19/11/2016
| Michael Löwy
En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y
Engels previeron la inminencia de una revolución en Alemania y propusieron
tanto una táctica como una estrategia para este combate anunciado: “Los
comunistas miran atentos principalmente a Alemania, porque este país está en
vísperas de una revolución burguesa y lleva a cabo esta revolución en las
condiciones más avanzadas de la civilización europea […] de manera que
la revolución burguesa no será mas que el preludio inmediato de una revolución
proletaria/1.” Veremos cómo se esforzaron por poner en práctica esta
orientación.
Al estallar la revolución de marzo de 1848 en Alemania,
Marx y Engels abandonan Bélgica para establecerse en Colonia, donde se adhieren
a la Asociación Democrática. En esta ciudad publicarán, durante más de un año,
el periódico Neue Rheinische Zeitung (Nueva Gaceta Renana) –en
referencia a la Rheinische Zeitung, de la que Marx había sido redactor
en 1842-1843–, que se proclama “órgano de la democracia” en el movimiento
revolucionario en curso. Los artículos de Marx a lo largo del año 1848 ponen de
manifiesto su voluntad de contribuir a una alianza de las fuerzas progresistas,
alianza que abarca desde el movimiento obrero hasta la oposición burguesa a la
monarquía prusiana, representada aquella por la Asamblea de Fráncfort.
Sin embargo, en septiembre de ese mismo año,
Friedrich Engels se ve obligado a constatar la lamentable capitulación de este
parlamento ante el poder absolutista, y en diciembre Marx publica un artículo
titulado “La burguesía y la contrarrevolución”, donde extrae la
siguiente conclusión de los acontecimientos de aquellos meses decisivos: “Una
revolución puramente burguesa […] es imposible en Alemania. Lo que sí es
posible es o bien una contrarrevolución feudal y absolutista, o bien una
revolución social-republicana.” ¿Cuáles serían las fuerzas motrices de esta
revolución? En un artículo de febrero de 1849 formula una primera respuesta a
esta pregunta: “las clases más radicales y democráticas de la sociedad”,
los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía/2.
En abril de 1849, Marx dimite de la Asociación
Democrática y dedica sus esfuerzos a construir la Asociación Obrera de Colonia.
Poco después, en mayo, aparece el último número de la Neue Rheinische
Zeitung; la revolución ha sido derrotada y los dos jóvenes revolucionarios
tienen que exiliarse en Inglaterra. En Londres editarán una publicación mensual
con el mismo título que pretende ser la continuación de su periódico de
Colonia, aunque al final solo se publicarán seis números a lo largo del año
1850.
Durante estos dos años, Marx y Engels habían
seguido de cerca el levantamiento republicano en Francia y publicado en la Neue
Rheinische Zeitung varios artículos sobre los combates que tuvieron lugar
en París, particularmente en junio de 1848. Marx retomará la cuestión de los
acontecimientos revolucionarios franceses en una serie de artículos para su
revista londinense. Textos que Engels recopilará mucho más tarde, en 1895,
después de la muerte de Marx, en un libro titulado Las luchas de clases en
Francia 1848-1850. Se trata de tres artículos relativos al periodo que va
de febrero de 1848 a marzo de 1850, seguidos de un cuarto artículo formado por
extractos (escogidos por Engels) de un estudio sobre la evolución económica y
política de Francia hasta mediados de 1850.
Historia en tiempo presente
No se trata de periodismo, sino de una especie de
“historia en tiempo presente”, comprometida y polémica, con ánimo de ir más
allá de la superficie del juego político y parlamentario y de explicar la
sucesión de acontecimientos en Francia –país clave de la revolución europea a
los ojos de Marx– a la luz del conflicto despiadado entre clase dominante y
clases dominadas. Con ironía cáustica, Marx saca a relucir los intereses de
clase que se ocultan tras los distintos regímenes, gobiernos o partidos
políticos, desenmascarando de paso los discursos líricos y las fórmulas vacías
de los ideólogos. Ya en los primeros párrafos encontramos esta definición
sarcástica de la monarquía de Julio: “No era la burguesía francesa quien
reinaba con Luis Felipe, sino una fracción de esta: banqueros, reyes de la
Bolsa, magnates del ferrocarril, propietarios de minas de carbón y de hierro,
amos de bosques y la parte de la propiedad de tierras asociada a ellos, lo que
viene en llamarse la aristocracia financiera. Instalada en el trono, dictaba
las leyes a las dos Cámaras y repartía los cargos públicos, desde los
ministerios hasta las expendedurías de tabaco.”
En cuanto al gobierno provisional que se estableció
tras la revolución de febrero de 1848, que pretendía, según su portavoz
político-literario Lamartine, “eliminar ese malentendido terrible que existe
entre las diferentes clases”, convertirá la República en “un nuevo traje
de gala para la vieja sociedad burguesa” y acabará aplastando a sangre y
fuego la revuelta obrera de junio. ¿Qué decir del partido de la Montaña, de
Ledru-Rollin y sus amigos, representantes de la pequeña burguesía democrática?
“Su energía revolucionaria se limitaba a lanzar iniciativas parlamentarias,
registrar actas de acusación, proferir amenazas, levantar la voz, pronunciar
discursos incendiarios y practicar un extremismo que no iba más allá de las
palabras.” En cambio, el proletariado revolucionario, que se reconocía en
el comunismo –“para el cual la propia burguesía inventó el nombre de Blanqui”–,
aspiraba a su vez a la “declaración permanente de la revolución” hasta
lograr la supresión de las diferencias de clase en general y de las relaciones
de producción en que se basan/3.
En la introducción, Engels observa con razón que “la
presente obra de Marx fue su primer intento de explicar un fragmento de
historia contemporánea a la luz de su concepción materialista y partiendo de
los datos económicos que implicaba la situación”. Marx logró de este modo “relacionar
los conflictos políticos con las luchas de intereses entre las clases sociales
y las fracciones de las clases existentes, implicadas por el desarrollo
económico, y demostrar que los diversos partidos políticos son expresión más o
menos adecuada de esas mismas clases y fracciones de clases”. Sin embargo,
curiosamente, Engels parecía considerar insuficiente este tipo de análisis,
pues Marx no pudo –por falta de información, ante todo estadística, sobre la
época contemporánea– “seguir día a día la marcha de la industria y del
comercio en el mercado mundial”; por tanto, estuvo “obligado a
considerar este factor, el más decisivo, como una constante, a tratar la
situación económica del comienzo del periodo estudiado como como un dato cierto
e invariable/4”.
Sin embargo, nos parece, por el contrario, que uno
de los grandes méritos de este texto es que pone el acento en la dinámica
propia de la lucha de clases y su desarrollo en la esfera política, evitando
reducir este enfrentamiento sociopolítico a mecanismos económicos. La historia
no la hacen las fuerzas productivas, sino las clases sociales, sin duda en unas
condiciones económicas, sociales y políticas dadas. En otras palabras, Marx
tiene en cuenta la autonomía relativa de la lucha de clases con respecto a las
fluctuaciones de la coyuntura económica y a “la marcha de la industria y el
comercio”. Si cada fuerza política corresponde a una clase o fracción de
una clase, es en el conflicto social donde se halla la clave de los conflictos
políticos, y no en los movimientos de la economía (ni siquiera “en última
instancia”).
Por tanto, no es por casualidad que Antonio Gramsci,
en uno de los pasajes más importantes, desde el punto de vista teórico, de sus Cuadernos
de la cárcel, cite La lucha de clases en Francia y El 18 brumario
como obras que “permiten precisar mejor la metodología histórica marxista”.
Para Gramsci, “la pretensión (presentada como postulado esencial del
materialismo histórico) de mostrar y exponer toda fluctuación de la política y
de la ideología como una expresión inmediata de la estructura económica, debe
combatirse teóricamente como un infantilismo primitivo, y debe combatirse en la
práctica con el auténtico testimonio de Marx, autor de obras políticas e
históricas concretas/5”. Este comentario aparentemente “heterodoxo”
corresponde de hecho al enfoque marxiano en esta obra.
Marx se interesó especialmente por los
enfrentamientos de junio de 1848. Aquella gran revuelta obrera, que sembró
París de barricadas –tras la disolución de los talleres nacionales por el
gobierno republicano burgués–, fue aplastada a sangre y fuego por el general
Cavaignac, ministro de la Guerra, quien ya se había retratado en la
“pacificación” colonial de Argelia. Marx no se contentó con analizar el
acontecimiento –cita de pasada un artículo que había publicado, “en caliente”,
en la Neue Rheinische Zeitung a finales de junio de 1848–, sino que le
atribuye una importancia histórica mundial: la primera gran batalla en la
guerra social moderna entre la burguesía y el proletariado.
Hay dos épocas en la historia de Francia y de
Europa: antes y después de junio de 1848. Claro que Marx no ignora otros
levantamientos proletarios anteriores, empezando por la revuelta de los
“canutos” de Lyon; pero en su opinión, junio de 1848 encarna la gran inflexión
en la lucha de clases, el momento en que la palabra misma de revolución cambia
de significado: deja de designar un simple cambio de forma del poder político
(monarquía, república) y adopta el sentido de una ofensiva contra el propio
orden burgués.
El 18 Brumario
Dos años más tarde, Marx vuelve a la carga y
escribe un nuevo texto sobre los acontecimientos en Francia: El 18 Brumario
de Luis Bonaparte (1852). Esta pequeña obra, verdadera joya de estudio
histórico materialista, es sin duda uno de los escritos más logrados de Marx,
tanto desde el punto de vista de su riqueza teórica como desde el de su calidad
literaria. Lo escribió de un tirón, entre enero y febrero de 1852, a petición
de su amigo Weidemeyer, comunista alemán exiliado en EE UU, quien lo publicó en
el primer número de una revista titulada Die Revolution. En él aborda el
mismo tema que en Las luchas de clases en Francia, pero desde otra
perspectiva histórica: se trata de explicar por qué esta revolución concluyó,
el 2 de diciembre de 1851, con el golpe de Estado que otorga plenos poderes a
Luis Bonaparte. Este “personaje mediocre y grotesco”, según Marx (en el
prefacio a la reedición de su libro en 1869), conoce allí su “18 de brumario”,
que fue la fecha del golpe de Estado de Napoleón Bonaparte en el antiguo
calendario de la Revolución francesa.
En comparación con los artículos de 1850, ahora
Marx se interesa menos por el detalle de los acontecimientos que por las
grandes líneas del enfrentamiento entre las clases, así como el gran enigma de
la base social del bonapartismo. Se trata sobre todo de una obra mucho más
importante desde el punto de vista de la reflexión teórica general sobre la
historia, las ideologías, la lucha de clases, el Estado y la revolución. Si Las
luchas de clases en Francia refleja la dinámica propia de las luchas
sociales –que no pueden reducirse a fluctuaciones económicas–, El 18
brumario de Luis Bonaparte permite observar la autonomía relativa de lo
político y de sus representaciones.
Uno de los propósitos de la obra es el de discernir
la lógica social del bonapartismo, una forma de poder político que
aparentemente se autonomiza enteramente de la sociedad civil, pretende ser un
árbitro situado por encima de las clases sociales, pero que en última instancia
sirve al mantenimiento del orden burgués, al tiempo que se asegura, mediante la
demagogia, el apoyo del campesinado y de ciertas capas populares urbanas. El
18 brumario se escribió antes de que Luis Bonaparte se proclamara
emperador. No obstante, este desenlace y el fin del Segundo Imperio ya estaban
anunciados en la última frase del libro: “El día en que el manto imperial se
deposite finalmente sobre los hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce
de Napoleón caerá desde lo alto de la columna Vendôme”. La profecía se hizo
realidad, literalmente, aunque con casi veinte años de retraso: la Comuna de
París tumbará la columna Vendôme, echando a tierra “la estatua de bronce de
Napoleón”, en mayo de 1871…
En las primeras líneas del texto figura una
afirmación muy general, pero de importancia capital para la comprensión del
materialismo histórico: son los Menschen, es decir, los seres humanos –y
no las estructuras, ni las “leyes de la historia”, ni las fuerzas productivas–
quienes hacen la historia. Este postulado permite distinguir el pensamiento de
Marx de toda clase de concepciones positivistas o deterministas –inspiradas en
el modelo de las ciencias naturales– del devenir histórico. Volvemos a
encontrar una idea equivalente en un pasaje de El Capital en que Marx se
refiere a Vico: lo que diferencia la historia humana de la historia natural es
que los seres humanos hacen la primera y no la segunda. Y añade que no hacen la
historia “arbitrariamente”, sino en determinadas condiciones, que incluyen la
herencia del pasado, que Marx contempla de manera bastante crítica, refiriéndose
a la célebre fórmula de Hegel: la historia se repite dos veces, la primera como
tragedia, la segunda como farsa –Caussidière por Danton, Louis Blanc por
Robespierre, el sobrino (Luis Bonaparte) por el tío (Napoleón)–.
¿Se puede afirmar, sin embargo, como hace algunos
párrafos más adelante, que las revoluciones proletarias no pueden tomar su
poesía del pasado, como las revoluciones burguesas, sino tan solo del futuro?
No parece que sea este el caso, puesto que la Comuna de París de 1871 se remite
continuamente a la de 1794, y la Revolución de Octubre a la Comuna de París (y
así sucesivamente). Probablemente, con esta observación, Marx quiso ahorrar al
movimiento obrero socialista la pesada herencia jacobina.
La herencia del pasado
Las tradiciones heredadas del pasado son uno de los
aspectos de lo que Marx calificó en 1846 con el término de “ideología” y aquí
con el de “superestructura”: ideas, ilusiones, visiones del mundo (Lebensanschauungen),
“formas de pensar” (Denkweisen). Este último término es interesante: lo
que cuenta no es tal o cual contenido filosófico, político o teológico, sino
una determinada forma de pensar. Este conjunto de representaciones “reposa” en
las formas de propiedad y de existencia social, pero son las clases sociales
las que las crean: en otras palabras, la ideología, o la “superestructura”, no
es nunca la expresión directa de la “infraestructura” económica, sino que son
las clases sociales las que la producen e inventan en función de sus intereses
y de su situación social. Por tanto, no existe una ideología de una sociedad en
general, sino representaciones, formas de pensar de las diferentes clases
sociales.
En la sistematización de estas ideas e ilusiones
desempeñan una función capital los intelectuales, los representantes políticos
y literarios de las diferentes clases. Cualquiera que sea su distancia con
respecto a su clase –en términos de cultura o de sensibilidad–, son sus
“representantes” o sus ideólogos en la medida en que sus concepciones se sitúan
dentro del horizonte de pensamiento de la clase y no rebasan los límites de su
visión del mundo; dicho de otra manera, sus reflexiones, por sutiles y
sofisticadas que sean, no salen del marco de la problemática de la clase, es
decir, de las cuestiones que esta se plantea en función de sus intereses y de
su situación social. Así, este pasaje de Marx postula tanto la autonomía
relativa de los intelectuales con respecto a las clases sociales como su
dependencia, en última instancia, de las Denkweisen de las mismas.
El 18 brumario pone de manifiesto asimismo
el antiestatalismo de Marx, su crítica radical de la alienación política, que
separa de la sociedad los intereses comunes; en esto sigue el hilo de la
crítica de la filosofía del Estado de Hegel que ya formuló en el Manuscrito
de Kreuznach (1843). Al subrayar la continuidad del aparato de Estado,
pletórico, parasitario e hipercentralizado, desde la monarquía absoluta hasta
Luis Napoleón, pasando por la Revolución francesa, Napoleón I, la Restauración
y la Monarquía de Julio, Marx no se sitúa muy lejos de los análisis que
Tocqueville desarrollará más tarde en El Antiguo Régimen y la Revolución
(1856), el mismo Tocqueville que Marx menciona en el 18 brumario en su
papel poco brillante, en 1851, de portavoz del partido del orden, asociación confusa
de legitimistas, orleanistas y bonapartistas en la Asamblea Nacional…
Por tanto, la tarea de la futura revolución social
no consiste, como fue el caso de las revoluciones del pasado, en tomar posesión
–“como una presa”– del Estado, sino la destrucción (Zertrümmerung)
del aparato burocrático-militar estatal. No obstante, Marx todavía no tiene una
idea precisa de la nueva forma de poder político que debería reemplazar al
Estado: la define como una “nueva forma de centralización política”. La
fórmula es a la vez demasiado vaga y demasiado unilateral, al suprimir, en
beneficio de un único polo, la dialéctica entre centralización y
descentralización, entre unidad democrática y federalismo. De hecho, la
respuesta a esta cuestión la recibirá Marx de la Comuna de París en 1871.
Los sujetos de esta futura revolución social son
sin duda los proletarios, pero también los campesinos, una vez libres de sus
ilusiones bonapartistas; Marx parece condenar, en un primer momento, a los
campesinos a la impotencia política y al triste papel de base social del
bonapartismo, pero luego se da cuenta de que sin la acción revolucionaria de
esta clase, la revolución proletaria está condenada al fracaso en “todas las
naciones campesinas”, como en Francia en el siglo XIX, pero también en
Rusia, China y muchos otros países en el siglo XX.
Revolución permanente
Aunque exiliados en Londres, Marx y Engels siguen
atentamente los últimos combates de la revolución iniciada en marzo de 1848 en
Alemania. Así, en marzo de 1850 escribirán una circular, en nombre del Consejo
Central, dirigida a los militantes de la Liga de los Comunistas que permanecen
en el país. Dicha circular es uno de los documentos políticos más importantes
que han escrito los autores del Manifiesto. Pese a que parte de una
apreciación perfectamente ilusoria y errónea de la situación en Alemania, donde
la contrarrevolución ya había ganado la partida, el caso es que prefigura las
principales revoluciones del siglo XX. Contiene la formulación más explícita y
coherente de la idea de revolución permanente, es decir, la intuición de la
posibilidad objetiva, en un país “atrasado”, absolutista y “semifeudal” como
Alemania, de una articulación dialéctica entre las tareas históricas de la
revolución democrática y las de la revolución proletaria, en un único proceso
histórico ininterrumpido.
Esta hipótesis ya apareció, en versión filosófica
abstracta, en la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de
Hegel en 1844, así como, de manera implícita, en algunos de los artículos sobre
la revolución alemana escritos para la Neue Rheinische Zeitung en
1848-1849. También es cierto que en Marx, y todavía más en Engels, encontramos,
tanto antes como después de 1850, escritos en los que el desarrollo del
capitalismo industrial y el advenimiento de la república parlamentaria burguesa
se presentan como etapas históricas distintas, que preceden a la lucha por el
socialismo.
Al constatar la capitulación de la burguesía
liberal ante el absolutismo, la Circular de 1850 propone una alianza del
proletariado alemán con las fuerzas democráticas de la pequeña burguesía contra
la coalición reaccionaria de la monarquía y los terratenientes con la alta
burguesía. De todos modos, esta coalición democrática se percibe como un
momento transitorio dentro de un proceso revolucionario “permanente”, hasta
llegar a la abolición de la propiedad privada burguesa y al establecimiento de
una nueva sociedad, una sociedad sin clases, no solo en Alemania, sino a escala
internacional. Para ello, hará falta que los obreros organicen sus propios
comités, sus gobiernos obreros revolucionarios locales y su guardia pretoriana
armada. La similitud con lo que ocurrirá, aunque en un contexto diferente, en
octubre de 1917 en Rusia es sorprendente: consejos obreros, doble poder, revolución
permanente.
La Circular de marzo de 1850 fue publicada
por primera vez por Engels, en el anexo al libro de Marx Enthüllungen über
den Kommunisten-Prozess zu Köln (Revelaciones sobre el juicio contra los
comunistas en Colonia), aparecido en Zúrich en 1885. No dejó de suscitar la
crítica de los partidarios de una socialdemocracia moderada; así, Eduard
Bernstein, en Los presupuestos del socialismo (1898), denunció la
“revolución permanente” como formulación “blanquista”/6. Sin embargo, en
los escritos de Auguste Blanqui no figuran ni el concepto ni el término. De
hecho, la fuente más probable del término hay que buscarla en los trabajos de
historia relativos a la Revolución francesa que Marx había estudiado y
comentado en 1844-1846, en los que se hablaba de unos clubes revolucionarios
que se reunían “de forma permanente”.
Bernstein percibe asimismo, aunque esta vez con
razón, la dialéctica como fuente de las ideas formuladas en la Circular.
Según él, la idea de transformación del futuro estallido revolucionario en
Alemania en una “revolución permanente” era fruto de la dialéctica hegeliana
–un método “tanto más peligroso cuanto que nunca resulta enteramente erróneo”–
que permite “pasar bruscamente del análisis económico a la violencia”
política, dado que “cada cosa lleva en sí su contrario”/6. En
efecto, fue exclusivamente gracias a su enfoque dialéctico que Marx et Engels
fueron capaces de superar el dualismo rígido e inamovible que separa la
evolución económica y la acción política, la revolución democrática y la
revolución socialista. Fue su comprensión de la unidad contradictoria de estos
distintos momentos y de la posibilidad de un salto cualitativo (“transiciones
bruscas”) en el proceso histórico, que les permitió esbozar la problemática de
la revolución permanente. Frente a este método dialéctico, Bernstein no puede
proponer sino el “recurso al empirismo” como “único medio de evitar
los peores errores”. Empirismo contra dialéctica, he aquí la mejor forma de
poner de manifiesto las premisas metodológicas que se enfrentan en este debate.
Curiosamente, cuando León Trotsky formula, por
primera vez, su teoría de la revolución permanente en Rusia, en el folleto Balance
y perspectivas (1906), no parece que conociera la Circular de marzo
de 1850; su fuente terminológica fue un artículo sobre Rusia publicado en 1905
por el biógrafo de Marx, Franz Mehring, quien sí había leído el documento de
1850, aunque no lo citara.
El interés de este escrito “al natural” de Marx y
Engels radica en que, a pesar del evidente error “empírico” de su análisis de
la situación en Alemania, supieron captar un aspecto esencial de las
revoluciones sociales del siglo XX, no solo en Rusia, sino también en España y
en los países del sur (Asia y América Latina): la fusión explosiva entre
revolución democrática (y/o anticolonial) y revolución socialista dentro de un
proceso “permanente”. Encontramos ideas análogas desarrolladas –sin que
necesariamente tuvieran conocimiento de la Circular de 1850 o de los
escritos Trotsky– por marxistas latinoamericanos como José Carlos Mariátegui a
finales de la década de 1920 y Ernesto Che Guevara en 1967, o africanos como
Amílcar Cabral. Esta problemática conserva toda su actualidad, como demuestra,
especialmente en América Latina, el debate sobre “el socialismo del siglo XXI”.
14/11/2016
Notas:
1/ Karl Marx, Friedrich Engels, Manifiesto del
Partido Comunista.
2/ Karl Marx, Friedrich Engels, Werke, Berlín,
Dietz Verlag, 1961, vol. 6, p. 124, 217.
3/ Karl Marx, Las luchas de clases en Francia
1848-1850, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia1.htm.
4/ Friedrich Engels, “Introducción” a Karl Marx, Las
luchas de clases en Francia 1848-1850, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia1.htm.
5/ Antonio Gramsci, Œuvres choisies, Paris,
Editions Sociales, 1959, trad. Gilbert Moget et Armand Monjo, p. 104.
6/ Eduard Bernstein, Los presupuestos del
socialismo [1899], Mexico, Siglo XXI editores, s.a., 1982.
- See
more at: http://www.vientosur.info/spip.php?article11928#sthash.318mtYQb.dpuf
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