miércoles, 18 de noviembre de 2015

CUANDO EL PODER OPERA COMO UNA DROGA



 


El poder es un nudo central de la política.

Defender el poder. Conquistar el poder. Luchar contra el poder. Ejercer el poder. Destruir el poder. Negar el poder. Descentralizar el poder.
 
El hilo político podrá dar mil vueltas, pero siempre está allí ese nudo bien trenzado del poder.

Muchos relatos sobre el poder podrán también dar mil vueltas. De hecho hay mil ángulos de abordaje sobre el tema. Pero uno de esos ángulos resulta difícil de comprender para muchos. Y al mismo tiempo resulta fascinante a la hora de comprender los comportamientos humanos.
 
Me refiero a la atracción fatal que despierta el poder.
 
A ese poder que tiene el poder.

La política es lucha por el poder

Vamos a decirlo de un modo simple y directo: la política es lucha por el poder. Los hombres y las mujeres que participan directamente de la lucha politica están fuertemente motivados por el poder.

No digo que sea la única motivación, pero es de una importancia extraordinaria en la psicología politica de candidatos, dirigentes y militantes. Poder politico, poder económico, poder ideológico, poder de influencia…pero poder al fin.

Después, alrededor de este núcleo, pueden haber más o menos capas de otros factores que confluyen en la política, pero el núcleo duro es el poder.

Algunos dirán que no se busca el poder para uno mismo, sino para sus ideas. No creo que esto deje de ser un bonito eufemismo, porque habitualmente quien lo dice está convencido que él mismo desempeña o desempeñará un papel bien importante entre los “sacerdotes” de sus ideas. Sería algo así como “mis ideas al poder” (las mías, dice cada uno).

El poder como obsesión

El ejercicio o la lucha por el poder se convierte en algo patológico cuando la persona se vuelve unidimensional y anula o reduce drásticamente el resto de su vida para concentrarse solo en la política.

En esos casos no hay casi vida personal ni intereses ni actividades alejadas del mundo político.
 
El eje principal sobre la base del cual se valora a las personas pasa a ser la ideología o las actitudes políticas.
 
El diálogo de todos los días también se va estrechando y la persona te suelta un discurso ante cualquier situación.
 
Ya no disfruta un partido de fútbol, un programa de televisión, un entretenimiento, una buena comida, un libro.
 
Ya no puede sostener una conversación distendida, y el humor se va agriando.

Lo patológico se revela cuando una actividad deja de formar parte importante de la vida para ser la vida misma, de un modo macizo y sin grietas.

Todo esto es considerado desde el ángulo de la patología individual, pero visto desde lo colectivo podría agregar que una campaña electoral ya de por sí implica una especie de patología pasajera.

El clima emocional que se genera al interior de las formaciones políticas y de los equipos de campaña electoral está, durante ese tiempo, cargado de una ansiedad llena de aristas patológicas.

Cuando se pierde el poder

En algunas ocasiones la pérdida del poder puede desencadenar crisis importantes en las personas.
 
Ésto va a depender del equilibrio personal del político, de su armonía interior, de sus relaciones sociales, de su preparación para las derrotas y del lugar que ocupaba el poder en su psiquis.

A veces el poder opera como una droga que pretende llenar un vacío interior, suturar una herida psíquica o compensar un cierto desequilibrio.
 
En estos casos el politico se aferra con más desesperación al poder, y muchas veces se desmorona al perderlo.

Los electores y el poder

La tendencia general es a que los electores quieran ejercer más poder que en el pasado. El electorado está crecientemente informado, y eso lo lleva a ser más crítico con los que están en el poder y a confiar más en sus propias posibilidades de ejercerlo.

Carisma y poder

Carisma y poder son dos dimensiones relevantes para la psicología política.

El carisma es relevante a la hora de intentar conquistar espacios de poder, pero no tanto a la hora de gestionar ese poder.
 
Porque gestionarlo bien supone otros requisitos: inteligencia emocional, liderazgo, equilibrio, equipos, capacidad para tomar decisiones, planificación…y todo un conjunto de cualidades muy diferentes al carisma.

Claro que cuando un político reúne una buena dosis de carisma con una también buena dosis de capacidades de gestión, pues entonces estamos ante una figura mayor en el escenario de un país.


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