lunes, 23 de noviembre de 2015
Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
El mundo ha cambiado
definitivamente. La multipolaridad se ha hecho evidente por todos los costados.
Nada es tan simple como en tiempo de la bipolaridad. El pensamiento complejo
debe predominar. Hay partidos de la derecha que están anclados en el pasado,
pero también sucede con buena parte de la izquierda radical. Siguen partiendo
del pensamiento cuando analizan la realidad y no de la existencia. Siguen
hablando desde ninguna parte, como si no estuvieran determinados nacional e
históricamente. Es fácil quedar bien enarbolando el espíritu puro de la
izquierda radical: no guerra, sí paz. Pero bajo el punto de vista de la
práctica, y en la filosofía marxista el punto de vista de la práctica debe ser
el primero, el espíritu puro carece valor. En la vida real el espíritu está
manchado de sangre y de lodo.
Me decía un amigo, tras los atentados de París, que habían muertos de
primera y muertos de segunda: los de París son de primera, mientras que los de
Siria son de segunda. Le respondí con un gesto de desaprobación y seriedad.
Después le pregunté: Cuando muera tu madre, ¿quién la llorará? No le di tiempo
a que respondiera y lo hice yo mismo: La llorarán tú, tu padre, tu hermana y
tus familiares. Y seguí: tu jamás has llorados las muertes de las madres de los
sirios ni de ningún otro país. Es posible que no te sientas español y que
tampoco te sientas europeo. De ahí que los asesinatos de los franceses a mano
de los yihadistas los sientas como sientes las muertes de los sirios: desde la
abstracción de los sentimientos y de los intereses. Pero el mundo de la gente
corriente y común no es así: en ese mundo la inmensa mayoría de las personas se
sienten miembros de una nación y partícipes de una historia.
No es lo mismo participar del poder, como ahora lo hace Podemos, que actuar desde fuera del
poder del Estado y eternamente en oposición a él. Así te conservas puro, pero jamás cambiarás
el mundo. Pensar no es lo mismo que actuar. No se trata ahora de hacer
disquisiciones históricas ni estudiar las causas de las causas. La historia es
la que es. La primavera árabe no fue tal primavera. El negro invierno ha
penetrado en todos los países que aparentemente iban hacia el camino de la
libertad y de la democracia. Y ese negro invierno tiene un nombre o dos: Al
Qaeda y el Estado Islámico. Representan no solo una fuerza fascista que quieren
sembrar el terror en todas las partes del planeta, sino también un bárbaro
atentado contra la cultura, la civilización, y
la libertad y la dignidad individuales. Quieren llevar el mundo muy
atrás, más atrás que la revolución francesa de 1789. Quieren llevarnos a la
oscuridad religiosa de la Edad Media y al predominio de los señores feudales.
Quieren convertir a los ciudadanos libres en siervos. Y en lucha contra
semejante fuerza reaccionaria, la izquierda debe luchar unida con la derecha.
Hay que ser tácticos, pero en este asunto hay que ser eminentemente
estratégicos. No podemos permitir que el caos nos invada y socave la
estabilidad política, económica y social que tantos esfuerzos nos han costado a
todos, incluidas las fuerzas de la izquierda.
Hollande actuó rápido y con contundencia. No podía mostrar debilidad.
Tampoco las excesivas disquisiciones debían demorar la acción. Declaró la
guerra al Estado Islámico. Declaró el estado de excepción en Francia. Debía
tener las manos libres. Ahora la policía puede hacer registros domiciliaros y
detenciones sin órdenes judiciales. Y puede incluso fijar la residencia a los
sospechosos. Tenía que devolver la seguridad a los ciudadanos franceses, y en
parte lo ha logrado. Ha ganado popularidad. Ha generado confianza. Carece de
sentido que los “intelectuales puros” hablen de que se han conculcado los
derechos humanos. Hay que ser prácticos. No se puede ser tan idealista. Los
conceptos deben adecuarse al ser y a la existencia y no al revés. Es cierto que
Europa colonizó al mundo. Es cierto que EEUU y las potencias occidentales han
ejercido el imperialismo económico, político y cultural sobre el Asia central.
Es cierto que Occidente no ha respetado a la religión y cultura musulmanas.
Pero siendo todo eso cierto, no es el asunto que ahora está en juego. El terror
yihadista se ejerce fundamentalmente contra los propios pueblos musulmanes. No
es una lucha entre Occidente y los pueblos musulmanes, tampoco entre la
religión católica y la religión musulmana, sino entre los pueblos civilizados y
el terrorismo yihadista.
La multipolaridad se ha afianzado. Y esto es una buena noticia. Francia
se ha aliado con Rusia sin la mediación de EEUU. La Unión Europea ha ganado
autonomía nacional. Irán, Siria, Irak, Turquía y los kurdos han ganado
protagonismo en la lucha contra el yihadismo. Oriente Próximo ya no estará
determinado en términos geopolíticos por la lucha entre Israel y Palestina, una
reminiscencia de la época de la bipolaridad de las superpotencias. El mundo se está escribiendo con otros
colores. Las relaciones entre el mundo musulmán y el europeo están mejorando y
mejorarán más. Los imanes de las 2.740 mezquitas de Francia han condenado sin
ambigüedad los atentados de París. Y bajo estas circunstancias históricas es un
error enorme caer en el intelectualismo: posicionarse desde ninguna parte y
hacer propuestas desde los conceptos puros de los derechos humanos y de la paz.
No en vano tanto Alberto Garzón como Pablo Iglesias ante los atentados de París
han recurrido a los conceptos de la revolución francesa de 1789 liderada por la
burguesía: Libertad, igualdad y fraternidad. Muestran así, por una parte, que todavía hoy día esos conceptos tienen
vigencia, y por la otra, que en la lucha contra el terrorismo yihadista la
izquierda y la derecha, la burguesía y los trabajadores, deben estar unidos.
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