El poder es un nudo central de la política.
Defender el poder. Conquistar el poder. Luchar contra el poder. Ejercer el poder. Destruir el poder. Negar el poder. Descentralizar el poder.
El hilo político podrá dar mil vueltas, pero siempre está allí ese nudo bien
trenzado del poder.
Muchos relatos sobre el poder podrán también dar
mil vueltas. De hecho hay mil ángulos de abordaje sobre el tema. Pero uno de
esos ángulos resulta difícil de comprender para muchos. Y al mismo tiempo
resulta fascinante a la hora de comprender los comportamientos humanos.
Me refiero a la atracción fatal que despierta el poder.
A ese poder que tiene el poder.
La política es lucha por el poder
Vamos a decirlo de un modo simple y directo: la
política es lucha por el poder. Los hombres y las mujeres que participan
directamente de la lucha politica están fuertemente motivados por el poder.
No digo que sea la única motivación, pero es de una
importancia extraordinaria en la psicología politica de candidatos, dirigentes
y militantes. Poder politico, poder económico, poder ideológico, poder de
influencia…pero poder al fin.
Después, alrededor de este núcleo, pueden haber más
o menos capas de otros factores que confluyen en la política, pero el núcleo
duro es el poder.
Algunos dirán que no se busca el poder para uno
mismo, sino para sus ideas. No creo que esto deje de ser un bonito eufemismo,
porque habitualmente quien lo dice está convencido que él mismo desempeña o
desempeñará un papel bien importante entre los “sacerdotes” de sus ideas. Sería
algo así como “mis ideas al poder” (las mías, dice cada uno).
El poder como obsesión
El ejercicio o la lucha por el poder se convierte
en algo patológico cuando la persona se vuelve unidimensional y anula o reduce
drásticamente el resto de su vida para concentrarse solo en la política.
En esos casos no hay casi vida personal ni
intereses ni actividades alejadas del mundo político.
El eje principal sobre la base del cual se valora a las personas pasa a ser la
ideología o las actitudes políticas.
El diálogo de todos los días también se va estrechando y la persona te suelta
un discurso ante cualquier situación.
Ya no disfruta un partido de fútbol, un programa de televisión, un
entretenimiento, una buena comida, un libro.
Ya no puede sostener una conversación distendida, y el humor se va agriando.
Lo patológico se revela cuando una actividad deja
de formar parte importante de la vida para ser la vida misma, de un modo macizo
y sin grietas.
Todo esto es considerado desde el ángulo de la
patología individual, pero visto desde lo colectivo podría agregar que una
campaña electoral ya de por sí implica una especie de patología pasajera.
El clima emocional que se genera al interior de las
formaciones políticas y de los equipos de campaña electoral está, durante ese
tiempo, cargado de una ansiedad llena de aristas patológicas.
Cuando se pierde el poder
En algunas ocasiones la pérdida del poder puede
desencadenar crisis importantes en las personas.
Ésto va a depender del equilibrio personal del político, de su armonía
interior, de sus relaciones sociales, de su preparación para las derrotas y del
lugar que ocupaba el poder en su psiquis.
A veces el poder opera como una droga que pretende
llenar un vacío interior, suturar una herida psíquica o compensar un cierto
desequilibrio.
En estos casos el politico se aferra con más desesperación al poder, y muchas
veces se desmorona al perderlo.
Los electores y el poder
La tendencia general es a que los electores quieran
ejercer más poder que en el pasado. El electorado está crecientemente
informado, y eso lo lleva a ser más crítico con los que están en el poder y a
confiar más en sus propias posibilidades de ejercerlo.
Carisma y poder
Carisma y poder son dos dimensiones relevantes para
la psicología política.
El carisma es relevante a la hora de intentar
conquistar espacios de poder, pero no tanto a la hora de gestionar ese poder.
Porque gestionarlo bien supone otros requisitos: inteligencia emocional,
liderazgo, equilibrio, equipos, capacidad para tomar decisiones,
planificación…y todo un conjunto de cualidades muy diferentes al carisma.
Claro que cuando un político reúne una buena dosis
de carisma con una también buena dosis de capacidades de gestión, pues entonces
estamos ante una figura mayor en el escenario de un país.
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