Personas hacen fila ante una
feria de empleo en Oregon. Con todo, la cantidad de personas sin trabajo que
han dejado de buscarlo ha crecido en EEUU. (AP)
Jesús Del Toro27
de septiembre de 2016
La pérdida de empleos en varias
industrias y sectores que se registra en los países desarrollados es fuente de
desasosiego social y tensiones políticas. En Estados Unidos, por ejemplo,
amplios grupos sociales han visto transformada su realidad por la desaparición
de empleos, sobre todo en la industria pesada y manufacturera, que antes
proveían numerosas plazas y salarios bien pagados. Eso se ha traducido en una
indignación ciudadana que ha trasminado la presente contienda por la
Presidencia.
Algunos lo achacan a la
globalización y la salida de fábricas hacia países de mano de obra más barata y
buscan soluciones en la aplicación de sanciones a países ‘abusivos’ y medidas
proteccionistas. Otros añaden que la automatización y la transformación de los
procesos de producción han cambiado el perfil de la industria y desplazado a
muchos trabajadores de las fábricas, estén éstas en Estados Unidos o en el
desempleo. Es decir, muchos de esos trabajos estaban condenados de todos modos
por la transformación de los procesos productivos.
Las razones son múltiples y, en
todo caso, las personas afectadas lo resienten genuinamente y, al mismo tiempo,
la probabilidad de que esos empleos se recuperen en las cantidades y con las
características que tenían antes es muy reducida. Y para algunos analistas el
proceso de reducción de la fuerza laboral, sobre todo entre los varones
adultos, no hará sino arreciar.
Eso es lo que, en líneas
generales, afirma Nicholas Eberstadt en su libro ‘Men Without Work’: Estados Unidos tiene una cantidad récord de
varones entre 25 y 54 años que no tienen empleo ni buscan conseguirlo. Una
curiosa gráfica en la citada presentación de ese libro señala que a mediados
del siglo pasado había cerca de un millón de hombres de esas edades sin trabajo
ni interés en conseguirlo, cifra que subió al rango de los 8 millones en la
actualidad.
Ciertamente, en 1948 la
población era menos de la mitad de lo que es ahora, por lo que un aumento en el
número de personas en la citada condición es obvio, aunque no en la magnitud en
la que se ha registrado. Además, se compara la participación de los varones de
esa edad en la fuerza de trabajo de Estados Unidos y algunos países europeos
para mostrar que el caso estadounidense es más agudo que el de los países de
Europa mencionados.
Por añadidura, se compara las
actividades realizadas por los individuos de esa edad que tienen trabajo y los
que no lo tienen ni son estudiantes: los primeros dedican, por ejemplo, 221
minutos al día en promedio a socializar, relajarse y divertirse, los segundos
489; los primeros dedican 532 minutos al cuidado personal y a dormir, los
segundos 607; los primeros pasan 363 minutos en promedio trabajando, los
segundos 7.
Sería la situación ideal para
muchos si no fuese porque no trabajar implica no tener un ingreso estable ni
las posibilidades de desarrollo personal y familiar vinculadas a una carrera
profesional.
Y, como se afirma en The Washington Post, la tendencia es creciente, y
si continúa como hasta ahora para 2051 el 24% de todos los adultos de esa edad
estarían sin trabajo ni buscándolo, una transformación radical en la estructura
socioeconómica del país.
Ciertamente sería un cambio
sustancial, si bien hay matices. A mediados del siglo 20, por ejemplo, el
porcentaje de mujeres mayores de 16 años en la fuerza laboral era del 33.9%,
cifra que subió a finales de la centuria a 59.8%, y alcanzó proporciones aún mayores,
por ejemplo, en el grupo de entre 25 y 54 años de edad, que pasó de situarse en
cerca de un tercio en 1948 a alrededor de tres cuartos en 1998, de acuerdo a un
artículo publicado por la Oficina de Estadísticas
Laborales.
Así, si bien ha existido una
significativa pérdida de empleos para ciertos grupos de varones, también es
cierto que su proporción en la fuerza laboral ha descendido en paralelo a un
aumento de la proporción de mujeres. Muchos de esos hombres que han podido
optar por no trabajar ni buscar trabajo tendrían, así, fuentes de ingreso
familiar que les posibilitan mantenerse en esa circunstancia, situación que era
menor hace décadas.
Adicionalmente, la fuerza
laboral en sí será en el futuro proporcionalmente más pequeña por el hecho de
que la población en general será más vieja en 2051 que lo que es hoy. Así una
cantidad dada de personas desempleadas y sin buscar en empleo representará una
proporción porcentual mayor de la fuerza laboral en el futuro que lo que es
hoy.
Con todo, eso no significa que
la existencia de millones de varones fuera de la fuerza laboral sea una buena
noticia. En realidad no lo es y debe motivar, como en todo lo relacionado al
empleo, reflexión y presentación de soluciones a escala de las políticas
públicas y de las prácticas empresariales. Y aunque en el futuro podrían surgir
nuevas circunstancias, por ejemplo tecnologías y opciones capaces de modificar
la estructura actual del empleo (se ha dicho que la inversión en tecnologías
limpias y en profesiones de salud podría generar en los próximos años millones
de puestos de trabajo que actualmente no existen), actualmente es ciertamente
urgente aportar nuevas oportunidades de educación, capacitación y empleo para
propiciar el desarrollo económico general y mantener el tejido social.
En buena medida, las decisiones
que surjan de la elección presidencial de 2016 será un paso crucial en esa
encrucijada.
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