lunes, 14 de noviembre de 2016

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE FINANCIARIZACIÓN?*



El autor en plena exposición
13 noviembre, 2016
Autor: Alfredo Apilánez 

*Texto de la exposición realizada el 12 de noviembre de 2016 en el marco de las jornadas “Financiarización y consumo: el asalto de las finanzas a la vida cotidiana” organizadas por AICEC-ADICAE. Quiero agradecer especialmente la invitación de la asociación y asimismo felicitar a Jaime Palomera (miembro de La Hidra Cooperativa), Elena Idoate (miembro del Seminari d’Economia Crítica Taifa), Joan Ramon Sanchis (catedrático de organización de empresas de la Universidad de Valencia) y Alex Daudén (coordinador general de AICEC-ADICAE) por sus excelentes aportaciones.

Comenzaré la exposición yendo al grano para tratar de contestar, a través de una aproximación teórica, a la pregunta que da título a la charla. A continuación haré un breve recorrido histórico por los hitos del desarrollo del neoliberalismo: el brazo político-ideológico del capitalismo actual. En tercer lugar expondré los rasgos de los que podríamos llamar pilares de la hegemonía del capital financiero para concluir con un breve apunte sobre las enormes repercusiones políticas y sociales de lo anterior.

Me gustaría comenzar con un ejemplo que, en mi opinión, sirve de certera aproximación al tema que queremos abordar. Se trata de un fragmento de un excelente trabajo de Salva Torres de la asociación 5OOx20 sobre la espectacular burbuja del alquiler que está fraguándose en Barcelona: Barcelona se ha convertido en el laboratorio del mercado de alquiler del futuro. El sector inmobiliario está alborotado por la entrada masiva de dinero de los llamados fondos buitres y por la avalancha turística. Todo empezó con la máquina de creación de dinero bancario que inició la Reserva Federal de los EE.UU (la llamada expansión cuantitativa). Ahora, “el bazooka monetario” lo tiene el BCE que dispara compras masivas de deuda bancaria y corporativa. Hay dinero a raudales mientras las autoridades monetarias propulsan artificialmente los precios de los activos para evitar una nueva caída de todo el tinglado financiero internacional. Pero todos sabemos quién sale beneficiado”.

La descripción anterior nos acerca más a la esencia del capitalismo “realmente existente” que las recurrentes cantinelas sobre esforzados autónomos y heroicos emprendedores que pueblan los discursos de las “fuerzas vivas” y sus portavoces político-mediáticos.

Yendo pues directo al grano de la cuestión planteada: ¿de qué hablamos cuando hablamos de financiarización? Hablamos de la evolución acelerada del capitalismo actual hacia la hegemonía del rentismo y la expropiación financiera basada en el endeudamiento masivo. De este modo, un capitalismo “patrimonial”, propulsado por las burbujas de activos infladas vía crédito por la banca global, se convierte en el corazón del sistema económico en detrimento de las actividades productivas tradicionales. Como resume Jesús Nácher (autor del excelente blog “La proa del argo”): “La retórica habla de valor, de trabajo pero la realidad nos muestra grandes fortunas reunidas mientras el propietario se echaba la siesta. La palabra clave es “renta”, el beneficio que obtenemos simplemente por ser propietarios de algo, sin aportar trabajo o valor de ninguna clase”

¿Qué nos dicen los  expertos de la ciencia económica sobre esta extraña configuración de la matriz de la rentabilidad capitalista?

Los economistas clásicos hubieran abominado de una estructura económica basada en el rentismo y la especulación con activos. Stuart Mill, –refiriéndose a los terratenientes absentistas- es bastante inclemente: “Puede decirse que se enriquecen mientras duermen, sin trabajar, arriesgar o economizar. Según el principio general de la justicia social, ¿qué derecho tienen a ese aumento de sus riquezas?”.

David Ricardo también culpaba a la renta de la tierra de la agonía progresiva del capitalismo al absorber partes crecientes del excedente generado en la economía productiva desembocando así en un paralizador estado estacionario.

Keynes iba mucho más allá: propugnaba nada menos que la supresión de la herencia y la socialización de parte de la inversión en manos del estado para asegurar el pleno empleo practicando, de rebote, la eutanasia del rentista. Sin embargo, su pronóstico no fue precisamente premonitorio: “Veo por tanto el aspecto rentista del capitalismo como una fase transitoria que desaparecerá tan pronto como haya cumplido su destino”.

Esta honestidad de los pioneros ante los rasgos tóxicos del capitalismo brilla por su ausencia en la actual corriente hegemónica. En palabras de Jordi Llanos (autor del blog “La economía del doctor Pangloss”): “Para la escuela neoclásico-marginalista, no existen las rentas no ganadas de los clásicos, aquello que no ha requerido la utilización de trabajo para ser obtenido; para ella todo es retribuido, en el sacrosanto equilibrio, según su contribución –el esotérico producto marginal-”. La ausencia de cualquier enfoque sobre el origen del excedente económico y su distribución incapacita a la teoría ortodoxa para la comprensión del sistema. Como dice irónicamente Alejandro Nadal (prestigioso economista marxista mejicano): ¿Qué estatus científico o credibilidad intelectual le puede quedar a un paradigma económico para el cuál la crisis actual no debiera haber ocurrido? De hecho, ningún economista “serio” se enteró del colosal derrumbe que se avecinaba. De nuevo Jordi Llanos: “Una de las cosas más destacables es que la crisis fuera causada por un sector –el financiero- que desde el punto de vista del corpus neoclásico es meramente auxiliar, un simple lubricante que canaliza el ahorro hacia la inversión. “El dinero y el sistema financiero carecen de relevancia para el paradigma dominante, lo que para un profano debe resultar asombroso y, ciertamente, lo es”.

Solamente los herejes y los infieles nos ayudarán a arrojar un poco de luz sobre el papel real de las finanzas en el actual armazón capitalista. Steve Keen –autor del texto “La economía desenmascarada” y seguidor del economista post-keynesiano Hyman Minski, famoso por su premonitoria “hipótesis sobre la inestabilidad financiera”- describe el papel explosivo del sistema financiero. Se trata de un sistema “disipativo”, en el que la creación masiva de deuda bancaria implica el surgimiento de un poder adquisitivo no existente. Esto se debe al hecho de que las instituciones financieras no se limitan a prestar lo que otros han depositado en ellas, sino que construyen deudas que inflan burbujas especulativas desestabilizadoras que llevan a la catástrofe.

A pesar de su fertilidad, el enfoque anterior identifica la distorsión financiera únicamente como un tumor a extirpar. Sin embargo, cabría ir más allá. ¿Y si la financiarización, lejos de haber parasitado la economía real con sus excesos especulativos la hubiese ayudado a sobrevivir más allá de su fecha de caducidad?

Solamente la tradición marxista nos da una respuesta: las finanzas no son un parásito en un cuerpo sano sino el apéndice que apuntala la menguante rentabilidad del capital.

En los clásicos términos marxianos: “la razón última para todas las crisis reside en la pobreza y el consumo restringido de las masas frente al vigor de la producción capitalista en desarrollar las fuerzas productivas como si el poder de compra de la sociedad no tuviera límite”. Como explica Anselm Jappe, economista francés autor del excelente libro “Crédito a muerte”: “Desde los años 70, el mecanismo se encasquilló. La acumulación real amenazaba con detenerse ante la progresiva insuficiencia del sustrato que la nutría. Fue en ese momento cuando el «capital ficticio», como lo llamaba Marx, levantó el vuelo”. Con el final del ‘círculo virtuoso fordista’ de los “treinta gloriosos” años posteriores a la Segunda Guerra Mundial reaparece con especial virulencia el clásico problema de insuficiencia de la demanda. Como explica Michel Husson, economista francés que es en mi opinión el mejor analista de las causas profundas de la crisis actual: “si los salarios bajan y las inversiones se estancan, ¿quién va a comprar la producción? El consumo derivado de ingresos no salariales (rentistas) y el recurso al crédito deben compensar el estancamiento del consumo salarial. He aquí, por cierto, la raíz del brutal aumento de la desigualdad”. El resumen que hace de la génesis de la financiarización es inmejorable. “De este modo, la falta de oportunidades para sostener una acumulación rentable, a pesar de la recuperación de los niveles de ganancia gracias a la ofensiva neoliberal sobre los trabajadores, movilizó una masa creciente de rentas financieras en busca de valorización: allí es dónde se encuentra la fuente del proceso de financiarización”

¿Cuáles han sido los principales hitos históricos de la adecuación de la política del capital al nuevo contexto de crisis crónica iniciado en los años 70?

Si hubiera que elegir una fecha simbólica para el inicio de la contrarrevolución neoliberal y del proceso de financiarización ésta sería el 15 de agosto de 1971 (“el día en que la historia financiera del mundo cambió para siempre” en los solemnes términos de Alejandro Nadal).  En el llamado Nixon Shock el gobierno estadounidense suspendió la convertibilidad entre el dólar y el oro, dinamitando el mecanismo regulador del comercio y las finanzas internacionales surgido de la Segunda Guerra Mundial. Los circuitos financieros se vieron anegados de dólares imprescindibles en el comercio de las fuentes de energía y materias primas estratégicas. Los petrodólares y eurodólares que fluían hacia la banca de Wall Street proporcionaron el combustible para el crecimiento exponencial de las “innovaciones” financieras y financiaron las descomunales deudas fiscal y exterior que apuntalaban la declinante hegemonía estadounidense.

Michael Hudson, experto en finanzas y autor del magnífico libro “Matar al huésped”, resume las formidables implicaciones geopolíticas de lo anterior: “Ante el hecho de que cerca de la mitad de los gastos discrecionales del gobierno de EE.UU. son para operaciones militares, no sería descabellado afirmar que el sistema financiero internacional está organizado de tal manera que financia al Pentágono”.

Comienza a continuación la aplicación de la doctrina del shock (expuesta magistralmente en el famoso libro de Naomi Klein) para extender por doquier el evangelio neoliberal.

Quizás el golpe de estado en Chile en 1973 fuera  la primera aplicación de la línea dura de la nueva doctrina. ¡Haced que la economía grite!, fue la elocuente frase de Nixon al desatar la guerra económica para extirpar el “mal ejemplo” de Allende. Gunder Frank, economista marxista chileno-alemán, describió la terapia de choque neoliberal pinochetista diseñada por los Chicago Boys de Milton Friedman como “Capitalismo y genocidio económico”.

Del diseño de la línea blanda-tecnocrática del nuevo credo–aplicado fervientemente en el corazón del sistema por Reagan y Thatcher- se encargó el llamado Consenso de Washington de 1989. El paquetazo neoliberal resultante, esparcido a los cuatro vientos por el “brazo ejecutor” del neoliberalismo, el FMI, extendió por doquier las despiadadas políticas de “ajuste estructural”.  En los años 90 el “paquetazo” se impuso en Latinoamérica –la década perdida de la crisis de la deuda culminada en el corralito argentino-, pero también se administró tras la crisis del sudeste asiático de 1997 e incluso en la eterna crisis japonesa que arranca en 1989. Lo que este “potro de tortura” económico ha supuesto para sus víctimas lo expresa Davison Budhoo, ejecutivo del FMI que, en su carta de renuncia a su jefe, describe de esta guisa su honorable tarea: “Para mí, esta dimisión es una liberación inestimable, porque con ella he dado el primer gran paso hacia ese lugar en el que algún día espero poder lavarme las manos de lo que, en mi opinión, es la sangre de millones de personas pobres y hambrientas. […]; tengo la sensación de que no hay jabón en el mundo que me pueda limpiar de las cosas que hice en su nombre”.

¿Y qué pasaba mientras tanto en la vieja Europa?  La UE ha sido un alumno ejemplar del experimento neoliberal. Los absurdos criterios de convergencia fijados en el Tratado de Maastrich –con el 3% de déficit público a la cabeza- y la prohibición al “independiente” BCE de financiar directamente a los estados son el paradigma de la pseudociencia monetarista que sustenta las políticas neoliberales. El mejor ejemplo de la doctrina del shock a la europea fue la tortura sufrida por los PIGS –ejemplificada en el vía crucis griego- en la crisis de la deuda soberana. El BCE retrasó intencionadamente la adopción de medidas paliativas -dejando vía libre a los especuladores hasta el verano de 2012- para obligar a los parias del sur a  acelerar las reformas de la agenda neoliberal. La frase inicial de la carta de Trichet (presidente –a la sazón- de la suprema autoridad monetaria europea) a Zapatero en el verano de 2011  resalta el fondo del asunto: “el consejo gobernante (del BCE) considera que para España la acción apremiante de las autoridades es esencial para restaurar la credibilidad de la firma soberana en los mercados de capitales”. Ni que decir tiene que lo que entendía Pilatos-Trichet por ‘acción apremiante’ no era demasiado diferente del “genocidio económico” infligido al pueblo chileno.

¿Cuáles son pues los pilares de la hegemonía actual del capitalismo financiarizado? Incidiré en los dos esenciales ya esbozados: la planificación de la actividad económica realizada por la banca y el papel neurálgico de la independencia del banco central.

El papel del sistema bancario es el secreto mejor guardado de la realidad económica. Los paraísos fiscales, el fraude de las preferentes y la corrupción copan el ruido mediático mientras la colosal expropiación financiera que realiza la banca privada queda sumida en la oscuridad. Sin embargo, como refiere Michael Hudson: “La realidad es que el derecho monopolístico de crear crédito bancario productor de intereses es una transferencia de la sociedad a una élite privilegiada”. Jordi Llanos describe la ceremonia de la confusión: “No resulta extraño que el poder económico, con la inestimable colaboración de la mayor parte de la profesión académica, se haya empeñado en echar tierra sobre la creación de dinero y el funcionamiento del sistema bancario. Lo impresionante es que se trata de una máquina de generar desigualdad, canalizando rentas hacia el sistema financiero a una escala enormemente superior a la corrupción o el fraude fiscal”. Alejandro Nadal resume la simplicidad del proceso: “En el mundo real los bancos proveen financiación mediante la creación de dinero. Los bancos ofrecen préstamos, pero no necesitan tener en sus bóvedas los fondos necesarios para otorgar crédito. La causalidad se invierte: los préstamos hacen a los depósitos, no a la inversa. Se estima que el 97% del dinero es creado por la banca privada a través de la generación de préstamos”.

Ello explica asimismo la virulencia de las crisis. Los bancos originan enormes cantidades de deuda en la fase álgida del ciclo –como explicaban Minsky y Keen- y cierran bruscamente el grifo en la fase descendente provocando la implosión de las burbujas generadas por su voracidad prestamista. El resumen que hace el economista marxista griego Costas Lapavitsas -autor del espléndido texto: “Capitalismo financiarizado: crisis y expropiación financiera”- del proceso es inmejorable: “Para los bancos comerciales, involucrarse en expropiación financiera se traduce primariamente en créditos hipotecarios y de consumo propulsados por la titulización y la adopción de técnicas de banca de inversión. Las hipotecas se originaban pero no se mantenían en la hoja de balance”. Este maravilloso descubrimiento fue llamado el modelo bancario de “originar y distribuir” que levantó el castillo de naipes de productos financieros “creativos” basados en préstamos subprime hasta su estrepitoso colapso en 2007.

La función de la banca es, en conclusión, sostener la tasa de ganancia del capital a través de la creación de dinero-deuda dirigiendo la financiación y la planificación económica no a la inversión productiva sino hacia el sector inmobiliario.

No hay mayor dogma de fe de la ortodoxia neoliberal que el principio de la independencia de la banca central. Lapavitsas resume el fondo del asunto: “Los bancos centrales han cobrado más prominencia, reforzados por una independencia tanto legal como práctica. Miran con benevolencia el exceso especulativo financiero mientras movilizan recursos sociales para rescatar a los financistas de la crisis”.

La pionera fue la Ley de la Reserva Federal que en una modificación de 1981 impedía a la Fed comprar deuda del tesoro obligándolo a financiarse en los mercados. El mecanismo se repite por doquier: la “máquina de succión” de la deuda pública volcando ‘masas colosales de riqueza’ real al sector financiero –los intereses de la colosal deuda española representan un 10% del gasto público-. Las implicaciones de este aséptico “golpe de Estado” son fabulosas. Como explica Nadal: “La separación en compartimentos estancos de la política fiscal y de la política monetaria pone de rodillas al Estado frente a los caprichos de los mercados financieros”.

La surrealista QE (expansión cuantitativa), la mayor inyección de dinero público a la banca de la historia, ha llevado la transferencia de rentas al capital financiero al paroxismo. El rescate masivo de la quebrada banca global, la hipertrofia del casino financiero y el dopaje de las burbujas de activos –como mencionaba la cita inicial- son los resultados de la ingente dádiva de los –para esto sí- manirrotos bancos centrales. Incluso las grandes multinacionales, cada vez más financiarizadas,-que también reciben su parte del pastel en la última QE-, se apuntan al casino a través de recompras de acciones y demás trucos especulativos.

Para terminar, haré un par de brevísimos apuntes sobre las enormes implicaciones del entramado descrito anteriormente en la vida social y política de nuestras sociedades.

Michael Hudson resume el quid de la cuestión: ”el mayor problema para la sociedad es que las finanzas hallan sus mayores ganancias, no en el incremento de los niveles de vida de la gente, sino en la barra libre para sus clientes, al tiempo que convierten la búsqueda de rentas y las ganancias con los precios inmobiliarios en una “máquina de succión” de riqueza real a través del flujo de intereses”. Con el agravante de que, como explica Lapavitsas, “las finanzas dirigidas a los ingresos personales apuntan a satisfacer necesidades básicas. Difieren cualitativamente de las finanzas dirigidas a la producción capitalista”. La “acumulación por desposesión”, descrita por el marxista británico David Harvey y las masivas privatizaciones han reforzado el papel extractivo de la banca que ha mediado crecientemente en el acceso a la vivienda, a la educación y la salud.

Tal configuración agudiza la fractura social entre los que disfrutan de rentas financieras, y los que están condenados a sufragarlas mediante los menguantes ingresos salariales. La formidable desigualdad de ingresos, la degradación de las condiciones laborales y la preeminencia de la clase rentista –caracterizada por su pasividad complaciente con las políticas neoliberales-alteran profundamente la estructura social tendiendo a desactivar la resistencia popular y el activismo político.

Dejo para acabar un breve apunte polémico: ¿Existe alguna posibilidad de revertir tales procesos de expropiación financiera a través de las palancas institucionales? Carlos Fernández Liria, uno de los fundadores de Podemos, piensa que sí: “Algunos pensamos que a ese caudillismo del capital financiero es posible aún pararle los pies por vía parlamentaria”. Desgraciadamente, y lo anterior debería servir de fundamentación de la divergencia, no comparto en absoluto éste optimismo. La apelación a “pararle los pies” al capital con reformas legales choca de lleno con el “talón de hierro” con el que la dictadura de la “renta financiera” ha triturado las palancas de la soberanía nacional. Pugnar por arrancar migajas al poder real a través de las instituciones sólo puede ser fuente de frustración y de desactivación de las potenciales efervescencias populares anestesiadas con la falsa expectativa de realizar cambios en el statu quo. Implica asimismo ignorar la evidencia de la desaparición definitiva del capitalismo keynesiano, fenecido cuarenta años atrás, cuando el embate neoliberal hizo saltar por los aires el sueño reformista-socialdemócrata de pacto social basado en la redistribución de rentas, el  pleno empleo y la ampliación del Estado del bienestar.

Habrá que buscar pues otras vías ya que debería resultar meridianamente claro que sin un sistema económico radicalmente diferente será imposible evitar el lúgubre pero certero diagnóstico del filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis: “La sociedad capitalista es una sociedad que corre hacia el abismo, desde todos los puntos de vista, porque no sabe autolimitarse. Y una sociedad verdaderamente libre, una sociedad autónoma, debe saber autolimitarse” 



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