendo en América Latina a los avances de la Teoría de la Dependencia,
la misma que ya plantea un concepto integral del capitalismo, nos referimos al
concepto de sistema-mundo. Se trata de un concepto geopolítico que
comprende una gran división geográfica entre centro y periferia
del sistema capitalista. En esta geopolítica la inmensa periferia del
sistema-mundo se convierte en el gigantesco espacio dominado, relegada a
geografía dependiente, reducida a cumplir con la tarea asignada por la división
internacional del trabajo, que es la de la transferencia de recursos naturales
de las periferias a los centros del sistema-mundo capitalista.
Podemos decir que se trata de una inmensa geografía donde se produce
constantemente la acumulación originaria de capital por los métodos del
despojamiento y la aplicación desmesurada del modelo colonial extractivista del
capitalismo dependiente.
La académica
crítica, ligada al marxismo teórico, va a buscar dar curso a una mirada
renovada, sobre todo después de las dramáticas experiencias de la primera y
segunda guerras mundiales, las burocráticas y autoritarias experiencias de la
Unión Soviética y de República Popular de China. Hay dos propuestas renovadoras
que comienzan a circular; una es la de la escuela de Frankfurt y la otra es la
lectura e interpretación de los Cuadernos de la Cárcel de Antonio
Gramsci. Ambas propuestas teóricas van a ser tematizadas en las academias
latinoamericana, en las investigaciones y en los debates teóricos, sobre todo
la segunda, que va a ser la más conocida y estudiada. Es explicable entonces
que se usen como herramientas analíticas y como recursos interpretativos las
tesis de Gramsci sobre el Estado, el partido, la hegemonía, el bloque
histórico, la sociedad y la cultura. Así mismo, es explicable que Sergio
Almaraz Paz adquiera un tono camusiano, recurriendo a la literatura y filosofía
existencialista de Albert Camus, teniendo en cuenta los desplazamientos
críticos de la reflexión contemporánea, en su hermoso libro Réquiem para una
república. Hay necesidad de dar cuenta de las nuevas realidades históricas
o de los desplazamientos históricos a partir de nuevos conceptos. Entonces
estamos ante una imagen de mundo que responde a estas circunstancias, a la
condición periférica desde dónde se emiten los discursos, a la condición
de una conciencia temporal basada en la incertidumbre de la transición,
en el deseo de alcanzar las metas postergadas, en la necesidad imperiosa de una
identidad nacional, aunque también en el deseo de resolver los problemas de
transición de una manera radical. Como puede verse, no estamos dentro la
configuración epistemológica de la ciencia general del orden, tampoco en la
configuración epistemológica de las ciencias de la historicidad, de las
empiricidades, de la vida, el trabajo y el lenguaje, de la antropología, la
psicología y la sociología. Estas episteme pueden ser las matrices
profundas de los saberes contemporáneos y regionales, de los saberes
nacionales, empero asistimos a la emergencia de saberes de la transición, que
buscan desesperadamente comprender los tránsitos, los despliegues, los puentes,
las mediaciones y, por lo tanto, comprender las propagaciones en el tiempo y el
espacio. Por eso, esa certeza de lo incompleto, de lo inacabado, por eso, esa
ansia de modernidad, pero también de identidad, por eso esa búsqueda del
sujeto social encargado de estas tareas, por eso, también la paradójica
idea de la “realidad” como adversidad.
Sin embargo,
hay algo sobresaliente en este ideologüema, se ignora la condición
colonial de la mayoría de la población boliviana, se ignora la cuestión
indígena. Se ignoran los levantamientos indígenas y su interpelación al
Estado, a la nación y a la sociedad boliviana. Se supone tácitamente que este
problema está resuelto con la reforma agraria y con la incorporación campesina
al proyecto nacional. Esta realidad histórico-política, la relativa a
las formaciones coloniales y al diagrama de poder colonial, esta parte
impenetrable de la “realidad”, este lado oscuro del mundo, es taxativamente
desconocida. No es un problema de conocimiento para el iluminismo criollo. Esta
gran falta le impide a la episteme boliviana comprender los alcances de
la problemática histórica sobre la que se asientan proyectos tan
inestables como el Estado-nación, la modernización, el desarrollo,
la industrialización. Estos límites del ideologüema del nacionalismo
revolucionario le impiden construir una crítica completa de las dominaciones,
de las explotaciones, de las razones profundas de la dependencia, de las
razones profundas del inacabamiento del Estado y de la nación. No puede
desarrollar una teoría crítica del capitalismo desde la matriz y la condición
colonial de este sistema-mundo y modo de producción capitalista. El
marxismo boliviano y también el latinoamericano se quedan en el umbral
epistemológico, impedidos de ver y comprender las matrices profundas de la historicidad,
de sus complejas formaciones económico-social-culturales, sobre todo de
sus dinámicas moleculares formativas. No puede desenvolver una teoría
crítica descolonizadora del Estado, por lo tanto tampoco puede comprender la
condición colonial del Estado-nación. Han preferido quedarse en ese umbral y
repetir consabidamente generalidades, verdades universales, que no le hacen
mella a los órdenes, instituciones y formas de dominación capitalista. La
izquierda se termina convirtiendo en un factor más de la reproducción del
colonialismo interno, en un discurso funcional a la modernidad y al capitalismo
contemporáneo. Los izquierdistas siguen peleando contra las formas antiguas el
capitalismo, básicamente las del siglo XIX, las que estudió Marx, ajenos a las
transformaciones estructurales y mundiales del ciclo largo del capitalismo
vigente.
Claro que
hay intuiciones, anticipaciones, perspectivas solitarias como las de Carlos
Mariátegui y Tristan Marof; sin embargo, estas son voces solitarias, desdeñadas
en su tiempo y retomadas después de su muerte con objeto de difusión, sin
reflexionar profundamente sobre las implicaciones de sus desplazamientos
enunciativos, sus aproximaciones a la problemática colonial y a la cuestión
indígena. Podemos encontrar otros trabajos solitarios, empero ninguno de
ellos se convierte en escuela, en comportamiento, en conducta, en una nueva
forma de pensar, en un proyecto político descolonizador.
En relación
a esta falta, a esta restricción de la realidad histórica y social, llama
también la atención el síntoma de la omisión, síntoma manifiesto en la práctica
de este saber de lo nacional que ignora al pensamiento indio, lo desconozca, lo
descalifique de entrada. Por eso el discurso del Otro va a ser
desterrado de la comprensión del ideologüema del nacionalismo
revolucionario. Hay una forma sugerente de hacerlo, cuando se lo hace a nombre
del mestizaje. Bajo este postulado el indígena y lo indígena habrían
desaparecido en la realización de la raza cósmica, la mestiza, tal como
pregona José María Albino Vasconcelos Calderón . Este escritor mexicano no
podía hacerlo de otra manera pues responde a la experiencia de la revolución
mexicana, sobre todo al proyecto cultural e institucional desprendido después
de la revolución, proyecto institucional que se construye sobre el asesinato de
Emiliano Zapata, sobre el cadáver del insigne revolucionario campesino; esto es
el proyecto de la república mestiza.
Al respecto,
en todo caso, deberíamos discutir tesis más contemporáneas, renovadas y
diferenciales sobre la condición mestiza, como las de Serge Gruzinski, quien en
el Pensamiento Mestizo plantea la comprensión del mestizaje cultural sin
borrar las diferencias entre la herencia indígena y las otras herencias que
configuran la modernidad barroca. Hay que anotar varias confusiones en
esta interpretación de la raza cósmica; no está en discusión el
mestizaje biológico; todos somos mestizos desde nuestra condición biológica. Lo
que está en cuestión es la condición histórica de subordinación, de
dominación, de explotación, de exclusión en las que se encuentran las
comunidades indígenas, sus formas sociales, culturales, políticas e
institucionales de cohesionarse, de ser en el mundo. Lo que está en
cuestión es la violencia inicial, la guerra de conquista, la colonia, la
continuidad colonial, las formas del colonialismo interno, las formas de
colonialidad, que tienen sometidos a pueblos que devienen de otros proyectos
civilizatorios. Todas las sociedades criollas, desde Alaska hasta el Estrecho
de Magallanes, se han construido sobre cementerios indígenas, sobre territorios
despojados, sobre violencias coloniales. Estas sociedades no pueden reclamar
una condición democrática si es que no se resuelve la cuestión de la herencia
colonial. Tampoco puede pretender abolir el pasado colonial mediante la amnesia
mestiza de que sólo cuenta el proyecto nacional.
Podemos
apreciar entonces dónde radica la importancia de la emergencia y la
movilización de las naciones y pueblos indígenas originarios, dónde radica la
importancia de la insurrección indígena, de los levantamientos y marchas de los
pueblos originarios. Donde radica la importancia de su propuesta, el proceso
constituyente y la Constitución. Se trata de superar la condición de incompletud
permanente del Estado-nación, de un Estado-nación subordinado al orden mundial
del capitalismo, mediante otra transición, la transición pluralista y
comunitaria. La forma institucional de transición es el Estado plurinacional
comunitario y autonómico. Una transición que se plantea el cuestionamiento
mismo de la matriz cultural que cobija al capitalismo, la modernidad y a la
ilusión de desarrollo. Transición que se plantea superar el capitalismo
de la única forma que se puede hacerlo, de una manera civilizatoria, el cambio
civilizatorio de la modernidad. La riqueza de estos planteamientos no se
los puede eludir, sobre todo después de las dramáticas experiencias del llamado
socialismo real. La transición de la dictadura del proletariado en la
medida que se quedaba en los límites de la modernidad, por lo tanto en su
condena histórica, no podía sino revivir al capitalismo por otras vías,
por la vía burocrática. Las transiciones populistas y nacionalistas, que se han
dado en las periferias del sistema-mundo no podían sino reproducir la
dependencia por otras vías, sin mellar las estructuras de dominación del
capitalismo a nivel mundial. Estas experiencias no pueden ser propuestas ahora
como solución, ya han sido experimentadas y adolecen de límites congénitos
insuperables, pues no comprendieron integralmente la problemática del
capitalismo, no comprendieron la matriz colonial del capitalismo, no
comprendieron la matriz extractivista y destructiva del capitalismo.
Al respecto,
no se puede decir, como dicen algunas voces apresuradas y poco reflexivas de la
izquierda, que el Estado plurinacional ha periclitado, hablando y refiriéndose
a la crisis del llamado proceso de cambio, cuando este Estado
plurinacional nunca ha sido construido. Lo que ha hecho el gobierno populista
es restaurar el Estado-nación para beneplácito de izquierdas y derechas. Esta
izquierda es demasiado indolente y orgullosa de sus propias pobrezas, como para
ponerse a trabajar seriamente y reflexionar sobre los alcances de seis años de
luchas semi-insurreccionales (2000-2005), luchas que abrieron el proceso
político que todavía vivimos, con todas sus contradicciones inherentes.
Prefiere repetir los viejos y desgastados discursos de la dictadura del
proletariado o de la soberanía Estado-nación. Un firme aliado de ambos
discursos, sobre todo del segundo es el gobierno populista, pues ha restaurado
el Estado-nación y hace gala de un nacionalismo descollante. Aunque también por
ahí sigue hablando de un socialismo comunitario, figura paralela y
complementaria del socialismo del siglo XXI, proyectos que no son otras
cosas que renovaciones fragmentarias e inconsecuentes del socialismo real. Así
mismo, tiende a optar por métodos autoritarios y despóticos para acallar la
interpelación de las naciones y pueblos indígenas originarios y de los
movimientos sociales que lucharon por la apertura del proceso. Eso,
aunque sea un remedo cruel de la dictadura del proletariado, repite el
procedimiento de los estados en su confrontación con las sociedades, el
procedimiento del Estado de excepción.
A modo de
conclusión
Hay algunos
sepultureros del proceso de cambio, que se adelantan ansiosamente,
mostrando su apresuramiento, para diagnosticar la muerte temprana del proceso
constituyente, regodeándose de sus contradicciones, como si éstas no se
dieran en todo proceso revolucionario. Creyendo que estas
contradicciones presentes no formaran parte de las contradicciones que anidan
en la historia, en las historias singulares de las formaciones sociales.
Quizás esperanzados en que éstas contradicciones, las del proceso de cambio,
anulen sus propias contradicciones históricas, la de las oligarquías, la
de las burocracias, la de los voceros del “pragmatismo” de la sumisión y
subordinación, contradicciones de las clases dominantes. Contradicciones
políticas manifiestas en los fracasos y discordancias legendarias de las
formaciones coloniales y periféricas del sistema-mundo capitalista. A
estos sepultureros debemos decirles que, cuando se abre un proceso
político, como el abierto por los movimientos sociales y las luchas indígenas,
no se clausura este horizonte despejado, aunque fracase un gobierno, que no
necesariamente ha respondido adecuadamente, desplazándose en la explanada del
horizonte abierto, sino, mas bien, ha mostrado su apego al pasado,
inmovilizándose en el umbral. El horizonte queda abierto como desafío, como
visibilidad, como espacio que hay que recorrer. Esta es la tarea, tanto
política como epistemológica, reconducir un proceso contradictorio y dar
apertura una comprensión y conocimiento pluralista, en el contexto de las teorías
de la complejidad y las cosmovisiones indígenas.
¿Cuándo la crítica
es crítica? ¿Qué es la crítica? La crítica, que viene del
griego, de κρίνειν krínein, que quiere decir discernir, analizar,
separar; de las que deriva κριτικός kirtikós y κριτική kritikē;
es decir, crítico, crítica; relacionado a juzgar, también dirimir. La
palabra crítica, la acción de discernir, deriva de la palabra
criterio; que connota el uso de conceptos. Ampliando la interpretación
etimológica, tomando en cuenta la raíz griega kri(n), derivada del
proto-indoeuropeo kr ̥ n , que, en
latín, también deriva en palabras como secretum y discernere, se
puede concluir que la crítica alude al análisis, cuya finalidad es la
contrastación, no solo con la realidad sino también con las teorías. Se
trata entonces de la consistencia o correspondencia con la realidad,
también con la consistencia teórica. Emmanuel Kant llevó la crítica más
lejos, cuando establece la crítica como el análisis de las condiciones
de posibilidad del conocimiento y de la experiencia. A partir
de este desplazamiento epistemológico de la crítica, se pasa a la filosofía
crítica, convirtiendo al pensamiento en la mimesis conceptual del
movimiento efectivo. Quizás la expresión mayúscula de esta pretensión teórica
es la filosofía de la historia. A partir de este paradigma racional,
que convierte a la historia en el escenario dialéctico de las astucias
de la razón, se desprenden las críticas a los corpus teóricos con
pretensiones científicas. Karl Marx desarrolla la crítica de la economía
política.
Se ha
hablado de la crítica, de la crítica de la crítica, también de la
crítica general o generalizada. De alguna manera, este decurso se
enuncia en la filosofía dialéctica, tanto en su versión “idealista” como
en su versión “materialista”. En este último caso la crítica forma parte
de la política, como realización de la filosofía. También el marxismo es
sometido a la crítica por las corrientes postmarxistas. La crítica, en sus
modos variados, forma parte de las prácticas teóricas, filosóficas,
epistemológicas y científicas; si se quiere, forma parte de las contrastaciones
teóricas, lógicas, epistemológicas y metodológicas. La crítica adquiere otras
connotaciones en la hermenéutica; en este caso la crítica tiene que ver con la
interpretación del texto en el contexto; en principio, de textos, después, de
contextos histórico-culturales. El método del círculo hermenéutico
es un claro ejemplo de esta forma de crítica, que adquiere el sentido de
la interpretación de nunca acabar. Jacques Derrida lleva la crítica
hermenéutica más lejos con la deconstrucción, cuando la crítica
se comporta como el desmontaje de textos, que suponen tejidos y capas de
tejidos. La deconstrucción articula etimología, interpretación narrativa,
interpretación conceptual, interpretación simbólica, interpretación metafórica,
conectadas con interpretaciones histórico-culturales y políticas.
Estamos pues
ante una herencia acumulativa de la arqueología de la crítica. En el presente,
se espera que la crítica recoja esta herencia o, por lo menos, parte de
ella. De ninguna manera se espera que se pretenda que sea “crítica” una
narrativa “ideológica”, sobre todo tratándose de una de las “ideologías”
conservadoras. No se puede llamar crítica a la reducción de la obra de
una autor a una caricatura, después, ejercer sobre esa caricatura la pretendida
“crítica”. Esto no es nada más que un discurso prejuicioso. Se puede estar de
acuerdo o no con un autor, con su obra, con la pertinencia o no de su obra; sin
embargo, cuando se trata de la crítica de esa obra y ese autor, se
requiere la comprensión de la estructura de la obra, la estructura
conceptual de la obra, incluso si se trata de desplazamientos estructurales
y conceptuales de la obra, definiendo distintas etapas. Cuando se obtiene la
composición narrativa y teórica de una obra, entonces se está en condiciones de
iniciar la crítica del texto o del conjunto de textos, que hacen al
contexto hermenéutico de la obra. Si se reduce la obra a una caricatura, lo
único que puede salir es otra caricatura de “crítica”, no la crítica en
sentido pleno de la palabra.
Llama la
atención la pobreza de la “crítica” de la obra de René Zavaleta Mercado. Se
parte de las premisas prejuiciosas, de partida, de que el autor aludido no
piensa bien Bolivia, no piensa bien la sociedad. Nunca se expresa
claramente el referente con el que se contrasta, referente que, se supone,
corresponde a la verdad de la sociedad y a la verdad de Bolivia.
Las fallas de la obra o del pensamiento del autor, inherente a la obra, tienen
que ver con que no es un pensamiento democrático , es un pensamiento
determinista y es un pensamiento populista. ¿Es esta una crítica?
El eje central de la argumentación consiste en encontrar una composición doble
en el pensamiento de Zavaleta, heredero del ideologüema del nacionalismo
revolucionario y de la teoría marxista. De esta teoría hereda el determinismo
histórico, de la que no escaparía Zavaleta, a pesar de su apego y recurso a las
concepciones gramscianas del marxismo, que ya ventilan desplazamientos teóricos
y conceptuales. Por otra parte, el otro eje de la argumentación tiene que ver
con la concepción dramática del destino de la nación; una nación arrebatada por
la dependencia y la subordinación a la dominación extranjera. En otras
palabras, la crítica develaría, supuestamente, un discurso y una interpretación
de victimización.
Resulta
difícil reconocer la obra de Zavaleta en esta interpretación tan esquemática y
maniquea, independientemente de la inclinación por las concepciones del autor.
El método de la crisis como procedimiento de conocimiento no puede ser
reducido a la violencia, al deseo de violencia, que no sería otra cosa, que
deseo de venganza. Es cuando se delata esta supuesta crítica; muestra sus
enormes vacíos en lo que respecta a la descripción adecuada de la obra, al
manejo de los conceptos de la narrativa zavaleteana. Nada más lejos de los
sentidos implícitos en las escrituras, en la formación discursiva y enunciativa
de Zavaleta.
No se
entiende por qué tendría que ser determinista la tesis de la formación
social abigarrada, tesis principal de la teoría de Zavaleta. En resumidas
cuentas la formación social abigarrada alude a la complejidad de
la formación social, a la yuxtaposición de sus formas, contenidos y
expresiones. Esto no puede ser, de ninguna manera, determinismo. Tesis de donde
se desprenden el concepto de crisis, que viene a ser, en Zavaleta, un concepto
epistemológico, también una configuración problemática, que debe ser desbrozada
a partir de la lectura de la crisis, que tiene connotaciones políticas,
también sociales y culturales; se está hablando de la crisis de Estado;
no de la violencia descarnada. Parece que el “crítico”, en este caso, tiene
problemas con los fantasmas de la violencia, que le impiden elaborar una
crítica, empujándolo a una diatriba contra sus propios fantasmas.
No se
reconoce ninguno de los capítulos de Lo nacional-popular en Bolivia,
obra póstuma de Zavaleta. La querella del excedente, capitulo donde el
autor trata de la guerra del pacifico, es reducida a síntomas del
resentimiento; dejando de lado el sugerente análisis de Zavaleta sobre las
características estatales de Chile, Perú y Bolivia, las diferencias sociales y
culturales, las condiciones diferenciales de sus tendencias económicas, sus
estructuras económicas y estructuras de poder, a pesar de las analogías de
formas jurídicas. No se toma en cuenta El mundo de Willka, capitulo
intenso, donde se relata y analiza la Guerra Federal, en el contexto del sistema-mundo
capitalista. No está pues Zavaleta, la obra del autor, en el objeto
de esta “crítica”. Nos encontramos con los fantasmas y miedos del
pretendido “crítico”.
Sospecho que
con la decadencia del MAS, es decir, con las consecuencias políticas, por no
seguir con el proceso de cambio, y embarcarse en el círculo vicioso del poder,
repetimos la triste historia del tiempo de las cosas pequeñas, de aquel tiempo
del que hablaba Sergio Almaraz Paz. Sin embargo, esta revolución, la del 52,
fue nuestra revolución, cuando nos constituimos como nación, como Estado-nación
efectivo, no solamente jurídico. No supimos defender lo que quedaba de esa
revolución en 1964. Era como abandonar a un familiar ante el peligro de muerte,
justificar el abandono por haberse descarriado. Ahora pasa lo mismo, la
decadencia en el MAS y del gobierno es alarmante; empero, son nuestros
monstruos, emergidos de la movilización prolongada. La vieja rosa, la nueva
rosca, el eterno retorno de las roscas quiere sacar la cabeza. Ellos creen que
es el anuncio de su retorno. La tarea es difícil; no podemos dejar de hacer la
crítica, buscar la profundización de un proceso de cambio
"traicionado", por un lado; tampoco podemos dejar que las eternas
roscas saquen la cabeza, por así decirlo, y pretendan decirnos lo que siempre
nos han dicho, mostrarnos sus miserias y mezquindades como verdades. Volvemos a
momentos decisivos como los de 1964. Debemos defender lo poco que queda del
proceso de cambio, sin dejar de hacer crítica,
sin dejar de hacer activismo, sin dejar de mantener el fuego para que una
chispa vuelva a incendiar la pradera.
Conversaciones
con Luis Minaya
¿Cómo
interpretar una escritura, incluso si esta sufre sus desplazamientos y
transformaciones? ¿Cómo interpretar una obra, que es lo que se llama en
referencia a un conjunto, más o menos secuencial, de escritos, si se
quiere a una constelación de textos? ¿Cómo interpretar la obra de René
Zavaleta Mercado? Estas son las preguntas que nos hacemos en la segunda década
del siglo XXI, cuando asistimos a la decadencia de un gobierno progresista,
que, en vez, de profundizar el proceso de cambio, ya sea en transiciones
lentas, si es que no se lo quiere hacer o se cree que no se puede hacerlo más
rápido, ha optado por lo de siempre, por el circulo vicioso del poder.
Nos hacemos estas preguntas cuando una lectura rápida, provisional,
conservadora, pretende descalificar a la obra de Zavaleta, descalificando
también al autor, sin más argumentos que los prejuicios cultivados en el
espíritu de revancha de las élites derrocadas. Escribimos en La episteme
boliviana sobre este iluminismo criollo y mestizo, que efectuó la interpretación
crítica de la historia política y de la historia económica de
Bolivia, ocasionando una especie de paradigma de interpretación de la
formación social boliviana [40] . Es, sin duda, un acontecimiento
intelectual, pues se teorizaba, se construían interpretaciones, corpus
enunciativos, para hacer inteligible la formación social abigarrada.
Frente a este aporte, la intelectualidad conservadora no mostró más que sus
miserias; repeticiones e imitaciones deslucidas de lo que le parecía honorable
de las teorías universales de la modernidad. Por otra parte, la formación
discursiva conservadora criolla hacía gala de sus vacíos y lagunas, sobre todo
de su miopía, al no ver, no percibir, no comprender ni explicarse el país en el
que vivían.
Como decía
Hugo Zemelman Merino, Zavaleta era elocuente en la exposición luminosa de
conceptos plásticos, cargados metafóricamente, casi figuras poéticas. Seres
humanos como René Zavaleta se encuentran conmovidos por los espesores históricos
de su país, del que tienen la memoria de las huellas inscritas en
sus territorios, cuerpos y ciclos. Hablan, si se quiere, piensan, con todo el
cuerpo. No se sienten externos a una realidad, que para otros se
convierte en un objeto de estudio. Forman parte de ella, viven, sufren y
se alegran con las contingencias, avatares, planos y espesores de intensidad
de esa realidad. Bolivia para Zavaleta era su pasión, el amor
perdido que hay que recuperar. Sus escritos, en todas sus etapas, la más
vinculada al ideologüema del nacionalismo revolucionario, la de
transición a un marxismo gramsciano, la de un desplazamiento a un más allá del
marxismo, cuando intenta percibir desde los ojos de Willka, son escritos con
sangre, como exigía Friedrich Nietzsche, son dispositivos a usarse en acciones
emancipadoras de un país atrapado en las mallas de la colonialidad y en las
redes del sistema-mundo capitalista.
La
intelectualidad conservadora no lo ha querido a Zavaleta; les parecía una
hecatombe discursiva, una convulsión pasional que iluminaba con sus
irradiaciones interpeladoras. No lo quieren, ahora, habiéndonos dejado hace un
buen tiempo, pues sus escritos recuerdan a esta ardiente llamarada de palabras,
que quema. No se le puede perdonar a este intelectual cholo, erudito e
irreverente, por estas pretensiones iluministas. Los intelectuales, según
ellos, de nuestro continente, de las periferias del sistema-mundo
capitalista, deben honrar a las verdades universales
institucionalizadas. Además, deben decirse estas verdades, con calma,
mesura, con voz de profesor aburrido, a un ritmo de letanía amarga. Zavaleta
era todo lo contrario, seducía a su auditorio, hablaba efusivamente, exponía
intempestivamente, desplegando largas disertaciones eruditas y críticas.
Hay que leer
sus escritos entonces acercándonos a su percepción apasionada del país.
Debemos encontrar, primero, sus intuiciones asombrosas, para captar los sentidos
inmanentes de la experiencia social, transmitidos a su escritura,
abordados con la singularidad de su formación. Después podemos interpretar los
conceptos. Esto para evitar exegesis como de diccionario, deducidas de paradigmas
teóricos institucionalizados. Un concepto puede conllevar su efecto
abstracto, su irradiación general; empero, cuando se lo uso en un discurso, en
un escrito, adquiere connotaciones propias, singulares; sólo se lo puede
decodificar atendiendo a la experiencia y a la memoria social e
individual.
En la Formación
de la consciencia nacional Zavaleta parte del acontecimiento
de la guerra del Chaco. La considera una experiencia conmovedora e inaugural de
la consciencia nacional. ¿Qué hay de criticable en esta premisa?
¿Colocar el nacimiento de la consciencia nacional, por lo tanto, del
Estado-nación efectivo, en este acontecimiento bélico, y no en la guerra
de la independencia? ¿Por qué tendría que ser la guerra de la independencia El
nacimiento del Estado-nación y no, mas bien, uno de los nacimientos, quizás
abortados? Pues el Estado-nación no se termina de constituir en su materialidad
institucional jurídica, política, social, económica y cultural. Esta manera de
asumir el análisis forma parte de lo que Michel Foucault considera los discursos
histórico-políticos, a diferencia de los discursos jurídico-políticos.
Los
discursos histórico-políticos son críticos de la dominación; se estructuran
como interpelación a las dominaciones. La guerra es un concepto que hace
inteligible la formación social, precisamente en su crisis, como enunciaba
Zavaleta. De esto se trata la tesis inicial de este intelectual crítico.
Independientemente si se está de acuerdo con esta tesis, si se quiere con el paradigma
histórico-político, que se tenga más apego al paradigma
jurídico-político de legitimación del poder, lo importante es seguir la estructura
de esta interpretación de la realidad histórica y social de Bolivia,
seguir su lógica. Si se quiere criticar, no hay que perder de vista la
descripción del cuadro conceptual. Sin embargo, la pretendida “crítica” no hace
esto; prefiere bañarse en sus propios prejuicios, usar la regla de su
formación académica, como si esta fuera aplicable universalmente, además de
desatender a las propias corrientes y debates contemporáneos en las teorías,
por lo tanto al cuestionamiento de las pretensiones de verdad y de las
pretensiones de universalidad de las teorías institucionalizadas.
Esta pose de
nobleza no hace otra cosa que desatender lo que lee; por lo tanto
alejarse del texto y extraviarse en sus recónditos miedos. Esta lectura
conservadora de la obra de Zavaleta no solamente es “ideológica”, sino es
represiva consigo misma, no se da la oportunidad de comprender la obra, de
entenderla, incluso para criticarla.
En Lo
nacional-popular en Bolivia nos encontramos a un Zavaleta que ha dejado
como sedimentación de su memoria al ideologüema del nacionalismo
revolucionario, que ha incursionado en la formación marxista, adscribiéndose a
la crítica gramsciana, que articula imprescindiblemente, en su inmediatez, la estructura
económica y la superestructura ideológica, jurídica y política. No
hay determinismo, sino como el marxista italiano llama bloque histórico.
El concepto de bloque histórico debe interpretarse epistemológicamente
como entrelazamiento de estructura y superestructura, antes que
como bloque de clases sociales, como el gramscianismo vulgar acostumbra. Sobre
o, mas bien, dentro esta concepción de totalidad intrínseca se puede
deducir, si se quiere, la descripción del bloque de clases o alianza de clases.
Zavaleta no es, de ninguna manera, ajeno a esta concepción, más hegeliana, que
engelsiana, de la estructura social. Mal se puede decir que Zavaleta es
determinista. Esto es no haberlo entendido.
En Lo
nacional-popular también se nota a un Zavaleta preocupado, como no lo había
hecho antes, por la problemática colonial, en el sentido de la dominación
estatal sobre las naciones y pueblos indígenas. Ahí está, como corroboración de
lo que decimos, el capítulo de El mundo del temible Willka; también su
replanteamiento de la concepción espacial. Esta intuición como condición de
posibilidad de la experiencia, en el capítulo sobre La querella del
excedente. En La querella del excedente el tema es la pérdida de
Atacama en la guerra del pacífico; el análisis es sobresaliente, al margen y
muy lejos de los revanchismos y chauvinismos acostumbrados, Zavaleta desmenuza
la condición de posibilidad histórica territorial, el efecto des-articulador de
la pérdida de un espacio acoplado a los archipiélagos andinos. Espacio borrado
por la mirada oligárquica, que sólo entendía como territorio la extensión de
sus fincas y de sus minas. Analiza las condiciones y las composiciones de los
tres Estado-nación en guerra; Bolivia, Chile y Perú. Para decirlo resumidamente
y no hacer una larga exposición al respecto, la estructura gamonal del poder
en Bolivia y Perú debilitan a estos estados en su capacidad de respuesta, de
defensa de sus territorios; en cambio, la transición del gamonalismo chileno
hacia una burguesía pujante, consigue la modernización institucional y de sus
aparatos bélicos del Estado-nación chileno. Sin alargarnos, de todos modos, en
ambos casos, la cuestión indígena es parte de la composición y las
razones de la guerra del pacífico. El Estado-nación criollo chileno reinicia la
guerra contra los pueblos indígenas del sur, sobre todo con la nación y pueblos
mapuches, como preludio de la guerra del pacífico. Por el otro lado, dos
Estado-nación, con preponderante población indígena, van a la guerra
enseñoreados de sus tenencias, riquezas y sus dominaciones coloniales. Como
dice Zavaleta, la guerra estaba pérdida de antemano, si es que no se acudía a
transformaciones estructurales e institucionales de estos Estado-nación,
perdidos en el ostracismo de sus oligarquías criollas.
Comparando
la guerra del pacífico, la guerra federal y la guerra del chaco, Zavaleta
observa que sorprende que la sociedad no haya respondido, como corresponde en
estos momentos, a la pérdida de Atacama, que haya tardado en asimilar esta
pérdida hasta muy tarde; que la que sabía que se perdía el litoral, la
oligarquía gobernante, creyó que no era una pérdida irreparable. Por eso
prefirió negociar el Atacama, recibiendo dinero y un ferrocarril a cambio;
firmando esta entrega en el Tratado de 1904. En cambio la guerra federal fue un
acontecimiento estatal; lo profundo de la sociedad se movilizó, la estructura
misma del Estado se conmovió y terminó no solo de desplegar su crisis, sino de
transformarse. De un Estado-nación patrimonial se pasó a un Estado-nación
jurídicamente liberal, con instituciones liberales, que pretendían encaminarse
al progreso y al desarrollo. Sin embargo, la ilusión jurídica
liberal y la restringida malla institucional liberal no podían ocultar a la
inmensa mayoría poblacional, ajena a esta burbuja jurídica-política, que
tampoco dejaba de ser oligárquica, aunque esta transitaba seriamente a
conformar una burguesía minera. Es la guerra del chaco la que vuelve a
conmocionar al país entero; las clases sociales, los pueblos, mestizos e
indígenas, se encuentran en las arenas del chaco, confraternizan en las
trincheras y se abrazan en la muerte. Para Zavaleta este acontecimiento,
en su singularidad, se convierte en la matriz de la consciencia nacional.
El momento
constitutivo y la disponibilidad de fuerzas
son dos conceptos que conciben la intensidad del acontecimiento,
momentos históricos creativos, de desplazamiento y de posibles rupturas.
Momentos de articulación desmesurada y de apertura enérgica. Se puede decir que
el método de la crisis como procedimiento para hacer inteligible las formaciones
sociales abigarradas, el momento constitutivo y la disponibilidad
de fuerzas, son concepciones que elaboran un pensamiento propio en
Zavaleta. Esta propiedad del pensamiento singular, en su etapa “madura”, no
pertenece al ideologüema del nacionalismo revolucionario, tampoco a la
concepción marxista gramsciana; ya forma parte de una nueva etapa del
pensamiento intenso de este intelectual militante y comprometido. Si bien esta
etapa ha quedado inconclusa, debido a su muerte temprana.
En torno a La
querella por el excedente
En el
capítulo de La querella del excedente se analiza el Estado, la formación
del Estado-nación en Bolivia, Chile y Perú. Se analiza el Estado en relación al
excedente, a la disponibilidad y al óptimo de la ecuación
Estado-sociedad. El excedente, de por sí, no garantiza la disponibilidad;
es decir, la retención y la absorción del excedente por la materialidad
estatal; cierta absorción del excedente no garantiza el logro del óptimo
de la ecuación Estado-sociedad. Entonces la pregunta es sobre las condiciones
de posibilidad histórica, las composiciones y combinaciones históricas
adecuadas, que hacen posible el óptimo. René Zavaleta Mercado considera
que el análisis del juego de estas condiciones de posibilidad históricas,
de estas composiciones y combinaciones históricas se hace posible en la contrastación
de los momentos constitutivos. Las historias de las sociedades y
los estados están erigidas por momentos constitutivos, momentos que
inscriben en los decursos estructuras estructurantes, por así decirlo,
usando en nuestra interpretación un concepto de Pierre Bourdieu, de los
desenvolvimientos de la historia misma. Las estructuras
estructurantes de los momentos constitutivos pueden dar lugar a la
apertura de recorridos al óptimo o, por lo contrario, pueden clausurar
estos recorridos históricos, en los periodos correspondientes, donde el momento
constitutivo hace, a la vez, de matriz y de horizonte.
En la región
andina un momento constitutivo inaugural fue la estrategia social
desplegada de la articulación y complementariedad de los pisos ecológicos;
estrategia sobre la que se establecen las formaciones sociales andinas
precolombinas, desde las formas complementarias de las comunidades nómadas
hasta el Estado Inka, institución cultural y territorial compleja,
que articula la constelación de ayllus y markas del Tawantinsuyu,
pasando por la conformación transversal de las alianzas políticas y
territoriales de los ayllus. Otro momento constitutivo es la
conquista y la colonización, momento constitutivo éste que ha requerido des-constituir,
primero, el momento constitutivo andino y su irradiación cultural y
territorial. Zavaleta encuentra que la viabilización al óptimo se
hallaba en el momento constitutivo andino y se clausura, de alguna manera, en
el momento constitutivo de la conquista. Para lograr otro óptimo en el horizonte
histórico irradiado por el momento constitutivo colonial se requería
transformaciones estructurales e institucionales del Estado colonial; cosa que
no ocurrió, salvo, de manera improvisada, en la emergencia de la guerra contra
las naciones y pueblos indígenas, sobre todo en el caso de la historia de
Chile. Los españoles derrotados en el sur, amenazados por el asedio indígena,
fueron obligados a modificar la forma organizativa de hueste de conquista
para conformar un ejército. Este aparato de guerra se instaura
como la matriz del Estado. Después de la guerra de la independencia, esta es la
herencia colonial del Estado-nación de Chile, Estado-nación, por cierto
oligárquico; empero, obligado a la convocatoria autoritaria a toda la
población. El gobierno del periodo de la guerra del Pacífico no podía comenzar
la guerra de expansión al norte sin antes tratar de resolver el problema
pendiente dejado por los españoles, la dominación estatal sobre las naciones y
pueblos indígenas del sur. Por eso, retomó la guerra contra los indígenas, como
preludio de la guerra del Pacífico.
El
Estado-nación de Chile se había preparado para guerra con tiempo de
anticipación, teniendo como antecedente que se trata de un Estado que nace no
solamente en la guerra y por la guerra, sino guerreando efectivamente contra
los indígenas. El antecedente de esta guerra, la del Pacífico, se encuentra en
la guerra contra la Confederación peruana y boliviana, que era el proyecto
asumido por el Mariscal Santa Cruz. En esa guerra, el ejército chileno apoya a
la oligarquía costeña peruana en su lucha por la hegemonía contra la oligarquía
serrana, que era una de las bases de la composición de la Confederación. Se
trata de una guerra del interior contra la costa, una guerra ente los
proyectos estatales del interior contra los proyectos estatales de los
puertos, cuya mirada se encuentra en el mercado internacional. Esta guerra la
perdió el interior, la perdió la Confederación; este es el desenlace
compartido por otras guerras equivalentes en el continente. Ganó el mercado
internacional contra la posibilidad de un mercado interno, ganó la oligarquía
porteña contra las oligarquías del interior, que se encontraban en alianzas con
estratos populares. Se puede decir también que las derrotas del proyecto
hegemónico endógeno respecto al proyecto hegemónico exógeno,
fueron momentos constitutivos distribuidos en la geografía del
continente, en coyunturas decisivas. Clausuraron la posibilidad de óptimos
estatales-sociales en la configuración histórica posterior de los
Estado-nación del continente, desplegando ecuaciones histórico-políticas, por
así decirlo, inciertas e inestables, manifestando permanentemente la crisis
múltiple de los estados.
A la guerra
del Pacífico asistió el Estado chileno preparado para la misma, en cambio, el
Estado de Bolivia y el Estado del Perú se encontraron, como quien dice,
desnudos, descubiertos en sus propios apuros, en sus propias vulnerabilidades,
sin capacidad de disponer de todas sus fuerzas, pues, si bien contaban con el excedente,
hasta en demasía, respecto de Chile, no tenían disponibilidad y estaban
lejos del óptimo. Esta guerra se la podía vencer en una guerra larga y
en la sierra, en el interior; sin embargo, las burguesías liberales de
Perú y Bolivia, más volcadas al proyecto portuario de mercado internacional,
conspiraron contra esta posibilidad de resistencia y guerra prolongada.
Prefirieron pactar con el vencedor. El país que más perdió en esta guerra fue
Bolivia, al perder el Atacama y clausurar su salida portuaria, que serviría
tanto al proyecto endógeno como al proyecto exógeno. La
oligarquía gobernante prefirió abandonar la guerra con anticipación, dejando al
Perú pelear por tres años, después prefirió canjear el Atacama por dinero y un
ferrocarril. Esta miseria política, diplomática y estatal de la oligarquía
boliviana muestra patéticamente cuan lejos estaba de no sólo el óptimo sino
incluso de la voluntad de disponibilidad.
Las guerras
de los pueblos del interior y las oligarquías porteñas
En Guerra
periférica y geopolítica regional [41] escribimos:
La Guerra
contra la Confederación Perú-Boliviana concurre desde el año 1836 hasta 1839 .
Se enfrenta la Confederación Perú-Boliviana a la alianza formada por peruanos
contrarios a la confederación y la República de Chile.
Cuando se
dio lugar la Confederación Perú-Boliviana, la reacción de la oligarquía costeña
fue contraria; se opusieron contra lo que consideraron era el dominio de la
sierra peruana y boliviana. Destacamentos peruanos al mando de Felipe Santiago
se enfrentaron a las fuerzas confederadas. El desenlace del enfrentamiento
bélico fue favorable a la Confederación, culminó con la derrota y fusilamiento
de Salaverry. La flamante Confederación andina no sólo tuvo que enfrentar esta
oposición peruana y chilena, sino también el desacuerdo argentino; la
Confederación Perú-Boliviana combatiría a la Confederación Argentina, dirigida
por Juan Manuel de Rosas. En las batallas emprendidas en este frente de guerra
s e pugnaron territorios del altiplano. En este caso, también el ejército
confederado de Andrés de Santa Cruz consiguió imponerse.
Empero,
básicamente la guerra confederada se desenvuelve en el enfrentamiento de la
Confederación Perú-Boliviana con la República de Chile, que apoyaba a peruanos
contrarios a la confederación. Estos “restauradores” deseaban la reunificación
del Perú y la expulsión de Santa Cruz del poder.
La segunda
fase de la guerra culminaría con la victoria de las tropas del Ejército Unido
Restaurador, ocasionando la disolución de la Confederación Perú-Boliviana,
dando con esto también culminación al protectorado de Andrés de Santa Cruz.
¿Por qué se
opuso Diego Portales a la Confederación Perú-Boliviana? ¿Por qué también lo
hizo la Confederación argentina? ¿Por qué los peruanos del norte se alzaron en
armas contra la Confederación andina? Revisando los hechos, tal parece que en
tiempos de Andrés de Santa Cruz, Bolivia contaba no sólo con un estratega y
estadista, sino también con un ejército capaz de hacer frente a dos guerras
casi simultáneas. Este general de Simón Bolívar, oficial curtido en la guerra
de la independencia, era como la presencia o la proyección de una época
gloriosa, de la cual devienen todavía los aires de la Gran Colombia. En el caso
del Mariscal de Calahumana, incluso podemos no sólo tener en cuenta la
extensión geográfica del Virreinato del Perú, sino incluso del Tawantinsuyu. Se
trataba de buscar corregir los errores locales del nacimiento de las repúblicas
independientes. Ahora bien, ¿por qué no entró en este proyecto Chile? No eran
estructuras sociales tan distintas, aunque había más analogía entre las
estructuras sociales de Bolivia y Perú. Al final se trataba de repúblicas que
habían sido liberadas por los ejércitos independentistas de Simón Bolívar y San
Martin, quienes se pusieron de acuerdo en Guayaquil, sobre el curso a seguir.
Cuando estos países se vieron amenazados por la flota española que incursionaba
el Pacífico, confraternizaron para afrontar la amenaza. ¿Qué ocurrió en los 40
años posteriores a la finalización de la guerra de la Confederación para que la
situación cambie, para que la correlación de fuerzas cambie tan drásticamente,
que la ventaja cualitativa la tenga Chile contra Bolivia y el Perú?
La oposición
de Portales a la Confederación fue enunciada claramente: Bolivia y Perú eran
mucho más que Chile. De concretarse esta unión era como que el destino de Chile
se circunscribiría a un papel modesto. ¿Por qué no pudo pensarse de otra
manera? ¿Los intereses económicos que se conformaron al sud, en Santiago, y al
norte, en Lima, visualizaron como amenazas la conformación de una Confederación
que potenciaba la sierra y los Andes, el interior, contra la costa? ¿Se repetía
la misma mezquina perspectiva de las oligarquías locales que se opusieron a la
Patria Grande? Bolivia tenía como referente administrativo la Audiencia de
Charcas, y como referente económico el entorno potosino, vale decir la economía
de la plata, que comprometió a una geografía que venía desde Quito y llegaba a
Córdoba. Esta economía, que podemos llamar endógena, con cierta cautela, se contrapone
a la economía de la costa, altamente articulada al mercado internacional de la
revolución industrial. ¿No se podía combinar ambas geopolíticas, ambas
estrategias económicas? ¿Por qué tendrían que ser dicotómicas? Tal parece que
en estas contradicciones se encuentra la explicación de las tensiones entre el
interior, las provincias del interior, y las capitales, que tienen la mirada
puesta en la costa, que los subordina al mercado internacional. La guerra
gaucha, de las provincias del interior contra Buenos Aires, parece tener el
mismo sentido. Así también la guerra de la triple alianza, Argentina, Brasil y
Uruguay, contra Paraguay, país que conservó una perspectiva endógena.
El ciclo del
capitalismo de la revolución industrial, bajo hegemonía británica, arrastró los
centros económicos de los países periféricos a la costa, condicionando sus
economías a circunscribirse a una división del trabajo internacional, a una
geopolítica capitalista, que los condenaba a ser países extractivistas. No es
pues inapropiado nombrar a la guerra del Pacífico como guerra del guano y del
salitre, la querella del excedente. Estos países periféricos, involucrados en
la guerra, disputaron el excedente para satisfacer la demanda británica y
europea. La guerra que se peleó fue para favorecer a sus oligarquías, que eran
intermediarias del capital británico. Las oligarquías locales no podían tener
otra perspectiva que la de sus intereses locales; era entonces imposible que de
ellas se genere una perspectiva integral. Entre las incipientes burguesías
nativas, boliviana, chilena y peruana, con sus propias contradicciones
coloniales, enfrentando a sus poblaciones indígenas, aunque lo hagan en
distintos contextos y de distinta manera, la que parece haber resuelto, para
entonces, problemas de constitución de clase, es la burguesía chilena, en tanto
que las burguesías boliviana y peruana, todavía se debatían en la ambigüedad de
proyectos contrastados. Entre persistir en la dominación gamonal, latitudinaria
y colonial, o transformar su dominación, modernizando sus relaciones de poder,
proletarizando a su población.
La burguesía
chilena, intermediaria del capital hegemónico, no encontró otra cosa, como
proyecto propio, que expandirse, controlar los recursos naturales que sus
vecinos no sabían explotar ni administrar. Se trata de una guerra de conquista
de mediana intensidad. Se puede decir que la estatalización en Chile se dio más
rápidamente que en Bolivia y Perú, a quienes les costó más tiempo conformar un
Estado-nación. Parece que es en el transcurso de esas décadas, que vienen desde
los treinta y van hasta los setenta del siglo XIX, que la burguesía trasandina
se inclina por una estrategia militar. Concretamente se prepara para la guerra;
desde la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana hasta la Guerra del
Pacífico, concurren reformas institucionales administrativas y militares,
tendiendo a una modernización, equipamiento, disciplina y adecuación a las
tácticas y estrategias de la guerra moderna, para ese entonces. En cambio, parece
no concurrir esto ni en Bolivia ni en el Perú, que enfrentan la guerra con los
resabios de la guerra de la independencia y la guerra confederada.
Zavaleta
Mercado habla de disponibilidad y de óptimo. Dice que el Estado chileno logró
esta disponibilidad de fuerzas y un óptimo para cuando estalló la guerra del
Pacífico. Lo que no ocurrió con Bolivia y Perú, que contaban con excedente,
pero no con disponibilidad de fuerzas y un óptimo. Zavaleta cree ver que la
militarización del Estado chileno tiene que ver también con la contingencia de
la constante amenaza de la guerra indígena; Chile se vio obligado a conformar
un Estado fortaleza, encargado de cuidar y definir las fronteras
permanentemente. Puede ser; empero, esta característica también la compartían
Bolivia y Perú, aunque en otro contexto y de otra manera. Es preferible
concentrarse en dos aspectos: 1) la mejor adecuación y adaptación de la burguesía
trasandina a las demandas de materias primas de la revolución industrial,
logrando pautas de reproducción social más afines al nuevo ciclo del
capitalismo; y 2) la reorganización y modernización del Estado, incluyendo,
claro está, de la armada y del ejército.
La hipótesis
de interpretación es la siguiente:
La guerra
confederada forma parte de las historias de las guerras entre el interior y la
exterioridad misma de la formación económico-social, entre los proyectos
endógenos y los proyectos exógenos. La historia de estas guerras más se parecen
a la historia de guerras civiles entre las provincias del interior y la
capital, núcleo primordial de la externalización. Este tipo de guerras civiles
se han dado en todo el continente americano; también podemos considerar, como
formando parte de esta tipología, guerras que se presentan como guerras entre
estados, como es el caso de la guerra confederada, así también como la guerra
de la triple alianza contra Paraguay. Este país era el ejemplo de un proyecto
endógeno en marcha y consolidado; tuvo que enfrentarse a tres proyectos
económicos, políticos y sociales exógenos. No parecía posible la convivencia
entre ambos proyectos confrontados. El ciclo hegemónico de la revolución
industrial exigía una clara división del trabajo internacional, una definida
geopolítica que diferenciará los centros de las periferias del sistema-mundo
capitalista. Así como convertir a las periferias en espacios de compra de los
productos manufacturados, siendo economías primario exportadoras. La
orientación económica, social y política paraguaya era, en el siglo XIX, un
desafío a la geopolítica del sistema-mundo capitalista del ciclo de la
revolución industrial.
La guerra
confederada andina no dejó de connotar estas características de una suerte de
guerra civil entre un interior y una exterioridad, aunque ésta forme parte de
la propia formación social y económica. La contradicción entre los intereses de
una oligarquía costeña y otra oligarquía serrana hablan de ello. En el espacio
discursivo e “ideológico” se puede notar también este contraste, cuando los
voceros y políticos costeños calificaban a Andrés de Santa Cruz como “serrano”,
queriendo usar este término despectivamente; incluso se lo calificó de “guanaco
de los Andes”. Ahora bien, los actores involucrados no tienen que ser
plenamente conscientes de estas contradicciones; empero, basta que sus acciones
y perspectivas se involucren en una proyección distinta a la de subordinación
al mercado externo, como para marcar la diferencia; así, como al contrario,
adecuando, mas bien, la forma Estado a este requerimiento. Puede pensarse que
el proyecto de la Confederación era una reminiscencia del proyecto independista
integral de la Gran Colombia; se puede incluso concebirlo como una
reminiscencia de la convocatoria de Tupac Amaru de formar una gran nación desde
el Pacífico hasta el Paititi. Como reminiscencia ya no tenía el alcance que
contenían los proyectos de la Patria Grande; sin embargo, era, esta proyección
disminuida, una actualización, en menor escala, de aquellos.
La derrota
del ejército confederado era una derrota más del interior contra la costa, de
la interiorización contra la externalización, de los proyectos endógenos contra
los proyectos exógenos. Se puede decir también que la derrota de la
Confederación anticipa la derrota de Bolivia y Perú en la guerra del Pacífico,
aunque esta guerra es de otra índole. Ya no se trataba de una guerra entre un
interior y la externalización, entre unos proyectos endógenos y otros proyectos
exógenos, pues claramente los tres países optaron por la externalización, por
el proyecto exógeno, por el modelo extractivista de sus economías. La guerra
del Pacífico fue una guerra de tres proyectos de externalización, fue una
guerra por el excedente para externalizarlo. Cuando decimos que la derrota de
la Confederación anticipa la derrota de la guerra del Pacífico, decimos también
que, la burguesía chilena fue más eficaz con la conformación y consolidación de
este modelo, procurando una modernización institucional, administrativa,
educativa, militar, adecuada a los tiempos de la revolución industrial. Las
oligarquías peruana y boliviana se adormecieron con la externalización de sus
excedentes, que los tenían en más que en lo que respecta a Chile, se
adormecieron con una suerte de sobrevaloración de sus capacidades, que, viendo
los desenlaces, resultaron hartamente obsoletas, dadas las circunstancias y los
cambios habidos durante el siglo XIX.
Zavaleta
anota otro tópico en el análisis del desenlace de la querella por el excedente.
Este es el de la vinculación con el espacio. Considera un vínculo con el
espacio en las civilizaciones andinas, pre-coloniales, distinta al vínculo dado
en las repúblicas. Mientras las civilizaciones andinas emergían del espacio,
nacían del territorio, domesticando plantas, arrancando a la tierra una
fertilidad difícil, mediante tecnologías agrícolas innovadoras y la
organización colectiva. Las repúblicas producirán el espacio, por así decirlo,
conformaban un espacio adecuado al mercado internacional; sin embargo, no todas
lograron controlar su propio espacio.
Zavaleta
escribe:
“Los
espíritus del Estado en Bolivia no veían los hechos del espacio sino
como una dimensión gamonal. Lo característico era la forma gamonal del Estado [42]”.
Refiriéndose
al espacio andino dice:
“La
agricultura andina, que no en balde es el acontecimiento civilizatorio más
importante que ha ocurrido en este lugar y en América Latina entera, y después
Potosí o sea Charcas, se organizan y se identifican en torno a este discurso
territorial… El Atacama, por lo demás, era de un modo arquetípico una tierra apropiada,
incorporada al razonamiento ecológico de esta instancia de los andinos de tal
manera que no es cualquier costa apta para el comercio moderno lo que podía ocasionar
semejante sentimiento gregario de desagregación [43]”.
Este vínculo
ancestral con el espacio se quebró o se redujo a su mínima expresión; ya no es
el espacio articulado por las complementariedades, ya no es el archipiélago
andino el que hace de matriz territorial reproductiva a la sociedad organizada
en comunidades, ayllus, sino es otro espacio o espacialidad el que hace de
referente de los flujos y desplazamientos, un espacio mercantil cuya
gravitación radica en los núcleos de externalización de los recursos naturales.
Es con relación a este otro referente espacial que hay que entender lo que
pasó; por qué no reaccionó la sociedad boliviana ante semejante pérdida.
Zavaleta se
pregunta:
“Se necesita
explicar sin duda por qué la otra Bolivia, la que sí debería ver estas cosas
como una adversidad gravísima, tardó tanto en su evaluación. La perplejidad con
que vive el cuerpo social una pérdida tan considerable se explica porque la
lógica espacial previa, que era en realidad una combinación entre la agricultura
andina clásica y el Estado despótico como su culminación natural… se había
replegado a lo que será el aspecto de la cristalización u osificación de la
historia del país [44] ”.
La respuesta
que se da es:
“Recluido en
su coto cerrado de la agricultura y practicando una economía moral de
resistencia, conservación e insistencia, el vasto cuerpo popular, aunque se
demoraría en tomar consciencia del problema, lo haría después con una
intensidad que sólo se explica por la interpelación que tiene el espacio sobre
la ideología o interferencia en esta sociedad [45] ”.
1. La teoría
del Estado de René Zavaleta Mercado se basa en la disponibilidad del
excedente y en la habilitación del óptimo de la ecuación
Estado-sociedad-territorio.
2. Se trata
de una teoría, que podemos llamarla genealógica, que toma en cuenta los momentos
constitutivos como nacimientos y la irradiación de estos momentos
constitutivos como emergencias, actualizaciones coyunturales de los momentos
constitutivos de referencia.
3. Se trata
de una teoría que apunta a evaluar la capacidad auto- determinante de las
sociedades, que sólo se puede lograr por el autoconocimiento de sus condiciones
históricas y sus procesos inherentes y desatados en periodos constitutivos
o des-constitutivos.
4. Encuentra
que es la crisis histórica-política-social la que abre la posibilidad de
inteligibilidad de las formaciones sociales abigarradas, al
mostrar el bricolaje insostenible de sus yuxtaposiciones, al mostrar las
inciertas costuras de la pluralidad, al mostrar el campo de posibilidades
alternativas para articular la pluralidad de una manera integral.
Hermenéutica
de El mundo del temible Willka
¿Cuál la
relación entre un acontecimiento acaecido y la formación discursiva que
lo interpreta, que, sin embargo, irradia hasta el presente? ¿Cómo
interpretar, a su vez, la formación discursiva de otro presente,
un presente pasado, en nuestro presente? Nos preguntamos sobre la
relación de la guerra federal de 1899 y la formación discursiva
zavaleteana. La crisis del Estado-nación oligárquico, que también es una
crisis social, abre la posibilidad de inteligibilidad de la formación
social abigarrada de entonces, al descorrer las cortinas institucionales y
mostrar las costuras forzadas de un Estado constituido en la ilusión jurídica,
combinada con la práctica de la dominación colonial sobre las naciones y
pueblos indígenas. René Zavaleta Mercado aplica el método de la crisis
como procesos de conocimiento de la singularidad de la formación
social boliviana de entonces. El autor de Lo nacional-popular en Bolivia
encuentra que la participación aymara en la guerra federal, aliada al General
Pando y los liberales paceños, se da como respuesta a la apropiación de tierras
que se dio entre 1868 y 1871, en su primer ciclo, y 1874 y 1899, en el
subsiguiente ciclo de despojo. La participación del ejército aymara en la
guerra federal se asienta en la memoria larga del levantamiento indígena
pan-andino del siglo XVIII. La alianza con los liberales del norte en contra de
los conservadores del sur es, en parte, un fenómeno regional. Los paceños, en
principio, preferían a los aymaras que a los sucrenses. Sin embargo, la alianza
se basa en un acuerdo fundamental para los aymaras, la devolución de las
tierras comunitarias usurpadas desde Melgarejo, incluso más antes. En el
transcurso de la guerra se observa la autonomía del ejercito aymara respecto a
los mandos formales del ejercito liberal; esto, en principio, con la
connivencia del mismo Pando, que había nombrado general a Pablo Zárate, el
Willka aymara. La guerra federal contenía otra guerra, la guerra de razas [46], la continuidad de la guerra anticolonial; en la medida que se sucedía
la guerra, esta significación de la guerra se hizo más evidente. Cuando estaba
clara la derrota del ejército del sur, Pando dispuso perseguir a los jinetes
fugitivos, más para salvarles el pellejo de manos de la milicia aymara que para
cazarlos. El cambio de opinión en Pando se efectuó en los momentos del
desenlace bélico, si es que no fue antes; de preferir a los aymaras que a los
sucrenses pasó a preferir un acuerdo con los del sur antes que el ejército
aymara y un levantamiento indígena acabe con ambos.
El lenguaje
de la narrativa teórica de Zavaleta no es descriptivo, es más bien analítico y
reflexivo, se detiene a elucidar los hechos, comprendidos como síntomas
de la crisis del Estado oligárquico, también como síntomas de una
trama histórica donde concurren pretensiones señoriales de una consciencia
desdichada y anhelos populares nacionales, acompañando al proyecto
alterativo anticolonial indígena. Sin embargo, no es una trama
decodificable solo localmente o regionalmente; es menester interpretarla desde
el mundo en el que se inserta. El mundo de Willka es el mundo del sistema-mundo
capitalista de entonces, en pleno ciclo de la hegemonía británica. Por lo
tanto, es indispensable interpretar el acontecimiento de la guerra
federal en el acontecimiento mundo de entonces, en el mundo del
temible Willka. Por eso las elucidaciones desde el acontecimiento
capitalista y el acontecimiento de la modernidad, ya no solo desde
las implicaciones del excedente, sino también desde las irradiaciones y
condicionamientos de la acumulación de capital, originaria y ampliada.
Implicaciones, por cierto, no economicistas, sino integrales, consideradas en
su totalidad, en su efecto totalizador, absorbente, donde se produce la subsunción
formal y la subsunción real, donde se recepciona el acontecimiento
como intersubjetividad.
El contraste
entre las formaciones sociales y los Estado-nación singulares le muestra
la variedad de disponibilidades; es decir, de ecuaciones
Estado-sociedad, y de óptimos diferentes. La relación con la reforma
moral e intelectual de estas disponibilidades y estos óptimos viene
desde la renuncia a una reforma intelectual y moral, buscando solo la
incorporación al mundo mediante la heurística capitalista, descartando la hermética
capitalista, hasta la apuesta por una reforma intelectual y moral
radical, pasando por intermedios y combinaciones que coleccionan ritmos y
matizaciones de la incorporación económica y reformas intelectuales recortadas.
No se trata de hacer valer sólo una finalidad, la de la reforma
intelectual y moral radical, frente a otras opciones, sino de evaluar el
Estado desde la hegemonía alanzada o no alcanzada. La pregunta crucial
es: ¿por qué la oligarquía renuncia a la hegemonía creyendo que sus
títulos bastan para validar la diferencia instituida pomo estructura de
poder?
Para no dar
muchas vueltas en nuestra interpretación del capítulo El mundo del temible
Willka, diremos que la respuesta, en resumen, se encuentra en la mentalidad
señorial de la oligarquía criolla. Una de las claves para explicarse la
persistencia tenaz de esta mentalidad señorial, no la única clave, sino
una en conexión con otras, es que se trata de un Estado que vivía del tributo
indigenal, herencia tributaria colonial. Solo cuando se recupera la
economía de la plata se producen desplazamientos; empero, estos no
necesariamente modifican sustancialmente la mentalidad señorial, sino
ocasionan cambios en el estilo de gobierno o de gubernamentalidad. Se pasa del
estilo impuesto por los caudillos bárbaros al estilo de la simulación
liberal electoral.
Lo sugerente
del análisis de Zavaleta es esta composición y combinación teórica, donde se
articulan herramientas analíticas de la crítica de la economía política,
herramientas de la teoría crítica gramsciana de las superestructuras,
herramientas de la filosofía de la historia, con interpretaciones de las
subjetividades e intersubjetividades sociales, y reflexiones en torno a la experiencia
social y memoria social boliviana. En Lo nacional-popular en
Bolivia, no se puede decir que Zavaleta se caracteriza por su nacionalismo
revolucionario heredado y por su marxismo, en tono gramsciano, asumido;
esta definición es muy simple y esquemática. Es el facilismo de la costumbre
académica de clasificar. Desde nuestra interpretación, en Lo
nacional-popular Zavaleta desarrolla una teoría propia; de acuerdo con la
tesis de Luis Tapia, que propone que se trata de la producción del
conocimiento concreto [47] .
Las teorías
en uso, como herramientas, pierden su perfil propio, cuando son sometidas al trabajo
de interpretación y explicación, de una formación social singular.
Cuando, combinadas, dan cuenta, a su modo, de esta composición social
histórica singular, salen, de la elaboración conceptual, diferentes; no son
las mismas teorías; han sido afectadas por el acontecimiento que
interpretan. La virtud de Zavaleta se encuentra en esto, en la creación de
nuevos conceptos, por lo tanto, de una nueva narrativa teórica. Llama la
atención que tanto los pretendidos críticos de Zavaleta, así como los
pretendidos seguidores de Zavaleta, pierdan de vista este acontecimiento
Zavaleta, que es creación de conceptos y de un corpus teórico
propio, correspondiente a la experiencia social y memoria social
de un pueblo rebelde. Creen que se resuelve la lectura de Zavaleta
encasillándolo en clasificaciones establecidas académicamente. Esta es la
flojera de la intelectualidad tanto conservadora como pretendidamente
“revolucionaria”, incluyendo a los declarados zavaleteanos.
Tesis de las
composiciones de las formaciones histórico-sociales singulares
El capítulo El
mundo del temible Willka comienza con el problema de la conmensuración; es
decir, de la medida y de la magnitud. La medida como verificación del
conocimiento positivo; como acto de conocimiento iluminista en un mundo
que deviene transformado en su propia vertiginosidad, la de la modernidad,
cuando todo lo sólido se desvanece en el aire. La pregunta, en este caso
es: ¿qué pasa cuando las formaciones sociales abigarradas impiden la iluminación
de la medida y la conmensuración? En consecuencia: ¿Es posible conocer las formaciones
sociales abigarradas? Zavaleta pondera los alcances y las limitaciones de
la medida; prefiere moverse en la cualidad del valor, como síntesis
histórica y cultural de las formaciones sociales afectadas e incorporadas
al capitalismo. El valor supone la igualación de los hombres, la
intersubjetividad constituida en el reconocimiento de las autoconciencias,
la autodeterminación a partir del acuerdo entre “hombres libres”. ¿Qué pasa
entonces cuando no hay estos “hombres libres”, cuando se mantienen supeditados
o subordinados a dominaciones autoritarias, en el marco de relaciones
capitalistas extendidas? Este es el problema primordial al momento del
estallido de la guerra federal. En la clase dominante no se tiene consciencia
del valor; por eso, se prefiere renunciar a esta valoración,
incluso a la valorización; se opta por controlar riquezas, monopolizar
tierras, contar con propiedades mineras; empero, no como procesos
productivos, sino como fragmentos económicos de la división internacional
del mercado.
El valor
no deja de ser un hecho histórico-económico; sin embargo, este hecho es
mundial, acontece mundialmente, repercute en los países de manera diferenciada,
dependiendo de su condición central o periférica. Por eso, a pesar del
desprendimiento de la clase dominante periférica, de su falta de consciencia
del valor, este concepto es para Zavaleta, crucial para interpretar la crisis
en el momento de la guerra federal, independientemente si sus actores comparten
o no la certeza del valor. Es reveladora esta parte del capítulo, por su
prolijidad reflexiva, sobre todo por su posicionamiento epistemológico,
no solo hurgando los conceptos, sino poniéndolos en cuestión ante el desafío
del acontecimiento. Zavaleta encuentra un exagerado optimismo en Marx en
sus expectativas progresistas de la revolución industrial; observa, mas bien,
considera las paradojas de la expansión capitalista de la revolución industrial
en la inmensa geografía de los países periféricos. La expansión de este
capitalismo refuerza la consolidación de las castas, de las clases dominantes
contrarias a la reforma moral e intelectual, consolida formas
autoritarias y despóticas del Estado; afianzando los mecanismos coloniales.
Para
Zavaleta el valor es la síntesis concreta de las múltiples
determinaciones del mundo moderno. No solamente como plusvalía o valorización
económica, como deducen los pretendidos críticos o los pretendidos seguidores,
sino como síntesis cualitativa histórico-cultural; para decirlo, en
nuestros términos, como plegamiento de la episteme moderna, que
considera el tiempo como tiempo de producción, entonces
como multiplicidad, tal como lo menciona Zavaleta. Entonces la
insurgencia aymara es interpretable desde la incompletud misma del valor
en su localidad generada, aunque sea realizada mundialmente. En este sentido,
también son explicables los dramas de un Estado-nación incompleto, “aparente”,
como dice el autor, pues no logra su óptimo, no accede a la disponibilidad,
precisamente por esta incompletud del valor.
Para decirlo
resumidamente, en la época del valor, la valorización se realiza
de todas maneras mundialmente, incluso su realización local es peleada por los
actores de los dramas históricos, a pesar de que no sean conscientes
de ello. Las figuras carismáticas convocativas y las multitudes
nacional-populares actúan como disputando la territorialidad de la valorización,
en cambio, las figuras oligárquicas regionales prefieren aceptar la externalización
de la valorización, con tal de retener la renta y el control del poder.
La ponderación o la evaluación de las tramas singulares de las
sociedades desde la perspectiva del valor, ayuda a obtener mapas de las
composiciones sociales, de las estructuras de poder, de las
contradicciones inherentes a las formaciones sociales abigarradas. En
este sentido resalta la figura de Belzu encabezando la multitudes rebeldes en
la pugna contra la oligarquía, también se explica la aproximación aymara a
Pando, contrastando con las otras figuras que expresan, con distintas
tonalidades la mentalidad señorial, como las de Melgarejo, de manera
brutal, de Ballivián, de una manera afable, de Arce y Pacheco, de una manera
aburguesada. Aunque Pando no alcance a ser el caudillo popular; lo fue, mas
bien, Zarate Willka para las multitudes aymaras, de todas maneras su perfil es
decodificado por aproximaciones a las figuras de los caudillos populares,
aunque esto haya ocurrido al principio, decodificándose después de manera
opuesta.
De manera
elocuente Zavaleta describe esta situación:
Se traza así
lo que se puede llamar con propiedad la disputa de las dos sangres o de las dos
estirpes en Bolivia. Es un tema que recorre no sólo esta exposición, sino, es
obvio, la propia historia de la que trata esta exposición. Cada sociedad, en
efecto, lo vimos en el caso de Chile, tiene un conjunto de “creencias
invisibles” o, si se quiere, tiene una religión que la agrega (religiatio)
en el sentido que dio Durkheim a este concepto. La producción de la sustancia
social o sea el equivalente general considerado como un hecho no meramente
económico, en otros términos, el cemento social global, todo ello se refiere
siempre a lo mismo.
Es cierto,
de otro lado, que una sociedad puede tener varias articulaciones o planos de
articulación, algo así como distintos niveles de vida y de consciencia o tener
una sola articulación central que puede ser el resultado inmediato de un pacto
ecléctico, etc. La cuestión de la unidad ideológica o identidad inconsciente es
una que no está resuelta en Bolivia porque las dos estirpes o identidades
enseñan una extraña pertinencia a lo largo del tiempo. En cierto modo no
quieren ser más de lo que son y entienden eso como una voluntad de no
pertenecerse, de no fusión. Es una insistencia en formas inconclusas, que
tienen una provisionalidad notoria o se las vive como estatutos provisorios.
Eso hace una diferencia y hasta cierto indicio favorable, por cuanto en los
casos que hemos mencionado (es uno más que en el otro) esta suerte de dilema,
si existió alguna vez, se definió de un modo al menos preliminarmente
reaccionario. Aquí, como decíamos, estamos ante un duelo que nadie ha ganado.
Bolivia no devino tan virreinalista como el Perú y la terquedad asediante de lo
popular hizo que tampoco pudiera nadie implantar aquel autoritarismo tan
antiindígena como en Chile. Las ideas de la clase dominante no han logrado aquí
convertirse en ideas de toda la sociedad, sino de un modo travestido, aunque
perseverante. No obstante, antes de adentrarnos en una materia que es de por sí
muy espesa, se debe hacer un recaudo. Hablar de dos estirpes es en realidad una
simplificación, pero no si se entiende por ello dos programas históricos que
son los que se confrontan. Es un pacto profundo y a la vez un pacto no
resuelto. Los términos mismos pueden confundir en lugar de darnos una
definición de las cosas porque sin duda se trata en esto de una confrontación
entre mestizos, pues es tal el carácter con que han ocurrido nuestras sangres.
Se habla por tanto de una cierta connotación o preponderancia, y en esto el
propio asiento racial o rango no son sino soportes de una doctrina o visión de
la organización de las cosas. Tampoco debe deducirse del nombre de esta disputa
que se hubiera dado una separación entre las sangres; se diría, por el
contrario, que es la forma de interferencia de una en la otra y en último
término la imposibilidad de ver el propio rostro sin ver de inmediato el del
interlocutor histórico lo que caracteriza este mundo problemático de la
intersubjetividad boliviana [48] .
Leída esta
cita podemos comprender que se enfrentan representaciones contra representaciones
del mundo, también proyectos que expresan estas representaciones.
Las representaciones no son la verdad, aunque tengan esta pretensión
de verdad; las representaciones son como la herencia de una memoria
social, usada para apoyar y activar el proyecto político-cultural.
Cuando estas representaciones no alcanzan a configurar la complejidad
del mundo, por lo menos de una manera plausible, aunque no sea del todo
adecuada a la complejidad de un presente, las representaciones
obstaculizan no solamente la comprensión del mundo sino inviabilizan las
acciones mismas. Por eso, se puede decir que René Zavaleta Mercado tiende más a
inclinarse por la reforma intelectual y moral radical, lo que ahora
llamamos la revolución cultural.
René
Zavaleta Mercado considera que hay un extenso letargo, que se extiende desde
antes de la independencia hasta la guerra del chaco, incluso después, hasta la
revolución de 1952. La oligarquía se aposenta en sus creencias, por cierto no
sostenibles; empero, “ideológicamente” inscritas en el “alma” de la casta
dominante. Se trata de una indiferencia respecto al país y su destino; la casta
terrateniente y minera se siente estar por encima del país y sus habitantes,
preponderantemente indígenas, quienes no eran reconocidos como ciudadanos. Este
comportamiento, esta psicología de la rosca, como la llamaba Sergio
Almaraz Paz, se caracterizaba por un extrañamiento respecto del territorio
donde vivía y su población aborigen. Es probable que este sentimiento lo
comparta con el resto de las oligarquías de América Latina; empero, la
diferencia radica en que la existencia de la clase dominante y del naciente
Estado-nación boliviano dependía del tributo indigenal; es decir, del
aporte indígena, por su condición étnica, por así decirlo. En cambio,
países como Argentina y Chile optaron por el exterminio de estas poblaciones o
su exclusión taxativa, incursionando la ruta de la europeización. La oligarquía
boliviana no tomó consciencia de esta condición; es decir, de su
dependencia de la existencia de los pueblos indígenas. Se ilusionó con una ruta
parecida a Argentina y Chile, países que lograron aparentemente la
viabilización de esta extranjerización, que no era otra cosa, que la versión
colonial en la república; esta vez, en las restringidas fronteras de los
Estado-nación. Sin embargo, con el transcurso de los años, sobre todo en la
contemporaneidad, vamos a ver que tampoco estos estados escapan de la
condicionalidad indígena. Nadie escapa de las condiciones de posibilidad
históricas. Esta enajenación de la oligarquía le va costar caro, en
el transcurso de su vida, hasta la revolución de 1952.
El capítulo El
estupor de los siglos comienza con el tema crucial del racismo; en
términos del texto, con la concepción internalizada del social darwinismo. La
pretensión de superioridad sobre la población indígena y mestiza la lleva a un
aislamiento destructivo. Gobierna; pero, lo hace sobre la restringida población
“blanca”, donde tiene irradiación; esta minoría pretendidamente “blanca” y
europea, al igual que las clases dominantes de los países vecinos. En palabras
de Zavaleta, se trata de un Estado aparente. El desprecio de la
población nativa y mestiza, siendo ellos, la oligarquía, también mestiza, le
lleva a una desconexión con la realidad y sus sucesos, optando por una representación
postiza, que no logra expresar el acontecer, salvo en los rasgos más generales.
Una casta que no aprende las lecciones de la guerra federal, que se
enseñorea en su victoria sobre los chuquisaqueños, también sobre sus aliados,
los aymaras comandados por Zarate Willka. Esta sobrevaloración de su victoria
va a ser su perdición.
La
oligarquía excluye a los indígenas y gran parte de los mestizos de la
participación política; al hacerlo, renuncia a la hegemonía optando por
la dominación a secas; salvo, el auto-convencimiento en la propia clase.
Entonces se cierra el camino a la disponibilidad, también al óptimo
de la ecuación Estado-sociedad. La concepción social darwinista de la
oligarquía se inscribe en sus habitus y comportamientos; hay como todo
un estilo cultural de sus modalidades, conductas, prácticas y representaciones.
Es posible que esta situación no fuera distinta en el resto de las oligarquías
criollas del continente; sin embargo, en el caso de preponderancia demográfica
indígena, este aislamiento repercute negativamente en la consolidación estatal,
mucho más que en el caso de los estados que decidieron el exterminio de los
pueblos nativos o su exclusión absoluta.
La
oligarquía construyó un Estado aparente. René Zavaleta escribe:
En todo eso,
hacia la situación del Estado oligárquico, podemos distinguir al menos cuatro
momentos estatales:
1.
Tendríamos, primero, la situación en la que existen los elementos formales o
paraméntales del Estado moderno, pero no los fundamentos de su entidad
sustantiva. Esto ocurrió con todos los países latinoamericanos en la hora de la
independencia. Es un Estado aparente porque la cantidad cartográfica no
corresponde al espacio estatal efectivo ni el ámbito demográfico a la validez
humana sancionable.
2. Está, de
otro lado, la composición opuesta. Por razones patéticas o de excepción pura,
hombres distintos entre sí en lo habitual se colocan en un ademán de
ofrecimiento o disponibilidad. Se constituye el Estado político con un poder
más o menos indefinido sobre la sociedad civil y en consecuencia se da la
capacidad casi general de transformación de las costumbres políticas. El Estado
es capaz de normar la rutina y hay una reforma pactada de lo cotidiano. A esto
es lo que se ha llamado, con cierta vulgaridad intelectual, el Estado
hegeliano.
3. Aquí debe
tenerse en mente la situación en la que el elemento dominante en la sociedad
civil se convierte él mismo, en carne y hueso, en Estado político, o sea, en un
aparato especial desprendido de la sociedad. La clase dominante no solo ocupa
el Estado, sino que una y otro son lo mismo. La subordinación del Estado al
grupo dominante es tan grande que no hay mensaje de intercambio entre la
sociedad civil como conjunto y el Estado, sino que la clase dominante se impone
sobre ambos. En este sentido, el sentido leninista o engelsiano (si eso puede
reducirse así) del Estado, el llamado concepto instrumental, no es una visión
arcaica de las cosas, sino un momento histórico patentizable. Se tiene una
visión instrumental del zarismo o del somocismo no porque sea instrumentalista,
sino que lo eran el somocismo y el zarismo.
4. Tenemos,
por último, el capitalismo organizado. Aquí, sin duda, el Estado está
desprendido. Es la práctica de lo que Marx llamó la autonomía relativa del
Estado. Es un ejercicio hegemónico en el cual el factor dominante “aprende”
(aprehende) las formas pertinentes de su dominación en el propio dominado, o
sea que el argumento del opresor aspira de un modo sofisticado a contener, en
su propio argumento, el argumento del oprimido. Esto es algo que está presente
en la teoría de la dictadura en Lenin. La dictadura es entonces la democracia
para nosotros, la democracia interior o en el seno de la dictadura proletaria,
de la misma manera que la llamada democracia en general es la democracia en el
seno de la dictadura o ultimidad política burgués. Con ello los criterios de
dictadura o democracia adquieren un carácter binario constante [49] .
Zavaleta
dice que el Estado oligárquico contenía una oscilación entre el momento del Estado
aparente y el momento del Estado instrumental. La evaluación del
Estado oligárquico se efectúa respecto al cuarto momento estatal, el del
capitalismo organizado, el del Estado separado de la sociedad, el Estado que se
conforma sobre la hegemonía de la burguesía. La oligarquía no estaba en
condiciones de avanzar a este momento, precisamente por la exclusión racial en
la que se basaba su dominación, también su forma de gubernamentalidad.
Este Estado del apartheid no puede construir hegemonía cuando la mayoría
de la población estaba excluida de la participación política institucional. A
lo más que llegó, en ciertas circunstancias, es al momento del Estado
instrumental, el Estado como instrumento de dominación taxativa, sin
mediaciones, sin el ejercicio democrático formal, salvo la mimesis
grotesca de la democracia liberar restringida a la casta y sus entornos.
Este Estado
oscilante vive, primero, del tributo indigenal, después, de los magros
tributos que daba la pujante minería de la plata y del estaño. Si se forma una
burguesía, en pleno sentido de la palabra, esta es externalizada junto con la
transferencia de recursos naturales de la periferia a los centros
del sistema-mundo capitalista. Los “barones del estaño” más que ser una burguesía
nacional forman parte de la burguesía internacional, ya articulada a
la economía-mundo capitalista, a los monopolios y controles de
las mallas empresariales del capitalismo mundial. Los ciclos largos del
capitalismo son leídos, desde la perspectiva periférica, como ciclos del
despojamiento y desposesión de los recursos naturales, como ciclo de la plata,
ciclo del estaño, después ciclo de los hidrocarburos, del petróleo y el gas.
Ciclos que no conllevan acumulación de capital en la periferia, sino todo lo
contrario, des-acumulación. A modo de digresión, vamos a retomar estos
tópicos en lo que escribimos en Cartografías histórico-políticas. En el
apartado Ciclos largos y medianos del capitalismo, expusimos:
Es
indispensable contar con una mirada temporal del capitalismo, así como una
mirada espacial; diremos entonces, con una perspectiva espacio-temporal. A
David Harvey le hubiera gustado decir geográfica, pero quizás sea mejor volver
a recoger la perspectiva geopolítica del sistema-mundo capitalista, así como
también las estructuras y ciclos de larga duración ya investigados por Fernand
Braudel. En lo que respecta a las periferias del sistema-mundo capitalista, es
también importante evaluar lo que ocurre en la economía-mundo, desde la
perspectiva del saqueo de sus recursos naturales; desde este punto de vista,
desde la temporalidad propia de los recursos naturales, de los tiempos del
modelo extractivista, de la renta vinculada a la explotación con los recursos
naturales, podemos hablar de los ciclos de la extracción y explotación de estos
recursos, de las estructuras periféricas vinculadas a las formas del
capitalismo dependiente y de los Estado-nación subalternos, a las formas de su
economía rentista.
En el
presente ensayo vamos a tratar de dibujar algunas de las articulaciones
estratégicas entre periferia y centro del sistema-mundo capitalista, a partir
de los ciclos de los recursos naturales. No se trata de configurar las
formaciones económicas y sociales, tampoco la articulación de los modos de
producción en la formación económica y social, aunque estos temas sean
subyacentes, sino de comprender como funciona el sistema-mundo en las
periferias, sobre todo en periferias determinadas, vinculadas a la extracción
minera e hidrocarburífera. Uno de los casos paradigmáticos es ciertamente
Bolivia, por su historia económica, su historia política y social. Caso
complejo y, a la vez, singular, por las características de tierra adentro, por
el condicionamiento geológico de la Cordillera de Los Andes, sus cadenas y
ramales, bordeando como brazos la explanada inmensa del altiplano; geografía
andina colindante con el continente verde de la Amazonia y el Chaco. Entonces
vamos a tratar de situar la perspectiva al interior de los ciclos de la minería
de la plata y de la minería del estaño, después al interior de los ciclos de
los hidrocarburos, como ejes dominantes en la formación de las matrices
económicas. En relación a esta delimitación, se va buscar el desciframiento y
la hermenéutica de estos ciclos en las estructuras cualitativas, no en los
cuadros e indicadores cuantitativos. Estas descripciones cuantitativas se
dejaran para otro momento. Lo que interesa es poder construir una
interpretación conceptual de los ciclos del capitalismo desde las periferias,
teniendo en cuenta la materialidad de los recursos naturales.
Giovanni
Arrighi describe los ciclos largos del capitalismo en lapsos de prolongada
duración, ciclos que comienzan a durar como 220 años (largos siglos XV-XVI); es
el caso del ciclo que contiene a la hegemonía genovesa. Comienza con este ciclo
capitalista, del que sigue una secuencia de ciclos largos, para ir acortando su
duración, haciéndola menos extensa, pero sí más intensa. El siguiente ciclo
dura 180 años (largo siglo XVIII); es el caso del ciclo que contiene a la
hegemonía holandesa. Le sigue un ciclo de 130 años (largo siglo XIX); es el
caso del ciclo que contiene la hegemonía británica. Por último, le sigue un
ciclo de 100 años (largo siglo XX), que corresponde al ciclo que contiene la
hegemonía estadunidense [50] . Durante estos ciclos, la estructura de la
hegemonía se mantiene, también la configuración y composición del estilo del
capitalismo desplegado. Lo que se observa es un avance hacia el dominio del
capital financiero, pasando por el capital comercial y el capital industrial.
Habría que hacer dos apuntes sobre el estilo hegemónico de los países y las
burguesías involucradas; la hegemonía genovesa se basa en una fuerte red
comercial y financiera, apoyada de alguna manera por las ciudades Estado. La
hegemonía holandesa se basa en la creación de un sistema de acciones, que
amplían considerablemente los recursos de capital, apoyados de alguna manera
por su Estado, constituido después de una larga lucha con el imperio español, del
que formaron parte. La hegemonía británica se basa en el imperialismo del libre
comercio, el dominio del mar, y en la revolución industrial, que trastoca las
condiciones de la producción capitalista, apoyada directamente por un Estado
territorial, que se articula plenamente con el capitalismo. La hegemonía
estadounidense se basa en el auge del sistema de libre empresa, una revolución
administrativa y en la organización de la producción en cadena, apoyada por un
imperialismo geopolítico y estratégico a escala mundial; imperialismo
emergiendo después de las conflagraciones mundiales como híper-potencia
económica, tecnológica, militar y comunicacional.
Comprendiendo
estos grandes ciclos del capitalismo, debemos entender cómo han incidido en la
configuración del sistema-mundo capitalista, en la relación entre centro y
periferias, cómo han afectado y estructurado las economías en las periferias;
también cómo han afectado en la formación de sus estados y sus formaciones
económicas y sociales. Para hacer esto es conveniente centrarse en lo que pasa
con los recursos naturales, pues los países de la periferia del sistema-mundo
capitalista son convertidos en reservas de recursos naturales; países
productores y exportadores de materias primas. La división internacional del
trabajo les asigna esta tarea, reduciéndolos a países que transfieren valores,
que constantemente sufren de des-acumulación relativa y de despojamiento de sus
recursos naturales y económicos, debido a la constante reaparición de la
acumulación originaria de capital, en beneficio de la acumulación ampliada de
capital de los países del centro, sobre todo de la potencia hegemónica. Desde
esta perspectiva, desde las miradas de las periferias, se puede hablar de los
ciclos de despojamiento de los recursos naturales, dados durante los ciclos
hegemónicos del capitalismo. En Bolivia podemos distinguir los ciclos de la
plata, del estaño y de los hidrocarburos, correspondientes a la hegemonía
británica y a la hegemonía estadounidense. Lo que se da antes, durante la
hegemonía genovesa y holandesa, ocurre bajo el manto del dominio del imperio
español; la articulación con el sistema-mundo se produce a través de las redes
comerciales monopolizadas por la Corona española. Los virreinatos, las
audiencias y las capitanías son formas administrativas extraterritoriales de la
Corona y del imperio ibérico; en ese contexto histórico otra modernidad se
gestaba durante esos siglos coloniales, anteriores a la revolución industrial [51]
. Las independencias en el continente coinciden con la hegemonía británica,
las repúblicas constituidas se articulan con el sistema-mundo a través de las
redes comerciales del dominio marítimo británico. Entonces los ciclos de la
economía de la plata, de la economía del estaño y de la economía de los
hidrocarburos son como las matrices de espacio-tiempos que condicionan la
conformación de los circuitos, de los mercados, de los flujos de capital, de la
infraestructura técnica y material de las instalaciones productivas, de las
minas, de los ingenios, de los sistemas de exploración y explotación de
yacimientos, de los ferrocarriles y los caminos. Un tejido de relaciones
sociales atraviesa y usa estos dispositivos, formas de propiedad, relaciones
con el mercado externo, con el capital financiero, relaciones con el Estado;
normas jurídicas, cruzan estos ámbitos de circuitos, flujos y stocks. Las
poblaciones se asientan en los territorios y en los espacios configurados por
estos procesos de articulación al capitalismo; las sociedades forman sus
estratificaciones, se conforma un mapa institucional y se termina dándole un
carácter al Estado, definido por el perfil de los gobiernos. Lo que interesa es
comprender en qué se distinguen estos ciclos en las periferias; ¿cuál es la
característica del ciclo de la plata a diferencia del ciclo del estaño y en qué
se distinguen estos ciclos del ciclo de los hidrocarburos [52] ?
René
Zavaleta hace comentarios lapidarios sobre el comportamiento oligárquico ante
el excedente; retomamos dos anotaciones al respecto de los ciclos de los
recursos naturales; escribe:
Esto
significa, liso y llano, que la retención del excedente era inexistente.
Dejemos de lado la ineptitud basal en la defensa del máximo excedente posterior
a Potosí, que fue la sesión del salitre y el cobre. La fetichización del
excedente era tan exultante que se practicaba el sinsentido de sacrificar el
propio gran excedente efectivo – el salitre – por la perspectiva de un
excedente futuro. El modelo, por tanto, era Chile, pero solo por chilenofilia
viciosa; Chile en cuanto apéndice o socio de los ingleses y no el Chile que
había deseado y conquistado un excedente. He ahí lo que hizo el montismo con
ese elemento tan central de su visión de mundo con su piedra filosofal. Si por
excedente se entiende una disposición de recursos que no solo reproduce de un
modo simple los niveles previos, sino que los rebasa, o sea una alteración
favorable de los medios con relación a la reproducción social, era indudable
que Bolivia había dado lugar a un nuevo ciclo excedentario. Los hombres de la
oligarquía lo dilapidaron con una desaprensión incomprensible [53] .
En la otra
anotación que compartimos, el autor escribe:
En
principio, la explicación de eso sería la falta de capacidad burguesa de un uso
burgués de la riqueza y no tendría otra fuente la falta de voluntad de sí mismo
que mostraba el Estado, o sea que el concentrado social no asumía la avidez de
una cosa ni la otra. En esas condiciones, es razonable suponer que lo mismo que
con la segunda plata y el estaño habrían ocurrido con el salitre y el cobre,
como pasó en efecto con Chile. Esto nos conducirá en algún momento de la
exposición a otros niveles de análisis. Es llamativo el que se tratara de un
país con cierta experiencia mercantil y aun capitalista. No es casualidad que
las “mutaciones cruzadas” (Ashton), es decir que tendiera a la incorporación de
la técnica como si hubiese nacido en ella y a la vez a la subsunción del
criterio mananger a la forma desfalcatoria clásica. Patiño en persona es una
prueba de que no existían verdaderas obstrucciones culturales para una
comprensión mas bien exhaustiva del mundo ni del capitalismo. Se puede decir,
por el contrario, que él mismo era un caso de individualismo posesivo sin
nación, o sea que era la nación o aquellos que asumían el monopolio de su
nombre los que carecían de tales nociones de individualidad y posesión. Los
elementos señoriales en Aramayo o Arce eran más importantes, así fuere por
ósmosis, y los cosmopolitas en Hoschild. El jefe real o caudillo empresarial
era, sin embargo, Patiño. Es por eso por lo que debemos preguntarnos en qué
condiciones era posible realizar todos los actos propios de la lógica burguesa
y a la vez renunciar de inmediato a su efusión como lógica nacional. La propia
privilegiada combinación de bajos consumos y una relativamente alta adaptación
a la tecnología avanzada por parte de los trabajadores, así como la
preexistencia de un cierto mercado interno parecían la convocatoria a una
suerte de efecto de imitación hacia el desarrollo del capitalismo. Sin embargo,
Patiño mismo se constituyó en el ejemplo de la forma falaz del aburguesamiento
porque, siendo burgués hasta el fondo de su alma, era capitalista en forma,
pero no nacional. Es estudiando los perfiles de los grandes burgueses cómo
podemos encontrar indicios acerca de las imposibilidades insidiosas de lo
burgués en una formación como la boliviana. Lo cierto es que resultó una tierra
inhóspita para ello [54] .
El Estado
aparente, la “ideología” social darwinista y la renuncia a la retención del
excedente, es decir, la renuncia a la disponibilidad, definen a
una oligarquía refugiada en sus ilusiones y pretensiones señoriales, también hacen
de condición de imposibilidad histórica para la emergencia de una burguesía
nacional. Lo que se da es una burguesía, que si bien, nace en el país, se
externaliza volviéndose parte de la transnacionalización de los recursos y de
la valorización. Estas características de la formación social
singular de Bolivia, de aquel entonces, que hacen, a su vez, de condiciones
históricas, se refuerzan mutuamente, convirtiéndose en un círculo
vicioso de reproducción improductiva, que llama Zavaleta el estupor de
los siglos.
En estas
condiciones ingresa Bolivia a la guerra del Chaco. Va a la guerra empujada por
la desenfrenada compulsión por el aniquilamiento, que expresa la oligarquía,
sobre todo en su hombre símbolo, Daniel Salamanca, a quien lo convierte en
presidente, un poco para contrastar con su mediocridad oficiosa, presentando lo
mejor que tenía; un perfil abstracto encarnado en la delgada figura de un
intelectual solitario y apesadumbrado. Como dice Céspedes, en su ensayo El
metafísico del fracaso, Salamanca ganaba la guerra en el mapa, mientras los
paraguayos la ganaban en el terreno de operaciones. Es en el Chaco donde la
oligarquía despliega todas sus miserias, sus vulnerabilidades, todos sus
desajustes e incomprensiones del país y de la guerra misma. Esa guerra se
sostiene por el sacrificio de contingentes de bolivianos, de indígenas y
mestizos, abandonados en el Chaco, prácticamente a su suerte, sin contar con
una logística adecuada, tampoco con entrenamiento, sometiéndolos a mandos de
generales extranjeros, como si en esto radicara la conducción estratégica y
táctica de la guerra. Con esto demostraba la oligarquía que era tan extranjera
como esos generales aparacaidistas, que a lo único que recurrieron como talento
es a optar por el asalto directo a las líneas y trincheras paraguayas. Se
conformaron tres ejércitos, sucesivamente, después de calamitosas derrotas, a
pesar de las pocas victorias debidas al heroísmo de los oficiales y soldados
bolivianos, heroísmo reconocido por los oficiales paraguayos.
Sin embargo,
en el Chaco se encontró el pueblo. Aprendió por sacrificio la enseñanza
dramática de la guerra; combatían hermanos, de un lado y del otro, hermanos del
infortunio, adversidad obligada por la dependencia de sus países, arrastrados
por conspiraciones concurrentes de empresas trasnacionales petroleras,
para quienes los países no importan, tampoco los costos mortales de una guerra.
Lo que importan son las reservas hidrocarburíferas, de las que se hacen dueños,
al posesionarse a través de concesiones. El enemigo no era el paraguayo, sino
la misma oligarquía que empujó al país a una conflagración con un país que ya
había sufrido la guerra de la triple alianza, instigada por Gran Bretaña.
Conclusiones
1. No se
puede caracterizar como atraso algo que corresponde a la pusilanimidad. Estupor
conformado tanto como subjetividad derrotista como en las prácticas
habituales de un Estado aparente.
2. El Estado
aparente es Estado sólo por su presentación jurídica-política; puede
oscilar al momento instrumental cuando recurre a la institucionalidad, para
efectuar la dominación en el sentido mismo del monopolio de la violencia, la represión.
3. Que el
Estado se haya reducido a su apariencia o a su instrumentalidad
provisional se debe, en gran parte, a la renuncia a la retención del excedente,
por lo tanto, a la renuncia a la disponibilidad.
4. La guerra
del Chaco es el escenario dramático donde emergen otras condiciones de
posibilidad históricas; esta vez referidas a la posibilidad del
Estado-nación efectivo, basado en el acceso a la disponibilidad y la
recuperación del excedente.
La formación
enunciativa zavaleteana
La formación
discursiva se configura en la conexión de tres circuitos; el colateral,
el correlativo y el complementario; supone un haz de
relaciones que hacen a los enunciados, entendidos como visiones de
los horizontes de visibilidad y de decibilidad. El circuito
colateral tiene que ver con el campo propiamente discursivo, la
concurrencia entre discursos, si se quiere, la concurrencia entre teorías. El circuito
correlativo tiene que ver con la composición discursiva, composición
que tiene que ver con los sujetos, con los objetos y los conceptos. El circuito
complementario tiene que ver con las prácticas no discursivas; es
decir, con las fuerzas; en otras palabras, con las relaciones de poder.
Vamos a intentar una interpretación de la formación discursiva zavaleteana
abarcando las conexiones de estos circuitos mencionados.
Circuito
colateral
El discurso
y la enunciación de Zavaleta concurren en un campo discursivo
donde el discurso o los discursos marxistas tradicionales pululan; en
contraste, también asisten los discursos del nacionalismo revolucionario,
aunque de revolucionario quede poco. A su vez se encuentra, persistiendo, el
discurso o los discursos conservadores, sobre todo aquellos que ofician de historia institucional, sostenida por la versión académica; también se tiene a los
discursos de las ciencias sociales, incluyendo en ellas a la economía, con
pretensiones de verdades objetivas; discursos conformados y consolidados por la
academia. ¿Qué es lo que comparten estos discursos en el circuito colateral?
En un tiempo
se podría haber dicho que se trata del discurso del nacionalismo
revolucionario, quizás hasta el escrito de El poder dual, a
excepción del discurso conservador, correspondiente a la “ideología”
oligárquica pasada; empero, preservada como “ideología” latente. En un tiempo
subsiguiente se podría haber dicho que se trata del discurso marxista,
apreciado en su conjunción global, a excepción del discurso nacionalista,
incluyendo a la retórica chauvinista del discurso nacionalista. Sin embargo,
cuando hablamos de lo escrito, inscrito, expresado, en Lo nacional-popular
en Bolivia, el discurso de Zavaleta no comparte con la herencia del discurso
del nacionalismo revolucionario, tampoco comparte con esa globalidad de
corrientes que llamamos marxistas; es más, se podría decir que se efectúa un desplazamiento
epistemológico hacia otro horizonte de visibilidad y de decibilidad.
Cuando los
discurso comparten el mismo circuito o, si se quiere círculo,
incluso mejorando la figura, esfera discursiva, los discursos compiten
la interpretación del referente o los referentes en cuestión;
pretenden decir la verdad del referente. Cuando un discurso se
zafa del circuito, efectuando desplazamientos, entonces el referente
o los referentes no son los mismos; por lo tanto, no comparten la misma formación
discursiva. A groso modo, se puede decir que el discurso del nacionalismo
revolucionario y el discurso o los discursos de la izquierda tradicional,
comparten el mismo horizonte de decibilidad y de visibilidad. Lo que no
ocurre con el discurso conservador de la oligarquía, cuyo horizonte de
visibilidad y decibilidad pertenece como a otra época enunciativa,
la época dominante de la colonialidad descarnada. Entonces, no solo hay desplazamientos,
sino también estancamientos o retrasos respecto a una formación
discursiva vigente.
Los desplazamientos
discursivos y enunciativos de Zavaleta, en Lo nacional-popular en
Bolivia, apuntan a otro horizonte de visibilidad y de decibilidad,
si se quiere a otra episteme. En el transcurso, si bien la premisa de la
que parte es el de las condiciones de posibilidad del conocimiento de
las formaciones sociales abigarradas, efectúa el análisis de las formaciones
sociales singulares, en su especificidad histórico-social. En ese
sentido se componen conceptos como el excedente, pensado como disponibilidad;
el mismo concepto de disponibilidad, que se refiere a la posibilidad de
lo óptimo. El concepto de crisis aparece como el referente
privilegiado, como el no-lugar de la incompatibilidad de las formas
conjugadas, en la provisionalidad histórica de los juegos de poder.
Entonces, se trata de conocer la crisis, conocer en la crisis,
interpretar en la crisis la singularidad de la formación
social abigarrada.
No se trata
ya de generalizar, de expandir los alcances conceptuales, sino de profundizar,
de lograr la comprensión singular de la formación singular.
Diríamos que estamos ante una episteme de la singularidad; entonces,
complementando, forma parte de la episteme de la pluralidad. Zavaleta de
Lo nacional-popular es el puente y la transición teórica hacia la episteme
de la complejidad, la que nosotros definimos en su proliferación y
alocución plural, en su perspectiva pluralista del acontecimiento.
Esto no
quiere decir que sea solo puente y transición teórica, sino al cruzar los límites
epistemológicos, ya forma parte del horizonte de visibilidad y
decibilidad, mas bien, de los horizontes de visibilidad y decibilidad
contemporáneos, la de la episteme compleja. Precisamente esto puesto que
la singularidad forma parte primordial de la pluralidad, del acontecimiento,
entendido como multiplicidad de singularidades.
Circuito
correlativo
En el circuito
correlativo del discurso de Zavaleta se configuran sujetos, sobre
todo los nuevos; el sujeto multitud, teniendo como correlato al sujeto
masa, que comparten, en esta transición y desplazamiento, con el sujeto
clase y con el sujeto nacional-popular. Estos últimos sujetos,
sujeto clase y sujeto nacional popular, forman parte de la
herencia discursiva anterior, si se quiere marxista, en su tonalidad
gramsciana, incluyendo al sujeto nacional-popular, que tiene reminiscencias
del discurso del nacionalismo revolucionario. El sujeto oligarquía,
también el sujeto rosca, derivan de la formación discursiva que
Luis Antezana llamó propiamente el discurso del nacionalismo
revolucionario. Vemos, que en lo que respecta a los sujetos
enunciados, los nuevos sujetos comparten, en espesor discursivo,
los escenarios narrados.
Los objetos
apreciados son, en primer lugar, el excedente, ahora entendido no en su
circunscripción economicista, sino como acontecimiento histórico-cultural;
en segundo lugar, aparecen las fuerzas de la disponibilidad, también las
fuerzas que se oponen a la disponibilidad, que prefieren externalizar el
excedente. De manera concreta, aparecen los recursos naturales,
en sus formas específicas, como minerales e hidrocarburos. También como mención
general, en su dicotomía, aparece el mercado, el mercado interno
y el mercado externo.
De los conceptos
ya hablamos; sin embargo, podemos reiterarlos; estos son el concepto de excedente,
esta vez tomado como estructura enunciativa, más que como referencia a
un objeto. El concepto de disponibilidad como capacidad de
retención del excedente y también de internalización del mismo. El concepto
de óptimo como logro de la ecuación Estado y sociedad. Debemos
mencionar el concepto de crisis; en tanto concepto forma
parte del método de conocimiento de la singularidad, de las estructuras
singulares; lo que llama Luis Tapia producción del conocimiento local.
Obviamente el concepto de formación social abigarrada, enunciada
abiertamente; en su concreción, el concepto de formación social singular,
enunciación, mas bien, implícita.
Circuito
complementario
Como
dijimos, el circuito complementario tiene que ver con las prácticas
de poder; es decir, con la relación saber-poder, con la actualización
del poder en la pronunciación del saber, teniendo como escenario
privilegiado las instituciones, tomadas como agenciamientos concretos de
poder. Estas prácticas de poder, en el discurso de Lo
nacional-popular en Bolivia, se refieren a las prácticas de exclusión,
a las prácticas de instrumentalización de las dominaciones, también a
las prácticas de despojamiento y desposesión de las empresas, así como a
las prácticas de explotación de la fuerza de trabajo. En el contexto, se
refieren a las prácticas de monopolio del poder, al monopolio de la
violencia legítima del Estado. En este sentido, a las prácticas de control de
este monopolio del poder, prácticas que tienen que ver con la
reproducción de la rosca.
Como se
puede ver, las practicas discursivas no se desentienden, de ninguna
manera, de las prácticas no discursivas, de la fuerzas, de las prácticas
de poder; al contrario, las practicas discursivas son dispositivos
discursivos de las estrategias de poder. En esta perspectiva, solo
se puede decodificar los discursos comprendiendo el espesor de las fuerzas
que los sostienen. Es sugerente ver que Zavaleta conecta constantemente los
discursos con los perfiles, estrategias, perspectivas de poder, que entran en
juego. Entonces la interpretación que hace de los discursos la efectúa desde la
comprensión de las estrategias de poder que entran en juego, además del
análisis de lo que efectivamente dicen los discursos.
Entonces la
formación discursiva zavaleteana, en Lo nacional-popular, se desplaza
en estos tres ámbitos enunciativos, el colateral, el correlativo
y el complementario, ocasionando una formación enunciativa que se
relaciona con los otros discursos a partir de otro terreno, que ya no es
compartido con los discursos concurrentes; se relaciona con ellos desde otra episteme.
Se piensa, por así decirlo, los sujetos, objetos y conceptos de
otra manera, aunque los términos de estos sujetos, objetos y
conceptos sean compartidos por los distintos discursos. Lo más importante,
se produce, en el desplazamiento, otra interpretación del poder, que no
es la clásica, referida y circunscrita al Estado como síntesis suprema del
poder, sino la que podríamos llamar las dinámicas moleculares del poder.
Ciertamente, Zavaleta efectúa explícitamente una teoría del Estado en
las formaciones sociales abigarradas, teoría que sirve para dar cuenta
de la composición singular del Estado en las formaciones sociales
singulares. A pesar de que es así, en nuestra interpretación privilegiamos
los desplazamientos epistemológicos, no tanto así los temas
heredado del marxismo, como es este de lograr una teoría del Estado.
¿La guerra
da derechos de conquistas territoriales? Se puede decir que no, si nos atenemos
a la filosofía que tiene como referente la justicia o la idea de justicia.
Podemos decir que si, si nos atenemos a la historia efectiva de las
sociedades, de los países y de los estados. En este caso, se trata de comprobar
que el derecho tiene como origen la violencia, la ley tiene como nacimiento
la fuerza. ¿Se trata de justicia o se trata de fuerza? ¿Se trata de
derechos? Una lectura jurídica, sobre todo desde el derecho internacional,
puede aseverar que si, se trata de los derechos de los Estados. Este es el
camino que ha tomado el gobierno popular boliviano; ha presentado a la Corte
Internacional de La Haya la demanda marítima del Estado boliviano. El Estado de
Chile, ha presentado el alegato diciendo que el Tribunal de La Haya no tiene
competencia para tratar el tema, supuestamente resuelto con el Tratado de 1904,
firmado entre el Estado boliviano y el Estado chileno.
Pero,
volviendo a la pregunta: ¿La guerra, la victoria de la guerra, en este caso la
guerra del Pacífico entre Bolivia y el Perú, por un lado y Chile, por otro
lado, otorga el derecho territorial de conquista? ¿Si se dice que ha habido
aceptación, por parte de Bolivia, de renuncia territorial al firmar el Tratado
de 1904 y con el Perú al firmar el Tratado de 1929, estos tratados resuelven
los problemas? Jurídicamente puede ser mientras no haya demanda, de un lado o
de otro, mientras se cumplan los tratados. Si hay demanda obviamente no se ha
resuelto el problema. Un Tratado sirve para ratificar al acuerdo que se ha
llegado un momento dado, acuerdo jurídico; sin embargo, no es el fin de la
historia; mientras queden pendientes problemas irresueltos, la historia
está abierta a sus contingencias. ¿Por qué insistir, de manera testaruda, que
un tratado culmina con una historia, la de la expansión territorial de
parte de la geopolítica regional del Estado de Chile, concretamente de la
burguesía que se cristaliza en el Estado? Pueden darse tratados; sin embargo,
en la medida que estos tratados no cubren el conjunto de la problemática, son
provisionales, segados, inútiles para detener la marcha de la historia
efectiva y sus contingencias. Por otra parte, y esto es lo más importante,
los pueblos de los países involucrados deben estar de acuerdo. Si los pueblos
no fueron consultados, no hay ningún tratado legítimo, por más firmas que hayan
inscrito en el papel sus gobiernos de turno.
Entonces, la
respuesta a nuestra pregunta es, mas bien, política, en pleno sentido de
la palabra, entendiendo la política como democracia plena. Son
los pueblos los que deben resolver los problemas limítrofes, de heridas de
guerra, de enclaustramiento, de desconocimiento de derechos de pueblos, como el
desconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas del sur de Chile,
sobre todo de los mapuches, a los que se les hizo la guerra, como antesala de
la guerra del Pacífico.
Si el
Tribunal de La Haya se declara competente, todavía hay camino por recorrer
hasta que su competencia de un veredicto. ¿Cuándo lo haga será el final de la
historia? Tampoco. Todo dependerá de la capacidad de los Estados, de los
gobiernos, de resolver los problemas pendientes; empero, mientras no estén los
pueblos, no tomen la palabra, no resuelvan democráticamente y consensuadamente,
habrá más posibilidades de que los problemas no terminen de resolverse.
Independientemente de cómo marcha lo de La Haya, es indispensables que los
pueblos tomen la palabra.
Es evidente
que si el Tribunal de La haya se declara competente, es una victoria para la
diplomacia del gobierno popular boliviano. Algo que no habrían conseguido los
gobiernos bolivianos anteriores, que siguieron, como el gobierno actual, en el
marco del Tratado de 1904. ¿Es legítimo este Tratado firmado por gobiernos
liberales de Bolivia y de Chile? En teoría un gobierno “revolucionario” debe
desconocer el tratado firmado por gobiernos burgueses, que no consultaron a sus
pueblos sobre temas estratégicos y fundamentales como la guerra, la culminación
de la guerra y sus consecuencias. Sin embargo, un gobierno progresista, que se
reclama de “revolucionario”, no lo ha hecho; ha continuado la ruta de la diplomacia
boliviana liberal; ciertamente lo ha hecho mejor que los gobiernos anteriores.
Los pueblos
de Abya Yala tienen la tarea de la integración continental, la tarea de la
constitución e institución de la Patria Grande; los pueblos de Abya Yala
no son enemigos, aunque lo sean sus estados, aunque lo sean sus gobiernos. La gubernamentalidad
democrática radical pluralista de los pueblos de Abya Yala está orientada
en el horizonte de la Confederación Plurinacional de Pueblos
Autónomos de Abya Yala. En las transiciones a estas finalidades histórico-políticas,
los pueblos pueden apoyar las mejores iniciativas para resolver problemas que
han ocasionado los gobiernos liberales; gobiernos beligerantes, entrampados en
la guerra civil del preludio trágico de la Patria Grande. Guerra
del proyecto endógeno, independiente, soberano, democrático, de los interiores
del continente, contra el proyecto exógeno, dependiente, subordinado, de
democracia señorial, de los puertos, donde la burguesía liberal apostó por
someterse a la geopolítica del sistema-mundo capitalista. En ese entonces, a la
hegemonía del imperio Británico, vanguardia de la revolución industrial;
por lo tanto, burguesías liberales entregadas a la división del mercado
internacional.
Los
Estado-nación del continente invisibilizaron a las naciones y pueblos
indígenas. Hicieron, desde que nacieron como Estado moderno, como si no
existieran, como si la colonia no hubiera tenido que tomarlos en cuenta, tanto
en sus guerras de conquista, como reconociendo sus autonomías relativas. En el
caso de la nación Mapuche, los españoles perdieron la guerra, tuvieron que
aceptar la delimitación de fronteras, reconociendo a la nación Mapuche. El Estado-nación
de Chile, en cambio, un tanto siguiendo la continuidad colonial, otro tanto
siguiendo o retomando la guerra contra los mapuches, otro tanto por el proyecto
mismo de Estado-nación, restauraron las condiciones de la guerra, sin cumplir
los tratados; tanto los tratados de los españoles, como los tratados del propio
Estado de Chile con la nación Mapuche. Redujeron el territorio mapuche de 10
millones de hectáreas 500 mil hectáreas. Más tarde serán arrinconados,
desconociendo, incluso los acuerdo de esta última conquista mestiza sobre
territorio mapuche, avasallando con todo sus derechos. Tanto los gobiernos
social cristianos, social demócratas, socialistas, como ahora, el llamado
gobierno socialista de la concertación, fuera de los gobiernos de la dictadura
militar, todos avasallaron los derechos de la nación y los pueblos mapuches.
Ahora,
cuando se trata en La Haya la demanda boliviana, antes cuando se trató en el
tribunal el tema limítrofe marítimo entre Perú y Chile, todos, estados,
gobiernos, tribunales, organismos internacionales, derechas e izquierdas,
se olvidan de los derechos de las naciones y pueblos indígenas. En este caso,
en el del tema de las causas y consecuencias de la guerra del Pacífico, se
olvidan, como siempre lo han hecho, en una actitud colonial, de la nación
Mapuche, involucrada, desde un principio, incluso desde antes, en la antesala
de la guerra y en la guerra misma. ¿Por qué lo hacen? Simplemente porque en su
imaginario nacionalista las naciones y pueblos indígenas no existen; si
aparecen es porque son resabios del pasado; si aparecen insistentemente es
porque son terroristas. Esas son las respuestas de estos estados y de este
mundo moderno, de este orden mundial, que pretende conformar una malla
institucional democrática mundial.
Se puede
decir, hasta cierto punto, que la guerra del Pacífico comenzó con la guerra
contra los mapuches, la llamada estrategia de pacificación, que no era otra
cosa que etnocidio, en el extremo, genocidio estatal. ¿No es esto colonialismo,
supuestamente excluido del mundo moderno, sobre todo el reciente? Sin embargo,
la nación Mapuche no está atendida en el tribunal internacional, no se le
reconoce el derecho a la palabra, no se la considera víctima de la
violencia estatal y de la guerra de conquista, no se incorpora, ni
siquiera como dato decodificable, que sus tierras han sido expropiadas, sus
pueblos arrinconados, llevados a la miseria, sus lenguas y cultura
desconocidas, en este proceso de acumulación de capital, que incluye
expropiación de tierras comunales, geopolítica regional, despojo de
recursos naturales, entre otros, recursos como el guano y el salitre.
¿Cómo se
puede hablar de resolver los problemas pendientes si no están los pueblos, si
no se consulta a los pueblos, sobre todo, en este caso, si no se consulta a los
pueblos indígenas? Obviamente no hay resolución efectiva de los problemas
pendientes, acumulados en la historia efectiva, no en la historia
oficial, en la historia de los estados, incluso en la historia
de los imaginarios modernos, supuestamente progresistas y hasta
“revolucionarios”. Lo único que hay es lo de siempre, el despliegue de las narrativas
nacionales, donde no entran las naciones y pueblos indígenas; si entran lo
hacen como telón de fondo de los escenarios históricos, donde se efectúa
el canto a las glorias nacionales. En la base de todo esto, es parte de la
comedia imperial, donde los Estado-nación subalternos tienen cabida, como
segundos o terceros, y son atendidos para dirimir en pleitos menores, en el
contexto de las estrategias de la geopolítica del sistema-mundo capitalista.
Llama la
atención que un gobierno que se reclama ser gobierno indígena y de los
movimientos sociales no defienda los derechos de la nación y pueblos mapuches.
Más aún cuando las naciones y pueblos indígenas de Abya Yala nombraron a Evo
Morales Ayma presidente de todos los pueblos indígenas del continente. En este
caso las embajadas bolivianas deberían haberse convertido en embajadas de los
pueblos indígenas, iniciando así el reclamo efectivo contra la conquista y el
colonialismo, la lucha por la emancipación y liberación de los pueblos
indígenas y de los pueblos del mundo. En cambio, el gobierno popular boliviano
se afincó en la estructura colonial del Estado-nación, cambió la etiquetas y
los nombres, creyendo que con esto el Estado-nación se convertía en Estado
Plurinacional Comunitario y Autonómico, por arte de magia de las palabras.
Siguió el mismo decurso de la diplomacia colonial, sin adentrarse nunca a los
códigos y ritos de la diplomacia indígena, proponiendo, mas bien, la diplomacia
de los pueblos, que tampoco llevó a la práctica, salvo como amague.
El
colonialismo, la colonialidad, sus estructuras institucionales, sus estructuras
imaginarias, campean en el mundo contemporáneo, en los Estado-nación, sean
dominantes o subalternos, en los organismos internacionales, aunque pretendan
garantizar los derechos humanos y democráticos. Esto sólo es una puesta en
escena, que legitima, de todas maneras las dominaciones polimorfas del imperio.
Lo del gobierno
indígena y de los movimientos sociales, lo de la construcción del Estado
Plurinacional Comunitario y Autonómico, aparece como una impostura, un montaje,
una simulación, o, matizando, les ha quedado la tarea grande. No es más que un
gobierno populista, como continuación culturalista del nacionalismo
revolucionario. Han nacionalizado los hidrocarburos, aunque después, con
los contratos de operaciones, los desnacionalizaron. En todo caso cambiaron la
relación de los términos de referencia, mejorando notablemente los ingresos del
Estado. Algo que no hubieran hecho los gobiernos neoliberales. Esa es la
diferencia entre estos gobiernos sumisos y el gobierno populista. Ciertamente
no son lo mismo, ni históricamente, ni políticamente; pero, de ahí a
deducir que son un gobierno indígena y de los movimientos sociales hay
mucho trecho, de ahí a decir que son un gobierno “revolucionario” hay como una
disonancia estridente.
No se
entiende por qué quieren convencer que esta diferencia con los gobiernos
neoliberales es una diferencia “revolucionaria”. Esto es meterse en problemas
de todo tipo, teóricos, filosóficos, “ideológicos”, políticos. Es difícil sino
imposible demostrar que las reformas son ya la revolución, que lo que
hacen es descolonizar, que lo que hacen es gobernar según la Constitución, que
lo que hacen es una gubernamentalidad del Estado Plurinacional Comunitario y
Autonómico. ¿Por qué meterse en estos vericuetos indemostrables? ¿No es mejor
aceptar lo que son y lo que hacen? Si se acepta que son reformistas, que hacen
lo que se puede, dada las condiciones de posibilidad, quizás hasta
tengan razón, frente a nosotros, los radicales – radicales no por pretender
serlo, al estilo “izquierdista” y demostrativo, sino por pretender resolver los
problemas desde las raíces, pretender pensar los problemas desde las raíces - .
El marco de la discusión cambiaría, el debate se centraría sobre las condiciones
de posibilidad, en los límites impuestos por la realidad. Aunque no
estuviésemos de acuerdo, la discusión sería más saludable y adecuada. Pues
discutir sobre montajes y pretensiones discursivas, cuando efectivamente lo que
se hace no alcanza a lo que presentan los montajes ni las pretensiones
discursivas, no lleva sino a laberintos in-comunicativos. Si esa es la
pretensión gobernante, entonces es imposible el debate; en otras palabras no lo
quieren, lo eluden, encaracolándose en sus prejuicios y miedos.
Hay como un
ineludible tendencia a actuar, a representar dramas, tragedias, mitos;
tendencia que busca seducir a los públicos. Quizás esta tendencia sea innata al
humano, quizás, además, no tan sólo al humano; empero, hay actuaciones y
actuaciones. Ciertamente cuando las actuaciones se dan en el teatro o el cine,
eso deleita, incluso enseña, transmite tramas. En los ámbitos de la vida
cotidiana cuando se actúa se lo hace con propósitos variados, que pueden
buscar desde seducir o, en su defecto, ocultar, encubrir, hasta embaucar,
pasando por distintas figuras y opciones. En los campos políticos,
cuando se actúa, la actuación tiene consecuencias masivas y efectos de alcance,
se juega con la vida de poblaciones, de pueblos, de naciones, de sociedades, de
comunidades. A nadie se le puede quitar esta inclinación a la actuación, que
parece innata; sin embargo, se puede interpelar a la actuación deshonesta, a la
actuación encubridora, a la actuación que requiere el poder para justificar sus
actos.
[2] Ibídem:
Pág. 21.
[3] Ibídem:
Pág. 23.
[4] Ibídem:
Pág. 23.
[5] Ibídem:
Pág. 27.
[6] Ibídem:
Pág. 29.
[7] Roberto
Querejazu Calvo: La guerra del Pacífico. Síntesis histórica de sus
antecedentes, desarrollo y consecuencias. Librería Editorial G.U.M 2010; La
Paz. Pág. 9.
[8] Ibídem:
Pág. 10.
[9] Ibídem:
Pág. 10.
[10] Ibídem:
Pág. 11.
[11] Ibídem:
Pág. 11.
[12] Ibídem:
Pág. 15.
[13] Roberto
Querejazu Calvo: La guerra del Pacífico. Síntesis histórica de sus antecedentes,
desarrollo y consecuencias. Librería Editorial G.U.M 2010; La Paz. Pág. 18.
[14] René
Zavaleta Mercado: La querella del excedente. En Lo nacional-popular
en Bolivia. Plural 2008; La Paz; Pág. 43.
[15] Ibídem:
Pág. 43.
[16] Ver de
René Zavaleta Mercado: La revolución boliviana y la cuestión del poder;
La Paz; Dirección General de Informaciones 1961. Bolivia: crecimiento de la
idea nacional; La Habana; Cuadernos de la revista Casa de las Américas
1967. El Che en Churo; en Marcha 1969; Montevideo, 8 de octubre. El
poder dual; México; Siglo XXI 1974. La fuerza de la masa; Cuadernos
de Marcha 1979; segunda época; número 3; México, septiembre-octubre. Cuatro
conceptos de la democracia; en Dialéctica 1982, número 11; UAP. Determinación
dependiente y forma primordial; Investigación Económica 1983; número 163;
México, enero-marzo. También Movimiento obrero y ciencia social, así
como Algunos problemas acerca de la democracia.
[17] Ver de
Raúl Prada Alcoreza La concepción mercantil de la política; Bolpress
2012; La Paz.
[18] Se
puede consultar la siguiente bibliografía: Ahumada Moreno, Pascual (1892). Guerra
del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales,
correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra, que ha dado a
luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de
importancia. Valparaíso: Imprenta del Progreso. 8 volúmenes. Arosemena
Garland, Geraldo (1946). Gran Almirante Miguel Grau. Lima. Barros Arana,
Diego (1890). Don José Francisco Vergara: discursos y escritos políticos y
parlamentarios. Santiago de Chile: Imprenta Gutemberg. Basadre Grohmann,
Jorge (2005). Historia de la República del Perú. Lima: Diario La
República. Octava edición, (Obra completa). Bisama Cuevas, Antonio (1909). Álbum
Gráfico Militar de Chile. Campaña del Pacífico: 1879-1884. Santiago de
Chile: Imprenta Universo. Bulnes, Gonzalo (1911). Guera del Pacífico.
Valparaíso: Sociedad Imprenta Litografía Universo. Casaretto Alvarado, Fernando
(2003). Alma Mater: historia y evolución de la Escuela Naval del Perú.
Lima: Imprenta de la Marina de Guerra del Perú. Comisión Permanente de Historia
del Ejército del Perú (1983). La Guerra del Pacífico 1879-1883. Lima:
Ministerio de Guerra. Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú
(1983). La resistencia de la Breña. Lima: Ministerio de Guerra. Comisión
Permanente de Historia del Ejército del Perú (1983). Huamachuco en el alma
nacional (1882-1884). Lima: Ministerio de Guerra. Lecaros, Fernando (1979).
La Guerra con Chile en sus documentos. Lima: Editorial Rikchay Perú.
Tercera edición. Paz Soldán, Mariano (1904). Narración histórica de la
Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. Buenos Aires: Librería e Imprenta
de Mayo. Ravest Mora, Manuel (1983). La compañía salitrera y la ocupación de
Antofagasta 1878-1879. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello. VV.AA.
(1979). Miguel Grau. Lima: Centro Naval del Perú. Varigny, Charles
(1974). La guerra del Pacífico. Santiago de Chile: Editorial del
Pacífico S.A. Vial Correa, Gonzalo (1995). Arturo Prat. Santiago de
Chile: Editorial Andrés Bello. Vicuña Mackenna, Benjamín (1883). El álbum de
la gloria de Chile. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes. (2000). Chile
y Perú, la historia que nos une y nos separa. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
También revisar de Wikipedia, la enciclopedia libre, Guerra del Pacífico.
[19] Roberto
Querejazu Calvo; Ob. Cit.; Págs. 46-47.
[20] Víctor
Giudice Baca: T eorías geopolíticas. Gestión en el Tercer Milenio, Rev.
de Investigación de la Fac. de Ciencias Administrativas, UNMSM (Vol. 8, Nº 15,
Lima, Julio 2005). Victor Giudece Baca es p rofesor principal de la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Gestión en el Tercer Milenio, Rev. de Investigación de la Fac. de Ciencias
Administrativas, UNMSM (Vol. 8, Nº 15, Lima, Julio 2005).
[21] Dr.
Rudolf Kjellen, (1864-1922), nacido en Suecia. Fue politólogo e historiador,
profesor de las universidades de Upsala y Gotemburgo. Se puede decir que es
responsable del uso del término geopolítica. La hipótesis de trabajo de
Kjellen es la que supone la identidad entre el Estado y los organismos
vivientes. Estahipótesis fue desarrollada en El estado como forma de vida. Ver
de Gustavo Rosales Ariza: Geopolítica y geoestratégica liderazgo y
poder. Universidad Militar Nueva Granada 2005. Gustavo Rosales Ariza es
Director del Instituto de Estudios Geoestratégicos (IEG).
[22]
Friedrich Ratzel (1844-1904), profesor de geografía y antropología. Es conocido
por sus investigaciones publicadas en Antropogeografia, también por su
libro Geografía política. En este último trabajo se comprende al Estado
como un organismo territorial.
[23] Nicolás
John Spykman es, de nacimiento, holandés, nacionalizado después estadounidense.
Es especialista en Artes de la Universidad de California, obtuvo después su
PHD. Como profesor universitario se inicia en Ciencias Políticas y Sociología
en la Universidad de California (1923-1925); después es profesor asistente en
Relaciones Internacionales, en la Universidad de Yale (1925-1928). Más tarde es
nombrado decano del departamento de Estudios Internacionales (1935-1940). Es
miembro de la Academia Americana de Política y Ciencias Sociales, de la
Sociedad Americana de Geografía, de la Asociación Americana de Ciencias
Políticas y del Consejo de Relaciones Exteriores. Entre sus obras conocidas se
puede citar la Teoría Social de Georges Simmel (1925), también Estados Unidos frente
al Mundo (1942), además de Las dos Américas.
[24] Ver de
Milton Santos La naturaleza del espacio. Particularmente el capítulo El
territorio: un agregado de espacios banales. Revisar de David Harvey Justice,
Nature and the Geography of Diference. También Spaces of Capital.
[25] Ver de
Cecilia Hernández Diego Reseña de “La naturaleza del espacio” de Santos,
Milton. Economía, sociedad y territorio. Julio-diciembre, Vol. III, número
10. El Colegio Mexiquense, A. C. Toluca-México; Págs. 379-385.
[26] El
texto forma parte del ensayo Cartografías histórico-políticas. Dinámicas
moleculares; La Paz 2013-2014. Amazon: https://kdp.amazon.com/dashboard?ref_=kdp_RP_PUB_savepub
. http://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/acontecimento_pol__tico.docx
.
[27] Revisar
de Silvia Rivera Cusicanqui: Oprimidos pero no vencidos. Yachaywasi; La
Paz.
[29] Revisar
los tres tomos de Hugo Rodas Morales: Marcelo Quiroga Santa Cruz. El
Socialismo Vivido. Publicado por Plural. La Paz.
[30] Revisar
de Sergio Almaraz Paz Obra Completa. Plural. La Paz.
[31] Revisar
de Luis Tapia Mealla La producción del conocimiento local. Historia y
política de la obra de René Zavaleta Mercado. Muela del diablo. La Paz.
[32] René
Zavaleta Mercado: Lo nacional-popular en Bolivia. Plural; La Paz.
[33] Tengo
proyectado un libro sobre el Marxismo de guardatojo. La consciencia
histórico política minera.
[34]
Guillermo Lora: Historia del movimiento obrero boliviano. Los amigos del
libro. La Paz.
[35] La Obras
completas de Guillermo Lora se encuentran a la venta el propio POR, en la
Sección de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional. La
Revolución boliviana ha sido publicada en la ciudad de La Paz por la
editorial d la Librería Juventud. También podemos mencionar los dos tomos de la
Revolución de 1943. Contribución a la historia política de Bolivia.
Tomos que se encuentra en las Obras Completas.
[36] Luis H.
Antezana: Sistemas y procesos ideológicos en Bolivia (1935-1979); en Bolivia
Hoy. Siglo XXI 1983. México.
[37] Desde
la perspectiva de la filosofía existencialista y fenomenológica de Martín
Heidegger.
[38] Revisar
el concepto de autoconciencia en la Fenomenología del espíritu de Hegel.
Siglo XXI. México.
[39] Comuna
publicó un libro que titula Teoría política boliviana, después de las
publicaciones de El retorno de la Bolivia plebeya y Tiempos de
rebelión. Ponemos este título a un análisis hermenéutico y político de la obra
de René Zavaleta Mercado.
[40] Ver de
Raúl Prada Acontecimiento político. También La episteme boliviana.
Dinámicas moleculares; La Paz 2013-2015. https://kdp.amazon.com/dashboard?ref_=kdp_RP_PUB_savepub
. http://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/acontecimento_pol__tico.docx
.
[41] Ver de
Raúl Prada Alcoreza Guerra periférica y geopolítica regional; Dinámicas
moleculares; La Paz 2013.
[42] Ibídem:
Pág. 23.
[43] Ibídem:
Pág. 23.
[44] Ibídem:
Pág. 27.
[45] Ibídem:
Pág. 29.
[46] Ver de
Raúl Prada Alcoreza La guerra de razas, en Crítica de la economía
política generalizada. Dinámicas moleculares; La Paz 2014-2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/critica-de-la-economia-politica-generalizada-/.
[47] Ver de
Luis Tapia Mealla Producción del conocimiento concreto. La muela del
Diablo; La Paz.
[48] René
Zavaleta Mercado: Lo nacional-popular en Bolivia. Plural; La Paz 2008.
[49] René
Zavaleta Mercado: Ob. Cit.; págs. 154-155.
[50] Ver de
Giovanni Arrighi El largo siglo XX. Akal 1999; Madrid.
[51] Ver de
Serge Gruzinski Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización.
Fondo de Cultura Económica 2010; México.
[52] Ver de
Raúl Prada Alcoreza Cartografías histórico-políticas. Dinámicas
moleculares; La Paz 2013-2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/cartografias-historico-politicas/
. Amazon: https://kdp.amazon.com/dashboard?ref_=kdp_RP_PUB_savepub
. http://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/acontecimento_pol__tico.docx
.
[53] René
Zavaleta Mercado: Ob. Cit.; pág. 167.
[54] Ibídem.
Págs. 169-170.
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