Por Marcelo Yunes, Socialismo o Barbarie,
semanario, 20/03/2014
Este texto es un adelanto y una síntesis del
artículo sobre este tema de la revista Socialismo o Barbarie 28, de
próxima aparición. Se intenta identificar algunos de los nuevos desarrollos en
el marco de la continuidad de la crisis internacional desatada en 2008 con la
caída de Lehman Brothers.
1. Las fases previas de la crisis
Una mirada aguda del lado de los defensores del
capitalismo sintetiza las ambigüedades actuales de la situación económica
mundial desatada con la crisis Lehman de la siguiente manera: “A cinco años de
esa calamidad, es necesario responder dos preguntas. ¿Son ahora más seguras las
finanzas globales? ¿Hay más crisis en el horizonte? Las primeras respuestas son
sí y sí” (“Where’s the next Lehman?”, The Economist, 6-9-13).
Recapitulando, el primer peligro que debió sortear
el sistema capitalista fue el colapso financiero vía el contagio de los activos
“tóxicos” al conjunto del sistema bancario, en particular en Estados Unidos.
Una segunda fase vio la transformación de la crisis financiera en crisis de
deuda soberana, sobre todo en Europa, que llegó a plantear la posibilidad de
una ruptura de la zona euro vía la salida forzada de uno o más países de la
moneda común.
Estamos asistiendo a una tercera fase de la
crisis. En ella, los mayores riesgos y los efectos potencialmente más
gravosos del sacudón financiero pasan por los mismos países emergentes que
habían sostenido el crecimiento de la economía mundial en las fases anteriores.
Así, en una reversión paradójica de tendencias, “en 2008 y 2009, la pregunta
era si los mercados emergentes podrían desacoplarse de la crisis en el mundo
desarrollado. Ahora el problema es a la inversa. El mundo en desarrollo tiene
un impacto mucho mayor del que tenía a fines de los 90” (“Squaring the circle”,
The Economist, 6-9-13).
La principal herramienta de política económica que
instrumentaron los gobiernos del mundo desarrollado fue el manejo de la
política monetaria: el “alivio cuantitativo” (en inglés, quantitative easing,
en adelante QE) y la llamada “guía anticipada” (en inglés, forward guidance,
en adelante FG). La FG consiste en que el banco central adelanta públicamente
cuál va a ser su política y qué medidas tomará si se dan determinados
escenarios.
La respuesta del Banco Central Europeo fue más
lenta y menos decidida que la de la Reserva Federal yanqui. Sólo cuando
arreciaron los problemas de deuda de los eslabones débiles (Grecia, Irlanda,
España, Italia y Portugal) el BCE lanzó el mensaje de que iba a hacer “todo lo
necesario” para sostener la moneda común. Este anuncio fue el punto de
inflexión a partir del cual se tocó el piso de la recesión y comenzó un ciclo
de crecimiento, muy raquítico (por debajo del 1%), pero se detuvo la caída del
PBI.
Ahora bien, no hay margen para suponer que la
crisis se terminó, que “lo peor ya pasó” y que el panorama se aclara
definitivamente. El actual momento de la crisis parece marcar un relevo
que, sin que Europa abandone su lugar de área de mayor fragilidad del centro,
pone otra vez en la mira a los países emergentes. La paradoja de la
globalización capitalista parece ser que no hay posibilidad de una fase de
crecimiento generalizado a todas las regiones del mundo, sujetas a una
especie de juego de las sillas económico: no hay lugar para que todas crezcan.
2. EE.UU., una clave de la evolución de la economía
mundial
Estados Unidos logró desacoplarse de Europa (y de
los efectos inmediatos más dañinos de la crisis) con la política de QE: comprar
bonos a largo plazo del Tesoro y bonos hipotecarios para bajar la tasa de
interés a largo plazo y de esa manera estimular el crecimiento. El crecimiento
de la economía yanqui se ubicó en tendencia creciente, por encima del 2% y
acercándose al 3%, por dos años consecutivos, lo que pone a EE.UU. por delante
de casi todas las economías del mundo desarrollado. La desocupación, que se
había disparado al 10% en 2008-2009, volvió a niveles más aceptables (7%). Y
las amenazas casi inmediatas al sistema financiero, la trama hipotecaria y el
consumo fueron conjuradas, aunque persisten fragilidades importantes.
Por otra parte, el QE sigue siendo en el fondo un
instrumento puramente monetario y perfectamente encuadrado en el marco de las
instituciones financieras (y la política económica) del capitalismo neoliberal.
En el primer año de la crisis, uno de los interrogantes era si habría un
retroceso en la globalización financiera y económica capitalista, conatos de
políticas aislacionistas, de “autarquía” financiera o al menos la famosa
“guerra de monedas”. Ese escenario de “repliegue de la globalización” no se
verificó por ahora.
Más allá de la coyuntura, es relevante dar cuenta
de algunos elementos que contribuyen a explicar tanto la mayor rapidez de la
recuperación de la economía yanqui como la en principio más sólida perspectiva
de su dinámica para los próximos años.
En primer lugar, el cambio histórico en las
relaciones de fuerza entre capital y trabajo, en favor del primero, que
tuvo lugar hace décadas, no ha logrado revertirse. Y las consecuencias
de esto se hacen sentir en la estructura del movimiento obrero estadounidense,
donde todavía no se ha verificado una renovación sustancial en su forma de organización
y que no ha logrado éxitos resonantes en la lucha. Sí se observan otros
procesos de renovación, como la incorporación de sectores inmigrantes latinos y
jóvenes, sobre todo en gremios de servicios, más que industriales, y en
condiciones de precarización legal, laboral y sindical que generan una
verdadera brecha con la clase obrera industrial histórica.
El salario mínimo está congelado desde 2009, y la
tasa de sindicalización, que en los años 50 llegaba a un tercio del total de
trabajadores, hoy es de un 11,3%; esto es, de uno de cada tres a uno de cada
nueve. Ahora bien, esa cifra oculta profundas diferencias entre trabajadores
empleados en el Estado y en la actividad privada. En el Estado, la tasa de
sindicalización es relativamente alta, un 36%, y es incluso más alta que hace
40 años (en 1973 era del 24%). En cambio, en el ámbito privado, la tasa de
sindicalización, que era similar a la de los estatales en 1973, un 24%, cayó al
6,6%, y entre los jóvenes empleados en el sector privado no supera el 3%.
Esta situación propició un incremento de
importancia de la productividad del trabajo. Y revirtiendo una tendencia de los
90 y la primera mitad de la primera década del siglo, hay una reindustrialización
en curso en EE.UU., que obedece precisamente a esa baja de costos relativa. A
esto se suma que, con el boom de la explotación del petróleo y gas no
convencional en territorio estadounidense, el precio del gas para la industria
cayó un 66% en EE.UU. y subió un 35% en Europa, lo que mejoró sensiblemente la
competitividad de las compañías yanquis.
Una de las consecuencias de este avance sobre el
trabajo es el aumento de la desigualdad social, que se ha vuelto un
motivo recurrente en el debate político estadounidense. De hecho, EE.UU. es con
buena diferencia el más desigual de los países ricos, una tendencia que se
acelerado en las últimas décadas.
3. Europa: de la crisis aguda a la crisis crónica
La zona euro sigue siendo la mayor preocupación de
la economía mundial. El hecho de que se haya detenido la caída sólo subraya lo
poco con que se conforman los eurócratas: la mayor parte de las economías
grandes del continente tendrán en 2014, se estima, un crecimiento del PBI del
orden 1% o menos. Y el PBI europeo sigue debajo del nivel de 2008.
Aunque la caída se detuvo, el
crecimiento es raquítico y frágil, vulnerable a la evolución negativa de
cualquiera de los factores. El desempleo no baja del 12% en la eurozona, el más
alto desde el comienzo de la moneda común. Y la inflación sigue peligrosamente
baja: 1,4% en 2013 y un estimado de 1,1% para 2014, según el BCE. De todas
maneras, el mayor desajuste que se vive en el Viejo Continente es, por un lado,
la necesidad de revertir la catástrofe del desempleo de masas (con picos por
encima del 25% en Grecia y España, y con tasas monstruosas de desocupación
juvenil), y por el otro, la continuidad e incluso profundización de la política
de desmantelamiento del amplísimo Estado de bienestar europeo, el más
desarrollado del planeta.
La crisis de deuda europea ha sido llamada,
parafraseando a Clausewitz, una continuación de la crisis financiera por otros
medios. Hubo un momento en que se vio en riesgo verdaderamente inmediato no
sólo el default de algún país (el gran candidato fue y es Grecia, seguido por
el resto de los “PIIGS”: Portugal, Irlanda, España e Italia) sino su salida del
euro y una eventual crisis general de la moneda común. Hoy, aunque está menos
en un “momento Lehman” que hace uno o dos años, los problemas estructurales de
la economía europea, empezando por su crisis de deuda, han crecido en vez de
disminuir.
Como define The Economist, “el desastre
europeo ha mutado de crisis aguda en crisis crónica” (“Europe’s other
debt crisis”, 26-10-13. Y aunque la situación de la deuda soberana (es decir,
de los estados nacionales) haya sido la gran protagonista de 2011 y 2012, un
problema comparable a aquélla es el de la deuda privada, es decir, de
las empresas y los hogares. Lo que vuelve a poner en primer plano la cuestión
de los bancos, y no de los estatales sino de los privados. Así, la crisis
financiera europea, que continuó como crisis de deuda soberana, puede volver a
ser financiera por la vía de la deuda privada.
El problema de deuda corporativa (empresaria) es
más grave en Portugal, España e Italia, donde, según el FMI, 50, 40 y 30% de la
deuda, respectivamente, corresponde a firmas que no pueden cubrir sus pagos de
intereses con sus ingresos y son “compañías zombies”.
Sin duda, tampoco faltan quienes ven el vaso un
quinto lleno (no medio), y subrayan el cambio que significa que los indicadores
de crecimiento económico dejarán de ser, aunque muy moderadamente, negativos
para la gran mayoría de los países de la UE. Pero el optimismo (interesado o
irresponsable) de las voces que festejan el fin de la crisis harían bien en
considerar este sobrio recordatorio: “La eurozona sigue fracturada a través de
la línea norte-sur. Los líderes políticos de toda Europa se han apresurado
demasiado al proclamar la victoria. La fase aguda de la crisis puede haber
terminado, pero la fase crónica puede que sólo haya empezado” (Parallel
universes, The Economist, 9-1-14).
4. China, los emergentes y las disparidades
regionales
Junto con el “relevo” de las zonas de mayor impacto
de la crisis, uno de los elementos más destacados de la actual coyuntura es el
crecimiento de las desigualdades y contradicciones entre las regiones
económicas (tanto geográficas como de nivel de desarrollo) y en el seno de
éstas. Para una evaluación del desarrollo de la crisis que dé cuenta de estas
disparidades se hace necesario un repaso más bien analítico, particularmente
pertinente cuando se observa la amplia gama del “mundo emergente”.
En lo económico, China está muy lejos de
todos sus “congéneres emergentes” en cuanto a volumen de
producción, dinamismo y peso económico. Por un lado es, desde hace años, el
país que más ha traccionado la economía mundial. Considerando todo el mundo
desarrollado (EE.UU., la UE, Japón, Australia y Canadá) y el resto de los BRICS
(Brasil, Rusia, India, Sudáfrica), China es con mucha diferencia el país de
mayor crecimiento de producción y comercio exterior. Incluso con su relativa
desaceleración, resalta frente al crecimiento mediocre o nulo de sus
competidores.
En el top 10 de compañías multinacionales en 2007
había seis estadounidenses y cuatro europeas. Luego de cinco años de crisis,
hay cuatro firmas chinas… dos de las cuales ocupan los dos primeros lugares.
Algo similar se verifica en el sistema bancario global: antes de la crisis,
había en el top 10 financiero cuatro bancos europeos, tres estadounidenses, dos
chinos (en el fondo de la lista) y uno japonés. En 2013, el panorama muestra en
el tope a cuatro bancos chinos, entre ellos el número uno de la lista, y uno
solo europeo.
El consumo local aumenta sostenidamente, lo que
sugiere que está en marcha un cierto rebalanceo de la economía en la
desproporción entre la inversión en bienes de capital y bienes de consumo.
De hecho, es probable que parte de la desaceleración del crecimiento chino (en
promedio, 3-4 puntos del PBI) se deba al comienzo de esta transición de una
economía impulsada esencialmente por la inversión a un crecimiento donde cobre
mayor peso el consumo interno.
China abriga desigualdades y contradicciones como
las que existen entre sus diversas nacionalidades, regiones y etnias (tanto en
lo económico como en lo sociológico). Aquí sólo mencionaremos dos problemas: el
debate en el PC chino por la urbanización del país (hay 300 millones de
habitantes rurales con permiso de residencia, hukou, que implica menos
derechos que los que viven en las ciudades) y los problemas que plantea la
inserción china en el mercado mundial para definir el carácter del país.
En verdad, donde China interviene como actor
propiamente económico, no hay ninguna diferencia apreciable entre la actuación
de los compañías o inversionistas chinos (públicos o privados) y la de sus
homólogos de los países imperialistas. Esto no implica asignar a China el
rótulo de “país imperialista”, sin más. Pero sin dar definiciones
impresionistas ni forzar conceptualmente procesos que están en curso,
corresponde empezar a dar cuenta de los rasgos reales y comprobables del nuevo
lugar y rol de China en la división mundial del trabajo y en el sistema mundial
de estados.
En cuanto al resto del “mundo emergente”, Asia,
encabezada por China, es el principal motor de la economía mundial. Inclusive
Japón empieza a desperezarse de su letargo de dos décadas de crecimiento
estancado y deflación. Hasta 2013 los países BRICS fueron responsables del 55%
del crecimiento global desde fines de 2009. Los 23 países del mundo
desarrollados contribuyeron, en cambio, sólo un 20% en ese lapso. No obstante,
estas cifras generales, al ser desagregadas, revelan realidades e incluso
tendencias diferentes que, como señalamos arriba, muestran un dinamismo de
China cuyo paso no pueden seguir los demás BRICS ni la gran mayoría del mundo
emergente.
Es por eso que se habla del “relevo de la crisis”
hacia los países emergentes, cuya principal vía de contagio sería el comienzo
del fin del boom inversor y crediticio de que gozaron como resultado de
las políticas de expansión monetaria en los países desarrollados. A eso se
suman los temores de una reversión en el ciclo de precios de commodities,
que tanto han beneficiado al mundo “en desarrollo” en la última década.
En suma, más allá de los cantos de sirena
totalmente exagerados respecto de la potencialidad del “mundo emergente”, las
perspectivas son que, luego de un período inusualmente (¿o excepcionalmente?)
favorable, la evolución de la economía va a poner a prueba tanto la capacidad
interna del aparato productivo como las vías de inserción de esos países en la
mundialización capitalista, que ahora pasarían a transitar carriles más
“normales”, esto es, menos beneficiosos.
5. Perspectivas de la crisis: señales mixtas y más
contradicciones
Desde el punto de vista de la continuidad de la
crisis, una de las incógnitas es el efecto que tendrá sobre la evolución de la
economía el “tapering”, o extinción gradual del QE de la Reserva Federal.
Vayamos a las cifras globales. La última revisión
del FMI de sus previsiones económicas para 2014 pronostica un crecimiento
mundial del 3,7% (y un 3,9% para 2015). Estados Unidos debería ser un factor
positivo en el crecimiento mundial, con una demanda local en expansión en un
2,8%.
La mayor amenaza para los emergentes será la
potencial caída del precio de las commodities. Al respecto, América del Sur
tiene una concentración de commodities en sus exportaciones que supera el 60%.
Además, habrá un inevitable ajuste en las monedas sobrevaluadas ante el exceso
de liquidez generado por los estímulos monetarios.
Los pronósticos de la Comisión Europea no auguran
ninguna recuperación. El crecimiento para los 28 países de la UE, estimado en
2014 en el 1,4%, subiría en 2015 sólo hasta el 1,9%. En el Foro de Davos de
enero pasado, panel titulado “¿Está volviendo Europa?” llegó a la conclusión de
que la respuesta es, sencillamente, no. El monstruoso desempleo juvenil implica
prácticamente echar a perder una generación entera. Asimismo, si el fantasma
de la deflación recorre el mundo desarrollado, el mayor riesgo de que se
concrete está sin duda en Europa.
Es en este contexto que para Kenneth Rogoff, de la
Universidad de Harvard, casi se puede hablar de Europa como “emergente”. La
exageración es deliberada, pero revela el sentimiento en amplios círculos del
establishment yanqui de que en términos económicos
el mundo se encamina a un nuevo orden. No
ya, por supuesto, el “siglo americano” con el que deliraban los estrategas de
la administración Bush; tampoco la “multipolaridad sin centro” que vaticinaban
algunos politólogos impresionistas en el último lustro, sino más bien una
multipolaridad con dos actores a un nivel protagónico cualitativamente
superior: EE.UU. y China. Otra cuestión a considerar, de orden más
estructural, es qué sucede con la explotación de la clase trabajadora a nivel
global, aun asumiendo que los datos al respecto son muy aproximativos.
El momento actual de la crisis presenta a la vez ciertas
definiciones y una serie de interrogantes. Por un lado, parece claro que no hay
salida rápida ni robusta de la crisis; Europa debe atravesar todavía varios
años de crecimiento muy bajo, si no recesión, con altísima desocupación, y
China sigue siendo, entre las grandes, la economía más dinámica. Por el otro,
la economía china está en suave desaceleración y comenzando una transición a
otro modelo de crecimiento que podría tener costados traumáticos; al resto de
los emergentes se le abre, por primera vez desde el inicio de la crisis, un
horizonte de problemas (reflujo de inversiones, mayor costo del crédito, baja
de precios de commodities, debilidad de la moneda); Estados Unidos quiere
afianzar una recuperación que es real pero todavía poco vigorosa para las
necesidades de la economía mundial; las finanzas globales salieron de la
emergencia pero siguen presentando fragilidades sistémicas y zonas oscuras.
Quisiéramos concluir con este alerta
metodológico: en el marco de una crisis económica resultado de debilidades
estructurales que continúan operando, con fuertes desigualdades regionales, con
un relativo aminoramiento de la extensión del daño causado por la crisis pero a
la vez sin que asomen con claridad fuerzas motrices (países, bloques
económicos, ramas de producción) capaces de impulsar una salida definitiva del
marasmo, los factores extraeconómicos, políticos, la lucha de clases, pueden
multiplicar su capacidad de inclinar la balanza hacia una mayor estabilización
o, por el contrario, a nuevos y más profundos desequilibrios.
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