Plan V
02-09-2015
La
izquierda, que Rafael Correa llama violenta, es la izquierda que no acepta las
relaciones de explotación, exclusión, opresión y devastación del mundo social y
la naturaleza, que la “Revolución Ciudadana” viene ejecutando como parte de la
historia colonial y capitalista del viejo país, a nombre del nuevo país del
progreso.
El 29 de agosto, diario El Telégrafo en una
de sus columnas de opinión publicó la "opinión" de Rafael Correa
sobre la actual situación política del país. Una vez más y como ya es su
costumbre él, esta vez articulista de su diario, primer funcionario repite las
inverosímiles referencias a las "maravillas" de su revolución.
En una especie de autismo exacerbado intenta
convencerse de los logros de su gobierno y autoafirmarse en su delirio
mesiánico de ser el modernizador del país. En este propósito propio de la
vanidad del poder, el presidente despliega dos falsos argumentos:
1. En un intento fallido de construir un relato
histórico de afirmación positiva de su poder, Rafael Correa busca establecer un
antes y un después en la historia del Ecuador. La relación tramposa entre el
viejo país del desorden, el atraso, la inestabilidad, la violencia y el nuevo
país del progreso, la estabilidad, la democracia, el desarrollo, nos remite a
la tan usada y conocida estrategia ideológica colonial de dividir el mundo
entre barbarie y civilización, subdesarrollo y desarrollo. Esta sí, vieja
estrategia de la razón colonizadora que marcó de forma negativa la historia de
América Latina y particularmente del Ecuador.
Según la visión colonizada del primer mandatario,
su “Revolución Ciudadana” inauguro un proyecto nacional ausente en el “viejo
país”. Lo que no dice es que su proyecto nacional ha terminado prácticamente
entregando el país a los acreedores de la inmensa deuda externa que su mal
gobierno ha contraído en estos 9 años, especialmente con la China. Lo que
tampoco dice es que su proyecto nacional no es otra cosa que la repetición de
la vieja y eurocéntrica promesa desarrollista, tantas veces fracasada en
nuestra historia. Menos aún hace mención de la visión apologética que sus
proyectos estratégicos (Yachay) muestran respecto al “imperio” norteamericano
que aparentemente combaten.
Lo único cierto es que su manipulación discursiva
con la cual quiere convencernos que su “revolución” dejó atrás el viejo país,
es parte de ese viejo país y de esa vieja historia colonial su mal gobierno no
solo que ha continuado, sino que ha profundizado y radicalizado.
2. Argumenta que el viejo Ecuador se encontraba
inmovilizado “por los grupos fácticos con poder de veto, desde la supuesta
izquierda radical y siempre violenta, hasta la derecha bancaria, pasando por
supuestos gremios empresariales.” Con esta afirmación se quiere convencer y convencernos
de que el “viejo país” estaba dominado por “bárbaros”, pero sobre todo que esos
bárbaros que ahora se le oponen integran indiferenciadamente a la “supuesta
izquierda radical y siempre violenta” y a la derecha bancaria y empresarial.
Otra vez falla, pues la oposición política al mal gobierno no es UNA. Por un
lado, está los grupos de la derecha política que disputan a Alianza PAIS la
dirección del Estado colonial del viejo país, que supuestamente la “revolución
ciudadana” ha superado. Por otro lado, está la izquierda y los movimientos
sociales que disputan no el control del Estado, sino que luchan y resisten en
contra de la continuidad del viejo país que el mal gobierno correista ha hecho
posible.
La izquierda, que él llama violenta, es la
izquierda que no acepta las relaciones de explotación, exclusión, opresión y
devastación del mundo social y la naturaleza, que la “Revolución Ciudadana”
viene ejecutando como parte de la historia colonial y capitalista del viejo
país, a nombre del nuevo país del progreso.
Con estos falsos argumentos el articulista no ha
logrado su objetivo maniqueo, lo único que ha mostrado es su infinita vanidad,
es decir el sentimiento exacerbado de confirmación de su yo particular. Lo que
dejan ver sus “argumentos” es una escandalosa sobrevaloración de sus actos como
gobernante en cuanto suyos, de él y de nadie más. Al tiempo que sobrevalora a
toda persona o institución que apruebe y valores sus acciones y actos de
gobierno, no por el gobierno sino por él, el caudillo.
Como dice Heller “la vanidad obnubila la lucidez
del juicio, hace imposible alcanzar incluso el mínimo de conocimiento
indispensable para orientarse de un modo funcional en la vida cotidiana.”
Si la vanidad es un problema para cualquier persona
que quiera orientarse en la vida, imaginen el problema que significa si esa
persona vanidosa dirige el destino de un país. Basta ver a lo que el Ecuador
tendrá que enfrentar en los próximos meses y años para darnos cuenta las
dimensiones de la vanidad del poder.
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