José Carlos Mariátegui, el 15 de Junio de
1923, en el local de la Federación de Estudiantes (Palacio de la Exposición),
expuso sus puntos de vista sobre la crisis mundial que le tocó vivir. Han
transcurrido 93 años y, sin embargo, muchas de sus geniales intuiciones siguen
siendo útiles para entender la naturaleza terminal de la crisis que hoy nos
toca presenciar. Reproducimos sin más preámbulo en una primera entrega las
palabras del Amauta: Juzgue usted estimado amigo.
14 noviembre 2016
Tacnacomunitaria
LA
CRISIS MUNDIAL Y EL PROLETARIADO PERUANO
En esta conferencia
—llamémosla conversación más bien que conferencia— voy a limitarme a exponer
el programa del curso, al mismo tiempo que algunas consideraciones sobre la
necesidad de difundir en el proletariado el conocimiento de la crisis mundial.
En el Perú falta, por desgracia, una prensa docente que siga con atención, con
inteligencia y con filiación ideológica el desarrollo dé esta gran crisis;
faltan, asimismo, maestros universitarios, del tipo de José Ingenieros,
capaces de apasionarse por las ideas de renovación que actualmente transforman
el mundo y de liberarse de la influencia y de los prejuicios de una cultura y
de una educación conservadoras y burguesas; faltan grupos socialistas y
sindicalistas, dueños de instrumentos propios de cultura popular, y en
aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis. La
única cátedra de educación popular, con espíritu revolucionario, es esta
cátedra en formación de la Universidad Popular. A ella le toca, por
consiguiente, superando el modesto plano de su labor inicial, presentar al
pueblo la realidad contemporánea, explicar al pueblo que está viviendo una de
las horas más trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de
la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del
mundo.
En esta gran crisis
contemporánea el proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a
resolver en ella la suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, según
todas las probabilidades y según todas las previsiones, la civilización
proletaria, la civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a
la decadente a la moribunda civilización capitalista, individualista y
burguesa. El proletariado necesita, ahora como nunca, saber lo que pasa en el
mundo. Y no puede saberlo a través de las informaciones fragmentarias,
episódicas, homeopáticas del cable cotidiano, mal traducido y peor redactado en
la mayoría de los casos, y proveniente siempre de agencias reaccionarias,
encargadas de desacreditar a los partidos, a las organizaciones y a los hombres
de la Revolución y desalentar y desorientar al proletariado mundial.
En la crisis europea
se están jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El
desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del
Perú que a los trabajadores del Extremo Oriente. La crisis tiene como teatro
principal Europa; pero la crisis de las instituciones europeas es la crisis de
las instituciones de la civilización occidental. Y el Perú, como los demás
pueblos de América, gira dentro de la órbita de esta civilización, no sólo
porque se trata de países políticamente independientes pero económicamente
coloniales, ligados al carro del capitalismo británico, del capitalismo
americano o del capitalismo francés, sino porque europea es nuestra cultura,
europeo es el tipo de nuestras instituciones. Y son, precisamente, estas instituciones
democráticas, que nosotros copiamos de Europa, esta cultura, que nosotros
copiamos de Europa también, las que en Europa están ahora en un período de
crisis definitiva, de crisis total. Sobre todo, la civilización capitalista ha
internacionalizado la vida de la humanidad, ha creado entre todos los pueblos
lazos materiales qué establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El
internacionalismo no es sólo un ideal; es una realidad histórica. El progreso
hace que los intereses, las ideas, las costumbres, los regímenes de los pueblos
se unifiquen y se confundan. El Perú, como los demás pueblos americanos, no
está, por tanto, fuera de la crisis: está dentro de ella. La crisis mundial ha
repercutido ya en estos pueblos. Y, por supuesto, seguirá repercutiendo. Un
período de reacción en Europa será también un período de reacción en América.
Un período de revolución en Europa será también un período de revolución en
América. Hace más de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan
solidaria como hoy, cuando no existían los medios de comunicación que hoy
existen, cuando las naciones no tenían el contacto inmediato y constante que
hoy tienen, cuando no había prensa, cuando éramos aún espectadores lejanos de
los acontecimientos europeos, la Revolución Francesa dio origen a la Guerra de
la Independencia y al surgimiento de todas estas repúblicas. Este recuerdo
basta para que nos demos cuenta de la rapidez con que la transformación de la
sociedad se reflejará en las sociedades americanas. Aquellos que dicen que el
Perú, y América en general, viven muy distantes de la revolución europea, no
tienen noción de la vida contemporánea, ni tienen una comprensión, aproximada
siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Perú los
ideales más avanzados de Europa; pero no se sorprende en cambio de que lleguen
el aeroplano, el trasatlántico, el telégrafo sin hilos, el radio; todas las
expresiones más avanzadas, en fin, del progreso material de Europa. La misma
razón para ignorar el movimiento socialista habría para ignorar, por ejemplo,
la teoría de la relatividad de Einstein: Y estoy seguro de que al más
reaccionario de nuestros intelectuales —casi todos son impermeables
reaccionarios— no se le ocurrirá que debe ser proscrita del estudio y de la
vulgarización la nueva física, de la cual Einstein es el más eminente y máximo
representante.
Y si el
proletariado, en general, tiene necesidad de enterarse de los grandes aspectos
de la crisis mundial, esta necesidad es aún mayor en aquella parte del
proletariado, socialista, laborista, sindicalista o libertaria que constituye
su vanguardia; en aquella parte del proletariado más combativa y consciente,
más luchadora y preparada; en aquella parte del proletariado encargada de la
dirección de las grandes acciones proletarias: en aquella parte del
proletariado a la que toca el rol histórico de representar al proletariado
peruano en el presente instante social; en aquella parte del proletariado, en
una palabra, que cualquiera que sea su credo particular, tiene conciencia de
clase, tiene conciencia revolucionaria. Yo dedico, sobre todo, mis
disertaciones, a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie más que los
grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no
tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a
enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con
ellos. Yo no os enseño, compañeros, desde esta tribuna, la historia de la
crisis mundial; yo la estudio con vosotros. Yo no tengo en este estudio sino el
mérito modestísimo de aportar a él las observaciones personales de tres y medio
años de vida europea, o sea de los tres y medio años culminantes de la crisis,
y los ecos del pensamiento europeo contemporáneo.
Yo invito muy
especialmente a la vanguardia del proletariado a estudiar conmigo el proceso de
la crisis mundial por varias razones trascendentales. Voy a enumerarlas
sumariamente. La primera razón es que la preparación revolucionaria, la cultura
revolucionaria, la orientación revolucionaria de esa vanguardia proletaria, se
ha formado a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista
anterior a la guerra europea. O anterior por lo menos al período culminante de
la crisis. Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son
los que, generalmente, circulan entre nosotros. Aquí se conoce un poco la
literatura clásica del socialismo y del sindicalismo; no se conoce la nueva
literatura revolucionaria. La cultura revolucionaria es aquí una cultura
clásica, además de ser, como vosotros, compañeros, lo sabéis muy bien, una
cultura muy incipiente, muy inorgánica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora
bien, toda esa literatura socialista y sindicalista anterior a la guerra, está
en revisión. Y esta revisión no es una revisión impuesta por el capricho de los
teóricos, sino por la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente,
no puede ser usada hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente,
de que no siga siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que
hay en ella de ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas
veces, en sus inspiraciones tácticas, en sus consideraciones históricas, en
todo lo que significa acción, procedimiento, medio de lucha. La meta de los
trabajadores sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa
de los últimos acontecimientos históricos, son los caminos elegidos para
arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aquí que el estudio
de estos acontecimientos históricos, y de su trascendencia, resulte
indispensable para los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas.
Vosotros sabéis,
compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en dos
grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera
reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera
maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado
de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa
común con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos
matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de
los que quieren realizar el socialismo colaborando políticamente con la
burguesía; y el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando
íntegramente para el proletariado el poder político. Y bien, la existencia de
estos dos bandos proviene de la existencia de dos concepciones diferentes, de
dos concepciones opuestas, de dos concepciones antitéticas del actual momento
histórico. Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario;
que la burguesía no ha agotado aún su función histórica; que, por el contrario,
la burguesía es todavía bastante fuerte para conservar el poder político; que
no ha llegado, en suma, la hora de la revolución social. La otra parte del
proletariado cree que el actual momento histórico es revolucionario; que la
burguesía es incapaz de reconstruir la riqueza social destruida por la guerra
e incapaz, por tanto, de solucionar los problemas de la paz; que la guerra ha
originado una crisis cuya solución no puede ser sino una solución proletaria,
una solución socialista; y que con la Revolución Rusa ha comenzado la
revolución social.
Hay, pues, dos
ejércitos proletarios porque hay en el proletariado dos concepciones opuestas
del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis mundial. La
fuerza numérica de uno y otros ejércitos proletarios depende de que los
acontecimientos parezcan o no confirmar su respectiva concepción histórica. Es
por esto que los pensadores, los teóricos, los hombres de estudio de uno y
otros ejércitos proletarios, se esfuerzan, sobre todo, en ahondar el sentido de
la crisis, en comprender su carácter, en descubrir su significación.
Antes de la guerra,
dos tendencias se dividían el predominio en el proletariado: la tendencia socialista
y la tendencia sindicalista. La tendencia socialista era, dominantemente,
reformista, social-democrática, colaboracionista. Los socialistas pensaban
que la hora de la revolución social estaba lejana y luchaban por la conquista
gradual a través de la acción legalitaria y de la colaboración gubernamental
o, por lo menos, legislativa. Esta acción política debilitó en algunos países
excesivamente la voluntad y el espíritu revolucionarios del socialismo. El
socialismo se aburguesó considerablemente. Como reacción contra este
aburguesamiento del socialismo, tuvimos al sindicalismo. El sindicalismo opuso
a la acción política de los partidos socialistas la acción directa de los
sindicatos. En el sindicalismo se refugiaron los espíritus más revolucionarios
y más intransigentes del proletariado. Pero también el sindicalismo resultó, en
el fondo, un tanto colaboracionista y reformístico. También el sindicalismo
estaba dominado por una burocracia sindical sin verdadera psicología
revolucionaria. Y sindicalismo y socialismo se mostraban más o menos solidarios
y mancomunados en algunos países, como Italia, donde el Partido Socialista no
participaba en el gobierno y se mantenía fiel a otros principios formales de
independencia. Como sea, las tendencias, más o menos beligerantes o más o menos
próximas, según las naciones eran dos: sindicalistas y socialistas. A este
período de la lucha social corresponde casi íntegramente la literatura
revolucionaria de que se ha nutrido la mentalidad de nuestros proletarios
dirigentes.
Pero, después de la
guerra, la situación ha cambiado. El campo proletario, como acabamos de
recordar, no está ya dividido en socialistas y sindicalistas; sino en
reformistas y revolucionarios. Hemos asistido primero a una escisión, a una
división en el campo socialista. Una parte del socialismo se ha afirmado en su
orientación social- democrática, colaboracionista; la otra parte ha seguido una
orientación anti-colaboracionista, revolucionaria. Y esta parte del socialismo
es la que, para diferenciarse netamente de la primera, ha adoptado el nombre de
comunismo. La división se ha producido, también, en la misma forma en el campo
sindicalista. Una parte de los sindicatos apoya a los social-democráticos; la
otra parte apoya a los comunistas. El aspecto de la lucha social europea ha
mudado, por tanto, radicalmente. Hemos visto a muchos sindicalistas
intransigentes de antes de la guerra tomar rumbo hacia el reformismo. Hemos
visto, en cambio, a otros seguir al comunismo. Y entre éstos, se ha contado,
nada menos, como en una conversación lo recordaba no hace mucho al compañero
Fonkén, el más grande y más ilustre teórico del sindicalismo: el francés Georges
Sorel. Sorel, cuya muerte ha sido un luto amargo para el proletariado y para la
intelectualidad de Francia, dio toda su adhesión a la Revolución Rusa y a los
hombres de la Revolución Rusa.
Aquí, como en
Europa, los proletarios tienen, pues, que dividirse no en sindicalistas y
socialistas —clasificación anacrónica— sino en colaboracionistas y
anticolaboracionistas, en reformistas y maximalistas. Pero para que esta
clasificación se produzca con nitidez, con coherencia, es indispensable que el
proletariado conozca y comprenda en sus grandes lineamientos, la gran crisis
contemporánea. De otra manera, el confucionismo es inevitable.
Yo participo de la
opinión de los que creen que la humanidad vive un período revolucionario. Y
estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis social-democráticas, de
todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas.
Antes de la guerra,
estas tesis eran explicables, porque correspondían a condiciones históricas
diferentes. El capitalismo estaba en su apogeo. La producción era
superabundante. El capitalismo podía permitirse el lujo de hacer sucesivas
concesiones económicas al proletariado. Y sus márgenes de utilidad eran tales
qué fue posible la formación de una numerosa clase media, de una numerosa
pequeña-burguesía que gozaba de un tenor de vida cómodo y confortable. El
obrero europeo ganaba lo bastante para comer discretamente y en algunas
naciones, como Inglaterra y Alemania, le era dado satisfacer algunas
necesidades del espíritu. No había, pues, ambiente para la revolución. Después
de la guerra, todo ha cambiado. La riqueza social europea ha sido, en gran
parte, destruida. El capitalismo, responsable de la guerra, necesita
reconstruir esa riqueza a costa del proletariado: Y quiere, por tanto, que los
socialistas colaboren en el gobierno, para fortalecer las instituciones
democráticas; pero no para progresar en el camino de las realizaciones
socialistas. Antes, los socialistas colaboraban para mejorar, paulatinamente,
las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora colaborarían para renunciar
a toda conquista proletaria. La burguesía para reconstruir a Europa necesita
que el proletariado se avenga a producir más y consumir menos. Y el
proletariado se resiste a una y otra cosa y se dice a sí mismo que no vale la pena
consolidar en el poder a una clase social culpable de la guerra y destinada,
fatalmente, a conducir a la humanidad a una guerra más cruenta todavía. Las
condiciones de una colaboración de la burguesía con el proletariado son; por su
naturaleza, tales que el colaboracionismo tiene, necesariamente, que perder,
poco a poco, su actual numeroso proselitismo.
El capitalismo no
puede hacer concesiones al socialismo. A los Estados europeos para
reconstruirse les precisa un régimen de rigurosa economía fiscal, el aumento de
las horas de trabajo, la disminución de los salarios, en una palabra, el
restablecimiento de conceptos y de métodos económicos abolidos en homenaje a la
voluntad proletaria. El proletariado no puede, lógicamente consentir este
retroceso. No puede ni quiere consentirle. Toda posibilidad de reconstrucción
de la economía capitalista está, pues, eliminada. Esta es la tragedia de la
Europa actual. La reacción va cancelando en los países de Europa las
concesiones económicas hechas al socialismo; pero, mientras de un lado, esta
política reaccionaria no puede ser lo suficientemente enérgica ni eficaz para
restablecer la desangrada riqueza pública, de otro lado, contra esta política
reaccionaria, se prepara, lentamente, el frente único del proletariado.
Temerosa a la revolución, la reacción cancela, por esto, no sólo las conquistas
económicas de las masas, sino que atenta también contra las conquistas
políticas. Asistimos, así, en Italia a la dictadura fascista. Pero la burguesía
socava y mina y hiere así de muerte a las instituciones democráticas. Y pierde
toda su fuerza moral y todo su prestigio ideológico.
Por otra parte, en
el orden de las relaciones internacionales, la reacción pone la política
externa en manos de las minorías nacionalistas y antidemocráticas. Y estas
minorías nacionalistas saturan de chauvinismo esa política externa. E impiden,
con sus orientaciones imperialistas, con su lucha por la hegemonía europea, el
restablecimiento de una atmósfera de solidaridad europea, que consienta a los Estados
entenderse acerca de un programa de cooperación y de trabajo. La obra de ese
nacionalismo, de ese reaccionarismo, la tenemos a la vista en la ocupación del
Ruhr.
La crisis mundial
es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis
ideológica. Las filosofías afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa,
están, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticismo, de
relativismo. El racionalismo, el historicismo, el positivismo, declinan
irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto más hondo, el síntoma
más grave de la crisis. Este es el indicio más definido y profundo de que no
está en crisis únicamente la economía de la sociedad burguesa, sino de que está
en crisis integralmente la civilización capitalista, la civilización occidental,
la civilización europea.
Ahora bien. Los
ideólogos de la Revolución Social, Marx y Bakounine, Engels y Kropotkine
vivieron en la época de apogeo de la civilización capitalista y de la
filosofía historicista y positivista. Por consiguiente, no pudieron prever que
la ascensión del proletariado tendría que producirse en virtud de la decadencia
de la civilización occidental. Al proletariado le estaba destinado crear un
tipo nuevo de civilización y cultura. La ruina económica de la burguesía iba a
ser al mismo tiempo la ruina de la civilización burguesa. Y que el socialismo
iba a encontrarse en la necesidad de gobernar no en una época de plenitud, de
riqueza y de plétora, sino en una época de pobreza, de miseria y de escasez.
Los socialistas reformistas, acostumbrados a la idea de que el régimen
socialista más que un régimen de producción lo es de distribución, creen ver en
esto el síntoma de que la misión histórica de la burguesía no está agotada y de
que el instante no está aún maduro para la realización socialista. En un
reportaje a La Crónica yo recordaba aquellas frases de que la tragedia de
Europa es ésta: el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía.
Esa frase que da la sensación, efectivamente, de la tragedia europea, es la
frase de un reformista, es una frase saturada de mentalidad evolucionista, e
impregnada de la concepción de un paso lento, gradual y beatífico, sin
convulsiones y sin sacudidas, de la sociedad individualista, a la sociedad
colectivista. Y la historia nos enseña que todo nuevo estado social se ha
formado sobre las ruinas del estado social precedente. Y que entre el
surgimiento del uno y el derrumbamiento del otro ha habido, lógicamente, un
período intermedio de crisis.
Presenciamos la
disgregación, la agonía de una sociedad caduca, senil, decrépita; y, al mismo
tiempo, presenciamos la gestación, la formación, la elaboración lenta e
inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sincera
filiación ideológica nos vincula a la sociedad nueva y nos separa de la
sociedad vieja, debemos fijar hondamente la mirada en este período
trascendental, agitado e intenso de la historia humana.
NOTA:
1 Pronunciada el viernes 15 de Junio de 1923,
en el local de la Federación de Estudiantes (Palacio de la Exposición), con el
título de "La Revolución Social en marcha a través de los diversos pueblos
de Europa". Con el título que aparece en esta recopilación se publicó en
Amauta, Nº 30, Lima, abril-mayo de 1930, después de la muerte de José Carlos
Mariátegui y cuando la histórica revista era dirigida por Ricardo Martínez de
la Torre.
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