La crisis
ha abierto nuevas oportunidades para el despojo
El Salmón
Contracorriente
20-01-2016
Actualmente,
nociones como privatización o mercantilización están cobrando un protagonismo
renovado en el contexto de crisis sistémica en el que nos encontramos. Sectores
como la educación, la sanidad, la vivienda y los servicios públicos, así como
el ámbito militar y el gubernamental, con la frecuente práctica de la
externalización o subcontratación de servicios, se ven sometidos a estas
lógicas capitalistas.
“Todo producto es un cebo con el que el individuo
trata de atraerse lo esencial de otra persona: su dinero. Toda necesidad, real
o potencial, es una debilidad que hará caer al pájaro en la trampa”. Karl Marx
El fenómeno no es nuevo, es una condición necesaria
para la construcción y/o consolidación del poder de clase. Sin embargo, tal
como señala David Harvey, “solemos reducir el problema de la acumulación
por desposesión a la incapacidad para aplicar, poner en práctica y regular
satisfactoriamente el comportamiento de los mercados” [1].
En los siglos que nos preceden, el hombre y la
naturaleza pasaron a denominarse fuerza de trabajo y tierra respectivamente para
ser acogidos en el mercado. Como apuntaba Karl Polanyi, el hombre ya
podía comprarse y venderse universalmente a un precio llamado salario. Por su
parte, el uso de la tierra comenzó a mercantilizarse con un precio llamado
renta. Se creó la ficción de que la mano de obra y la tierra se producían para
ser vendidas; todo ello iniciado por medios coercitivos y extralegales en un
proceso enunciado por Marx como “acumulación originaria”. En éste se
fundó el divorcio entre los medios de producción y los productores directos.
Las tierras comunes se verían parceladas, cercadas (enclosure) y
enajenadas en el mercado mediante el despojo a unos campesinos que se vieron
obligados a abandonar la tierra (su medio de producción) y a vender su fuerza
de trabajo por un salario en este nuevo mercado dedicado a la mano de obra.
En el siglo XIX, las clases medias eran portadoras
de unos intereses comerciales que fundamentaron la incipiente economía de
mercado. Dichos intereses coincidían con la necesidad y el deseo general de
producción y creación de empleo; lo que hacía pensar en un círculo virtuoso de
expansión de los negocios, generación de empleo para todos y rentas para los
propietarios. Sin embargo, aspectos como la explotación en el trabajo, la
contaminación y la deforestación, la destrucción de las costumbres, el
deterioro de la calidad de vida, etc., no eran tenidos en cuenta más allá del
cálculo de las ganancias. El liberalismo económico se comenzó a imponer como
principio organizador de la sociedad desde la creencia casi mística en la
merced global de aquéllas.
Mediante la acumulación por desposesión, los
trabajadores y trabajadoras y su antiguo medio de producción, la tierra, serían
explotados libremente por el capital. Estas formas de desposesión, que fueron
cruciales para la creación del capital, no se detuvieron aquí, se han
perfeccionado y han sido protagonistas hasta nuestros días.
Por citar algunos ejemplos: colonialismo,
neocolonialismo basados en la apropiación de activos (en muchos casos, recursos
naturales), el acaparamiento de tierras, la práctica de los desahucios o el
programa político e intelectual inspirador del giro neoliberal de los años
setenta del siglo XX que nos afecta hoy; expresado con gran lucidez por Lewis
F. Powell en su “Memorándum confidencial: Ataque al sistema americano de
libre empresa” para la Cámara de Comercio de EEUU. Rescatar algunas de sus
líneas, puede resultar esclarecedor: “[…] Hay que reconocer honestamente que
los hombres de empresa no han sido enseñados o equipados para conducir guerras
de guerrillas contra quienes realizan propaganda contra el sistema y buscan
insidiosa y constantemente sabotearlo. […] Pero no se debe posponer la acción
política más directa, a la espera de que el cambio gradual en la opinión
pública se efectúe a través de la educación y la información. El mundo
empresarial debe aprender una lección aprendida hace mucho tiempo por los
trabajadores y otros grupos de presión.
La lección es que el poder político es necesario;
que ese poder debe ser cultivado con perseverancia, y que, cuando sea
necesario, se debe usar con agresividad y determinación –sin vergüenza y sin la
renuencia que ha sido tan característica del mundo empresarial estadounidense.
[…] No debería haber ninguna vacilación en atacar a los Naders, los Marcuses y
otros que persiguen abiertamente la destrucción del sistema. No debería haber
el menor titubeo para presionar con fuerza en todos los ámbitos políticos para
que se apoye al sistema empresarial. Tampoco debería haber renuencia en
sancionar políticamente a quienes se le oponen” [2].
No cabe duda de que, con la ventaja que nos da el
paso de los años, este llamamiento a la lucha de clases, se podría llegar a
calificar casi de profético. Actualmente, se ven amenazadas con la disminución
o supresión, varias formas de propiedad común como la educación, el sistema
público de pensiones o la sanidad.
Estos son algunos ejemplos de actualidad en los
procesos de acumulación por desposesión que se promocionan desde el Estado
gracias a su monopolio en la definición de la legalidad o el uso de la
violencia. Llegado el caso, estos procedimientos pueden ser
legitimados/respaldados, también, por instituciones supranacionales. El
endeudamiento y el uso del sistema de crédito como otro contundente instrumento
de acumulación por desposesión, se ha mostrado con toda su crudeza en la
exigencia alemana de privatización parcial del puerto del Pireo y de los 14
aeropuertos regionales como condición al tercer rescate de Grecia.
No debemos olvidar una máxima defendida por Milton
Friedman y la mayoría de los economistas neoclásicos: “a cada uno de
acuerdo con lo que producen él y los instrumentos que posee”. El problema de
esta afirmación reside en que, en el capitalismo, los poseedores de los medios
de producción son, normalmente, distintos a quienes los manejan.
Notas:
[1] David HARVEY: Diecisiete contradicciones y
el fin del capitalismo, IAEN, Madrid, 2014, p. 72.
[2] Véase la traducción al castellano del
Memorándum de Lewis F. Powell en la siguiente dirección: http://rebelion.org/noticia.php?id=158701
Manuel Guerrero Boldó es Investigador en el
Departamento de Historia Contemporánea de la UCM
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