09/11/2016
| Marc-Olivier Bherer
[Este artículo fue publicado en francés el
2/11/2016, antes de las elecciones de EEUU]
En el corazón de América, un electorado blanco está
a favor de Donald Trump, a pesar de sus locuras y sus ataques contra la
democracia. ¿Este apoyo significa que los americanos se adhieren totalmente a
las ideas del candidato republicano? La socióloga Arlie Russel Hochschild y el
ensayista Thomas Frank intentan comprender mejor a estos americanos que parecen
haberse dejado seducir por un discurso tan extremo. Cada uno se ha sumergido en
en uno de de esos estados profundamente conservadores: Arlie Russell Hochschild
ha ido al encuentro de los habitantes de Luisiana y Thomas Frank a los de
Kansas.
Para estos dos intelectuales, los desafíos
identitarios envuelven preocupaciones políticas más complejas, una necesidad de
reconocimiento y un sentimiento de injusticia frente a la precarización. La
campaña electoral, marcada por la multiplicación de escándalos, dejará
profundas huellas en un país muy dividido, pero la enfermedad que se ha
manifestado muestra la posibilidad para la izquierda de retomar contacto con
los electores, que se apartaron de ella.
¿Por que os habéis interesado por Luisiana y
Kansas?
Arlie Russell Hochschild: Luisina representa en mi
opinión una gran paradoja. En 2012, 50% de hombres blancos de California
votaron a Barack Obama. En los estados del Sur esta proporción fue del 33%, y
en Luisiana del 16%. Este voto representaba una desconfianza hacia el estado
que Obama encarnaba para numerosos electores especialmente a través de su
programa de salud. Sin embargo, Luisiana es tan pobre que Washington debe
financiar casi la mitad de su presupuesto. Hay una contradicción que he querido
comprender.
Thomas Frank: Kansas no es un estado del Sur, no está marcado por
la esclavitud. En el pasado, más bien ha intentado distinguirse de esta parte
del país. Yo crecí en Kansas. Cuando era niño, cuando oíamos hablar de “guerras
culturales”, de la virulencia de los debates sobre el aborto, por ejemplo, nos
preguntábamos cuál era el problema en Georgia o en otros sitios.
Así que he querido comprender cómo esta corriente
de ideas había adquirido tanta importancia y se había propagado en algunos
estados como Kansas. Hoy es un territorio profundamente conservador, cuando
hace poco era más moderado. Además hay que añadir que esta transformación es
aún más sorprendente porque la historia de Kansas está marcada por la izquierda
radical. En el siglo XIX, fue el escenario de grandes protestas sociales.
¿Quiénes son los americanos que han encontrado?
¿Qué explica que apoyen ideas ideas tan reaccionarias y que estén dispuestos a
votar a un candidato como Donald Trump?
ARH: Hillary Clinton ha dicho cosas terribles ,
afirmando que muchos de ellos eran gente “patética”. Es falso. Sin duda, están
furiosos, especialmente, por razones económicas, pero no únicamente. Sobre
todo, tienen la impresión de ser extranjeros en su propio país, de pertenecer a
una minoría asediada. Sus convicciones políticas se basan en las emociones, lo
que en mi opinión no es un error, los sentimientos ocupan el lugar de la
política. Estas emociones se encarnan a través de lo que llamo una “historia
profunda” donde los hechos, el contexto y el juicio moral no se tienen siempre
en cuenta. En la izquierda también existen estas historias profundas.
Para los electores de la derecha radical que
encontré en Luisiana, este relato es el del rencor. Su situación económica se
degrada y el sueño americano aparece fuera de su alcance. Para esta gente, es
como si una larga escalera se estirase delante de ellos para que la alcancen y
ellos están estancados, aunque hayan trabajado duro toda la vida. La culpa es
del estado que habría cambiado las reglas en beneficio de algunos. Los negros,
las mujeres, los emigrantes etc, tienen el derecho de “robar”. Estos electores
enfadados consideran que han sido olvidados.
Por otra parte, están convencidos de que el estado
es un instrumento al servicio del norte del país, más adelantado, y de las
empresas petroleras y químicas. Estas han causado grandes daños al medio
ambiente en Luisiana. Los americanos que he encontrado tienen una aguda
conciencia de la amenaza que representa la contaminación. La tasa de mortalidad
por cáncer es la segunda más elevada del país.
En este paisaje en ruinas, Donald Trump surge como
una figura carismática. Su discurso oscila entre la llamada de la profunda
decadencia del país y la seguridad de que va a restaurar el prestigio de la
nación. Arrastra a la multitud hasta el punto de suscitar lo que llamaría un
éxtasis secular.
TF: La Sra. Hochschild toma como punto de inflexión
los años sesenta del siglo pasado. El movimiento por los derechos civiles, la
nueva izquierda, el feminismo habrían transformado el país. Para mí, son los
años 30 o la década de 1890, los que son la referencia, esos periodos de crisis
económica que empujan a la gente a buscar soluciones radicales. Subrayo que
acabamos de vivir una crisis semejante en 2008 y 2009.
Este derecho a la cólera expresa un fuerte
resentimiento de clase.Cuando me interesé por Kansas, me dí cuenta de que los
simpatizantes de los movimientos ultraconservadores se referían continuamente a
las clases sociales para explicar su cólera y sus reivindicaciones. En aquel
momento, el mayor desafío discutido era el aborto. Su oposición a la IVE
literalmente, les ponía locos. Pero su discurso también expresaba una profunda
desconfianza hacia las élites. Habían retomado ese vocabulario de crítica
social para inyectarlo en las guerras culturales.
La desconfianza es profunda, porque las clases
populares blancas poco a poco han abandonado el Partido Demócrata para unirse
al Partido Republicano pero esta formación no hace nada para ayudarles. Se
contenta con continuar su política de liberalización económica y de reducción
de impuestos para los más ricos. Y he aquí que se presenta Trump, un personaje
muy interesante, un verdadero crápula. Y dice a estos electores decepcionados:
“Tenéis razón de estar coléricos, el partido republicano no ha hecho nada por
vosotros pero esto va a cambiar, yo voy a hacer algo por vosotros, vamos a
revisar esos acuerdos de librecambio, todas las deslocalizaciones”.
Por otra parte, los datos demuestran que el voto a
favor de Trump en las primarias republicanas era más elevado en los lugares más
afectados por la desaparición del empleo de las manufacturas desde 1999.
ARH: La gente que he encontrado en Luisiana,
ciertamente, valoraban su crítica al librecambio. Así mismo, eran sensibles a
las ideas defendidas por Bernie Sanders, rival de Hillary Clinton en la
investidura demócrata, salido de la izquierda del partido. Le llamaban “Tío
Bernie” de manera afectuosa. El campo progresista está perdiendo una ocasión
importante para retomar el contacto con sectores populares.
¿Cómo es posible esto? Estos electores parece que
tienen valores completamente opuestos a los de la izquierda especialmente en lo
que se refiere al reconocimiento de los derechos de las minorías.
ARH: La prioridad es combatir a Donald Trump, un
fascista disfrazado de payaso. Hay que asegurarse de que los lectores de
izquierda vayan a votar. Pero después de la elección, habrá que saltar el foso
que separa la izquierda de la derecha para ser de nuevo capaces de hacer causa
común. Soy consciente de los diferentes puntos de vista pero es posible
reunir algunos electores de derecha y encontrar puntos de acuerdo con ellos.
TF: Un obstáculo importante se opone a este objetivo:
los dos principales partidos, especialmente el Partido Demócrata. Es una
formación que va a oponerse con fuerza a cualquier movimiento que busque unir a
diferentes grupos salidos de las clases populares. El Partido Demócrata decidió
hace algunos decenios que ya no sería más el partido de los trabajadores, sino
de la clase media alta. Hillary Clinton es una centrista, centrada en defender
y representar lo que se llama la industria del conocimiento y la nueva economía
y el librecambio. El Partido Demócrata pretende ser el partido de los
ganadores, no de los perdedores. Fui a la convención demócrata, y Hillary
Clinton pronunció un discurso en el que afirmó que “somos también el partido de
la clase obrera”. Es un poco difícil creerla. Detrás de ella, en los asientos
de primera fila, se podía ver a los generosos donantes del Wall Street.
Después, a la salida de la convención, me di cuenta de los coches Uber habían
sido movilizados por el partido para todos aquellos que asistían al encuentro.
Por tanto, los demócratas habían optado por asociarse con esta empresa que
arruina los taxis, fragiliza el derecho al trabajo y amenaza al conjunto de los
trabajadores.
El racismo de Trump es lo que más inquieta pero sus
electores no le abandonarán. La clase media está demasiado fragilizada en este
país, especialmente, en el caso del Medio Oeste y el Sur profundo. Esto es
menos cierto en las pequeños márgenes a lo largo de las costas atlántica y
pacífica. La América profunda busca desesperadamente una solución.
Se sabe ya que Trump va a perder. ¿Qué va a pasar?
Hillary Clinton será elegida y nada va a cambiar. Las desigualdades van a
continuar aumentando. La situación económica puede mejorar ligeramente pero, en
conjunto, el contexto no va a evolucionar. En cuatro años, se presentará otro
candidato como Trump. Si no es racista, y sabe hacer política, será muy difícil
pararlo.
ARH: No creo que la causa del Partido Demócrata sea
desesperada. Soy optimista. La empatía para para impulsar un punto allá donde
la división se ha instalado durante los últimos veinte años entre una clase
media alta costera y la clase obrera, heroica pero perdida. El primer paso es
actuar con respeto mutuo. No es un fin en sí mismo sino un inicio para formar
nuevas alianzas. Los sindicatos representaban antes una verdadera fuerza y
hacían el papel de puente. Pero hoy, menos de un 10% de los empleados del
sector privado están sindicados. Y no han sido reemplazados por nada. Nos hacen
falta nuevas estructuras capaces de aproximar las clases sociales.
Hay que darse cuenta del foso cavado tanto en el
plano geográfico como social Cuando llegué a Luisiana y explicaba a la gente
que vivía en el norte de California, una región identificada con la izquierda,
me miraban con suspicacia. Tienen la costumbre de ser prejuzgados como poco
instruidos, idiotas, retrasados, groseros.
Un día, uno me dijo: “No se puede decir esa palabra
que empieza por n (negro). No quiero utilizarla, pero no es raro que gente que
se dice progresista utilicen esa palabra que empieza por r, redneck (paleto)”.
Este vocabulario es muy ofensivo y no debe emplearse. Por ahora, el debate
muestra un diálogo de sordos, especialmente por esta razón. La gente que
entrevisté mantiene puntos de vista mucho más matizados y complejos de los que
se cree, sea a propósito de Trump o de cualquier otro tema.
TF: Yo tengo amigos en el campo conservador. Aprecio
a gentes de las que he hablado aquí. Pero la empatía solo funciona a nivel
individual. Sin embargo, usted acaba de decir algo muy interesante. Está muy
extendida la idea de que la izquierda debe imponer lo que puede decirse, debe
tener el control sobre nuestras normas morales. Cuando a comienzos de los años
2000, hacía mis investigaciones en Kansas, creí que esto indicaba la teoría de
la conspiración pero hoy, más allá de los excesos del discurso, constato que
hay una parte de verdad en este discurso, porque deja ver una oposición entre
clases sociales.
Hay también estereotipos que se difunden a
propósito de los conservadores, que antes se aplicaban a la clase obrera. Queda
prohibido hablar de clases sociales en el debate político en Estados Unidos
pero no faltan los sobreentendidos.
2/11/2016
Traducción: VIENTO SUR
- See
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