27/10/2016
El capitalismo financiero ha cooptado todos los
espacios de la vida contemporánea y la política no ha encontrado caminos
certeros para enfrentar sus desafíos.
Aquello que eran deformaciones fragmentarias,
penetraciones puntuales a través de lobbies, de actos de corrupción y de
«puertas giratorias» entre el sector público y el privado, pasó a cobrar un
mayor volumen y se convirtió por ósmosis en poder político articulado dentro
del cual el interés público es algo que aflora solo por momentos, y siempre a
raíz de los prodigiosos esfuerzos de las manifestaciones populares, o de
frágiles artículos en la prensa alternativa, o de algún que otro político
independiente. El poder corporativo se sistematizó, capturó una a una las
variadas dimensiones de la expresión y el ejercicio del poder, y esto dio lugar
a una nueva dinámica o una nueva arquitectura del poder realmente existente.
Lo primero a tener en cuenta es que se trata de gigantes corporativos, y ya no de millones de unidades
pequeñas y medianas cuyo poder se diluye. En el capitalismo del siglo XXI,
posterior a la crisis de 2008, 737 grupos controlan 80% del mundo corporativo y
solo 147 de ellos controlan un 40%; tres cuartas partes de estos últimos son
bancos. Un grupo de 16 especuladores (traders)
que operan a escala planetaria controlan lo esencial del mercado de intermediación
de commodities, la sangre de la economía mundial. Las 28 instituciones financieras de importancia sistémica
(systemically important financial institutions, SIFI) disponen, como orden de
magnitud, de unos 50 billones de dólares, cuando el PIB mundial es del orden de
los 75 billones. Cada una de esas 28 instituciones maneja en promedio 1,8
billones de dólares; para hacernos una idea de su magnitud, el PIB de un país
como Brasil es de 1,5 billones. Y Brasil es la séptima potencia económica del
mundo. Como dice Octavio Ianni, la política cambió de lugar.
Un segundo eje de análisis para este proceso es el
cambio radical en las formas de apropiación de la renta y la riqueza. En el
viejo capitalismo explotador, el capitalista explotaba pero también invertía,
producía y generaba empleo. Había un adversario contra el cual luchar. Hoy, con
un sistema financiero globalizado, la apropiación de la plusvalía obedece a
mecanismos centrados en la especulación con derivados (más de 600 billones de
dólares de outstanding derivatives, cerca de ocho veces el PIB mundial), con
deuda pública (52 billones de dólares para el conjunto de los países
endeudados), con impuestos que recaen sobre personas físicas y jurídicas, y con
incontables tasas sobre tarjetas de crédito, seguros y otros productos cada vez
más complejos que drenan las economías mundiales. Hoy, tal como afirma el
dicho, la cola mueve al perro. En esta era de
financiarización global, la plusvalía financiera se ha convertido en la forma
dominante de apropiación de la renta y la riqueza. Joseph Stiglitz lo
resume así: «Mientras que antes las finanzas constituían un mecanismo para
inyectar dinero a las empresas, hoy sirven para extraer dinero de ellas».
Este capitalismo disfuncional en términos
económicos necesita cada vez más del Estado para compensar con poder político
toda la legitimidad que pierde en la esfera económica. De este modo el poder
económico, predominantemente bajo la forma financiera, conduce con rapidez a la
deformación del sistema político. Martin Wolf, periodista jefe de la sección
económica del Financial Times, sintetiza muy bien esta transformación: «Los
incrementos ampliamente distribuidos de la renta real jugaron un papel vital en
la legitimación del capitalismo y en la estabilización de la democracia. Hoy,
sin embargo, al capitalismo se le hace cada vez más difícil generar un
incremento similar en la prosperidad. Por el contrario, lo que se pone en
evidencia es una creciente desigualdad y una reducción en el ritmo de
crecimiento de la productividad. Esta combinación nociva vuelve a la democracia
intolerante y al capitalismo ilegítimo».
El poder financiero de los gigantes corporativos
mundiales es avasallador. Y es difícil hacerse a la idea de que tal máquina
económica ha de abstenerse de ejercer el correspondiente poder político. En los
hechos, la apropiación del poder se produce de modo acelerado en las más
diversas áreas, y basta conectar un hilo con otro para percatarse del impacto
en todo el sistema. Para lo que sigue vamos a considerar, dentro del marco
limitado de este artículo, solo algunas de las principales tendencias.
Una de ellas es la expansión misma de los lobbies
tradicionales. Solo en Europa, Google tiene contratadas ocho empresas de lobby,
además de financiar de manera directa a parlamentarios y miembros de la
Comisión. La empresa posiblemente deba pagar 6.000 millones de euros por
ilegalidades cometidas en Europa. Los gastos de Google en esta área ya se
acercan bastante a los de Microsoft. En Brasil se está negociando una propuesta
de enmienda de la Constitución que legitimaría la interferencia política
directa por parte de las empresas en todas las esferas de gobierno (PEC
47/2016).
En tanto que el lobby todavía se puede considerar
como una forma externa de presión, mucho más importante es el financiamiento
directo de las campañas políticas, llevado a cabo a través de los partidos o
como inversión directa en determinados candidatos. En Brasil, una ley
promulgada en 1997 autorizó a las empresas a financiar candidatos, lo que causó
un impacto desastroso en el comportamiento de diputados y senadores, que
acabaron creando bancadas corporativas. En 2010 Estados Unidos tomó el mismo
camino, tras lo cual se hizo habitual el comentario «tenemos el mejor Congreso
que el dinero puede comprar». En Brasil finalmente el Supremo Tribunal Federal
decretó en 2015 la ilegalidad de tal práctica, aunque se esperan nuevas
presiones.
La cooptación del ámbito jurídico adquirió una
enorme importancia. Una forma particularmente dañina de este proceso se dio a
través de los llamados «settlements», acuerdos por los cuales las corporaciones
se someten a pagar una multa pero no quedan obligadas a reconocer sus culpas, y
así evitan que el proceder penal recaiga sobre los responsables. De este modo
los administradores corporativos y los financistas se quedan tranquilos ante la
certeza de que no serán procesados. Stiglitz afirma: «Hemos observado en varias
oportunidades que ninguno de los responsables de los grandes bancos que
llevaron al mundo al borde del colapso fue hallado responsable de su nocivo
accionar. ¿Cómo es posible que no haya responsables, sobre todo teniendo en
cuenta la magnitud de los acontecimientos de los últimos años?». La senadora
estadounidense Elizabeth Warren ha presentado informes donde describe de manera
precisa estos mecanismos, identificando por su nombre a las empresas y sus
formas de apropiación.
Otro eje poderoso
de cooptación del espacio político se da a través del control organizado de
la información, constructor de esa fábrica de consensos sobre la cual Noam
Chomsky nos ha dado preciosos análisis. En Brasil, con nuestra visión del mundo
controlada por cuatro grupos privados –los grupos Marinho, Civita, Frias y Mesquita–
el concepto mismo de libertad de prensa se vuelve surrealista, y los impactos
en Argentina, Chile, Venezuela y otros países son impresionantes en términos de
promoción de las visiones más retrógradas y de generación de un clima de odio
social. El mecanismo de interferencia de las corporaciones se da a través de la
publicidad o por el control directo de los medios. El imperio Murdoch ya es en
sí mismo una corporación.
La construcción de
una «narrativa» para la legitimación del poder político de las corporaciones se
apoya en una red más discreta aunque igualmente poderosa, la de los think
tanks. En Estados Unidos algunas de estas instituciones conservadoras son
el George C. Marshall Institute, el American Enterprise Institute (AEI), el
Information Council for Environment (ICE), el Fraser Institute, el Competitive
Enterprise Institute (CEI), el Heartland Institute, el American Petroleum
Institute (API), la American Coalition for Clean Coal Electricity (ACCCE) y el
Hawthorne Group, entre tantas otras. Cuentan con el poderoso apoyo de empresas
como ExxonMobil y Koch Industries, esta última a su vez una gran articuladora
del Tea Party y de la candidatura de Trump, así como de bancos, compañías
petroleras, empresas de carbón, productores de autos y de armas. Son
instituciones ligadas a sectores republicanos y de la derecha religiosa.
Cooptar ideas es fundamental.
A este conjunto de
mecanismos de captura del poder hay que añadir la erosión radical de la
privacidad en las últimas décadas. Hoy la sangre de nuestra vida circula
por medios magnéticos, y dejamos rastros de todo lo que leemos o compramos, del
círculo de nuestros amigos, de los medicamentos que tomamos, de nuestro nivel
de endeudamiento. Las empresas tienen acceso a la información sobre el embarazo
de una empleada por medio de la compra de datos a los laboratorios. El modo en
que los grandes grupos de información se defienden es aduciendo que se trata de
datos «anonimizados», aunque lo cierto es que el cruce de rastros electrónicos
permite individualizar perfectamente a las personas, lo que coarta sus derechos
políticos y laborales. Pero el acceso a información confidencial por parte de
las empresas también repercute radicalmente debilitando a los grupos económicos
más chicos frente a los gigantes que consiguen acceder a las comunicaciones
internas. No es solo una cuestión de espionaje de alto nivel, como se vio en la
grabación de las charlas entre Dilma Rousseff y Angela Merkel. Se trata en
realidad de todos nosotros. Aquel «Big Brother is watching you» dejó de
ser solo literatura.
Podemos ampliar
esta lista incluyendo aspectos como la compra de instituciones académicas, la
expansión de las universidades corporativas, el control oligopólico de las
publicaciones científicas o el creciente control financiero sobre la misma
Organización de las Naciones Unidas, entre otras tendencias. Se ha puesto en
marcha un desplazamiento general de las esferas de manifestación del poder: las
grandes corporaciones, en especial las de tipo financiero, operan a escala
global, mientras que los instrumentos políticos de control que deberían
regularlas están fragmentados en alrededor de 200 países muy poco articulados
entre sí y con legislaciones que varían en cada caso. Esto ha generado un
desajuste estructural entre el espacio económico global de las corporaciones y
el poder de los gobiernos nacionales. Cualquier intento de establecer un
control sobre el accionar ilegal o la evasión fiscal tiende a resolverse sin
grandes problemas para el capital, que migra de un país a otro, y se asienta
incluso en paraísos fiscales.
No podemos dejar
de observar, en suma, que existe una profunda transformación de las relaciones
de fuerza, y que nos enfrentamos a un escenario de cooptación estructural de
poder. Analizando este nuevo formato de organización del sistema, Wolfgang
Streeck llegó a la acertada conclusión de que no estamos ante el fin del
capitalismo, pero sí ante el fin del capitalismo democrático.
Traducción:
Cristian De Nápoli
Texto publicado originalmente em: http://nuso.org/articulo/el-capitalismo-cambio-las-reglas-la-politica-ca...
Octubre 2016
http://www.alainet.org/es/articulo/181267
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