14-11-2015
En el
clima de gran politización que rodea al balotaje, el debate en la izquierda se
intensifica entre los partidarios de votar a Scioli o en blanco. Esta polémica
ha diluido la convocatoria inicial a posponer cualquier discusión sobre el
kirchnerismo.
Los seguidores de Stolbizer que promueven el apoyo
a Macri han quedado fuera de estas controversias y de cualquier pertenencia al
progresismo. La discusión gira en torno a Scioli, que es visto en forma unánime
como un exponente del viraje conservador. Salta a la vista la responsabilidad
del gobierno en este curso. Las limitaciones políticas del oficialismo, las
ataduras al PJ, los fracasos económicos y el autismo frente al hartazgo social
explican este escenario.
El perfil derechista de Scioli ha quedado
ratificado con la difusión de un gabinete que incluye varios represores (Casal,
Berni, Granados). El candidato lanzó también nuevas advertencias contra los
piquetes y propuestas de inclusión del ejército en la lucha contra el
narcotráfico. Sus principales interlocutores son los capitalistas de IDEA, los
bancos del Council of America, los contratistas de Eurnekian y los viejos
adversarios de Clarín. Un ex funcionario del FMI es promovido como embajador de
gran porte (Blejer) y un autorizado vocero de la coalición oficialista propicia
el rápido arreglo con fondos buitres (Urtubey).
Los progresistas que votan a Scioli no ignoran
estos datos. Simplemente consideran que la otra alternativa es peor. Reconocen
que ambos candidatos forman parte del establishment pero estiman que “no son lo
mismo”.
En muchas discusiones esa distinción se torna
bizantina. Es evidente que Scioli y Macri no son presentan las mismas
similitudes que Larreta y Micheti, ni las diferencias que separan a Cristina de
Carrió. Pero en Argentina estas variedades mutan con vertiginosa celeridad.
Basta observar la transformación del elenco de ex
menemistas y ex aliancistas que puebla el FPV y el PRO, para notar ese grado de
conversión. Scioli agradeció recientemente a Menen su padrinazgo político y
Macri no disimula su entusiasmo con las privatizaciones de los 90.
Esa comunidad de antecedentes se extiende al
propósito compartido de gobernar con ajustes, devaluaciones y tarifazos. La
mimetización de ambos candidatos con las propuestas de Massa confirma esa
afinidad. Macri prepara un gobierno con jefes del justicialismo (De la Sota) y
acuerdos con los jerarcas sindicales (Moyano). Scioli promete puestos a todos
los derechistas que perdieron el tren del PRO.
MAYORES SIMILITUDES QUE DIFERENCIAS
Los dos bandos ya vislumbran acuerdos
parlamentarios para gobernar sin la mayoría automática que tuvo el
kirchnerismo. Esa convergencia en el Congreso fue anticipada por las
coincidencias que alcanzaron oficialistas y opositores en la Legislatura
porteña. Se suele remarcar las iniciativas gubernamentales que no votó el
macrismo en el Parlamento (YPF, Ley de Medios, matrimonio igualitario). Pero se
habla poco de las medidas regresivas que suscribió junto al kirchnerismo
(anulación de la ley cerrojo a los acreedores, cambios en las ART).
Los parecidos se verifican en la campaña electoral.
Durante la primera parte de la disputa Scioli y Macri compartieron frivolidades
y evasivas. Luego se embarcaron una competencia de inconsistentes promesas sin
financiación (bajar ganancias, pagar el 82%, reducir el IVA, generalizar la
asignación universal). En la semana final siguen el libreto de los publicistas.
Scioli repite la campaña del miedo que utilizó Dilma en Brasil y Macri reparte
sonrisas y mensajes dulcificados.
El progresismo que vota a Scioli reconoce estas
semejanzas, pero no registra que invalidan la expectativa de completar lo que
“dejó pendiente el kirchnerismo”. El universo sciolista ha taponado todos los
resquicios para nacionalizar el comercio exterior, atenuar el imperio de la
soja, controlar la depredación de minerales o introducir alguna reforma
impositiva.
Sus votantes desde la izquierda igualmente remarcan
el peligro macrista, subrayando que no hay lugar para la “indiferencia” del
voto en blanco. Pero esta opción no implica neutralidad. Supone un mensaje de
resistencia contra el ajuste que preparan ambos candidatos.
En todos los debates se resalta cuál sería el mejor
escenario para confrontar con esa agresión. Como nadie conoce el futuro sólo
existen presunciones. En el terreno económico se supone que Macri implementará
un shock y su adversario optará por el gradualismo. Pero el pasaje de un curso
a otro ha sido muy frecuente en distintos gobiernos.
Todos los jugadores del mercado avizoran la
proximidad de fuertes ajustes en las tarifas, los subsidios y el tipo de
cambio, cualquiera sea el triunfador. El ritmo de ese apriete es desconocido
por los propios candidatos. Comparten una estrategia de atemperar la
devaluación con endeudamiento, pero esa conjunción dependerá de variables que ninguno
maneja.
El a rgumento represivo que se esgrime para votar a
Scioli es más impactante, pero menos consistente a la luz de la mano dura que
exhibe el motonauta. Las mayores amenazas provienen en los hechos de la acción
conjunta de oficialistas y opositores ensayaron durante el desalojo del Parque
Indoamericano. Los policías federales de Berni y los municipales de Montenegro
coordinan ese tipo de operaciones conjuntas.
Un eventual triunfo de PRO no presenta las
connotaciones fascistas que justificarían la opción por el mal menor. Macri no
es Pinochet. El balotaje también difiere del antecedente francés que opuso a un
xenófobo (Le Pen) con un derechista clásico (Chirac). Macri se asemeja más bien
a este segundo contendiente.
El PRO se esfuerza por ocultar los rostros
cavernícolas de su coalición. Ha consolidado una formación retrógrada en un
paradójico contexto de centroizquierda. El macrismo asciende en un clima muy
distante del gorilismo que prevaleció durante los cacerolazos y la disputa con
los agro-sojeros.
La derechización mayoritaria de la dirigencia
política no coincide con el estado de ánimo de la sociedad. El PRO elude esta
contradicción propagando hipócritas mensajes de tolerancia. Especialmente Vidal
se ha calzado un disfraz de monja sensibilizada por el sufrimiento popular.
Algunos votantes de Scioli suponen que mantendrá,
al menos, la política cultural del kirchnerismo. Contraponen esta continuidad
con el giro retrógrado que avizoran en su rival. Pero la estética de
Pimpinella, Tinelli y Montaner -que precipitó los últimos lamentos de Carta
Abierta- no augura esa preservación. El motonauta es un consumado conservador
que espera el momento oportuno para restaurar los valores clásicos de las
clases dominantes.
DILEMAS EXTERNOS Y BASAMENTOS SOCIALES
La política exterior es ciertamente un terreno de
significativas diferencias entre ambos contendientes. Macri prepara un
acelerado realineamiento con Estados Unidos e Israel junto a un drástico
alejamiento de Cuba y Venezuela. Scioli propone mantener el status quo,
mientras apuntala un giro pro-mercado que a mediano plazo convergería con el
sendero de su rival.
El eventual privilegio de tratados de libre
comercio sobre el MERCOSUR es un proceso más complejo con infinidad de
intereses en juego, que ningún presidenciable abordará al inicio de su gestión.
Muchos promotores del voto en blanco consideran que
las diferencias de política exterior que separan a Scioli de Macri son
irrelevantes. Suponen que todos los procesos latinoamericanos transitan por el
mismo curso regresivo y no reconocen la existencia de dinámicas radicales en
Cuba, Venezuela o Bolivia.
Con esa mirada tampoco distinguen a los gobiernos
que promueven el capitalismo (lulismo, kirchnerismo) de las administraciones
que enuncian proyectos socialistas. Equiparan las políticas de expansión del
consumo de los primeros con las estrategias favorables al empoderamiento
popular de los segundos. Este equivocado enfoque conduce a soslayar las serias
consecuencias regionales de un triunfo de Macri.
¿Pero el reconocimiento de esos efectos justifica
el voto a Scioli? Si la pertenencia a la izquierda se redujera a desenvolver
acciones de solidaridad con el ALBA correspondería una respuesta afirmativa.
Pero esas iniciativas constituyen sólo un aspecto de la acción política.
La construcción de la izquierda en Argentina se
asienta principalmente en la batalla por las reivindicaciones inmediatas de la
población. Cualquiera que haya participado en alguna experiencia militante
significativa conoce la centralidad de estas demandas. En el escenario actual
estas urgencias implican preparar la resistencia contra el ajuste de Macri o
Scioli.
No es la primera vez que la izquierda debe lidiar
con un conflicto de prioridades. Las conveniencias diplomáticas externas y las
exigencias de la lucha política interna no siempre transitan por el mismo
carril. Las tensiones entre ambas esferas fue un rasgo permanente del siglo XX.
Las necesidades de estado del “bloque socialista” frecuentemente chocaban con
las estrategias revolucionarias de la izquierda en numerosos países. No existe
una receta universal para lidiar con esta contradicción pero conviene aprender
del pasado.
La mayoría de los partidos comunistas solía colocar
en primer lugar las consideraciones geopolíticas y en segundo término lo
requerido en el plano interno. Razonaban como cancilleres y no como militantes.
Esta experiencia enseña que nuestro mejor aporte a los procesos radicales de la
región será el reforzamiento de una opción de la izquierda en el país.
El apoyo a Scioli es también justificado por el
perfil social de sus adherentes. Se contrapone ese basamento popular con el
elitismo porteño del Macri. Este contraste retoma una tradición del peronismo.
Los cimientos más plebeyos de Luder, Menen o Duhalde aportaban en el pasado el
gran argumento de voto contra el radicalismo.
Pero ese supuesto de eternidad justicialista entre
los desamparados fue desmentido por Alfonsín y por la Alianza. El peronismo ya
no cuenta con la identificación popular inmediata que mantuvo durante mucho
tiempo. Por esa razón afronta periódicos naufragios electorales. Estos
temblores ilustran la erosión de sus viejos pilares. El fundamento sociológico
popular para sostener a Scioli es un artificio.
La divisoria de votantes por clases sociales ha
perdido la nitidez del pasado. Esta mutación salta a la vista en la Capital
Federal y fue visible en la primera vuelta de la elección presidencial. El PRO
se impuso en los viejos bastiones del peronismo. Una fuerza derechista reinventada
con globitos, evasión y moralismo hipócrita le arrebató al justicialismo la
gobernación de Buenos Aires, muchas intendencias y localidades, manejadas por
el PJ desde el 83 (como Jujuy).
La pugna Scioli-Macri no expresa contraposiciones
sociales, ni choques entre antagonistas. Sólo el mecanismo del balotaje crea
esa ficción. La confrontación de la Unión Democrática con Perón no será
resucitada el próximo 22 de noviembre. Tampoco habrá recreación de la pelea
inicial del PT con la derecha brasileña o del desafío que introdujo Syriza en
Grecia, antes de la capitulación de Tsipras.
CONDUCTAS Y RESENTIMIENTOS
El voto a Scioli es asumido por muchos sectores de
la izquierda como una acción autodefensiva. Consideran que es la forma de
preservar la organización popular. ¿Pero esa resistencia se prepara apuntalando
al motonauta?
Hay dos peligros en ciernes. La obvia amenaza que
representa Macri y el desengaño que puede generar Scioli. Si esta última
decepción provoca rabia por abajo, el enfado se extenderá a todos los
auspiciantes de su candidatura. Pero los atropellos del sciolismo también
podrían potenciar la resignación. Frecuentemente el giro conservador de los
gobiernos arrastra a los pueblos y generaliza el desánimo o la apatía.
El ejemplo de Brasil está a la vista. Dilma ganó
asustando con el ajuste de su rival y gobierna aplicando esos recortes, en un
clima de desmoralización popular.
La definición de la izquierda frente al balotaje
tiene más importancia política que numérica. En la primera vuelta el FIT obtuvo
el cuarto lugar con 800.000 votos (un millón para diputados). Es un caudal
llamativo pero no inclina la balanza. Los seguidores de Massa son los árbitros
de la elección. El voto en blanco podría ser significativo pero no alcanzará
porcentajes determinantes.
Esta opción fue utilizada hace muy poco por el
kirchnerismo en la Capital Federal frente a la definición entre Lousteau y
Larreta. Rechazar ambas candidaturas fue una decisión lógica a la luz del
alineamiento posterior de ambas figuras con Macri. El peronismo porteño no ha
recibido sin embargo por esa actitud, el alud de críticas que actualmente recae
sobre la izquierda.
Según las encuestas una porción mayoritaria de los
votantes del FIT optará por la boleta en blanco. Este comportamiento es natural
entre electores que aprobaron un mensaje de impugnación del trío (ahora dúo)
del ajuste.
La izquierda simplemente mantiene sus banderas
previas. Si convocara al sostén de Scioli sería vista como otro agrupamiento de
panqueques, que salta de una lista a otra según las conveniencias del momento.
A pocos años de su creación el FIT ha resuelto no suicidarse.
Pero incluso si decidiera apoyar a Scioli, lo
ocurrido en la primera vuelta ha demostrado cuán vulnerada está la fidelidad
del electorado. En las coyunturas de gran viraje los votantes desbordan la
ingeniería electoral. Por eso socavaron el armado para favorecer al oficialismo
a través de las PASO.
Es importante registrar el significado del giro en
curso. Si Scioli pierde en el balotaje quedará ratificado el hastío con el
gobierno kirchnerista y con la gestión del gobernador de Buenos Aires. Ninguna
campaña por el voto útil puede disimular esa disconformidad. Hay fastidio con
la situación de los hospitales, las escuelas y las localidades inundadas de la
provincia.
En lugar de comprender esta realidad, varios
intelectuales del peronismo ya preparan sus dardos contra la izquierda si el
oficialismo es derrotado. Algunos incluso suponen que “los trabajadores
reprocharán al FIT” una eventual victoria de Macri. Esa tortuosa deducción
oculta que el único culpable de ese desenlace sería el kirchnerismo.
El resentimiento en gestación con la izquierda
también anticipa un despecho más extendido hacia toda la población. Ciertos
oficialistas sugieren que nadie los entendió (“les dimos todo y ahora nos votan
en contra”). Reivindican con fervor las elecciones victoriosas (“el pueblo
nunca se equivoca”) y se irritan con los resultados adversos (“la sociedad
perdió el rumbo”). Entre los pecados de la izquierda no figuran estos devaneos.
ESTRATEGIAS Y LENGUAJES
La postura frente al balotaje es un peldaño de las
estrategias en disputa. Todos se preparan para el día siguiente del desenlace
electoral. Especialmente el kirchnerismo anticipa su política ulterior. Aceita
una corriente propia bajo el férreo liderazgo de Cristina, asentada en bloques
parlamentarios ampliados y en una desaforada ocupación de cargos antes de
abandonar el estado.
El desmesurado protagonismo de CFK durante la
campaña apunta a consolidar ese espacio en desmedro explícito de Scioli.
Cristina prepara todos los cañones para influir dentro o fuera del partido
justicialista.
La izquierda puede converger con el bloque K o
trabajar por una construcción propia y contrapuesta a ese alineamiento. Son dos
cursos de acción muy distintos, que inducen a posturas diferentes frente a la
segunda vuelta.
Obviamente el sostén de Scioli desde la izquierda
favorece el primer camino. Crea un empalme inmediato con todas las consignas
actuales del kirchnerismo (“hay dos modelos”, “no da lo mismo”, “avanzar por lo
que falta”).
Pero este acompañamiento obstruye la apertura de un
rumbo alternativo en plena crisis del peronismo. No es muy sensato socorrer al
kirchnerismo cuando es cuestionado por la población. Este auxilio potencia la
canalización del descontento por parte del PRO.
Lo ocurrido con Nuevo Encuentro debería ser
aleccionador. Sabatela se aproximó con cautela al oficialismo pero terminó
subordinado a Cristina. Su grupo votó a libro cerrado todas las leyes que envió
el Ejecutivo, avaló al PJ y aceptó a los barones del Conurbano. Coronó
finalmente esta regresión secundando a Aníbal Fernández y perdiendo el bastión
de Morón.
Esta involución ilustra como e l mal menor
desemboca en capitulaciones mayores. Se baja una bandera tras otra. Primero
había que sostener a Randazzo, luego al proyecto y ahora a Scioli. La derecha
recupera terreno con estas incongruencias que vacían al progresismo de
políticas propias. Si la izquierda repite esa conducta obtendrá los mismos
resultados.
Al cabo de una década de intensa cooptación estatal
se han afianzado los razonamientos exclusivamente centrados en modelos,
políticas y gobiernos. La gravitación de la acción callejera es ignorada o
aludida con puros formalismos.
Con esa mirada se atribuye a la gestión de Néstor y
Cristina las conquistas obtenidas como resultado de la rebelión popular del
2001. También se supone que con “Macri se perderán derechos” y con “Scioli se
mantendrán las conquistas”, como si la lucha fuera un ingrediente irrelevante
en ambos escenarios. Recuperar la primacía de la resistencia es una meta
insoslayable cualquiera sea el desenlace del balotaje.
La embrionaria presencia del FIT es útil para
retomar ese objetivo. Ese frente ha servido, además, para introducir temas e
ideales de la izquierda en la contienda electoral. Su postura frente al
balotaje intenta reforzar una construcción explícitamente diferenciada del
justicialismo. Difunden los mensajes anticapitalistas que el progresismo
olvida, ignora o rechaza.
En su configuración actual de tres organizaciones
trotskistas, el FIT bloquea la ampliación del frente diverso que se necesita
para forjar una izquierda popular. Pero esa limitación coexiste con la
disposición a la lucha que requiere el momento actual.
De hecho el FIT ocupa el lugar que dejaron vacantes
otras formaciones. La centroizquierda anti-K quedó deglutida por los partidos
que alimentaron al macrismo y el progresismo K sepultó las viejas rebeldías de
la J.P.
Las posibilidades de la izquierda suelen reaparecer
suelen reaparecer en contextos inusuales a través de vertientes imprevistas.
Mantener una actitud abierta contribuye a registrar el surgimiento de variantes
distintas a la propia. Esta tendencia ha sido captada por todos los
participantes del debate sobre el balotaje que adoptan una actitud fraternal.
Otros pensadores han retomado, en cambio,
acusaciones heredadas de la noche de los tiempos. Es tan absurdo afirmar que el
“ voto en blanco es un voto por el imperialismo”, como desconocer que intenta
confrontar con dos candidatos estrechamente vinculados a la embajada
estadounidense. Incluso si fuera un gran error debería ser objetado con el
lenguaje que la izquierda recuperó luego de la pesadilla stalinista.
Equivocar el enemigo es más grave que fallar en una
decisión electoral. La izquierda se construye junto a los militantes de todas
las corrientes y se destruye haciendo buena letra con los popes del
justicialismo.
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET,
profesor de la UBA, miembro del EDI.
Su página web es: www.lahaine.org/katz
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