on Sábado, 31 Octubre 2015
Una reconsideración del espacio
electoral, una profunda sospecha ante las inconsistencias diarias, el propósito
de hablarle al conjunto de la sociedad y la renovación del programa de cambio,
son cuatro condiciones para superar la adversidad y reinventar la praxis
emancipadora de la izquierda.
Alejandro
Mantilla
A propósito de los resultados
electorales del 25 de octubre, hace unos días escribí: “Para la izquierda
colombiana estas son las elecciones más regresivas de la historia reciente.
Es urgente un recambio de estrategia, de programa y de métodos de trabajo”1.
Ante la adversidad y el desasosiego, urge reflexionar sobre las carencias y
las posibilidades de la izquierda hoy.
|
|
Comprender lo electoral en su
justa medida
El rechazo de la participación
electoral ha sido constante en la izquierda colombiana. Las fundadas
sospechas de falta de garantías y la permanente evidencia de que votar no
contribuye a la generación de alternativas emancipadoras, ha permitido acuñar
frases antológicas, entre ellas, “el que escruta elige”, “nuestros sueños no
caben en sus urnas”, o “si votar sirviera para algo estaría prohibido”.
Quiénes pronuncian con ahínco
la última frase tal vez ignoran que tal afirmación es falsa. Votar estuvo prohibido
por mucho tiempo para las mujeres y para los trabajadores, y se nos prohibió
votar precisamente porque sí puede servir para algo. A pesar de su presunta
utilidad, las grandes transformaciones políticas que se han producido en la
modernidad han estado más ligadas a la acción colectiva, al poderío de las
organizaciones sociales y a la generación de cambios en las relaciones de
fuerza. Siguiendo la metáfora, en las urnas no caben los sueños
emancipatorios, pero la disputa electoral es decisiva para las relaciones de
fuerza en las sociedades actuales. Para la izquierda lo electoral no debería
ser el espacio privilegiado de la política, pero rechazar la participación en
ese espacio implica renunciar a la disputa por el Estado y el poder político2.
En los últimos años en América
Latina, y posteriormente en Europa, se configuraron partidos-movimiento,
organizaciones cuyo origen está en la movilización social pero que decidieron
disputar el espacio electoral. En ese orden, considero que sí hay un lugar privilegiado
para la política de izquierda: el lugar de la comunidad, la organización
social y la acción colectiva; las elecciones y la participación institucional
solo tienen sentido si refuerzan ese lugar privilegiado, y si permiten
contener el avance de los sectores conservadores. Los gobiernos locales y
nacionales que pretenden generar cambios solo podrán hacerlo apelando a la
movilización conjunta con las organizaciones populares, venciendo la frontera
artificial entre sociedad civil y Estado, pero procurando respetar la
autonomía comunitaria. Así como se ha hablado de “partidos-movimiento”, es
crucial pensar en “gobiernos-movimiento”.
Si eres de izquierda, ¿Cómo es
que eres clientelista?
“Si eres igualitarista, ¿Cómo
es que eres tan rico?” es el título de un brillante libro del marxista
analítico Gerald Cohen. Para Cohen, a la hora de hablar de la justicia social
no solo cuenta la reflexión sobre cuáles deben ser las instituciones
políticas, también es preciso reflexionar sobre las prácticas diarias: “Creo
que es necesario un cambio en la actitud social para producir la igualdad, un
cambio en las actitudes que la gente muestra hacia los demás en la vida
diaria3. Aquellos igualitaristas que defienden instituciones
sociales orientadas a la redistribución pero cuyas elecciones personales
están marcadas por el egoísmo, incurrirán en una inconsistencia en sus
creencias y en un comportamiento susceptible de reproche moral.
Uno de los peores errores de la
izquierda radica en soslayar tales inconsistencias. La corrupción, el
caudillismo y el clientelismo son tres vicios en los que han incurrido no
pocos partidos de izquierda y gobiernos progresistas en América Latina; en
tales casos encontramos una racionalidad inconsistente que anula el ímpetu
transformador. Si un servidor público de izquierda comete actos de
corrupción, incurre en un tipo de despojo de lo colectivo, actuando en contra
de los principios que dice defender. De manera similar, la tentación
caudillista dificulta la creación de nuevas instituciones y nuevas economías,
al hacer depender un proceso revolucionario de una voluntad individual o de
un pequeño grupo. Incluso cuando los líderes tienen cualidades excepcionales,
como en el caso del comandante Hugo Chávez, los procesos de transformación
tienden a ser frágiles ante las dificultades de encontrar un sucesor de
calibre similar. El clientelismo, por su parte, obstaculiza la profundización
de la democracia al reemplazar la consolidación de instituciones impersonales
por la transacción para beneficio particular.
Las innovaciones
institucionales requieren un trasfondo de cambio de las prácticas diarias,
pues la afectividad y la moralidad también son asuntos políticos y son un
campo de disputa. De eso se trata la hegemonía.
¡Es la hegemonía!… estúpido
En 1976, en el bicentenario de
la Declaración de Independencia de Estados Unidos, se realizó una encuesta
donde los participantes debían escoger frases que identificaran como parte
del célebre documento. Una de las expresiones más escogidas fue “De cada cual
según su capacidad. A cada cual según sus necesidades”, oración que no fue
escrita por Jefferson, Adams o Franklin, sino por Karl Marx en su Crítica
del Programa de Gotha.
En muchas ocasiones las
concepciones morales de las mayorías coinciden con valores políticos
igualitaristas o solidarios, pero si la izquierda no tiene la capacidad de
promover tales valores para el conjunto de la sociedad, no podrá avanzar en
la disputa por el poder político. Creo que uno de los factores que explican
la reciente derrota de Clara López, radica en la incapacidad de llegar a los
sectores de opinión que apoyaron las candidaturas progresistas de años
anteriores. La izquierda bogotana hoy cuenta con medio millón de votos, pero
parece que esos apoyos hacen parte de los sectores más fieles al Polo, la
Unión Patriótica, Progresistas, Mais y los Verdes de izquierda; así que hoy
los sectores de izquierda en Bogotá consolidan un ejercicio disciplinado de
voto alternativo, pero no logran convencer a sectores que otrora simpatizaron
con las propuestas de nuevo gobierno.
Si las organizaciones
emancipadoras no logran hablarle al conjunto de la sociedad seguirán siendo
derrotadas, aunque sean masivas y tengan fuerza movilizadora. Un proyecto
político solo logra hablarle a la sociedad promoviendo medios de información
y difusión, centros de investigación e intelectuales que defiendan tesis bien
justificadas.
Lo anterior hoy cobra mayor
relevancia por una situación poco reconocida: Lo “alternativo” ya no es
patrimonio exclusivo de la izquierda. Muchos esfuerzos provenientes del
movimiento de mujeres, de las luchas LGTBI o incluso procesos ambientalistas,
hoy son recogidos por organizaciones liberales y por partidos conservadores.
El primer alcalde abiertamente gay de Colombia fue elegido en el municipio de
Toro (Valle) y fue avalado por el Centro Democrático; el parlamentario más
comprometido con la causa animalista es integrante del tradicional Partido
Liberal; la Cámara de Comercio LGTBI se posiciona viendo a su comunidad como
un “nicho de mercado”; la venta de servicios ambientales y los mercados de
carbono desarrollan estrategias de capitalismo verde…
“Lo alternativo” está en
disputa, y aunque los valores de igualdad, no discriminación, autonomía,
redistribución, reconocimiento y defensa de los ecosistemas han estado más
ligados a la izquierda que a la derecha, sin una estrategia que vehicule
tales luchas y principios en un programa transformador, lo alternativo será
recuperado por los nichos de mercado y los proyectos conservadores.
¿Cuál es el programa de
transformación?
La política de nuestro tiempo
revela una extraña paradoja. En Inglaterra y Estados Unidos causan sensación
figuras como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders, quienes se declaran abiertamente
socialistas en las tierras donde hicieron época Thatcher y Reagan; en Grecia
y Portugal las coaliciones de izquierda lucen fuertes en sus parlamentos; uno
de los libros más influyentes de los últimos tiempos es El capital en el
siglo XXI de Thomas Piketty, una demoledora crítica del neoliberalismo; en
la feria del libro de Fráncfort en 2008 el libro más vendido fue el primer
volumen de El capital, el más solicitado en la feria de Madrid de 2012
fue una nueva edición del Manifiesto comunista; uno de los filósofos
vivos más conocidos del planeta es el versátil y errático Slavoj Žižek,
comunista declarado; la figura del Papa Francisco entusiasma a viejos y
nuevos fieles con su crítica del capitalismo voraz y las consecuencias
ambientales de la civilización industrial. Sobran los motivos para pensar que
la hegemonía neoliberal hoy sufre serias fisuras.
En contraste, la región que
llegó a mostrarse como bastión de la resistencia contra la globalización y el
neoliberalismo hoy señala agotamiento. Crecen las voces que diagnostican un
fin de ciclo de los gobiernos progresistas en América Latina, sumándose a la
perspicaz tesis de Maristella Svampa. Los problemas del gobierno de Dilma
Rousseff, el posible giro a la derecha en Argentina, el proceso de moderación
en Uruguay, las contradicciones de los gobiernos boliviano y ecuatoriano, y
la inestabilidad política y económica en Venezuela, son señales preocupantes
para la región. A lo anterior se suma la reducción de precios de los commodities,
factor que afecta gravemente a economías dependientes del extractivismo. No
obstante, los problemas de estos gobiernos no son coyunturales. Aunque
lograron arrebatar el poder político a las oligarquías locales, propiciaron
nuevos escenarios de integración desde el sur y redujeron la pobreza, los
gobiernos progresistas no lograron una redistribución sustantiva de la
riqueza, profundizaron el extractivismo, establecieron problemáticas alianzas
con el capital chino y construyeron proyectos políticos que profundizaron el
presidencialismo.
A lo anterior se suma que
algunos de esos gobiernos impulsaron reformas neoliberales que flexibilizaron
el mercado laboral y aprobaron nuevos tratados de inversiones y libre
comercio, por lo que han enfrentado fuertes movilizaciones de rechazo a sus
políticas. En suma, incluso antes del llamado fin de ciclo, los gobiernos
progresistas mostraban problemas de gestión en su proyecto trasformador. Por
otro lado, la decepción producida por la derrota del gobierno griego a manos
de la troika también deja un sabor amargo.
En ese orden, los proyectos de
gobierno que parecían ser el faro para un eventual cambio social en Colombia,
hoy tienen serios problemas, tanto por factores externos como por los límites
objetivos de su proyecto político.
Hace algunos años Terry
Eagleton afirmó que nuestro tiempo parece avanzar en alternativas al
capitalismo, pero sin que aparezca una perspectiva socialista en el corto
plazo4; a lo anterior hay que sumarle que no se vislumbra un
auténtico proyecto hegemónico desde la izquierda.
Así se teje una extraña
paradoja: Mientras el neoliberalismo muestra señales de decadencia, los
principales referentes alternativos parecen agotados o con problemas para
derrotar las lógicas del capital. Tal tensión exige un ejercicio de
reinvención de los programas transformadores de la izquierda, máxime cuando
el contexto global está marcado por la crisis ambiental, económica y
energética, y por una geopolítica volátil. En ese contexto gana vigencia
un proyecto ecosocialista renovado y reinventado para superar la honda crisis
de civilización en la que vivimos.
Pero como toda reinvención, las
claves de los nuevos caminos pueden encontrarse en las brújulas pasadas que
aún señalan al sur. Los gobiernos progresistas, los movimientos alternativos
y las luchas de la clase trabajadora siguen dejando lecciones importantes, y
no puede arrojarse al niño con el agua sucia. La mejor manera de caminar
hacia el futuro es mirar hacia el pasado y el presente, aprendiendo de los
errores y enalteciendo los aciertos. Una de esas brújulas imprescindibles
sigue siendo la obra de José Carlos Mariátegui, quién nos enseñó que un
programa revolucionario debe adaptar su praxis a las circunstancias concretas
de cada país, pero teniendo presente que las circunstancias nacionales están
subordinadas a las tendencias mundiales5. Ese énfasis en nuestra
realidad concreta sin dejar de mirar hacia el planeta, es un enfoque que hoy
resulta imprescindible.
Una reconsideración del espacio
electoral, una profunda sospecha ante las inconsistencias diarias, el
propósito de hablarle al conjunto de la sociedad y la renovación del programa
de cambio, son cuatro condiciones para superar la adversidad y reinventar la
praxis emancipadora de la izquierda.
***
1Ver “Triunfo de la ‘nueva’
vieja política y ¿crisis en la izquierda?”, disponible en: http://colombiainforma.info/politica/seccion-politica/2836-elecciones-2015-triunfo-de-la-nueva-vieja-politica-y-crisis-en-la-izquierda
2Otra es la trayectoria de la
consigna “el que escruta elige”, pronunciada alguna vez por Camilo Torres
Restrepo. Las irregularidades de la pasada contienda electoral, y la
persistente vulnerabilidad del sistema electoral colombiano, le entregan
buena dosis de razón a la tan mentada frase.
3Ver Cohen, Gerald, “Si eres
igualitarista, ¿Cómo es que eres tan rico?”, Barcelona, Paidós, 2001.
4Ver Eagleton, Terry, “Lenin en
la era posmoderna”, en Budgen, Kouvelakis y Žižek, “Lenin reactivado”,
Madrid, Akal, 2010.
5Ver Mariategui, José Carlos,
“Principios programáticos del Partido Socialista”, en “Textos básicos”,
México, FCE, 1991.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario